31. El juicio de Sa’d inspirado en la Biblia
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
Capítulos
  1. 0. Prefacio
  2. 1. Arabia en la época del nacimiento del Profeta
  3. 2. El matrimonio del Santo Profeta con Jadiyya
  4. 3. El Profeta recibe su primera revelación
  5. 4. Los primeros conversos
  6. 5. La persecución de los fieles
  7. 6. El mensaje del Islam
  8. 7. La emigración a Abisinia
  9. 8. ‘Umar acepta el Islam
  10. 9. La persecución se intensifica
  11. 10. El viaje del profeta a Ta’if
  12. 11. El Islam se extiende a Medina
  13. 12. El primer juramento de ‘Aqaba
  14. 13. La Hégira
  15. 14. Suraqa persigue al Profeta
  16. 15. El Profeta llega a Medina
  17. 16. Abu Ayyub Ansari anfitrión del Profeta
  18. 17. La vida en Medina se vuelve insegura
  19. 18. El pacto entre diversas tribus de Medina
  20. 19. Los Mequíes se preparan para atacar Medina
  21. 20. La batalla de Badr
  22. 21. Se cumple una gran profecía
  23. 22. La batalla de Uhud
  24. 23. La victoria se convierte en derrota
  25. 24. Los rumores de la muerte del Profeta llegan a Medina
  26. 25. El enfrentamiento con los Banu Mustaliq
  27. 26. La batalla de la fosa
  28. 27. Una lucha muy desigual
  29. 28. La traición de los Banu Quraiza
  30. 29. Los confederados se dispersan
  31. 30. El castigo de los Banu Quraiza
  32. 31. El juicio de Sa’d inspirado en la Biblia
  33. 32. ¿Deseaba el Profeta continuar la guerra?
  34. 33. Enseñanzas del Judaísmo y Cristianismo sobre la guerra
  35. 34. La enseñanza del Corán respecto a la guerra y la paz
  36. 35. Los preceptos del Profeta respecto a la guerra
  37. 36. Ataques esporádicos de los incrédulos
  38. 37. El Profeta parte a la Meca con mil quinientos compañeros
  39. 38. El tratado de Hudaibiya
  40. 39. Las cartas del Profeta a varios reyes
  41. 40. Carta al rey de Persia
  42. 41. La carta al Negus
  43. 42. Carta al jefe del estado Egipcio
  44. 43. Carta al jefe del Bahrein
  45. 44. La caída de Jaibar
  46. 45. Se cumple la visión del Profeta
  47. 46. La batalla de Mauta
  48. 47. el profeta parte hacia la meca con diez mil fieles
  49. 48. La derrota de la Meca
  50. 49. El Profeta entra en la Meca
  51. 50. La Ka’ba, libre de ídolos
  52. 51. El Profeta perdona a sus enemigos
  53. 52. ‘Ikrima se hace musulmán
  54. 53. La batalla de Hunain
  55. 54. “el profeta de dios os llama”
  56. 55. Un enemigo jurado se convierte en seguidor devoto
  57. 56. El Profeta distribuye el botín
  58. 57. Las maquinaciones de Abu ‘Amir
  59. 58. La expedición de Tabuk
  60. 59. El último peregrinaje
  61. 60. El Profeta hace alusión a su fallecimiento
  62. 61. Los últimos días del Profeta
  63. 62. El Profeta fallece
  64. 63. La personalidad y el carácter del Profeta
  65. 64. La pureza del alma y la limpieza del Profeta
  66. 65. La vida sencilla del Santo Profeta
  67. 66. Su relación con Dios
  68. 67. Su desaprobación de la penitencia
  69. 68. Su actitud hacia sus esposas
  70. 69. Elevadas cualidades morales
  71. 70. Su templanza
  72. 71. Justicia y equidad
  73. 72. Su consideración por los pobres
  74. 73. La protección de los intereses de los pobres
  75. 74. El trato a los esclavos
  76. 75. El trato a las mujeres
  77. 76. Su actitud hacia los difuntos
  78. 77. El trato a los vecinos
  79. 78. El trato a los parientes
  80. 79. La buena compañía
  81. 80. La protección de la fe
  82. 81. El perdón de las faltas ajenas
  83. 82. Paciencia ante la adversidad
  84. 83. La cooperación mutua
  85. 84. La sinceridad
  86. 85. La curiosidad inapropiada
  87. 86. La integridad y la honradez en las transacciones
  88. 87. El pesimismo
  89. 88. La crueldad con los animales
  90. 89. Tolerancia en cuestiones de religión
  91. 90. Valentía
  92. 91. Consideración con los incultos
  93. 92. El cumplimiento de los pactos
  94. 93. El respeto a los servidores de la humanidad
  95. 94. La vida del Profeta es un libro abierto
  96. 95. Notas
  97. 96. Sobre el autor
  98. 97. Índice de Temas
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Dirigiéndose a los Banu Quraiza, les hizo la misma pregunta; ellos también aceptaron. Después, tímidamente, señaló con el dedo hacia donde estaba el Profeta(sa) y preguntó si los de aquel lado también aceptarían acatar su juicio. Al oírle, el Profeta(sa) contestó: “Sí” (Tabari e Hisham). Entonces Sa’d(ra) dio a conocer su juicio de acuerdo con el siguiente mandamiento de la Biblia:

Cuando te acerques a una ciudad para combatir contra ella, le propondrás la paz. Si ella te responde con la paz y te abre las puertas, todo el pueblo que se encuentra en ella te deberá tributo y te servirá. Pero si no hace la paz contigo, y te declara la guerra, la sitiarás. Yahveh tu Dios la entregará en tus manos, y pasarás a filo de espada a todos sus varones; las mujeres, los niños, el ganado, todo lo que haya en la ciudad, todos sus despojos, los tomarás como botín. Comerás los despojos de los enemigos que Yahveh tu Dios te haya entregado. Así has de tratar a las ciudades muy alejadas de ti, que no forman parte de estas naciones. En cuanto a las ciudades de estos pueblos que Yahveh tu Dios te da en herencia, no dejarás nada con vida, sino que las consagrarás al anatema: a hititas, amorreos, cananeos, perizitas, jivitas y jebuseos, como te ha mandado Yahveh tu Dios, para que no os enseñen a imitar todas estas abominaciones que ellos hacían en honor de sus dioses: ¡pecaríais contra Yahveh, vuestro Dios! (Deuteronomio, 20:10-18).

