3. El Papel del Espíritu Santo
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

Hasta ahora hemos discutido la cuestión de Jesús, el -así llamado- Hijo, y de Dios, el supuesto Padre literal de Jesús. Sin embargo, hay una tercera persona denominada “El Espíritu Santo”, que, según el dogma cristiano, a pesar de poseer una personalidad individual distinta, se halla, no obstante, fundido y unido de manera tan completa y eterna con el “Padre” y el “Hijo” que su fusión crea una unidad en los tres. Centremos ahora nuestra atención en esta cuestión preguntándonos si el Espíritu Santo posee un ego separado de Dios o de Jesús, o si participan de un sólo ego. Podemos definir aquí al ego como lo fundamental de la conciencia, que, en su análisis final, es indivisible y específico para cada individuo. La propia consciencia última que nos hace vernos distintos de los demás y que da lugar al “yo” y “lo mío” en contraposición a “el” y “lo suyo”, y “tu” y “lo tuyo”.

Centrándonos en las tres partes de la divinidad, hemos de resolver si poseen tres egos distintos y propios o si no los poseen. Si no tienen egos separados y distintos, sería inconcebible atribuirles personalidades diferentes. Cada persona, por muy cercana que se encuentre a la otra, ha de disfrutar de una conciencia individual y separada de su propio ser.

La posición oficial de la mayoría de las iglesias es muy clara y bien definida, y afirma que cada una de las tres entidades de la persona de Dios tiene, en sí, una personalidad propia distintiva y separada. Por lo tanto, “Tres en Uno” no es simplemente tres personas en una. El encuentro amargo de Jesús con la muerte y todas sus consecuencias fatídicas debió haber sido compartido por igual por el Espíritu Santo. En consecuencia, debió haber sido incluido en el sacrificio conjuntamente con Jesús. De la misma manera, debió haber sufrido el infierno en compañía de Jesús y de Dios Padre. Si no fue así, nos vemos abocados a la conclusión inevitable de que no sólo se trataba de tres personas distintas y diferentes sino que también sus emociones y facultades relativas a la mente y al corazón eran necesariamente diferentes, separadas y aisladas entre sí.

En el intento de llegar más lejos en nuestra visión de la Trinidad, debemos intentar visualizar la realidad de tres personas fundiéndose entre sí o existiendo eternamente fusionadas juntas como una sola. Hasta ahora hemos fracasado en el intento de ver como hubieran podido unir sus emociones y procesos de pensamiento.

La única opción que nos queda, por tanto, es una fusión en el cuerpo. Ello nos recuerda -en cierta medida- al monstruo con cabeza de hidra que menciona la mitología griega, que poseía muchas cabezas que crecían de nuevo cada vez que eran cortadas. Desde luego que el hombre no puede entender la verdadera naturaleza de Dios y cómo funcionan Sus atributos, pero es sencillo y fácil creer en una entidad única sin áreas específicas a las que atribuir y limitar determinadas funciones como la cabeza, el corazón o los riñones etc. No obstante, la idea de unos pensamientos y sentimientos individuales separados, se halla verdaderamente en discordancia con el escenario antes mencionado de una entidad individual. Crea una imagen de Dios que es muy difícil de concebir y creer por los seres humanos, muchos de los cuales han convivido durante mucho tiempo con el dogma cristiano sin cuestionarlo y habiendo de alguna forma cerrado sus ojos a tan flagrantes violaciones del intelecto humano, supuestamente creado por el mismo Dios.

El Espíritu Santo y la Creación.

No advertimos que el Espíritu Santo haya jugado ningún papel en el plan divino de la creación, ni -a este respecto- tampoco Jesucristo.

En el principio Dios creó los cielos y la tierra (Génesis 1:1)

Obviamente se trata de Dios Padre a quien se refiere el Antiguo Testamento sin ningún dato de referencia a Cristo o al Espíritu Santo. En toda la era pre-cristiana, de entre todos los judíos que creyeron en el Antiguo Testamento y que debieron haber escuchado este versículo cientos de miles de veces, no había uno solo que pudiera leer el nombre de Cristo en la creación del Universo, o el del Espíritu Santo. En su Evangelio, San Juan sugiere que el término “Palabra” se refiere a Jesús[1]. Sin embargo, no deja de ser extraño que un asunto tan importante halla sido tratado por el autor de un solo Evangelio, por alguien que no era siquiera discípulo de Jesús. Incluso si se aceptara su palabra como palabra de Dios, aún así sólo podría entenderse que significaba la Voluntad de Dios; término que es común a diversas religiones en relación con la Creación.

