Capítulo XI
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
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Los principios que acabo de explicar están diseñados para asegurar la paz internacional. En ausencia de paz internacional, no es posible garantizar las condiciones que permiten el progreso nacional. Pero incluso después de que se haya asegurado la paz, es necesario llevar a cabo mejoras en las condiciones nacionales. Por lo tanto, me referiré ahora a los medios adoptados por el Islam para garantizar estas mejoras.

Para este objetivo, el Islam ha expresado cuatro principios, cada uno de los cuales está diseñado para asegurar una distribución más equitativa de la riqueza. Una de las causas principales de la desigualdad social es la acumulación de la propiedad y riqueza en unas pocas manos, de modo que la gente común se ve privada de cualquier posibilidad de adquirir bienes para sí misma. Para hacer frente a estemal, el Islamdistribuye obligatoriamente la propiedad entre un gran número de herederos. Al morir un musulmán, sus padres, viuda, hijos e hijas, todos reciben una parte de la propiedad que el fallecido deja atrás. Nadie tiene la libertad de modificar, de ninguna manera, la parte a la que cada heredero tiene derecho bajo este sistema. El Corán dice que cualquier intento de interferir en este sistema es una inmoralidad. Comparados con el sistema islámico de herencia, los demás sistemas sufren de varios defectos. De acuerdo con algunos de ellos la propiedad de tierra es heredada solamente por el hijo mayor, y en otros, los varones excluyen a las mujeres de la herencia. El Manu, por ejemplo, ha prescrito que las hijas sean excluidas de la herencia en favor de los hijos. Bajo todos estos sistemas la propiedad queda confinada en las manos de una sección relativamente pequeña de la comunidad, y los sectores pobres se hayan privados de cualquier posibilidad de mejorar su condición económica. En contra de esto, el Islam enseña que, a menos que la propiedad y la riqueza se encuentren ampliamente distribuidas, la comunidad en su conjunto no puede progresar. Según el sistema establecido por el Islam, si un hombre ha logrado acumular bienes por un valor de cien mil rupias, tras su muerte, se dividirá esta cantidad entre todos sus hijos, sus padres, (si aún viven) y su viuda, si ella le sobrevive. En el curso de un par de generaciones, el patrimonio original quedará tan dividido y subdividido, que cada uno de los numerosos herederos del propietario original se verá obligado a esforzarse por ganar una vida respetable, en lugar de echar a perder su talento y vivir cómodamente de la riqueza heredada.

En segundo lugar, el Islam prohíbe la acumulación de dinero; es decir, enseña que el dinero debe estar constantemente en circulación. Debe ser gastado o invertido para que cumpla de forma continuada su objeto primario de medio de intercambio, promueva la actividad comercial e industrial. El Islam considera que la violación de esta norma genera un gran descontento Divino que conduce a graves sanciones. Hay un versículo en el Corán que dice que los que acumulan oro y plata en esta vida serán castigados por medio de ellos en la vida futura. Su importancia es evidente. Si la gente tuviera la libertad de acumular dinero y metales preciosos, que son el equivalente de la moneda, quedaría retirada gran cantidad de riqueza de circulación, y, como resultado, la comunidad general sería mucho más pobre. El dinero puesto en circulación de forma continua, ayuda a promover actividades beneficiosas de todo tipo, sirviendo, por tanto, al alivio de la pobreza y de la angustia, proporcionando empleo, y estimulando el esfuerzo laboral.

Tomemos el siguiente ejemplo. Si una persona que tiene una cierta cantidad de dinero decide construir una casa para sí mismo o un edificio para un fin público, aparte de la consecución de su objetivo, va a proporcionar empleo a través de este medio a un gran número de constructores, albañiles, carpinteros, herreros, y así sucesivamente. Este no habría sido el caso si se hubiera quedado simplemente con el dinero, guardándolo en su casa o en el banco. Incluso en el caso de las mujeres musulmanas, a quienes el Islam permite llevar adornos, se les desalienta a gastar grandes cantidades de dinero para este propósito.

