El Profeta(sa) también envió una carta a Mundhir Taimi, Jefe de Bahrein. La carta fue llevada por Ala ibn Hadrami(ra). Aunque el texto de la carta no se ha conservado, se sabe que el jefe del Bahrein, al recibirla, creyó y escribió al Profeta(sa) diciendo que, junto con muchos amigos y seguidores, había decidido unirse al Islam. Otros, sin embargo, habían decidido mantenerse al margen. Añadió que vivían bajo su mando varios judíos y magos. ¿Qué debía hacer respecto a ellos?
El Profeta(sa) escribió de nuevo al Jefe:
“Me alegra saber de tu aceptación del Islam. Tu deber reside en obedecer a los delegados y enviados que yo te envíe. El mensajero que te llevó mi carta me ha hablado bien de ti y me ha asegurado de la sinceridad de tu creencia. He rezado a Dios por tu pueblo. Intenta, pues, enseñarles las costumbres y prácticas del Islam. Protege su propiedad. No permitas que nadie tenga más de cuatro esposas. Los pecados del pasado quedan perdonados. Siempre que seas bueno y virtuoso, seguirás reinando sobre tu pueblo. Con respecto a los judíos y los magos, sólo tienen que pagar un impuesto. No exijas, pues, más de ellos. En cuanto a la población general, quienes carecen de tierras suficientes para mantenerse, deben recibir cuatro dírhams por persona, y algo de ropa para ponerse.” (Zurqani y Jamis).
El Profeta(sa) escribió también al Rey de Omán, al Jefe de Yamama, al Rey de Ghassan, al Jefe de los Bani Nahd (una tribu del Yemen), al Jefe de Hamdan (otra tribu yemení), al Jefe de Bani ’Alim y al Jefe de los Hadrami. La mayoría de ellos se hicieron musulmanes.
Estas cartas revelan el grado de perfección al que había llegado la fe del Profeta(sa) en Dios. Igualmente demuestran que, desde el principio, el Profeta(sa) creía haber sido enviado por Dios, no para un pueblo o un territorio concreto, sino para todos los pueblos del mundo. Las cartas fueron recibidas por sus destinatarios de diversas formas. Algunos aceptaron inmediatamente el Islam, mientras que otros trataron las cartas con respeto, pero no lo aceptaron. Otros, las trataron con la cortesía normal, y otros con orgullo y desprecio. Pero también es cierto –y la historia lo demuestra –que la suerte de los receptores de estas cartas o sus respectivos pueblos, estuvo ligada a su forma de tratar estas cartas.