17. La vida en Medina se vuelve insegura
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
Capítulos
  1. 0. Prefacio
  2. 1. Arabia en la época del nacimiento del Profeta
  3. 2. El matrimonio del Santo Profeta con Jadiyya
  4. 3. El Profeta recibe su primera revelación
  5. 4. Los primeros conversos
  6. 5. La persecución de los fieles
  7. 6. El mensaje del Islam
  8. 7. La emigración a Abisinia
  9. 8. ‘Umar acepta el Islam
  10. 9. La persecución se intensifica
  11. 10. El viaje del profeta a Ta’if
  12. 11. El Islam se extiende a Medina
  13. 12. El primer juramento de ‘Aqaba
  14. 13. La Hégira
  15. 14. Suraqa persigue al Profeta
  16. 15. El Profeta llega a Medina
  17. 16. Abu Ayyub Ansari anfitrión del Profeta
  18. 17. La vida en Medina se vuelve insegura
  19. 18. El pacto entre diversas tribus de Medina
  20. 19. Los Mequíes se preparan para atacar Medina
  21. 20. La batalla de Badr
  22. 21. Se cumple una gran profecía
  23. 22. La batalla de Uhud
  24. 23. La victoria se convierte en derrota
  25. 24. Los rumores de la muerte del Profeta llegan a Medina
  26. 25. El enfrentamiento con los Banu Mustaliq
  27. 26. La batalla de la fosa
  28. 27. Una lucha muy desigual
  29. 28. La traición de los Banu Quraiza
  30. 29. Los confederados se dispersan
  31. 30. El castigo de los Banu Quraiza
  32. 31. El juicio de Sa’d inspirado en la Biblia
  33. 32. ¿Deseaba el Profeta continuar la guerra?
  34. 33. Enseñanzas del Judaísmo y Cristianismo sobre la guerra
  35. 34. La enseñanza del Corán respecto a la guerra y la paz
  36. 35. Los preceptos del Profeta respecto a la guerra
  37. 36. Ataques esporádicos de los incrédulos
  38. 37. El Profeta parte a la Meca con mil quinientos compañeros
  39. 38. El tratado de Hudaibiya
  40. 39. Las cartas del Profeta a varios reyes
  41. 40. Carta al rey de Persia
  42. 41. La carta al Negus
  43. 42. Carta al jefe del estado Egipcio
  44. 43. Carta al jefe del Bahrein
  45. 44. La caída de Jaibar
  46. 45. Se cumple la visión del Profeta
  47. 46. La batalla de Mauta
  48. 47. el profeta parte hacia la meca con diez mil fieles
  49. 48. La derrota de la Meca
  50. 49. El Profeta entra en la Meca
  51. 50. La Ka’ba, libre de ídolos
  52. 51. El Profeta perdona a sus enemigos
  53. 52. ‘Ikrima se hace musulmán
  54. 53. La batalla de Hunain
  55. 54. “el profeta de dios os llama”
  56. 55. Un enemigo jurado se convierte en seguidor devoto
  57. 56. El Profeta distribuye el botín
  58. 57. Las maquinaciones de Abu ‘Amir
  59. 58. La expedición de Tabuk
  60. 59. El último peregrinaje
  61. 60. El Profeta hace alusión a su fallecimiento
  62. 61. Los últimos días del Profeta
  63. 62. El Profeta fallece
  64. 63. La personalidad y el carácter del Profeta
  65. 64. La pureza del alma y la limpieza del Profeta
  66. 65. La vida sencilla del Santo Profeta
  67. 66. Su relación con Dios
  68. 67. Su desaprobación de la penitencia
  69. 68. Su actitud hacia sus esposas
  70. 69. Elevadas cualidades morales
  71. 70. Su templanza
  72. 71. Justicia y equidad
  73. 72. Su consideración por los pobres
  74. 73. La protección de los intereses de los pobres
  75. 74. El trato a los esclavos
  76. 75. El trato a las mujeres
  77. 76. Su actitud hacia los difuntos
  78. 77. El trato a los vecinos
  79. 78. El trato a los parientes
  80. 79. La buena compañía
  81. 80. La protección de la fe
  82. 81. El perdón de las faltas ajenas
  83. 82. Paciencia ante la adversidad
  84. 83. La cooperación mutua
  85. 84. La sinceridad
  86. 85. La curiosidad inapropiada
  87. 86. La integridad y la honradez en las transacciones
  88. 87. El pesimismo
  89. 88. La crueldad con los animales
  90. 89. Tolerancia en cuestiones de religión
  91. 90. Valentía
  92. 91. Consideración con los incultos
  93. 92. El cumplimiento de los pactos
  94. 93. El respeto a los servidores de la humanidad
  95. 94. La vida del Profeta es un libro abierto
  96. 95. Notas
  97. 96. Sobre el autor
  98. 97. Índice de Temas
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Durante los primeros días que siguieron a la llegada del Profeta(sa) a Medina, las tribus paganas de aquella zona empezaron a interesarse por el Islam y la mayoría de sus miembros se unieron al movimiento. Pero también se unieron muchos que no estaban convencidos en su interior. De esta manera se infiltraron en el movimiento un grupo de personas que no se sentían realmente musulmanes. Sus miembros desempeñarían un papel muy siniestro en la historia posterior del Islam. Algunos se hicieron musulmanes, pero otros permanecieron como hipócritas e intrigaron constantemente contra el Islam y los creyentes. Algunos de los que se negaron a unirse al movimiento no soportaban la creciente influencia de la Nueva Fe, y emigraron de Medina a La Meca. Medina se convirtió en una ciudad musulmana. Se estableció en ella el culto del Único Dios. No había en el mundo otra ciudad que pudiera hacer tal reivindicación. Fue inmensa la alegría que supuso para el Profeta(sa) y sus amigos ver cómo en sólo unos días después de su emigración, una ciudad entera accedía a renunciar a sus ídolos para establecer el culto al Dios Único e Invisible. Sin embargo, aún no había llegado la paz para los musulmanes. En la misma Medina, había un grupo de árabes que se había unido al Islam en apariencia pero que eran en realidad enemigos feroces del Profeta(sa). Además, los judíos conspiraban constantemente en su contra. El Profeta(sa) conocía estos peligros. Se mantuvo alerta e instó a sus amigos y seguidores a permanecer en guardia. Él mismo permanecía despierto, a menudo, durante toda la noche (Bari, Vol. 6, pág. 60). Cansado de sus largas vigilias nocturnas, expresó en una ocasión su deseo de recibir ayuda. Pronto oyó el ruido de una armadura. “¿Qué ocurre?” preguntó. “Oh Profeta(sa), soy Sa’d bin Waqqas. He venido a hacer de centinela para ti” (Bujari y Muslim). Los medinitas estaban sensibilizados respecto a su gran responsabilidad. Habían invitado al Profeta(sa) a que viniera a vivir entre ellos, y ahora les correspondía el deber de protegerle. Las tribus deliberaron y decidieron guardar la casa del Profeta(sa) por turnos.

