Pruebas de los evangélios
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

Los cristianos creen que Jesús, tras su arresto por la traición de Judas Iscariote y crucifixión –y resurrección- subió a los cielos. Sin embargo, la Biblia revela que esta creencia es totalmente equivocada. Mateos capítulo 12, versículo 40 dice:

Como estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches.

Es, pues, evidente que Jonás no murió en el vientre de la ballena; todo lo que sucedió es que se desvaneció o quedó inconsciente. Los libros santos de Dios atestiguan que Jonás, por la gracia de Dios, permaneció vivo en el vientre de la ballena y salió vivo, y su pueblo al final lo aceptó. Si Jesús hubiese muerto en el vientre de la “ballena”, ¿qué parecido pudo haber entre un hombre muerto y otro vivo, y cómo podría compararse a una persona viva con una muerta? La verdad, más bien, es que Jesús era un verdadero profeta y sabía que Dios, que lo amaba, lo salvaría de una muerte maldita. Por lo tanto, en base a la revelación divina, profetizó en forma de parábola, e indicó concluyentemente, que no moriría en la cruz, ni entregaría el alma en el maldito madero, sino que, por el contrario, como el profeta Jonás, sólo pasaría por un estado de inconsciencia. En la parábola indicó también que saldría del seno de la tierra y se uniría a su pueblo y sería honrado como Jonás.

Esta profecía también se cumplió, pues Jesús salió de las entrañas de la tierra y se dirigió a sus tribus que vivían en los países de Oriente, como Cachemira, el Tíbet, etc., es decir, las diez tribus de los israelitas que 721 años[1] antes de Jesús habían sido capturadas por Salmanasar, Rey de Asur[2], y obligadas a abandonar Samaria. Finalmente, estas tribus llegaron a la India, y se instalaron en diversas partes del país. Jesús debía efectuar este viaje, pues el objeto divino que subyacía a su misión era la de reunirse con las tribus perdidas de Israel que se habían establecido en distintas partes de la India. Esto así ocurrió porque eran las ovejas perdidas de Israel que habían renunciado a su fe ancestral tras establecerse en estos lugares, convirtiéndose en budistas en su mayoría y adoptando gradualmente la idolatría. El Dr. Bernier, basándose en la autoridad de una serie de eminentes eruditos, afirma en su libro Viajes que los cachemires son en realidad judíos que, en el momento de la diáspora de la época del Rey de Asur, habían emigrado a este país[3].

En cualquier caso, era necesario que Jesús averiguara el paradero de esas ovejas perdidas que, al llegar a la India, se habían mezclado con la gente local. Presentaré ahora pruebas que demuestran que Jesús llegó de hecho a la India y después, por etapas, viajó hasta Cachemira, descubriendo a las ovejas perdidas de Israel entre la gente que profesaba el budismo, y que esta gente finalmente lo aceptó, al igual que Jonás fue aceptado por su pueblo. Esto era inevitable, ya que Jesús dijo de diversas maneras que él había sido enviado a las ovejas perdidas de Israel.

Aparte de esto, era necesario que escapara de la muerte en la cruz, ya que en el Libro Santo se afirmaba que quien fuera colgado en la cruz sería maldito. Sería una blasfemia cruel e injusta atribuir una maldición a una persona eminente como Jesús, el Mesías, ya que, de acuerdo con el punto de vista común de todos aquellos que conocen la lengua árabe, la palabra la´nat o maldición hace referencia al estado del corazón de una persona. Se diría que un hombre es maldito cuando su corazón, habiéndose apartado de Dios, se oscurece; cuando, privado de la misericordia divina y del amor divino, desprovisto totalmente de Su conocimiento, ciego como el diablo, está saturado del veneno del descreimiento; cuando no queda en él ni un solo rayo del amor y conocimiento divinos; cuando se rompe el lazo de lealtad y surge entre él y Dios el odio y el desprecio, y el rencor y la hostilidad, hasta el punto de que Dios y él se convierten en enemigos mutuos; y cuando Dios se cansa de él y Él se cansa de Dios. En una palabra, cuando se convierte en heredero de todos los atributos del Maligno. Y esa es la razón de que el mismo Diablo se llame maldito[4].

La connotación de la palabra Mal’un, o “maldito”, es tan vil y soez que nunca puede aplicarse a una persona justa que realmente ama a Dios. Es de lamentar que los cristianos no hubieran reflexionado sobre el significado de la maldición cuando inventaron esta creencia; de otro modo, no hubieran utilizado nunca una palabra tan degradante para un hombre tan justo como Jesús. ¿Podemos imaginar que el corazón de Jesús hubiera estado en algún momento separado de Dios; que hubiese negado Su existencia, que lo hubiese odiado y se hubiera convertido en Su enemigo? ¿Podemos acaso imaginar que Jesús sintiera alguna vez en su interior estar separado de Dios, que fuese enemigo de Dios y estuviese totalmente hundido en las tinieblas de la incredulidad y la negación? Si Jesús nunca tuvo tales sentimientos y su corazón estuvo siempre repleto de la luz del amor y el conocimiento divinos, entonces, ¿es posible, preciados intelectuales, afirmar que no sólo una, sino millares de maldiciones de Dios hubiesen descendido jamás sobre el corazón de Jesús con todo su nefasto significado? No es posible. ¿Cómo podemos creer que Jesús fuera maldito? Es de lamentar que una vez que un hombre haya expresado una opinión, o haya tomado posición sobre una creencia concreta, sienta reticencias a abandonarla, por muy claro que se exponga lo absurdo de la misma. El deseo de alcanzar la salvación es sin duda loable si se basa en una auténtica realidad, pero ¿qué sentido tiene desear una salvación que suprime la verdad y que sostiene la creencia de que un profeta santo y hombre perfecto hubiese pasado por un estado de total separación de Dios, el cual, en lugar de una sumisión resuelta e incondicional, hubiera producido extrañamiento e indiferencia, incluso enemistad y odio, y que su corazón se hubiera cubierto de oscuridad en lugar de luz?

Debemos tener en cuenta que este tipo de pensamiento no sólo resta méritos a la misión profética y al apostolado de Jesús, sino que también es un insulto a su afirmación de eminencia espiritual, santidad, amor y conocimiento de Dios, que ha expresado tantas veces en los Evangelios. Simplemente repasemos el Nuevo Testamento donde Jesús afirma claramente que es la Luz y la Guía del mundo; que tiene una relación de gran amor hacia Dios, que ha sido bendecido con un nacimiento puro y que es el amado Hijo de Dios. ¿Cómo pueden atribuirse a Jesús los atributos profanos de una maldición a pesar de mantener estas relaciones puras y santas? Esto es inconcebible. Por tanto, no existe la menor duda de que Jesús no fue crucificado ni murió en la cruz, ya que su persona no merecía el estigma de la muerte en la cruz. Al no haber sido crucificado, quedó libre de las implicaciones impuras de una maldición, y esto sin duda demuestra también que no subió al cielo con el cuerpo físico pues la ascensión al cielo formaba parte de todo el plan y era consecuencia de la idea de haber pasado por la crucifixión. Por lo tanto, como ha quedado demostrado que no era maldito ni estuvo en el infierno durante tres días, ni tampoco murió en la cruz, por ese motivo, la segunda parte del plan, es decir, la de la ascensión, es errónea. La Biblia contiene incluso más pruebas, que procedo a indicar a continuación. Una de ellas es la siguiente afirmación de Jesús:

“Mas después de haber resucitado, os precederé en Galilea” (Mateo, C. 26, V. 32).

Este versículo muestra claramente que Jesús, después de haber salido del sepulcro, fue a Galilea y no al cielo. Sus palabras “después de que haya resucitado” no significan volver a la vida después haber muerto; más bien, Jesús empleó estas palabras anticipando lo que la gente iba a pensar de él en el futuro, pues, como ocurrió, pensaron que había muerto en la cruz. De hecho, si se colocara a un hombre sobre la cruz, y se le introdujeran clavos en sus manos y pies hasta que se desvaneciera de dolor, pareciendo más muerto que vivo; y después se salvara de tal calamidad y recuperara el conocimiento, no sería una exageración por su parte decir que hubo resucitado. No hay duda de que después de tanto sufrimiento, el escape de Jesús de la muerte fue un milagro. No se trataba de un suceso ordinario. Pero es erróneo decir que hubiera muerto. Es cierto que en los libros del Nuevo Testamento existen palabras de este tipo, pero se trata de un error de los escritores de aquellos libros, que también cometieron errores al registrar muchos otros acontecimientos históricos. Como resultado de su investigación, los comentaristas de los Evangelios admiten que los libros del Nuevo Testamento pueden dividirse en dos partes:

  1. La enseñanza religiosa que los discípulos recibieron de Jesús, que constituye la esencia de las enseñanzas del Evangelio.
  2. Los acontecimientos históricos, como la genealogía de Jesús, su captura y azotes, la existencia en su época de una balsa milagrosa, etc., que fueron registrados por los mismos autores. Tales acontecimientos no fueron revelaciones sino que se escribieron de acuerdo con las opiniones propias del autor. En algunos lugares se encuentran enormes exageraciones, como cuando se afirma que si todos los milagrosy obras de Jesús se registraran por escrito, la tierra no tendría espacio para contenerlos. ¡Qué afirmación más exagerada!

