III ESTANCIA EN BHOPAL
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
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Los viajeros habían avanzado sólo unas pocas millas desde el Acantonamiento de Gunnah, cuando un campesino les advirtió que debían cambiar su ruta, porque el área que les precedía estaba infectada por una epidemia de cólera. Maulwi Sahib sugirió que prestaran atención a la advertencia, pero Mahmud le restó importancia diciendo que no se trataba más que de la afirmación de un individuo, y que no era digna de crédito. Unos minutos más tarde, Mahmud sufrió un ataque de cólera. Les negaron la entrada en una aldea vecina y se vieron obligados a acampar a la sombra de un árbol. Hakim Nur-ud-Dinra se ocupó diligentemente del tratamiento y cuidado de su compañero de viaje, pero éste sucumbió después de dos o tres días de enfermedad. Logró persuadir al jefe de la aldea para que excavaran un sepulcro, a cambio del pago de una gran suma de dinero. Hakim Nur-ud-Dinra, se encargó personalmente de las honras fúnebres y él solo llevó a cabo el entierro. Toda la ansiedad, fatiga y privaciones sufridas lo habían dejado débil y desamparado.

Unos momentos después, el jefe se acercó, corriendo hacia él con gran desconcierto. El único hijo que tenía, sufría de cólera y rogó a Hakim Nur-ud-Dinra que fuera a su casa y le tratara, y así lo hizo. Como resultado de su tratamiento y cuidados, el niño se recuperó y comenzó a mejorar. Luego, trató con éxito a varios otros pacientes en el pueblo. El jefe y su esposa le albergaron y cuidaron de él. El jefe no sólo le devolvió el dinero que había recibido para organizar la excavación de la tumba de Mahmud, sino que también le transportó a él y a sus pertenencias a Bhopal.

Al llegar a Bhopal, dejó sus enseres en una posada para viajeros a la entrada de la ciudad y, tras arreglarse y, con una sola rupia en sus manos, se dirigió hacia la ciudad. En el camino, comió en una panadería, lo que le costó la mitad de la rupia. Tras obtener el permiso del guardia de la puerta, entró en la ciudad, y pronto descubrió que había perdido la mitad restante de su rupia. Cuando regresó a la posada, encontró sus pertenencias intactas, pero el dinero había desaparecido. Al día siguiente, mientras llevaba consigo sus pertenencias a la ciudad, al pasar por la tienda del panadero donde había comido el día anterior, el panadero le saludó y le invitó a comer. Dejó allí su alforja y disfrutó de una comida abundante.

Dentro de la ciudad, se topó con una mezquita grande, atractivamente situada en el borde de un estanque. Le pareció un lugar agradable y pasó gran parte de su tiempo allí. Después de dos o tres días sin ingerir ningún alimento se sentía muy débil y comprendió que no sobreviviría por mucho tiempo. Después del servicio de oración de la tarde, tras sentir un sudor frío, se tendió sobre una plataforma a un lado de la mezquita. Munshi Yamalud- din, el Primer Ministro del Estado, que había asistido al servicio de oración, y que se había fijado en él, envió al Imam de la mezquita para que averiguara quién era. El agotado forastero respondió lacónicamente a las preguntas del Imam ya que estaba al límite de sus fuerzas. Cuando el Imam informó al Primer Ministro se acercó a él, asistido por su séquito, y le hizo algunas preguntas y pidió que le examinaran el pulso; así lo hicieron y le dijeron que sufría una indigestión. Siguiendo las instrucciones del Primer Ministro, le prescribieron una receta muy cara.

