La persecución se hacía cada vez más intensa e insoportable. Muchos musulmanes ya habían abandonado La Meca. Los que quedaron tuvieron que sufrir más que nunca. Pero no se desviaron ni un ápice del camino que eligieron. Sus corazones se hallaban más fortalecidos que nunca y su fe era aún más firme. Su devoción al Único Dios iba en aumento, así como su odio a los ídolos nacionales de La Meca. El conflicto se agravaba cada vez más. Los mequíes convocaron otra reunión y decidieron imponer el ostracismo total a los musulmanes. Los mequíes no mantendrían ningún trato normal con ellos. No les comprarían ni les venderían nada. El Profeta(sa), junto con su familia y varios parientes que sin ser musulmanes aún le apoyaban, se vieron obligados a refugiarse en una vivienda muy aislada, propiedad de Abu Talib. Sin dinero ni recursos, la familia del Profeta(sa) sufrió bajo estas sanciones unas tribulaciones indescriptibles. Durante tres años no existió ningún alivio en estas medidas. Al final, cinco hombres honrados de entre los mequíes se rebelaron contra estas condiciones. Se dirigieron a la familia, ofrecieron abandonar el boicot generalizado y les permitieron salir. Abu Talib salió y reprochó a su pueblo. La rebelión de los cinco fue noticia en toda la ciudad y la racionalidad volvió a prevalecer. Los mequíes decidieron terminar con el feroz boicot. El boicot terminó, pero no sus consecuencias. Unos días después, murió Jadiyya, la fiel esposa del Profeta(sa), y un mes más tarde, murió su tío Abu Talib.
El Santo Profeta(sa) había perdido la amistad y el apoyo de Jadiyyara, y los musulmanes, en conjunto, habían perdido la ayuda de Abu Talib. Estas dos muertes dieron lugar a que la compasión pública se perdiera. Abu Lahab, otro tío del Profeta(sa), estaba dispuesto a apoyar al Profeta(sa). El dolor por el fallecimiento de su hermano y el respeto por su última voluntad estaban todavía vivos en su recuerdo. Pero los mequíes pronto lograron disuadirle, recurriendo a sus métodos habituales. El Profeta(sa), dijeron, enseñaba que no creer en la Unidad de Dios suponía un delito que sería castigado en la otra vida; su enseñanza por lo tanto contradecía todo cuanto habían aprendido de sus antecesores. Abu Lahab decidió, pues, intensificar su oposición al Profeta(sa). Las relaciones entre musulmanes y mequíes se habían vuelto difíciles, el ostracismo y los bloqueos impuestos durante tres años habían profundizado el abismo que les separaba. Parecía imposible reunirse y predicar. Pero al Profeta(sa) no le preocupaban los malos tratos ni la persecución, pues pensaba que tenían una importancia relativa mientras pudiera reunirse con la gente y hablar en libertad. Sin embargo, ahora parecía que ya no tendría esta oportunidad en La Meca pues, además de la hostilidad generalizada, el Profeta(sa) no podía salir a la calle, ni aparecer en ningún lugar público. Cuando lo intentaba, le arrojaban basura y le hacían regresar a casa. En una ocasión volvió a su hogar con la cabeza cubierta de basura, y su hija, mientras le limpiaba la cabeza, lloraba. El Profeta(sa) le dijo que no llorara, porque Dios estaba con él. Los malos tratos no perturbaban en absoluto al Profeta(sa), pues eran evidencia de un cierto interés en su Mensaje. Un día, por ejemplo, los mequíes decidieron no dirigirle la palabra, ni maltratarle. El Profeta(sa) regresó a casa decepcionado, hasta que la voz consoladora de Dios hizo que volviera de nuevo a su pueblo.