En el noveno año de la Hégira, el Profeta(sa) emprendió el peregrinaje a La Meca. En el día del peregrinaje, recibió la revelación que contiene el famoso versículo del Corán:
“Hoy os he perfeccionado vuestra religión y he completado Mi gracia con vosotros y os he elegido al Islam como religión” (5:4)
El versículo significaba que, en efecto, el Mensaje que el Santo Profeta(sa) había traído de Dios y que durante todos estos años había expuesto con la palabra y el ejemplo, se había completado. Cada parte de este Mensaje era una bendición. Ahora, este Mensaje encerraba las bendiciones más elevadas que el hombre pudiera recibir de Dios; y que se resume en el nombre “al-Islam”, que significa “sumisión”. La sumisión iba a ser la religión de los musulmanes, la religión de la humanidad. El Santo Profeta(sa) recitó este versículo en el valle de Muzdalifa, donde los peregrinos se habían reunido. Al volver de Muzdalifa, el Profeta(sa) se detuvo en Mina; era el día once del mes de Dhu’l Hiyya, y ante una inmensa congregación musulmana, pronunció el discurso conocido en la historia como el discurso de despedida del Santo Profeta(sa). En el transcurso de su discurso dijo:
“¡Oh hombres! Prestadme atención pues no sé si podré reunirme de nuevo con vosotros en este valle y dirigirme a vosotros como lo hago ahora. Vuestras vidas y posesiones han sido declaradas inviolables por Dios frente a los ataques de uno y otro, hasta el Día del Juicio. Dios ha designado a cada uno su parte en la herencia. No será admitido ningún testamento que perjudique los derechos de un heredero legal. Todo niño nacido en cualquier casa será considerado hijo del padre de esa casa. Quienquiera que impugne el parentesco de tal niño será reo de castigo según la ley del Islam. Quienquiera que atribuya su nacimiento al padre de otro, o declare falsamente que determinada persona es su tutor, a ese, Dios, Sus ángeles, y toda la humanidad, le maldecirá.
“¡Oh hombres! Tenéis algunos derechos ante vuestras mujeres, pero vuestras mujeres tienen también algunos derechos sobre vosotros. Su obligación es que vivan una vida casta y no sigan maneras que acarreen la desgracia del marido a los ojos de la gente. Si vuestras esposas no observan esta conducta, tenéis el derecho a castigarlas, pero sólo tras una investigación realizada por las autoridades competentes, y sólo cuando se haya establecido vuestro derecho a castigarlas. Aun así, el castigo en tal caso no ha de ser muy severo. Mas si vuestras esposas no actúan así, y su comportamiento no conduce a la desgracia de sus maridos, vuestro deber es proporcionarles comida, vestido y refugio, de acuerdo con vuestro estándar de vida. Recordad que debéis tratar siempre bien a vuestras mujeres. Dios os ha hecho responsables del cuidado de ellas. La mujer es débil y no puede proteger sus propios derechos. Cuando contraéis matrimonio, Dios os nombra depositarios de tales derechos. Traéis a vuestras mujeres a vuestros hogares bajo la ley de Dios. No debéis, por tanto, abusar de la responsabilidad que Dios ha puesto en vuestras manos.
“¡Oh hombres!, Aún mantenéis bajo vuestra posesión a algunos prisioneros de guerra. Os advierto, pues, que les alimentéis y les vistáis de la misma manera y estilo con que os alimentáis y vestís vosotros. Si cometen algo erróneo que sois incapaces de perdonar, cededlos entonces a alguien otro. Son parte de la creación de Dios. No puede ser justo de ninguna manera que les causéis dolor o sufrimiento.
“¡Oh hombres!, Escuchad y recordad lo que os digo: Todos los musulmanes son como hermanos entre sí. Todos vosotros sois iguales. Todo hombre, cualquiera sea la nación o tribu a la que pertenezca, y cualquiera que sea la posición que mantenga en su vida, es igual a los demás.”
