VI EL MÉDICO DEL MAHARAJÁ
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
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El médico jefe del Maharaja que se llamaba Hakim Fida Muhammad Jan, se jubiló al poco tiempo, y Hakim Nur-ud-Dinra fue ascendido a médico jefe en su lugar. En esa capacidad también estaba al cargo de todos los hospitales del Estado. Tenía entonces treinta y seis años de edad y ocupó el cargo de médico jefe durante quince años.

Sus primeras experiencias en el Estado no fueron muy alentadoras. El ambiente estaba lleno de intrigas y sentía que tendría que dar los pasos cautelosamente. Dos altos cargos no pusieron empeño en encubrir su hostilidad hacia él.

Para su alojamiento alquiló un modesto apartamento que estaba convenientemente situado, y que pertenecía al Estado. Le advirtieron que el agente inmobiliario, una persona de avanzada edad, no era muy fiable y le recomendaron que obtuviera de él una escritura de arrendamiento. Siguiendo este consejo gestionó una escritura registrada de arrendamiento de la propiedad por un año, y se mudó allí. A los pocos días el agente inmobiliario le llamó y le pidió que desocupara la propiedad porque alguien se había ofrecido a pagar el doble de la cantidad del alquiler. Le recordó la escritura de arrendamiento, pero la ignoró considerándola irrelevante, e insistió en que desocupara la propiedad. Por lo tanto, a la fuerza, el poseedor de esta inservible escritura de arrendamiento firmó por el doble de la cantidad de alquiler especificada en la misma. Pero ese no fue el final del asunto. Pronto el el agente inmobiliario volvió y exigió que desocupara la propiedad alegando que una tercera persona había ofrecido pagar cuatro veces la cantidad de alquiler mencionada en la escritura. El arrendatario así acosado se rindió ante la extorsión y dio a entender su voluntad de pagar la cantidad incrementada.

Pero esto sólo estimuló el apetito del agente inmobiliario quien

regresó sólo un día o dos más tarde contando que le habían ofrecido doce veces la cantidad del alquiler. El inquilino se disgustó y decidió marcharse del lugar donde la honradez y el comercio justo se encontraban a un nivel tan precario. Le dijo a su sirviente que hiciera las maletas y se llevara todo del piso.

Cuando sus pertenencias se habían apilado en la calle, un ciudadano importante de la ciudad, el Shaij Fatih Muhammad, que por casualidad pasaba por allí, preguntó al criado de quién eran esas pertenencias. Justo en ese momento bajó el dueño y le explicó que estaba saliendo de la ciudad.

-Pero llevas aquí un periodo muy corto de tiempo; ¿Por qué te vas tan pronto?- -Porque no tengo ningún deseo de vivir en un lugar donde la honestidad no se respeta.

Shaij Fatih Muhammad adivinó lo que había sucedido y dijo:

-El agente inmobiliario tiene fama por sus artimañas. Te ruego que vengas y te quedes conmigo.- -Estoy muy agradecido, pero no me interesa quedarme aquí.- -Oh no, no. No aceptaré tu negativa.-

Instruyó a sus custodios que llevaran las pertenencias del médico a su casa, ante lo cual su presunto beneficiario hizo otro esfuerzo para disuadirlo, señalando que su plan hospitalario acabaría acarreandole problemas, ya que dos altos cargos del Estado le eran enconadamente hostiles, y que su hospitalidad provocaría que sintieran rencor hacia él. El Shaij Fatih Muhammad no dio importancia a este asunto, y el médico del Maharajá estableció su residencia con él. Se quedó con él durante diez años. Se sentía muy cómodo, y no sólo el anfitrión, sino todos los miembros de su familia competían entre sí en la preocupacion por su conveniencia y en la antocipación de sus deseos. Ni él ni los alumnos que recurrían a él, carecieron de nada en ningún momento. Ver tanta generosidad es, ciertamente, inusual. El anfitrión era verdaderamente digno de su huésped. Si había en la ciudad ejemplares de tal perfidia como el agente inmobiliario; por contraste, también estaban el Shaij Fatih Muhammad y los miembros de su casa.15

