Se reunió, de esta manera, un gran ejército en el quinto año de la Hégira, que según estiman los historiadores se componía de un número comprendido entre diez y veinticinco mil hombres. Sin embargo, un ejército confederado formado por las distintas tribus de Arabia no podía disponer de sólo diez mil hombres, por lo que parece más verosímil la cifra de veinticuatro mil, y fácilmente pudo estar compuesto de al menos dieciocho o veinte mil. La ciudad de Medina, que este ejército quería atacar, era una ciudad modesta, incapaz de resistir un ataque conjunto de toda Arabia. En aquella época su población estaba formada por algo más de tres mil varones (incluyendo a ancianos, jóvenes y niños). Frente a esta población, el enemigo había reunido una fuerza de entre veinte y veinticuatro mil hombres sanos, de gran experiencia bélica; y al ser un ejército reunido de distintas partes del país, contaba con miembros muy experimentados. En contraposición, la población de Medina, que tendría que resistir a este inmenso ejército, constaba de hombres de todas las edades. Ante esta situación, no resulta difícil calcular las dificultades a las que la población musulmana de Medina tuvo que enfrentarse. Era un encuentro muy desigual, donde la fuerza enemiga disponía de entre veinte y veinticuatro mil soldados, mientras los musulmanes apenas contaban con tres mil, entre ellos, como ya hemos señalado, todos los varones jóvenes y ancianos de la ciudad. El Profeta(sa), al saber de los preparativos a gran escala del enemigo, celebró un consejo y pidió la opinión de los presentes. Entre los consultados se encontraba Salmanra el persa, el primer converso musulmán de Persia. El Profeta(sa) le preguntó cómo defenderían en Persia una ciudad contra un ejército tan grande. “Si la ciudad carece de fortificaciones, y el ejército que la defiende es muy pequeño”, dijo Salman, “en mi país tenemos por costumbre cavar una zanja alrededor de la ciudad para poder defenderla desde dentro.” El Profeta(sa) aprobó esta idea. Medina estaba rodeada de colinas por un lado que proporcionaban una protección natural en dicho lugar. Había otro lado, con una gran concentración de caminos, habitado por una densa población, de manera que era imposible realizar un ataque inesperado desde allí. En el tercer lado había casas y palmerales, y a cierta distancia, estaban las fortalezas de la tribu judía de los Banu Quraiza. Puesto que éstos habían firmado un acuerdo de paz con los musulmanes, este lado también se consideraba a salvo del ataque. En el cuarto lado había una llanura abierta y por ello, lo más probable era recibir el ataque desde allí. El Profeta(sa), por lo tanto, decidió cavar una trinchera en este lado, con el fin de impedir el ataque súbito de las fuerzas enemigas. La tarea se repartió de manera que cada diez musulmanes debían cavar diez metros de zanja. En total se había de conseguir una trinchera de más de un kilómetro de largo y con una anchura y profundidad adecuadas.
Durante la excavación, encontraron una roca difícil de romper. Se envió la noticia al Profeta(sa), que acudió inmediatamente al lugar y con un piquete, golpeó fuertemente la roca; salieron chispas, y el Profeta(sa) gritó: “Al’lahu Akbar”. De nuevo golpeó la roca, y volvió a brotar la luminiscencia, y el Profeta(sa) gritó: “Al’lahu Akbar”. Golpeó la roca una tercera vez. Surgió de nuevo un fulgor y el Profeta(sa) gritó: “Al’lahu Akbar”, y la roca se rompió en pedazos. Los Compañeros le preguntaron acerca de lo que habían presenciado y por qué había repetido las palabras “Al’lahu Akbar” tres veces.
El Profeta(sa) contestó: “Golpeé tres veces la roca con el piquete, y las tres veces se me revelaron escenas de la próxima gloria del Islam. En las primeras chispas vi los palacios sirios del Imperio romano, cuyas llaves me eran entregadas. La segunda vez, vi los palacios iluminados de Persia en Mada’in, y me fueron entregadas las llaves del Imperio persa. La tercera vez, vi las puertas de San’a, y se me entregaron las llaves del Reino del Yemen. Éstas son las promesas de Dios, y espero que confiéis en ellas. El enemigo no os puede dañar” (Zurqani Vol. 2 y Bari, Vol. 7).
Dada la fuerza limitada, los musulmanes no podían cavar una trinchera perfecta desde el punto de vista militar, pero ésta, al menos, parecía protegerles contra la entrada repentina de las fuerzas enemigas en la ciudad. El desarrollo posterior de la batalla demostró que no era infranqueable. Pero ningún otro lado de la ciudad era adecuado para que el enemigo pudiera atacar.
Así, el gran ejército árabe empezó a acercarse a Medina desde el lado de la trinchera. Al recibir las noticias del movimiento de las fuerzas enemigas, el Profeta(sa) salió a defender la zanja con mil doscientos hombres y mandó otros soldados para defender otras partes de la ciudad.
Los historiadores ofrecen estimaciones distintas respecto al número de soldados que defendieron la trinchera. Algunos proponen una cifra de tres mil, otros sugieren que eran entre mil doscientos y mil trescientos hombres, y otros estiman que la fuerza musulmana constaba de tan sólo setecientos hombres. Estas estimaciones parecen difíciles de reconciliar, pero, tras sopesar todas las evidencias, hemos llegado a la conclusión de que todas son correctas, porque se refieren a fases distintas de la batalla.