Eran disposiciones sabias. Cuando los musulmanes fueron perseguidos en La Meca, Bilal(ra) (uno de los sujetos de la persecución) fue arrastrado por las calles con cuerdas atadas a sus piernas. La Meca no concedió la paz a Bilal(ra); sólo le causó dolor físico, humillación y desgracia. Bilal(ra) debió haber experimentado sentimientos de venganza en este día de liberación. Era necesario permitir que se desquitara de las atrocidades que sufrió en La Meca, pero siempre dentro de los límites establecidos por el Islam. Por ello, el Profeta(sa) no le permitió sacar su espada para matar a sus antiguos perseguidores; habría sido un acto anti-islámico. En lugar de eso, el Profeta(sa) entregó al hermano de Bilal(ra) el estandarte del Islam y confió a Bilal(ra), el deber de ofrecer la paz a todos sus antiguos perseguidores bajo el estandarte que llevaba su hermano. Era una venganza repleta de belleza y de emoción. Debemos imaginar a Bilal(ra), delante de su hermano, invitando a sus enemigos a la paz; su deseo de venganza no debió haber durado; debió haberse disuelto al avanzar hacia La Meca, invitando a los mequíes a la paz bajo el estandarte que llevaba su hermano.
Mientras los musulmanes avanzaban hacia La Meca, el Profeta(sa) había ordenado a ‘Abbas(ra) conducir a Abu Sufyan(ra) y sus amigos a un lugar suficientemente alto para que pudieran contemplar con facilidad la actividad del ejército musulmán. ‘Abbas(ra) así lo hizo y desde un mirador, Abu Sufyan(ra) y sus amigos vieron pasar a las tribus árabes con cuyo poder los mequíes habían contado durante todos estos años para sus maquinaciones contra el Islam. Aquel día, no marchaban como soldados de la incredulidad, sino como soldados de la fe. Ahora cantaban los lemas del Islam, y no los de la época pagana. No marchaban en formación para acabar con la vida del Profeta(sa), sino para sacrificar sus vidas por él; no para derramar la sangre del Profeta(sa), sino para derramar su propia sangre por él. Aquel día, su ambición no era la de resistir al Mensaje del Islam y salvar la solidaridad superficial de su pueblo, sino la de llevar a todos los rincones del mundo el mismo Mensaje que hasta entonces habían rechazado; para establecer la unidad y la solidaridad de todos los hombres. Columna tras columna de soldados iba pasando ante Abu Sufyan(ra), hasta que llegó la tribu de los Ashja’. Su devoción al Islam y su entusiasmo para el sacrificio se veían en sus rostros y se oían en sus canciones.
“¿Quiénes son?”, preguntó Abu Sufyan(ra).
“Son los Ashja’.”
Abu Sufyan(ra) estaba perplejo y dijo: “¡pero si en toda Arabia ninguna tribu odiaba más a Muhammad(sa)!”.
“Lo debemos a la gracia de Dios. Él cambió los corazones de los enemigos del Islam cuando lo consideró oportuno”, respondió ‘Abbas(ra).
Por último pasó el Santo Profeta(sa), rodeado de columnas de Ansar y Muhayirin, que debían ser unos dos mil, vestidos de armadura y marchando bajo el mando del valiente ‘Umar(ra). Esta visión fue la más impresionante de todas. La devoción de estos musulmanes, su determinación y su entusiasmo parecían no tener límite. Al verles, Abu Sufyan(ra), se sintió subyugado por completo.
“Y éstos ¿quiénes son?”, preguntó.
“Son los Ansar y los Muhayirin, que rodean al Profeta(sa)”, respondió ‘Abbas(ra).
“Ninguna potencia del mundo sería capaz de resistirse a este ejército”, comentó Abu Sufyan(ra). Después, dirigiéndose directamente a ‘Abbas(ra), añadió: “tu sobrino se ha convertido en el rey más poderoso del mundo.”
“Todavía estás lejos de la verdad, Abu Sufyan. No es ningún rey; es un Profeta(sa), un Mensajero de Dios”, respondió ‘Abbas(ra).
