Abu Sufyan(ra) debió haber pensado con furia. ¡Qué cambio más profundo en tan solo siete años! Y ahora, como jefe de los mequíes ¿qué iba a hacer? ¿Iba a resistir o a rendirse? Confuso por estos pensamientos, parecía estupefacto. El Profeta(sa) vio que el jefe mequí estaba aturdido. Ordenó a ‘Abbas(ra) que lo llevara y lo acompañara durante la noche, prometiendo recibirle por la mañana. Abu Sufyan(ra) pasó la noche con ‘Abbas(ra).
Por la mañana, visitaron al Profeta(sa). Era la hora de las oraciones de la aurora. El bullicio y la actividad que Abu Sufyan(ra) observó a tan tempranas horas le resultaron inesperados.
No había conocido a nadie, ni siquiera a un mequí, que se levantara tan temprano como los musulmanes lo hacían bajo la disciplina del Islam. Vio a todos los soldados musulmanes salir para las oraciones matinales. Algunos iban en busca de agua para las abluciones, mientras otros dirigían la formación de filas de fieles para el servicio de la oración. Abu Sufyan(ra) no comprendía tanta actividad a estas horas de la mañana. Tenía miedo. ¿Se trataba de un nuevo plan para infundirle miedo?
“¿Qué están haciendo?”, preguntó consternado.
“No temas”, contestó, ‘Abbas(ra). “Sólo se están preparando para las oraciones matinales.”
Entonces, Abu Sufyan(ra) vio a miles de musulmanes alineados detrás del Profeta(sa), haciendo los movimientos y devociones prescritos por él (de rodillas, postrándose, levantándose, etc.) ‘Abbas(ra) estaba de guardia, de modo que podría hablar libremente con ‘Abu Sufyan(ra).
“¿Qué están haciendo ahora?”, preguntó Abu Sufyansa. “todo cuanto hace el Profeta(sa), lo repiten”.
“¿Qué estás pensando? Se trata tan sólo de la oración musulmana, Abu Sufyan. Los musulmanes harían cualquier cosa si el Profeta(sa) se lo pidiera, dejarían, por ejemplo, de comer y beber”.
“Es cierto” dijo Abu Sufyan(ra), “que he visto grandes Cortes. He visto la Corte del Cosroes, y la del Emperador Romano, pero jamás he visto a gente tan dedicada a su jefe como lo están los musulmanes a su Profeta(sa)”. (Halbiyya, Vol. 2, pág. 90).
Lleno de temor y remordimiento, Abu Sufyan(ra) preguntó a ‘Abbas(ra) si estaría dispuesto a pedir al Profeta(sa) que perdonara a su propio pueblo (refiriéndose a los mequíes).
Terminadas las oraciones matinales, ‘Abbas(ra) condujo a Abu Sufyan(ra) hasta el Profeta(sa), que le preguntó: “¿Todavía no has comprendido que no hay nadie digno de ser adorado excepto Al’lah?”.
“¡Que se sacrifiquen mi padre y mi madre por ti! siempre has tratado a los tuyos con bondad y consideración. Ahora estoy seguro de que si hubiera otro merecedor de ser adorado, ya nos hubiera ayudado contra ti.”
“Y ¿no has comprendido todavía que yo soy un Mensajero de Al’lah?”
“¡Que se sacrifiquen mi padre y mi madre por ti!; la verdad es que, a este respecto, todavía tengo dudas.”
Mientras Abu Sufyan(ra) dudaba si debía reconocer al Profeta(sa) como Mensajero de Dios, dos de sus compañeros, que habían salido de La Meca junto con él en la misión de reconocimiento, se hicieron musulmanes. Uno de ellos era Hakim bin Hizamra. Poco tiempo después, Abu Sufyan(ra)también aceptó el Islam, pero su conversión interior pareció haberse aplazado hasta la conquista posterior de La Meca. Hakim bin Hizamra preguntó al Profeta(sa) si los musulmanes destruirían a su propio pueblo.
“Este pueblo”, contestó el Profeta(sa), ha sido muy cruel. Los mequíes han cometido abusos y han mostrado mala fe. Han roto el pacto que firmaron en Hudaibiya, y han atacado ferozmente a los Juza’a. Han hecho la guerra en el lugar que Dios había declarado sagrado.”
“Es cierto, Oh Profeta(sa) de Dios, que nuestro pueblo ha hecho estas cosas, pero en vez de atacar a La Meca debías haber atacado a los Hawazin”, sugirió Hakimra.
“Los Hawazin también han sido crueles y salvajes. Espero que Dios me permita conseguir los tres objetivos: la conquista de La Meca, el dominio del Islam y la derrota de los Hawazin”
Abu Sufyan(ra), que había estado escuchando, preguntó entonces al Profeta(sa): “Si los mequíes no sacan sus espadas ¿podrán vivir en paz?”.
“Sí”, contestó el Profeta(sa). “Todos aquellos que permanezcan en sus casas vivirán en paz.”
“Pero Profeta(sa)”, interrumpió ‘Abbas(ra), “Abu Sufyan está muy preocupado por sí mismo. Quiere saber si se respetarán su rango y su posición entre los mequíes.”
“Bien”, dijo el Profeta(sa), “quién se refugie en la casa de Abu Sufyan tendrá paz. Quien entre en la Mezquita Sagrada tendrá paz. Quien deponga las armas tendrá paz. Quien cierre sus puertas y se quede en su casa tendrá paz. Quien se quede en la casa de Hakim bin Hizam tendrá paz”.
Con estas palabras, llamó a Abu Ruwaihara y le entregó el estandarte del Islam. Abu Ruwaihara había hecho un pacto de hermandad con Bilal, el esclavo negro. Al entregarle el estandarte, el Profeta(sa) dijo: “Quien se ponga debajo de este estandarte tendrá paz”. Al mismo tiempo ordenó a Bilal(ra) que fuera delante de Abu Ruwaihara para anunciar a todos que la paz estaba bajo el estandarte que él portaba.