El Santo Profeta(sa), sin embargo, desaprobaba enérgicamente cualquier forma de formalismo en las cuestiones de culto, y condenaba la penitencia auto-impuesta como forma de culto. Enseñaba que el verdadero culto consiste en el empleo provechoso de las facultades con las que Dios ha dotado al hombre. Puesto que Dios dio al hombre ojos para que viera, extirparlos o mantenerlos cerrados no era una forma de adoración, sino una impertinencia. El uso apropiado del don de la vista no constituye un pecado. Es, al contrario, el abuso de esa facultad lo que constituye un pecado. Un hombre sería un ingrato si se privara voluntariamente de la facultad de oír, aunque constituiría un pecado emplear esa facultad con el propósito de escuchar calumnias y murmuraciones. La abstención de la comida (salvo en las ocasiones en las que el ayuno está prescrito o resulta deseable por otra razón) puede provocar el suicidio, y por lo tanto, constituye un pecado imperdonable. Pero también cabe destacar que dedicarse enteramente a los placeres de la mesa, o comer o beber cosas prohibidas o indeseables, también constituye un pecado. Ésta es una regla de oro, enseñada y predicada por el Santo Profeta(sa) del Islam, que nunca fue inculcada por ningún Profeta(sa) anterior.
El uso correcto de las facultades naturales da lugar a la adquisición de elevadas cualidades morales, mientras que la frustración o neutralización de dichas cualidades constituye una insensatez. Su uso indebido es perverso o pecaminoso, mientras su uso debido representa la verdadera virtud. Ésta es la esencia de las enseñanzas inculcadas por el Santo Profeta(sa) del Islam. Y ésta, a grandes rasgos, es la imagen de su propia vida y acciones. Hazrat A’ishara relata: “Cuando el Santo Profeta(sa) tenía que elegir entre dos alternativas, siempre elegía la más fácil de las dos, siempre que estuviera libre de sospecha de error o pecado. Si cierta acción estaba sujeta a la duda o sospecha, el Santo Profeta(sa), más que nadie, hacía todo lo posible por evitarla”. (Muslim, Kitab al-Fadail). Ésta es, sin duda, la línea de conducta más elevada y admirable que se ofrece al hombre. Muchos hombres se imponen voluntariamente el sufrimiento y la privación, no con el fin de ganar el agrado de Dios, porque el agrado de Dios no se alcanza mediante imposición de penas y privaciones innecesarias, sino con el propósito de engañar a la humanidad. Dichas personas poseen una escasa virtud interior, y desean ocultar sus faltas y adquirir méritos a los ojos del prójimo, asumiendo virtudes falsas. El objetivo del Santo Profeta(sa) del Islam, sin embargo, fue el de alcanzar la verdadera virtud y el agrado de Dios. Se encontraba, por lo tanto, exento por completo de engaños e ilusiones. Le era absolutamente indiferente que el mundo le considerara perverso o le apreciara por el bien que hacía. Lo único que le importaba era cómo se consideraba a sí mismo y cómo le juzgaría Dios. Si además del testimonio de su conciencia y de la aprobación de Dios ganaba también el verdadero testimonio de la humanidad, lo agradecía. Pero si los hombres le criticaban, lo sentía por ellos y no concedía ningún valor a su opinión.