Tras regresar de Hudaibiya a Medina, el Profeta(sa) instituyó otro plan para la propagación de su Mensaje. Al mencionarlo a los Compañeros, algunos de ellos que conocían las formas y costumbres observadas en las cortes reales, dijeron que los reyes no aceptaban cartas sin el sello del remitente. Por lo tanto, el Profeta(sa) encargó un sello con las palabras Muhammad(sa) Rasul Al’lah grabadas. Por respeto, figuraba primero Al’lah, después Rasul y al final Muhammad(sa).
En el año 628 del mes de Muharram, varios enviados partieron hacia distintas capitales con las cartas del Profeta(sa) en las que invitaba a los jefes de Estado a aceptar el Islam. Los enviados visitaron al Emperador Romano Heraclio, y a los reyes de Persia, Egipto (el rey egipcio era a la sazón vasallo del Emperador) y Abisinia. También se dirigieron a otros reyes y jefes. La carta dirigida al Emperador fue llevada por Dihya Kalbira, que tenía instrucciones de visitar primero al Gobernador de Busra. Cuando éste le recibió, el Emperador se encontraba en Siria efectuando una visita por el Imperio. El Gobernador concertó una entrevista entre Dihyara y el Emperador. Al entrar en la corte se le informó que todos los que eran recibidos en audiencia por el Emperador debían postrarse ante él. Dihyara se negó a obedecer, pues los musulmanes no se postraban ante ningún ser humano. Se sentó, pues, ante el Emperador, sin hacer las reverencias prescritas. El Emperador ordenó a un intérprete leer la carta; luego preguntó si se encontraba en la ciudad alguna caravana árabe. Dijo que deseaba interrogar a algún árabe acerca de este Profeta(sa) árabe que le había invitado a aceptar el Islam. Por casualidad, Abu Sufyan(ra) se encontraba en la ciudad con una caravana comercial. Los oficiales de la corte lo llevaron ante el Emperador. A Abu Sufyan le mandaron situarse ante los demás árabes, que debían corregirle si mentía o se equivocaba. Entonces, Heraclio procedió a interrogar a Abu Sufyan(ra). La historia nos ha conservado la siguiente conversación:
H: ¿Conoces a este hombre que pretende ser Profeta(sa), y que me ha enviado una carta? ¿Puedes decirme de qué de familia es?
A.S: Es de una familia noble y es mi pariente.
H: ¿Ha habido antes que él otros árabes que hayan hecho semejante declaración?
A.S: No.
H: ¿Tu pueblo le ha acusado alguna vez de haber mentido antes de que anunciara su misión?
A.S: No.
H: ¿Ha habido entre sus antecesores un rey o un jefe?
A.S: No.
H: ¿Cómo juzgas su capacidad general y su juicio?
A.S: Nunca hemos tenido motivo para criticar su capacidad general ni su juicio.
H: ¿Cómo son sus seguidores? ¿Son grandes y poderosos, o pobres y humildes?
A.S: La mayoría son pobres y humildes.
H: ¿Y su número va en aumento o disminuye?
A.S: Va aumentando.
H: ¿Sus seguidores vuelven alguna vez a sus antiguas creencias?
A.S: No.
H: ¿Ha roto alguna vez un pacto o una alianza?
A.S: Hasta ahora, no. Pero acabamos de firmar un nuevo pacto con él. Veremos cómo actúa.
H: ¿Has luchado contra él?
A.S: Sí.
H: ¿Con qué resultado?
A.S: Como los cubos del azud, la victoria y la derrota alternan entre nosotros y él. En la Batalla de Badr, por ejemplo, en la que yo no participé, él pudo derrotar a nuestro ejército. En la Batalla de Uhud, en la que yo fui comandante de nuestro ejército, derrotamos al suyo. Rompimos sus estómagos, sus orejas y sus narices.
H: Pero ¿qué es lo que enseña?
A.S: Que debemos adorar al único Dios y no fabricar otros dioses iguales que Él. Predica en contra de los ídolos que adoraban nuestros antecesores. En vez de eso, quiere que adoremos al Único Dios, que sólo digamos la verdad y que siempre renunciemos a prácticas viciosas y corruptas. Nos insta a comportarnos bien los unos con los otros, a observar nuestras alianzas y cumplir con nuestras obligaciones.
