23. La victoria se convierte en derrota
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
Capítulos
  1. 0. Prefacio
  2. 1. Arabia en la época del nacimiento del Profeta
  3. 2. El matrimonio del Santo Profeta con Jadiyya
  4. 3. El Profeta recibe su primera revelación
  5. 4. Los primeros conversos
  6. 5. La persecución de los fieles
  7. 6. El mensaje del Islam
  8. 7. La emigración a Abisinia
  9. 8. ‘Umar acepta el Islam
  10. 9. La persecución se intensifica
  11. 10. El viaje del profeta a Ta’if
  12. 11. El Islam se extiende a Medina
  13. 12. El primer juramento de ‘Aqaba
  14. 13. La Hégira
  15. 14. Suraqa persigue al Profeta
  16. 15. El Profeta llega a Medina
  17. 16. Abu Ayyub Ansari anfitrión del Profeta
  18. 17. La vida en Medina se vuelve insegura
  19. 18. El pacto entre diversas tribus de Medina
  20. 19. Los Mequíes se preparan para atacar Medina
  21. 20. La batalla de Badr
  22. 21. Se cumple una gran profecía
  23. 22. La batalla de Uhud
  24. 23. La victoria se convierte en derrota
  25. 24. Los rumores de la muerte del Profeta llegan a Medina
  26. 25. El enfrentamiento con los Banu Mustaliq
  27. 26. La batalla de la fosa
  28. 27. Una lucha muy desigual
  29. 28. La traición de los Banu Quraiza
  30. 29. Los confederados se dispersan
  31. 30. El castigo de los Banu Quraiza
  32. 31. El juicio de Sa’d inspirado en la Biblia
  33. 32. ¿Deseaba el Profeta continuar la guerra?
  34. 33. Enseñanzas del Judaísmo y Cristianismo sobre la guerra
  35. 34. La enseñanza del Corán respecto a la guerra y la paz
  36. 35. Los preceptos del Profeta respecto a la guerra
  37. 36. Ataques esporádicos de los incrédulos
  38. 37. El Profeta parte a la Meca con mil quinientos compañeros
  39. 38. El tratado de Hudaibiya
  40. 39. Las cartas del Profeta a varios reyes
  41. 40. Carta al rey de Persia
  42. 41. La carta al Negus
  43. 42. Carta al jefe del estado Egipcio
  44. 43. Carta al jefe del Bahrein
  45. 44. La caída de Jaibar
  46. 45. Se cumple la visión del Profeta
  47. 46. La batalla de Mauta
  48. 47. el profeta parte hacia la meca con diez mil fieles
  49. 48. La derrota de la Meca
  50. 49. El Profeta entra en la Meca
  51. 50. La Ka’ba, libre de ídolos
  52. 51. El Profeta perdona a sus enemigos
  53. 52. ‘Ikrima se hace musulmán
  54. 53. La batalla de Hunain
  55. 54. “el profeta de dios os llama”
  56. 55. Un enemigo jurado se convierte en seguidor devoto
  57. 56. El Profeta distribuye el botín
  58. 57. Las maquinaciones de Abu ‘Amir
  59. 58. La expedición de Tabuk
  60. 59. El último peregrinaje
  61. 60. El Profeta hace alusión a su fallecimiento
  62. 61. Los últimos días del Profeta
  63. 62. El Profeta fallece
  64. 63. La personalidad y el carácter del Profeta
  65. 64. La pureza del alma y la limpieza del Profeta
  66. 65. La vida sencilla del Santo Profeta
  67. 66. Su relación con Dios
  68. 67. Su desaprobación de la penitencia
  69. 68. Su actitud hacia sus esposas
  70. 69. Elevadas cualidades morales
  71. 70. Su templanza
  72. 71. Justicia y equidad
  73. 72. Su consideración por los pobres
  74. 73. La protección de los intereses de los pobres
  75. 74. El trato a los esclavos
  76. 75. El trato a las mujeres
  77. 76. Su actitud hacia los difuntos
  78. 77. El trato a los vecinos
  79. 78. El trato a los parientes
  80. 79. La buena compañía
  81. 80. La protección de la fe
  82. 81. El perdón de las faltas ajenas
  83. 82. Paciencia ante la adversidad
  84. 83. La cooperación mutua
  85. 84. La sinceridad
  86. 85. La curiosidad inapropiada
  87. 86. La integridad y la honradez en las transacciones
  88. 87. El pesimismo
  89. 88. La crueldad con los animales
  90. 89. Tolerancia en cuestiones de religión
  91. 90. Valentía
  92. 91. Consideración con los incultos
  93. 92. El cumplimiento de los pactos
  94. 93. El respeto a los servidores de la humanidad
  95. 94. La vida del Profeta es un libro abierto
  96. 95. Notas
  97. 96. Sobre el autor
  98. 97. Índice de Temas
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Tras esta alegación, abandonaron el paso y se lanzaron a la lucha. El ejército mequí contaba con Jalid bin Walid, que posteriormente se convertiría en un gran general musulmán. Su vista penetrante divisó el paso sin protección. Solamente se hallaban unos pocos hombres custodiándolo. Jalid llamó a otro general mequí, ‘Amr bin al-‘As, diciéndole que echara un vistazo hacia la parte posterior del paso. Al hacerlo, ‘Amr pensó que era una oportunidad única. Ambos generales detuvieron a sus hombres y subieron a la colina. Mataron a los pocos musulmanes que todavía guardaban el paso y desde el promontorio lanzaron un contraataque contra los musulmanes. Al oír los gritos de la lucha, el derrotado ejército mequí se reunió de nuevo y volvió al campo de batalla.

