Primera consideración
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

Primera consideración

Las cualidades físicas, morales y espirituales del hombre

En las primeras páginas de este estudio se exponen ciertas cuestiones preliminares que a primera vista puede parecer que no atañen al tema. Sin embargo, es necesario tener un concepto claro de tales cuestiones, para comprender plenamente el tratamiento de la consideración arriba expuesta.

Tres tipos de condición humana

La primera consideración se refiere a las cualidades naturales, morales y espirituales del hombre. El Santo Corán señala tres orígenes diferentes para estas tres cualidades. Es decir, señala tres fuentes de las cuales dimanan estas tres cualidades respectivas.

Primera fuente: El espíritu que incita al mal

El primer manantial, que es la fuente de todos los estados naturales, lo denomina el Santo Corán Nafse Ammarah, que significa el espíritu que incita al mal, diciendo:

“El espíritu del hombre está siempre dispuesto a incitar al mal” (12:54).

Esto significa que es característico del espíritu humano incitar al hombre al mal, y oponerse a sus cualidades morales y a su logro de la perfección, llevándole por caminos inmorales e inicuos. De ahí que la propensión al mal y a la inmoderación sea un estado humano que predomina en el espíritu de una persona antes de que entre en el estado moral. Aquél es el estado natural del hombre siempre que no se guíe por la razón y el entendimiento, sino que siga su inclinación natural a comer, beber, dormir, despertarse, enfadarse y dejarse provocar como los animales. Cuando una persona está guiada por la razón y el entendimiento, y consigue dominar su estado natural, controlán­dolo de la forma adecuada, este estado deja de ser su estado natural, y se le denomina su estado moral, como ya explicaremos más adelante.

Segunda fuente: El alma acusadora

La fuente del estado moral del hombre la denomina el Santo Corán Nafse Lawwama, diciendo:

“Juro por el alma acusadora” (75:3)

Es decir, juro por el alma que reprende a sí misma cada vicio e inmoderación. Este alma acusadora es la segunda fuente del estado humano, de la cual dimana el estado moral. Al llegar a este estadio, el hombre deja de parecerse a los animales. Jurar por el alma acusa­dora tiene el propósito de honrarla, como si al avanzar del estado del alma propensa al mal, y llegar al estado del alma acusadora, el alma hubiera llegado a ser digna en honor de la estimación divina. Se llama así porque reprende al hombre su vicio, porque no se resigna a la sumisión del hombre a sus deseos naturales y a la vida desenfrenada de los animales. Desea que los hombres vivan en un estado virtuoso y que practiquen la buena moral, que el exceso no se manifieste en ningún aspecto de la vida humana y que las emociones y deseos naturales estén sometidos a los dictados de la razón. Ya que reprende cada acción viciosa, se llama alma acusadora. Pero aunque se reprenda sus propios vicios, no llega a practicar plenamente la virtud, y a veces se ve dominada por las emociones naturales, tropezando y cayendo. Es semejante a un niño débil que no desea tropezar ni caer, pero que lo hace a consecuencia de su debilidad, de la que entonces se arrepiente. En resu­men, éste es el estado moral del alma humana cuando busca aunar dentro de sí las altas cualidades morales, rechazando la desobediencia, y sin embargo no llega a alcanzar un pleno triunfo.

Tercera fuente: El alma en paz

La tercera fuente, mejor descrita como el comienzo del estadio espiritual del hombre, la denomina el Santo Corán Nafse Mutmainnah, es decir, el alma en paz, diciendo:

¡Oh alma en paz!, que has hallado sosiego en Dios, vuelve a tu Señor pues estás contenta con Él, y Él contigo. Ahora ven y únete a Mis siervo elegidos, y entra en Mi jardín” (89:28-31).

