XVII REMINISCENCIAS PERSONALES
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
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Mi padre, Chaudhri Nasrul’lah Janra, era un abogado que ejercía en Sialkot, en el Punjab. A principios del siglo le pidieron que actuara de defensor en una demanda civil en la que se planteaban preguntas interesantes, a la vez que intrigantes, para que fueran determinadas judicialmente. Algunos años antes Maulwi Mubarak ‘Ali, Imam y Mutawalli de la gran y bien dotada Yami’a Masyid del Acantonamiento de Sialkot, se había unido al Movimiento Ahmadía. Su identificación con un conjunto de doctrinas que eran condenadas vehementemente por los teólogos ortodoxos, se convirtió en una fuente de irritación e intranquilidad para la mayor parte de la congregación de la mezquita, que poco a poco se convirtió en intolerancia y hostilidad. Algunos de ellos, finalmente, decidieron iniciar un pleito colectivo para pedir que se declarara que el acusado, Maulwi Mubarak ‘Ali había dejado de ser musulmán, y ya no era competente para trabajar como Imam o Mutawalli de la Yami’a Masyid, al haberse unido al Movimiento Ahmadía. En ese momento no había ningún abogado áhmadi en Sialkot, y mi padre fue contratado como abogado del acusado. Hizo un estudio exhaustivo de las cuestiones doctrinales planteadas por los demandantes, que alegaban que un áhmadi no podía ser considerado musulmán, y encontró que simpatizaba con el punto de vista ahmadía. Otra cuestión que le impresionó profundamente fue el hecho de que los demandantes y sus testigos, habiendo hecho sus declaraciones bajo juramento y bajo examen, no dudaron en declarar falsamente, o en tergiversar los hechos cuando consideraban que una respuesta directa podría perjudicar su alegato; mientras que los testigos acusados y los ahmadíes se adherían estrictamente a la verdad sin tener en cuenta el efecto que sus declaraciones pudieran tener sobre el resultado del caso. Él sentía que los altos estándares morales de los ahmadíes, expuestos de una manera tan llamativa, era indicativo de que estaban basados en la verdad. Las conclusiones del juez de primera instancia respaldaron al acusado, y la demanda fue desestimada. Los demandantes apelaron contra la sentencia del juez de primera instancia, y su apelación también fue desestimada. El proceso hizo que mi padre se sintiera muy atraído hacia el Ahmadíat.

Poco después fue convocado para comparecer como testigo de la defensa en la corte de un Magistrado en Gurdaspur en un caso criminal en el cual Hazrat Mirza Ghulam Ahmadas, Fundador del Movimiento Ahmadía, estaba siendo juzgado por difamar a Maulwi Karam Din, uno de sus amargos y virulentos oponentes. Esto le dio la oportunidad de conocer al ilustre personaje, y quedó muy impresionado con su elevada espiritualidad. Alrededor de ese tiempo, en el verano de 1904, mi madre, que

no había tenido ningún contacto ni conocimiento del Ahmadíat, aunque su padre y único hermano se habían unido poco antes al Movimiento, tuvo una serie de sueños de alto significado espiritual en los que entró en contacto con un eminente personaje espiritual que, según ella, estaba tratando de guiarla por los caminos de la rectitud. Los sueños la exaltaron, y dejaron una impresión profunda en su mente. No tenía idea de quién era el venerable personaje, y en su tercer sueño le rogó que revelara su identidad. Le dijo que era Ahmad. Cuando mencionó esto a mi padre, este comentó que, como Ahmad era uno de los nombres del Santo Profetasa del Islam, tal vez tuvo la suerte de contactar espiritualmente con él. Ella explicó que tenía el presentimiento era que el personaje que había visto en sus sueños era un ser contemporáneo, vivo, a través del cual estaba siendo guiada a la verdad y a la rectitud. Unos días más tarde, su hermano vino a visitarla y al enterarse de su último sueño le dijo que Ahmad era el nombre del Mesías Prometidoas y que ella le había visto, seguramente, en sueños. Ella dijo que estaba segura de que Dios, que había escogido este método para guiarla, le revelaría, a su debido tiempo, su propósito más claramente.

Se anunció que el Mesías Prometidoas se hallaba visitando Lahore, y que se iba a leer uno de sus discursos en Lahore el 3 de septiembre de 1904, en su presencia. Mi padre se dirigió a Lahore para este propósito, y afortunadamente para mí, me llevó consigo. En el momento en que mis ojos se posaron sobre el rostro bendito del santo personaje, me quedé extasiado, y durante toda la lectura de la conferencia de Maulwi ‘Abdul Karim, mantuve la mirada fija en su rostro iluminado. Su verdad penetró mi mente y mi alma, y sentí que estaba totalmente comprometido con él. Yo era sólo un colegial, de doce años de edad, pero estaba convencido de que al ofrecerme esta oportunidad, Dios me había bendecido abundantemente con Su gracia.

