Se acercaba la hora de la batalla. El Profeta(sa) salió de la tienda donde había estado rezando, y anunció:
“Ciertamente los enemigos serán derrotados, y darán la espalda.”
Éstas fueron las palabras reveladas al Profeta(sa) algún tiempo antes, en La Meca. Evidentemente se referían a esta batalla. Cuando la crueldad de los mequíes llegó a su extremo y los musulmanes emigraban a lugares donde podrían encontrar la paz, Dios reveló al Profeta(sa) los siguientes versículos:
“En verdad, al pueblo del Faraón llegaron también Amonestadores. Rechazaron todos Nuestros Signos. Así, los castigamos con el castigo de Quien es Poderoso y Omnipotente. ¿Son vuestros incrédulos mejores que aquellos? ¿O tenéis inmunidad en las Escrituras? ¿Dicen acaso: “Somos un ejército victorioso”? Los ejércitos serán pronto puestos en fuga y volverán sus espaldas en la huida. ¡Ay! La hora es su tiempo prefijado; y la Hora será sumamente penosa y amarga”. En verdad, los culpables están en el error y la locura manifiestos. En el día en que sean arrastrados al Fuego, sobre sus rostros, y se les diga: “probad ahora el tacto del infierno.” (54:42-49).
Estos versículos forman parte del Sura Al-Qamar y según toda evidencia, fue revelado en La Meca. Las autoridades musulmanas sitúan la fecha de su revelación entre cinco y diez años después de la Llamada del Profeta(sa), es decir, un mínimo de tres años antes de la Hégira (el año de la emigración del Profeta(sa) de La Meca a Medina). Lo más probable es que se revelara ocho años antes. Las autoridades europeas comparten esta opinión. Según Noldeke, el capítulo entero fue revelado en el quinto año después del llamamiento del Profeta(sa). Wherry opina que esta fecha es demasiado temprana y afirma que el Capítulo pertenece al sexto o séptimo año antes de la Hégira, o después del llamamiento del Profeta(sa). Pero todos coinciden en situar la revelación de este Capítulo varios años antes de la emigración del Profeta(sa) y sus seguidores de La Meca a Medina. No hay duda alguna acerca del valor profético de estos versículos mequíes, que dan una idea muy clara de lo que les esperaba a los mequíes en el campo de batalla de Badr. Se anuncia claramente la suerte que les esperaba. Cuando el Profeta(sa) salió de su tienda, reiteró la descripción profética contenida en el Capítulo mequí, lo que demuestra que debió haber pensado en dichos versículos durante sus oraciones. Al recitar uno de los versículos, recordó a sus seguidores que había llegado la hora prometida en la revelación mequí.
Y efectivamente, había llegado la Hora. El Profeta(sa) Isaías (21:13-17) había anunciado esta hora. La batalla comenzó, a pesar de que los musulmanes no estaban preparados, y de que se había recomendado a los no musulmanes a que no tomaran parte en ella. Trescientos trece musulmanes, con armas escasas y sin experiencia bélica, se enfrentaron con un ejército tres veces mayor, formado por soldados bien entrenados. En el plazo de unas horas, murieron un gran número de jefes mequíes de alto rango. Como había anunciado el Profeta(sa) Isaías, la gloria de Quedar desapareció. El ejército mequí se apresuró a huir, dejando atrás a los muertos y algunos prisioneros. Entre los prisioneros se encontraba el tío del Profeta(sa), Abbas, que apoyó al Profeta(sa) durante su estancia en La Meca. A Abbas le habían obligado a luchar al lado de los mequíes contra el Profeta(sa). Otro prisionero era Abu’l ‘As, yerno del Profeta(sa). Entre los muertos se encontraba Abu Yahl, comandante supremo del ejército mequí y según todos los relatos, enemigo feroz del Islam.
Llegó la victoria, pero trajo al Profeta(sa) una mezcla de sentimientos. Se regocijaba por el cumplimiento de las promesas divinas, repetidas durante los últimos catorce años; promesas que también habían sido escritas en las Escrituras más antiguas. Pero al mismo tiempo se afligía por el destino terrible de los mequíes. Si esta victoria, en vez de ser suya, hubiera sido de otro, el Profeta(sa) hubiera recibido una inmensa alegría. Pero la escena de los prisioneros delante de él, atados y encadenados, hizo que brotaran lágrimas de los ojos del Profeta(sa) y de su fiel compañero, Abu Bakr. ‘Umar(ra), que más tarde sucedería a Abu Bakr(ra) como segundo Jalifa del Islam, no pudo entender lo que ocurría. ¿Por qué lloraban el Profeta(sa) y Abu Bakr(ra) después de la victoria? ‘Umar(ra) se hallaba tan perplejo que se atrevió a preguntar al Profeta(sa): “Profeta(sa) de Dios, ¿dime por qué lloras si Dios te ha dado una victoria tan grande? Si hemos de llorar, yo lloraré contigo, o por lo menos pondré el rostro compungido.” El Profeta(sa) señaló el miserable destino de los prisioneros mequíes: ese era el resultado de la desobediencia a Dios.
El Profeta(sa) Isaías había mencionado varias veces la justicia de este Profeta(sa), que había de salir victorioso de una batalla mortal. Y en esta ocasión se pudo observar una perfecta demostración de ello. De camino a Medina, el Profeta(sa) se detuvo durante una noche para descansar. Los fieles seguidores que le escoltaban veían que se volvía de un lado a otro sin poder conciliar el sueño. No tardaron en darse cuenta de que era debido a los gemidos de su tío, Abbas, que se hallaba acostado muy cerca de él, atado como prisionero de guerra. Aflojaron las cuerdas que le ataban, y Abbas cesó de gemir. El Profeta(sa), al no verse perturbado por los gemidos, se durmió. Poco tiempo después, se despertó y se preguntó por qué ya no oía los gemidos de Abbas. Pensó que quizá se hubiera desmayado. Pero los Compañeros que vigilaban a Abbas le dijeron que habían aflojado sus cuerdas, para que él (el Profeta(sa)) pudiera dormir. “No”, dijo el Profeta(sa), “No puede haber injusticia. Si Abbas es pariente mío, los demás prisioneros también son parientes de otros. O bien, aflojáis a todos las cuerdas, o apretáis las cuerdas de Abbas también.” Al oír esta amonestación, los Compañeros decidieron aflojar las cuerdas de todos los prisioneros, asumiendo ellos mismos la responsabilidad de su custodia. En cuanto a los prisioneros, se prometió la libertad a aquellos que eran cultos, si se encargaban de instruir a diez muchachos mequíes, consistiendo en esto su rescate. Los que no tenían a nadie que les pagara el rescate fueron liberados por propia petición, mientras los que podían pagar el rescate fueron liberados tras pagarlo. Al liberar a los prisioneros de esta forma, el Profeta(sa) acabó con la práctica cruel de convertir a los prisioneros de guerra en esclavos.