II EN BÚSQUEDA DE CONOCIMIENTO
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
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En su vigésimo séptimo año, Nur-ud-Din salió caminando desde Lahore a Rampur, en compañía de otros dos buscadores de conocimiento. El viaje resultó arduo y les llevó varios días. No conocían a nadie en Rampur y al llegar allí se dirigieron a una mezquita semi-desierta en la que se instalaron. Durante dos días, una niña de siete u ocho años les llevaba comida por la mañana y por la noche. A la tercera mañana, cuando ella llegó con la comida, les dijo: ‘mi madre suplica que oren para que su marido sea más amable con ella’. Nur-ud-Din le acompañó a su casa y exhortó a su padre en los términos convenientes y convincentes, y así trajo la reconciliación entre el marido y la mujer, y por tal manifestación de la gracia divina, rindió gracias a Al’lah.

Esa misma tarde, dando un paseo por el barrio de los punjabis [N. del E.: gente perteneciente al Punjab.], se encontró con un Hafiz, ‘Abdul Haq, quien lo invitó a trasladarse a su mezquita. Nur-ud-Din le dijo que eran tres personas. Le respondió que los tres eran bienvenidos. Luego le dijo a su benefactor que habían llegado a Rampur en busca de conocimiento, y que no pretendían mendigar su sustento, ni ganarlo cuidando de los niños del barrio, y que necesitarían libros y maestros. Le aseguró que se encargaría de todo. Se instalaron, y Hafiz ‘Abdul Haq cumplió fielmente todo lo que había prometido. En estas circunstancias, sin preocupaciones, Nur-ud-Din progresó rápidamente con sus estudios.

En una ocasión, un gran número de estudiantes estaba debatiendo acerca de un problema difícil. Tras reflexionar durante unos instantes, Nur-ud-Din anunció que tenía la respuesta. La mayor parte de los estudiantes, juzgándolo por su presencia poco imponente, intentaron ridiculizarlo. Pero los estudiantes punjabis instaron a que se le concediera una audiencia, a lo cual los demás accedieron, y él sugirió que se nombrara árbitro a algún eminente gramático. Maulwi Ghulam Nabi Sahib, una personalidad venerada, fue elegido árbitro. Expresó su satisfacción con la exposición de Nur-ud-Dinra y se refirió a él como Maulwi, lo que el joven aspirante consideró un elogio.

Maulwi Nur-ud-Din, a quien ahora podemos designar merecidamente así, no estaba satisfecho con el método de enseñanza seguido en esos días. El estudiante era, en gran parte, abandonado a sus propios medios, y no se le proporcionaba la dirección ni orientación necesarias. Él comentó posteriormente:

‘A menudo he sentido que si los musulmanes, tras una reflexión debida, suministraran libros de texto a las escuelas e instituciones educativas, teniendo en cuenta las necesidades religiosas y seculares de los estudiantes, conferirían un gran beneficio a la comunidad. Los centros de instrucción dispersos y no reglamentados crean varios tipos de dificultades. La mayor dificultad que encontré fue que ni los maestros proporcionaban alguna orientación sobre temas o libros de estudio, ni los estudiantes se sentían libres para ajustar su lectura según sus necesidades para el desarrollo de las facultades y capacidades con las cuales Dios los ha dotado. Tampoco se prestaba ninguna atención a la promoción y práctica de elevados valores morales.

Puedo afirmar, sobre la base de mi propia experiencia, que ninguno de mis maestros de aquella época prestó atención alguna a la elevación moral de la generación más joven. Hasta el presente momento lamento esta falta. Ninguno de mis profesores tomó en cuenta mis acciones, palabras, costumbres y moralidad. Tampoco prestaron atención a las cuestiones de doctrina o creencia.’2

Shah ‘Abdur Razzaq era un personaje piadoso de Rampur, a quien Maulwi Nur-ud-Dinra visitaba con frecuencia. En una ocasión dejó pasar un intervalo algo largo entre dos visitas. En la siguiente visita, le preguntó:

“Nur-ud-Dinra, ¿qué te ha mantenido ausente durante tanto tiempo?”