Su hábil tratamiento de un par de casos pronto le ganó una alta reputación como médico. Una hija de Miyan Lal Din, un rico y respetado ciudadano de Yammu, cayó enfermo de disentería, y a pesar de todos los esfuerzos de los médicos a quienes el padre llamó, su condición continuó deteriorándose. El padre desaprobaba algunas opiniones religiosas de Hakim Nur-ud-Dinra, y era reticente a recurrir a él. Pero cuando la enfermedad de su hija comenzó a causarle ansiedad, le rogó que se acercara e iniciara su tratamiento. Él recurrió a su conocimiento de la alopatía y le prescribió una medicación. La paciente respondió favorablemente al tratamiento de inmediato, y se recuperó completamente en dos o tres días. El padre agradecido presentó al médico una túnica de honor y un poni de Yarqandi completo, con el arnés de montar.

Un funcionario del departamento de consumo mandó buscarle en medio de la noche. Sentía una gran agonía debido a unos cólicos severos. El médico le dio un compuesto que le produjo un alivio inmediato.

El cólera estalló en forma epidémica en el Estado. El Maharajá se trasladó al fuerte Bahu para cambiar de clima. Hakim Nur-ud- Dinra tuvo que atenderle. Un pariente cercano del Maharajá, Rajá Muti Singh, que también formaba parte del séquito, comenzó a sufrir de disentería severa, y fue tratado con éxito por el médico real, con quien estableció una relación de amistad. Le ofreció una gran suma de dinero, y continuó repitiendo el regalo durante varios años. Las relaciones del Maharajá con Rajá Muti Singh no eran demasiado cordiales. Se acercaba el momento de la boda de uno de los príncipes y el Rajá Muti Singh consultó con Hakim Nur-ud- Dinra, sobre si debía o no asistir. Le aconsejó que lo hiciera, ya que podría ayudar a restablecer las relaciones amistosas entre él y el Maharajá. La boda iba a ser un gran acontecimiento. La indicación de Rajá Muti Singh de que asistiría complació al Maharajá y efectivamente tuvo lugar la reconciliación.

El viaje de ida y vuelta para la boda iba a constituir una procesión real, y se esperaba que tardara un mes entero. Hakim Nur-ud-Dinra iba a viajar en elefante, en un howdah [N. del T.: Una howdah, o houdah (del Hindi: hauda), es un compartimiento posicionado sobre el lomo de un elefante, u ocasionalmente sobre algún otro animal] de los que fácilmente podría acomodar a dos personas. Pero un resorte que no estaba bien sujeto le molestaba y pasó la primera etapa del viaje incómodo. Durante la segunda etapa sufrió tan agudamente que sintió que no podría continuar el viaje al día siguiente. Era ya de noche, y temiendo que hubiera desarrollado un absceso, llamó a un cirujano que también formaba parte del séquito, y le pidió que le abriera el absceso y lo limpiara. El cirujano objetó argumentando que había guardado ya sus instrumentos para la noche, y que sólo podía operar por la mañana. Sin embargo, ante la insistencia del paciente, cortó el absceso con un cuchillo de pluma de manera muy ruda y limpió el pus. A la mañana siguiente los bordes de la herida parecían haberse unido, de modo que la herida comenzó a curarse. El paciente sentía que podía montar a caballo, si cuidaba de no presionar fuertemente sobre la lesión; pero tras cabalgar sólo unas pocas millas el dolor de la herida se le hizo insoportable. Desmontó y esperó a alguien que pudiera serle de ayuda. Pronto el príncipe heredero llegó con su caballo, le saludó y le preguntó por qué se había detenido. Explicó que no se sentía bien y no podía montar. El príncipe heredero mostró su compasión y le dijo que debía intentar alcanzar la siguiente etapa, que estaba a sólo dos o tres millas de distancia, donde podrían organizarle algo adecuado, tras lo cual se alejó. Esta actuación se repitió con dos príncipes más, uno de ellos un amigo cercano del viajero angustiado, y con el Rajá Muti Singh que expresó su preocupación y malestar en términos afectuosos. Finalmente, pasó el Superintendente del campamento e intercambiaron el mismo diálogo. Hakim Nur-ud- Dinra consideró que no podía esperar nada más de los recursos humanos y que había sido un error confiar en ellos. La ayuda sólo podía venir de Dios.

