Durante este tiempo, el Profeta(sa) recibió una visión, recogida en el Corán con las siguientes palabras:
“Entrareis de cierto en la Mezquita Sagrada, si Al’lah lo quiere, con seguridad, algunos con sus cabezas rapadas y otros con el pelo corto, y no tendréis temor. Mas Él sabe lo que desconocéis. En efecto, ha ordenado para vosotros, además de ésta, una victoria casi inmediata.” (48:28)
Así pues, Dios había decidido permitir que los musulmanes entraran en paz en el recinto de la Ka’ba, con sus cabezas rasuradas o su pelo cortado (siendo éstos los signos externos de los peregrinos de la Ka’ba) y sin temor. Pero los musulmanes no sabían exactamente cómo Dios lo haría suceder. Por otra parte, antes de hacer en paz su peregrinaje, los musulmanes habían de ganar otra victoria, precursora de la victoria prometida en la visión.
En esta visión, Dios anunció la última victoria de los musulmanes, su marcha pacífica hasta La Meca, y la conquista de la misma sin recurrir a las armas. Pero el Profeta(sa) interpretó la visión como un mandamiento de Dios que le ordenaba intentar realizar la peregrinación de la Ka’ba. Esta interpretación errónea por parte del Profeta(sa) se convirtió en la victoria “próxima” prometida en la visión. Debido a este error, por tanto, el Profeta(sa) preparó su marcha hacia la Ka’ba. Anunció la visión y su interpretación a los musulmanes, y les dijo que se prepararan. “Vuestra misión” dijo “es simplemente la de efectuar la peregrinación de la Ka’ba. No deberá haber ninguna manifestación contra el enemigo.” Hacia finales de febrero del año 628, mil quinientos3 peregrinos encabezados por el Profeta(sa), salieron hacia La Meca, precedidos por una escolta montada de veinte hombres, cuya misión era avisar a los musulmanes en caso de que los mequíes decidieran atacar.
Los mequíes pronto recibieron noticias de esta caravana. La tradición había establecido como un derecho universal la peregrinación a la Ka’ba. Tal derecho no se podía negar a los musulmanes, pues estos habían anunciado claramente que el motivo de su marcha era sencillamente el de peregrinar. El Profeta(sa) había prohibido cualquier tipo de manifestación; no habría riñas ni polémica. Pese a esto, los mequíes se prepararon como si se tratara de un conflicto armado. Erigieron barricadas por todas partes, solicitaron la ayuda de las tribus vecinas y se mostraron determinados a luchar. Cuando el Santo Profeta(sa) llegó cerca de La Meca, se le informó que los quraishíes estaban preparados para luchar; se habían vestido con pieles de tigre, y traían consigo a sus mujeres y niños. Habían jurado solemnemente no dejar pasar a los musulmanes. Las pieles de tigre representaban su feroz determinación para el combate. Poco después, una columna de mequíes, que marchaba en la vanguardia de su ejército, se enfrentó con los musulmanes; ya incapaces de avanzar sin desenvainar las espadas. El Santo Profeta(sa), decidido a no luchar, encargó a un guía que mostrara a la caravana musulmana otro camino a través del desierto. Bajo su dirección, el Profeta(sa) y los Compañeros llegaron a un lugar llamado Hudaibiya, muy cerca de La Meca. El dromedario del Profeta(sa) se detuvo y se negó a seguir.
“El animal parece cansado, Profeta(sa) de Dios. Sería mejor que lo cambiara con otro”, le dijo un Compañero.
“No, no”, respondió el Profeta(sa). “El animal no está cansado. Parece más bien que Dios desea que nos detengamos aquí sin avanzar más. Propongo, pues, acampar aquí y pedir a los mequíes que nos permitan efectuar el peregrinaje. Yo, al menos, estoy dispuesto a aceptar cualquier condición que decidan imponer” (Halbiyya, Vol. 2, pág. 13).