Sorprendentemente, el secreto ancestral de la participación de Cristo y del Espíritu Santo en la Creación, permaneció en secreto para el propio Jesucristo. No se lee una sola declaración de Jesucristo en la que afirme que él sea la Palabra. Por tanto, tampoco tuvo ningún papel que jugar en la configuración y conformación de la Creación. Fue, de nuevo, Dios Padre sólo -según se nos dice- el que modeló al hombre a partir del polvo con sus propias manos. No he leído nunca en ninguna escritura cristiana que las dos manos pertenecieran a Jesús y al Espíritu Santo. Por lo tanto, Dios creó todo sin la más mínima ayuda o participación de Jesús o del Espíritu Santo. ¿Eran observadores pasivos que aprobaban, en general, lo que Dios estaba haciendo, o participaron realmente en el trabajo? Si esto último es lo más aceptable para los teólogos cristianos, surge de inmediato la cuestión de si era cada uno de ellos capaz, individualmente, de crear sin la ayuda de los demás, o sólo eran capaces de hacerlo en conjunto. Asimismo, Si era esencialmente necesario que conjuntaran los tres sus funciones para crear ¿era igual su participación o puso alguno de ellos una mayor parte de esfuerzo en el proceso de la creación? ¿Se trataba de tres personas con poderes diferentes en clase e intensidad o participaban de ellos por igual? Ha de admitirse que, de ambas opciones, se elija la que se elija, el resultado es que cada uno de los componentes de la Trinidad se vuelve incompetente para crear algo por sí mismo.

Si hacemos extensivo el mismo argumento a las demás funciones divinas, la misma cuestión continuaría atormentando a los teólogos cristianos. Al final, el cristianismo tendría que admitir que no cree en una sola entidad Divina, con tres aspectos y expresiones de un único poder y majestad central. Más bien cree en tres componentes complementarios de la divinidad que son tres segmentos del cuerpo de Dios. La cuestión de si son iguales o distintos quedaría relegada a un estado de menor importancia.

Tomemos por ejemplo el atributo de Justicia y Perdón. El “Hijo” aparece más compasivo, mientras que el Padre aparece como menos Justo que el Espíritu Santo, que no tomó parte en la injusticia suscitada por Dios Padre.

La segunda posibilidad que hemos mencionado es que Jesús y el Espíritu Santo jugaran un papel inactivo en los procesos de la creación y en el gobierno de las leyes de la naturaleza. Si esto fuera así, surgirían diversas preguntas. La primera es ¿cuál es el papel asignado a los dos socios de Dios en el desempeño de sus funciones divinas? Si son observadores pasivos, como socios inermes, entonces estarían relegados a una posición inferior, secundaria, en la que coexisten con Dios pero sin compartir, en la práctica, Sus poderes. Este concepto de Dios, poseedor de dos apéndices no funcionales es insólito, por no decir otra cosa. Me pregunto a qué conciencias puede satisfacer. Racionalmente es, desde luego, inaceptable y no está en consonancia con el concepto cristiano de “Tres en Uno” y “Uno en Tres”. La unidad en tres no puede alcanzarse o concebirse remotamente sin que exista una fusión total de voluntades, poderes y toda la experiencia vital que pueda atribuirse a una entidad que viva individualmente.

En cuanto al Espíritu Santo, al tratarse de una persona separada, a menos que esta persona se uniera completa e irrevocablemente, perdiendo toda su identidad, a las otras dos, no quedaría esperanza futura de que emergiera el dios con cabeza de Hidra, con pensamientos individuales, voluntad individual y cuerpo individual.