Contestó: “Señor, he estado ocupado con mis estudios y tal vez también he sido un poco olvidadizo.”

“Has pasado alguna vez por una carnicería?”

“Oh, sí, en efecto. En varias ocasiones.” “Entonces, debes haber notado que al cortar un animal, cuando el cuchillo está desafilado por la grasa del animal, el carnicero frota los cuchillos para quitar la grasa y afilarlos.” “Sí, señor: pero no sigo su razonamiento.” “Bueno, es solo esto, que la ausencia nos hace a ambos un poco olvidadizos, y la reunión nos afila.”

Maulwi Nur-ud-Dinra a menudo observó que había obtenido un gran beneficio de esta exhortación de Shah ‘Abdur Razzaq. La compañía de los justos estimula el estado de alerta espiritual. 3

Pasó tres años en Rampur y continuó sus estudios con tanta diligencia que cayó gravemente enfermo. Su enfermedad reavivó su deseo de estudiar medicina. En sus indagaciones descubrió que el médico más destacado del país era Hakim ‘Ali Husain Sahib de Lucknow. Inmediatamente resolvió partir hacia Lucknow. En su camino se detuvo en Muradabad, y allí se encontró con un personaje santo: Maulwi ‘Abdur Rashid de Benares [N. del E.: El nombre actual de esta ciudad es Varanasi.], quien se preocupó tanto por su bienestar, que su salud mejoró en pocas semanas. Albergó siempre un vivo recuerdo de las muchas bondades que recibió de él, y le estaba profundamente agradecido.

Malauwi ‘Abdur Rashid era célibe y vivía con sencillez en una habitación conectada a una mezquita. En una ocasión, avanzada la noche, llegó un invitado y tuvo dificultades para procurar alimentos para el huésped. Le pidió que se acostara y se relajara mientras le preparaba algo de comida. El huésped se tumbó y se quedó dormido.

Maulawi ‘Abdur Rashid se aseó para la oración, y sentándose hacia la Ka’aba comenzó a suplicar: ‘Confío mi causa a Al’lah. Ciertamente, Al’lah ve a todos Sus siervos’ (40:45). Quedó absorto en su súplica, y después de un lapso de tiempo, que hubiera bastado para preparar un plato, escuchó a alguien gritar: “Señor, por favor venga pronto, pues mi mano se está quemando.” Maulawi ‘Abdur Rashid se levantó y se encontró con una persona que sostenía un plato de cobre grande lleno de arroz muy caliente cocido en jugo de carne. Lo cogió, despertó a su huésped y le sirvió la deliciosa comida. El plato de cobre se quedó en la habitación y nadie lo reclamó, a pesar de los reiterados avisos de Maulawi ‘Abdur Rashid para que su dueño lo retirara. En numerosas ocasiones, las necesidades de Maulwi Nur-ud-Dinra se veían cubiertas de una manera extraordinaria, más allá de su compresión, de acuerdo con la garantía divina del Sagrado Corán: ‘Mas quien tema a Al’lah, sepa que Él le abrirá un camino de salida, y le proporcionará de donde no espera. Pues quien pone su confianza en Al’lah, sepa que Él le es suficiente.’ (65:3-4).

Al salir de Muradabad, Maulawi Nur-ud-Dinra se detuvo en Kanpur por un día, con un amigo de su hermano, y luego continuó su viaje hacia Lucknow. Era pleno verano, el camino estaba polvoriento y cuando llegó a Lucknow, estaba cubierto de polvo y aparecía tosco y descuidado. Tan pronto como salió del vehículo en el que había viajado, le preguntó a alguien donde podría encontrar a Hakim ‘Ali Husain. Le dijeron que Hakim Sahib vivía justo en frente. Cogió su alforja y, tal como llegó, marchó sin ceremonias hacia el edificio. Más allá de la entrada vio un gran salón, en cuyo extremo más alejado estaba sentado un personaje angelical, de barba blanca, apuesto, atractivo, con prendas blancas como la nieve, apoyado y flanqueado por bellos cojines. Delante de él estaba dispuesta, de una manera ordenada, la parafernalia que utilizaba. Junto a las paredes estaban sentadas varias personas respetables en una actitud respetuosa. El suelo estaba cubierto con las sábanas más pulcras. Toda la escena impactó al viajero como una revelación. Nunca antes había presenciado algo semejante.

