II. El Santo Profeta Muhammad(sa)
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
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El Santo Profeta Muhammad(sa) nació en La Meca, en la provincia de Hajez, en Arabia, el 29 de agosto del año 570 de la era cristiana. Pertenecía al clan de Heshem, de la tribu de los Qureshíes, que afirman ser descendientes directos de Ismael.

Huérfano desde su nacimiento, fue cuidado primero por su abuelo Abdul-Muttalab y más tarde por su tío Abu-Talab. Empezó la vida como pastor, después se hizo comerciante y finalmente próspero mercader. A la edad de 25 años se casó con Jadiyya, una viuda mucho mayor que él y el matrimonio gozó de la bendición de la felicidad completa. Por su honestidad e integridad, sus conciudadanos le llamaban “Al-Aman“, es decir, “el fiel”.

Los árabes de aquellos tiempos eran rudos, paganos, y sus características más positivas, tales como su amor a la libertad, la poesía y la hospitalidad, se veían desfiguradas por su adicción al vicio, la embriaguez, el infantici- dio, los juegos de azar y la violencia. En La Meca se encontraba el famoso Templo de la Kaba, construido por Abraham hacía casa 3.000 años en honor al Único Dios Verdadero, que era por aquel entonces sede de la idolatría, como demostraban las 360 estatuas de dioses paganos ubicadas en el recinto. Arabia vivía un estado de anarquía política, y se encontraba aislada del mundo exterior, con la única excepción de algunas caravanas.

Hacia los cuarenta años, Muhammad(sa) comenzó a practicar la meditación en solitario, y una noche de diciembre del año 610 de la era cristiana, la famosa noche de Al-Qadr en el mes árabe de Ramadán, recibió su prime- ra revelación. Encontrándose él en una cueva del monte Hará, cerca de La Meca, se le apareció el Ángel Gabriel en una visión, y le recitó los cinco primeros versículos del Capítulo 96 del Santo Corán.

Durante los seis meses siguientes, el Santo Profeta(sa) sufrió tribulaciones internas, pero al cabo de seis meses se le apareció por segunda vez el Án- gel; el Profeta(sa), temeroso, se cubrió el rostro con su capa, mientras el Án- gel recitaba el comienzo del Capítulo 74 del Santo Corán:

“En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. ¡Oh tú que te arropas! Levántate y advierte. Y glorifica a tu Señor …”

 La revelación divina continuó casi ininterrumpidamente durante veintiún años.

Los primeros en creer en su misión fueron Jadiyya, su esposa; Zeid, su liberto; Alí, su joven primo, y Ábu-Bakr, un amigo. Al principio, predicaba a su familia y a sus amigos íntimos, exhortándolos a rechazar el politeísmo y el mal, a adorar sólo a Dios y a tener fe en la vida venidera. Sus palabras

eran recibidas con burlas y escepticismo, y la gente le aconsejaba que re- nunciara a tales locuras y atendiera su negocio.

Poco a poco, sin embargo, las burlas y la compasión se iban convirtiendo en oposición e ira, y tras un discurso público pronunciado por él en 614 AC, la persecución comenzó en serio. Los primeros conversos, surgidos en su mayor parte de entre los pobres y los esclavos, fueron amenazados, atacados, y en algunos casos asesinados. Bilal, el primer converso africano al Islam, fue sometido a las torturas más crueles en un esfuerzo inútil por obligarle a renunciar a Dios y a Su Apóstol. El Santo Profeta(sa) fue insul- tado y ridiculizado. Cuando predicaba, sus palabras se perdían entre las burlas de la muchedumbre, y en la calle el pueblo le arrojaba basura y sus enemigos le escupían en la cara. Y sin embargo, aunque parecía tratarse de una empresa desesperada, el Profeta(sa) confiaba en Dios y rehusaba re- nunciar a su misión.

