La entrada del Profeta(sa) en La Meca fue imprevista. Las tribus de la vecindad de La Meca, sobre todo las del sur, permanecieron ignorantes del acontecimiento durante algún tiempo. Cuando les llegó la noticia, empezaron a reunir sus fuerzas en preparación para una batalla contra los musulmanes. Se trataba de dos tribus árabes, los Hawazin y los Zakif, excepcionalmente orgullosas de su tradición y valentía. Deliberaron conjuntamente y tras las correspondientes consultas, eligieron a Malik bin ‘Auf como su jefe. Después invitaron a las tribus vecinas a unirse a ellos. Entre las tribus invitadas se encontraban los Banu Sa’d. La nodriza del Profeta(sa), Halima, era de dicha tribu, y, de niño, el Profeta(sa) había vivido entre ellos. Los hombres de esta tribu se reunieron en gran número y salieron hacia La Meca, llevando consigo a sus familias y sus pertenencias. Cuando se les preguntó por qué llevaban todo consigo, contestaron que era para que los soldados recordaran que si daban la vuelta para huir, sus esposas y sus hijos serían tomados como prisioneros y sus bienes serían saqueados (tan fuerte era su determinación de luchar y destruir a los musulmanes). Esta fuerza descendió al valle de Autas; base adecuada para un combate, pues brindaba protección natural, comida y agua abundante, y facilidades para los movimientos de caballería.
Al conocer la noticia, el Profeta(sa) envió a ‘Abdul’lah bin Abi Hadradra para informarse sobre la situación. Éste informó que había divisado en aquel lugar una concentración militar que estaba determinada a matar o morir. Se trataba de una tribu famosa por la destreza de sus arqueros, y la base del terreno que habían elegido les brindaba grandes ventajas. El Profeta(sa) se reunió con Safwanra, un jefe próspero de La Meca, para negociar un préstamo de armas y armaduras. Safwanra contestó: “Parece que quieres presionarme, y crees que por temor a tu creciente poder, te entregaré todo cuanto deseas.”
El Profeta(sa) respondió: “No deseamos incautarte nada. Tan sólo queremos pedir prestadas estas cosas, y estamos dispuestos a dejar una fianza adecuada.”
Safwanra, sorprendido, consintió en prestarle el material. En total, suministró cien armaduras y un número adecuado de armas. El Profeta(sa) pidió prestadas tres mil lanzas a su primo, Naufal bin Harithra y unos treinta mil dirhams a ‘Abdul’lah bin Rabi’a (Mu’atta, Musnad y Halbiyya). Cuando el ejército musulmán partió en dirección a los Hawazin, los mequíes expresaron su deseo de unirse a ellos. No eran musulmanes, pero habían aceptado vivir bajo un régimen musulmán. En consecuencia, unos dos mil mequíes se unieron a los musulmanes. De camino, pasaron por delante de un famoso mausoleo árabe, Dhat Anwat. Aquí había un viejo azufaifo, al que los árabes consideraban sagrado. Cuando compraban armas, solían dirigirse primero a Dhat Anwat y colgaban las armas en el mausoleo para así recibir sus bendiciones sobre ellas. Cuando el ejército musulmán pasó delante de este mausoleo, algunos soldados dijeron: “Profeta(sa) de Dios, debería haber un Dhat Anwat también para nosotros.”
El Profeta(sa) rechazó la proposición, diciendo: “Habláis como los seguidores de Moisés. Cuando Moisés se dirigía a Canaán, sus seguidores vieron a un grupo de gente que adoraba a los ídolos y le dijeron: “¡Moisés! Haz para nosotros un dios como los dioses que tienen ellos.”