El Mesías Prometidoas llegó a Sialkot para una visita el 27 de octubre de 1904, acompañado por los miembros de su familia y algunos de sus discípulos, incluyendo a Maulwi Nur-ud-Dinra. A la mañana siguiente, cuando mi padre estaba a punto de irse a la corte, mi madre le preguntó si podía ir a visitar al augusto visitante y ver si era el venerable personaje de sus sueños.

-Ve sin pensártelo,- dijo -y averígua si es él, pero no tomes una decisión definitiva.- Ella respondió -Si fuera la misma persona y me retuviera, sería culpable de incumplimiento a los ojos de Al’lah tras la clara guía que Él me ha concedido.- Él dijo -Este es un asunto vital, y no desearía que estuviéramos divididos por ello. Como sabes, lo estoy estudiando. Vamos a discutirlo juntos y espero que podamos llegar a la misma decisión.- Ella dijo -Eres una persona instruida, y yo no tengo formación académica. Pero siento que Dios, de Su gracia, ha escogido Su propio camino para guiarme. Si encuentro que Su guía apunta en esta dirección, debo proceder en consecuencia. Si no fuera así, estaré encantada de discutir el asunto contigo, y podremos decidir juntos.- El dijo -Un breve retraso no hace daño a nadie. Me aterraría la perspectiva de que nos encontráramos en lados opuestos sobre una cuestión tan vital.- Ella dijo -Te he dicho cómo me siento.-

Acompañé a mi madre cuando salió para la búsqueda más importante para ella, y a la cual fue impulsada por su alma. Cuando llegó a la casa que habían proporcionado al Mesías Prometidoas y a los miembros de su familia, se presentó a Hazrat Ummul Mu’minin, y le rogó que hiciera los arreglos necesarios para que pudiera ver a su augusto marido. Le enviaron la petición y le devolvieron la noticia de que iba a pasar por allí en breve, y que se detendría durante unos minutos en su camino a la mezquita adyacente, donde iba a participar en la Salat. Llegó y se sentó al lado de Hazrat Ummul Mu’minin, a pocos metros de donde mi madre y yo estábamos sentados. En el momento en que le miró, su rostro se iluminó y, con una sonrisa pensativa le dijo: -Señor, haré el juramento-, a lo que él respondió amablemente: -Repite después de mí lo que digo. Entonces él pronunció frase por frase las palabras de la plegaria, y ella las repitió después de él. Al final hizo una súplica silenciosa, a la cual las señoras de la familia, mi madre y yo nos unimos, y se fue. Llegué a saber más tarde, como resultado de mi propia observación que esto había sido muy inusual de su parte, tanto más cuanto que la novicia era una mujer cuyo marido no era miembro del Movimiento. Ninguna de las dos partes preguntó nada, ni una sola palabra se dijo aparte de la fórmula prescrita del juramento. Parecía que había un acuerdo espiritual completo entre el buscador y el buscado. El alma de mi madre estaba en reposo, su búsqueda la había llevado a su cielo espiritual. Ella nunca volvió a verle, excepto en sus sueños, pero su compromiso continuó siendo leal y absoluto, a pesar de todas las pruebas y tribulaciones, hasta su último suspiro, un tercio de siglo más tarde. Nada perturbaba su serenidad, su fe era firme, a prueba de todo, y la sostenía en todas las situaciones.

Permaneció en la compañía de Hazrat Ummul Mu’minin durante cerca de media hora, durante la cual se establecieron las bases de una gran amistad entre ellas, que duró toda su vida. Cuando volvimos a casa, debió sentir que al cabo de un par de horas sería llamada a enfrentarse al juicio más duro de su vida, pero estaba tan segura de que el paso que había dado había sido dirigido por la divinidad, que debió sentir la convicción de que El que la había guiado hasta ese momento la apoyaría en lo sucesivo. Nunca había mantenido ninguna diferencia seria con su marido, y ahora se enfrentaba a una crisis que alcanzaba la salvación de sus almas. Esperando su regreso a casa, debió haber pedido ayuda y fortaleza.

Él llegó, y nuevamente tuve el privilegio de ser testigo de lo que siguió. -¿Fuiste?- preguntó ávido y ansioso, añadiendo su habitual gesto cariñoso. -Si, fui.- -¿Entonces?- Ella respondió: -Es el mismo personaje-, algo trémula. -Confío en que no hayas tomado una decisión final.- Ella colocó su mano derecha sobre su corazón y afirmó: -He hecho el juramento.-

La palidez se extendió por su cara y sus labios temblaron, pero hizo un esfuerzo para controlarse y murmuró: -Eso no ha estado bien.- Entonces llamó a su siervo y le ordenó: -Lleva mi cama a la habitación contigua.- Después de esto, ella alzó su voz un poco y le dijo al criado en un tono firme: -¡Retira su cama a la habitación de los hombres!- Esto debió haberle sorprendido, porque exclamó con un tono herido: -¿Por qué?- Ella contestó: -Porque Dios, de Su gracia, me ha permitido ver la luz, y tú todavía estás en la oscuridad.- Él sabía que ella había ganado. Se volvió hacia el sirviente y le dijo que se fuera, señalando con tristeza: -Estaba destinada a ganar.- La crisis había pasado para el alivio de todo el mundo; pero mi padre todavía tenía que tomar su decisión, y mi madre suplicaba constantemente por su reunión espiritual.