Es en este estadio cuando el alma de una persona, liberada de toda debilidad, se colma de fuerza espiritual y establece una relación con Dios Exaltado, sin Cuyo apoyo no puede existir. Como el agua que fluye por la ladera y, por su volumen y por la ausencia de obstáculos, se precipita con gran fuerza, así fluye el alma en paz hacia Dios. A esto se refieren las palabras del mandamiento divino destinado al alma que ha hallado sosiego en Dios, para que vuelva a su Señor. El alma experimenta una profunda transformación en es misma vida, y se le otorga el Paraíso mientras está todavía en este mundo Como revela este versículo, en su mandamiento para que tal alma vuelva a su Señor, el Sustentador, el alma será alimentada por su Señor, y su amor a Dios se convertirá en su sustento, y beberá en la fuente de la vida, liberán­dose así de la muerte. Esto se revela en otra parte del Santo Corán, donde se dice:

“Aquél que purifica su alma de pasiones terrenales se salvará y no será destruido, pero aquél que se rinde ante sus pasiones terrenales debe deses­perar de la vida” (91:10-11).

En resumen, estos tres estados pueden llamarse los estados natural, moral y espiritual del hombre. Puesto que los instintos naturales del hombre, al ser despertados, se vuelven peligrosos, y muchas veces destruyen las cualida­des morales y espirituales, están descritos en el Santo Libro de Dios como el espíritu que incita al mal. Cabe preguntarse, ¿Cuál es la actitud del Santo Corán ante el estado natural del hombre? ¿Cómo intenta controlarlo? ¿Qué consejos nos ofrece a este respecto? Pues bien, según el Santo Corán, el estado natural del hombre está estrechamente relacionado con sus estados moral y espiritual, tanto que incluso su manera de comer y de beber afecta a su estado moral y espiritual. Si el estado natural de una persona está some­tido al control de los mandamientos de la ley divina, se convierte en su estado moral, afectando profundamente a su espiritualidad, del mismo modo que, según dicen, todo lo que caiga en una mina de sal se convierte en sal. Por esta razón, el Santo Corán hace hincapié en la relación existente entre la limpieza física y las posturas corporales, con el culto, la pureza interna y la humildad espiritual. El profundo efecto que ejercen las condiciones físicas sobre el alma se confirma tras un detenido examen. Por ejemplo, cuando nuestros ojos se llenan de lágrimas, aunque las lágrimas no sean sinceras, nuestro corazón se entristece de inmediato. Del mismo modo, cuando reímos, aunque la risa sea artificial, el corazón se alegra. También se ha observado que la postración física en la oración conduce a la humildad del alma. Por el contrario, cuando nos erguimos y alzamos la cabeza con orgu­llo, esta actitud conduce a la arrogancia y vanagloria. Estos ejemplos esta­blecen claramente que las condiciones físicas sin duda afectan a las condi­ciones espirituales.

La experiencia también nos demuestra que distintos alimentos afectan de distinta manera al intelecto y a la mente. Por ejemplo, una observación deta­llada revela que las personas que se abstienen de comer carne experimentan la pérdida paulatina de la noble facultad del valor, que es un don divino. Esta consideración está apoyada por la evidencia de la ley divina de la naturaleza: los animales herbívoros no poseen el mismo grado de valor que los carnívo­ros. Igual puede decirse de los pájaros. Así pues, no cabe duda de que la moral se ve afectada por la alimentación. Por el contrario, aquellos que se limitan a un régimen consistente principalmente en carne y que comen pocas verduras, perderán paulatinamente su humildad y su dulzura. Aquellos que optan por un término medio desarrollan ambos tipos de cualidad moral. Por esta razón, el Dios Exaltado dice en el Santo Corán:

“Comed y bebed pero con moderación” (7:32);

es decir, comed carne y otros alimentos, pero no comáis nada en exceso, para que vuestro estado moral no se vea adversamente afectado, y para que vuestra salud no se perjudique.