Aparte de esto, es uso común en el habla describir como muerte la gran calamidad que se abatió sobre Jesús. Este tipo de expresión es casi universal. Cuando un hombre escapa de una experiencia casi fatal, la gente expresa la idea con la frase idiomática “se le concedió una vida nueva” y nadie, sea cual fuere el país a que pertenezca, lo expresaría de otro modo.

Otro dato que habría que tener presente es que, en el Evangelio de Bernabé, que puede encontrarse en el Museo Británico, está escrito que Jesús no fue colocado en la cruz ni murió en la cruz. Podemos muy bien afirmar que aunque este libro no esté incluido en los Evangelios, y ha sido rechazado sumariamente, no hay duda alguna de que es un libro antiguo y fue escrito en el mismo periodo en que se escribieron los otros Evangelios. ¿No podríamos acaso considerar este libro como un libro de historia de los tiempos antiguos y utilizarlo como libro de historia? ¿No se deduce de este libro que en la época en la que tuvieron lugar los acontecimientos de la cruz, algunas personas no aceptaban la idea de que Jesús muriera en la cruz? Aparte de esto, teniendo en cuenta que los mismos cuatro Evangelios utilizan metáforas describiendo a una persona muerta como dormida, no sería exagerado suponer que un estado de desvanecimiento haya sido descrito como muerte.

Como ya he mencionado antes, un profeta nunca miente. Jesús comparó sus tres días en la tumba con los tres días que pasó Jonás en el vientre de la ballena. Esto demuestra que, al igual que Jonás permaneció vivo en el vientre de la ballena, del mismo modo Jesús también permaneció vivo en la tumba durante tres días. Hay que destacar que las tumbas de los judíos de aquella época no eran como las tumbas actuales, sino que eran espaciosas y poseían una abertura en un lado, que se cubría con una gran losa. Más adelante demostraré, a su debido tiempo, que la tumba de Jesús, que se ha descubierto recientemente en Sirinagar, Cachemira, es exactamente igual que aquella en la que fue colocado Jesús en estado inconsciente.

En una palabra, el versículo que acabo de citar demuestra que Jesús, después de salir del sepulcro, se dirigió a Galilea. En el Evangelio de San Marcos está escrito que después de salir del sepulcro, se vio a Jesús andando por el camino que iba a Galilea, y en su debido momento se reunió con los once discípulos cuando estaban comiendo; les mostró sus manos y pies, que estaban heridos, y pensaron que era un espíritu. Entonces él les dijo: “Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene ni carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Entonces tomó un trozo de pez asado y un trozo de panal. Lo tomó y se lo comió en su presencia”. Véase Marcos 16:14 y Lucas 24:39[5].

Estos versículos demuestran que es cierto que Jesús nunca subió a los cielos; más bien, salió del sepulcro y se dirigió a Galilea como un hombre ordinario, con sus vestiduras ordinarias y con su cuerpo humano. Si hubiese resucitado después de la muerte ¿cómo iba a llevar su cuerpo espiritual las heridas que le infligieron en la cruz? ¿Qué necesidad tenía de comer? Y si hubiese necesitado comida entonces, también necesitaría comer ahora…

Los lectores deben saber que la cruz de los judíos no era como la horca de hoy en día, de la que librarse es prácticamente imposible. En aquella época no se colocaba ninguna soga alrededor del cuello de la víctima, ni se retiraba ninguna plancha de madera de debajo de la víctima para que quedara colgada. En su lugar, la víctima era colocada en la cruz, a la que se clavaban sus manos y pies; y siempre existía la posibilidad, tras haber sido colocada en la cruz y tras introducírsele los clavos, de que pudiera ser bajada viva en el plazo de uno o dos días antes de que se le quebraran los huesos, en el supuesto de que se decidiera perdonarle la vida, ya que se consideraba suficiente el castigo sufrido. Cuando se decidía matar a la víctima, se le mantenía en la cruz durante al menos tres días sin permitirle ningún alimento o bebida, y se le dejaba en esta condición, bajo el sol, durante tres o más días, tras los cuales se le quebraban los huesos, muriendo al final como resultado de esta tortura.

Sin embargo, la gracia de Dios Todopoderoso libró a Jesús de esta tortura que hubiera puesto fin a su vida. Una lectura atenta del Evangelio revela que Jesús no permaneció en la cruz durante tres días ni tuvo que sufrir hambre o sed, ni tampoco se le rompieron los huesos. Por el contrario, sólo permaneció dos horas en la cruz y, por la gracia y la misericordia de Dios, fue colocado en la cruz en la última parte del día, que era viernes, poco antes de la puesta del sol, siendo el día siguiente Sabbat (sábado), la gran fiesta de los judíos. Según la costumbre judía, era ilícito y una ofensa punible dejar que nadie permaneciera en la cruz en un sábado o durante la noche anterior. Los judíos, como los musulmanes, observaban el calendario lunar, según el cual el día comenzaba con la puesta del sol. Por una parte, hubo esta grata circunstancia que surgió por causas terrenas y, por otra, Dios Todopoderoso produjo circunstancias celestiales, a saber, cuando fue la hora sexta, comenzó a soplar una fuerte tormenta de polvo que sumió al mundo en la oscuridad durante tres horas[6]. Esta hora sexta era después de las doce y cerca del atardecer.

Pues bien, los judíos se inquietaron por esta profunda oscuridad, por temor a que los sorprendiera la noche del Sabbat y por miedo a ser castigados por violar la santidad del Sabbat. Por lo tanto, bajaron apresuradamente a Jesús y a los dos ladrones de sus cruces. Además de todo esto, hubo otra causa celestial. Mientras Pilatos presidía el tribunal, su mujer le envió un mensaje diciendo que no hiciera nada con aquel hombre justo (es decir, que no intentara castigarlo con la muerte) por haber tenido un sueño aquella noche que la hizo sufrir mucho[7]. Así pues, el ángel que vio la esposa de Pilatos en sueños, nos asegura a nosotros y a cualquier persona de mente recta, con toda certeza, que Dios nunca pretendió que Jesús muriera en la cruz. Desde el día de la creación nunca ha ocurrido que Dios hubiera sugerido a una persona en un sueño que algo concreto habría de suceder de un modo determinado, y sin embargo tal cosa no ocurriera. Por ejemplo, el Evangelio de Mateo dice que un ángel del Señor llegó a José en sueños y le dijo:

Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto, donde permanecerás, hasta que yo te avise; porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.[8]

¿Quién puede imaginar que Jesús pudo haber sido matado en Egipto? De igual modo, el sueño que tuvo la mujer de Pilatos era parte del designio de Dios, y es imposible que pudiera fracasar en su objetivo. Y al igual que la posibilidad de que Jesús fuese matado durante el viaje a Egipto era contraria a la promesa específica de Dios, es igualmente impensable que después de aparecer el ángel de Dios a la mujer de Pilatos e indicarle que si Jesús moría en la cruz le traería mala suerte, su aparición hubiera sido en vano y se hubiera permitido que Jesús sufriera la muerte en la cruz. ¿Existe algún ejemplo similar en el mundo? Ninguno. La conciencia pura de todos los hombres piadosos, cuando son informados del sueño de la mujer de Pilatos, atestiguaría sin duda que en realidad el propósito de ese sueño era establecer la base para el rescate de Jesús. Cualquier persona tiene derecho a rechazar la realidad más evidente por prejuicios nacidos de su credo, pero la honradez nos obligaría a creer que el sueño de la mujer de Pilatos es una prueba de peso en apoyo de la escapatoria de Jesús de la cruz. Mateo, que ocupa el primer lugar de los Evangelios, lo atestigua. Aunque las pruebas evidentes que expondré en este libro invalidan la divinidad de Jesús y la doctrina de la Expiación, la honradez y el amor a la justicia nos obligan a no ser parciales respecto a un credo común o tradicional cuando se trata de una cuestión de hecho. Desde el día de la creación del hombre hasta el presente, el hombre, a causa de su inteligencia limitada, ha investido de divinidad a muchos objetos, hasta el punto de adorar incluso a gatos y serpientes. No obstante, las personas sensatas, con ayuda de Dios, siempre han conseguido estar a salvo de la maldad de tales creencias politeístas.