No tuvo que esperar mucho. Diwan Lachhman Das, que en aquella época tenía un mando militar, llegó y tras verle, desmontó inmediatamente y preguntó: -¿Cuál es el problema?- Él respondió:

-Tengo un forúnculo que me impide viajar, pero tú puedes continuar.- -¿Cómo puedo dejarte así abandonado?- 16

Se sentó con él y pasaron algún tiempo conversando. Entonces se acercó a su palanquín, y fue a ver a sus hombres, les dio instrucciones y se alejó. Los portadores llevaron el palanquín a Hakim Nur-ud- Dinra y le pidieron que entrara, diciendo que permanecería a su disposición hasta su regreso a Yammu. Encontró el palanquín bien equipado, y se acostó cómodamente en él, y dando gracias a Dios, por Su gracia y misericordia, comenzó a leer el Sagrado Corán. Su herida sanó rápidamente, e intentó dejar de utilizar el palanquín, pero los hombres repitieron que sus instrucciones eran permanecer con él hasta que todo el séquito regresara a Yammu.

Durante el largo viaje de un mes, aprendió casi la mitad del Sagrado Corán de memoria y, una vez iniciado el trabajo, siguió diligentemente con él hasta que aprendió todo el libro de memoria. Así Maulwi, Hakim, Hayi Nur-ud-Din también se convirtió en Hafiz.

Cuando regresó a Yammu del viaje de bodas, agradeció a los portadores del palanquín su cuidado y trató de darles una propina adecuada; pero se negaron a aceptarle nada, explicando que Diwan Sahib les había recompensado y proporcionado el dinero suficiente para cubrir todos los gastos, y les había ordenado que no aceptaran nada de él. Trató de persuadirlos con la seguridad de que Diwan Sahib no necesitaba saberlo, pero ellos sacaron una suma de dinero y se la ofrecieron, diciendo: -De la cantidad que Diwan Sahib nos proporcionó, no se ha gastado mucho. Le rogamos que lo acepte, ya que no nos atrevemos a intentar devolvérselo.- Estaba profundamente impresionado con su sentido del deber, su lealtad a su amo y su integridad. Desde ese momento, recibió numerosos favores de Diwan Lachhman Das.

Algún tiempo después Diwan Lachhman Das fue nombrado Primer Ministro del Estado. Era muy aficionado a hablar pushtu, y todos sus criados eran pathans que hablaban pushtu. Dio instrucciones para que nadie lo llamara en su residencia. Si alguien venía a llamarle, los pushtuns lo enviaban de vuelta sin contemplaciones. Una noche Shaij Fatih Muhammad mencionó que tenía algunos negocios con el Primer Ministro. Su invitado le instó a ir a llamar al Primer Ministro inmediatamente. Dijo que no se atrevía, a causa de los criados pushtun que tenía a su servicio en su residencia. Entonces Maulwi Nur-ud-Dinra dijo que escribiría al Primer Ministro de inmediato. Su anfitrión trató de disuadirlo, pero tomó lápiz y papel y escribió lo siguiente:

“He oído que has apostado una guardia fuerte de pushtuns en tu residencia para echar de allí a todas las personas que acuden. Los habitantes de la nación tienen la costumbre de recurrir a los altos cargos del Estado en sus residencias. Ten la bondad de reservar una habitación amueblada con una alfombra iraní para la comodidad de tus visitantes. Puedes recibirles a tu conveniencia, o negarte a ver a quien no desees ver. Pero no es compatible con tu dignidad que tus visitantes sean expulsados sin reservas por tus guardias pushtun”. 17