El contraataque a los musulmanes fue repentino. En su persecución al ejército mequí, éstos se habían dispersado por todo el campo. No se pudo organizar a tiempo la defensa musulmana ante este nuevo ataque. Sólo se veían soldados musulmanes luchando individualmente contra el enemigo. Muchos cayeron. Otros se retiraron. Algunos formaron un cerco alrededor del Profeta(sa). No habría más de veinte. El ejército mequí atacó el cerco. Uno por uno, los musulmanes fueron cayendo ante las flechas de los soldados mequíes. Desde la colina, los arqueros lanzaban lluvias de flechas. En aquel momento, Talha, uno de los quraishíes y muhayirim (musulmanes mequíes que se habían refugiado en Medina) vio que todas las flechas iban dirigidas contra el rostro del Profeta(sa). Levantó la mano para protegerle. Cada una de las flechas iba atravesando la mano de Talha, pero aún así no la dejó caer. Al final, su brazo quedó mutilado. Talha perdió la mano y pasó el resto de su vida con un muñón. En la época del Cuarto Jalifa del Islam, cuando empezaron a surgir disensiones internas, un enemigo se burló de Talha, llamándole “Talha el manco”. Un amigo de Talha respondió: “Sí, es manco. Pero ¿sabes dónde perdió la mano? En la Batalla de Uhud, donde alzó su mano para proteger el rostro del Profeta(sa) de las flechas del enemigo.” Mucho tiempo después de la Batalla de Uhud, los amigos de Talha le preguntaron: “¿No te dolía la mano al recibir el impacto de las flechas? ¿No gemías de dolor?” Talha respondió: “Me dolía, y estuve a punto de gritar, pero resistí porque sabía que al más mínimo temblor de mi mano, dejaría expuesto el rostro del Profeta(sa) a las flechas del enemigo.”

Los pocos hombres que quedaban con el Profeta(sa) no podían resistir al ejército con el que estaban enfrentados. Una parte de las fuerzas enemigas avanzó y les apartó. Entonces el Profeta(sa) se quedó completamente solo, y de súbito, una piedra le golpeó la frente, hiriéndole profundamente. Otro golpe hundió los anillos de su casco en sus mejillas. En medio de la lluvia de flechas, el Profeta(sa), herido, rezaba: “Dios mío, perdona a mi pueblo, porque no saben lo que hacen” (Muslim). El Profeta(sa) cayó encima de los cadáveres de los hombres que habían muerto defendiéndolo. Otros musulmanes avanzaron para defender al Profeta(sa) de más ataques, pero también murieron. El Profeta(sa) yacía inconsciente entre los cadáveres. Al observarlo, los enemigos lo tomaron por muerto. Seguros de su victoria, se retiraron y volvieron a formar filas.