En tercer lugar, el Islam prohíbe  el  préstamo  de  dinero con intereses. La institución del interés también provoca la acumulación de riqueza en el círculo de un número relativamente reducido de personas. Permite a las personas con clientela y conexiones establecidas, multiplicar sus ganancias prácticamente sin límites, en detrimento del resto de la comunidad. Aquellos de vosotros que estáis dedicados a la agricultura, podéis daros cuenta perfectamente cómo una parte de las ganancias de un campesino encuentra su camino en las arcas del prestamista. Bajo un sistema económico que hubiera hecho una provisión para créditos agrícolas sobre una base que no fuera el interés, el campesinado de este país habría sido mucho más próspero de lo que es hoy en día. Bajo el sistema que ahora prevalece, una vez que el campesino se ve obligado a pedir prestado, todos sus ahorros son absorbidos por los intereses del préstamo, e incluso después de haber pagado en intereses varias veces el importe del préstamo, todavía sigue debiendo el capital del préstamo original. El interés es, por lo tanto, una maldición similar a la de una sanguijuela que chupa la sangre de los pobres. Si el mundo desea la paz económica, el interés debe ser abolido, para que no se permita por este medio que la riqueza sea monopolizada por un pequeño sector de la comunidad.

Se puede argumentar que, a pesar de que los tres principios a los que he hecho referencia garantizan, sin duda, que la propiedad y la riqueza no acabe acumulada en unas pocas manos por medio de la división y subdivisión de la propiedad y la riqueza, y la circulación continuada del dinero, sin embargo, no contribuye al alivio directo de la pobreza y la miseria. La respuesta es que el Islam complementa estos principios con un cuarto principio, mediante el establecimiento de gravámenes obligatorios y el fomento de contribuciones voluntarias para el alivio de la pobreza. Bajo la institución del Zakat, constituye un deber para un Estado islámico imponer un impuesto promedio del 2,5 % sobre toda la riqueza y el capital que ha estado en posesión, o bajo la dirección de un contribuyente durante un año. La recaudación de este impuesto debe dedicarse exclusivamente al alivio de la pobreza y a la elevación del nivel de vida de los pobres. Cabe señalar que este impuesto no se detrae solo de los ingresos o los beneficios, sino sobre el capital y las existencias, por lo que a veces este 2,5% puede ascender hasta un 50 % de los ingresos o beneficios; y en el caso de una acumulación de capital, tiene que ser pagado con el dinero acumulado. Esto también tiene el efecto de estimular la inversión, porque si una persona posee una cierta cantidad de dinero acumulada en sus manos o depositada en su haber, tendrá que pagar el Zakat por ello, a razón de un 2,5 % anual, por lo que, poco a poco, el dinero comenzará a desaparecer debido el pago del impuesto. Cada persona normal, por lo tanto, se verá obligada a invertir su dinero y a ponerlo en circulación, para poder conseguir sus objetivos mediante los beneficios obtenidos. Esto se traduce en un doble beneficio para la comunidad, ya que asegura la circulación de la riqueza, y por tanto, proporciona empleo a todos los sectores, y además asegura un 2,5 % del capital y de las ganancias obtenidas en beneficio de los pobres. Por culpa de la tensión que ha provocado el estado de guerra en este país, mucha gente ha comenzado a acumular absurdamente oro y plata, con el resultado de que los precios de estos metales se han disparado. Los sectores más pobres se han visto obligados a desprenderse de lo poco que habían podido acumular en metales preciosos con el fin de proveer sus necesidades diarias, y a veces simplemente por la tentación de los altos precios que en la actualidad son la norma del mercado. Por otra parte, estos metales están siendo acaparados por los banqueros, prestamistas y otros que temen que, en el caso de una invasión japonesa del país, los billetes pierdan todo su valor. No se dan cuenta que en el caso de una invasión japonesa se verán privados igualmente de todo su oro y plata acumulados. Cualquiera que sea la razón, el precio del oro y la plata está aumentando de forma forzosa, y los sectores más pobres de la población ha tenido que desprenderse incluso de las pequeñas cantidades de estos metales que habían acumulado en el pasado. El sistema económico islámico, sin embargo, recomienda que el dinero y la riqueza deban estar constantemente en circulación, y deban emplearse al servicio de la comunidad, y que toda acumulación, tanto de capital como de beneficios, se debe dedicar para contribuir al alivio de la pobreza y al aumento del nivel de vida. Si se obedecen los mandatos establecidos por el Islam en este sentido, y se llevan a la práctica, incluso la persona más mezquina se vería obligada a invertir sus ahorros, y así contribuir a la prosperidad general, y además, pagar el 2,5 % de los mismos para el alivio de la pobreza.

Se debe, sin embargo, tener en cuenta que, a pesar de todas estas disposiciones, el Islam reconoce el derecho a la propiedad privada y a la propiedad individual; pero se asegura de que el propietario individual trate a su propiedad como una especie de fideicomiso, limitando la institución de la propiedad privada con el fin de reducir el poder e influencia de los sectores más ricos de la comunidad.