“Sí, sí. Que sea como tú digas. Un Profeta(sa), no un Rey”, añadió Abu Sufyan(ra).
Mientras el ejército musulmán pasaba delante de Abu Sufyan(ra), Sa’d bin Ubadara, el comandante de los Ansar, apercibió a Abu Sufyan(ra), y no pudo resistir la oportunidad de decirle que Dios, aquel día, les había permitido que entraran en La Meca por la fuerza, y que los quraishíes serían humillados.
Al pasar el Profeta(sa), Abu Sufyan(ra) se dirigió a él a gritos: “Vas a permitir la masacre de tu propio pueblo? He oído a Sa’d, el comandante Ansar y a sus Compañeros, decirlo. Dijeron que era el día de la matanza. El carácter sagrado de La Meca no impedirá el derramamiento de sangre y los quraishíes serán humillados. Oh Profeta(sa) de Dios, tú eres el hombre más clemente y más compasivo. Tú eres el mejor. ¿No nos perdonarás, olvidando lo que te hizo tu propio pueblo?”
El llamamiento de Abu Sufyan(ra) surtió su efecto. Los mismos musulmanes que antes eran insultados y golpeados en las calles de La Meca, y que fueron expulsados de sus casas, empezaron a sentir piedad por sus antiguos perseguidores. “Profeta(sa) de Dios”, dijeron, “Los relatos que los Ansarhayan oído acerca de las atrocidades a las que nos sometieron los mequíes, puede que les muevan a buscar la venganza. No sabemos lo que pueden llegar a hacer.”
El Profeta(sa) comprendió y dirigiéndose a Abu Sufyan(ra), dijo: “Lo que Sa’d ha dicho es erróneo. Hoy no es el día de la matanza, sino el día de perdón. Los quraishíes y la Ka’ba serán honrados por Dios.”
Entonces mandó traer a Sa’d(ra) y le pidió que entregara la bandera de Ansar a su hijo Qaisra (Hisham, Vol. 2). El mando de los Ansar pasó así de Sa’d(ra) a Qaisra. Era una medida prudente. Apaciguó a los mequíes y evitó la decepción de los Ansar. Qaisra, un joven piadoso, tenía la plena confianza del Profeta(sa). Un incidente de sus últimos días muestra la virtud de su carácter. Tumbado en su lecho de muerte, Qaisra se hallaba recibiendo a sus amigos. Algunos vinieron y otros no. No lo comprendía y preguntó por qué algunos amigos no habían venido a verle. “Tu caridad es abundante”, explicó uno. “Has ayudado con tus préstamos a muchos necesitados. Hay muchos en la ciudad que te deben dinero. Puede que algunos no hayan venido porque temen que les pidas el dinero que les has prestado.”
“Entonces, ¡yo he sido la causa del alejamiento de mis amigos! Por favor, anuncia que ahora nadie debe nada a Qaisra”. Tras este anuncio, Qaisra, recibió tantas visitas que se rompió la escalera de su casa.
Cuando el ejército musulmán hubo terminado de desfilar, ‘Abbas(ra) le dijo a Abu Sufyan(ra) que se apresurara hacia La Meca para anunciar a los mequíes que el Profeta(sa) había llegado, y para explicarles cómo conseguir la paz. Abu Sufyan(ra) llegó a la ciudad con este mensaje de paz para su pueblo, pero su mujer, Hind, cuya hostilidad hacia los musulmanes era notoria, le afrentó. Incrédula confirmada, era sin embargo una mujer valiente. Cogió a Abu Sufyan(ra) por la barba e invitó a los mequíes a que mataran al cobarde de su marido. En lugar de conducir a sus conciudadanos a sacrificar la vida por la defensa y el honor de su ciudad, les invitaba a la paz.
Pero Abu Sufyan(ra) comprendía que Hind se comportaba de forma imprudente. “Ya se acabaron aquellos tiempos”, dijo. “Será mejor que vayas a casa y te sientes con la puerta cerrada. He visto el ejército musulmán. Ni siquiera la Arabia entera podrá hacerle frente hoy.”