Entonces, el Primer Ministro indicó a sus siervos que se retiraran y le pidió que cenara con él. Declinó, diciendo que no estaba de humor para cenar, a lo que Munshi Yamalud-din le recordó: “El Santo Profetasa ordenó que se aceptaran las invitaciones.” Entonces cedió y aceptó. Poco después, llegó un emisario y le dijo que le acompañara a la residencia del Primer Ministro. Le dijo que no tenía fuerzas para caminar. El emisario ofreció llevarlo sobre su espalda, le transportó de esa forma a la residencia principal del Ministro, y le depositó en el comedor junto a él. Lo ocurrido luego puede describirse con las propias palabras de Maulwi Sahib:

“La cena estaba servida, y yo examiné lo que debía comer. El arroz con pollo cocido en su jugo era mi plato favorito, y tomé un bocado, pero me detuve al pensar que después de tanta hambre podría ahogarme, y lo puse a un lado. Entonces tomé un tazón de caldo de pollo y bebí un poco de él. Eso me reanimó inmediatamente. Tomé otro sorbo y comencé a comer lentamente. En ese momento, el anfitrión llamó al cocinero y le preguntó: ‘¿Qué le pasa al arroz?’ Él respondió: ‘Nada, excepto que el pollo estaba cocinado un poco más de lo necesario y por eso lo puse en la parte inferior del plato.» Entonces le preguntó: ‘¿Cuál es el mejor plato de esta noche?’ El cocinero respondió: ‘El caldo’. En resumen, tomé una gran cantidad de caldo que me reanimó completamente.”

Después de la cena, Munshi Sahib habló conmigo en privado y me pidió que le hablara de mí. Le dije que era de Punjab y que había llegado a Bhopal en busca de conocimiento. Me di cuenta de que pensaba que yo era una persona próspera y culta, que había sido víctima de la adversidad, y que mi supuesta búsqueda del conocimiento era sólo un pretexto. Así que me dijo que sería su invitado y que se encargaría de mi instrucción. Asignó una habitación para mi residencia y le dijo a su bibliotecario que me diera libre acceso a los libros. También envió a alguien a por mis propios libros y mis pertenencias, y designó a Maulwi ‘Abdul Qayyum Sahib como mi maestro. Con él, comencé a estudiar Sahih Bujari e Hidayah.” 5

Munshi Yamalud-din daba una clase sobre el Sagrado Corán todas las noches. Un día Maulwi Nur-ud-Dinra también asistió a la clase. El versículo que se estaba tratando era: “Cuando se reúnen con los creyentes, afirman: ‘Creemos’; pero cuando están en compañía de sus semejantes…” (2:77). Pidió permiso para hacer una intervención, que le concedieron, y dijo: “en este versículo y en el 2:15 se hace referencia a los hipócritas de Medina. En el primero se describen simplemente como sus semejantes. En el 2:15 se describen como diablos. Debe haber una razón para esta discriminación.” Munshi Sahib confesó que no se le ocurría ninguna, pero que Maulwi Nur-ud-Dinra podría proponer alguna. Éste sugirió que había dos categorías de hipócritas en Medina. Una entre los judíos y la otra entre los paganos. En el versículo que estaban discutiendo se hacía referencia a los judíos, y como ellos eran el Pueblo del Libro, estaban descritos simplemente como los compañeros de sus hermanos hipócritas. En el 2:15 se hacía referencia a los paganos que fueron castigados como si fueran diablos. Este planteamiento impactó a Munshi Sahib de tal manera, que se levantó de su asiento e invitó a Maulwi Nur-ud- Dinra a ocuparlo y continuar con la lección. También indicó que en lo sucesivo él daría la lección y que él mismo asistiría a ella para beneficiarse de su erudición.

En una ocasión, en el transcurso de un procedimiento oficial que Munshi Sahib presidía en su calidad de Primer Ministro, el Qadi hizo una referencia despectiva a Hazrat Shah Ishaq. Maulwi Nur-ud-Dinra, que estaba presente, se sintió gravemente ofendido y se retiró inmediatamente. Esa noche, no se unió a Munshi Sahib en la cena, por lo que este último tampoco cenó. A la tarde siguiente preguntó dónde iría Maulwi Nur-ud-Dinra a ofrecer la plegaria vespertina. Le dijeron que el lugar más probable era la mezquita junto al barrio en el que vivía. Munshi Sahib fue a la mezquita y al encontrar a Maulwi Nur-ud-Dinra orando, se sentó junto a él a su derecha. Cuando concluyó la oración y, según lo prescrito, volvió su rostro hacia la derecha dijo: “La paz y la misericordia de Al’lah sean con usted”; Munshi Sahib exclamó: “Oh, de manera que estás complacido de verme”; y tomando su mano le levantó. Le llevó fuera de la mezquita y sentándole en su carruaje, indicó al cochero que les condujera fuera de la ciudad. Cuando hubieron dejado el pueblo atrás, le recriminó: “Ayer, también me dejaste hambriento.”

