28. La traición de los Banu Quraiza
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
Capítulos
  1. 0. Prefacio
  2. 1. Arabia en la época del nacimiento del Profeta
  3. 2. El matrimonio del Santo Profeta con Jadiyya
  4. 3. El Profeta recibe su primera revelación
  5. 4. Los primeros conversos
  6. 5. La persecución de los fieles
  7. 6. El mensaje del Islam
  8. 7. La emigración a Abisinia
  9. 8. ‘Umar acepta el Islam
  10. 9. La persecución se intensifica
  11. 10. El viaje del profeta a Ta’if
  12. 11. El Islam se extiende a Medina
  13. 12. El primer juramento de ‘Aqaba
  14. 13. La Hégira
  15. 14. Suraqa persigue al Profeta
  16. 15. El Profeta llega a Medina
  17. 16. Abu Ayyub Ansari anfitrión del Profeta
  18. 17. La vida en Medina se vuelve insegura
  19. 18. El pacto entre diversas tribus de Medina
  20. 19. Los Mequíes se preparan para atacar Medina
  21. 20. La batalla de Badr
  22. 21. Se cumple una gran profecía
  23. 22. La batalla de Uhud
  24. 23. La victoria se convierte en derrota
  25. 24. Los rumores de la muerte del Profeta llegan a Medina
  26. 25. El enfrentamiento con los Banu Mustaliq
  27. 26. La batalla de la fosa
  28. 27. Una lucha muy desigual
  29. 28. La traición de los Banu Quraiza
  30. 29. Los confederados se dispersan
  31. 30. El castigo de los Banu Quraiza
  32. 31. El juicio de Sa’d inspirado en la Biblia
  33. 32. ¿Deseaba el Profeta continuar la guerra?
  34. 33. Enseñanzas del Judaísmo y Cristianismo sobre la guerra
  35. 34. La enseñanza del Corán respecto a la guerra y la paz
  36. 35. Los preceptos del Profeta respecto a la guerra
  37. 36. Ataques esporádicos de los incrédulos
  38. 37. El Profeta parte a la Meca con mil quinientos compañeros
  39. 38. El tratado de Hudaibiya
  40. 39. Las cartas del Profeta a varios reyes
  41. 40. Carta al rey de Persia
  42. 41. La carta al Negus
  43. 42. Carta al jefe del estado Egipcio
  44. 43. Carta al jefe del Bahrein
  45. 44. La caída de Jaibar
  46. 45. Se cumple la visión del Profeta
  47. 46. La batalla de Mauta
  48. 47. el profeta parte hacia la meca con diez mil fieles
  49. 48. La derrota de la Meca
  50. 49. El Profeta entra en la Meca
  51. 50. La Ka’ba, libre de ídolos
  52. 51. El Profeta perdona a sus enemigos
  53. 52. ‘Ikrima se hace musulmán
  54. 53. La batalla de Hunain
  55. 54. “el profeta de dios os llama”
  56. 55. Un enemigo jurado se convierte en seguidor devoto
  57. 56. El Profeta distribuye el botín
  58. 57. Las maquinaciones de Abu ‘Amir
  59. 58. La expedición de Tabuk
  60. 59. El último peregrinaje
  61. 60. El Profeta hace alusión a su fallecimiento
  62. 61. Los últimos días del Profeta
  63. 62. El Profeta fallece
  64. 63. La personalidad y el carácter del Profeta
  65. 64. La pureza del alma y la limpieza del Profeta
  66. 65. La vida sencilla del Santo Profeta
  67. 66. Su relación con Dios
  68. 67. Su desaprobación de la penitencia
  69. 68. Su actitud hacia sus esposas
  70. 69. Elevadas cualidades morales
  71. 70. Su templanza
  72. 71. Justicia y equidad
  73. 72. Su consideración por los pobres
  74. 73. La protección de los intereses de los pobres
  75. 74. El trato a los esclavos
  76. 75. El trato a las mujeres
  77. 76. Su actitud hacia los difuntos
  78. 77. El trato a los vecinos
  79. 78. El trato a los parientes
  80. 79. La buena compañía
  81. 80. La protección de la fe
  82. 81. El perdón de las faltas ajenas
  83. 82. Paciencia ante la adversidad
  84. 83. La cooperación mutua
  85. 84. La sinceridad
  86. 85. La curiosidad inapropiada
  87. 86. La integridad y la honradez en las transacciones
  88. 87. El pesimismo
  89. 88. La crueldad con los animales
  90. 89. Tolerancia en cuestiones de religión
  91. 90. Valentía
  92. 91. Consideración con los incultos
  93. 92. El cumplimiento de los pactos
  94. 93. El respeto a los servidores de la humanidad
  95. 94. La vida del Profeta es un libro abierto
  96. 95. Notas
  97. 96. Sobre el autor
  98. 97. Índice de Temas
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Como ya hemos señalado, los Banu Quraiza estaban aliados con los musulmanes, y aunque no lucharan junto a los musulmanes, al menos se esperaba de ellos que bloquearan el paso de los enemigos. El Profeta(sa), por lo tanto, había dejado desprotegida aquella zona de la ciudad. Los Banu Quraiza sabían que los musulmanes confiaban en su buena fe. Por tanto, cuando decidieron ayudar a los árabes, acordaron no hacerlo de manera manifiesta, para no alarmar a los musulmanes que, sin duda, tomarían medidas para proteger la zona de la ciudad más próxima a los Banu Quraiza. Así pues, se organizó un peligroso complot.