Uno de sus compañeros del tribunal también estaba interesado en el Movimiento, y mi padre, que ahora estaba inclinado a seguir adelante, le preguntó si se uniría a él. Su compañero quería algunas aclaraciones sobre ciertos puntos, y acordaron buscar la guía de Maulwi Nur-ud-Dinra, quien muy amablemente indicó que estaría encantado de reunirse con ellos todas las noches durante una hora o algo así. Hubo cuatro reuniones, en las que también tuve la suerte de estar presente. Esto me dio la oportunidad de observar a Maulwi Nur-ud-Dinra de cerca, y puede que me reconociera como el hijo de su amigo Nasrul’lah Jan. Al salir de la última reunión, mi padre preguntó a su compañero si ya había tomado una decisión. Dijo que los puntos que había planteado habían sido resueltos. Mi padre preguntó: -Entonces , ¿haremos el juramento?- -¿Qué te parece?- Preguntó. -Estoy listo, si tú lo estás.- -Muy bien entonces. Mañana por la mañana cuando vengas a la oración de Fayr, llévame contigo y haremos el juramento.-

A la mañana siguiente acompañé a mi padre para el servicio de la oración de Fayr, y en nuestro camino a la mezquita llamamos a su compañero a unirse a nosotros, pero él sentía que aún no estaba listo para asumir las responsabilidades impuestas por el juramento. Así que mi padre hizo el pacto de iniciación en una sesión privada con el Mesías Prometidoas después del servicio de la oración de Fayr. También estuve presente. La aceptación del pacto por parte de mi padre poco después de que mi madre lo hiciera era, además, algo que mi madre había visto en un sueño. Se restauró felizmente la armonía en la familia. Diez años después hubo otro sobresalto, pero se rectificó de la misma manera.

Después de su incorporación al Movimiento, mi   padre pasó la mayor parte de septiembre, el mes de vacaciones de los tribunales de distrito, en Qadian. También asistió regularmente a la Conferencia Anual, que se celebró en la última semana de diciembre. Le acompañé en todas estas ocasiones. Teníamos la oportunidad de frecuentar la compañía del Mesías Prometidoas cuando él iba a caminar por la mañana, cuando estaba sentado en la mezquita (Masyid Mubarak) después del mediodía, y también en los servicios de Oración por la tarde. El resto del tiempo aproveché cada oportunidad que se me ofrecía de estar en la compañía de Hazrat Maulwi Nur-ud-Dinra. Recuerdo que en una ocasión solía dar una lección por la mañana en el Mathnawi de Maulana Yalal- ud-Din Rumi.

Después de haberme graduado en abril de 1907, me matriculé en la Universidad del Gobierno de Lahore, en mayo, para el curso de grado de la Universidad de Punjab. Durante las vacaciones de verano de ese año, cuando estaba en mi casa en Sialkot, mi padre recibió una tarjeta postal de Hazrat Maulwi Nur-ud-Dinra indicando que debía hacer mi promesa de lealtad al Mesías Prometidoas. Según mi propia opinión, yo ya era miembro del Movimiento Ahmadía desde el 3 de septiembre de 1904, cuando tuve el privilegio de contemplar el rostro bendito del Mesías Prometidoas en Lahore, y me había considerado incluido en las promesas que hicieron mis padres, en mi presencia, pocas semanas después en Sialkot. Sin embargo, siguiendo la instrucción que Hazrat Maulwi Nur-ud-Dinra transmitió a mi padre, hice el juramento a manos del Mesías Prometidoas en Qadian el 16 de septiembre de 1907. Estoy muy agradecido con Hazrat Maulwi Sahibra por haberme enviado esta petición cuando lo hizo, porque con la muerte del Mesías Prometidoas el 26 de mayo de 1908, quedó finalmente cerrado el Cuadro de Honor de sus compañeros. En aquel día de tragedia y tristeza abrumadora yo estaba en Lahore, y acompañé a los benditos restos del líder difunto a Qadian, donde, a la tarde siguiente, Hazrat Maulwi Nur-ud-Dinra fue aclamado como Jalifatul Masih y todos los miembros del Movimiento entonces presentes en Qadian, incluido yo, le juramos lealtad.

Durante el período restante de mi carrera universitaria visité Qadian con frecuencia; pasaba una parte de las vacaciones de verano allí, y regularmente asistía a la Conferencia Anual. Por lo tanto, tuve el privilegio de ser conocido personalmente por Hazrat Jalifatul Masihra, y fui el recipiente de muchas bondades y favores suyos.