Hemos hablado del efecto del comportamiento físico sobre el alma, y del mismo modo podemos destacar el efecto que ejerce el alma sobre el cuerpo. Por ejemplo, cuando una persona se siente triste, sus ojos se llenan de lágrimas, pero cuando está alegre, sonríe. Todos nuestros actos naturales -comer, beber, dormir, despertarnos, andar, descansar, bañarnos, etc.­ – afectan a nuestra condición espiritual. Nuestra estructura física está íntima­mente relacionada con nuestra total condición humana. Una lesión en determinada zona del cerebro provoca la pérdida inmediata de la memoria, mientras en otra zona puede causar la inconsciencia. El aire contaminado afecta al cuerpo, y a través del cuerpo a la mente, hasta que se daña todo el sistema interno, al que están unidos los impulsos morales, y la desgraciada víctima fallece apoderada por la locura. De ahí que las lesiones físicas reve­len la misteriosa relación entre el alma y el cuerpo, una relación que está por encima de la comprensión humana.

Una reflexión profunda muestra que el cuerpo es la madre del alma. El alma no viene de fuera al vientre de una mujer embarazada. Es una luz oculta en el semen, que comienza a resplandecer con el desarrollo del embrión. La Palabra de Dios Exaltado nos enseña que el alma se engendra del cuerpo que se desarrolla en el claustro materno, como queda establecido en el Santo Corán:

“Entonces Nosotros lo transformamos en una nueva creación. Bendito sea Al-lah, el Creador Supremo” (23:15).

Esto significa que Dios transforma al, cuerpo desarrollado en el claustro materno, y la nueva creación se denomina alma. Pleno de bendiciones es Dios, Creador sin igual.

La afirmación de que una nueva creación se manifiesta a partir del cuerpo es un misterio que revela la realidad del alma, y señala la estrecha relación entre el alma y el cuerpo. También nos enseña que la misma filosofía se revela en los actos, movimientos y palabras inspirados por el amor de Dios, es decir, que el alma está oculta en estos actos sinceros, igual que está oculta en el semen. Al desarrollarse paulatinamente el cuerpo responsable de dichos actos, aparece el alma en él oculta, y al completarse el desarrollo del cuerpo, el alma, ya no oculta, resplandece con todo su esplendor, reve­lando su aspecto espiritual. Es entonces cuando tales acciones adquieren vida. Esto significa que al desarrollo total del conjunto de acciones, sigue e fulgor de la luz interna, como el resplandor de un relámpago. Tal estado está descrito por Dios Exaltado en el Santo Corán, cuando dice:

“Cuando haya formado su molde, cuando haya fijado las manifestaciones de gloria, e infundido en él Mi espíritu, entonces postraos todos ante él” (15:30).

Este versículo señala que al formarse el molde responsable de las acciones, el alma resplandece dentro de él. Dios la describe como Suya, ya que el molde se desarrolló por completo sólo tras vencer los deseos terrena­les. Así resplandece la luz divina, antes oculta, y al ver esta manifestación divina, todos los hombres, atraídos naturalmente, deben postrarse ante ella. Todos aquellos que perciban esta luz se postran ante ella, excepto Iblis, que ama las tinieblas.

El alma es creada

Retomando el tema inicial, es verdad que el alma es una luz fina que se desarrolla dentro del cuerpo y se alimenta en el vientre. Al principio, está oculta, y nadie la percibe, pero más tarde se manifiesta. Desde el principio, la esencia del alma está presente en el semen. La relación misteriosa entre el alma y el semen responde al designio y a la voluntad de Dios. El alma es una esencia brillante del semen. No se puede decir que es parte del semen en el sentido en que la materia es parte de la materia, ni que viene de fuera o cae en la tierra y se mezcla con la materia del semen. El alma está latente en el semen, igual que el fuego está latente en el pedernal. La Palabra de Dios no enseña que el alma descienda de los cielos como entidad aparte, ni que caiga sobre la tierra desde la atmósfera, mezclándose al azar con el semen, y entrando con él en el vientre. Tal noción carece totalmente de base. La ley natural lo rechaza. Advertimos a diario que miles de insectos infectan los alimentos impuros y pútridos, y se generan en las heridas sin lavar. La ropa sucia cría miles de piojos, y se generan varias especies de gusanos en el estómago humano. No se puede decir que todos estos vienen de fuera, ni que descienden de los cielos. La verdad es que el alma se desarrolla dentro del cuerpo, lo que también demuestra que no es auto-existente, sino creada.