Tras la decisión de atacar simultáneamente a los musulmanes por los dos lados, el ejército árabe se lanzó al asalto de la trinchera. Pasaron unos días, sin embargo, sin que se produjera ningún acontecimiento decisivo. Entonces tuvieron la idea de colocar a los arqueros en un promontorio, con la orden de atacar a los grupos de musulmanes que defendían la zanja. Estos grupos se encontraban en el borde de la trinchera, separados unos de otros por cierta distancia. En el momento en que la defensa musulmana mostrara signos de debilidad, los incrédulos intentarían atravesar la zanja, con la ayuda de sus mejores jinetes. Pensaban que al repetir ataques de este tipo lograrían apoderarse de una zona en el lado musulmán de la trinchera, desde donde podrían reunir sus fuerzas para montar un ataque concentrado sobre la ciudad. Se lanzaron, pues, ataques sucesivos, y los defensores musulmanes se vieron forzados a luchar sin cesar. Un día se vieron tan ocupados en repeler estos continuos ataques que no pudieron hacer todas las oraciones diarias en las horas prescritas. El Profeta(sa), entristecido por esto, dijo: “¡Que Dios castigue a los infieles, que han perturbado nuestras oraciones!”. Este incidente muestra no sólo la intensidad de los ataques del enemigo, sino también que la preocupación principal del Profeta(sa) era siempre la adoración a Dios. Medina se encontraba asediada por todos los lados. No sólo los hombres, sino también las mujeres y los niños se enfrentaban a una muerte casi segura. La ciudad entera era presa de la angustia. Pero el Profeta(sa) seguía pensando en hacer las oraciones diarias a las horas prescritas. Los musulmanes no adoran a Dios una vez por semana, como hacen los cristianos y los hindúes. Los musulmanes han de hacer las oraciones cinco veces al día. Durante la batalla, resultaba difícil realizar una oración pública, y era aún más difícil rezar las cinco oraciones diarias en congregación. Pero el Profeta(sa) convocaba las cinco oraciones diarias incluso durante la batalla. Si una de ellas se veía impedida por los ataques del enemigo, el Profeta(sa) se entristecía.