Sin embargo, nada intimidado, colocó su alforja en una esquina de la entrada y avanzó audazmente por la habitación, en línea recta hacia la figura central, que tal como supuso acertadamente, era el propio Hakim Sahib. Sus pies polvorientos dejaron un patrón tosco en la cubierta blanca del suelo, lo que le causó un poco de vergüenza, pero no podía hacer nada al respecto. Al llegar delante del venerado personaje le saludó en voz resonante: “Assalamu Alaikum” (la paz sea contigo), y extendió sus manos. Hakim Sahib le devolvió el saludo suavemente y tomó las manos cubiertas de polvo entre sus delicadas manos. El visitante se sentó enfrente de Hakim Sahib. Los demás se indignaron por este comportamiento. Incluso su saludo sonó descabellado en sus oídos. Uno de ellos, una personalidad relevante, no pudo contenerse y preguntó: ¿Señor, de qué región civilizada ha venido usted?” Él respondió: “Esta falta de ceremonia y mi audaz saludo son el resultado de las enseñanzas de un analfabeto de un valle estéril, que una vez estuvo ocupado con el pastoreo de cabras, y aquí estoy a su servicio”. Sus palabras impactaron al grupo como un relámpago, y a Hakim Sahib se sintió abrumado por la emoción. Preguntó al interrogador: “Has sido cortesano del rey, ¿alguna vez te habías sentido tan perplejo?”

Tras una breve pausa Hakim Sahib inquirió a su visitante cuál era su misión y éste le dijo que había llegado para aprender medicina de él. A esto, Hakim Sahib respondió: “Como ves, he envejecido y no encuentro agradable la enseñanza. He tomado la firme decisión de no enseñar más.” El visitante respondió en un tono agitado y dolido: “Entonces el filósofo Shirazi estaba equivocado al afirmar que es pecaminoso ofender a un corazón humano.” Hakim Sahib se sintió profundamente conmovido, y tras reflexionar sugirió: “Mulawi Nur Karim es un médico muy capaz. Te recomendaré a él. Te enseñará bien.” El visitante recurrió a otro refrán persa: “La tierra de Dios es grande y tengo un fuerte par de piernas”. A esto, Hakim Sahib se entregó totalmente y dijo: “Me doy por vencido”.

Hakim Sahib se retiró y el grupo se dispersó. Maulwi Nur-ud- Dinra tomó su alforja y siguió su camino hacia la casa de ‘Ali Bajsh Jan, amigo de su hermano, quien le dio la bienvenida y lo acomodó. Se lavó y se cambió, y luego se trasladó a las dependencias asignadas por ‘Ali Bajsh Jan, donde tuvo que arreglárselas por sí mismo. Su primer intento para hornear el pan fue un completo fracaso. En su frustración suplicaba: “Señor, no sé nada acerca de hornear o cocinar. Asignar esta tarea a alguien como yo supone una pérdida de Tus provisiones.”

Limpio y fresco, y ahora apropiadamente vestido, volvió a Hakim Sahib quien le reprochó suavemente por su ausencia: desapareciste sin pedir permiso, algo que no conviene en un alumno. Aquí es donde debes vivir, pero si prefieres quedarte en otro lugar, debes comer aquí. Y entonces preguntó: “¿Cuánto conocimiento en medicina buscas?” Su respuesta fue que aspiraba a ser igual que el mejor médico que jamás hubiera existido. Hakim Sahib sonrió y dijo: “Llegarás lejos. Si hubieras apuntado más bajo, me hubieras decepcionado.”