Envió la carta inmediatamente. Poco después, el secretario privado de Diwan Sahib vino con una linterna y le dijo a Hakim Nur-ud-Dinra que Diwan Sahib había mandado buscarle. Shaij Fatih Muhammad, que comprendía el peligro de una convocatoria tan rápida y perentoria, le advirtió que no debería ir a esa hora tardía; pero se fue. No encontró ningún guardia fuera. Diwan Sahib le recibió amablemente y dijo: -Habrás notado que no hay guardias fuera. Los he despedido. He preparado tal y tal habitación con una alfombra iraní y se ha reservado para los visitantes.-

Su visitante le agradeció el pronto cumplimiento de su sugerencia, a lo que respondió: -Una nación requiere de personas como tu que hablen claramente. Te tengo en muy alta estima. De ahora en adelante nadie será expulsado. En cuanto a ti, no hay ninguna restricción. Puedes venir libremente cuando quieras.-

Sus actividades para el gobierno no se limitaban al campo de la medicina. Él era un devoto servidor del Islam y aprovechó todas las oportunidades para aclarar malentendidos corrientes sobre el Islam entre los ministros y altos dignatarios del Estado. En una ocasión el gobernador de Yammu, Pandit Radha Krishan, le dijo que algunas de las críticas al Islam presentadas por Pandit Laij Ram eran irrefutables. Pidió al gobernador que citara la que consideraba la más fuerte de esas críticas. El gobernador mencionó que la famosa Biblioteca de Alejandría fue quemada bajo las instrucciones de Hazrat Umarra, el Segundo Sucesor del Santo Profetasa del Islam. Hakim Nur-ud-Dinra le pidió que nombrara el libro de historia más fiable de los primeros tiempos del Islam. El gobernador nombró a Decadencia y Caída del Imperio Romano de Gibbon. Trajeron el libro y el gobernador leyó la descripción del autor de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, que demostraba que Hazrat ‘Umarra no tuvo nada que ver con aquello. El gobernador se avergonzó y comentó: -Puesto que estudiamos en un ambiente cargado de hostilidad hacia el Islam, estamos siempre dispuestos a dar crédito a toda critica al Islam.-

También tuvo la oportunidad de dar lecciones sobre el Sagrado Corán a los asistentes personales especiales del Maharajá, cosa que apreciaron profundamente. El Rajá Amar Singh, hermano del Maharajá, aprendió de él el Sagrado Corán, y sentía un gran respeto por él. El Maharajá mismo aprendió de él la traducción de casi la mitad del Sagrado Corán.

Obtuvo una gran reputación en su profesión y algunos de sus tratamientos fueron verdaderamente maravillosos, pero nunca aceptó el crédito por los mismos. En todo momento era consciente de que nada podía lograrse sin la gracia y misericordia de Dios y que una mera criatura de Dios debía ser muy circunspecta para evitar que algún pensamiento, palabra o acción suya despertara el desagrado de Dios y atrajera Su ira sobre ella.

En su tratamiento no se limitó a lo que generalmente se conocía como el sistema de medicina Yunani. Obtuvo varios libros de Egipto sobre el método alopático en árabe, y los estudió detenidamente. Recibió lecciones del método hindú de un anciano médico hindú, Pandit Harnam Das, y estudió el Amrit Sagar y el Sasrat con él. Tenía un gran respeto por su venerable maestro, le servía de diversas maneras, y le mostraba un gran respeto, aunque sólo tenía un cargo menor en la corte. Alguien mencionó al Maharajá que Nur- ud-Din no podía ser considerado médico, ya que recibía lecciones de una persona tan insignificante como Pandit Harnam Das. Un día el Maharajá le preguntó: -¿Por qué prestas tanto respeto a Pandit Harnam Das?- Él respondió: -Le venero como mi maestro.- El Maharajá estaba profundamente impresionado, y su estima por él se incrementó en mayor medida.

