Mientras el Profeta(sa) estaba en Medina, todo el mundo aspiraba a tener el honor de ser su anfitrión. Al pasar con su camello por alguna de las calles, las familias hacían cola para recibirle, diciendo: “Aquí nos tienes, con nuestras casas, nuestros bienes y nuestra vida, para recibirte y ofrecerte nuestra protección. Ven a vivir con nosotros.”
Muchos mostraban un deseo aún mayor, adelantándose para sujetar las riendas del camello e insistiendo en que el Profeta(sa) desmontara ante sus puertas y entrara en sus casas. El Profeta(sa) rechazaba estas invitaciones con cortesía, diciendo: “Dejad libre a mi camello. Está bajo las órdenes de Dios; se detendrá donde Dios quiera que se detenga.” Finalmente, el camello se detuvo en un terreno perteneciente a unos huérfanos de la tribu de Banu Nayyar. El Profeta(sa) se bajó, diciendo: “Parece que Dios quiere que nos detengamos aquí.” Hizo algunas preguntas. El tutor de los huérfanos se presentó y ofreció el terreno para el uso del Profeta(sa). Éste respondió que no aceptaría tal oferta si no se le permitía pagar. Se acordó un precio y el Profeta(sa) decidió construir en aquel terreno una mezquita y algunas casas. Resuelto este asunto, el Profeta(sa) preguntó quién era el que vivía más cerca de dicho terreno. Abu Ayyub Ansari se presentó y dijo que la casa donde él vivía se hallaba más próxima al terreno que las demás, y que estaba a disposición del Profeta(sa). El Profeta(sa) le pidió que le preparara una habitación en su casa. La casa de Abu Ayyub tenía dos plantas y ofreció al Profeta(sa) la planta superior. Pero el Profeta(sa) prefirió ocupar la planta inferior para la conveniencia de sus visitantes.
De nuevo quedó manifiesta la gran devoción de la gente de Medina por el Profeta(sa). Abu Ayyub accedió a que el Profeta(sa) ocupara la planta inferior, pero se negó a dormir en el piso bajo el cual vivía el Profeta(sa). Tanto él como su mujer lo consideraban una descortesía. En una ocasión, accidentalmente se rompió un cántaro de agua y el agua se derramó por el suelo. Abu Ayyub, temiendo que el agua goteara en la habitación ocupada por el Profeta(sa), la secó con su manta. Por la mañana, explicó al Profeta(sa) lo ocurrido durante la noche y el Profeta(sa) accedió a ocupar la planta superior. Abu Ayyub le preparaba la comida y se la llevaba. El Profeta(sa) comía lo que deseaba, y Abu Ayyub el resto. Al cabo de unos días, otros también expresaron su deseo de ofrecer hospitalidad al Profeta(sa). Por tanto, mientras que el Profeta(sa) no se instaló en su propia casa, se hospedó por turnos en distintas casas medinitas. Una viuda tenía un hijo único de unos ocho años, llamado Anas. Lo llevó al Profeta(sa), ofreciéndole para su servicio personal. Anas quedó inmortalizado en la historia del Islam. Llegó a ser un gran erudito y a poseer una gran riqueza. Vivió más de cien años, y en la época de los Jalifas gozaba de gran estima popular. Según dicen, Anas afirmaba que aunque entró al servicio del Profeta(sa) siendo un niño y permaneció con él hasta su muerte, el Profeta(sa) nunca le dirigió ninguna palabra brusca ni le hizo reproche alguno, ni le encargó jamás ninguna tarea que no fuera capaz de realizar. Durante su estancia en Medina, el Profeta(sa) no tenía consigo más que a Anas. El testimonio de Anas, por lo tanto, revela el carácter del Profeta(sa) en una época en la que su poder y su prosperidad en Medina iba en aumento.
Más tarde, el Profeta(sa) envió a su liberto Zaid a La Meca para recoger a su familia. Los mequíes se habían quedado perplejos ante la huida repentina y bien organizada del Profeta(sa) y sus seguidores. Durante algún tiempo, por tanto, no hicieron nada para molestarle. Cuando salieron de La Meca las familias del Profeta(sa) y de Abu Bakr(ra), los mequíes no les pusieron ningún obstáculo. Las dos familias llegaron a Medina sin dificultades. Mientras tanto, el Profeta(sa) había establecido los cimientos de una mezquita en el terreno que con este propósito había comprado. Después, construyó viviendas para él y sus Compañeros. Tardó unos siete meses en construirlas.