Entre los testimonios de la Biblia en apoyo de la evasión de Jesús de la muerte en la cruz, está el viaje que realizó a un lugar alejado después de salir del sepulcro. El domingo por la mañana, la primera persona a quien vio fue María Magdalena, la cual informó inmediatamente a los discípulos que Jesús estaba vivo, aunque no la creyeron. Después fue visto por dos de los discípulos cuando paseaban por el campo; y al final se apareció a los once cuando estaban comiendo y les reprochó su insensibilidad y su falta de fe[9]. Además cuando los discípulos de Jesús se dirigían a la aldea llamada Emaús, que se encontraba a una distancia de 3,75 kose de Jerusalén, Jesús se unió a ellos, y cuando se aproximaron a la aldea, Jesús quiso separarse de ellos, pero insistieron en que se quedara. Entonces cenó con ellos y todos pasaron la noche con Jesús en Emaús[10].

Ahora bien, decir que Jesús hizo todo esto con un cuerpo espiritual (que se supone que es la naturaleza del cuerpo después de la muerte), que sólo el cuerpo físico es capaz de hacer, como por ejemplo, comer, beber, dormir, y hacer un largo viaje a Galilea que estaba a una distancia de setenta kose de Jerusalén, es decir algo imposible e irracional. A pesar del hecho de que los relatos de los Evangelios difieren a causa de las inclinaciones individuales, los textos existentes demuestran claramente que Jesús se unió a sus discípulos con su cuerpo humano mortal y físico y realizó un largo viaje a pie a Galilea. Mostró sus heridas a los discípulos, cenó con ellos al atardecer y durmió en su compañía. Más adelante mostraremos que incluso curó sus heridas con un ungüento especial.

No entendemos cómo es posible que después que una persona haya adquirido un cuerpo espiritual y eterno, que le eximía de la necesidad de comer y beber, y le daba derecho a sentarse a la diestra de Dios y a estar libre de todo dolor y deformidad, aún padeciera un defecto: el defecto de llevar en su cuerpo las recientes heridas de los clavos que sangraban y le producían dolor, y se tuviera que preparar un ungüento para su curación. En otras palabras, incluso después de recibir un cuerpo glorioso e inmortal, eternamente impecable, perfecto e inmutable, ese mismo cuerpo siguiera padeciendo muchos tipos de defectos.

Jesús mismo mostró a sus discípulos la carne y huesos de su cuerpo a sus discípulos, sintiendo además la angustia del hambre y la sed, necesidades de un cuerpo mortal. ¿Necesitaba acaso, durante el viaje a Galilea, hacer cosas tan inútiles como comer y beber agua, descansar y dormir? El alimento y el agua son solamente necesarios para los cuerpos mortales en este mundo, y su carencia puede resultar fatal en casos extremos. No hay pues duda de que Jesús no murió en la cruz ni adquirió un nuevo cuerpo espiritual. Más bien estuvo en un estado de desvanecimiento similar a la muerte.

Por la gracia de Dios, sucedió que la tumba en que fue colocado no era como las tumbas de este país. Era una habitación amplia y ventilada, con una abertura. En aquellos días era costumbre de los judíos construir sepulcros espaciosos con una abertura. Estos se mantenían preparados y, cuando alguien moría, se colocaba allí su cuerpo. Los Evangelios dan un testimonio claro de esto. Lucas dice:

Pero el primer día de la semana, muy de mañana (es decir, cuando estaba todavía oscuro), ellas (es decir, las mujeres) volvieron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado y algunos otros con ellas. Y hallaron la piedra separada del sepulcro. Habiendo entrado, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús.[11]

Consideremos por un momento las palabras “entraron”. Es evidente que una persona solo puede entrar en una tumba que sea similar a una habitación y tenga una abertura. En el lugar apropiado, expondré en este libro que la tumba de Jesús, que ha sido descubierta recientemente en Sirinagar, Cachemira, tiene también una abertura. Es un punto muy especial que llevará a los investigadores a una conclusión importante.

Entre los testimonios de los Evangelios están las palabras de Pilatos, registradas por San Marcos:

Llegada ya la tarde, como era día de Preparación, es decir, vísperas del día Sábado, vino José el de Arimatea, noble consejero, el cual también estaba esperando el reino de Dios. Éste se atrevió a ir a Pilatos, y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilatos se extrañó de que estuviera muerto.[12]

Esto demuestra que en el momento de la misma crucifixión existía ya la duda de que Jesús hubiese muerto realmente, y la duda surgía nada menos que en una persona que conocía bastante bien cuánto tiempo tardaba una persona en morir en la cruz.

Entre los testimonios de los Evangelios está el versículo:

Entonces los judíos, por cuanto era la preparación a la Pascua, a fin de que los cuerpos no quedasen en la cruz durante el Sábado (porque era un día grande el de aquel Sábado) pidieron a Pilatos que se les quebrasen las piernas y los retirasen. Vinieron, pues, los soldados y quebraron las piernas al primero, y asimismo al otro que había sido crucificado con él. Mas llegando a Jesús y viendo que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas; pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua.[13]

Estos versículos demuestran claramente que, para poner fin a la vida de una persona crucificada, era práctica habitual de aquellos días mantenerlo en la cruz durante varios días, y después romperle las piernas, pero las piernas de Jesús no fueron quebradas a propósito, y fue bajado vivo de la cruz, al igual que los dos ladrones. Esta fue la razón de que fluyera sangre cuando le atravesaron el costado, ya que la sangre de un hombre muerto se coagula. Esto demuestra muy claramente que existía algún tipo de plan secreto. Pilatos era temeroso de Dios y un hombre de buen corazón, pero no podía mostrarse abiertamente a favor de Jesús por temor al César, pues los judíos habían declarado a Jesús rebelde. De cualquier modo, Pilatos tuvo la suerte de haber visto a Jesús, suerte que no tuvo el César, y el primero no sólo vio a Jesús, sino que también le hizo un gran favor, pues no deseaba que Jesús sufriera la crucifixión. Los Evangelios señalan claramente que Pilatos había decidido varias veces dejar libre a Jesús, pero los judíos le dijeron que si así lo hacía, sería desleal al César, puesto que, según ellos, Jesús era un rebelde que quería ser rey.[14]

Además, el sueño que tuvo la mujer de Pilatos lo impulsó aún más a dejar libre a Jesús, pues de lo contrario, él y su esposa se hubieran expuesto al desastre. Puesto que los judíos eran un pueblo malvado, y estaban dispuestos incluso a informar de las acciones de Pilatos al César, Pilatos utilizó una estratagema para rescatar a Jesús. En primer lugar, ordenó la crucifixión de Jesús en las últimas horas del viernes, cerca de la noche del Sabbat. Pilatos sabía muy bien que los judíos, de acuerdo con los mandamientos de su ley, sólo podían mantener a Jesús en la cruz hasta esa noche, pues tras empezar el Sabbat sería ilegal mantener a los cuerpos en la cruz. Y así ocurrió: Jesús fue bajado de la cruz antes del anochecer. Es impensable que los dos ladrones, que fueron crucificados al mismo tiempo que Jesús, hubiesen permanecido vivos y Jesús hubiera muerto en el plazo de dos horas. Era más bien parte del plan para salvar a Jesús del proceso de la rotura de los huesos. El hecho de que ambos ladrones fuesen bajados vivos de la cruz es un punto digno de reflexión para una persona inteligente. La costumbre habitual era bajar a las víctimas vivas. Sólo morían cuando se les rompían los huesos o cuando se les dejaba en la cruz sin alimento ni bebida durante varios días. Pero Jesús no atravesó ninguna de estas tribulaciones: no permaneció hambriento ni sediento durante días en la cruz ni tampoco le fueron quebrados los huesos para acabar con su vida. Habría sido diferente si siquiera uno de los dos ladrones hubiese muerto y no hubiera sido necesario romperle los huesos.

Además, un hombre llamado José, un amigo íntimo de Pilatos, una persona notable de la localidad y discípulo en secreto de Jesús, se presentó en el momento justo. Sospecho que también fue llamado por Pilatos. Jesús fue declarado muerto, y el cuerpo fue entregado bajo su custodia. Como José era un hombre importante, los judíos no podían permitirse ninguna disputa con él. Se hizo, pues, cargo de Jesús, que había sido declarado muerto, aunque se hallaba en estado de desvanecimiento, y siguiendo instrucciones de Pilatos, se llevó a Jesús a una habitación con una abertura, que se utilizaba como tumba según la costumbre de la época, a la que los judíos no podían acceder.

Estos acontecimientos sucedieron en el siglo decimocuarto siglo después de la muerte de Moisés, y Jesús era el reformador divino de la ley israelita del catorceavo siglo. Aunque los mismos judíos esperaban al Mesías en el catorceavo siglo y las profecías de los profetas anteriores anunciaban su llegada precisamente en aquella época, es de lamentar que los sacerdotes judíos no reconocieran ni a la persona ni a la época, y acusaran al Mesías Prometido de impostor. Lo declararon apóstata, dictaron sentencia de muerte contra él y lo arrastraron al tribunal. Esto demuestra que, de acuerdo con la voluntad divina, el siglo XIV tenía la propiedad inherente de hacer insensibles los corazones de la gente, y a los sacerdotes, mundanos, ciegos y enemigos de la verdad.