Aquí terminó la entrevista, y el Emperador dijo:
Primero te pregunté acerca de su familia y me dijiste que pertenecía a una familia noble. Ciertamente, los Profetas siempre provienen de familias nobles. Después te pregunté si otros habían hecho afirmaciones parecidas antes, y me contestaste que no. Pensé que si alguien más había alegado algo parecido, se podría decir que este Profeta(sa) no hacía más que imitarle. Después te pregunté si había sido acusado alguna vez de haber mentido antes de anunciar su misión, y tú dijiste que no. De ahí concluí que una persona que no miente acerca de los hombres tampoco mentirá acerca de Dios. A continuación te pregunté si había habido algún rey entre sus antecesores, y tú me volviste a responder que no. De esto concluyo que su afirmación no constituye una manera sutil de recuperar su reino. Después, te pregunté si sus seguidores eran individuos importantes y poderosos, o si eran más bien pobres y débiles. Tú contestaste que solían ser débiles y pobres, y no orgullosos ni importantes; precisamente así son los primeros seguidores de un Profeta(sa). Al preguntarte si el número de sus seguidores aumentaba o disminuía, respondiste que iba aumentando, y recordé que el número de seguidores de un Profeta(sa) va aumentando hasta que el Profeta(sa) alcanza su objetivo. Te pregunté después si alguno de sus seguidores le había abandonado por estar decepcionado o desilusionado, y tú dijiste que no. Recordé que los seguidores de los Profetas suelen ser constantes. Puede que les abandonen por otros motivos, pero nunca por estar decepcionados con la fe. Te pregunté a continuación si habían ocurrido conflictos entre tú y él, y cuáles habían sido los resultados. Dijiste que tú y tus seguidores erais como cubos en el azud; y los Profetas son así: al principio, sus seguidores sufren reveses y desgracias, pero terminan por vencer. Después te pregunté sobre sus enseñanzas y dijiste que enseña la adoración de Dios Único, la verdad entre los hombres, la virtud y la importancia de cumplir con los pactos y obligaciones. También te pregunté si él había roto alguna vez una promesa y dijiste que no. Y así es la forma de ser de los hombres virtuosos. Me parece, por tanto, que su afirmación de ser Profeta(sa) es justa. En cierta medida, yo esperaba que apareciera en nuestra era, pero desconocía que podría ser árabe. Si tus respuestas son ciertas, creo que su influencia y su dominio se extenderán por estas tierras (Bujari).
El discurso molestó a los cortesanos, que empezaron a criticar al Rey por haber aplaudido a un Maestro de otra comunidad. Los oficiales despidieron a Abu Sufyan y a sus amigos. El texto de la carta dirigida por el Profeta(sa) al Emperador se conserva en varios documentos históricos. Recoge lo siguiente:
“De Muhammad(sa), Siervo de Dios y Su Mensajero, al jefe de Roma, Heraclio. La Paz sea con quienes siguen el camino de la guía divina. Tras esto, ¡oh Rey!, te invito al Islam. Hazte musulmán. Dios te protegerá de todos los males y te otorgará una doble recompensa. De no ser así, si niegas a aceptar este Mensaje, sobre tu cabeza recaerá el pecado, no sólo el tuyo propio, sino también el del rechazo de tus súbditos. Di: “¡Pueblo del Libro! Venid a una palabra igual entre nosotros y vosotros: que no adoremos más que a Al’lah, que no asociemos partícipes a Él, y que ninguno de nosotros tomemos a otros como señores, aparte de Al’lah”. Pero, si se alejan di: “Atestiguad que nos hemos sometido a Dios.” (Zurqani).
La invitación al Islam era una invitación para aceptar la Unidad de Dios y a Muhammad(sa) como Su Mensajero. Así mismo, la doble recompensa de la que se advierte a Heraclio en la carta se refiere a la creencia tanto en Jesucristo como en Muhammad(sa) que imparte el Islam.
Se dice que cuando la carta fue presentada al Emperador, varios cortesanos sugirieron que la rompiera. Constituía, dijeron, un insulto al Emperador. No le describía como tal, sino tan sólo como Sahib al-Rum, es decir, Jefe de Roma. El Emperador, no obstante, declaró que sería imprudente romperla sin antes leerla. También sostuvo que el título “Jefe de Roma” no estaba equivocado. Al fin y al cabo, el Amo de todo era Dios. Un Emperador no era más que un Jefe.
Cuando el Profeta(sa) supo cómo su carta había sido recibida por Heraclio expresó su alegría, y declaró que la acogida que el Emperador Romano había dado a su carta salvaría al Imperio: los descendientes del Emperador seguirían reinando durante mucho tiempo. Y así sucedió. En las guerras posteriores, gran parte del Imperio romano –de acuerdo con otra profecía del Profeta(sa) del Islam –dejó de pertenecer a Roma; pero durante seis siglos más, la dinastía de Heraclio permaneció en Constantinopla. La carta del Profeta(sa) se guardó durante mucho tiempo en los archivos del Estado. Cuando los embajadores del rey musulmán Mansur Qalawun visitaron la corte de Roma, se les mostró la carta, guardada en una vitrina. El entonces Emperador romano, al enseñarles el documento, dijo que había sido recibido del Profeta(sa) por un antecesor suyo. Y había sido cuidadosamente conservado.