Después de mi examen de grado final en abril de 1911, regresé a mi casa a Sialkot, y tras pasar algunas semanas con mis padres, me trasladé en junio a Qadian. Hazrat Jalifatul Masihra seguía estando convaleciente, y pasaba el día en su sala de estar, dando lecciones, haciendo transacciones oficiales, viendo a pacientes y recibiendo visitantes. La herida de su sien derecha se había convertido en una úlcera persistente y la trataban todos los días. Después de la visita del médico, permanecía acostado un rato, y uno de sus pupilos le masajeaba suavemente las extremidades. Todavía no podía ir a la mezquita para los servicios diarios de oración, y, por consiguiente, se realizaban en su sala de estar para su conveniencia. Shaij Muhammad Taimur, su alumno favorito y protegido, dirigía los servicios, Hazrat Jalifatul Masihra se mantenía en una postura sentada. Sólo cuatro o cinco alumnos formaban la congregación. Cuando se escuchaba la llamada a la oración en la mezquita más cercana, Hazrat Jalifatul Masihra indicaba a todos los demás que fueran, y se unieran al servicio en la mezquita. En el primer día de mi visita, cuando se oyó la llamada a la oración del mediodía, y todo el mundo se marchaba, me levanté para salir, a lo cual Hazrat Jalifatul Masihra se dirigió a mí amable y cariñosamente: “Miyan, debes unirte al servicio aquí con nosotros”. En consecuencia, me uní a los servicios del mediodía y de la tarde, en la sala de estar. Había solamente una hilera de adoradores detrás del Imam.

Hazrat Jalifatul Masihra se sentaba en el extremo izquierdo al lado de su sofá. Me puse junto a él a su derecha y los otros participantes se dispusieron a mi derecha. Sintiéndome ansioso por no incomodarle, y también por respeto, no me ponía muy cerca de él, pero él a continuación ponía su brazo alrededor de mis espinillas y me acercaba a él. En una ocasión Shaij Muhammad Taimur no estaba disponible para dirigir el servicio de la tarde. Hazrat Jalifatul Masihra miró alrededor y me dijo: Miyan, tu has leído el Sagrado Corán, por favor dirige el servicio. No me quedó otra opción que obedecer.

Un día sucedió que, cuando el médico se fue después de tratar su lesión, yo era el único que quedaba en su habitación. No sabía la forma correcta de darle un masaje. ¿Debía salir de la habitación en silencio, o debía hacer un intento de masajear las extremidades del noble paciente, lo que probablemente le ocasionaría más incomodidad que comodidad? Como era su costumbre, estaba tumbado sobre su lado izquierdo. Me moví en silencio para sentarme en su sofá cerca de su espalda y empecé con mis tímidos y torpes masajes. Después de unos cinco minutos me detuve, con la intención de retirarme y dejarle descansar. Al percibir esto, alzó su brazo derecho y me lo colocó alrededor de mi cuello, doblando suavemente mi cara cerca de la suya y me mantuvo en esa posición en silencio durante un par de minutos. Cuando me soltó, comentó: “¡Miyan, he hecho muchas súplicas en tu favor!” Fue verdaderamente una bendición, cuyo perfume ha permanecido conmigo durante setenta años.

Mientras aún estaba en Qadian, mi padre me escribió para que hiciera varias peticiones a Hazrat Jalifatul Masih, entre ellas una petición de permiso para que yo pudiera ir a Inglaterra a realizar estudios superiores. Hice las peticiones por escrito. En cuanto a lo que a mí se refería, escribí que, por la gracia de Al’lah, había hecho tan bien mi examen de grado que esperaba aprobarlo, y que si él estaba de acuerdo, y concedía su permiso, mi padre deseaba que fuera a Inglaterra para cursar estudios superiores. Hazrat Jalifatul Masihra ordenó que mi padre y yo buscáramos la guía divina a través de la oración de Istijara de la manera prescrita, y si ambos estábamos satisfechos con el resultado de la oración, podría proceder como mi padre deseaba. Le informé a mi padre respecto a esta instrucción, y supliqué a Dios durante una semana para que me guiara. Al final de este periodo percibí una clara indicación en favor del deseo de mi padre, aunque personalmente no estaba demasiado interesado en irme al extranjero.

Se anunció el resultado del examen, y un amigo me escribió desde Lahore diciendo que yo había aprobado con distinción. Envié la carta a Hazrat Jalifatul Masih, que se sintió tan contento que comentó a todos los que vinieron a verle esa tarde: -Me siento muy feliz hoy. Él,- señalándome, -ha aprobado su examen B. A.; y lo sorprendente es que sabía de antemano que lo aprobaría.-

Supe más tarde, que obtuve la primera posición en árabe, y que si me decidiera a estudiar el doctorado de filosofía en árabe, cumplía los requisitos para recibir una beca sustancial. Esa perspectiva me parecía atractiva, pero el deseo de mi padre era supremo.