Una comparación entre el siglo decimocuarto después de Moisés y el decimocuarto después del “igual” a Moisés, nuestro Santo Profetasa, mostrará, en primer lugar, que en cada uno de estos siglos había un hombre que reclamaba ser el Mesías Prometido, y que esta era una afirmación verídica apoyada en la autoridad de Dios Todopoderoso. También sabemos que los líderes religiosos de los dos pueblos los declararon apostatas, los acusaron de infieles y Dayyal (Anti-Cristo), pronunciaron veredictos de muerte contra ellos y los llevaron al tribunal, un tribunal romano en un caso y uno británico en el otro. Pero finalmente ambos fueron salvados, fracasando en sus designios tanto los sacerdotes judíos como los musulmanes. Dios había pretendido suscitar grandes comunidades para ambos Mesías y hacer fracasar los planes de sus enemigos. En una palabra, el siglo decimocuarto después de Moisés y el siglo decimocuarto después de nuestro Santo Profetasa son épocas difíciles, aunque a largo plazo, benditas, para sus Mesías respectivos.

Entre los testimonios que corroboran que Jesús se salvó de la cruz está el que se narra en Mateo, 26, versículos 36 a 46, que relata que, después de habérsele informado por revelación de su detención inminente, Jesús oró a Dios durante toda la noche, llorando y postrado. Estas plegarias, ofrecidas con tal humildad, y para las que Jesús tuvo tiempo más que suficiente, no podían quedar desoídas, pues Dios nunca rechaza la oración de un elegido cuando implora angustiado. ¿Cómo es posible que fuera rechazada la oración de Jesús, que había implorado a Dios durante toda la noche en estado de angustia y desconsuelo, especialmente cuando Jesús mismo había anunciado que su Padre que estaba en los cielos escuchaba sus plegarias? Si esta plegaria, ofrecida en tal estado de angustia no fue aceptada ¿Cómo podemos afirmar que Dios escuchó sus plegarias? Los Evangelios muestran también que Jesús estaba seguro de que su plegaria iba a ser aceptada, y que tenía una gran confianza en su oración. Esta es la razón de que, al ser arrestado y crucificado, y al ver que las circunstancias iban en contra de sus expectativas, exclamara involuntariamente:  “Eli, Eli, lamma sabachtani[15], que significa: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”, es decir, que no esperaba que le sucediera eso, y que tuviera que morir en la cruz. Estaba seguro que Dios escucharía sus plegarias. Por tanto, las dos referencias del Evangelio demuestran que Jesús estaba firmemente convencido de que su oración sería oída y aceptada, y que sus llantos y súplicas de toda la noche no se perderían. De hecho, él mismo había enseñado a sus discípulos, con la autoridad divina, que si rezaban, sus oraciones serían aceptadas. Además, relató también la parábola del juez que no temía ni al hombre ni a Dios. La finalidad de esta parábola era asegurar a los discípulos que Dios escuchaba indudablemente las oraciones.

Aunque Jesús había sido informado acerca de la inminente calamidad, no obstante, como todas las personas justas, oró a Dios creyendo que no había nada imposible para Él y que todo lo que iba a suceder o dejara de suceder dependía de la voluntad divina. En consecuencia, el rechazo de la propia oración de Jesús hubiera causado un impacto negativo en la fe de sus discípulos. Si hubieran visto con sus propios ojos que no era aceptada la oración de un gran profeta como Jesús, implorada durante toda la noche con ardiente devoción, tal desafortunado ejemplo habría sido una prueba amarga para su fe. Por lo tanto, la merced divina quiso que su plegaria fuera aceptada; y efectivamente fue aceptada la oración ofrecida en Getsemaní.

Existe otro punto a tener en cuenta a este respecto. Al igual que existía una conspiración para asesinar a Jesús, y con este propósito los jefes de los sacerdotes y los escribas se reunieron en el palacio del sumo sacerdote llamado Caifás para urdir un plan para matar a Jesús, así también hubo una conspiración para asesinar a Moisés y, de igual manera, hubo una consulta secreta en la Meca, en el lugar llamado Dar-ul-Nadwa, para asesinar al Santo Profetasa. Pero Dios Poderoso salvó a estos dos grandes profetas de estos designios. La conspiración contra Jesús estuvo situada cronológicamente entre las dos conspiraciones. ¿Por qué, pues, no iba a ser Jesús salvado a pesar de haber orado con tal vehemencia en una situación mucho más grave? ¿Por qué no fue oída la oración de Jesús, si Dios escucha las oraciones de Sus amados siervos y frustra los planes de los malvados?

Todos los justos saben por experiencia que la oración del angustiado y el afligido es aceptada. En efecto, la hora de la aflicción es para una persona justa la hora de mostrar señales. Yo he tenido una experiencia personal en este sentido. Hace dos años, un tal Dr. Martin Clark, cristiano residente en Amritsar, en el Punjab, me acusó falsamente de intento de asesinato ante un tribunal del Distrito de Gurdaspur, alegando que había enviado a una persona llamada Abdul Hamid a asesinar a dicho doctor. Sucedió que, en esta causa, testificaron contra mí varias personas conspiradoras pertenecientes a las tres comunidades, a saber, cristianos, hindúes y musulmanes, que hicieron lo posible por demostrar la acusación de intento de asesinato. Los cristianos me reprochaban que estuviera intentando, como sigo intentando en la actualidad, rescatar a la humanidad de las falsas ideas que sostienen los cristianos respecto a Jesús, y esta fue la primera prueba de su enojo. Los hindúes se sentían disgustados conmigo porque hice una profecía en relación con la muerte Lekh Ram, un Pandit, con su consentimiento, y la profecía se cumplió dentro del plazo señalado, y fue sin duda un signo terrible de Dios. De la misma manera, los clérigos musulmanes estaban encolerizados porque me oponía a la idea de un Mesías sanguinario y a la doctrina del Yihad, tal como ellos la entendían. Por lo tanto, algunos personajes importantes de las tres comunidades se reunieron en secreto con el fin de imputar la acusación de asesinato contra mí, a fin de que fuera ahorcado o al menos encarcelado. Fueron, pues, injustos a los ojos de Dios. Dios me informó de esto antes del momento de sus consultas secretas, y me dio la buena nueva de la absolución final. Estas revelaciones divinas fueron anunciadas previamente a centenares de personas, y cuando, después de la revelación, imploré con estas palabras: “¡Señor! Sálvame de esta aflicción”, me fue revelado que Dios me salvaría, y me libraría de la acusación presentada en contra mía. Esta revelación fue comunicada verbalmente a más de trescientas personas, muchas de las cuales aún siguen vivas. Ocurrió, pues, que mis enemigos presentaron testigos falsos en el tribunal y casi “probaron” su acusación, tras declarar en contra mía testigos de las tres comunidades antes citadas. Entonces sucedió que la verdad del caso fue revelada por Dios, de diversas maneras, al magistrado encargado de la causa. Este magistrado era el Capitán W. Douglas, Comisionado Adjunto de Gurdaspur. Él estaba convencido de que la acusación era falsa. Así pues, sin preocuparse de lo que pensara el doctor, que también era misionero, su sentido de justicia lo hizo desestimar el caso. Por lo tanto, todo lo que había anunciado sobre mi absolución basándome en la autoridad de la revelación divina a centenares de personas y en reuniones públicas, demostró ser verdadero, a pesar del riesgo evidente existente por las circunstancias que rodeaban el caso. Esto sirvió para fortalecer la fe de mucha gente. Y esto no fue todo. También se presentaron contra mí muchos otros cargos de esta índole y acusaciones de carácter criminal, basados en causas similares, y los casos fueron llevados a los tribunales, pero antes de que recibiera la notificación del tribunal, Dios me informaba del origen y del final de todo el asunto; y en todos los casos, por muy alarmantes que fueran, recibía por anticipado la buena noticia de la absolución.

El hecho es que Dios Todopoderoso acepta ciertamente las oraciones, sobre todo cuando los oprimidos llaman a su puerta con una fe incondicional en Él; Él escucha sus quejas y les ayuda de la forma más sorprendente. Yo mismo doy testimonio de esto. ¿Por qué, pues, no iba a ser aceptada la oración de Jesús realizada con extrema angustia? No hay ninguna duda de que su oración fue aceptada, y Dios lo salvó. Dios creó circunstancias en la tierra y en el cielo para rescatarlo. Juan, el profeta Yahya, no tuvo tiempo para rezar, ya que su fin había llegado, pero Jesús dispuso de toda la noche para orar, y la empleó en la oración, de pie y postrado ante Dios, pues Dios había querido que diera expresión a su aflicción, y le rogara a Él, para Quien nada era imposible. Así pues, el Señor, de acuerdo con su práctica eterna, escuchó su oración. Los judíos mintieron al burlarse de Jesús en el momento de su crucifixión cuando inquirieron por qué Dios no le salvaba a pesar de su confianza en Él. Dios echó por tierra los designios de los judíos y salvó a su amado Mesías de la cruz y de la maldición que suponía. Los judíos ciertamente habían fracasado.

