El Profeta(sa) se dirigió directamente a la Ka’ba e hizo el circuito del recinto sagrado, siete veces, montado en su camello. Circunvaló, con el bastón en la mano, el templo construido por el Patriarca Abraham y su hijo Ismael para la adoración de Dios Único, que había degenerado en santuario de ídolos. El Profeta(sa) rompió, uno por uno los trescientos sesenta ídolos del templo. Cada vez que caía un ídolo, el Profeta(sa) decía: “Ha llegado la verdad y se ha desvanecido la falsedad. En verdad la falsedad se desvanece rápidamente”. Este versículo fue revelado antes de que el Profeta(sa)saliera de La Meca con dirección a Medina; forma parte del Capítulo Bani Isra’il, donde se anuncia la partida del Profeta(sa) y la conquista de La Meca. Se trata de un Capítulo mequí, hecho que reconocen incluso los estudiosos europeos. Los versículos que contienen la profecía respecto a la partida del Profeta(sa) de La Meca y la conquista posterior de la misma son los siguientes:
“Y di: “Oh mi Señor, haz que mi entrada sea una entrada buena, y mi salida una salida buena. Y concédeme, de Ti mismo, un poder inquebrantable”. Di También: “Ha llegado la verdad y se ha desvanecido la falsedad. En verdad la falsedad se desvanece rápidamente.” (17: 81-82).
La conquista de La Meca se anuncia aquí en forma de una oración enseñada al Profeta(sa). Se le enseña a orar para poder entrar en La Meca y salir de ella con buenos augurios; para conseguir la ayuda de Dios en asegurar la victoria final de la verdad sobre la falsedad. La profecía se había cumplido en su forma literal. La recitación de estos versículos por Abu Bakr(ra) era apropiada. Estimulaba a los musulmanes y recordaba a los mequíes la futilidad de su lucha contra Dios y la verdad de las promesas hechas por Dios al Profeta(sa).
Con la conquista de La Meca, la Ka’ba volvió a adquirir las funciones para las que había sido consagrada hacía tantos años por el Patriarca Abraham. Fue dedicada de nuevo a la adoración de Dios Único. Se destruyeron todos los ídolos. Uno de ellos era Hubal. Cuando el Profeta(sa) le golpeó con su bastón, cayó y se rompió en pedazos. Zubair(ra) miró a Abu Sufyan(ra), y con una sonrisa contenida, le recordó la batalla de Uhud: “¿Te acuerdas del día en que los musulmanes estaban heridos y agotados, y tú les heriste aún más gritando: “gloria a Hubal, gloria a Hubal”? ¿Fue Hubal quien te dio la victoria aquel día? Si fue él quien te dio la victoria, mira cómo ha acabado hoy.”
Abu Sufyan(ra), impresionado, confesó que si ciertamente hubiera habido otro Dios aparte del Dios de Muhammad(sa), les habría evitado la desgracia y la derrota que habían sufrido aquel día.
Entonces el Profeta(sa) ordenó que se borraran las imágenes que habían sido pintadas en las paredes de la Ka’ba. Luego recitó dos rak’ats de oración en agradecimiento a Dios. A continuación se retiró al patio abierto y recitó otros dos rak’ats más de oración. La tarea de borrar las imágenes se había confiado a ‘Umar(ra), que borró todas las imágenes menos la de Abraham. Cuando el Profeta(sa) volvió para inspeccionar, y encontró intacta esa imagen, preguntó a ‘Umar(ra) por qué la había conservado. ¿Acaso no recordaba el testimonio del Corán, que decía que Abraham no era judío ni cristiano, sino un musulmán recto y obediente? (3:68).
Era un insulto a la memoria de Abraham, gran defensor de la Unicidad de Dios, mostrar su imagen en las paredes de la Ka’ba. Suponía adorar a Abraham de la misma forma que a Dios.
Fue un día memorable, un día lleno de las señales de Dios. Por fin, se habían cumplido las promesas de Dios al Profeta(sa), hechas en un momento en el que parecía imposible que se cumplieran. El Profeta(sa) era el centro de la devoción y de la fe. En su persona y a través suyo, Dios se había manifestado y había, por así decirlo, mostrado de nuevo su rostro. El Profeta(sa) mandó traer agua del Zamzam. Bebió un poco, y utilizó el resto para hacer sus abluciones. Tan devotos eran los musulmanes a la persona del Profeta(sa) que no dejaban caer al suelo ni una gota de este agua. Recibían el agua en el hueco de las manos para mojar con ella su cuerpo, por reverencia. Los paganos que presenciaban estas escenas de devoción repetían sin cesar que jamás habían visto a un rey terrenal al que su pueblo fuera tan devoto. (Halbiyya, Vol. 3, pág. 99)