A última hora de la tarde, Hazrat Jalifatul Masihra solía tomar un descanso en el patio abierto de su modesta residencia, que a esa hora del día era agradablemente fresca. También allí yo le hacía compañía. Un día comentó: -Esta es la hora de los juegos y los deportes. ¿No deseas hacer algún tipo de ejercicio?- Dije respetuosamente: -Señor, soy más feliz estando aquí.-

Pronto tuve que pedir permiso para regresar a casa y empezar a preparar mi viaje a Inglaterra. Mi madre temía la larga separación que se avecinaba, y yo también me sentía atemorizado a adentrarme en lo desconocido, haciendo un viaje a regiones de las que poco sabía -solo conocía los rumores-, entre personas cuya fe, cultura y manera de vivir eran enteramente ajenas a la mía; así que la preparación no supuso emoción, sino que experimenté una considerable aprensión e inquietud. Mi billete de Bombay a Trieste fue reservado en un buque de

vapor de Austria Lloyd que estaba programado para que partiera desde Bombay el 1 de septiembre de 1911. Mis padres, un tío materno y un sirviente de la familia, salieron de Sialkot en la madrugada del 28 de agosto, viajaron por tren hasta Batala y llegaron por la tarde a Qadian. Me despedí de Hazrat Jalifatul Masihra al día siguiente. Me hizo una despedida muy afectuosa llena de oraciones. Dictó ciertas instrucciones y oraciones que anoté, y también me dio consejos verbales. Me pidió que le escribiera regularmente. Mi madre se sintió muy consolada tras su reunión con Hazrat Ummul Mu’minin. Nuestro grupo partió de Qadian la misma tarde hacia Batala, y luego hacia Amritsar en tren, donde mi madre, mi tío y el sirviente tomaron el tren para Sialkot, y mi padre y yo tomamos el tren correo para Bombay, a mil millas de distancia. No había viajado antes más allá de Amritsar, y desde ese momento en adelante todo era nuevo para mí. Llegamos a Bombay el 31 de agosto, y embarqué en el S.

  1. Koerber, de 4.000 toneladas de desplazamiento, al mediodía del día siguiente. Mi padre me estrechó la mano en señal de despedida al pie de la pasarela, y más allá del intercambio de los habituales saludos, no se dijo una palabra más por parte de ninguno de los dos.

A una hora de que el barco se alejara del muelle, me sentí mareado, una condición de la que me habían advertido, y de la que no tenía conocimiento. El monzón soplaba con toda su fuerza y le siguieron cuatro días de miseria y desconcierto. Una vez alejados de la zona del monzón, cada momento del viaje me resultó delicioso. Después de cuatro días sin comer estaba terriblemente hambriento, y disfruté de cada bocado de la excelente comida que nos servían a bordo. Llegamos a Trieste en la tarde del 14 de septiembre, viajamos al norte en tren expreso hacia Ostende, cruzamos a Dover y llegamos a Londres temprano en la mañana del 16 de septiembre.

Londres era entonces la capital del mundo. A excepción de la vida en los suburbios, la vida era cortés y cómoda, y funcionaba sin problemas. Tuve la suerte de que me proporcionaron un alojamiento adecuado como huésped de pago, entre gente que resultó muy amable y que me trataron con simpatía y cariño. Me decidí a estudiar derecho, y pronto me sentí completamente en casa, excepto por la separación de mis padres. Escribía a casa cada semana, y escuchaba de ellos cada semana. También escribía regularmente a Hazrat Jalifatul Masihra quien me honró escribiéndome afectuosamente con su propia mano. Le escribí con franqueza sobre lo que me parecía interesante, y en sus respuestas mostró gran interés por lo que yo había escrito. Pronto me aficioné a viajar, y pasaba mis vacaciones lejos de Londres, aunque cuando quería ir al extranjero siempre obtenía su permiso con antelación. En sus cartas me saludaba cariñosamente. A veces se dirigía a mí con la siguiente oración:

“Que seas verdaderamente Zafar Ul’lah (es decir, que seas victorioso por la gracia de Al’lah), o: que seas verdaderamente guiado y afortunado.”

Su carta de 16 de septiembre de 1913, dirigida a mí, ha sido ya publicada. A modo de ilustración, expongo su traducción al inglés:

En el Nombre de Al’lah, el Más Clemente, el Siempre Misericordioso.

Le alabamos e imploramos Sus bendiciones sobre Su Noble Mensajero.

La paz sea contigo, y la misericordia de Al’lah y Sus bendiciones.

Envía mis cariñosos saludos a Shaij Muhammad Akbar Sahib: que la paz sea contigo. Este es un saludo bendito. Es una pena que los musulmanes de la India lo descuiden.

Cada viaje debe tener un propósito, secular o religioso. Lo demás es vano.

Que la mezquita de Petersburgo sea una fuente de

bendiciones.

En Finlandia los tiempos de los servicios de oración y la duración del ayuno deberían regularse por horas. Dios ha dicho: Para la luna hemos establecido fases (36:40). Esto sirve para la orientación de la gente de estas regiones.

Ten en consideración, querido, que el presupuesto de la Iglesia de Inglaterra es de veinticuatro millones de libras esterlinas. Si no creen en el cristianismo, ¿por qué gastan el dinero como si fuera agua?

