Tras la conquista de La Meca y la victoria de Hunain, el Profeta(sa) se dispuso a distribuir el dinero y de los bienes pagados como rescate, o abandonados en el campo de batalla por los enemigos. De haber seguido la costumbre, este botín se habría distribuido entre los soldados musulmanes que participaron en estos encuentros. Pero en esta ocasión, en lugar de distribuirlo entre los musulmanes, el Profeta(sa) lo distribuyó entre los mequíes, y los habitantes que vivían alrededor de La Meca. Esta gente todavía no había mostrado ninguna inclinación por la fe. Muchos eran incrédulos convencidos. Quienes habían declarado su fe eran todavía novicios, y no sabían cuánta abnegación era capaz de mostrar alguien que hubiera aceptado el Islam. Pero, lejos de beneficiarse del ejemplo de abnegación y sacrificio que presenciaron, lejos de devolver a los musulmanes los buenos tratos que de ellos habían recibido, se volvieron más codiciosos que nunca. Sus exigencias crecieron. Rodearon en multitud al Profeta(sa) y le empujaron debajo de un árbol y le arrebataron la capa de su espalda. Al final, el Profeta(sa) se dirigió así a la multitud: “Ya no tengo nada que dar. Si tuviera algo, ya os lo habría dado. No soy ni avaro ni mezquino.” (Bujari, capítulo sobre Farad al-Jums)
Entonces, acercándose a su camello y arrancándole un pelo dijo: “De este dinero, de estos bienes, no quiero nada. Ni siquiera un pelo. Sólo he de tomar la quinta parte para el Estado. Ésta es la división que la costumbre árabe reconoce como justa y equitativa. No se gastará esa quinta parte en mí, sino en vosotros y vuestras necesidades. Recordad que quien malversa o emplea mal los fondos públicos será humillado ante Dios en el Día del Juicio.”
Los críticos malintencionados han afirmado que el Profeta(sa) anhelaba ser rey y tener un reino. Si hubiera anhelado ser rey y tener un reino ¿habría tratado a ésta multitud mezquina de esta forma? ¿Habría permitido que le quitara todo? ¿Habría explicado sus ideas de forma tan razonable? Sólo los Profetas y los Mensajeros de Dios pueden dar tal ejemplo. Todo el botín, el dinero y los bienes de valor habían sido distribuidos entre los pobres y los necesitados. Pero todavía quedaban personas insatisfechas, que hostigaban al Profeta(sa); protestaban contra la distribución y le acusaban de injusticia.
Un tal Dhu’l Juwaisira se acercó al Profeta(sa) y dijo: “Muhammad(sa), soy testigo de cuanto estás haciendo.”
“Y ¿qué es lo que estoy haciendo?”, preguntó el Profeta(sa).
“Estás cometiendo una injusticia”, respondió.
“¡Ay de ti!”, dijo el Profeta(sa), “si puedo ser injusto, entonces nadie en toda la faz de la tierra, podrá ser justo”. (Muslim, Kitab al-Zakat).
Los creyentes se enfurecieron. Cuando el hombre abandonó la asamblea, algunos dijeron: “Este hombre merece morir. ¿Nos permites matarle?”
“No”, respondió el Profeta(sa). “Si observa nuestras leyes y no comete delito visible ¿por qué hemos de matarle?”
Los creyentes, sin embargo, insistieron: “Pero cuando una persona dice y hace una cosa, y cree y desea otra distinta ¿no merece un tratamiento apropiado?”
“No puedo tratar a la gente según lo que guardan en sus corazones. Dios no me ha encargado hacerlo. Sólo puedo tratarles según lo que dicen o hacen”.
A continuación, el Profeta(sa) anunció a los creyentes que llegaría un día en el que ese hombre y sus familiares fomentarían una rebelión en el Islam. Estas palabras se cumplieron en la época del Jalifato de Alira, el cuarto Jalifa del Islam; cuando este individuo y sus amigos encabezaron una rebelión contra su persona, y se convirtieron en los jefes de una división universalmente condenada en el Islam, los Jawarill.
Tras enfrentarse con los Hawazin, el Profeta(sa) regresó a Medina. Fue otro grandioso día para su pueblo. Fue un gran día el de su llegada a Medina, como refugiado de los malos tratos de los mequíes. En este magno día, el Profeta(sa) volvió a Medina lleno de alegría y consciente de su determinación de hacer de Medina su hogar.