Después de medianoche, el Profeta(sa), en compañía de su tío ‘Abbas(ra), volvió a reunirse con los musulmanes de Medina en el valle de ‘Aqaba. De los setenta y tres musulmanes medinitas, sesenta y dos pertenecían a los Jazrall y once a los Aus. El grupo incluía a dos mujeres, una de ellas era Umm ‘Ammara(ra), de los Banu Nayyar. Su tribu, llena de fe y resolución, había aprendido los preceptos del Islam de Mus’ab(ra) y demostró ser un pilar del Islam. Umm ‘Ammara(ra) es un ejemplo; inculcó en sus hijos la lealtad absoluta al Islam. Uno de sus hijos, Habib(ra), fue capturado por Musailima, el Pretendiente, en un encuentro que tuvo lugar después de la muerte del Profeta(sa). Musailima intentó quebrantar la fe de Habib(ra): “¿Crees que Muhammad(sa) es Mensajero de Dios?”, preguntó. “Sí”, fue la respuesta. “¿Crees que yo soy Mensajero de Dios?”, preguntó Musailima. “No”, respondió Habib(ra). Musailima ordenó que le cortaran un miembro. Luego volvió a preguntar: “¿Crees que Muhammad(sa) es Mensajero de Dios?” “Sí”, contestó Habib(ra). “¿Crees que yo soy Mensajero de Dios?” “No”. Musailima ordenó que le seccionaran otro miembro. De este modo, le fueron amputando un miembro tras otro, y el cuerpo de Habib(ra) acabó despedazado. Tuvo una muerte cruel, pero dejó un ejemplo inolvidable de heroísmo y sacrificio personal por la causa de su convicción religiosa (Halbiyya, Vol. 2, Pág. 17). Umm Ammara(ra) acompañó al Profeta(sa) en varias guerras.
En resumen, este grupo de musulmanes de Medina se distinguió por su lealtad y su fe. No vinieron a La Meca en busca de riqueza, sino de fe; y la encontraron en abundancia.
Empujado por los lazos de parentesco y sintiéndose legalmente responsable de la seguridad del Profeta(sa), ‘Abbas(ra) se dirigió al grupo con las siguientes palabras:
“¡Jazrall! Éste, mi pariente, goza aquí del respeto de su pueblo. No todos son musulmanes, pero le protegen. Ahora, sin embargo, ha elegido dejarnos para ir con vosotros. ¡Jazrall! ¿Sabéis lo que ocurrirá? Toda Arabia se volverá en contra vuestra. Si sois conscientes de los riesgos que implica vuestra invitación, llevadle; de lo contrario, renunciad a vuestra intención, y dejad que se quede aquí.”
El jefe del grupo, Al-Bara’ra, contestó con firmeza:
Te hemos escuchado. Nuestra decisión es irrevocable. Nuestras vidas están a disposición del Profeta(sa) de Dios. Estamos decididos y esperamos sólo su decisión (Halbiyya, Vol. 2, pág. 18).
El Profeta(sa) les hizo una exposición profunda de las enseñanzas del Islam, y dijo que les acompañaría a Medina si estaban dispuestos a amar al Islam con el mismo fervor que a sus mujeres e hijos. No había terminado aún de hablar cuando el grupo de setenta y tres devotos gritó al unísono: “¡Sí!” “¡Sí!”. En su fervor, olvidaban que se les podría oír desde lejos, por lo que ‘Abbas(ra) les pidió que hablaran en voz baja, pero se dejaron llevar por su devoción. Desde ese momento, la muerte no les importaba en absoluto. Tras oír la advertencia de ‘Abbas(ra), un miembro del grupo alzó la voz y dijo: “No tenemos miedo, Profeta(sa) de Dios. Concédenos permiso y haremos frente ahora mismo a los mequíes, y vengaremos todo el mal que te han hecho.” Pero el Profeta(sa) contestó que todavía no había recibido la orden de luchar. La reunión terminó con el juramento de lealtad del grupo.
Cuando los mequíes supieron de la reunión, se dirigieron al campamento de los medinitas para quejarse ante sus jefes. ‘Abdul’lah bin Ubayy ibn Salul, el Jefe supremo, no tenía conocimiento de lo ocurrido, y aseguró a los mequíes que se trataba de un rumor falso. Los medinitas le habían aceptado como jefe y no podían actuar sin su conocimiento y permiso. Desconocía que los medinitas habían rechazado la ley de Satanás para adoptar la Ley de Dios.