Después de su huida de Badr, el ejército mequí anunció que volvería a atacar a Medina para vengarse de su derrota a manos de los musulmanes; y efectivamente, sólo un año después, volvieron a atacar Medina con toda su fuerza. Se sentían tan humillados y afligidos por la derrota previa, que los jefes mequíes habían prohibido a los supervivientes llorar la pérdida de sus muertos en la batalla. También declararon que las ganancias obtenidas de las caravanas comerciales se constituirían en fondo de guerra. Tras intensos preparativos, un ejército de tres mil hombres, bajo el mando de Abu Sufyan, lanzó el ataque sobre Medina. El Profeta(sa) celebró consejo y preguntó a sus seguidores si debían enfrentarse al enemigo dentro de Medina o fuera de la ciudad. Él personalmente se inclinaba por la primera opción. Prefería que los musulmanes permanecieran en Medina, permitiendo que el enemigo les atacara en sus propias casas. De esta forma, pensó, la responsabilidad del ataque y la agresión recaería sobre el enemigo. Pero en el consejo se hallaban muchos musulmanes que no habían tenido la oportunidad de participar en la batalla de Badr y que ahora estaban ansiosos de luchar por la causa de Dios. Insistían en que la batalla debería ser a campo abierto, para tener la posibilidad de morir luchando. El Profeta(sa) aceptó el consenso general (Tabaqat).
Mientras se debatían las opciones, el Profeta(sa) narró una visión propia. Dijo: “He tenido una visión. Vi una vaca y también mi espada con la punta rota. Vi cómo la vaca era sacrificada, y que yo había introducido la mano en la armadura. También me vi montado sobre un carnero.” Los Compañeros pidieron al Profeta(sa) su interpretación de la visión.
“La matanza de la vaca”, dijo el Profeta(sa), “indica que algunos de mis Compañeros caerán en la batalla. La punta rota de mi espada indica que un pariente mío, alguien importante, morirá, o tal vez yo mismo sufriré dolor o alguna herida. El que ponga mi mano en la armadura parece indicar que sería mejor que nos quedáramos en Medina. El hecho de que me haya visto montado en un carnero significa que dominaremos al comandante de los incrédulos, y que morirá a nuestras manos.” (Bujari, Hisham y Tabaqat).
Esta visión y su interpretación dejaron claro que sería mejor que los musulmanes permanecieran en Medina. Sin embargo, el Profeta(sa) no insistió, porque la interpretación de la visión era suya, y no formaba parte del conocimiento revelado. Aceptó el consejo de la mayoría y decidió salir de Medina al encuentro del enemigo. Al salir, la sección más devota de sus seguidores se dio cuenta de su error, y acercándose al Profeta(sa), le dijeron: “Profeta(sa) de Dios, nos parece mejor tu consejo. Debemos quedarnos en Medina y enfrentarnos con el enemigo en nuestras propias calles.”
“Ahora no”, dijo el Profeta(sa), “Ahora el Profeta(sa) de Dios se ha puesto la armadura. Pase lo que pase, avanzaremos. Si sois firmes y si perseveráis, Dios os ayudará” (Bujari y Tabaqat). Con estas palabras, avanzó con un ejército de mil hombres. Acamparon durante la noche a poca distancia de Medina. Era la costumbre del Profeta(sa) permitir a sus soldados descansar un rato antes de enfrentarse al enemigo. A la hora de las oraciones matinales, los visitó a todos. Vio que algunos judíos se habían unido a los musulmanes. Declaraban tener tratados de alianza con las tribus mediníes, pero como el Profeta(sa) ya había tenido experiencia de las intrigas judías anteriores, hizo despedir a los judíos. En cuanto lo hizo, Abdul’lah bin Ubayy ibn Salul, el jefe de los hipócritas, se retiró con sus trescientos hombres, alegando que ahora el ejército musulmán ya no podría resistir al enemigo, y que participar en la batalla significaría una muerte segura. Dijo que el Profeta(sa) había cometido un error al despedir a sus propios aliados. El resultado de esta deserción de última hora fue que sólo quedaron setecientos musulmanes bajo el mando del Profeta(sa). Los setecientos hombres tenían que enfrentarse con un ejército cuatro veces mayor y mucho mejor equipado. El ejército mequí disponía de una caballería de doscientos caballos, mientras que los musulmanes sólo poseían dos caballos. Los mequíes disponían de setecientos soldados con armadura, y los musulmanes solo cien soldados.
El Profeta(sa) llegó a Uhud. En un angosto paso de montaña situó a una guardia de cincuenta hombres cuya misión era rechazar todo ataque por parte del enemigo, así como cualquier intento de apoderarse del paso. El Profeta(sa) les explicó claramente su deber. Deberían permanecer en sus posiciones y no desplazarse hasta recibir la orden, sea cual fuere la suerte de los demás musulmanes. Con los seiscientos cincuenta restantes, el Profeta(sa) salió a luchar contra un ejército cinco veces mayor. Pero con la ayuda de Dios, en breve plazo, los seiscientos cincuenta musulmanes consiguieron poner en retirada a los tres mil hábiles soldados mequíes. Los musulmanes les persiguieron. El paso custodiado por los cincuenta musulmanes quedaba en la parte posterior. El centinela dijo a su comandante: “El enemigo está vencido. Ya es hora de que participemos en la batalla, para ganar nuestro trofeo en la otra vida.” El comandante detuvo a los centinelas, recordándoles las órdenes del Profeta(sa). Pero los hombres dijeron que la orden del Profeta(sa) debía tomarse como una instrucción general, y no al pie de la letra. No tenía sentido seguir defendiendo el paso mientras el enemigo huía en dirección opuesta.