En el año 615 AC la persecución obligó a un grupo de unos cien musul- manes a abandonar su pueblo natal de La Meca para buscar refugio en Abisinia, donde fueron bien acogidos por el Rey. En el 616, un dirigente quraishí, llamado Omar, que hasta aquel momento había sido oponente encarnizado del Santo Profeta(sa), se convirtió al Islam, incurriendo así en la ira de los jefes mequíes. Estos prohibieron las relaciones sociales y comer- ciales con los musulmanes, y no se les permitió ni siquiera comprar comida ni bebida. Durante tres largos años, el Santo Profeta(sa) y sus discípulos vivieron en la pobreza, hambrientos y afligidos, y su constancia ante la aparente imposibilidad de realizar sus esperanzas encuentra pocos paralelos en la historia de la humanidad. Terminó por fracasar la prohibición, pero Jadiyya murió poco después como resultado de las tribulaciones su- fridas. Aunque Muhammad(sa) se volvió a casar varias veces, llevó consigo su amado recuerdo hasta el final de sus días.

En 620 DC el Santo Profeta(sa) viajó a Taif, pero allí fue rechazado igualmente, y se libró ‘en el último momento de morir apedreado por sus habi- tantes. Fue durante aquel período cuando tuvo su visión más famosa, en la que su espíritu fue llevado a Jerusalén (el “Isra“) y conversó con Abraham, Moisés, David, Salomón, Juan el Bautista y Jesucristo. En otra ocasión (el “Mir’all“) se le enseñó el Trono de Dios, el paraíso y el infierno, y el uni- verso sideral entero, que le aparecía del tamaño de un grano de mostaza.

Entonces ya se avecinaban acontecimientos decisivos. En Yazrib más tarde llamada Medina una ciudad situada a unos 360 kilómetros al norte de La Meca, varios habitantes habían aceptado el Islam, y doce delegados suyos se reunieron con el Santo Profeta(sa) en el 621 DC al lado del monte Aqaba, donde recibieron instrucción en la fe. A principios del año siguiente, se- tenta y dos delegados volvieron al mismo lugar y juraron lealtad; a esto se conoce como el Gran Juramento de Aqaba. Poco tiempo después, el Santo Profeta(sa) recomendó a sus discípulos que emigraran en secreto a Medina.

Los quraishíes se sintieron perturbados por esta huida de familias mu- sulmanas y, a instancias de Abu Yahl, los jefes de los distintos clanes de- cidieron asesinar al Santo Profeta(sa). La Providencia dispuso que la fecha acordada para el asesinato -la noche del 15 al 16 de julio de 622- fuera la misma fecha elegida por Muhammad(sa) para su huida. Alertado del peligro, salió desapercibido de su casa. Los conspiradores no tardaron en darse cuenta de la fuga, y enviaron a un grupo de rastreadores en su búsqueda; en cierto momento, los rastreadores llegaron a la boca misma de la cueva en la que estaban escondidos el Santo Profeta(sa) y su compañero Abu Bakr, pero milagrosamente los fugitivos pasaron inadvertidos y lograron escaparse. Esta emigración de inmensa importancia, la Hégira, marca el comienzo de la historia del Islam, y a la vez el inicio de la era musulmana.

Al llegar a Medina tras un peligroso viaje por el desierto, el Santo Profeta(sa) emprendió la organización de la nueva Comunidad (formada por los “Muhayirin“, refugiados de La Meca, y los “Ansar“, ayudantes locales, además de judíos y paganos) basada en la equidad social y económica. El predominio de la paz, la ley, la justicia, la buena voluntad y la fraternidad no tardó en reunir a todos los creyentes en un cuerpo entusiasta y devoto, dispuesto a sacrificarse en la tarea de sembrar la simiente del Reino de Dios.