A continuación, explicó las condiciones bajo las cuales el Profeta(sa) había prometido la paz a los mequíes. Al oírlas, la gente se apresuró a buscar la protección brindada en los lugares mencionados en la declaración del Profeta(sa). En esta declaración, se hacía la excepción de once hombres y cuatro mujeres. Los delitos que habían cometido eran muy graves; su delito no era el de no creer, ni de haber participado en guerras contra el Islam. Habían cometido atrocidades que no se podían olvidar. Sin embargo, sólo cuatro de ellos fueron ejecutados.
El Profeta(sa) había dado órdenes a Jalid bin Walidra de que no permitiera ningún combate, salvo en caso de que fueran atacados en primer lugar y se vieran obligados a defenderse. En la parte de la ciudad por donde entró Jalidra, no habían escuchado las condiciones de paz. Los soldados mequíes destinados en aquella zona desafiaron a Jalidra y le invitaron a luchar. Se produjo un encuentro en el que murieron doce o trece hombres. (Hisham, Vol., 2, pág. 217)
Jalidra era un hombre irascible. Alguien, advertido de este incidente, se dirigió al Profeta(sa) para que ordenara a Jalidra cesar el combate. “Si Jalid no se detiene”, dijo el hombre, “matará la población entera de La Meca”.
El Profeta(sa) mandó traer inmediatamente a Jalidra y le preguntó: “¿No te prohibí luchar?”
“Es verdad, Profeta(sa) de Dios. Pero esta gente nos atacó primero y nos arrojó flechas. Durante un tiempo no hice nada; les dije que no buscábamos la lucha. Pero no escucharon, ni se detuvieron. Entonces devolví el ataque, y se dispersaron”.
Éste fue el único incidente negativo que se produjo en esta ocasión. La conquista de La Meca se consiguió, por tanto, sin que prácticamente hubiera derramamiento de sangre.
El Profeta(sa) entró en La Meca y le preguntaron dónde deseaba hospedarse. “¿Me ha dejado ‘Aqil una casa donde vivir?”, preguntó el Profeta(sa). ‘Aqil era uno de sus primos, hijo de su tío. Durante los años de exilio del Profeta(sa), sus familiares habían vendido todas sus propiedades. Ya no quedaba ni una sola casa a la que pudiera llamar suya. Por tanto, el Profeta(sa) decidió: “Me quedaré en Jif Bani Kinana”. Éste era un espacio abierto, donde se habían reunido anteriormente en una ocasión con los quraishíes y los kinana para jurar que si los Banu Hashim y los Banu ‘Abdal no les entregaban al Profeta(sa), para hacer con él lo que quisieran, romperían sus relaciones con ambas tribus. Fue tras esta declaración solemne cuando el Profeta(sa), su tío Abu Talib, su familia y sus seguidores se vieron obligados a refugiarse en el valle de Abu Talib, sufriendo el boicot extremo que duró tres años.
La elección, por parte del Profeta(sa), de este sitio como lugar de descanso era, por ello, muy significativa. Los mequíes se habían reunido allí cierto día para jurar que, de no entregarles al Profeta(sa), no habría paz con su tribu. Ahora, el mismo Profeta(sa) había venido a ese preciso lugar. Era como si hubiera llegado para decir a los mequíes: “Me queríais aquí. Aquí estoy pues. Pero no como habíais pensado. Me queríais aquí como víctima, a vuestra merced. Pero aquí me tenéis, en el poder. No sólo mi propio pueblo, sino toda Arabia está conmigo. Deseabais que mi pueblo me entregara a vosotros. Pero, os han entregado a mí”. Este día de la victoria era un lunes. También fue un lunes cuando el Profeta(sa) y Abu Bakr(ra) salieron de la cueva de Zour para reanudar el viaje a Medina. Aquel día, desde el monte de Zour, el Profeta(sa) se dirigió a La Meca, diciendo: “¡Meca! Me eres más querida que ningún otro lugar del mundo, pero tus habitantes no me permiten vivir aquí.”
Cuando el Profeta(sa) entró en la ciudad, montado en su camello, Abu Bakr(ra) iba con él sujetando un estribo. Mientras caminaba, recitaba versículos de la Sura Al Fath, en la que muchos años antes se había anunciado la Conquista de La Meca.