Era muy amigo de Firuz-ud-din, hijo de Miyan La’l Din, por sus excelentes cualidades, y el joven tenía una gran devoción por él. Estaba afligido por la viruela. Su venerado amigo utilizó todos los recursos que tenía a su disposición para su tratamiento, pero de nada sirvió, y el paciente sucumbió a la enfermedad en presencia de su eminente médico, que estaba muy angustiado por la tragedia, y se dio cuenta una vez más de que todo dependía de la gracia y la misericordia de Dios.

Un hijo de su hermana murió en Bhera de disentería. Por casualidad, él llegó a Bhera desde Yammu poco después, y su hermana, observando que otra persona que sufría de disentería se había recuperado bajo su tratamiento, le dijo: -Si hubieras estado aquí cuando mi hijo estaba enfermo, no habría muerto.- Se sorprendió, y la amonestó: -Tendrás otro hijo que enfermará de disentería, y a pesar de mi tratamiento morirá.- Tras un periodo de tiempo ella dio a luz a un niño encantador que cayó enfermo de disentería. Su hermano estaba en Bhera y se ocupó del tratamiento de su pequeño sobrino. Su hermana recordó su amonestación y le rogó que orara por la recuperación del niño. Lo hizo y le dijo que el niño moriría, pero que sería bendecida con otro hijo que crecería y prosperaría; y así sucedió.

El Maharajá tenía gran en muy alta estima el talento de Hakim Nur-ud-Dinra y sus altas cualidades morales y espirituales, y a menudo expresaba su respeto por él. Una noche recibió una llamada urgente para tratar al Maharajá. Cuando estaba a punto de partir, la mujer de un barrendero se acercó a él con gran angustia y le rogó que fuera a examinar a su marido que estaba en agonía. Le dijo al emisario del Maharajá que le avisara que tendría que esperar un poco. El emisario mostró su disgusto y exclamó: -¡Un barrendero tiene precedencia sobre el Maharajá!- El médico no tenía dudas de que el emisario relataría lo que, a su parecer era una atrocidad, al Maharajá, pero su humanidad no le permitía ignorar el sufrimiento del humilde barrendero. Diagnosticó su problema como una congestión severa de los intestinos y le administró un enema que le causó un alivio inmediato. Exhaló un profundo suspiro y expresó su gratitud en las palabras: -Que Dios te bendiga abundantemente, y también a aquel que te ha puesto a nuestra disposición aquí.- Dijo esto con tanto fervor que el médico quedó convencido de que los problemas del Maharajá, quien también era receptor de esta bendición, se habrían resuelto por este medio, fueran cuales fuesen.

Cuando llegó al palacio descubrió que tal era realmente el caso, y que el Maharajá no necesitaba de sus servicios. Le preguntó por qué se había retrasado. Le dijo al Maharajá lo que había sucedido, y también que estaba seguro de que la humilde bendición del barrendero había eliminado la causa de su problema. El Maharajá elogió su conducta como digna de un verdadero médico y le ofreció dos pesados brazaletes de oro. Antes de salir del palacio llamó al emisario y le dio uno de los brazaletes. Se sorprendió mucho y quiso saber a que se debía este acto de generosidad. La respuesta fue: -Si no te hubieras quejado de mí al Maharajá, no me hubieran dado los brazaletes; así que mereces parte de la recompensa.- En una ocasión, el Maharajá ordenó que todos los altos cargos

debían usar un vestido formal cuyo costo no debería ser inferior a un mes de salario. Todos cumplieron, pero el médico jefe no hizo ningún cambio en su sencilla vestimenta. Alguien mencionó esto al Maharajá que dijo: -Él tiene razón. Una vestimenta formal sería un estorbo en el desempeño de sus funciones. Además, a menudo tiene que ir al interior del palacio entre las mujeres, y una vestimenta sencilla es lo más apropiado para tal persona.-