Puede uno preguntarse, ¿por qué no es preferible el sistema bolchevique al sistema islámico? La respuesta es que el objetivo de un sistema económico y social ideal debe ser establecer la paz y la justicia, y promover un espíritu de progreso. El sistema bolchevique provoca un huracán de un solo golpe mediante una revolución repentina, que priva a las clases pudientes de toda su riqueza y, por lo tanto, genera un amargo resentimiento entre las diferentes clases. Privar a una persona rica de su casa, bienes, dinero y otras riquezas le provoca un sufrimiento insoportable, y lo hunde en la miseria y en el resentimiento. Los peores enemigos de los bolcheviques rusos son los aristócratas que se han visto privados de todos sus bienes y privilegios, y han sido obligados a abandonar su país en un estado de pobreza y miseria. Tuve ocasión de ver a algunos de estos rusos durante mi estancia en Europa, y percibí que eran enemigos acérrimos del Estado bolchevique. La razón es que pasaron del lujo a una vida de miseria y privación. Es cierto que una gran parte de su riqueza debiera corresponder por derecho a los sectores más pobres de la población de su país, pero generación tras generación, estas personas han llegado a creer que tenían pleno derecho a la propiedad de sus bienes y tierras, y cuando han sido expulsados por la fuerza de las mismas, ciertamente se han sentido muy resentidos. Por eso, el Santo Profeta del Islamsa dijo que no se deben alterar los títulos de propiedad establecidos con antigüedad; es decir, las personas con tales títulos y propiedades no deben ser sometidas a tratamientos que les haga sentir que están siendo tratados con crueldad.

En segundo lugar, el bolchevismo ignora el hecho de que la capacidad intelectual es un activo, igual que la propiedad y la riqueza. Se exalta la mano de obra a expensas del esfuerzo intelectual y, naturalmente, todo aquello cuyo valor no se aprecia empieza a decaer. Aquellos que no valoran el dinero acaban gastándoselo todo, y aquellos que no guardan provisiones pronto se quedan sin nada. De la misma manera, las personas que no aprecian el esfuerzo intelectual comienzan a decaer intelectualmente. El sistema bolchevique está, por lo tanto, sujeto al grave inconveniente de que al fallar en reconocer la capacidad intelectual como un activo valioso, desalienta el esfuerzo intelectual, y eso acaba por extender la degeneración intelectual a escala nacional. La razón por la que el intelecto no es considerado un activo valioso por los bolcheviques es que son incapaces de someterlo a una distribución equitativa obligatoria, como los bienes materiales. En contraste con esto, el Islam trae consigo cambios y transformaciones graduales, y asegura mediante la persuasión cordial, que todo tipo de talento y propiedad se ponga al servicio de la humanidad. De esta manera logra conseguir una distribución, no sólo de bienes materiales, sino también de capacidades intelectuales. En este sentido, incluso la naturaleza opera en oposición al sistema bolchevique. La naturaleza dota a diferentes personas con diferentes tipos y grados de capacidad intelectual, y los bolcheviques no han descubierto ningún método para lograr una distribución equitativa de este activo. El Islam asegura una distribución justa a este respecto, a través de la enseñanza de que la capacidad intelectual también debe dedicarse al servicio de la humanidad. El Santo Corán dice:

Y gastan de lo que les hemos provisto. (2: 4).

Es decir, los que creen sinceramente, y están deseosos de alcanzar la cercanía de Dios, van a gastar de lo que les hemos dado (ya sea por medio de sus capacidades intelectuales y físicas, o por medio de la riqueza y la propiedad) para el servicio de la humanidad. De esta manera el Islam asegura la distribución de todo tipo de capacidades y riqueza, pero no mediante la fuerza o la violencia, sino voluntariamente, a través de la persuasión. Este método asegura el servicio a la humanidad mediante los beneficios resultantes de la aplicación del talento y la riqueza; y, al ser completamente voluntario, no deja tras sí un sentimiento de amargura o rencor.