El segundo nacimiento del alma

El deseo de Dios Exaltado, al crear con Su perfecto poder el alma del cuerpo, parece ser un segundo nacimiento del alma a través del cuerpo. Los movimientos del alma siguen a los movimientos del cuerpo. Si éste se mueve en cierta dirección, el alma lo sigue. Una función del Libro de Dios es, por lo tanto, ocuparse del estado natural del hombre; es por esto por lo que el Santo Corán se preocupa tanto de la reforma del estado natural del hombre, dándole directrices acerca de todos los asuntos que al hombre atañen -su risa, su llanto, su forma de comer, de beber, de vestir, de dormir, de hablar, de callar, de contraer matrimonio, de permanecer soltero, de andar y de pararse, su aseo, su modo de cumplir las ordenanzas del baño y purificación, su sumisión a una disciplina en estado de salud o en estado de enfermedad, etc.-, reafirma que la condición física del hombre afecta profundamente a su condición espiritual. Hoy no dispongo del tiempo necesario para entrar en una exposición detallada de todas estas directrices.

El progreso gradual del hombre

El estudio detenido de la Santa Palabra de Dios revela que establece cier­tos preceptos cuyo propósito es la reforma de la condición natural del hom­bre y su elevación paulatina hasta llegar al más alto estado espiritual. En primer lugar, Dios desea enseñar al hombre las reglas de comportamiento social, y los actos sociales de sentarse, levantarse, comer, beber, hablar, etc. para así liberarle de su barbarie y distinguirle de los animales, elevándole a un primer estado moral que podría describirse como la cultura social. Des­pués, desea perfeccionar estas costumbres hasta convertirlas en altas cuali­dades morales. Estos dos métodos forman parte del mismo proceso; la reforma de la condición natural del hombre. La diferencia entre ellos es solamente una diferencia de grado. El Omnisciente ha dispuesto de tal manera el sistema moral que el hombre sólo puede avanzar de un estado inferior a otro superior.

El tercer estadio de la progresión humana es aquél en el que una persona ha de dedicarse exclusivamente al amor del Creador, y a alcanzar Su favor. Todo su ser ha de ofrecerse a Dios. Como recuerdo constante de este esta­dio a los musulmanes, su religión ha sido denominada Islam, que significa dedicarse plenamente a Dios, no guardando nada para sí mismo. Como ha manifestado Dios el Glorioso:

“En verdad se salva quien se dedica exclusivamente a Dios, sacrificando la vida en Su nombre, y quien prueba su sinceridad no sólo con buenas inten­ciones sino mediante la conducta justa. Quien así se comporta recibirá su recompensa de Dios. Nada tendrá que temer, ni estará afligido” (2:113).

“Diles: Mis oraciones y mis sacrificios, mi vida y mi muerte, son todos por Dios, Cuya providencia todo comprende, y Que no tiene igual. Así se me ordena, y yo soy el primero de los que siguen esta idea del Islam, de los que sacrifican la vida en el nombre de Al-lah” (6:163-164).

“Este es mi camino recto; así pues, venid y seguidme, y no sigáis otro camino, que os apartará de Dios” (6:154).

“Diles: Si amáis a Dios, venid y seguid Mi camino. Dios os amará y os perdonará vuestros pecados. El es el Perdonador, el Misericordioso” (3:32).

La Distinción entre los Estados Naturales y Morales, y la refutación de la Doctrina de la Preservación de la Vida

Ahora voy a tratar de los tres estados del hombre. Pero antes de empezar, he de repetir la advertencia de que, según la Santa Palabra de Dios Exaltado, el estado natural del hombre, cuya fuente es el espíritu que incita al mal, no es algo separado de su estado moral. La Santa Palabra de Dios ha calificado de condiciones naturales los deseos e impulsos naturales. Estas condicio­nes, reguladas y controladas, y utilizadas en los sitios debidos y en las oca­siones adecuadas, se convierten en cualidades morales. De igual modo, las condiciones morales no se hallan totalmente separadas de las condiciones espirituales. Al alcanzar la dedicación total a Dios y la purificación completa del alma, al aislarse del mundo y entregarse a Dios, al alcanzar el amor perfecto y la dedicación plena, la serenidad, la satisfacción y la sumisión total a la voluntad divina, entonces las condiciones morales se convierten en condiciones espirituales.

