Antes de emprender el viaje, el Profeta(sa) volvió su rostro hacia La Meca. Su corazón se llenó de emoción. La Meca era su pueblo natal. Había vivido allí su infancia y su madurez, y había recibido allí el llamamiento divino. Fue allí donde vivieron sus antecesores desde los tiempos de Ismael. Con estos pensamientos, echó una última y larga mirada y dijo: “¡Meca! Te amo más que ningún otro lugar del mundo, pero tus habitantes no me permiten vivir aquí.” Oyendo estas palabras, Abu Bakr(ra) comentó: “La patria ha expulsado a su Profeta(sa). Ahora sólo aguarda su destrucción.” Tras el fracaso sufrido en el intento de perseguir a los dos fugitivos, los mequíes ofrecieron una recompensa por su captura: el que consiguiera capturar al Profeta(sa) y a Abu Bakr(ra), vivos o muertos, y los devolviera a los mequíes, recibiría una recompensa de cien camellos. El anuncio se publicó entre las tribus de alrededor de La Meca. Tentado por la recompensa, Suraqa bin Malik, un jefe beduino, se lanzó en busca de los fugitivos y finalmente los divisó en el camino a Medina. Vio a dos hombres montados sobre camellos, y convencido de que se trataba del Profeta(sa) y Abu Bakr(ra), espoleó a su caballo para alcanzarles. El caballo se empinó y cayó al poco de avanzar, cayéndo también Suraqa. La narración de Suraqa acerca del incidente es muy interesante:
“Después de caerme del caballo, consulté mi suerte, de la manera supersticiosa común entre los árabes, arrojando flechas. Las flechas señalaron mala suerte. Pero la tentación de la recompensa era grande. Volví a montar en el caballo y continué mi persecución hasta que casi les dí alcance. El Profeta(sa) cabalgaba con dignidad, y no miraba hacia atrás. Abu Bakr(ra), sin embargo, miraba constantemente (evidentemente temiendo por la seguridad del Profeta(sa)). Al acercarme a ellos, el caballo se empinó de nuevo, volviéndome a caer. Volví a consultar mi suerte con las flechas, y de nuevo señalaron mala suerte. Los cascos de mi caballo se hundían en la arena. Parecía difícil volver a montar y reanudar la persecución. Entonces comprendí que los dos hombres se hallaban bajo protección divina. Les llamé, diciendo que se detuvieran. Les hablé de mi mala intención y de mi cambio de parecer. Les aseguré que no les perseguiría más, y que volvería a La Meca. El Profeta(sa) me dejó ir, pero hizo prometer que no les traicionaría. Quedé convencido de que era, en verdad, un Profeta(sa), y de que estaba destinado a triunfar. Pedí al Profeta(sa) que me diera por escrito una garantía de paz que me sirviera cuando él triunfara. El Profeta(sa) pidió a ‘Amr bin Fuhaira que me redactara dicha garantía, y éste lo hizo. Cuando me estaba preparando para el regreso, el Profeta(sa) recibió una revelación sobre el futuro, y dijo: “Suraqa ¿cómo te sentirás con las pulseras de oro del Cosroes en tus brazos?” Asombrado, pregunté: “¿De qué Cosroes? ¿De Cosroes bin Hormizd, Emperador de Persia?” El Profeta(sa) dijo: “Sí”.(Usud al-Ghaba)
Dieciséis o diecisiete años después, la profecía se cumplió al pie de la letra. Suraqa aceptó el Islam, y fue a Medina. El Profeta(sa) murió y tras su muerte, primero Abu Bakr(ra) y después ‘Umar(ra) se convirtieron en Jalifas del Islam. La creciente influencia del Islam provocó la envidia de los persas, hasta el punto de que lanzaron un ataque contra los musulmanes. Pero en vez de derrotar a los musulmanes, fueron derrotados por ellos. La capital de Irán fue invadida por los musulmanes, que se apoderaron de sus tesoros, incluidas las pulseras de oro que llevaba el Cosroes en las funciones de Estado. Tras su conversión, Suraqa solía describir su persecución al Profeta(sa) y a su grupo, y lo que ocurrió entre él y el Profeta(sa). Cuando se colocaron ante ‘Umar(ra) los botines de la guerra contra Persia, éste vio las pulseras de oro y recordó lo que el Profeta(sa) había dicho a Suraqa. Fue una gran profecía, anunciada en un momento de gran debilidad. ‘Umar(ra) decidió cumplir visiblemente la profecía. Mandó traer a Suraqa y le ordenó que se pusiera las pulseras de oro. Suraqa protestó, diciendo que el Islam prohibía a los hombres llevar adornos de oro. ‘Umar(ra) dijo que era cierto, pero que se trataba de una ocasión especial. El Profeta(sa) había visto, en su visión, las pulseras del Cosroes en los brazos de Suraqa; por lo tanto, debía ponérselas en ese momento, fueran cual fuesen las consecuencias. Suraqa protestaba en obediencia a la enseñanza del Profeta(sa); pero, por otra parte, se encontraba tan ansioso como los demás por cumplir esta prueba visible del cumplimiento de una gran profecía. Se puso las pulseras de oro y los musulmanes vieron así cumplida la profecía (Usud al-Ghaba). El Profeta(sa) fugitivo se había convertido en rey. Él ya no vivía en este mundo, pero los que le sucedieron pudieron presenciar el cumplimiento de sus palabras y sus visiones.