32. ¿Deseaba el Profeta continuar la guerra?
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
Capítulos
  1. 0. Prefacio
  2. 1. Arabia en la época del nacimiento del Profeta
  3. 2. El matrimonio del Santo Profeta con Jadiyya
  4. 3. El Profeta recibe su primera revelación
  5. 4. Los primeros conversos
  6. 5. La persecución de los fieles
  7. 6. El mensaje del Islam
  8. 7. La emigración a Abisinia
  9. 8. ‘Umar acepta el Islam
  10. 9. La persecución se intensifica
  11. 10. El viaje del profeta a Ta’if
  12. 11. El Islam se extiende a Medina
  13. 12. El primer juramento de ‘Aqaba
  14. 13. La Hégira
  15. 14. Suraqa persigue al Profeta
  16. 15. El Profeta llega a Medina
  17. 16. Abu Ayyub Ansari anfitrión del Profeta
  18. 17. La vida en Medina se vuelve insegura
  19. 18. El pacto entre diversas tribus de Medina
  20. 19. Los Mequíes se preparan para atacar Medina
  21. 20. La batalla de Badr
  22. 21. Se cumple una gran profecía
  23. 22. La batalla de Uhud
  24. 23. La victoria se convierte en derrota
  25. 24. Los rumores de la muerte del Profeta llegan a Medina
  26. 25. El enfrentamiento con los Banu Mustaliq
  27. 26. La batalla de la fosa
  28. 27. Una lucha muy desigual
  29. 28. La traición de los Banu Quraiza
  30. 29. Los confederados se dispersan
  31. 30. El castigo de los Banu Quraiza
  32. 31. El juicio de Sa’d inspirado en la Biblia
  33. 32. ¿Deseaba el Profeta continuar la guerra?
  34. 33. Enseñanzas del Judaísmo y Cristianismo sobre la guerra
  35. 34. La enseñanza del Corán respecto a la guerra y la paz
  36. 35. Los preceptos del Profeta respecto a la guerra
  37. 36. Ataques esporádicos de los incrédulos
  38. 37. El Profeta parte a la Meca con mil quinientos compañeros
  39. 38. El tratado de Hudaibiya
  40. 39. Las cartas del Profeta a varios reyes
  41. 40. Carta al rey de Persia
  42. 41. La carta al Negus
  43. 42. Carta al jefe del estado Egipcio
  44. 43. Carta al jefe del Bahrein
  45. 44. La caída de Jaibar
  46. 45. Se cumple la visión del Profeta
  47. 46. La batalla de Mauta
  48. 47. el profeta parte hacia la meca con diez mil fieles
  49. 48. La derrota de la Meca
  50. 49. El Profeta entra en la Meca
  51. 50. La Ka’ba, libre de ídolos
  52. 51. El Profeta perdona a sus enemigos
  53. 52. ‘Ikrima se hace musulmán
  54. 53. La batalla de Hunain
  55. 54. “el profeta de dios os llama”
  56. 55. Un enemigo jurado se convierte en seguidor devoto
  57. 56. El Profeta distribuye el botín
  58. 57. Las maquinaciones de Abu ‘Amir
  59. 58. La expedición de Tabuk
  60. 59. El último peregrinaje
  61. 60. El Profeta hace alusión a su fallecimiento
  62. 61. Los últimos días del Profeta
  63. 62. El Profeta fallece
  64. 63. La personalidad y el carácter del Profeta
  65. 64. La pureza del alma y la limpieza del Profeta
  66. 65. La vida sencilla del Santo Profeta
  67. 66. Su relación con Dios
  68. 67. Su desaprobación de la penitencia
  69. 68. Su actitud hacia sus esposas
  70. 69. Elevadas cualidades morales
  71. 70. Su templanza
  72. 71. Justicia y equidad
  73. 72. Su consideración por los pobres
  74. 73. La protección de los intereses de los pobres
  75. 74. El trato a los esclavos
  76. 75. El trato a las mujeres
  77. 76. Su actitud hacia los difuntos
  78. 77. El trato a los vecinos
  79. 78. El trato a los parientes
  80. 79. La buena compañía
  81. 80. La protección de la fe
  82. 81. El perdón de las faltas ajenas
  83. 82. Paciencia ante la adversidad
  84. 83. La cooperación mutua
  85. 84. La sinceridad
  86. 85. La curiosidad inapropiada
  87. 86. La integridad y la honradez en las transacciones
  88. 87. El pesimismo
  89. 88. La crueldad con los animales
  90. 89. Tolerancia en cuestiones de religión
  91. 90. Valentía
  92. 91. Consideración con los incultos
  93. 92. El cumplimiento de los pactos
  94. 93. El respeto a los servidores de la humanidad
  95. 94. La vida del Profeta es un libro abierto
  96. 95. Notas
  97. 96. Sobre el autor
  98. 97. Índice de Temas
Contenidos relacionados por temas