Respecto a la batalla, el enemigo atacaba ahora de frente, y los Banu Quraiza, sin alertar a la población musulmana, mantenían la intención de atacar desde atrás. Planeaban entrar en la ciudad desde la retaguardia y matar a las mujeres y los niños que se habían refugiado allí. En un momento determinado, los Banu Quraiza decidieron mandar a un espía para informarse acerca de la presencia y el número de guardias destinados a proteger a las mujeres y niños. Había un recinto especial para las familias, consideradas por el enemigo como objetivos especiales. El espía llegó, y empezó a merodear por el recinto, mirando sospechosamente a todos lados. Safiyya, una tía del Profeta(sa), le vio. En ese momento no había más que un centinela de guardia y estaba enfermo. Safiyya le informó de lo que había visto, sugiriendo que detuviera al espía antes de que pudiera informar al enemigo de la falta de protección de las mujeres y niños en aquella zona de la ciudad. El musulmán enfermo no pudo moverse y entonces Safiyya cogió un bastón y empezó a luchar contra el intruso. Con la ayuda de las demás mujeres, consiguió matar al hombre. Más tarde se confirmó que, efectivamente, el hombre era espía de los Banu Quraiza. Los musulmanes se inquietaron y empezaron a temer otros ataques desde los flancos que hasta entonces se habían considerado seguros. Pero, por otro lado, el ataque frontal era tan intenso que se precisaba de toda la fuerza musulmana para resistirlo. No obstante, el Profeta(sa) decidió destinar una parte de su ejército a la protección de las mujeres y los niños. Como hemos señalado en nuestro comentario anterior, de un total de mil doscientos efectivos, el Profeta(sa) destinó quinientos para la protección de las mujeres dentro de la ciudad. Para la defensa de la zanja, por lo tanto, no quedaban más de setecientos hombres para luchar contra un ejército de unos dieciocho a veinte mil. Muchos musulmanes, que se sentían desanimados ante la lucha tan desigual que habían de afrontar, se dirigieron al Profeta(sa) para exponerle la situación crítica en la que se encontraban, y la imposibilidad de salvar la ciudad. Le pidieron que rezara y les enseñara una oración especial para esta ocasión. El Profeta(sa) les respondió: “No temáis. Orad a Dios para que os proteja de vuestra debilidad, para que fortalezca vuestro corazón y alivie vuestra angustia.” El Profeta(sa) rezó con las siguientes palabras:

“Dios, Tú me has enviado el Corán. Tú no esperas a pedir cuentas. Inflige la derrota a estas hordas que han venido a atacarnos. Dios, de nuevo Te ruego: ocasiona su derrota, haz que nosotros les venzamos y frustra sus malas intenciones” (Bujari).

Y también rezó:

“Dios, Tú escuchas a quienes Te suplican en la pena y la aflicción. Tú contestas a los que sufren angustia. Libérame pues de mi dolor, mi angustia y mi temor. Tú conoces la lucha desigual que hemos de afrontar mis Compañeros y yo” (Zurqani).

Los hipócritas estaban más nerviosos que los demás en la fuerza musulmana. Desapareció de sus corazones toda consideración por el honor de su ejército, la seguridad de su ciudad, sus mujeres y sus niños. Pero no querían ser avergonzados en presencia de los suyos. Empezaron, pues, a desertar ofreciendo pretextos inverosímiles. El Corán hace referencia a esto en el versículo 14 del Capítulo 33:

Una fracción de ellos pidió permiso al Profeta(sa), diciendo: “Nuestras casas están expuestas e indefensas”. Pero no lo estaban. No querían más que huir.

