Terminados todos los ritos y deberes, el Profeta(sa) se dirigió a los mequíes, diciendo: “Habéis visto cómo se han cumplido las promesas de Dios. Ahora, decidme cuál debe ser vuestro castigo por las atrocidades que cometisteis contra aquellos cuya única falta era la de invitaros a adorar al Único Dios.”
A esto, los mequíes respondieron: “Esperamos que nos trates como José trató a sus hermanos extraviados.”
Por una coincidencia significativa, los mequíes utilizaron en su petición de perdón las mismas palabras que Dios había utilizado en el Sura Yusuf, revelado diez años antes de la conquista de La Meca. En este Sura, se anunció al Profeta(sa) del Islam que trataría a sus perseguidores mequíes igual que José había tratado a sus hermanos. Al pedir exactamente tal castigo, los mequíes reconocían que el Profeta(sa) del Islam era como José, y al igual que a José se le concedió la victoria sobre sus hermanos, al Profeta(sa) se le había concedido la victoria sobre los mequíes. Al oír la petición de los mequíes, el Profeta(sa) declaró de inmediato: “Por Dios, que desde hoy no sufriréis castigo ni reproche.”(Hisham).
Mientras el Profeta(sa) se dedicaba a expresar su agradecimiento a Dios, y a realizar otras devociones en la Ka’ba, y en tanto se dirigía a los musulmanes para anunciar su decisión de perdonar y olvidar, las dudas crecían entre los Ansar, los musulmanes medinitas. Algunos de ellos estaban molestos por las escenas de reconciliación y alegría que habían presenciado cuando los musulmanes mequíes volvieron a La Meca. ¿Acaso el Profeta(sa) se iba a separar de ellos, sus amigos en la adversidad, que le dieron su primer hogar en Medina? ¿Iba a instalarse en La Meca, la ciudad de la que había tenido que huir? Tales temores parecían justificados ahora que La Meca había sido conquistada y su propia tribu se había unido al Islam. Era posible que el Profeta(sa) quisiera instalarse allí. Dios informó al Profeta(sa) de estas dudas de los Ansar. Levantó la cabeza, y mirando a los Ansar, dijo: “Por lo visto pensáis que a Muhammad(sa) le preocupa el amor a su ciudad y los lazos que le unen a su pueblo”. “Es cierto”, respondieron los Ansar, “Lo habíamos pensado.”
“¿Sabéis quién soy? Soy el Siervo de Dios, y Su Mensajero. ¿Cómo os podría abandonar? Me habéis apoyado y habéis sacrificado vuestras vidas cuando la Fe de Dios carecía de ayuda en este mundo. ¿Cómo podría abandonaros para instalarme en otro lugar? No, Ansar. Es imposible. Abandoné La Meca por amor a Dios, y no puedo volver a ella. Viviré y moriré con vosotros.”
Los Ansar estaban conmovidos por esta singular expresión de amor y lealtad. Lamentaron haber desconfiado de Dios y de Su Profeta(sa). Lloraron y se disculparon. Explicaron que no tendrían paz si el Profeta(sa) abandonaba su ciudad para ir a otro lugar. El Profeta(sa) respondió que su temor estaba justificado, y que tras oír su explicación, Dios y Su Profeta(sa) estaban satisfechos de su inocencia y reconocían su sinceridad y lealtad.
¿Qué sentían los demás mequíes en ese momento? Es cierto que no derramaron lágrimas de devoción, pero sus corazones debieron haberse llenado de remordimiento. ¿No habían expulsado con las propias manos la joya que había surgido en su propia ciudad? Tenían aún más motivos para lamentarlo, porque el Profeta(sa), tras venir a La Meca, había decidido abandonarla para volver de nuevo a Medina.