Hakim Sahib comenzó a darle clases; pero él no estaba satisfecho con una lección diaria. Intentó buscar cursos adicionales, pero no encontró nada satisfactorio, aunque también recibió lecciones de Maulwi Fadlul’lah de Farangi Mahal. Luego decidió pedir permiso a Hakim Sahib para volver a Rampur. Cuando mencionó su proyecto a Hakim Sahib, éste le preguntó: “Dime si es mejor para un hombre como yo seguir en la práctica, o aceptar una oferta de servicio adecuada.” Maulwi Nur-ud-Dinra aconsejó que hiciera lo último y le dio su razón, lo que intrigó mucho a Hakim Sahib, quien entonces le mostró un telegrama que había recibido poco tiempo antes de Nawab Kalb ‘Ali Jan, Regidor de Rampur, en el que le ofrecía un empleo adecuado y era instado a dirigirse rápidamente a Rampur y tratar a ‘Ali Bajsh, uno de los siervos preferidos del Nawab, que estaba gravemente enfermo. Hakim Sahib dijo: “ahora que me has aconsejado, aceptaré la oferta de Nawab, y ambos iremos a Rampur”.

Después de llegar a Rampur, Hakim Sahib instó a Maulwi Nur- ud-Dinra que rezara por la recuperación de ‘Ali Bajsh. Él le dijo que no sentía ninguna inclinación a rezar y que había comprendido que el paciente iba a morir; y así sucedió. Otro Hakim, Ibrahim, también de Lucknow, criticó el tratamiento de Hakim Sahib a ‘Ali Bajsh en presencia del regidor, lo cual humilló a Hakim Sahib. Maulwi Nur-ud-Dinra intentó consolarle asegurándole que la vida y muerte estaban en las manos de Dios, y que no era improbable que alguien con una afección similar a la de ‘Ali Bajsh muriese bajo el tratamiento de Hakim Ibrahim. Al poco tiempo, otro siervo del Nawab enfermó, y murió bajo el tratamiento de Hakim Ibrahim a pesar del pronóstico esperanzador de éste. Esto puso fin al descrédito de Hakim Sahib por parte de Hakim Ibrahim.

La formación de Maulwi Nur-ud-Dinra a manos de Hakim Sahib, complementada con su diligencia y su agudo intelecto, progresaba a buen ritmo. Su mentor constantemente lo probaba y siempre lo encontró muy por encima de la media, por lo que pronto comenzó a respetar su juicio y a confiar en él. Sin embargo, el prometedor alumno no limitó sus estudios al diagnóstico y tratamiento de enfermedades. Su sed de conocimientos se mantenía tan aguda como siempre. En una ocasión acudió a Mufti Sa’dul’lah para leer Mutanabbi con él, pero el erudito Mufti se negó secamente alegando falta de tiempo. Se marchó haciendo el siguiente comentario: “Bien señor, voy esperar hasta que me implore que lea con usted.” Cuando regresó con Hakim Sahib, le inquirió: “señor,

¿en qué beneficia el conocimiento a una persona?” Él contestó: “El conocimiento ayuda a desarrollar altos valores morales; pero, ¿por qué me lo preguntas?”

”Señor, visité a Mufti Sa’dul’lah para que me permitiera leer Mutanabbi con él; pero él se negó secamente alegando falta de tiempo.”

Hakim Sahib envió inmediatamente una carta al Mufti, pidiéndole que lo visitara cuando volviera a casa desde la oficina. Cuando se acercaba el momento, le dijo a Maulwi Nur-ud-Dinra que esperara en una sala contigua. A la llegada del Mufti, tras el intercambio de las cortesías habituales, le preguntó:

“Mufti Sahib si yo deseara aprender algo de usted, ¿Estaría dispuesto a compartir su tiempo?” “Sin duda, estoy siempre listo y deseoso de servirle.” “¿Y si alguien a quien yo aprecio como mi preceptor espiritual le hiciera esa petición?” “En ese caso estaría encantado de ir a buscarle, dondequiera que esté.”