Maulwi Sahib respondió: “Hazrat Shah Ishaq fue difamado en su presencia, y yo soy su devoto admirador.” Munshi Sahib preguntó:

“¿Acaso conoces a Hazrat Shah Ishaq?” “No.”

“Yo he aprendido el Corán de Shah Sahib. En ese momento yo era un chiíta intolerante. En Delhi, nuestra casa estaba cerca de la suya y frecuentemente pasaba delante de ella. Finalmente, comencé a asistir a sus lecciones del Santo Corán, y el resultado es el que ves ahora.”6

Munshi Sahib entonces relató toda la historia de su transformación de intolerante chiíta a devoto sunita y concluyó: “Por tanto soy un gran admirador de Shah Sahib. El incidente de ayer ocurrió durante el transcurso de un procedimiento oficial, y no consideré oportuno intervenir. Estas personas son estrechas de mente. No debes prestarles demasiada atención.” 7

Condujeron de regreso a la ciudad y cenaron juntos esa noche.

Así se restauró la paz.

Como se ha mencionado, Maulwi Nur-ud-Dinra estudió Bujari y Hadayah con Maulwi ‘Abdul Qayyum Sahib. Recibió instrucción por parte del Mufti de Bhopal en las cuarenta tradiciones del Santo Profetasa que han sido transmitidas oralmente, a través de una larga cadena de narradores a lo largo de los siglos. El Mufti los aprendió a través de Muhammad bin Nasir Hazrami, que era una de las personas más piadosas y un modelo de conformidad. Munshi Yamalud-din Sahib relataba el siguiente incidente como ejemplo:

“Muhammad bin Nasir Hazrami era un personaje muy conocido por su gran piedad. En una ocasión cuando me visitó, coloqué delante de él una bolsa de mil rupias como regalo. Noté que se disgustó, por lo que rápidamente, moví la bolsa y la puse delante de mí. Sonrió y dijo: ‘Tenía la intención de recitarte los cuarenta Hadices, pero cuando pusiste el dinero delante de mí, me sentí molesto y deduje que eras una persona mundana. Habría aceptado el dinero, pero no te habría recitado el Hadiz. Ahora que veo que eres una persona con discernimiento, no dudaré en visitarte y recitarte el Hadiz. No necesito el dinero. Mis jardines de dátiles producen suficientes frutos para cubrir mis necesidades. También tengo un cierto número de camellos. Voy a peregrinar a la Meca cada año. Cargo un camello con dátiles, y un criado monta en ese camello. Yo monto en otro camello que lleva también un suministro de agua. ¿Qué más necesita uno? Alabado sea Dios.’ ”8

Munshi Sahib mencionó que Hazrami hablaba rápido, y que las

palabras salían de su boca sin esfuerzo; pero todo su vocabulario procedía del Corán y del Hadiz.

La economía doméstica de Munshi Sahib era muy simple. En una ocasión mencionó que en todos sus años en Bhopal no había gastado, de golpe, más de tres rupias para comprar carne. Comía sólo una comida completa al día, e invitaba a varias personas a ella. Un kilo de paletilla de cordero era toda la carne que necesitaba diariamente. Por las mañanas, ordenaba comprar un animal por tres rupias. Cuando lo mataban, se reservaba el kilo de carne para su cocina, y el resto lo vendía en ese momento a un precio justo. La gente compraba rápidamente lo que necesitaba, y el producto de la venta, con un valor inferior a tres rupias, era devuelto a Munshi Sahib. Sin duda, recurría a disposiciones similares para sus otras necesidades domésticas. Sin embargo, era muy generoso y liberal. Por ejemplo, había dispuesto un barrio entero de la ciudad para el alojamiento de personas ciegas, las cuales estaban a su cargo. Mostraba un gran interés en su bienestar. Había facilitado los matrimonios entre ellos, y le daba gran placer ver a sus hijos de ojos brillantes, para quienes había edificado una escuela.