Entre los testimonios del Evangelio que han llegado a nosotros está el versículo de Mateo:

Caiga sobre vosotros la sangre de los justos derramada en la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis en entre el templo y el altar. En verdad os digo, todas estas cosas ocurrirán en esta generación.[16]

Ahora bien, si se medita sobre estos versículos, se comprobará que Jesús afirma claramente que el asesinato de los profetas por los judíos terminó con el profeta Zacarías y que, a partir de ese momento, los judíos no tendrían ya poder alguno para matar a ningún profeta. Esta es una gran profecía que señala claramente que Jesús no murió como resultado de la crucifixión, sino que, por el contrario, fue salvado de la cruz, muriendo al final de muerte natural. Y es que si Jesús debía sufrir también la muerte de mano de los judíos, como Zacarías, lo habría indicado en estos versículos. Si se afirma que Jesús fue matado por los judíos, pero que esto no constituyó un pecado por parte de ellos, ya que la muerte de Jesús tuvo la naturaleza de una expiación, esta afirmación resulta difícilmente sostenible, ya que en Juan, capítulo 19, versículo 11, Jesús afirma claramente que los judíos habían sido culpables de un gran pecado por haber decidido matarle; y de la misma manera, en otros muchos lugares se menciona inequívocamente que, como pena por el delito que habían cometido contra Jesús, habían merecido el castigo a los ojos de Dios. Véase el Evangelio[17], 26:24.

Entre los testimonios del Evangelio que nos han llegado está el versículo de Mateo que dice:

En verdad, os digo, algunos de los que están aquí no gustarán la muerte sin que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino.[18]

De igual manera, está el versículo de Juan:

Jesús le respondió: “Si me place que él (el discípulo Juan) se quede (en Jerusalén) hasta mi vuelta”.[19]

Lo cual significa: “Si me place, Juan no morirá hasta que yo regrese de nuevo”. Estos versículos muestran con toda claridad que Jesús había prometido que algunas personas continuarían viviendo hasta su regreso; y entre ellas nombró a Juan. Así pues, el cumplimiento de esta promesa era inevitable. Por consiguiente, e incluso los cristianos también lo admiten, para que la profecía se cumpliera de acuerdo con la premisa, era inevitable que Jesús viniera en un momento en que sus discípulos aún siguieran vivos. Esta es también la base de la declaración de los clérigos de que Jesús, de acuerdo con su promesa, había venido a Jerusalén en el momento de su destrucción, y que Juan lo había visto, ya que estaba vivo en aquel momento. Pero cabe señalar que los cristianos no dicen que Jesús bajara realmente del cielo acompañado por los signos anunciados, sino que afirman más bien que se apareció a Juan como en una visión para poder cumplir su profecía que se contiene en versículo 28 del capítulo 16 de Mateo. Pero yo digo que una venida de este tipo no cumple la profecía. Se trata de una interpretación poco sólida cuyo objeto es evitar las objeciones relacionadas con la profecía. Esta interpretación es evidentemente insostenible y errónea, hasta el punto de que no hay necesidad de refutarla, ya que si Jesús hubiese tenido que aparecer a alguien en un sueño o visión, una profecía de este tipo sería ridícula.*

Además, Jesús también se había aparecido a Pablo de la misma manera mucho antes de esto. Parece ser que la profecía que se contenía en versículo 28 del capítulo 16 de Mateo hizo que cundiera el pánico entre los sacerdotes, que no pudieron darle una explicación racional en consonancia con sus propias creencias. Les resultaba difícil decir que en el momento de la destrucción de Jerusalén Jesús hubiera descendido de los cielos con toda su gloria, y que, como el rayo que ilumina los cielos, todos lo verían; y tampoco les era fácil ignorar la afirmación: “Algunos de los que estarán aquí no gustarán la muerte sin que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su Reino”. Por tanto, como resultado de una interpretación esforzada, creyeron en el cumplimiento de la profecía en la forma de una visión. Pero esto no es cierto, pues los siervos justos de Dios siempre aparecen en visiones a los elegidos de Dios, y para que haya una visión no es ni siquiera necesario que aparezcan únicamente en sueños. Pueden incluso verse en estado de vigilia y yo mismo he experimentado estos fenómenos.

Yo he visto a Jesús en muchas ocasiones en kashf (visión en estado de vigilia) y he conocido a algunos de los profetas mientras estaba totalmente despierto. He visto también a nuestro Jefe, Señor y Maestro, el Santo Profeta Muhammadsa muchas veces en estado de vigilia, y he hablado con él, en un estado tan claro de vigilia que no tenía nada que ver con el sueño o la somnolencia. He conocido también a algunos fallecidos en sus tumbas o en otros lugares, estando despierto, y he hablado con ellos. Sé perfectamente que hablar con los muertos en estado de vigilia es posible; no sólo nos reunimos, sino que podemos hablar e incluso darnos la mano. Entre este estado y el estado ordinario de vigilia no hay diferencia alguna respecto a dicha experiencia; la persona siente que está en este mundo: tiene los mismos oídos, ojos y lengua, pero la reflexión en profundidad revela un universo diferente. El mundo no puede comprender este tipo de experiencia, ya que el mundo lleva una vida de indiferencia. Esta experiencia es un don divino para los que están dotados de una percepción extrasensorial. La experiencia es sin duda genuina y auténtica. En consecuencia, cuando Jesús se le apareció a Juan después de la destrucción de Jerusalén, aunque este último pudo haberle visto en estado de vigilia y aunque es posible que hubieran conversado y se dieran la mano, el incidente no tiene, sin embargo, nada que ver con la profecía. Estos fenómenos ocurren frecuentemente en el mundo, e incluso ahora, si le dedico alguna atención, puedo, con la gracia de Dios, ver a Jesús o a algún otro santo profeta en estado de vigilia. Estas reuniones no cumplen la profecía que se contiene en Mateo, capítulo 16, versículo 28.

Lo que sucedió realmente fue que Jesús sabía que sería salvado de la cruz y que emigraría a otra región; que Dios nunca permitiría que muriera, ni se lo llevaría de este mundo hasta que no hubiese visto la destrucción de los judíos con sus propios ojos, y que no moriría hasta que no hubiese obtenido los frutos del reino de los cielos, otorgado a los hombres de Dios. Jesús hizo esta profecía para asegurar a sus discípulos que en ese momento verían el signo de que aquellos que habían levantado la espada contra él morirían por la espada, durante su propia vida y en su misma presencia, Por tanto, si se quiere que la prueba tenga algún valor, no hay evidencia mayor para convencer a los cristianos que el hecho de que el mismo Jesús profetizara con sus propias palabras que algunos de ellos aún seguirían vivos cuando regresara.

Cabe recordar que los Evangelios contienen dos tipos de profecía sobre la venida de Jesús:

  1. La promesa de su venida en los últimos días: Su advenimiento es de carácter espiritual, y se asemeja a la segunda venida del profeta Elíasantes de la venida del Mesías. Por lo tanto, al igual que Elías, él ya ha aparecido en esta época; y soy yo, el autor de este libro, siervo de la humanidad, el que ha aparecido como Mesías Prometido en el nombre de Jesús. Jesús había anunciado mi venida en los Evangelios. Bendito sea aquél que, por amor a Jesús, reflexiona con honestidad y justicia sobre mi advenimiento y se salva de la perdición.
  2. Las otras profecías sobre la segunda venidade Jesús que se mencionan en los Evangelios, se han citado en realidad, como evidencia de la vida que, por la gracia de Dios, se mantuvo intacta durante la experiencia de la Cruz. Tal como indica la profecía, Dios salvó a su siervo eminente de la muerte en la cruz.

Los cristianos se equivocan al mezclar estos dos contextos. Por esta razón están confusos y tienen que enfrentarse a muchas dificultades. En resumen, el versículo del capítulo 16 de Mateo es una prueba realmente importante en apoyo de la escapatoria de Jesús de la cruz.

Entre los testimonios de los Evangelios que nos han llegado, también está el siguiente versículo de Mateo:

Y entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre, y entonces se lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del hombre viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gloria grande. (Mateo, 24: 30).