A pesar de sus principios altisonantes, el bolchevismo no ha tenido éxito en la práctica en lo que se refiere al logro de la igualdad perfecta. En Rusia, incluso bajo el sistema actual, hay diferencias entre encumbrados y menesterosos, y entre ricos y pobres. El defensor más apasionado del bolchevismo en Rusia no puede afirmar que se haya logrado la igualdad perfecta en todos los aspectos. No hay ninguna duda de que el campesino de los distritos rurales no come los mismos alimentos que quienes detentan la autoridad en las ciudades más grandes. En ocasiones especiales, se siguen manteniendo los banquetes de Estado, en los cuales el dinero se gasta profusamente. Hace poco tiempo, cuando el Sr. Wendell Wilkie fue a Rusia, se le ofreció un banquete en su honor en el que, según informes de la prensa, se sirvieron sesenta platos; y Stalin y los otros funcionarios bolcheviques que estaban presentes debieron haber disfrutado de ellos. De acuerdo con los principios bolcheviques, todos los ciudadanos de la capital, o más bien cada uno de los 180 millones de personas de Rusia, tendrían derecho a solicitar que se les proporcionaran estos sesenta platos. Se dirá que esto es impracticable y que, a veces, se deben hacer excepciones. Sin embargo, esto se podría aplicar en todos los supuestos. Si se deben hacer excepciones de vez en cuando, y algunas distinciones deben ser toleradas, ¿por qué molestar a toda la sociedad en un esfuerzo inútil para abolir todas las distinciones?

¿Por qué no tratar de lograr una situación equitativa de manera que no genere resentimientos?

Otra consecuencia a la que ciertamente, con el transcurso del tiempo, tendrá que enfrentarse el bolchevismo es que el país comenzará a perder el beneficio del esfuerzo intelectual de sus mejores cerebros. Cuando los científicos y los técnicos rusos se den cuenta de que no pueden obtener beneficios individuales de sus actividades intelectuales, comenzarán a buscar excusas para salir del país, y establecerse en naciones en las que el resultado de sus investigaciones individuales pueda encontrar una mejor recompensa y reconocimiento; y además les brinde una gratificación individual superior. Esto significa que otros países se beneficiarán de las actividades de los intelectuales más brillantes de Rusia, de las que la misma Rusia se verá privada. Esta tendencia puede no ser evidente en esta etapa, pero inevitablemente acabará por manifestarse más adelante. Los principios bolcheviques suenan muy atractivos en este momento, pues hace poco que el país se ha emancipado de la tiranía zarista, pero a medida que pase el tiempo, la gente comenzará a darse cuenta de sus deficiencias prácticas. Los principios bolcheviques son muy similares a las enseñanzas de la Biblia en lo que se refiere a que si una persona ha sido abofeteada en la mejilla derecha debe presentar la mejilla izquierda al que le golpea. Esto suena muy atractivo mientras no se ponga en práctica. Pero si se hace un intento de actuar de esta manera, se descubre enseguida que es totalmente impracticable. Se cuenta que un misionero cristiano solía predicar en las calles de El Cairo cuán llenas de amor y tolerancia eran las enseñanzas de Jesús. Citaba como ejemplo la orden de ofrecer la mejilla izquierda cuando te abofetean la derecha, y hacía comparaciones desfavorables con las enseñanzas de otras religiones. Sus discursos estaban adornados de un lenguaje muy fino y su público solía sentirse conmovido en gran medida. Un musulmán, que había oído predicar al misionero de esta manera, en varias ocasiones, se sintió molesto. Se preguntaba por qué ningún teólogo musulmán se había preocupado de abordar al misionero comparando los méritos de las enseñanzas islámicas y cristianas. Un día, mientras el misionero se hallaba en medio de su discurso, este hombre se le acercó y expresó su deseo de hablar con él. El misionero inclinó su cabeza para escuchar lo que le tenía que decir. Pero el hombre, en lugar de decirle nada, dio al misionero una bofetada en la cara. El misionero se sorprendió por un momento, pero luego, temiendo que el hombre prosiguiera con más violencia, levantó su mano para golpear al agresor. El hombre reprendió al misionero y le dijo que esperaba que siguiendo las enseñanzas cristianas, en lugar de tratar de devolverle el golpe, le ofreciera su otra mejilla. El misionero contestó, “Hoy he decidido actuar conforme a la enseñanza del Corán, y no de la Biblia.”

Algunas doctrinas pueden parecer o sonar muy atractivas, pero demuestran ser totalmente impracticables cuando se intentan poner en práctica. Lo mismo sucede con el bolchevismo. Hay en la actualidad un gran entusiasmo a su favor debido al contraste con la tiranía del Zar de la que el país ha sido rescatado recientemente. Una vez que se olvide todo esto, el deseo natural de cosechar los beneficios del trabajo y del esfuerzo propio se reafirmará, y las nuevas generaciones comenzarán a rebelarse contra el sistema de uniformidad inamovible que el bolchevismo pretende imponer; y comenzarán a manifestarse todo tipo de conflictos. En contraposición, el sistema islámico, al ser perfectamente voluntario y natural, nunca conduce a la rebelión, a pesar de que a menudo las personas no llegan a aplicar sus enseñanzas en la práctica.

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