En los siguientes versículos del Corán, se describen tanto el estado de la batalla en ese momento como las condiciones en las que se encontraban los musulmanes:

“Cuando llegaron sobre vosotros desde arriba y desde abajo, cuando vuestros ojos se distrajeron y vuestros corazones saltaron a vuestras gargantas, y mantuvisteis pensamientos rebeldes sobre Al’lah. Allí y entonces fueron probados amargamente los creyentes, y agitados con una violenta agitación. Cuando los hipócritas y los de corazón enfermo dijeron: “Al’lah y Su Mensajero no nos han prometido más que un engaño”. Y cuando un grupo de ellos dijeron: “Oh pueblo de Yazrib, tal vez no podáis resistir al enemigo; volveos pues” …” (33:11-14).

En estos versículos se recuerda a los musulmanes cómo fueron atacados de frente por la confederación de tribus árabes y desde atrás por los judíos. Se recuerda la tristeza que les acogía en aquel momento. Sus miradas desvariaban y sus corazones subían hasta sus gargantas por el miedo. Incluso empezaron a dudar de Dios. En ese momento, los creyentes fueron probados, y se vieron sometidos a una convulsión. Los hipócritas y los espiritualmente enfermos empezaron a decir: “¡Nos han engañado las falsas promesas de Dios y Su Profeta(sa)!” Una parte de ellos intentó socavar la moral de las fuerzas musulmanas, diciendo: “Ya no merece la pena luchar. Lo único que debemos hacer es retirarnos.”

El Corán también describe la conducta de los verdaderos creyentes en esta ocasión:

“Mas cuando los creyentes vieron a los confederados, dijeron: “Esto es lo que Al’lah y Su Mensajero nos prometieron, Y Al’lah y su Mensajero dijeron la verdad” y esto no hizo más que aumentar su fe y su sumisión. Entre los creyentes hay hombres que han respetado la alianza que hicieron con Al’lah. Hay algunos de ellos que siguen esperando y no han cambiado nada en lo que respecta a su condición.” (33:23-24).

Así, los verdaderos creyentes diferían de los hipócritas y los débiles. Cuando vieron el enorme ejército enemigo, se acordaron de lo que Dios y Su Profeta(sa) ya les habían informado. Este ataque, acordado por las tribus de Arabia, simplemente constituía una prueba de la verdad de Dios y del Profeta(sa). La fe de los verdaderos creyentes permaneció inquebrantable, y su espíritu de obediencia y el fervor de su fe aumentaron. Los verdaderos creyentes fueron fieles a su alianza con Dios. Algunos ya habían conseguido el objetivo de su vida al encontrar la muerte. Otros sólo esperaban morir en el camino de Dios, y lograr alcanzar su meta.

Las fuerzas enemigas atacaban la trinchera sin interrupción. En algunos de sus intentos conseguían atravesarla. Un día, algunos generales importantes lograron cruzarla, pero se encontraron con una defensa musulmana tan decidida que tuvieron que retirarse. En este encuentro murió Naufal, uno de los jefes incrédulos de tal rango, que los árabes no podían tolerar la idea de que se pudiera humillar a su cadáver. Mandaron pues un mensaje al Profeta(sa) comprometiéndose a pagar una suma de diez mil dírhams a cambio del cuerpo de su jefe. Este precio tan elevado por la devolución de un cadáver se debía a su sentimiento de culpabilidad, pues los incrédulos habían mutilado los cuerpos de los musulmanes caídos en Uhud, y temían que los musulmanes hicieran lo mismo. Pero la enseñanza del Islam era distinta: prohibía la mutilación de los cadáveres. Cuando el Profeta(sa) recibió el mensaje y la oferta, dijo: “¿De qué nos sirve este cadáver? No queremos nada a cambio. Si queréis, llevároslo.” (Zurqani, Vol. 2, p. 114)

En uno de los epígrafes de Life of Muhammad(sa) (Londres, 1878, p. 322) de William Muir, se describe con gran elocuencia el feroz ataque lanzado contra los musulmanes. No necesitamos pedir disculpas por citarlo aquí:

“Al día siguiente, Muhammad(sa) encontró toda la fuerza de los confederados reunida contra él. Frustrar las maniobras del enemigo exigió del Profeta(sa) una mayor actividad y una vigilancia incesante. A veces, el enemigo amenazaba con lanzar un ataque general; y después, dividiéndose en grupos, atacaban distintas posiciones en sucesión rápida para crear una distracción; y por último, aprovechaba cualquier oportunidad para reunir sus tropas en el punto menos protegido y bajo la protección de una lluvia continua de flechas, intentaban atravesar la trinchera. Una y otra vez lanzaron ataques, sobre la ciudad y sobre la tienda de campaña de ­Muhammad(sa)­­, dirigidos por jefes tan renombrados como Jalidra y Amrra. Los ataques eran rechazados únicamente mediante contraataques constantes y el disparo de flechas. Esta situación se alargaba durante todo el día y el ejército de Muhammad(sa) era escasamente suficiente para defender la larga zanja y no había posibilidad de relevo. Incluso de noche, Jalidra, con una poderosa caballería, imponía la alarma, amenazando la defensa y haciendo precisa la colocación de centinelas a intervalos muy cortos. Pero todos los esfuerzos enemigos fueron en vano. No lograron cruzar la trinchera.”

Desde el comienzo de la batalla ya habían transcurrido dos días y aún no se había producido ningún combate cuerpo a cuerpo, ni había habido grandes pérdidas humanas. Veinticuatro horas de lucha sólo habían causado tres muertes en el ejército enemigo y cinco en el ejército musulmán. Sa’d bin Mu’adhra, jefe de los Aus y devoto del Profeta(sa), se encontraba herido. Por otra parte, los repetidos asaltos sobre la zanja causaron algunos daños y facilitaron ataques posteriores. Se dieron grandes escenas de valentía y lealtad. Era una noche fría, quizás una de las más frías de Arabia. Sabemos por ‘A’ishara, la santa esposa del Profeta(sa), que él se levantaba una y otra vez para proteger la parte dañada de la trinchera. Estaba agotado. Volvía a acostarse pero, al entrar en calor, se levantaba de nuevo para proteger la zanja. Un día, incapaz de moverse debido al agotamiento, expresó su deseo de que algún devoto musulmán le relevara en el trabajo físico de proteger la trinchera en el frío de la noche, y al instante, oyó una voz. Era Sa’d bin Waqqas(ra). El Profeta(sa) le preguntó por qué había venido.

“Para proteger tu persona”, contestó Sa’d(ra).

“No es necesario proteger mi persona”, le dijo el Profeta(sa), “Una parte de la zanja ha sufrido daños. Ve a protegerla, para que los musulmanes estén seguros.” Sa’dra se fue, y el Profeta(sa) pudo dormir. (Se dio en esto una curiosa coincidencia, pues cuando el Profeta(sa) llegó a Medina y su vida corría un gran peligro, Sa’dra se ofreció para protegerle como guardaespaldas). En otra ocasión durante aquellos días difíciles, el Profeta(sa) oyó el sonido de las armas. “¿Quién es?”, preguntó. “Soy ‘Ibad bin Bishrra”, fue la respuesta.

“¿Vienes acompañado?”, le preguntó el Profeta(sa). “Sí”, respondió ‘Ibadra. “Vengo con un grupo de Compañeros para guardar tu tienda”. “Dejad la tienda. Los incrédulos están intentando cruzar la trinchera. Id a luchar contra ellos” (Halbiyya, Vol. 2).

Como ya hemos dicho, los judíos intentaron entrar desapercibidos en la ciudad. En ese intento murió un espía judío. Cuando se percataron de que su trama había sido descubierta, empezaron a ayudar abiertamente a los confederados árabes. Sin embargo, no se hizo realidad ningún ataque concertado desde atrás, porque el campo era estrecho, y la presencia de guardias musulmanes lo hacía difícil. Sin embargo, unos días más tarde, los judíos y los confederados paganos decidieron lanzar un ataque simultáneo y por sorpresa.

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