Misterio o Paradoja

Es comprensible que una persona pueda creer en algo que no comprende claramente, por evidencias irrefutables que tenga a su favor. Por ejemplo, mucha gente no entiende el fenómeno que, de forma colectiva, hace posible crear la transmisión y recepción de la radio, como tampoco la difusión de pulsos eléctricos de audio y video que son convertidos en figuras y sonido televisados. Sin embargo, hasta el mayor analfabeto cree en la realidad de la radio y la televisión. De manera similar, la mayoría de nosotros no entendemos cómo trabajan los ordenadores, pero en la presente era moderna muy pocos se atreverían a negar la existencia de los ordenadores por esta razón. Tales casos podrían considerarse misterios, pero no tiene sentido negar su existencia o ridiculizar a quienes creen en ellos, -a condición de que, obviamente- estén basados y fundamentados en una evidencia irrefutable.

También aceptamos que pueda existir una actitud mucho más indulgente -y de hecho así se ejerce- en relación con muchos misterios que existen en forma de dogmas religiosos. Un gran número de seres humanos creen en tales dogmas sin ser capaces de entenderlos o explicarlos. Parecen heredar tales doctrinas a través de las generaciones y adoptan una actitud de “dar por hecho” lo que contienen. Sin embargo, cuando las contradicciones y las paradojas encuentran su camino en los dogmas religiosos, ninguna excusa es aceptable en su favor, con el argumento de que la creencia en los misterios sorprendentes también nos proporciona justificación para creer en las paradojas. Es aquí donde el problema se complica. Puedo creer en algo que no entiendo, pero no puedo creer en algo que es contradictorio consigo mismo, ni puedo esperar que otra persona en su plenitud de facultades lo haga. Por ejemplo, puedo no entender de qué está hecho un reloj, pero no tengo derecho a creer que un reloj es, simultáneamente, un perro vivo y coleando. No se trataría de un dogma misterioso sino una simple y manifiesta contradicción.

Cuando existe alguna contradicción entre dos o más atributos de Dios, o cuando existe inconsistencia entre la palabra y los actos de Dios, se transgreden ampliamente los límites del misterio y nos encontramos caminando a la deriva del mundo del misterio al de la fantasía. Cuando esto queda demostrado, es natural suponer que los creyentes en tales contradicciones revisen sus creencias y, en consecuencia, realicen reformas en su fe. Desgraciadamente, sin embargo, en nuestros diálogos con los pastores cristianos encontramos que se aferran siempre tenazmente a la idea de que creer que Jesús es un dios y un hombre al mismo tiempo, no es una contradicción. Tampoco les parece contradictorio que una persona pueda ser tres personas simultáneamente, sin que exista la más mínima diferencia en su carácter. Insisten en que creer en un Dios único y, al mismo tiempo, creer en una divinidad con tres puntas, la de Dios, la del Espíritu Santo y la del “Hijo”, no es una paradoja sino un simple misterio. Cierran sus ojos ante las contradicciones existentes en su afirmación de que Dios permanece como una entidad única a pesar del hecho de que la persona de Dios Padre es claramente distinta a la persona de Jesús, el “Hijo” y del Espíritu Santo. Cuando les indicamos, con asombro, que estamos hablando de tres personas y no de aspectos diferentes, de los atributos o del carácter de una sola persona, y que Dios “Uno en Tres” y “Tres en Uno” es ciertamente no un misterio sino una contradicción manifiesta, no dicen que sí con la cabeza, sino que nos piden -educadamente- que pasemos a considerar otras contradicciones que tienen lugar en áreas de discusión diferentes. Nos exigen que primero creamos en lo no creíble y, luego, avancemos hasta desarrollar la fe en las contradicciones, o en los misterios, como prefieren mejor denominarlos. Un no-cristiano, por tanto, no puede entender las contradicciones de los dogmas cristianos y para comprender lo que no puede creer, debe creer sin entenderlo. Este es el mundo de la fantasía cristiana en la que a nosotros, que no somos cristianos, se nos invita a entrar. Pero esta alfombra mágica de fantasía se niega a levantar el vuelo cuando un no-creyente se posa sobre ella.

[1] En el principio estaba la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios (Juan 1:1)

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