Hasta que las condiciones naturales no se conviertan en cualidades mora­les, el hombre no es digno de elogios, porque las mismas condiciones se hallan en otros seres animados e incluso en la materia sólida. Igualmente, la mera adquisición de cualidades morales no supone una vida espiritual. Una persona que niega la existencia de Dios puede, sin embargo, exhibir altas cualidades morales. La humildad y la mansedumbre de corazón, la búsqueda de la paz, evitando la venganza, son todas cualidades naturales, que incluso una persona indigna, que ignora la fuente de la salvación y no disfruta de ella, puede poseer. Muchos animales son de carácter inofensivo, y se pueden amaestrar para que actúen pacíficamente sin resistirse al castigo, y sin embargo nadie los podría llamar humanos, ni mucho menos hombres dig­nos. Del mismo modo, una persona de creencias equivocadas, e incluso con tendencia al vicio, puede poseer dichas cualidades. Es posible que una per­sona llegue a ser tan compasiva que no se permita matar los gérmenes de sus propias heridas, o que esté tan consciente de la necesidad de preservar la vida, que no desee matar los piojos de sus cabellos o los insectos que se crían en su estómago, en sus arterias o en su cerebro. Admito que la ternura del corazón pueda inducir a una persona a renunciar al uso de la miel, ya que presupone la dispersión y la matanza de las pobres abejas. Admito también que una persona pueda negarse a utilizar el almizcle porque es la sangre de un pobre ciervo, obtenida tras matarlo y separarlo de sus crías. Tampoco niego que haya personas que rehúsen las perlas y la seda, pues ambas se obtienen mediante el sacrificio de la vida de gusanos. Acepto incluso que un enfermo rehúse el uso de sanguijuelas, prefiriendo soportar el dolor antes de causar la muerte de las sanguijuelas. Más aún, estoy dispuesto a admitir, incluso, que un hombre misericordioso llegue al extremo de no beber agua para así preservar la vida de las bacterias contenidas en ella. Acepto todo esto, pero me niego a aceptar que estas cualidades naturales sean conside­radas como cualidades morales, ni que sirvan para eliminar la impureza interna que obstruye el camino hacia Dios. No puedo creer que el alcanzar un grado de inofensividad superable incluso por los animales y los pájaros pueda ser un medio de adquirir un alto grado de humanidad. Es más; consi­dero que tal actitud equivale a una oposición a las leyes naturales, y que por lo tanto es incompatible con la alta cualidad moral inherente en la sumisión al placer divino. Tal actitud supone un rechazo de las bondades que la natu­raleza nos ha concedido. La espiritualidad tan sólo se alcanza mediante la práctica de todas las cualidades morales en el lugar debido y en la ocasión oportuna, siguiendo siempre el camino hacia Dios, y entregándose plena­mente a Él. El que se entrega totalmente a Dios no puede existir sin Él. Aquél que realmente busca al Señor es como un pez sacrificado por Dios, cuyo amor es el agua en que vive.

Tres Métodos de Reforma y El Advenimiento del Santo Profeta en el momento de mayor necesidad

Hemos establecido que existen tres fuentes de las cuales dimanan los tres estados humanos, que son el alma que incita al mal, el alma acusadora y el alma en paz. También existen tres métodos de reforma. El primero consiste en inculcar en los salvajes ignorantes las normas elementales de convivencia social, referentes a la forma de beber, de comer, de casarse etc. No deben andar desnudos, ni alimentarse de carroña, como hacen los perros, ni incu­rrir en otros actos bárbaros. Esto constituye un primer paso en la reforma de la condición natural, y es el que se habría de adoptar al desear, por ejemplo enseñar a una salvaje de Port Blair las normas elementales del comporta­miento humano.