En los conflictos bélicos que hasta aquel momento se habían llevado a cabo, los musulmanes o bien se habían quedado en Medina, o bien se habían alejado a cierta distancia de la ciudad para luchar contra la agresión de los incrédulos. Los musulmanes no iniciaron estos enfrentamientos, ni se mostraron dispuestos a continuarlos una vez iniciados. Por regla general, sólo hay dos formas de acabar con las hostilidades: mediante una paz negociada o mediante la sumisión de una parte a la otra. Hasta ese momento, en los encuentros entre musulmanes e incrédulos no había perspectiva de una paz negociada, ni tampoco ninguna de las partes se había ofrecido someterse a la otra. Es cierto que se habían producido treguas, pero no se podía decir que la guerra entre musulmanes e incrédulos había terminado. Según la costumbre habitual, los musulmanes podrían haber atacado a las tribus enemigas, obligándoles a rendirse. Pero no lo hicieron. Cuando los enemigos dejaban de luchar, también cesaban de luchar los musulmanes. Abandonaban la lucha esperando que se iniciaran unas negociaciones para la paz. Pero cuando fue evidente que los incrédulos no tenían intención de hablar de la paz, ni mostraban disposición alguna a rendirse, el Profeta(sa) decidió que había llegado el momento de acabar la guerra, bien mediante un acuerdo de paz o mediante la rendición. Para que hubiera paz, era preciso terminar la guerra. Después de la Batalla de la Fosa, por lo tanto, el Profeta(sa) se mostró dispuesto a conseguir una de las dos cosas: la paz o la rendición. La rendición de los musulmanes ante los incrédulos quedaba fuera de consideración, y la victoria del Islam sobre sus perseguidores había sido prometida por Dios. El Profeta(sa) había hecho declaraciones a tal efecto durante su estancia en La Meca. ¿Podían abogar por la paz, por tanto, los musulmanes? Un movimiento por la paz puede ser iniciado bien por la parte más fuerte o bien por la más débil. Cuando el más débil propone la paz, ha de ceder, de forma provisional o permanente, una parte de su territorio o de los ingresos derivados de tal territorio, o ha de aceptar otras condiciones impuestas por el enemigo. Cuando es el más fuerte quien propone la paz, se entiende que no contempla la destrucción total del más débil, sino que está dispuesto a dejarle conservar su independencia total o parcial a cambio de ciertas condiciones. En las batallas hasta ahora libradas entre musulmanes e incrédulos, éstos últimos sufrieron una derrota tras otra, y aun así, su poder no se había quebrantado. Sólo habían fracasado en sus intentos de destruir a los musulmanes. El fracaso en no poder destruir a otro, no implica una derrota, sino simplemente supone que la agresión no ha tenido éxito, y que los ataques se pueden repetir. A los mequíes, por lo tanto, no se les había derrotado. Desde el punto de vista militar, los musulmanes constituían, sin duda alguna, la parte más débil. Aunque mantenían sus defensas, eran una pequeña minoría, capaz de resistir la agresión mequí, pero incapaz de tomar la iniciativa. Los musulmanes no habían establecido todavía su independencia. Una propuesta de paz por su parte reflejaría la fractura de su defensa, y su voluntad de aceptar las condiciones impuestas por los incrédulos. Su oferta de paz hubiera sido desastrosa para el Islam; hubiera supuesto su propia destrucción, y un nuevo vigor para un enemigo desmoralizado por derrotas repetidas. El creciente pesimismo de los incrédulos habría cedido ante una nueva esperanza, una nueva ambición. Éstos habrían pensado que los musulmanes, a pesar de haber salvado Medina, se sentían pesimistas respecto a una victoria final contra los incrédulos. Una propuesta de paz, por tanto, no podía provenir de los musulmanes, sino de los mequíes o de una tercera parte (si hubiera existido). En el conflicto que había surgido, Medina se enfrentaba a toda Arabia. Eran los incrédulos, por lo tanto, quienes podían haber propuesto la paz, pero no existía ninguna intención semejante por su parte. Por lo tanto, había claras posibilidades de que la guerra entre musulmanes y árabes no cesara. No existía ningún acuerdo de paz, los musulmanes no podían proponerlo, y los árabes no lo harían. El conflicto civil en Arabia parecía no tener fin, al menos durante otro siglo.

Los musulmanes tan solo contaban con una opción para acabar con el conflicto. No estaban dispuestos a ceder su conciencia a las imposiciones árabes, es decir, a renunciar a su derecho de profesar, practicar y predicar lo que querían; y no existía un movimiento por la paz entre los incrédulos. Los musulmanes habían podido rechazar las repetidas agresiones. A ellos les correspondía, pues, obligar a los árabes a rendirse o a aceptar la paz.

¿Era la guerra lo que buscaba el Profeta(sa)? No. Él no quería provocar una guerra, sino conseguir la paz. Si hubiera permanecido inmóvil, Arabia habría permanecido sumida en una guerra civil. Las medidas que tomó fueron una vía para conseguir la paz. La historia ha visto largas guerras. Algunas han durado cien años, y otras treinta o más. Las guerras largas siempre han sido fruto de una falta de acción decisiva por parte de ambos bandos. Como ya hemos sugerido, la acción decisiva se ha de plasmar bien mediante la rendición total, o bien mediante una paz negociada.

¿Acaso el Profeta(sa) podría haber adoptado una actitud pasiva? ¿Podría haberse retirado, junto con su pequeño ejército de musulmanes, detrás de las murallas de Medina, dejando que las cosas se resolvieran solas? Era claramente imposible. Los incrédulos eran quienes habían iniciado la provocación. La pasividad no hubiera supuesto el fin de la guerra, sino más bien su continuación. Habría permitido a los incrédulos atacar Medina a su libre voluntad, y retirarse también a su libre voluntad. Una tregua no implicaba el fin de la guerra, sino simplemente una jugada estratégica.

Share via