Los jefes mequíes, sin embargo, habían resuelto acabar con esta amenaza al antiguo orden, y empezaron a prepararse abiertamente para la guerra. A principios del 624 DC, con el pretexto de proteger una caravana procedente de Siria, enviaron a un ejército de mil hombres bien formados y equipados, incluidos 200 soldados de caballería, con la intención de tomar la ciudad de Medina. Los musulmanes, que habían recibido por vez primera permiso para armarse en defensa de su religión, pudieron reunir una infantería de tan sólo 313 soldados mal pertrechados. Los dos ejércitos se enfrentaron en Badr, el 16 de Ramadán, en el año 2 después de la Hégira. A pesar de su gran valentía, y sobre todo del valor de Ali, los musulmanes hubieran sido derrotados si no se hubiera levantado una gran tormenta de arena contra los infieles, sembrando la confusión entre sus soldados. Sufrieron una derrota completa, y huyeron del campo de batalla, dejando atrás a muchos muertos, entre los que se encontraba su jefe Abu Yahl. El poder de la Arabia Pagana quedó así destruido, y Badr ha de considerarse como una de las batallas más decisivas de la historia.

Los quraishíes intentaron en dos ocasiones posteriores tomar la ciudad de Medina. En 625, derrotaron a los musulmanes en Ohod, porque éstos se mostraron imprudentes y demasiado confiados, en contra de las órdenes del Santo Profeta(sa). Pero los quraishíes no supieron aprovecharse de su victoria. En 627, una coalición considerable de más de 20.000 quraishíes, judíos y beduinos sitió la ciudad, pero, a pesar de varias traiciones, sus asaltos fueron rechazados, y su derrota se vio precipitada por el tiempo adverso y los conflictos internos. Esta batalla se conoce como la Batalla de la Fosa, o de los Confederados. El mismo año, los musulmanes firmaron el Tratado de Hodaibiya con los mequíes, y el Santo Profeta(sa) pudo realizar en paz el peregrinaje a la Kaba, la Casa de Abraham.

Poco después de su regreso a Medina, el Mensajero de Dios envió cartas a los gobernadores del mundo civilizado, invitándoles a que aceptaran el Islam. Algunos, como el emperador romano Heraclio, el Virrey de Egipto y el Rey de Abisinia, acogieron la carta con respeto, pero el emperador persa, Cosroes, rompió la carta encolerizado, y ordenó al gobernador del Yemen que mandara una expedición al Hijaz para detener a Muhammad(sa). Antes de poderse cumplir esta orden, sin embargo, Cosroes fue asesinado, y su país fue presa de la guerra civil hasta la conquista árabe.

Al Islam se iba uniendo una tribu tras otra. En 628, los musulmanes ocu- paron la ciudad fortificada de Jaibar, desde donde grupos de judíos y paganos habían conspirado contra el Santo Profeta(sa), incitando a los roma- nos y los persas a invadir Arabia. A finales del año siguiente, los quraishíes violaron las condiciones del tratado, y Muhammad(sa), aprovechando la oportunidad de conseguir la victoria final, marchó sobre La Meca encontrando poca resistencia.

El 20 de Ramadán del año 8 después de la Hégira (630 DC), el Apóstol de Dios, ataviado de peregrino, entró en la Ciudad Santa con diez mil discípulos. Al llegar a la Kaba, repitió las palabras del Santo Corán: “¡Ha llegado la verdad, y ha desaparecido la falsedad!“, y con su bastón comenzó a romper los 360 ídolos que contaminaban el recinto. Los habitantes jura- ron lealtad al Profeta(sa), y aceptaron en masa el Islam. No tomó represalias por las atrocidades cometidas por los quraishíes, y perdonó incluso a sus enemigos más acérrimos.