El segundo método de reforma, al haberse aprendido un comportamiento humano elemental, consiste en inculcar las cualidades morales superiores, y el uso debido de sus facultades en los lugares oportunos y en las ocasiones debidas.

La tercera reforma consiste en permitir a aquellos que han adquirido altas cualidades morales probar el amor y la unión con Dios. Estas son las tres reformas mencionadas por el Santo Corán.

Nuestro amo y Señor, el Santo Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, surgió en tiempos en que el mundo se hallaba sumido en la corrupción. Como nos dice Dios Exaltado:

“La corrupción se ha extendido por la tierra y por el mar” (30:42). Esto significa que el pueblo del Libro, al igual que aquellos que jamás habían conocido la revelación, se había corrompido. El Santo Corán tenía como propósito dar vida a lo muerto, diciendo: “Sabed que Al-lah devolverá la vida a la tierra muerta” (57:18).

Por aquel entonces, la barbarie predominaba entre los pueblos de Arabia. En ausencia de ninguna ley social, todo tipo de pecados eran cometidos con orgullo. Los hombres se casaban con un número ilimitado de mujeres, y practicaban libremente todo lo ilegal. Consideraban legal casarse con sus madres, y por esta razón Dios Exaltado estableció:

“Ahora se os prohíben vuestras madres” (4:24).

Aquellos hombres se ali­mentaban de carroña, e incluso algunos eran caníbales. No había pecado que no cometieran. La mayoría de ellos no creían en la otra vida, y muchos negaban la existencia de Dios. Mataban a sus recién-nacidas con sus propias manos. Mataban a los huérfanos para apoderarse de sus bienes. A pesar de su apariencia externa humana, carecían de cordura, de modestia, de ver­güenza y de dignidad. Bebían alcohol como si fuera agua. Quien fornicaba indiscriminadamente era reconocido como jefe de su tribu. La ignorancia predominaba tan dilatadamente entre ellos que los pueblos vecinos los lla­maban “los analfabetos”. En esta época, y para la reforma de tales pueblos, apareció en Meca nuestro amo y señor el Santo Profeta, la paz y las bendi­ciones de Al-lah sean con él. Esta era la época que más necesitaba los tres tipos de reforma que se acaban de describir. Por esta razón, el Santo Corán se considera más completo y más perfecto que cualquier otro libro de ense­ñanza, pues los demás libros no tenían la oportunidad de llevar a la práctica las tres reformas que constituyen el verdadero propósito del Santo Corán. El propósito del Santo Corán fue el de convertir a los salvajes en hombres, y luego concederles las cualidades morales necesarias, para finalmente elevar­les al nivel de personas divinas. Así, el Santo Corán comprende dentro de sí estos tres proyectos.

El Verdadero Propósito de las Enseñanzas del Santo Corán es la reforma de las tres condiciones: las condiciones naturales, mediante su regulación, se convierten en cualidades morales.

Antes de entrar en una exposición detallada de la triple reforma que acabo de mencionar, es preciso señalar que ninguna de las enseñanzas del Santo Corán se impone por obligación. El único propósito del Santo Corán es la triple reforma, y las enseñanzas no son sino medios para alcanzarla. Un médico, para que un paciente recobre su salud, a veces advierte la necesidad de realizar una intervención quirúrgica o aplicar una pomada. Del mismo modo, las enseñanzas del Santo Corán, por compasión hacia la especie humana, recurren también a medios parecidos. Todos sus preceptos, sus reprimendas y sus doctrinas llevan en sí el propósito de elevar al hombre de su estado natural salvaje a un estado moral, y de allí al océano infinito de la espiritualidad.

