Además de unir a los musulmanes mequíes y medinitas en una hermandad, el Santo Profeta(sa) estableció una alianza entre todos los habitantes de Medina. Mediante esta alianza, los árabes y los judíos se unieron en una ciudadanía conjunta con los musulmanes. El Profeta(sa) explicó a los árabes y a los judíos que antes de surgir los musulmanes como grupo, sólo existían dos grupos en la ciudad, pero ahora con los musulmanes, eran tres. Era oportuno que firmaran un acuerdo mutuo y vinculante, que proporcionara a todos cierta seguridad de paz. Al final se llegó al siguiente acuerdo:
Entre el Profeta(sa) de Dios y los Fieles por una parte, y quienes voluntariamente deseen pactar el acuerdo por otra. Si cualquier musulmán mequí es asesinado, se harán responsables los musulmanes mequíes. También será suya la responsabilidad de obtener la libertad de sus presos. Asimismo, las tribus musulmanas de Medina serán responsables de sus propias vidas y prisioneros. Quien se rebele o promueva la enemistad será considerado enemigo común. Será el deber de los demás luchar contra él, aunque fuera un hijo o familiar propio. Si un incrédulo muere en una batalla a manos de un creyente, sus familiares musulmanes no buscarán la venganza, ni ayudarán a los incrédulos en contra de los creyentes. Los judíos firmantes de esta alianza recibirán ayuda de los musulmanes. Los judíos no serán sometidos a ninguna tribulación. No se prestará ayuda a sus enemigos en contra suya. Ningún incrédulo ofrecerá alojamiento a mequí alguno. No actuará de fideicomisario de las propiedades mequíes. No participará en ninguna guerra entre musulmanes e incrédulos. Si se maltrata sin motivo a un creyente, los musulmanes tendrán el derecho de luchar contra los maltratadores. Si un enemigo común ataca Medina, los judíos lucharán al lado de los musulmanes y compartirán los gastos de la batalla. Las tribus judías aliadas con otras tribus medinitas tendrán los mismos derechos que los musulmanes. Los judíos mantendrán su propia fe, y los musulmanes la suya. Los seguidores de los judíos tendrán los mismos derechos que ellos. Los ciudadanos de Medina no tendrán derecho a declarar la guerra sin la aprobación del Profeta(sa), sin perjuicio del derecho de cualquier individuo a vengarse de un agravio personal. Los judíos sufragarán los gastos de su propia organización, y los musulmanes la suya. Pero en caso de guerra, actuarán unidos. La ciudad de Medina será considerada sagrada e inviolable por los firmantes del presente acuerdo. Los forasteros que entren bajo la protección de sus ciudadanos serán tratados como ciudadanos. Pero a los ciudadanos de Medina no se les permitirá admitir a ninguna mujer como ciudadana sin el permiso de su familia. Todo conflicto se referirá a Dios y al Profeta(sa) para su decisión. Las partes firmantes del presente acuerdo no tendrán derecho a firmar acuerdos por separado con los mequíes ni con sus aliados, porque se acuerda una resistencia unida contra enemigos comunes. Las partes permanecerán unidas tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra. Ninguna parte firmará acuerdos de paz por separado. Pero no se obligará a ninguna parte a participar en las guerras. Sin embargo, la parte que cometa cualquier exceso será penalizada. En verdad, Dios protege a los justos y a los fieles, y Muhammad(sa) es Su Profeta(sa) (Hisham).
Éste es, en resumen, el acuerdo que ha sido reconstruido en base a distintos fragmentos encontrados en documentos históricos. Del acuerdo se desprende claramente que, a la hora de resolver conflictos y desacuerdos entre los habitantes de Medina, los principios fundamentales eran la honestidad, la verdad y la justicia. Quienes cometieran excesos serían considerados responsables de los mismos. La alianza demuestra que el Profeta(sa) del Islam quería tratar a los otros ciudadanos con respeto y bondad, considerándoles como hermanos. Si más tarde surgieron conflictos y desacuerdos, la responsabilidad fue de los judíos.
Como ya se ha señalado, pasaron dos o tres meses antes de que los mequíes reanudaran sus actos de hostilidad contra el Islam. Una de tales ocasiones la brindó Sa’d bin Mu’ahd(ra), jefe de los Aus de Medina, que llegó a La Meca para hacer el circuito de la Ka’ba. Abu Yahl le vio, y le dijo: “Al dar tu protección al apóstata Muhammad(sa) ¿crees que puedes venir a La Meca y hacer tranquilamente el circuito de peregrinación de la Ka’ba?, ¿crees que le puedes proteger o salvar? Juro por Dios que de no haber sido por Abu Sufyan, no habrías podido volver a tu familia con seguridad.”
Sa’d bin Mu’adhra respondió: “Te aseguro que, si los mequíes nos impedís visitar la Ka’ba y hacer el circuito, no tendréis paz en vuestro camino a Siria.” En aquellos momentos, Walid bin Mughira, un jefe mequí, se puso muy enfermo. Comprendió que se le acercaba la muerte y mientras los demás jefes estaban sentados a su alrededor, no pudo controlarse y rompió a llorar. Los jefes no lo entendían y preguntaron por qué lloraba. “¿Creéis que temo a la muerte? No, no temo a la muerte. Temo que la Fe de Muhammad(sa) se extienda hasta conquistar incluso La Meca.” Abu Sufyan(ra) aseguró a Walid que mientras vivieran ellos, resistirían con su vida la extensión de esta fe (Jamis, Vol.1).