Por fin, se iba acercando el día que todos los seres humanos hemos de afrontar. El trabajo del Profeta(sa) había concluido. Todo cuanto Dios tenía que revelarle para el beneficio de la humanidad ya se lo había revelado. El espíritu de Muhammad(sa) había infundido una nueva vida en su pueblo. Había surgido una nueva nación, una nueva perspectiva de la vida, nuevas instituciones; en resumen, un nuevo cielo y una nueva tierra. Se habían establecido los cimientos de un nuevo orden. La tierra se había arado y se había regado. Se había sembrado la semilla de una nueva cosecha. Y ahora, empezaba a mostrarse la propia cosecha. Pero no le correspondía a él recogerla, sino solamente arar, sembrar y regar. Vino como un labrador, permaneció como un labrador, y ahora se marchaba como un labrador. Encontró su recompensa, no en las cosas de este mundo, sino en el agrado y la satisfacción de Dios, su Creador y su Amo. Cuando llegaba la hora de la recolección prefería ir con Él, dejando para otros la cosecha.
El Santo Profeta(sa) enfermó. Durante algunos días, siguió visitando la mezquita para dirigir las oraciones. Después se encontró muy débil para seguir haciéndolo. Los Compañeros estaban tan acostumbrados a estar diariamente en su compañía que difícilmente creían que pudiera morir. Sin embargo, él les había hablado constantemente de su muerte. Un día, hablando de este tema, dijo: “Si un hombre se equivoca, es mejor que haga la expiación en este mundo, para no tener remordimientos en el otro. Por lo tanto, os digo que si he hecho algo respecto a alguno de vosotros, aunque haya sido inadvertidamente, que se acerque para pedirme reparación. Si he herido a alguno de vosotros sin darme cuenta, que avance para desquitarse. No quiero sentir vergüenza cuando me presente ante Dios en el otro mundo”. Los Compañeros estaban conmovidos. Sus ojos derramaban lágrimas. ¡Cuántas preocupaciones había tenido, cuánto sufrimiento había aguantado por el bien de ellos! Sufrió hambre y sed para que ellos comieran y bebieran. Remendó su propio calzado y ropa para que otros vistieran bien. Y sin embargo, ahora estaba ansioso de rectificar las supuestas injusticias que pudo haber cometido con los demás; así respetaba los derechos de los demás.
Los Compañeros recibieron con un silencio solemne este ofrecimiento del Profeta(sa). Sin embargo, uno de ellos avanzó diciendo: “Profeta(sa) de Dios, en cierta ocasión me hiciste daño. Nos alineábamos para la batalla y tú pasaste por delante de nuestra fila, y al pasar me diste con el codo en el costado. Lo hiciste sin querer, pero has dicho que podríamos desquitarnos incluso de males no intencionados. Quiero resarcirme”. Los Compañeros se sintieron llenos de ira. Les molestó la insolencia y la estupidez de este hombre, que no había comprendido el espíritu de la oferta del Profeta(sa)ni la solemnidad de la ocasión. Pero el Compañero se empeñaba, estaba decidido a tomar literalmente las palabras del Profeta(sa).
El Profeta(sa) dijo: “Te invito a que te tomes la revancha.”
Le ofreció la espalda, diciendo: “Ven, golpéame como yo lo hice.”
“Pero cuando tú me golpeaste, tenía desnudo el costado porque no llevaba camisa”, dijo el Compañero.
“Levantad mi camisa”, dijo el Profeta(sa) “y que me golpee en el costado con el codo·. Así se hizo; pero, en lugar de golpear el costado desnudo del Profeta(sa), el Compañero se inclinó, con los ojos húmedos, y besó su cuerpo desnudo.
“¿Por qué haces esto?”, preguntó el Profeta(sa).
“¿No dijo usted que le quedaban unos días contados entre nosotros? ¿Cuántas oportunidades tendremos, pues, de tocarle físicamente y expresar nuestro amor y cariño por usted? Es cierto que me golpeó, pero ¿quién se vengaría de ello? Ahora mismo me había surgido la idea. Usted nos ofreció el desquite, y yo me dije: “Voy a besarle como resarcimiento.”
Los Compañeros, hasta ese momento enfurecidos, desearon que la misma idea se les hubiera ocurrido a ellos.