Aunque no habían terminado aún todas las hostilidades, el Santo Profeta(sa) había completado su misión, y el último designio de Dios para la humanidad ya se había instalado firmemente en la tierra. El Profeta(sa) se encontra- ba agotado por sus labores, y por el esfuerzo de las revelaciones Divinas, y su salud ya empezaba a deteriorarse. En el año 9 después de la Hégira, en marzo de 631 DC, viajó de Medina a La Meca para realizar el peregri- naje de despedida. En el monte Arafat, habló ante 100.000 peregrinos, pronunciando un famoso sermón, que se ha conservado en su totalidad. Apenas terminó de hablar cuando Dios le envió el último versículo que se revelaría del Santo Corán:

“Este día os he completado vuestra religión, y he terminado de conce- deros Mí favor; y os he escogido el Islam por religión” (5:4)

El Santo Profeta(sa) falleció serenamente en Medina, en su habitación contigua a la mezquita, el día 13 de Rabí del año 10 después de la Hégira (8 de junio de 632), a la edad de 63 años. Sus últimas palabras fueron: “Con mí Amigo el Altísimo… Con mí Amigo el Altísimo“.

Muhammad(sa) es el único fundador religioso cuya vida se conoce con to- tal riqueza de detalles, y cuya biografía completa llenaría muchos tomos. Tanto sus actos como sus palabras son hechos históricos indiscutibles, y no mitos y leyendas piadosas. No era solamente, como admite la Enciclopedia Británica, “El que más éxito tuvo de todos los Profetas”, sino que se aprecia en su personalidad una variedad asombrosa de condiciones humanas. Como individuo, es a la vez marido, padre, amigo y hombre de negocios; como personaje público es jefe, legislador, juez, estadista y ge- neral; como Mensajero de Dios es portador de la Ley, predicador, teólogo, santo y místico. Tal combinación es única en la historia, y bien merece el epíteto: “Sello de los Profetassa”.

Uno de los rasgos más destacados de su carácter era su sinceridad. No olvidó, ni por un solo día ni por una sola hora, su condición de Apóstol de Dios. Fue el verdadero vehículo del Espíritu Santo, y nunca abusó de la re- velación divina, ni se impuso sobre ella. Siempre rezaba por la bendición, la ayuda y la guía de Dios, y tenía una fe inquebrantable en la eficacia de la oración y en el cumplimiento de las promesas de Dios. En los momentos más críticos de la persecución de La Meca, los jefes quraishíes le ofrecie- ron el trono, honores y riquezas incalculables, si sólo dejaba de denunciar a sus dioses ancestrales; su única respuesta fue recitar versículos del Santo Corán. Durante una campaña, un enemigo le sorprendió separado de su ejército, descansando, y le puso la espada en el cuello, diciendo: “Oh Muhammad(sa), ¿Quién te podrá salvar de mí ahora?” El Profeta(sa) respondió con serenidad: “Dios“. El guerrero se mostró tan impresionado que dejó caer la espada (que le fue restituida, junto con su libertad).

Aunque la Mano de Dios le salvó una y otra vez cuando todo parecía estar perdido, y aunque los acontecimientos se producían de acuerdo con sus oraciones, el Profeta(sa) nunca proclamó como milagro ningún suceso que contradijera las leyes perfectas y divinas de la naturaleza. Cuando mu- rió su hijo Ibrahim a corta edad, se produjo un eclipse del sol. Tanto los musulmanes como los infieles se maravillaron ante lo que ellos consideraban como señal del luto celestial, pero el Santo Profeta(sa) les reprochó su superstición, diciendo que el sol y la luna no se eclipsan por la muerte de un ser humano. Cabe destacar que sus discípulos más leales eran aquellos que tenían una relación más estrecha con él: ellos presenciaban cada acto y palabra suyos, y eran los más dispuestos a sufrir privaciones, tribulaciones y muerte por la causa del Islam primitivo.