¿Por qué los Estados Balcánicos, Italia y Francia derramaron tanta sangre en Turquía, Trípoli y Marruecos, al oponerse al Islam en los últimos dos años?

La razón no presta apoyo a la doctrina de la Trinidad, que pudiera atraer a una persona sensata. El decaimiento de esta religión está vinculada con el Mesías Prometidoas. Sus seguidores por dentro están huecos, pero son reticentes a profesar abiertamente el Islam.

Debes concentrarte en propagar la Unidad de Dios. Es suficiente con transmitir a los estudiantes punjabíes e indios el nombre de Al’lah y de Su Mensajero.

No descuides tus oraciones, lee el Sagrado Corán regularmente, y suplica constantemente.

¿Me pregunto qué le ha pasado a tu amigo alemán? No has escrito cómo se encuentra ahora. La paz sea contigo, Nur-ud-Din.”

Jawaya Kamal-ud-Din era un miembro destacado de la

Comunidad Ahmadía. Era abogado de profesión. Había ejercido el derecho durante algún tiempo en Peshawar y se había trasladado a Lahore. A menudo comentaba que en una época de su vida se había sentido fuertemente atraído por el cristianismo, pero que su buena fortuna lo puso en contacto con el Mesías Prometidoas, bajo cuya influencia confirmó su fe en el Islam y se convirtió en un devoto musulmán. Cuando el Mesías Prometidoas se hallaba en Lahore durante su última visita, y se alojaba en los Edificios Ahmadíes, Jawaya Kamal-ud-Din vio en un sueño que era arrestado por la policía junto con Maulwi Muhammad ‘Ali, y otros tres o cuatro ahmadíes. Les dijeron que habían sido culpables de traición, y que comparecerían ante el soberano. Fueron conducidos a una gran sala en cuyo extremo Maulwi Nur-ud-Dinra se encontraba sentado en un trono colocado sobre una plataforma elevada bajo un dosel. Se dirigió a ellos diciendo: -Os habéis rebelado contra mí.- Jawaya Kamal-ud-Din contestó: -Ahora eres el soberano, puedes hacer con nosotros lo que quieras-, tras lo cual Maulwi Nur-ud-Dinra dijo: -Te condeno al exilio.-

Jawaya Kamal-ud-Din mencionó su sueño al Mesías Prometidoas quien lo desconcertó al comentar que el sueño no presagiaba el infortunio para él. Luego relató su sueño a Maulwi Nur-ud-Din, que cayó en un breve ensueño, y luego le advirtió que no mencionara este sueño a nadie. Unos días más tarde murió el Mesías Prometidoas y Jawaya Kamal-ud-Dinra fue a ver a Maulwi Nur-ud-Dinra y le dijo: -El tiempo del cumplimiento de mi sueño ha llegado. Estoy dispuesto a jurarte lealtad.- Le dijo que se mantuviera en silencio hasta que los representantes de la comunidad tuvieran tiempo de reunirse en Qadian y pudieran decidir conjuntamente. Algún tiempo después de que Hazrat Jalifatul Masihra hubiera sido proclamado Jalifa y hubiera asumido las responsabilidades de su exaltado cargo, Jawaya Kamal-ud-Din volvió a ver el mismo sueño, con la diferencia de que esta vez Hazrat Jalifatul Masihra pronunció su sentencia en estos términos: -Te has rebelado por segunda vez. Ordeno que seas decapitado.- En el sueño, Jawaya Sahib fue llevado al lugar de ejecución, y cuando el hacha empuñada por el verdugo caía sobre su cuello, se despertó aterrorizado.

En 1912, la esposa de Jawaya Kamal-ud-Din murió, y él se sintió abrumado por el dolor. Sus pensamientos se centraron cada vez más en la religión, y emprendió una extensa gira por el subcontinente con el propósito de impartir conferencias sobre el Islam. Cuando llegó a Bombay, un rico noble de Hyderabad, Deccan, que tenía una disposición favorable hacia el Movimiento Ahmadía, le pidió que emprendiera una misión confidencial de carácter puramente doméstico en su nombre, y que procediera ir a Inglaterra para su implementación. Le ofreció una cantidad muy importante y, como la misión era de carácter semi-jurídico y no entrañaba ninguna dificultad, necesitó poca persuasión para emprenderla. Llegó a Inglaterra a finales de 1912. Habiendo cumplido su misión, decidió establecerse en Inglaterra y dedicarse a la propagación y el servicio del Islam. En ese momento sólo había tres fieles áhmadis en Inglaterra. Uno de ellos estaba estudiando medicina en Newcastle, el doctor Ibadul’lah estaba cursando estudios superiores de cirugía dental en Londres, y yo estudiaba derecho. A la llegada de Jawaya Sahib, el Dr. Ibadul’lah hizo los cambios necesarios para proporcionarle alojamiento en la casa donde residía, con considerables inconvenientes e incomodidad para sí mismo. Por su parte, Jawaya Sahib estaba decidido a vivir con sencillez, y le importaban poco las comodidades. Pronto, sin embargo, quedó disponible una habitación cómoda en la casa en la que yo vivía, y se trasladó con nosotros. Estábamos estrechamente asociados durante el tiempo en el que vivió con nosotros, y llegué a conocerle muy bien. Entonces estaba pensando en comenzar una revista mensual que denominaría Muslim India and Islamic Review [N. del T.: La India Musulmana y la Revista Islámica]. Después, el nombre Muslim India fue suprimido,y continuó siendo publicada durante muchos años como Islamic Review. Nuestra conversación normalmente se centraba en el Islam y el Ahmadíat, temas en los que Jawaya Sahib solía tomar la iniciativa. Así me di cuenta de algunos hechos de los que, de otra manera, hubiera permanecido ignorante.

