Durante los primeros días que siguieron a la llegada del Profeta(sa) a Medina, las tribus paganas de aquella zona empezaron a interesarse por el Islam y la mayoría de sus miembros se unieron al movimiento. Pero también se unieron muchos que no estaban convencidos en su interior. De esta manera se infiltraron en el movimiento un grupo de personas que no se sentían realmente musulmanes. Sus miembros desempeñarían un papel muy siniestro en la historia posterior del Islam. Algunos se hicieron musulmanes, pero otros permanecieron como hipócritas e intrigaron constantemente contra el Islam y los creyentes. Algunos de los que se negaron a unirse al movimiento no soportaban la creciente influencia de la Nueva Fe, y emigraron de Medina a La Meca. Medina se convirtió en una ciudad musulmana. Se estableció en ella el culto del Único Dios. No había en el mundo otra ciudad que pudiera hacer tal reivindicación. Fue inmensa la alegría que supuso para el Profeta(sa) y sus amigos ver cómo en sólo unos días después de su emigración, una ciudad entera accedía a renunciar a sus ídolos para establecer el culto al Dios Único e Invisible. Sin embargo, aún no había llegado la paz para los musulmanes. En la misma Medina, había un grupo de árabes que se había unido al Islam en apariencia pero que eran en realidad enemigos feroces del Profeta(sa). Además, los judíos conspiraban constantemente en su contra. El Profeta(sa) conocía estos peligros. Se mantuvo alerta e instó a sus amigos y seguidores a permanecer en guardia. Él mismo permanecía despierto, a menudo, durante toda la noche (Bari, Vol. 6, pág. 60). Cansado de sus largas vigilias nocturnas, expresó en una ocasión su deseo de recibir ayuda. Pronto oyó el ruido de una armadura. “¿Qué ocurre?” preguntó. “Oh Profeta(sa), soy Sa’d bin Waqqas. He venido a hacer de centinela para ti” (Bujari y Muslim). Los medinitas estaban sensibilizados respecto a su gran responsabilidad. Habían invitado al Profeta(sa) a que viniera a vivir entre ellos, y ahora les correspondía el deber de protegerle. Las tribus deliberaron y decidieron guardar la casa del Profeta(sa) por turnos.
En lo relativo a la inseguridad personal y la falta de tranquilidad para sus seguidores, había poca diferencia entre la vida del Profeta(sa) en La Meca y su vida en Medina. La única diferencia era que en Medina los musulmanes podían adorar a Dios abiertamente en la mezquita que habían construido en Su nombre. Podían reunirse con este propósito cinco veces al día sin tener que enfrentarse con obstáculos de ningún tipo.
Transcurrieron dos o tres meses. Los mequíes se recuperaron de su asombro y empezaron a elaborar proyectos para dificultar la vida de los musulmanes. Pronto se dieron cuenta que hostigar a los musulmanes en La Meca y sus alrededores no satisfacía sus propósitos. Era necesario atacar al Profeta(sa) y a sus seguidores en Medina y expulsarles de su nuevo refugio. Por consiguiente, enviaron una carta a Abdul’lah bin Ubayy ibn Salul, el jefe medinita que antes de la llegada del Profeta(sa) había sido aceptado por todos los grupos como rey. En la carta, dijeron que la llegada del Profeta(sa) a Medina les había sorprendido, y que los medinitas habían cometido un error al ofrecerles refugio. Al final de la carta, decían:
Ahora que habéis admitido a nuestro enemigo en vuestra casa, juramos por Dios y declaramos que nosotros, los habitantes de La Meca, lanzaremos un ataque contra Medina, si vosotros, los medinitas no aceptáis expulsarle de Medina o declararle la guerra. Si nos vemos obligados a atacar Medina, pasaremos por la espada a todos los hombres sanos, y haremos esclavas a todas las mujeres (Abu Dawud, Kitab al-Jarall).
Abdul’lah bin Ubayy ibn Salul, pensó que esta carta era un don divino. Consultó con otros hipócritas de Medina y les dijo que si permitían que el Profeta(sa) viviera en paz entre ellos acarrearían la hostilidad de los mequíes. Les incumbía, por lo tanto, declarar la guerra al Profeta(sa), aunque sólo fuera para tranquilizar a los mequíes. El Profeta(sa) se enteró del asunto. Intentó convencer a Abdul’lah bin Ubayy ibn Salul de que tal paso sería suicida, pues muchos medinitas se habían convertido en musulmanes y estaban dispuestos a sacrificar su vida por el Islam. Si Abdul’lah declaraba la guerra contra los musulmanes, la mayoría de los medinitas lucharían al lado de los musulmanes. Tal guerra, por lo tanto, le costaría cara y provocaría su propia destrucción. Abdul’lah, impresionado por esta advertencia, abandonó su proyecto.
En esta época, el Profeta(sa) adoptó otra medida importante. Reunió a los musulmanes y sugirió que cada dos musulmanes se unieran como hermanos. La idea fue bien recibida. Los medinitas adoptaron a los mequíes como hermanos. Bajo esta nueva hermandad, los musulmanes de Medina ofrecieron compartir su propiedad y bienes con los musulmanes de La Meca. Un musulmán medinita ofreció divorciarse de una de sus dos esposas, para ofrecerla en matrimonio a su hermano mequí. Los musulmanes mequíes se negaron a aceptar estas ofertas de los musulmanes medinitas, teniendo en consideración sus necesidades. Pero los medinitas insistieron hasta tal punto, que el asunto tuvo que ser referido al Profeta(sa). Los musulmanes de medina alegaban que los musulmanes mequíes eran sus hermanos, por lo que tenían que compartir su propiedad. Los musulmanes mequíes no sabían cultivar la tierra, pero podían compartir los frutos del terreno en su lugar. Los mequíes, agradecidos, rechazaron esta oferta tan generosa, prefiriendo mantener su propia vocación comercial. Con el paso del tiempo, muchos musulmanes mequíes volvieron a hacerse ricos, pero los musulmanes medinitas recordaron siempre su promesa de compartir los bienes con sus hermanos mequíes. En muchas ocasiones, cuando fallecía un musulmán medinita, sus hijos compartían la herencia con sus hermanos mequíes. Esta costumbre continuó durante muchos años, hasta que el Corán la abolió mediante su enseñanza acerca de la división de la herencia (Bujari y Muslim).