Con motivo de una audiencia pública, cada alto cargo debía rendir homenaje presentando una moneda de plata que el Maharajá tocaba con sus dos dedos en señal de aceptación. El médico jefe se sentía avergonzado de tener que rendirle homenaje, pero no se le ocurría ninguna manera de evitar esta situación. Cuando se acercaba su turno el Maharajá observó que contemplaba la moneda que tenía en la palma de su mano. Cuando se acercó al Maharajá, preguntó: -¿Estás pensando en el homenaje o en la moneda?- Respondió: -Señor, estoy pensando en la moneda que es el símbolo de mi homenaje.- El Maharajá sonrió y dijo: -No tienes obligación de rendir homenaje. Estás exento.-

Alguien transmitió al Maharajá que Hakim Nur-ud-Dinra era descendiente de quien (Hazrat Umarra) había usurpado la sucesión del Santo Profetasa. Un día, el Maharajá le preguntó: -¿Por qué el Santo Profetasa no tuvo sucesión de su propia familia?- Él señaló que la sucesión del Santo Profetasa no era un asunto secular, y también que no había dejado ningún descendiente masculino, y los hijos de su hija eran ambos menores; a lo cual el Maharajá afirmó:

-Pero Maula Murtada (‘Alíra) era su hijo, y Hazrat Umarra usurpó su sucesión.-

Él respondió: -‘Alíra no era su hijo, sino su yerno; y Hazrat ‘Umarra no lo sucedió inmediatamente, él fue su segundo sucesor.-

-Entonces, ¿no era Hazrat ‘Alíra su hijo?- -No, era su yerno, igual que ese Rajá (señalándolo) es tu yerno.- 18 -Oh, ahora entiendo todo el asunto. No casamos a nuestras hijas, ni nombramos

como ministro a nadie que tenga pretensiones a la sucesión. La familia de este yerno se opuso a los británicos durante el motín de 1857, y fueron deportados a las islas Andaman. Ayudamos a los británicos, y en reconocimiento a nuestra leal ayuda los británicos propusieron otorgarnos más territorio. Pero rechazamos la oferta de más territorio y en su lugar garantizamos el regreso de este Rajá y su padre de Port Blair, les devolvimos sus haciendas y casamos a nuestra hija con este Rajá. Ahora bien, si hacen el menor movimiento en contra nuestra, siempre les quedará Port Blair. En cuanto al primer ministro, si lo despidiera mañana, no tendría otra opción más que ganarse la vida en un puesto de mercadillo.-

En una ocasión Hakim Nur-ud-Dinra sintió el fuerte impulso de estudiar Tabaqatul Anwar, una exégesis sobre el Hadiz: “El que me tiene como su amigo, debe considerar a ‘Ali como su amigo”, de más de setecientas páginas, escrito por Mir Hamid Husain. Oyó que Mir Nawab de Lucknow, un chiíta, que también era médico en Yammu, poseía una copia. Le pidió que se lo prestara. El préstamo se hizo con la condición de que el libro podría ser retirado a las 10 p.m. y debería ser devuelto seis horas más tarde a las 4 a.m. Hakim Nur-ud-Dinra estudiaba el tomo durante la noche, tomaba notas, y lo devolvía a la hora estipulada. Más tarde estudió las notas y reflexionó sobre ellas; aunque no tenía idea de por qué había emprendido toda esa laboriosa investigación.

Unos cuantos días después Shaij Fatih Muhammad le dijo que irían a cenar esa noche con Miyan Ilahi Bajsh, un distinguido ciudadano. Cuando se dirigían a la residencia del anfitrión, Shaij Fatih Muhammad le reveló que su anfitrión de esa noche era un celoso chiíta que había invitado a un Muytahid para discutir las doctrinas chiítas con él, a condición de que si no era capaz de refutar al Muytahid, todos los sunitas presentes se suscribirían a las doctrinas chiítas. Nadie había avisado a Hakim Nur-ud-Dinra, ya que consideraban que una actuación extemporánea sería de mucho mayor interés. Él reprendió al jeque Fatih Muhammad por la condición frívola que se había acordado, pero este último restó importancia a su protesta.

