En el octavo año después de la Hégira y más concretamente en febrero del año 629, el Profeta(sa) debía viajar a La Meca para realizar el circuito de peregrinación de la Ka’ba, según lo acordado con los jefes mequíes. Cuando llegó la hora de salir, el Profeta(sa) reunió a dos mil fieles y partió en dirección a La Meca. Al llegar a Marr al-Zahran, un lugar de descanso cerca de La Meca, mandó a sus fieles deponer las armas. De acuerdo con los términos del acuerdo firmado en Hudaibiya, el Profeta(sa) y sus fieles entraron en el recinto sagrado tan sólo con las espadas envainadas. La vuelta a La Meca, tras siete años de exilio no constituía un acontecimiento cotidiano para las dos mil personas que ahora entraban. Recordaban las torturas a las que habían sido sometidos durante su vida en esa ciudad, pero al mismo tiempo, veían cuánta gracia Dios les había mostrado al permitirles volver y hacer en paz el circuito de peregrinación a la Ka’ba. Su ira era sólo igual a su alegría. Los habitantes de La Meca habían salido de sus casas y habían tomado posiciones en lo alto de las colinas para ver a los musulmanes. Los musulmanes se sentían llenos de fervor, entusiasmo y orgullo. Deseaban decir a los mequíes que se habían hecho ciertas las promesas de Dios. Abdul’lah bin Rawahara empezó a cantar cánticos de guerra, pero el Profeta(sa) le hizo callar diciendo: “No cantes himnos de guerra. Di simplemente: No hay otro digno de adoración salvo el Dios Único. Dios es Quien ayudó al Profeta(sa) y elevó a los creyentes desde la degradación hasta la dignidad y expulsó a los enemigos”. (Halbiyya, Vol. 3, pág. 73).
Tras hacer el circuito de la Ka’ba y tras correr entre los montes de Safa y Marwa, el Profeta(sa) y sus Compañeros pasaron tres días en La Meca. Abbas tenía una cuñada viuda, de nombre Maimuna, y propuso que el Profeta(sa) se casara con ella. El Profeta(sa) consintió. Al cuarto día, los mequíes exigieron que los musulmanes se retiraran. El Profeta(sa) pidió a sus fieles que salieran de La Meca rumbo a Medina. Observó el acuerdo tan religiosamente, y respetó tan profundamente los sentimientos de los mequíes, que incluso dejó en La Meca a su nueva esposa. Dispuso que ella se uniera a él con la caravana que transportaba los efectos personales de los peregrinos. El Profeta(sa) montó en su camello y pronto se encontró fuera de los límites del recinto sagrado. Durante la noche, el Profeta(sa) acampó en un lugar llamado Sarif, donde su esposa se reunió con él en su tienda.
Podríamos haber omitido este detalle poco significativo de nuestro breve relato de la vida del Profeta(sa), pero el incidente reviste un interés importante, que a continuación aclaramos. Diversos autores europeos han criticado al Profeta(sa) por tener varias esposas. Consideran que la pluralidad de esposas es prueba de una laxitud personal y del amor al placer. Tal impresión respecto a los matrimonios del Profeta(sa), sin embargo, se ve desmentida por la devoción y el amor sin límites que sus esposas sentían por él, que demostraba el carácter puro, altruista y espiritual de la vida matrimonial del Profeta(sa). Fue tan singular en este aspecto que podemos afirmar que ningún hombre trató a su única esposa con la misma bondad que mostró el Profeta(sa) hacia sus muchas esposas. Si la vida conyugal del Profeta(sa) hubiera estado motivada por el placer, el resultado, con toda probabilidad, habría sido la indiferencia, o incluso el antagonismo hacia él por parte de sus esposas. Pero los hechos son muy distintos. Todas las esposas del Profeta(sa) le estaban dedicadas, y su devoción se debía a su actitud generosa y su elevado espíritu moral. Ésto viene demostrado en muchos incidentes conservados en las crónicas. Uno de ellos está relacionado con Maimuna. Se reunió con el Profeta(sa) por primera vez en una tienda en el desierto. Si sus relaciones conyugales hubieran sido violentas, o si el Profeta(sa) hubiera preferido unas esposas a otras por su atractivo físico, Maimuna, no habría conservado tal recuerdo de su primer encuentro con el Profeta(sa). Si su matrimonio con el Profeta(sa) hubiera estado asociado con recuerdos indiferentes o desagradables, lo habría olvidado todo. Maimuna vivió mucho tiempo después de la muerte del Profeta(sa). Murió colmada de años, pero nunca olvidó lo que había significado para ella su matrimonio con el Profeta(sa). En la víspera de su muerte, cuando ya tenía ochenta años, cuando las delicias de la carne están olvidadas y cuando sólo las cosas relacionadas con la virtud y el valor duradero conmueven el corazón, ella pidió que la enterraran a un día de viaje de La Meca, en el mismo lugar donde el Profeta(sa) había acampado al volver a Medina y donde ella se había unido a él después de la boda. El mundo recoge ya muchas historias de amor, tanto reales como imaginarias, pero pocas tan emocionantes como ésta.
Poco tiempo después de este circuito histórico de la Ka’ba, dos grandes generales del ejército enemigo se unieron al Islam. Uno era Jalid bin Walid, cuyo genio y valentía sacudieron los cimientos del Imperio romano y bajo cuyo mando los musulmanes fueron añadiendo un país tras otro a su Imperio. El otro era ‘Amr bin al-As, conquistador de Egipto.