En ese momento, el ejército mequí no se encontraba en La Meca. Había salido a cierta distancia para encontrarse con los musulmanes en la carretera principal hacia Medina. Si hubiera querido, el Profeta(sa) podría haber llevado a sus mil quinientos hombres a La Meca, y tomar la ciudad sin encontrar resistencia. Pero estaba decidido a limitarse al peregrinaje de la Ka’ba, y eso sólo si los mequíes le permitían hacerlo. Habría resistido y luchado contra los mequíes, no obstante, si éstos hubieran iniciado el ataque. Abandonó, pues, el camino principal y acampó en Hudaibiya. Las noticias no tardaron en llegar al comandante mequí, que mandó a sus tropas retirarse a posiciones más cercanas a La Meca. A continuación los mequíes mandaron a un jefe llamado Budail para negociar con el Profeta(sa). Este le explicó que simplemente deseaban circunvalar la Ka’ba; pero si los mequíes preferían combatir, los musulmanes estaban preparados. Entonces se presentó al Profeta(sa) ‘Urwa, yerno del comandante mequí Abu Sufyan. Se comportó de forma muy descortés, llamó a los musulmanes “vagabundos” y “desechos de la sociedad”, y dijo que los mequíes no les dejarían entrar en la ciudad. Otros mequíes acudieron a participar en las negociaciones, y terminaron por declarar que al menos en aquel año no se les permitiría realizar la circunvalación de la Ka’ba. Los mequíes se sentirían humillados si les vieran realizar la circunvalación aquel año. Quizás lo permitieran al año siguiente.
Algunas tribus aliadas con los mequíes instaron a los jefes mequíes a que permitieran a los musulmanes realizar el circuito. Después de todo, no exigían más que su derecho a realizar el circuito. ¿Por qué negarles incluso eso? Pero los mequíes se mostraron intransigentes. Los jefes de las tribus declararon que los mequíes no querían la paz, y amenazaron con disociarse de ellos. Temiendo la ruptura, los mequíes se dejaron persuadir para llegar a un acuerdo con los musulmanes. Al saber esto, el Profeta(sa) envió a ‘Uzmanra (que posteriormente se convertiría en Tercer Jalifa del Islam) a los mequíes. ‘Uzmanra tenía muchos familiares en La Meca, que salieron y le rodearon, ofreciendo permitirle hacer el circuito de la peregrinación; pero declarando al mismo tiempo que no estaban dispuestos a permitir que el Profeta(sa) lo hiciera hasta el año siguiente. ‘Uzmanra, sin embargo, se negó y dijo: “No haré el circuito de la peregrinación si no es en compañía de mi Maestro”. Las negociaciones entre ‘Uzmanra y los jefes mequíes se prolongaron. Se extendió el rumor malicioso de que ‘Uzmanra había sido asesinado. El rumor llegó a oídos del Profeta(sa). Éste reunió a los Compañeros, y les dijo: “La vida de un enviado se considera sagrada en todas las naciones. Acabo de oír que los incrédulos han matado a ‘Uzman. De ser cierto, hemos de entrar en La Meca, cualesquiera que sean las consecuencias.” La intención anterior del Profeta(sa) de entrar en paz en La Meca había cambiado debido al cambio de las circunstancias. El Profeta(sa) prosiguió: “Quienes juren solemnemente que si han de seguir, no volverán sino como vencedores, que se acerquen para jurar sobre mi mano.” Apenas hubo terminado cuando todos los mil quinientos Compañeros se levantaron y se precipitaron hacia él para coger su mano y prestar juramento. Este juramento posee una importancia especial en la historia de los comienzos del Islam. Es conocido como el “Juramento del Árbol”. Cuando los Compañeros prestaron juramento, el Profeta(sa) estaba sentado bajo un árbol. Cada uno de los hombres que prestó juramento lo recordó con orgullo durante toda la vida. De los mil quinientos Compañeros presentes, ni uno sólo se quedó atrás. Todos prometieron que si el enviado musulmán había sido asesinado, no volverían: o tomarían La Meca antes del atardecer, o morirían luchando. No había terminado aún el juramento cuando ‘Uzmanra regresó. Informó que los mequíes solo permitirían a los musulmanes realizar el circuito de la peregrinación al año siguiente. Habían nombrado delegados para firmar un acuerdo con los musulmanes. Poco tiempo después, Suhail, un jefe mequí, vino al Profeta(sa). Se llegó a un acuerdo que fue recogido por escrito.