Por razones de espacio, no podemos adentrarnos ahora en una elaboración de sus nobles virtudes. Era caritativo, compasivo y estaba siempre preocupado por el bienestar de los demás, paciente ante la debilidad de otros y siempre dispuesto a perdonarles sus fallos. Era un hombre de gustos y modales sencillos, vivió con gran frugalidad y desaprobada la indi- gencia y el lujo. Era humilde y puro de pensamiento, limpio de cuerpo y apariencia, sencillo y honesto en sus relaciones con los demás. Era sincero, leal a sus amigos y generoso hacia todos. Y, sin embargo, evitaba los extremos hasta en estas cualidades. No era ni débil sentimental ni asceta. Detestaba el fanatismo, la beatería y el formalismo. Su vida no fue ningu- na teoría idealizada, sino un ejemplo práctico para todos los pueblos en todas las épocas.

Tras la muerte del Santo Profeta(sa), el liderazgo de los musulmanes pasó a los Califas (sucesores), siendo los cuatro primeros Abu Bakr, Omar, Oz- man y Ali. El Islam se extendió rápidamente por Asia Occidental y Central, África del Norte y ciertas partes de Europa meridional. En países como Palestina, Siria y Egipto, millones de cristianos se convirtieron a la fe islámica, aunque se les había concedido libertad total para practicar y conservar su antigua religión. La civilización floreció, y durante muchas generaciones se produjeron grandes avances en la sabiduría y la ciencia; la literatura, el arte y la cultura en todas sus formas alcanzaron nuevas cumbres. Incluso los historiadores europeos admiten, contra su voluntad, que el desarrollo de los países occidentales se debió en gran parte a su contacto con los musulmanes en la época de las Cruzadas.

Después comenzó el ocaso, provocado por la disensión política, los con- flictos sectarios, la asimilación imperfecta de los verdaderos principios islámicos y la apatía oriental. Según las profecías, los tres primeros siglos habían de ser los mejores, y al cabo de este tiempo el Islam subiría al cielo durante mil años. Y así sucedió; a mediados del siglo XIX el poder de las naciones musulmanas estaba destruido y sus instituciones habían caído en la decadencia; la auténtica erudición religiosa había desaparecido; la fe disminuía y el pueblo, bajo el dominio de mul-lahs y jeques ignorantes y fanáticos, era presa de la intolerancia y la superstición. La Cruz parecía haber triunfado en todas partes, y algunos autores europeos ya proclama- ban el próximo fin del Islam.

El Santo Profeta(sa) había profetizado el advenimiento de un Resurgidor (Muyaddid) al comienzo de cada siglo, e igualmente predijo que un Me- sías o Mahdi* salvaría el Islam en los últimos tiempos. Al comienzo del siglo XIV después de la Hégira, surgió en Qadian, en la India, un hombre que había de cumplir estas profecías: Hazrat Mirza Ghulam Ahmad (1835-1908). Hombre de profunda fe, que llevaba una vida en estrecha comunión con Dios, interpretó el Santo Corán a la luz de los conocimien- tos modernos, y exhortó a los Creyentes a seguir su religión como en los tiempos del Santo Profeta(sa) y sus Compañeros. Predicó en contra de di- versas herejías que se habían introducido en el Islam ortodoxo a manos de algunos teólogos y juristas medievales. (Como ejemplo de estos errores podríamos citar la creencia en la abrogación de algunos versículos del Co- rán, la ascensión física de Jesucristo y la terminación de las revelaciones, además de la doctrina de la “Yihad” agresiva y la muerte como castigo por la apostasía). Advirtió a la humanidad de los peligros del ateísmo, el materialismo y el pecado hacia los que se iba entregando progresivamente. Hazrat Ahmad encontró una fuerte oposición por parte de los “ulama” (doctores de la religión) reaccionarios, pero hoy los musulmanes cultos de todo el mundo, incluso aquellos que no reconocen sus afirmaciones, aceptan que su interpretación del Islam es la correcta.

El Movimiento Ahmadía, fundado por él, trabaja por el resurgimiento musulmán, y bajo la dirección de su quinto Califa, Mirza Masrur Ahmad, sus misioneros predican el mensaje coránico en América, Europa, Asia, África y Oceanía.

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