En una ocasión, por ejemplo, comentó: “Cuando fallezca el Maulwira (a menudo se refería a Hazrat Jalifatul Masihra familiar y cariñosamente como el Maulwi) no hay duda de que habrá problemas respecto a la elección de su sucesor. Ahora veamos, está Mahmud (es decir, Sahibzada Mirza Bashir-ud-Din Mahmud Ahmadra), pero es muy jóven; y está Muhammad Ali, que es hipersensible, y empieza a protestar por cada pequeña cosa. ¡En lo que a mi respecta, mi falta es que no puedo refrenarme de expresar, de repente, la verdad a tiempo y a destiempo!

Por desgracia, en mi experiencia con él, a veces, deseaba que

hubiera dado pruebas de estar tan afligido. Pero me imaginaba que tal vez tenía un concepto de la verdad diferente del mío. Sobre la cuestión de la sucesión, le recordé que su preocupación era prematura e innecesaria. Hazrat Jalifatul Masihra había afirmado repetidamente que cuando llegara el momento Dios mismo elegiría y presentaría a su sucesor.

En una ocasión, Jawaya Sahib quedó profundamente angustiado al observar una escena que le recordó su sueño en el que sentía que estaba a punto de ser decapitado. Su angustia era tan aterradora que sin saber su causa, me preocupé. Cuando, al cabo de un rato, recuperó el control emocional, me relató sus sueños.

El Dr. Henry Leitner, un orientalista de renombre, fue el Director de la Universidad Oriental de Lahore durante los últimos años del siglo XIX. Anticipándose a su jubilación diseñó el proyecto de establecer un Instituto Oriental, en Londres o en sus alrededores, y se dirigió a los gobernantes musulmanes de los Estados de la India para obtener contribuciones financieras. Entre sus contribuyentes principales estaban Su Alteza el Begum de Bhopal, y el premier noble, y primer ministro de Hyderabad, Nawab Sir Salar Yang. A su regreso a Inglaterra, el Dr. Leitner seleccionó y compró una gran terreno cerca de Woking, en Surrey, para su proyecto, estableció el Instituto Oriental en esta zona, y también construyó una pequeña mezquita y una unidad residencial en una parte de la parcela. La mezquita fue denominada Mezquita de Shah Yahan en nombre de su alteza el Begum de Bhopal, y a la unidad residencial se le puso el nombre de Sir Salar Yang Memorial House [N. del T.: la Casa Conmemorativa Sir Salar Yang]. Woking está a treinta y nueve kilómetros de Londres, y como no había ningún musulmán residente en Woking o en sus alrededores, no tenían lugar oraciones en la mezquita y quedó como una especie de pieza de museo, o una curiosidad arquitectónica para los visitantes.

Cuando murió el doctor Leitner, todo el patrimonio fue poseído y quedó bajo el control de los miembros de su familia. En esa época, Sayyid Amir ‘Ali, Juez del Tribunal Superior de Calcuta, que era un musulmán con gran espíritu de servicio público, y un distinguido erudito, conocido por sus destacadas obras, El Espíritu del Islam e Historia de los Sarracenos, fue nombrado miembro del Comité Judicial del Consejo Privado de Su Majestad, y estableció su residencia en Londres. Otro eminente musulmán residente en Londres en aquellos tiempos era Mirza ‘Abbas ‘Ali Baig, que era miembro del Consejo Asesor del Secretario de Estado para la India. Estos dos, tras asesorarse conjuntamente, propusieron a los miembros de la familia del Dr. Leitner que, en la medida que el Instituto y sus dependencias, incluida la Mezquita Shah Yahan y la Casa Conmemorativa de Sir Salar Jang, habían sido construidos y establecidos con fondos proporcionados por musulmanes, debían ser administrados y controlados como un bien público, por y en nombre de los musulmanes.