Poco después Hakim Sahib llamó a Maulwi Nur-ud-Dinra. Al verlo Mufti Sahib se echó a reír y dijo: “venga, buen señor, ahora te ruego que leas conmigo.”4

En una ocasión, un grupo de estudiantes estaba debatiendo acerca de si las personas que habían alcanzado la eminencia espiritual se sentían inclinadas a impartir su sabiduría a los demás. Maulwi Nur- ud-Dinra afirmó positivamente y el resto, negativamente. Al final se decidió someter la cuestión a Amir Shah Sahib, una persona de reconocida eminencia espiritual, que escuchó ambas partes y dio a entender que Nur-ud-Din tenía razón. Cuando este último estaba a punto de salir, Amir Shah Sahib le dijo: “Déjame decirte algo que debes tener seriamente en cuenta. Cuando una persona venga a ti con un problema, vuélvete a Dios y suplica: Señor, no he buscado a esta persona. Tú le has dirigido a mí. Si Tú no apruebas lo que busca, me arrepiento del pecado debido al cual Tú has creado esta ocasión para mi humillación. Después de eso, si la persona insiste en buscar tu consejo, implora a Dios por Su guía y aconséjalo de la mejor manera posible.”

Maulwi Nur-ud-Dinra obtuvo gran beneficio de este consejo que

le dió Amir Shah Sahib.

Permaneció con Hakim ‘Ali Husain durante más de dos años y le solicitó una excedencia después de que le diera su recomendación formal. Hakim Sahib le preguntó por sus nuevas ambiciones. Reconoció que deseaba continuar su estudio del árabe y del Hadiz (tradiciones del Santo Profetasa). Hakim Sahib sugirió que fuera a Miratz y estudiara con Hafiz Ahmad ‘Ali y después se dirigiera a Delhi y estudiara con Maulwi Nadhir Husain. También se ofreció a proporcionarle la ayuda necesaria en ambos lugares.

A su llegada a Miratz descubrió que Hafiz Ahmad ‘Ali se había marchado a Calcuta por lo que continuó hacia Delhi. Allí se encontró con que Maulwi Nadhir Husain estaba siendo procesado por un delito político y no estaba disponible. Así que, frustrado, decidió ir a Bhopal y emprendió el viaje. En Gwalior, conoció a un reverenciado personaje que había sido discípulo del conocido Santo Hazrat Sayyid Ahmad Sahib de Barailly y decidió pasar unos días en su compañía. Cuando reanudó su viaje, un joven afgano, Mahmud, se le unió como compañero de viaje. Llegaron doloridos y con los pies hinchados al Acantonamiento de Gunnah, apenas capaces de moverse, e hicieron noche en una mezquita semidesierta. Un devoto llegó muy tarde a la mezquita para la oración. Al preguntarle por la razón de su tardanza, explicó que tiempo atrás la mezquita contaba con una numerosa asistencia a los servicios de oración, pero lamentablemente se presentó una controversia entre los fieles sobre ciertos puntos menores del ritual, y las diferencias se volvieron tan agudas que estuvo a punto de tener lugar un grave derramamiento de sangre, y que, para evitarlo, se había decidido que todo el mundo debía rezar en casa. Este devoto en particular no estaba dispuesto a aceptarlo y llegaba a la mezquita para el culto a última hora cuando nadie podía observarle. Maulwi Nurud-Dinra le sugirió que al día siguiente llamara a los fieles a la mezquita, para intentar resolver la controversia. Se marchó y pronto volvió con un plato de arroz que bastó para ambos viajeros. Al día siguiente trajo una gran cantidad de fieles a la mezquita que quedaron sumamente persuadidos por el planteamiento de Maulwi Nur-ud-Dinra y acordaron reanudar la asistencia a la mezquita para la oración.

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