Ya se ha observado que la condición natural del hombre no se puede separar de su condición moral. Cuando es moderada y se utiliza de acuerdo con los dictados de la razón, en la ocasión adecuada la condición natural adquiere un carácter moral. Antes de someterse al control de la razón y del buen sentido, esta condición no tiene carácter de cualidad moral, sino de impulso natural, por mucho que se parezca a la condición moral. Por ejem­plo, no puede considerarse prueba de cortesía ni de buenos modales el afecto o la docilidad que un perro o un cordero muestra hacia su amo, ni puede tenerse por rudeza o mal comportamiento la fiereza de un lobo o un tigre. Se llega al estado moral tras meditar y comprender la importancia del papel que juegan el tiempo y la ocasión. Una persona que no emplea la razón y el sentido común es como un niño cuya capacidad mental todavía no está sometida a los dictados de la razón, o como un loco que ha perdido el juicio. Un niño y un loco pueden comportarse de una manera aparentemente moral, pero nadie calificaría tal conducta de moral, ya que no procede del uso de la razón, sino que es un impulso natural ante ciertas circunstancias. Por ejem­plo, el ser humano apenas nace busca el pecho materno, mientras que el pollo recién salido del cascarón comienza a alimentarse picoteando. Del mismo modo, la cría de sanguijuela se comporta como sanguijuela, la ser­piente recién nacida se comporta como serpiente, y el cachorro de tigre, como tigre. Apenas nace, el ser humano empieza a mostrar reacciones humanas, y estas reacciones se acentúan cada vez más conforme pasan los años. Por ejemplo, llora con más fuerza, su sonrisa se transforma en risa, y se concentra más su mirada. Con un año o dieciocho meses de edad, desarrolla otra característica natural: comienza a expresar el placer y el desagrado en sus actos, intentando golpear a alguien, dándole algo. Todos estos actos son impulsos naturales. Del mismo modo, un salvaje que posee poco sentido humano expresa sus impulsos naturales a través de sus palabras, actos y movimientos, y obedece a sus emociones naturales. Sus actos no son resul­tado de la reflexión. Todo lo que hace en obediencia a un impulso natural, o como reacción a estímulos externos, se manifiesta de forma exterior. Es posible que los impulsos naturales provocados por estímulos externos no sean todos malos, y que algunos se parezcan a acciones juiciosas, pero en general no son consecuencia de la reflexión y el razonamiento, y aunque estén hasta cierto punto motivados por la razón, no podemos confiar en ellos a causa del dominio de los impulsos naturales.

La verdadera moral

En una palabra, no podemos calificar de comportamiento verdaderamente moral la conducta de una persona que se halla sometida a los impulsos naturales, como los animales, los niños o los dementes. El primer indicio de la moral verdadera, ya sea buena o mala, se presenta cuando la razón comienza a madurar, cuando una persona llega a distinguir entre el bien y el mal, entre varios grados de bondad y maldad, y cuando comienza a lamentar la omisión de una buena acción, y a arrepentirse después de cometer un pecado. Este es el segundo estadio de la vida humana, descrito por el Santo Corán como el alma acusadora. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que una simple reprimenda no basta para que un salvaje alcance el estado del alma acusadora. Es necesario que tome conciencia de la existencia de Dios, hasta tal punto, que ya no considere como acto sin motivo su propia creación por Él, para que la comprensión de lo Divino estimule sus verdaderas cuali­dades morales. Con este propósito Dios Exaltado nos revela la necesidad de comprender lo Divino, y toda moral da lugar a un resultado que puede origi­nar confort o dolor espiritual en esta vida y que se manifestará claramente en el más allá. En resumen, al alcanzar el estadio del alma acusadora, el hombre adquiere tal grado de razón y conciencia que se reprende a sí mismo cual­quier acto injusto, y desea realizar buenas acciones. En este estadio el hom­bre empieza a mostrar altas cualidades morales.