Entre los musulmanes que habían defendido al Profeta(sa) y que habían sido apartados por la avalancha de la fuerza enemiga, se encontraba ‘Umar(ra). El campo de batalla se había quedado desierto. ‘Umar(ra), viendo la escena, se convenció de que el Profeta(sa) había muerto. ‘Umar(ra) era un hombre valiente. Lo demostró en muchas ocasiones, sobre todo, al luchar simultáneamente contra los grandes imperios de Roma y Persia. Nunca había retrocedido ante ninguna dificultad. Este mismo ‘Umar(ra) se sentó sobre una roca, profundamente afligido, y rompió a llorar como un niño. Mientras tanto, se le acercó otro musulmán, Anas bin Nadr, que creía que los musulmanes habían vencido al enemigo. Había divisado la derrota de los enemigos, pero como no había comido nada desde la noche anterior, se había retirado del campo de batalla con unos dátiles en la mano. Quedó perplejo al ver a ‘Umar(ra) llorar, y le preguntó: “¡’Umar(ra)! ¿Qué te ocurre? En lugar de regocijarte por la espléndida victoria de los musulmanes, estás llorando”.

‘Umar(ra) respondió: “Anas, no sabes lo que ha ocurrido. Sólo has visto la primera parte de la batalla. No sabes que los enemigos se apoderaron de un punto estratégico en la colina, y nos atacaron con virulencia; los musulmanes se habían dispersado, pensando que la victoria era suya. No hubo ninguna resistencia a este ataque enemigo. Sólo el Profeta(sa), junto con unos pocos guardias, se enfrentaron al enemigo, y todos cayeron luchando.”

“Si es cierto lo que dices “, dijo Anas, “¿de qué sirve estar sentados aquí llorando? Allí donde ha ido nuestro querido Maestro, debemos ir nosotros también.” Anas tenía en la mano el último dátil. Estaba a punto de comerlo, pero lo arrojó, diciendo: “¡Dátil! ¿Aparte de ti, hay algo que se interponga entre Anas y el Paraíso?”

Con estas palabras, desenvainó su espada y se lanzó sobre las fuerzas enemigas, uno contra casi tres mil. No pudo hacer gran cosa, pero un alma creyente es superior a muchas otras. Luchó valientemente, hasta que cayó finalmente herido, sin cesar de luchar. La horda enemiga se lanzó bárbaramente contra él, hasta el punto de que, según se dice, al terminar la batalla e identificar a los cadáveres, no se lograba identificar el cuerpo de Anas. Lo habían cortado en setenta pedazos. Al final, una hermana de Anas lo identificó por un dedo mutilado, diciendo: “Éste es el cuerpo de mi hermano” (Bujari).

Al ver retirarse al enemigo, aquellos musulmanes que habían formado un cerco alrededor del Profeta(sa) pero que fueron apartados, volvieron hacia él. Levantaron su cuerpo de entre los cadáveres. Abu ‘Ubaida bin al-Yarrah sujetó entre sus dientes los anillos clavados en las mejillas del Profeta(sa), y los extrajo, perdiendo dos dientes en el intento.

Al poco tiempo, el Profeta(sa) volvió en sí. Los soldados que le rodeaban enviaron mensajeros para decir a los musulmanes que se reunieran de nuevo. La fuerza dispersa comenzó a congregarse. Escoltaron al Profeta(sa) al pie de la colina. Abu Sufyan, comandante del ejército mequí, al ver estos grupos de musulmanes, exclamó: “¡Hemos matado a Muhammad(sa)!”. El Profeta(sa) oyó la ostentosa proclamación, pero prohibió a los musulmanes contestar, para evitar que el enemigo supiera la verdad y atacara de nuevo; y para que los musulmanes, heridos y exhaustos, no tuvieran que luchar de nuevo contra este feroz ejército. Al no recibir respuesta de los musulmanes, Abu Sufyan se convenció de que el Profeta(sa) estaba muerto. Exclamó de nuevo: “También hemos matado a Abu Bakr(ra)”. El Profeta(sa) prohibió contestar a Abu Bakr(ra). Abu Sufyan exclamó por tercera vez: “También hemos matado a ‘Umar(ra)”. El Profeta(sa) también prohibió a ‘Umar(ra) que respondiera. Abu Sufyan entonces gritó que había matado a los tres. ‘Umar(ra), no pudiendo contenerse por más tiempo, exclamó: “Estamos vivos y con la gracia de Dios, dispuestos a luchar contra vosotros y partir vuestras cabezas.” Abu Sufyan proclamó el canto nacional: “¡Gloria a Hubal! ¡Hubal ha acabado con el Islam!” (Hubal era el ídolo nacional de los mequíes). El Profeta(sa) no pudo tolerar este insulto al Único Dios, Al’lah, por Quien él y todos los musulmanes estaban dispuestos a sacrificar sus vidas. Se había negado a desmentir la declaración de su propia muerte. También se había negado a desmentir, por razones de estrategia, la proclamación de la muerte de Abu Bakr(ra) y de ‘Umar(ra). Sólo contaba con unos pocos soldados de su ejército. Las fuerzas enemigas eran grandes y fuertes. Pero ahora el enemigo había insultado a Al’lah. El Profeta(sa) no podía tolerar tal insulto. Miró con enojo a los musulmanes y preguntó: “¿Por qué mantenéis silencio, y no contestáis a este insulto a Al’lah, el Único Dios?”.