Al llegar a la casa de Miyan Ilahi Bajsh, Shaij Fatih Muhammad, en su habitual estilo directo, exigió que el contendiente chiíta se presentara. En su lugar, le entregaron un libro a Hakim Nur-ud- Dinra, quien quedó agradablemente sorprendido al descubrir que era Tabaqatul Anwar. Lo hojeó rápidamente y luego lo colocó delante de Miyan Ilahi Bajsh y le preguntó qué era lo que se proponía. Le dijeron que debía hacer un estudio profundo del libro. Dijo que ya lo había estudiado, y que si lo deseaban podía exponer brevemente su propósito y también refutarlo. Estaban presentes varios teólogos chiítas y todos deseaban escuchar su exposición; al escucharle, se fueron aparte a conversar, y convinieron entre ellos mismos que no serían capaces de hacerle frente en un debate. Miyan Ilahi Bajsh ordenó a sus sirvientes que sirvieran la cena, pero Shaij Fatih Muhammad siguió gritando: -No queremos cenar, queremos escuchar el debate; produzcan su Muytahid. Pero nadie se adelantó y no tuvo lugar ningún debate.-

Como ya se ha mencionado, Miyan La’l Din era un ciudadano muy rico y respetado de Yammu, aunque no tenía mucha educación. No tenía una gran amistad con Hakim Nur-ud-Dinra. Sin embargo, un día tomó este último la iniciativa inusual de llamarle a su residencia. Le encontró sentado en un asiento alto junto a una ventana en una habitación grande que estaba llena de gente con la que tenía negocios. Escuchó a cada uno y luego dictó sus instrucciones a un empleado. Hakim Nur-ud-Dinra esperó pacientemente a que todos fueran atendidos y se marcharan. El empleado, pensando que había esperado para hablar en privado con su amo también se retiró. Hakim Nur-ud-Dinra le dijo a Miyan La’l Din: -Usted ocupa una posición tan alta que un teólogo promedio no se atreve a amonestarle. Sin embargo, todo el mundo necesita un amonestador. He venido a preguntarle quién es su amonestador.-

Él respondió: -Maulwi Sahib, ya sabe que no he recibido aprendizaje, y soy incapaz de apreciar las insinuaciones sutiles-.

-Bueno, para decirlo claramente, en las cercanías de cada ciudad se encuentran las ruinas de una ciudad antigua, y en algún lugar cerca de la casa de una persona adinerada está el empobrecido hogar de alguien que una vez fue rico, y que puede servir como su amonestador.-

-Ahora que lo mencionas, inclínate y mira por esta ventana. Allí puedes ver una entrada arqueada que me sirve como mi consejera. Me siento al lado de esta ventana para que pueda tenerla a la vista. El dueño de esa casa era muy rico y de tan alto rango que se le había conferido el privilegio de tener la cubierta de un paraguas rojo en presencia del Maharajá, mientras que a mí no se me permitía ni siquiera un paraguas negro. Ahora está tan empobrecido que su esposa ayuda a lavar platos en nuestra cocina.- -Ciertamente, no necesitas otro consejero.-

Hakim Nur-ud-Dinra relató este incidente al Maharajá, quien comentó: -Tengo varios amonestadores. El lugar donde se realiza la ceremonia religiosa de la unción del Maharajá está rodeado de las humildes viviendas de las personas que han descendido de los antiguos gobernantes. No están obligados a rendirnos homenaje. Había una ciudad famosa, Dharanagar, delante del lugar donde celebro la corte. Ahora está en ruinas. Antiguamente, Bahu Fort fue la residencia de poderosos gobernantes. No hay mejores amonestadores que esos. De hecho, aquellos de quienes tomamos el poder también nos sirven como buenos amonestadores.-

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