El versículo significa que Jesús dice que vendrá un tiempo en el que, desde los cielos, y como resultado de la intervención divina, aparecerán conocimientos y pruebas que invalidarán la doctrina de su divinidad, de su muerte en la cruz, y su ascensión a los cielos y posterior advenimiento; y que el Cielo dará testimonio en contra de las mentiras de aquellos (por ejemplo, los judíos) que negaron que fuese un verdadero profeta y lo consideraron maldito a causa de su muerte en la cruz, pues el hecho de que no hubiera sufrido la muerte en la cruz y, por tanto, que no fue maldito, quedaría demostrado claramente; que entonces todas las naciones de la tierra, que habían exagerado o restado importancia a su verdadero estatus, quedarían totalmente avergonzadas por su error; que, en esa misma época, cuando se demostrara este hecho, las gentes verían el descenso metafórico de Jesús a la tierra, es decir, que en aquellos días el Mesías Prometido, que vendría con el poder y el espíritu de Jesús, aparecería con todos los signos brillantes, el apoyo del cielo, y el poder y la gloria, que serían fácilmente reconocidos. Si se estudia con más detalle, el versículo significa que el designio de Dios creó a la persona de Jesús, y que los acontecimientos de su vida hicieron que algunas personas exageraran, y otras minimizaran, su condición. Hay personas que lo exaltan por encima de la categoría de los seres humanos, hasta el punto de decir que aún no ha muerto y que sigue vivo en los cielos, y hay otras que, superando a estas, dicen que, habiendo muerto en la cruz y resucitado, ha subido al cielo y ha quedado investido de todos los poderes de la divinidad, más bien, que es el mismo Dios. Por otro lado están los judíos, que afirman que murió en la cruz y, en consecuencia (buscamos refugio en Dios por decir esto), ha quedado maldito para siempre; su destino es ser objeto de la cólera divina perpetua; Dios lo aborrece y lo mira como un enemigo odiado; y es un mentiroso, impostor, apostata y un incrédulo de primera fila, y no procede Dios. Estas exageraciones y detracciones fueron tan injustas que era natural que Dios mismo eximiera a Su verdadero profeta de estas acusaciones.

El versículo del Evangelio que acabamos de mencionar señala este hecho. La afirmación de que todas las tribus de la tierra llorarían y se lamentarían, sugiere que todas aquellas tribus a las que se aplica el término “nación” se lamentarían en ese día, se golpearían los pechos, y llorarían, y sería grande su aflicción. Los cristianos deberían haber estudiado este versículo con más atención y haber reflexionado: si el versículo contiene la profecía de que todas las naciones se golpearían el pecho ¿cómo es posible que ellos no tuvieran nada que ver con esta lamentación? ¿Acaso no son una nación? Cuando, según este versículo, forman parte de los que se golpean el pecho ¿por qué no se preocupan por su salvación? El versículo afirma claramente que cuando apareciera el signo de Jesús en los cielos, todas las naciones que ocupan la tierra se lamentarían. Quienquiera que afirme que su gente no se lamentará niega a Jesús. Solamente aquellos que aún constituyen una minoría, no pueden ser las personas señaladas en la profecía, pues no son lo suficientemente numerosos para ser descritos como nación. Y esta gente no es otra que nosotros. La nuestra es la única comunidad que está fuera del significado y ámbito de esta profecía, ya que esta comunidad tiene sólo unos pocos miembros, a los que no puede aplicarse la palabra “nación” o “tribu”. Jesús, basándose en la inspiración divina, afirma que cuando aparezca un signo en los cielos, todos los pueblos del mundo, que debido a su número merecen ser descritos como “nación” o “tribu”, se golpearían los pechos, y que no habría excepción salvo la de aquellos que tienen un número reducido a los que no se aplicaría la palabra “nación”. Ni los cristianos, ni los musulmanes, ni los judíos, ni nadie que reniegue, podrán librarse de esta profecía. Nuestra Comunidad es la única que está fuera de su ámbito porque acaba de ser sembrada por la mano de Dios. La palabra de un profeta no puede fallar nunca. La profecía contiene la inequívoca indicación de que todas las naciones que pueblan el mundo se lamentarán ¿Cuál de estos pueblos, pues, puede afirmar que está fuera de este ámbito? Jesús no admite excepción alguna en este versículo. El grupo que aún no haya alcanzado el tamaño de una tribu o nación es en cualquier caso una excepción, y éste es el caso de nuestra Comunidad.

Esta profecía se ha cumplido claramente en nuestra época, ya que la verdad que se ha desvelado ahora sobre Jesús es sin duda motivo de lamentación para todas estas naciones, por haber quedado expuestos los errores de su creencia. El clamor y los gritos de los cristianos a favor de la divinidad de Jesús se truecan en sollozos de tristeza; la insistencia de los musulmanes, día y noche, de que Jesús ha subido vivo a los cielos, se transforma en llanto y duelo; y, en lo que se refiere a los judíos, lo pierden todo.

Aquí es preciso mencionar que en la afirmación contenida en dicho versículo, a saber, que en esa época todas las naciones de la tierra se lamentarían y golpearían los pechos, el término “tierra” significa Bilaad-i-Shaam (Palestina y Siria) países con los que están relacionados estos tres pueblos: los judíos por ser su lugar de origen y su lugar de culto; los cristianos porque Jesús apareció en ese lugar y porque los cristianos de la primera época vivieron allí; y los musulmanes porque serán los herederos de esta tierra hasta el Último Día. Si se toma la palabra “tierra” de manera que abarque todos los países, aun así no habría ninguna dificultad, porque cuando se descubra la verdad, todos los que la nieguen quedarán avergonzados.

Entre los testimonios que nos han llegado a través de los Evangelios, está la siguiente afirmación que aparece en el Evangelio de Mateo:

Y se abrieron los sepulcros, y los cuerpos de muchos santos difuntos resucitaron y, saliendo del sepulcro después de la resurrección de Él (es decir, Jesús), entraron en la Ciudad Santa, y se aparecieron a muchos.[21]

No hay la más ligera duda de que el relato que se menciona en el Evangelio, que después de la resurrección de Jesús los santos salieron de las tumbas, y se aparecieron vivos a muchos, no se basa en un hecho histórico; ya que, de haber sido así, el Día del Juicio habría tenido lugar en este mismo mundo, y lo que había sido mantenido secreto como prueba de la fe y la sinceridad habría quedado manifiesto a la vista de todos. La fe habría dejado de ser fe, y para todos los creyentes e incrédulos la naturaleza del mundo futuro habría constituido un hecho evidente y patente, al igual que es un hecho evidente la existencia de la luna, el sol y la sucesión del día y la noche. En ese caso, la fe no hubiera tenido valor ni hubiera merecido recompensa alguna.

Si el pueblo y los profetas antiguos de Israel, cuyo número se cuenta por millones, hubiesen sido realmente resucitados en el momento de la crucifixión, y hubiesen acudido vivos a la ciudad, y este milagro —el de que cientos de miles de santos y de profetas resucitaran al mismo tiempo— hubiese sucedido realmente para demostrar la verdad y divinidad de Jesús, los judíos habrían tenido una excelente oportunidad de consultar a sus profetas, santos, y otros antecesores, si Jesús, que afirmaba ser Dios, era realmente Dios o era un mentiroso. Probablemente no hubieran desaprovechado esta oportunidad. Debieron haber preguntado sobre Jesús, pues los judíos se sentían muy inclinados a consultar a los muertos si podían ser devueltos a la vida. ¿Cómo es posible que los judíos desaprovecharan la oportunidad de consultar a centenares de millares de muertos resucitados que acudieron en millares a la ciudad? Debieron haber consultado no solamente a uno o dos, sino a miles de ellos; y al entrar los muertos en sus casas respectivas debió haberse producido una gran conmoción en todas partes, por haber sido devueltos a la vida cientos de miles de ellos. En cada vivienda habría tenido lugar una extensa charla, y todo el mundo habría preguntado a los muertos si el hombre Jesús, que se llamaba el Mesías, era realmente Dios. Pero, dado que los judíos, tras el testimonio de los muertos, no creyeron en Jesús, como se esperaba que hicieran, ni sus corazones se ablandaron, sino que más bien reafirmaron su dureza de corazón, parece que lo más probable es que los muertos no dijeran una palabra favorable respecto a él. Debieron haber afirmado sin titubeo que este hombre reclamaba falsamente ser Dios, y profería una mentira contra Dios. Éste sería el motivo por el que los judíos no desistieran de su error, a pesar de la resurrección de centenares de millares de profetas y apóstoles. Después de haber “matado” a Jesús, intentarían matar a los demás. ¿Cómo es posible creer que centenares de millares de santos que habían estado reposando en sus tumbas en esa tierra bendita desde la época de Adán hasta la de Juan el Bautista, iban a ser todos devueltos a la vida, y acudirían en multitudes a la ciudad a predicar, y cada uno de ellos se levantaría y atestiguaría ante millares de personas de que Jesús, el Mesías, era realmente el Hijo de Dios, más bien el mismo Dios, y que sólo él debía ser adorado; que las personas debían renunciar a sus anteriores creencias o en caso contrario irían al infierno (que estos santos habían visto por sí mismos) y, sin embargo, a pesar de pruebas tan evidentes, y las explicaciones de tantos testigos oculares procedentes de las bocas de centenares de millares de santos muertos, los judíos no desistieran de su negativa? Yo personalmente no estoy dispuesto a creer en esto. Por tanto, si centenares de millares de santos, profetas y apóstoles, que habían muerto, hubiesen resucitado realmente y hubiesen acudido a la ciudad para presentar la prueba, esta tendría que haber sido sin duda desfavorable; no hubieran podido presentarse de ningún modo como testigos de la divinidad de Jesús. Quizá esta sea la razón por la que los judíos, tras oír la prueba de los muertos, se reafirmaran aún más en su incredulidad. Jesús quería que creyeran en su divinidad, pero ellos, como resultado de esta prueba, negaron que fuese siquiera un profeta.

