El Santo Profeta(sa) siempre ejercía un dominio total sobre sí mismo. Cuando se convirtió en soberano, seguía escuchando pacientemente a todos, y si alguien se comportaba de forma insolente, no cambiaba su actitud paciente, y nunca intentaba tomar represalias. En Oriente, una manera de mostrar respeto a la hora de dirigirse a una persona es no llamarle por su nombre personal. Los musulmanes se dirigían al Santo Profeta(sa) como “Mensajero de Al’lah” y los no musulmanes le llamaban Abu’l Qasim (es decir, “padre de Qasim” siendo Qasim el nombre de uno de sus hijos). En una ocasión, un judío se le acercó en Medina y empezó a discutir con él. Durante la discusión, el judío lo llamó varias veces “Muhammad(sa)”. El Santo Profeta(sa) no hizo caso a esta forma de dirigirse a él y siguió con su exposición del asunto en cuestión. Sus Compañeros, sin embargo, se irritaron por esta falta de cortesía por parte de su interlocutor, hasta el punto de que uno de ellos, incapaz de contenerse, pidió al judío que no se dirigiera al Profeta(sa) por su nombre personal, sino que utilizara la forma “Abu’l Qasim”. El judío respondió que pensaba seguir dirigiéndose a él utilizando sólo el nombre que sus padres le habían dado. El Santo Profeta(sa) sonrió, y dijo a sus Compañeros: “Tiene razón. Me dieron el nombre de Muhammad(sa) cuando nací y no tengo motivo para enfadarme si este hombre se me dirige con este apelativo”.
A veces la gente le detenía en el camino para entablar conversación con él, explicándole sus necesidades y dirigiéndole sus peticiones. Siempre les escuchaba con paciencia, dejando que terminaran antes de proseguir su camino. A veces al estrecharle la mano, la gente le cogía la mano durante mucho tiempo, y aunque le resultaba molesto, y le ocasionaba la pérdida de su valioso tiempo, el Santo Profeta(sa) nunca era el primero en retirar la mano. La gente iba libremente a él para exponerle sus dificultades y sus problemas. A veces se veía acosado por peticiones expuestas con una insistencia poco razonable, pero el Santo Profeta(sa) seguía satisfaciendo estas peticiones dentro de su capacidad. En una ocasión, el Santo Profeta(sa) tras acceder a una determinada petición, aconsejó al demandante: “Es mejor que el hombre confíe en Dios y evite pedir a otros”. La persona en cuestión era un hombre sincero. Para no herir los sentimientos del Santo Profeta(sa), no ofreció devolver lo que había pedido, pero declaró que en el futuro no pediría nada a nadie, bajo ninguna circunstancia. Unos años más tarde, este hombre participaba en una batalla, montado a caballo, y en plena batalla, cuando el ruido, la confusión y el choque de armas habían llegado a su apogeo, y se encontraba rodeado de enemigos, se le cayó el látigo de la mano. Un soldado musulmán que combatía de pie apreció su dificultad y se agachó para recoger el látigo. Pero el hombre le pidió que no lo hiciera, y apeándose de su caballo recogió él mismo el látigo. Explicó al soldado que hacía muchos años que le había prometido al Santo Profeta(sa) que nunca pediría nada a nadie, y que si le permitía recoger el látigo, equivaldría a una petición indirecta, en cuyo caso sería culpable de haber incumplido la promesa al Santo Profeta(sa).