Mientras tanto en Bhopal, Maulwi Nur-ud-Dinra tuvo un ataque de fiebre muy alta durante el cual su boca comenzó a segregar una apestosa saliva negra. Consultó con Hakim Farzand ‘Ali quien le dijo que estaba afectado de una enfermedad mortal, virulenta e incurable, y que debía volver a casa inmediatamente. Poco después, un personaje venerable, que era el supervisor de los estudiantes, le llamó y se quejó de que a causa de su edad avanzada, su boca salivaba constantemente y le pidió una receta. Le aconsejó probar mermelada de aceitunas, semillas de cardamomo y pan de oro. Volvió al rato con el frasco de mermelada, semillas de cardamomo y el pan de oro y se los dio diciendo: “Tienes el mismo problema que tengo yo, así que he traído tu propia receta para que tú también la pruebes”. Maulwi Sahib le agradeció su bondad y encontró que el uso repetido del brebaje pronto le produjo una curación completa.

En una ocasión le confeccionaron dos chalecos de tela muy delicada. Antes de que tuviera ocasión de estrenarlos, le robaron uno de ellos. No sintió angustia por la pérdida, y confiando en que Dios le proveería con un sustituto mejor, recitó de corazón: “A Al’lah pertenecemos y a Él retornaremos” (2:157) y donó el otro chaleco en caridad. A los pocos días, el hijo de un rico ciudadano comenzó a sufrir de gonorrea y le pidió a un amigo que buscara a un médico que no fuera reconocido. El amigo conocía a Hakim Nur-ud-Dinra y le pidió que visitara al joven. Al oír los detalles, el Hakim comentó: “Esto es sólo por mi chaleco perdido” y acompañó al emisario para visitar al paciente, a quien encontró sentado en un jardín. El paciente describió sus síntomas y le pidió alguna receta que pudiera preparar él mismo. Había algunos árboles de plátano en el jardín y el Hakimra prescribió una mezcla de agua de plátano y un compuesto de calcio que era fácil de conseguir. El paciente inmediatamente preparó el brebaje y lo bebió. El médico se marchó y al día siguiente, al visitarlo, el paciente le dijo que la primera dosis le había curado y que no necesitaba ningún tratamiento adicional. El médico se dio cuenta de que el episodio entero era una manifestación de la gracia divina. Al siguiente día, el amigo del paciente le trajo varias prendas de brocado, regalos costosos y una gran suma de dinero en efectivo, que el paciente le había enviado en señal de gratitud. El médico remarcó de nuevo: “Esto es por mi chaleco”. El emisario quiso saber cuál era el misterio del chaleco.

El Hakim se lo explicó, y entonces le dijo que como no iba a poder usar ninguna de las lujosas prendas, las vendiera y le diera el dinero correspondiente. Consiguieron un buen precio, y con el efectivo, dispuso de tanto dinero que decidió ir a Hiyaz en peregrinación.