En una palabra, estas creencias —que centenares de millares de personas muertas, o que cualquier persona muerta antes de esa época hubiese sido resucitada por Jesús— tienen un efecto enormemente perjudicial y malsano, ya que la resurrección de los muertos no sirvió para ningún fin útil. Una persona que haya visitado un país lejano y haya regresado a su propia ciudad después de varios años de ausencia, se siente naturalmente inclinada a contar a la gente sus experiencias curiosas y a relatar las maravillosas historias de la tierra que ha visitado. Esta persona no permanecerá en silencio ni mostrará reserva al reunirse con su gente tras un largo período de separación, pues en estas ocasiones la gente desea escucharle y preguntarle sobre tales lugares lejanos. Si, por casualidad, acudiera allí una persona pobre, de baja condición y aspecto humilde que afirmara, sin embargo, ser el rey del país cuya ciudad principal hubiera sido visitada por la persona anterior, y que afirmara ser superior en rango, incluso a todos los demás reyes, las personas preguntarían sin duda a los viajeros si aquel hombre, que en ese momento visitaba su país, era realmente el rey de aquel país lejano, y los viajeros, según lo que hubieran observado, responderían a esas preguntas. Siendo así, la resurrección de los muertos por parte Jesús debió haber sido digna de crédito, como he mencionado antes, en el caso de que las pruebas sobre las que hubieran sido consultados los muertos, lo que era algo natural, hubiesen producido algún resultado útil. Pero este no fue el caso. Por lo tanto, junto con la suposición de que los muertos fueron resucitados, nos sentimos impulsados igualmente a suponer que los muertos no presentaron ninguna prueba favorable a Jesús que pudiera llevarnos a creer en su verdad; más bien, presentaron pruebas que aumentaron aún más la confusión existente.

Hubiese sido distinto si en lugar de la resurrección de seres humanos se hubiera resucitado a animales con la idea, quizás, de mantener el secreto. Por ejemplo, si se hubiese dicho que Jesús hubo devuelto a la vida a varios millares de bueyes, esto habría sido suficientemente “razonable”, pues si se hubiese preguntado sobre la evidencia proporcionada por estos animales muertos, la respuesta hubiera sido fácil: No tenían lengua para testificar en favor o en contra. Los muertos, sin embargo, que Jesús devolvió a la vida eran seres humanos. Si se preguntara a algunos hindúes si seguirían dudando de la verdad de una religión, en el supuesto de que diez o veinte de sus antecesores muertos les indicaran cuál era la religión verdadera después de ser resucitados y devueltos a este mundo, jamás lo harían. Por lo tanto, debemos estar seguros de que no hay nadie en el mundo entero que pueda persistir en su incredulidad y en la negación después de una revelación de este tipo.

Es una lástima que, tras inventar similares historias, a los sikhs de nuestro país les haya ido mejor que a los cristianos. Los sikhs han dado pruebas de su astucia en el arte de inventar historias, ya que afirman que su Guru, Bawa Nanak, resucitó una vez a un elefante muerto. Este “milagro” no admitiría la objeción anteriormente señalada, pues los sikhs podrían decir: el elefante no tenía lengua para atestiguar a favor o en contra de Bawa Nanak.

En una palabra, las personas comunes, dotadas de poco intelecto, se complacen con estos “milagros”, pero las personas inteligentes se sienten avergonzadas al convertirse en blanco de las críticas ajenas, y sienten bochorno cuando se relatan historias tan insensatas. Ahora bien, como yo albergo los mismos sentimientos de amor y sinceridad hacia Jesús que los cristianos, e incluso siento un afecto aún más profundo por él, ya que los cristianos no conocen al hombre al que alaban, pero yo sí conozco a quien alabo, porque lo he visto, procedo ahora a revelar la verdadera naturaleza de las narraciones de los Evangelios, como por ejemplo, la narración de que, en el momento de la crucifixión, habían sido resucitados los santos muertos y se habían dirigido a la ciudad.

Entiéndase claramente que narraciones como estas son de la naturaleza de un Kashf o visiones, presenciadas por algunas personas santas después de la crucifixión, en las que vieron que los santos muertos habían sido resucitados y acudían a la ciudad en donde visitaban a la gente. Al igual que los sueños tienen su interpretación, que se menciona incluso en las escrituras divinas (por ejemplo, el sueño de José), del mismo modo esta visión tenía una interpretación particular y su interpretación era que Jesús no había muerto en la cruz, sino que Dios lo rescató de la muerte en la cruz.

Si se me cuestiona de dónde he obtenido esta interpretación, la respuesta es que los expertos en el arte de la interpretación atestiguan su validez y lo han verificado en base a su propia experiencia. Cito aquí la interpretación del autor de T’atirul-Anaam, una importante autoridad antigua en el arte de la interpretación de los sueños:

(Ver T’atirul Anam fi T’abirul-Manam de Qubutz-Zaman Shaikh Abdul Ghani An-Nablisi, página 289)

Significa que si alguien ve un sueño o una visión en la que los muertos salen de las tumbas y van a sus casas, la interpretación es que un prisionero quedará libre de sus cadenas y será rescatado de las manos de sus enemigos. El contexto demuestra que este prisionero habría de ser un personaje importante y eminente. Pues bien, véase cómo esta interpretación se aplica con toda razón a Jesús. Podemos entender fácilmente que el objeto de la visión de los santos muertos resucitados dirigiéndose a la ciudad era informar a quienes estaban dotados de discernimiento que Jesús había sido salvado de la muerte en la cruz.

De la misma manera, los Evangelios señalan claramente en otros muchos lugares que Jesús no murió en la cruz, sino que se salvó y emigró a otras tierras. Pero en mi opinión, lo que he expuesto debería ser suficiente para las personas imparciales. Es posible que algunos piensen que los Evangelios también indican repetidas veces que Jesús murió en la cruz, y que después de resucitar subió a los cielos. Ya he contestado brevemente a ese tipo de objeción, pero permítanme decir de nuevo que Jesús se reunió con sus discípulos después de la crucifixión; fue a Galilea; comió pan y carne; mostró las heridas de su cuerpo; permaneció una noche con los discípulos en Emaús; se escapó en secreto de la jurisdicción de Pilatos; emigró de aquel lugar, como era habitual en los profetas, y viajó bajo las sombras del temor. Todos estos hechos demuestran que no murió en la cruz, que su cuerpo retuvo su carácter mortal y que no sufrió ningún cambio visible.

Además, los Evangelios no contienen ningún testimonio de nadie que viera a Jesús “subir al cielo”[22]. E incluso, si hubiese existido esa prueba, no hubiese sido digna de crédito, ya que parece haber sido habitual en los escritores de los Evangelios convertir granos de arena en montañas y hacer enormes las cosas pequeñas. Por ejemplo, si uno de ellos comenta que Jesús es el Hijo de Dios, otro se dispone a convertirlo en el verdadero Dios, el tercero le concede el poder sobre todo el universo y el cuarto afirma sin rodeos que él lo es todo, y que no hay ningún otro Dios aparte de él. En una palabra, las exageraciones los llevan cada vez más lejos. La visión en la que se vio a los muertos salir de sus tumbas y dirigirse a la ciudad es un buen ejemplo de ello. Se puede comprobar que a esta visión se le ha dado una interpretación superficial y literal, hasta el punto de decir que los muertos habían salido realmente de sus tumbas y acudido a la ciudad de Jerusalén, donde incluso visitaron a sus familiares. Así se observa cómo una “pluma” se convierte en “cuervo” y, acto seguido, ya no se trata de un cuervo, sino de muchos millones. Cuando se exageran así las cosas no es posible encontrar la verdad. Merece además la pena considerar que los Evangelios, llamados los Libros de Dios, contienen afirmaciones absurdas, como por ejemplo, que si hubiese que poner por escrito todas las obras de Jesús, no habría habido espacio suficiente en el mundo para acogerlas[23]. ¿Se atiene tal exageración a la honestidad y la verdad? Si las obras de Jesús fuesen realmente tan ilimitadas y excedieran todos los límites ¿cómo es posible que quedaran confinadas a un período de tres años?

