La vida del Santo Fundador del Islam(sa) es como un libro abierto: en cualquier página se pueden encontrar detalles interesantes. Es verdad que esta riqueza de detalles ha brindado la oportunidad de hacer una crítica malintencionada a algunos adversarios. Pero, es igualmente cierto que, una vez examinadas y refutadas tales críticas, la fe y la devoción que su vida inspira, no tiene semejanza con ninguna otra biografía. Las vidas oscuras escapan a la crítica, pero no producen en sus discípulos la misma confianza y convicción. Siempre quedan decepciones y dificultades. Sin embargo, una vida tan llena de detalles documentados como la del Santo Profeta(sa), induce a la reflexión en primer lugar, y después a la convicción. Una vez disipadas las críticas y las malas interpretaciones, este ejemplo de vida no puede menos que encantarnos por completo y para siempre.
Es evidente, sin embargo, que la historia de una vida tan abierta y tan rica, no puede ser narrada siquiera brevemente. Sólo podemos intentar vislumbrarla, pero aún así merece la pena. Un libro religioso sólo nos podrá atraer si completamos su estudio intentando conocer a su Maestro. Muchas religiones no han tenido en consideración este punto de vista. La religión hindú, por ejemplo, se apoya en los Vedas, pero no nos dice nada acerca de los Rishis que recibieron los Vedas de Dios. La necesidad de completar el mensaje mediante una biografía del mensajero no les parece exigible a los exegetas hindúes. Los sabios judíos y cristianos, al contrario, no dudan a la hora de denunciar a sus propios Profetas. Olvidan que una revelación que no ha podido reformar a su receptor no debe ser muy útil para los demás. Si el receptor es intratable, nos vemos obligados a preguntar: ¿Por qué lo eligió Dios? ¿Debió hacerlo? Ninguna de las dos suposiciones parece razonable. Pensar que la revelación no llega a reformar a algunos de sus receptores es tan poco razonable como pensar que Dios no tiene otra alternativa que elegir para la transmisión de Sus revelaciones a receptores incompetentes. Y sin embargo, ideas de este tipo han logrado introducirse en distintas religiones, posiblemente debido a la distancia que ahora las separa de sus Fundadores, o bien debido a que el intelecto humano, hasta el advenimiento del Islam, era incapaz de percibir el error de tales ideas.
En los primeros años del Islam, el pueblo se dio cuenta de la importancia y el valor de considerar juntos el Libro y su Maestro. Una de las santas esposas del Santo Profeta(sa) fue la joven ‘A’ishara. Tenía unos trece o catorce años cuando se casó con el Santo Profeta(sa). Su unión duró unos ocho años. Al fallecer el Profeta(sa), ella tenía unos veintidós años. Era una joven analfabeta y sin embargo, sabía perfectamente que no se puede separar la enseñanza de quien la transmite. Cuando se le pidió que describiera el carácter del Santo Profeta(sa), respondió inmediatamente que su carácter era el Corán (Abu Dawud). Él practicó lo que enseñaba el Corán; lo que enseña el Corán no es otra cosa que lo que él hacía. Es una prueba de la gloria del Santo Profeta(sa) el hecho de que una joven analfabeta fuera capaz de comprender una verdad que se les había escapado a los eruditos judíos, hindúes y cristianos. Hazrat ‘A’ishara expresó en una breve frase una verdad fundamental: a un Maestro verdadero y honesto le resulta imposible predicar una cosa y practicar otra. El Santo Profeta(sa) fue un Maestro verdadero y honesto. Esto, evidentemente, es lo que quería decir Hazrat‘ A’ishara. Él practicaba lo que predicaba, y predicaba lo que practicaba. Conocerle a él es conocer el Corán. Y conocer el Corán es conocerle a él.