Como ya hemos señalado, el Santo Profeta(sa) mantenía para sí mismo una regla tan estricta respecto a la sinceridad, que su pueblo lo conocía como “El Sincero” y “El Veraz”. Insistía igualmente en que los musulmanes adoptaran la misma regla para sí mismos. Consideraba a la verdad como la base de toda la virtud, de la bondad y la conducta justa. Enseñaba que una persona sincera es aquella que se haya confirmada en la verdad, hasta tal punto que Dios le considera veraz.
En una ocasión, un prisionero que había matado a muchos musulmanes fue traído ante el Santo Profeta(sa). Hazrat Umar(ra), que también estaba presente, estaba convencido de que el hombre merecía la pena de muerte y miraba constantemente al Santo Profeta(sa) esperando que de un momento a otro ordenara su ejecución. Cuando éste dejó que el hombre se marchara, Hazrat Umar(ra) le sugirió que hubiera sido mejor matar al hombre, ya que la muerte le parecía el único castigo apropiado. El Santo Profeta(sa) le preguntó: “Siendo así ¿por qué no le mataste?”. Hazrat Umar(ra) contestó: “Mensajero de Al’lah, si sólo me hubieras dado la señal, aunque solo fuera mediante un leve movimiento del ojo, lo habría matado”. El Santo Profeta(sa) le respondió: “Un Profeta(sa) no actúa de forma equívoca. ¿Cómo podría haber empleado el ojo para indicar que se le matara, si al mismo tiempo le estaba hablando amistosamente?”. (Hisham, Vol. 2, pág. 217).
En una ocasión, un hombre confesó al Santo Profeta(sa): “Mensajero de Al’lah, sufro de tres males: la mentira, la bebida y la fornicación. He hecho todo lo posible para deshacerme de ellos, pero todo ha sido en vano. ¿Podrías aconsejarme qué debo hacer?”. El Santo Profeta(sa) le contestó: “Si me prometes solemnemente dejar uno de ellos, te prometo que desaparecerán los otros dos”. El hombre lo prometió, y preguntó al Santo Profeta(sa) a cuál de los tres debía renunciar. “A la mentira”, respondió. Algún tiempo después, el hombre volvió para decir al Santo Profeta(sa) que, tras seguir su consejo, se encontraba libre de los tres vicios. El Santo Profeta(sa) le pidió que le contara los detalles de su esfuerzo, y el hombre le respondió: “Un cierto día, anhelaba beber algo fuerte, y estaba a punto de hacerlo, cuando me acordé de la promesa que le había hecho, y me di cuenta de que si alguno de mis amigos me preguntaba si había tomado alcohol, tendría que admitirlo porque ya no podía mentir. Esto implicaba que iba a adquirir mala fama entre mis amigos, que después me evitarían. Pensando así, pude convencerme de aplazar la bebida para otra ocasión, y así resistí a la tentación del momento. Del mismo modo, cuando me tentaba la fornicación, me dije que si caía en la tentación de dicho vicio, podría igualmente perder la estima de mis amigos, ya que si me preguntaban tendría que mentirles, rompiendo la promesa que le había hecho, o tendría que confesar mi pecado. Así luché entre mi deseo de cumplir la promesa y mi deseo de entregarme a la fornicación y la bebida. Pasado algún tiempo empecé a perder la inclinación hacia estos vicios, con el resultado de que mi deseo de renunciar a la mentira me ha salvado también de los otros dos males”.