Otra dificultad sobre estos Evangelios es que contienen referencias erróneas respecto a los libros anteriores. Ni siquiera establecen con precisión la genealogía de Jesús. De los Evangelios se desprende que sus autores eran personas de escasa inteligencia, hasta el punto de que algunas de ellas tomaron a Jesús por un fantasma. Desde el principio, se ha argumentado que estos Evangelios no han preservado la pureza de sus textos, especialmente cuando existían otros muchos libros que también fueron compilados como tales Evangelios. No hay razón firme para que debamos rechazar todas las afirmaciones de estos otros libros, ni tampoco para admitir como cierto todo lo que se contiene en los así llamados Evangelios. Tampoco creemos que los otros Evangelios contengan exageraciones infundadas superiores a las de estos cuatro Evangelios. Es sorprendente que, aunque afirman, por una parte, que Jesús era una persona justa y que su conducta no tenía tacha, por otra parte presentan contra él acusaciones indignas de una persona justa. Por ejemplo, los profetas israelíes, de acuerdo con las enseñanzas de la Torah, tuvieron ciertamente centenares de esposas en un momento determinado, a fin de originar, de ese modo, una generación de personas justas. Sin embargo, nunca hemos oído que ningún profeta diese un ejemplo semejante de permisividad, permitiendo que una mujer impura y lasciva, una pecadora conocida de la ciudad, tocara su cuerpo con sus manos, le frotara la cabeza con el bálsamo —producto de sus ganancias inmorales— y le secara los pies con su cabello; que permitiera que esto se lo hiciera una joven impura, sin hacer nada por impedirlo. Sólo nos libramos de la sospecha que surge espontáneamente al ver una cosa así, pensando en la bondad de Jesús. No obstante, el ejemplo no es bueno para los demás.

En una palabra, estos Evangelios contienen muchas cosas que demuestran que no han sido conservados en su forma original, o que sus autores eran distintos a los discípulos. Por ejemplo ¿puede adscribirse adecuadamente a Mateo la afirmación de su Evangelio: “Y esto es perfectamente conocido de entre los judíos hasta el día de hoy”[24]? ¿No demuestra acaso que el autor del Evangelio de Mateo era alguna otra persona que vivía en un tiempo en el que Mateo ya había muerto? Después el mismo Evangelio de Mateo[25] dice:

Estos, reunidos con los ancianos, deliberaron y resolvieron dar mucho dinero a los soldados, diciéndoles: “Habéis de decir: “Sus discípulos vinieron de noche y los robaron mientras nosotros dormíamos.”

Es fácil comprobar lo poco convincente e irracional de estas afirmaciones. Si el significado de esta declaración es que los judíos querían ocultar la resurrección de Jesús de los muertos, y habían sobornado a los soldados para que este gran milagro no fuese conocido por la generalidad ¿por qué Jesús, cuyo deber era proclamar este milagro entre los judíos, lo mantuvo en secreto, prohibiendo incluso a otros revelarlo? Si se afirma que temía ser atrapado, yo diría que, habiendo descendido el designio de Dios sobre él, y habiendo resucitado después de sufrir la muerte y habiendo recibido un cuerpo espiritual y glorioso ¿qué temor podía tener ahora a los judíos cuando estos ya no tenían poder alguno sobre él, al encontrarse más allá y por encima de la existencia mortal?

Observamos con pesar que si bien, por una parte, se dice que fue resucitado y asumió un cuerpo espiritual, que se reunió con los discípulos y fue a Galilea, y de allí subió a los cielos, tenía sin embargo miedo a los judíos por cosas tan triviales; y, a pesar de poseer un cuerpo glorioso, huyó secretamente del país por temor a que los judíos lo descubrieran, e hizo un viaje de setenta millas hasta Galilea para salvar su vida, pidiendo de nuevo a las gentes que no lo contaran a otros. ¿Son estos los signos y la manera de comportarse de un cuerpo glorioso? No, la verdad es que su cuerpo no era un cuerpo nuevo ni glorioso, sino que era el mismo cuerpo, con sus heridas, que había sido salvado de la muerte. Y como aún temía a los judíos, Jesús tomó todas las precauciones necesarias y abandonó el país. Cualquier afirmación contraria esta explicación es irracional y absurda, como la de que los judíos hubiesen sobornado a los soldados para que afirmaran que los discípulos habían robado el cuerpo mientras ellos (los soldados) dormían. Si estos hubieran estado dormidos podría habérseles preguntado fácilmente cómo supieron en su sueño que el cadáver de Jesús había sido robado. ¿Puede alguna persona sensata pensar que Jesús había subido al cielo por el simple hecho de no encontrarse en la tumba? ¿No podrían existir otras causas por las cuales las tumbas quedaran vacías? En el momento de subir al cielo, Jesús debería reunirse con algunos centenares de judíos y también con Pilatos. ¿A quién temía con su cuerpo glorioso? Sin embargo, no sólo no proporcionó a sus enemigos la más ligera prueba, sino que, por el contrario, se apresuró a huir a Galilea.

Esta es la razón de que creamos positivamente que aunque es cierto que salió de la tumba, que era una cámara con una abertura, y aunque es verdad que se reunió en secreto con los discípulos, no es verdad que recibiera ningún cuerpo nuevo y glorioso. Era el mismo cuerpo, con las mismas heridas, y existía el mismo temor en su corazón de que los judíos malditos lo arrestaran de nuevo. Léase atentamente Mateo, capítulo 28, versículos 7 a 10. Estos versículos afirman claramente que las mujeres a las que alguien había dado la noticia de que Jesús estaba vivo y que se dirigía a Galilea, y a las que se había dicho, también en secreto, que lo comunicaran a los discípulos, se sintieron sin duda encantadas de oír esta noticia, pero se marcharon atemorizadas, pues tenían el temor de que Jesús pudiera ser atrapado de nuevo por algún judío malvado. El versículo noveno dice que cuando estas mujeres estaban en camino para informar a los discípulos, Jesús se acercó a ellas y les saludó. El versículo 10 afirma que Jesús les pidió que no tuviesen miedo de que fuese capturado. Les pidió que informaran a sus hermanos de que debían ir todos a Galilea[26] y que lo verían allí, es decir, que no podía permanecer allí por temor a sus enemigos.

En una palabra, si Jesús había resucitado realmente después de su muerte y había asumido un cuerpo glorioso, le correspondía a él proporcionar a los judíos la prueba de esa nueva existencia. Pero nosotros sabemos que no hizo nada de eso. Es pues absurdo acusar a los judíos de intentar ocultar la prueba de la resurrección de Jesús. No solamente no dio Jesús la más ligera prueba de su resurrección, sino que, con su huida secreta, por el hecho de ingerir comida, dormir y mostrar sus heridas, demostró él mismo que no murió en la cruz.

[1] Aparte de éstos, otros judíos fueron exilados a los países orientales como resultado de los excesos babilonios (Autor)

[2] Véase Apéndice extracto 10. (Editores)

[3] Véase el Volumen II de Viajes, del francés Dr. Bernier (Autor)

[4] Véase el Léxico Lisanul-‘Arab, Sihah Jauhari, Qaamus, Muhit, Tajul-‘Urus, etc. (Autor)

[5] Finalmente se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado” (Marcos, 16:14)

“Mientras ellos aún hablaban de estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros. Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Y diciendo esto, les mostró las manos y los pies. Y como todavía ellos, de gozo, no lo creían, y estaban maravillados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Entonces le dieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y él lo tomó, y comió delante de ellos.” Lucas 24:36-43 (Editores)

[6] Marcos 15:33

[7] “Cuando estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: No tengas nada que ver con ese justo, porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él.” (Mateos 27:19) [Editores]

[8] Mateo 2:13

[9] Marcos 16:9-14

[10] Lucas 24:13-31

[11] Lucas 24:1-3

[12] Marcos 15:42-44

[13] Juan 19:31-34

[14] Juan 19:12

[15] Mateo 27:46

[16] Mateo 24:35-36

[17] Evangelio de Mateo. (Editores)

[18] Mateo 16:28

[19] Juan 21:22

* He visto en algunos libros las interpretaciones de Mateo 26:24 realizadas por clérigos musulmanes. Dicen que cuando Jesús declaró que una señal de su venida sería que alguna gente de su generación aún seguiría viva y que un discípulo también estaría vivo a la aparición del Mesías, es necesario que tal discípulo viviera hasta el presente, pues el Mesías aún no ha venido. ¡Piensan que ese discípulo está oculto en alguna parte en alguna montaña, esperando al Mesías! (Autor)

[21] Mateo 27:52

[22] Nadie testifica que él fuera un testigo ocular ni que se viera a sí mismo. (Autor)

[23] Juan 21:25 (Editores)

[24] Mateo 28:15

[25] Mateo 28:12-13

[26] En este caso Jesús no consoló a las mujeres diciendo que había resucitado con un cuerpo nuevo y glorioso y de que nadie podía poner sus manos sobre él, sino que, al ver el estado de debilidad y fragilidad de las mujeres, les consoló de modo informal, del modo en que los hombres suelen consolar a las mujeres. En resumen, no dio pruebas de un cuerpo glorioso sino que exhibió su carne y huesos demostrando así que tenía un cuerpo mortal ordinario. (Autor)

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