En lo relativo a la inseguridad personal y la falta de tranquilidad para sus seguidores, había poca diferencia entre la vida del Profeta(sa) en La Meca y su vida en Medina. La única diferencia era que en Medina los musulmanes podían adorar a Dios abiertamente en la mezquita que habían construido en Su nombre. Podían reunirse con este propósito cinco veces al día sin tener que enfrentarse con obstáculos de ningún tipo.

Transcurrieron dos o tres meses. Los mequíes se recuperaron de su asombro y empezaron a elaborar proyectos para dificultar la vida de los musulmanes. Pronto se dieron cuenta que hostigar a los musulmanes en La Meca y sus alrededores no satisfacía sus propósitos. Era necesario atacar al Profeta(sa) y a sus seguidores en Medina y expulsarles de su nuevo refugio. Por consiguiente, enviaron una carta a Abdul’lah bin Ubayy ibn Salul, el jefe medinita que antes de la llegada del Profeta(sa) había sido aceptado por todos los grupos como rey. En la carta, dijeron que la llegada del Profeta(sa) a Medina les había sorprendido, y que los medinitas habían cometido un error al ofrecerles refugio. Al final de la carta, decían:

Ahora que habéis admitido a nuestro enemigo en vuestra casa, juramos por Dios y declaramos que nosotros, los habitantes de La Meca, lanzaremos un ataque contra Medina, si vosotros, los medinitas no aceptáis expulsarle de Medina o declararle la guerra. Si nos vemos obligados a atacar Medina, pasaremos por la espada a todos los hombres sanos, y haremos esclavas a todas las mujeres (Abu Dawud, Kitab al-Jarall).

Abdul’lah bin Ubayy ibn Salul, pensó que esta carta era un don divino. Consultó con otros hipócritas de Medina y les dijo que si permitían que el Profeta(sa) viviera en paz entre ellos acarrearían la hostilidad de los mequíes. Les incumbía, por lo tanto, declarar la guerra al Profeta(sa), aunque sólo fuera para tranquilizar a los mequíes. El Profeta(sa) se enteró del asunto. Intentó convencer a Abdul’lah bin Ubayy ibn Salul de que tal paso sería suicida, pues muchos medinitas se habían convertido en musulmanes y estaban dispuestos a sacrificar su vida por el Islam. Si Abdul’lah declaraba la guerra contra los musulmanes, la mayoría de los medinitas lucharían al lado de los musulmanes. Tal guerra, por lo tanto, le costaría cara y provocaría su propia destrucción. Abdul’lah, impresionado por esta advertencia, abandonó su proyecto.

En esta época, el Profeta(sa) adoptó otra medida importante. Reunió a los musulmanes y sugirió que cada dos musulmanes se unieran como hermanos. La idea fue bien recibida. Los medinitas adoptaron a los mequíes como hermanos. Bajo esta nueva hermandad, los musulmanes de Medina ofrecieron compartir su propiedad y bienes con los musulmanes de La Meca. Un musulmán medinita ofreció divorciarse de una de sus dos esposas, para ofrecerla en matrimonio a su hermano mequí. Los musulmanes mequíes se negaron a aceptar estas ofertas de los musulmanes medinitas, teniendo en consideración sus necesidades. Pero los medinitas insistieron hasta tal punto, que el asunto tuvo que ser referido al Profeta(sa). Los musulmanes de medina alegaban que los musulmanes mequíes eran sus hermanos, por lo que tenían que compartir su propiedad. Los musulmanes mequíes no sabían cultivar la tierra, pero podían compartir los frutos del terreno en su lugar. Los mequíes, agradecidos, rechazaron esta oferta tan generosa, prefiriendo mantener su propia vocación comercial. Con el paso del tiempo, muchos musulmanes mequíes volvieron a hacerse ricos, pero los musulmanes medinitas recordaron siempre su promesa de compartir los bienes con sus hermanos mequíes. En muchas ocasiones, cuando fallecía un musulmán medinita, sus hijos compartían la herencia con sus hermanos mequíes. Esta costumbre continuó durante muchos años, hasta que el Corán la abolió mediante su enseñanza acerca de la división de la herencia (Bujari y Muslim).

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