Esto no fue aceptable para los Leitners, que reclamaban todo el patrimonio como su propiedad. El asunto fue puesto entonces en manos de abogados, y después de prolongadas negociaciones, se acordó que la mezquita y la Casa Conmemorativa y su área circundante debían ser entregadas a los musulmanes, y que los Leitner podían retener el Instituto y la gran área anexa al mismo. En esta etapa Jawaya Kamal-ud-Din llamó al Honorable Sayyid Amir ‘Ali y le sugirió que le fuera confiada a él la administración de la Mezquita Shah Yahan y de la Casa Conmemorativa; en cuyo caso, él fijaría su residencia en la Casa Conmemorativa, y se encargaría de realizar los servicios regulares de la oración en la mezquita. Sayyid Amir ‘Ali consultó a Mirza Abbas’ Ali Baig y a otros musulmanes de Londres, y la propuesta de Jawaya Sahib fue aceptada. Se estableció el fideicomiso de la mezquita de Woking, y Jawaya Sahib se trasladó a la Casa Conmemorativa, como encargado de la gestión de la mezquita, aunque el servicio del mediodía del Viernes se celebraba en una sala alquilada para este propósito en Netting Hill Gate, en Londres, dirigido por Jawaya Kamal-ud-Din, que viajaba de Woking para ese propósito.

Sus responsabilidades en relación con la gestión de la mezquita y la publicación de la Revista Islámica, implicaban un trabajo que Jawaya Sahib encontró difícil de llevar a cabo de manera satisfactoria. Solicitó ayuda a Hazrat Jalifatul Masihra quien le envió, en el verano de 1913, a Chauhdry Fatih Muhammad Sialra, M.A., un joven áhmadi completamente devoto y consagrado, para que le ayudara. Jawaya Sahib acordó que Shaij Nur Ahmad, un caballero muy piadoso, aunque un poco anciano, que había sido su asistente legal en Lahore, viajara con el Sr. Sialra, para cuidar del confort personal de Jawaya Sahib.

Mi vida en Inglaterra transcurría agradablemente. Una de las súplicas que Hazrat Jalifatul Masihra me había ordenado hacer era: Señor, concédeme un compañero virtuoso. Esta oración dio fruto en menos de ocho semanas de mi llegada a Londres. Por pura casualidad me encontré con un estudiante alemán de mi edad que había llegado a Londres para estudiar ingeniería, y que fue aceptado por el King’s College, donde yo me había inscrito para estudiar derecho. Pertenecía a una familia aristócrata de Pomerania. Su padre había sido diplomático, aunque ahora estaba jubilado, y vivía en Bruselas, donde tenía grandes intereses industriales. Su madre era francesa. Pronto nos hicimos buenos amigos, y él resultó ser un verdadero hermano para mí. Fue el amigo alemán al que se refirió Hazrat Jalifatul Masihra al final de la carta del 16 de septiembre de 1913. Nuestra amistad duró toda su vida. Combatió a favor de los alemanes en la Primera Guerra Mundial, fue herido dos veces, ganó la Cruz de Hierro, y fue nombrado Caballero de Hohenzollern. Después de la guerra, reanudamos nuestra correspondencia. Había perdido todo, pero seguía adelante mostrando una gran valentía. Se trasladó a Inglaterra en 1924 y se estableció en Londres. A menudo nos reuníamos en Londres y nos visitó varias veces en la India.

Mientras estudiaba en Inglaterra, las cartas de Hazrat Jalifatul Masihra eran una fuente de gran confort y mantenían mi espíritu en alto. A menudo percibía el apoyo físico de sus oraciones por mí. A principios de marzo de 1914 recibí su permiso para ir al continente para mis próximas vacaciones de Pascua. Antes de salir, recibí la trágica noticia de su fallecimiento a través de Jawaya Kamal-ud-Din. Cuando le pregunté por los detalles, me dijo:

“La situación es muy confusa. No sé mucho. He recibido tres breves telegramas. El primero comunicaba la muerte de Maulwi Sahib. El segundo decía que Miyan Mahmud había sido proclamado Jalifa. El tercero decía que se había producido una escisión y que los disidentes eran considerados traidores. No sé qué pensar de todo esto.”

En esos días el correo del Punjab se recibía en Londres después de diecisiete días. Yo estaba muy perturbado, y lleno de aprensión, pero no podía hacer nada. Me fui de vacaciones, con la mente preocupada y ansiosa, pero no dejé de orar. A mi regreso, tres semanas después, encontré una pila de correos esperándome. La carta de mi madre decía que una gran calamidad había descendido sobre la comunidad. Tuvo lugar una ruptura dolorosa. Hazrat Sahibzada Mirza Bashir-ud-Din Mahmud Ahmadra era el justo Jalifa. Ella le había jurado lealtad y yo debía hacer lo mismo al instante. Mi padre escribió que era una cuestión de conciencia, y que él no me daría instrucciones. Debía decidir por mí mismo después de la debida deliberación y de oraciones fervientes para mi orientación. Una lectura rápida de una parte seleccionada del resto de mi correo me satisfizo al saber que el punto central de la controversia era si debía o no haber un líder espiritual del Movimiento con autoridad. En relación a esto, mi mente lo tenía muy claro; no tenía la más mínima duda. El correo debía salir esa misma tarde. Tomé mi pluma y transmití mi promesa de lealtad a Hazrat Jalifatul Masih IIra. También escribí a casa informando a mis padres de ello.

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