De acuerdo con la enseñanza de la Biblia, si hubieran ganado los judíos y hubiera perdido el Profeta(sa), todos los musulmanes (hombres, mujeres y niños) habrían sido asesinados. La historia nos ha enseñado que tal era, efectivamente, la intención de los judíos. Como mínimo, los judíos habrían matado a los hombres, tomado a las mujeres y los niños como esclavos y se habrían apropiado de sus bienes, siendo éste el tratamiento prescrito en el Deuteronomio para las naciones alejadas. Sa’d(ra) mantenía relaciones amistosas con los Banu Quraiza. Su tribu estaba aliada con la de ellos. Cuando vio que los judíos se habían negado a aceptar el juicio del Profeta(sa), rechazando así el castigo menor prescrito para tal delito en el Islam, decidió imponer a los judíos el castigo prescrito por Moisés. La responsabilidad de este juicio no recae, por tanto, en el Profeta(sa) ni en los musulmanes, sino en Moisés y su enseñanza, y en los judíos que habían tratado tan cruelmente a los musulmanes. Se les ofreció un juicio misericordioso pero, lejos de aceptarlo, exigieron un juicio por parte de Sa’dsa, quien optó por castigarles de acuerdo con la ley de Moisés. Y sin embargo, aún hoy los cristianos difaman al Profeta(sa) del Islam, diciendo que trató con crueldad a los judíos. Si eso fuera cierto, ¿por qué no trató con la misma crueldad a otros pueblos en otras ocasiones? Hubo muchas ocasiones en las que los enemigos del Profeta(sa) se vieron obligados a pedir clemencia, y nunca la pidieron en vano. En esta ocasión, el enemigo insistió en que el juicio fuera dictado por otro, y no por el Profeta(sa). Este juez, nombrado por los mismos judíos para actuar de árbitro entre ellos y los musulmanes, preguntó al Profeta(sa) y a los judíos, en público, si estaban dispuestos a aceptar su veredicto. Tras recibir su consentimiento, pasó a anunciar su decisión. ¿En qué consistía tal veredicto? Simplemente en la aplicación de la ley de Moisés al delito de los judíos. ¿Por qué no habrían de aceptarlo? ¿No se consideraban acaso seguidores de Moisés? Si se perpetró alguna crueldad, los judíos la infligieron sobre ellos mismos. Se negaron a aceptar el juicio del Profeta(sa) pidiendo, en su lugar, la aplicación de su propia ley religiosa. Si hubo crueldad, sólo es atribuible a Moisés, que estableció este castigo para el enemigo sitiado y lo hizo constar en su libro bajo el mandato de Dios. Los escritores cristianos, por tanto, no deben derramar su ira sobre el Profeta(sa) del Islam. Más bien, han de condenar a Moisés, que prescribió esta cruel condena, o al Dios de Moisés, que le ordenó hacerlo.

Después de la Batalla de la Fosa, el Profeta(sa) declaró que a partir de ese momento, los paganos no atacarían a los musulmanes, sino que los musulmanes atacarían a los paganos. Las cosas iban a cambiar. Los musulmanes tomarían la ofensiva contra las tribus y los grupos que hasta ahora les habían atacado sin justificación. Las palabras del Profeta(sa) no eran una mera amenaza. En la Batalla de la Fosa, los confederados árabes no habían registrado grandes bajas. Perdieron tan sólo unos cuantos hombres. Podrían haber vuelto a atacar Medina en menos de un año, y con mejores preparativos. En lugar de un ejército de veinte mil hombres, podrían haber reunido una fuerza de cuarenta o de hasta cincuenta mil hombres. Tampoco habría sido imposible levantar un ejército de cien mil o ciento cincuenta mil soldados. Pero durante veintiún años los enemigos del Islam habían hecho todo lo posible para erradicar al Islam y a los musulmanes. El fracaso repetido de sus planes había socavado su confianza y empezaban a temer que todo cuanto enseñaba el Profeta(sa) fuera la verdad, que sus ídolos y dioses nacionales fueran falsos; y el Creador fuera el Único Dios. La idea de que el Profeta(sa) tenía razón y ellos se equivocaban empezaba a calar en sus corazones. Sin embargo, no mostraban ningún signo externo de su temor. Físicamente, los incrédulos se comportaban como siempre; rezaban ante sus ídolos de acuerdo con la costumbre nacional. Pero su espíritu estaba destruido. Externamente vivían como paganos e incrédulos, pero por dentro sus corazones parecían hacer eco del lema musulmán: “No hay otro Dios que Al’lah”.

Tras la batalla de la Fosa, el Profeta(sa), como ya hemos señalado, declaró que en el futuro los incrédulos ya no atacarían a los musulmanes, sino que serían los musulmanes los que atacarían a los incrédulos. La tolerancia musulmana había llegado a sus límites, y la situación debía cambiar (Bujari, Kitab al-Maghazi).

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