Cuando le llegó el momento de partir de Bhopal, se despidió afectuosamente de Munshi Yamalud-din Sahib, y, después, acompañado por un gran grupo de eruditos y teólogos, se despidió de Maulwi ‘Abdul Qayyum Sahib. En la despedida, le pidió que le dijera algo que lo mantuviera en buen estado de ánimo. Le contestó: “No trates de ser Dios ni Su Mensajero.” Señaló: “Señor, soy incapaz de captar lo que dices, y dudo que cualquiera de este grupo de eruditos lo haya entendido.” “Bueno, entonces, dime

¿cómo consideras a Dios?” “Señor, uno de Sus atributos es que Él realiza todo lo que Él desea.” “Correcto. Eso es lo que quise decir. Cuando alguno de tus deseos se frustre, debes recordarte a ti mismo que no eres Dios. Un Mensajero de Dios recibe los mandamientos de Dios y sabe que aquellos que lo desobedecen están condenados al infierno. Por lo tanto, le entristece su desobediencia. Si alguien rechaza tu consejo, no necesariamente provoca la ira de Dios. Así que no debes tener motivo alguno para entristecerte por él.” 9

Saliendo de Bhopal, se detuvo en Burhanpur donde un amigo de su padre, Maulwi Abdul’lah, le recibió cortésmente y le atendió muy bien. Como despedida le dio una cesta de dulces. Cuando la abrió, encontró una letra de cambio por mil rupias a nombre de un mercader de la Meca y algo de dinero. Utilizó el dinero en efectivo, pero no cobró la letra de cambio.

Maulwi ‘Abdul’lah tuvo una vida interesante. Era de Sahiwal, en el distrito de Shahpur. De alguna manera, se las había arreglado para llegar a la Meca para realizar la peregrinación. No tenía medios de subsistencia y se dedicaba a la mendicidad. Un día se le ocurrió pensar que si caía enfermo, quedaría totalmente indefenso. Se detuvo de inmediato en la Ka’aba y sujetándose a una esquina de su fachada, hizo esta promesa: “Señor, no puedo verte, pero aferrándome a la fachada de Tu casa, te prometo que, de aquí en adelante, no volveré a pedir limosna a ninguna de Tus criaturas”. Habiendo hecho su promesa, se separó de la fachada y, alejándose, se sentó. En ese momento, alguien se le acercó y puso seis pices (monedas) en su mano. Como no le había pedido nada a nadie, tomó las monedas, se alimentó con un pedazo de pan de dos monedas y compró cerillas con las restantes cuatro, las cuales vendió a seis monedas. Reinvirtió su pequeño capital en cerillas, las cuales vendió por nueve monedas, y repitió la experiencia de manera que para el atardecer ya había ganado cuatro annas (dieciséis monedas). A los pocos días, el montón de cerillas se volvió muy pesado. Entonces se decantó por comerciar con artículos de aseo femenino. Su negocio continuaba floreciendo, y, tras obtener cierta cantidad de dinero, regresó a Bombay, donde decidió comprar copias del Santo Corán que vendía en los pueblos y villas de los alrededores. Este negocio prosperó tan bien que, en una ocasión, compró copias del Santo Corán, valoradas en treinta mil rupias, las llevó a Bhera, y las vendió todas, con un buen margen, al padre de Maulwi Nur- ud-Dinra. Finalmente, se convirtió en mercader de telas, construyó una casa en Burhanpur, y se estableció allí. Decía que su práctica consistía en buscar pequeños beneficios y vender rápido.

En Bombay, Maulwi Nur-ud-Dinra conoció a Maulwi ‘Inayatul’lah y le pidió que le procurara una copia del librito de Hazrat Shah Wal’lul’lah, Fauzul Kabir, que tenía ganas de leer y disfrutar. Al día siguiente, le dijeron que el librito estaba disponible por cincuenta rupias. Inmediatamente entregó un billete de cincuenta rupias, tomó el librito y se levantó para salir. Maulwi ‘Inayatul’lah le preguntó que por qué tenía tanta prisa. Le explicó que algunos juristas eran de la opinión que una venta no concluía hasta que las partes se habían separado, y que estaba ansioso por concluir su negocio más allá de cualquier riesgo de revocación. Maulwi ‘Inayatul’lah le pidió que regresara pronto. A su regreso, el Maulwi le devolvió las cincuenta rupias en agradecimiento por su afición por los libros, a pesar de su insistencia en que tenía suficiente dinero y que, por tanto, podía pagar esa suma.

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