Los musulmanes le preguntaron: “¿Qué debemos decir, Oh Profeta(sa)?”.

“Decid: ‘Sólo Al’lah es Grande y Poderoso. Sólo Al’lah es Grande y Poderoso. Sólo Al’lah es Grande y Poderoso. Sólo Él es Altísimo y Honorable. Sólo Él es Altísimo y Honorable. Sólo Él es Altísimo y Honorable.”

Los musulmanes gritaron al unísono. Este grito dejó estupefactos a los enemigos. Se decepcionaron profundamente al saber que el Profeta(sa) no había muerto a pesar de todo. Ante ellos estaba el pequeño grupo de musulmanes, heridos y agotados. Sería fácil acabar con ellos. Pero no se atrevieron a atacar de nuevo. Contentos con su victoria, regresaron triunfantes.

En la Batalla de Uhud, la victoria musulmana se convirtió en derrota. Sin embargo, la batalla proporciona evidencia de la verdad del Profeta(sa). En ella, se cumplieron las profecías que el Profeta(sa) había anunciado antes de iniciarse la batalla. Los musulmanes salieron victoriosos al principio. El amado tío del Profeta(sa), Hamza, murió luchando. El comandante del ejército mequí murió en la primera fase de la batalla. El Profeta(sa) fue herido, y muchos musulmanes murieron. Todo esto sucedió tal como había sido anunciado en la visión del Profeta(sa).

Además del cumplimiento de los incidentes anunciados antes de la batalla, también quedó patente la sinceridad y devoción de los musulmanes. En la historia no existe paralelo de una conducta tan ejemplar. Ya se han narrado algunos incidentes que lo demuestran. Sin embargo, merece la pena mencionar otro, que demuestra la certeza de la convicción y la devoción mostrada por los Compañeros del Profeta(sa). Cuando el Profeta(sa) se retiró al pie de la colina con el grupo de musulmanes, envió a algunos de sus Compañeros en búsqueda de los heridos que yacían en el campo de batalla. Tras una larga búsqueda, un Compañero encontró a un musulmán medinita herido. Estaba moribundo. El Compañero se inclinó sobre él, diciendo: “que la paz sea contigo”. El musulmán herido levantó una mano temblorosa y tomando la mano del compañero, dijo: “Estaba esperando que viniera alguien”.

“Estás mortalmente herido”, le dijo el Compañero. “¿Tienes algún mensaje para tu familia?”.

“Sí, sí”, contestó el musulmán, “Que la paz sea con ellos. Diles que cuando muera aquí, les confiaré algo valioso que tendrán que cuidar. Es el Profeta(sa) del Islam. Espero que defiendan su persona con su vida y que recuerden que éste es mi último deseo” (Mu’atta y Zurqani).

Las personas moribundas tienen mucho que decir a sus familias, pero estos musulmanes, incluso en sus últimos instantes, no pensaban en sus parientes, hijos o esposas, ni tampoco en sus bienes, sino sólo en el Profeta(sa). Se enfrentaban a la muerte con la seguridad de que el Profeta(sa) era el salvador del mundo. Sus hijos, si sobrevivían, conseguirían poco. Si morían protegiendo al Profeta(sa), habrían prestado servicio tanto a Dios como a la humanidad. Estaban convencidos que al sacrificar a sus familias servían a la humanidad y a Dios. Al invitar a la muerte, aseguraban la vida eterna para la humanidad en general.

El Profeta(sa) hizo agrupar a los heridos y a los muertos. Los heridos fueron auxiliados y los muertos, enterrados. Entonces el Profeta(sa) se dio cuenta de que el enemigo había tratado a los musulmanes de la forma más salvaje. Habían mutilado los cadáveres, cortando sus narices, orejas, etc… Uno de los cuerpos mutilados era el de Hamza, el tío del Profeta(sa). Conmovido, el Profeta(sa) dijo: “Las acciones de los infieles justifican ahora el trato que hasta ahora habíamos pensado que era injustificable.” Nada mas expresarlo, Dios le ordenó que dejara solos a los infieles, y que siguiera mostrando compasión hacia ellos.

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