Este peligroso plan, sin embargo, fue frustrado milagrosamente por Dios. Sucedió de esta manera: Un tal Mu’aimra, miembro de la tribu de los Ghatafan, se sentía inclinado hacia el Islam. Había venido con los ejércitos paganos pero deseaba ayudar a los musulmanes. Por sí sólo no podía hacer mucho. Pero cuando supo que los judíos se habían aliado con los árabes, y que los musulmanes se enfrentaban a la destrucción y a la muerte segura, decidió hacer todo lo posible por salvarlos. Se dirigió a los Banu Quraiza y habló con sus jefes. Les preguntó qué esperaban que hicieran los musulmanes en caso de que los ejércitos árabes huyeran. ¿No deberían los judíos, en tanto que mantenían una alianza con los musulmanes, prepararse para recibir el castigo merecido por romper su alianza? Esta pregunta asustó a los jefes judíos que le preguntaron qué es lo que deberían hacer. Nu’aimra les recomendó que pidieran como rehenes a setenta paganos. Si los paganos eran honestos y deseaban un ataque combinado, no rechazarían tal petición. Dirían que estos setenta hombres protegerían los puntos estratégicos mientras que ellos atacaban a los musulmanes desde atrás. Tras mantener estas conversaciones con los judíos, Nu’aimra se dirigió a los jefes paganos. Les preguntó qué es lo que harían si los judíos rompían su alianza; si para conciliar a los musulmanes pedían setenta rehenes paganos y luego se los entregaban a los musulmanes. ¿No era importante poner a prueba la sinceridad de los judíos, pidiéndoles que participaran de inmediato en el ataque combinado? Este consejo impresionó a los jefes paganos, y lo aceptaron. Mandaron un mensaje a los judíos, pidiéndoles que atacaran la ciudad desde atrás, ahora que ellos (los confederados) estaban preparados para el ataque previsto. Los judíos respondieron que el día siguiente era sábado y por lo tanto, no podían luchar. Además, dijeron que ellos eran de Medina, mientras los confederados eran todos forasteros. Si los árabes huían de la batalla ¿qué harían los judíos? Los árabes, por lo tanto, debían entregar a setenta hombres como rehenes. Entonces los judíos estarían dispuestos a llevar a cabo su parte del ataque. De esta manera, quedaron sembradas las sospechas mutuas. Los árabes rechazaron la petición judía, pues decían que si eran sinceros en su pacto con los árabes, esta petición carecía de sentido. De esta manera la duda empezó a socavar su ánimo, y los ejércitos árabes fueron perdiendo la moral hasta tal extremo que, al caer la noche, tanto los oficiales como los soldados volvieron deprimidos a sus tiendas y se acostaron llenos de incertidumbre y vacilaciones. Bajo estas circunstancias se produjo un milagro, y los musulmanes recibieron la ayuda desde el cielo. Empezó a soplar un fuerte viento que derribó las tiendas, volcó las ollas y apagó algunos fuegos. Los paganos tenían por costumbre mantener el fuego vivo a lo largo de la noche, pues el fuego ardiente en el campamento era un buen augurio, mientras que un fuego apagado era un mal augurio. Cuando se apagaba un fuego delante de una tienda, sus ocupantes, al considerarlo una mala señal, se retiraban de la batalla durante un día, para después volver a la lucha. Los jefes paganos ya se encontraban asediados por las dudas. Algunos soldados empezaron a recoger sus cosas, otros pensaron que los musulmanes habían lanzado un ataque nocturno. El rumor se extendió y todos empezaron a replegar sus tiendas y a retirarse del campo de batalla. Se dice que Abu Sufyan(ra) estaba acostado en la suya, y cuando llegó a sus oídos la noticia de la retirada repentina de las divisiones paganas, se levantó de un salto y en su agitación, se montó sobre un camello que estaba atado. Espoleó al animal pero éste no se movió. Sus amigos le indicaron lo que sucedía, y liberaron al animal. Abu Sufyan(ra), en compañía de sus amigos, abandonó el campo de batalla.
Habían transcurrido apenas dos tercios de la noche cuando el campo de batalla quedó completamente desierto. Desapareció un ejército de veinte a veinticinco mil soldados y seguidores, dejando atrás un campo vacío. Al mismo tiempo, el Profeta(sa) recibía una revelación que le informaba de la huida de las fuerzas enemigas gracias a la intervención de Dios. Para confirmar lo ocurrido, el Profeta(sa) quiso mandar a uno de sus soldados a recorrer el campo de batalla. Hacía un frío intenso y no era extraño que los musulmanes, mal vestidos, se sintieran ateridos. Algunos oyeron el grito del Profeta(sa) en la noche. Quisieron responder, pero debido al frío no pudieron. Sólo Hudhaifara contestó en voz alta: “Sí, Profeta(sa) de Dios. ¿Qué desea que hagamos?”
El Profeta(sa) llamó de nuevo, y de nuevo nadie salvo Hudhaifara, fue capaz de contestar a causa del frío. El Profeta(sa) pidió a Hudhaifara que recorriera el campo de batalla, porque Dios le había informado de la huida del enemigo. Hudhaifara se acercó a la zanja y desde allí vio que, efectivamente, el enemigo había abandonado el campo de batalla; ya no había soldados ni hombres. Hudhaifara volvió al Profeta(sa), recitó la Kalima y dijo que el enemigo había huido. Al día siguiente, los musulmanes recogieron sus tiendas y se prepararon para volver a la ciudad. Se había acabado una dura prueba de veinte años.