Mientras pronunciaba estas palabras, el Profeta(sa) levantó las manos y unió los dedos de una mano con los de la otra, y prosiguió:
“De igual manera que los dedos de las dos manos son iguales, así son iguales los seres humanos. Nadie posee ningún derecho ni superioridad que reclamar ante otro. Sois como hermanos”
A continuación, el Profeta(sa) dijo:
“¿Sabéis en qué mes estamos? ¿En qué territorio? ¿Qué día del año es?”
Los musulmanes contestaron que sabían que era el mes sagrado, el territorio sagrado, y el día del Hall. Entonces el Profeta(sa) dijo:
“De la misma forma que este mes es sagrado, esta tierra es inviolable y este día es sagrado, así Dios ha hecho sagrados la vida, propiedad y honor de todo hombre. Despojar a un hombre de su vida, su propiedad o atacar su honor, es tan malvado e injusto como violar la santidad de este día, este mes y este territorio. Lo que os ordeno hoy no es sólo para hoy. Tiene valor para todos los tiempos. Se espera de vosotros que lo recordéis, y que actuéis en consecuencia hasta que abandonéis este mundo, y acudáis al próximo a encontraros con vuestro Hacedor.”
Para concluir, dijo:
“Lo que os he dicho, debéis comunicarlo a los confines de la tierra. Tal vez aquellos que no me han escuchado se beneficien más que los que me escucharon.” (Sihah Sitta, Tabari, Hisham y Jamis).
El discurso del Profeta(sa) resume la enseñanza y el espíritu del Islam. Demuestra la profundidad de la preocupación que sentía por el bienestar del hombre y por la paz del mundo. Demuestra, igualmente, la profundidad de su respeto por los derechos de la mujer y otras criaturas débiles. El Profeta(sa) sabía que se le acercaba su muerte. Había recibido indicaciones de Dios acerca de ello.
Entre otras cosas, expresó su preocupación por el tratamiento que las mujeres recibían de sus maridos. Cuidó de no dejar este mundo sin asegurar a las mujeres el estatus que les correspondía por derecho. Desde el nacimiento de la humanidad, la mujer había sido considerada como esclava y criada del hombre. Ésta era una preocupación del Profeta(sa); la otra eran los prisioneros de guerra. Eran mal considerados, tratados como esclavos y sometidos a crueldades y excesos de todo tipo. El Profeta(sa) creía que no debía dejar este mundo sin asegurar a los prisioneros de guerra los derechos que les correspondían ante los ojos de Dios.
La desigualdad entre los hombres también deprimía al Profeta(sa). A veces estas diferencias se agudizaban hasta extremos inaceptables. Determinados hombres eran elevados al cielo, mientras otros eran considerados lo más bajo del mundo. Las condiciones que creaban tal desigualdad también creaban antagonismo y guerra entre naciones y pueblos. El Profeta(sa) también se preocupó por estas dificultades. Si no se eliminaba la desigualdad junto con las condiciones que llevaban a un pueblo a usurpar los derechos de otro, a matar y a saquear (si no se eliminaban estas condiciones que prevalecen en tiempos de decadencia moral), sería imposible asegurar la paz y el progreso del mundo.
Enseñó que la vida y la propiedad humana gozaban de la misma santidad que los días, meses y lugares sagrados. Ningún hombre se había preocupado tanto por el bienestar de las mujeres, los derechos de los débiles y la paz entre las naciones como el Santo Profeta(sa) del Islam. Nadie había hecho tanto como él por el bien de la humanidad. No es de extrañar, pues, que el Islam haya defendido siempre el derecho de la mujer a tener y heredar bienes.
Las naciones europeas no reconocieron este derecho hasta unos mil trescientos años después del advenimiento del Islam. Todos los que se unen al Islam se consideran iguales a los demás, aún si provienen de una clase social muy baja. La libertad y la igualdad son contribuciones del Islam a la cultura universal.
Las concesiones de las demás religiones respecto a la libertad e igualdad están muy atrasadas con respecto a las que practica y predica el Islam. En una mezquita musulmana gozan del mismo estatus el rey, el jefe religioso y el hombre ordinario: no hay diferencia entre ellos. En los templos e iglesias de las demás religiones y naciones, tales diferencias persisten hoy por mucho que afirman haber hecho más que el Islam por la libertad y la igualdad.