El grupo regresó a Medina, y el Profeta(sa) y sus seguidores comenzaron los preparativos para la emigración. Familia tras familia comenzó a desaparecer. Los musulmanes, seguros de que el Reino de Dios estaba cerca, se sentían llenos de valor. A veces quedaba vacía una calle entera en una sola noche. Por la mañana, los mequíes, al ver las puertas cerradas con llave, se daban cuenta de que los residentes habían emigrado a Medina. La influencia creciente del Islam les asombraba.
Al final, no quedó ni un solo musulmán en La Meca, salvo algunos esclavos conversos, el propio Profeta(sa), Abu Bakr(ra) y Alíra. Los mequíes se dieron cuenta de que su presa estaba a punto de escapar. En consecuencia, los jefes se reunieron de nuevo y tomaron la decisión de asesinar al Profeta(sa). Al parecer, por un designio divino especial, la fecha que eligieron para el asesinato del Profeta(sa) fue la misma que él había elegido para su huida. Cuando los asesinos se disponían a reunirse delante de su puerta con intención de matarle, el Profeta(sa) salía de su casa en el silencio de la noche. Los mequíes debían haber considerado que el Profeta(sa) pudiera anticiparse a su perverso proyecto. Avanzaron con cautela, y cuando pasó por delante de ellos, le tomaron por otro y se retiraron para evitar ser identificados. El amigo más íntimo del Profeta(sa), Abu Bakr(ra), se enteró del plan del Profeta(sa) el día anterior. Se reunió con él, y ambos salieron de La Meca. Se refugiaron en una cueva llamada Zour, a unos siete kilómetros de La Meca, al otro lado de una colina.
Cuando los mequíes descubrieron que el Profeta(sa) había huido, reunieron un grupo para perseguirle. Con ayuda de un rastreador, llegaron hasta Zour. Delante de la boca de la cueva en la que el Profeta(sa) y Abu Bakr(ra) se hallaban escondidos. El rastreador aseguró que, o bien Muhammad(sa)estaba en la cueva, o bien había ascendido al cielo. Al oír sus palabras, el corazón de Abu Bakr(ra) se sobrecogió. “El enemigo está a punto de capturarnos”, dijo en voz baja. “No temas, Dios está con nosotros”, contestó el Profeta(sa). Abu Bakr(ra) respondió: “No temo por mí, sino por ti. Pues si yo muero, no soy más que un simple mortal; pero si tu mueres, morirán también la fe y el espíritu” (Zurqani). “Aún así, no temas”, le dijo el Profeta(sa). “No somos dos en esta cueva. Hay un tercero: Dios” (Bujari).
La tiranía mequí estaba destinada a su fin y el Islam tendría la oportunidad de prosperar. Los perseguidores se dejaron engañar. Ridiculizaron al rastreador, diciendo que la cueva era demasiado abierta para servir de escondite, y que al albergar serpientes y víboras, carecía de seguridad. De haber observado con mayor atención, habrían divisado a ambos. Pero no lo hicieron y tras despedir al rastreador, regresaron a La Meca.
El Profeta(sa) y Abu Bakr(ra) esperaron durante dos días en la cueva. En la noche del tercer día, tal como se había planeado, dos veloces camellos fueron traídos a la cueva, uno para el Profeta(sa) y otro para Abu Bakr(ra) y su criado ‘Amir bin Fuhaira.