La Distinción entre Jalq (creación) y Julq (morales)

Jalq denota el nacimiento físico, y Julq el nacimiento interno. Como el nacimiento interno se perfecciona a través del desarrollo moral y no simple­mente a través de la obediencia a los impulsos naturales. Julq implica cuali­dades morales y no impulsos naturales. Cabe destacar que la creencia popu­lar de que las cualidades morales consisten solamente en la mansedumbre, la cortesía y la humildad, está totalmente equivocada. La verdad es que a cada acción física le corresponde una cualidad interna moral; por ejemplo, caen lágrimas de los ojos cuando se llora, y a esta acción física corresponde una cualidad interna llamada ternura, y esta cualidad, una vez sometida al control de la razón, y debidamente utilizada, asume el carácter de cualidad moral. Del mismo modo, cuando el hombre emplea sus manos para defen­derse contra un ataque enemigo, a esta acción física corresponde una cuali­dad llamada valor. Al ejercerse esta cualidad en el lugar adecuado y la oca­sión debida, se llama cualidad moral. Igualmente, el hombre desea salvar al oprimido del opresor, o proteger al desamparado o al hambriento, o servir la humanidad de alguna manera. A todos estos actos corresponde la cualidad interna de compasión. Cuando un hombre castiga a un malhechor, existe una cualidad interna llamada venganza. Hay ocasiones en las que un hombre atacado no desea atacar a su vez, y se abstiene de actuar. En tales casos la abstención corresponde a la cualidad de la indulgencia y la paciencia. Cuando el hombre emplea sus pies y sus manos, su cerebro o su fortuna, para fomentar el bienestar de otros seres humanos, dichos actos reflejan la cualidad de benevolencia. Por lo tanto, cuando una persona muestra todas estas cualidades en el lugar y momento debidos, se califican de cualidades morales. Dios Glorioso se ha dirigido al Santo Profeta, la paz y las bendicio­nes de Al-lah sean con él, con las siguientes palabras:

“En verdad tú posees altas cualidades morales” (68:5).

Esto significa que en la persona del Santo Profeta se unían todas las altas cualidades morales: caridad, valor, justicia, clemencia, bondad, sinceridad, longanimidad, etc. En resumen, todas las cualidades naturales del hombre -cortesía, modestia, integridad, benevolencia, celo, perseverancia, castidad, piedad, equidad, compasión, valor, generosidad, paciencia, tolerancia, bondad, sinceridad, lealtad, etc.- manifestadas en el momento debido, y sometido a los dictados de la razón y la reflexión, serían consideradas como cualidades morales. En realidad son estados naturales e impulsos humanos, que llegan a ser cuali­dades morales al ser ejercidos voluntaria y debidamente. El progreso es una característica natural del hombre, y por lo tanto la verdadera religión, la buena compañía y los preceptos virtuosos transforman sus impulsos natura­les en cualidades morales. El hombre no comparte esta característica con ningún animal.

La primera reforma: los Estados Naturales del Hombre

Ahora consideraremos la primera de las tres reformas inculcadas por el Santo Corán, que concierne al estado natural del hombre. Esta reforma trata de lo que se suelen llamar los buenos modales, es decir, las normas sociales que moderan las condiciones naturales de los salvajes, como comer, beber, casarse, etc., elevándolas a un nivel justo de aceptación social y apartando a los salvajes de su existencia animal. Acerca de este punto, el Santo Corán establece:

“Se os prohíben vuestras madres, y vuestras hijas, y vuestras hermanas, y las hermanas de vuestros padres, y las hermanas de vuestras madres, y las hijas de vuestros hermanos, y las hijas de vuestras hermanas, y vuestras madres de leche, y vuestras hermanas de leche, y las madres de vuestras esposas, y vuestras hijas nacidas de vuestras esposas con las que habéis cohabitado pero si no habéis cohabitado con ellas no hay pecado y las esposas de vuestros hijos de vuestra sangre. Asimismo se os prohíbe tener por esposas a dos hermanas al mismo tiempo; pero lo pasado, pasado está” (4:24).

“Se os prohíbe heredar de mujeres contra su voluntad” (4:20).

“Se os prohíbe casaros con las que se casaron vuestros padres, aunque si ocurrió en el pasado se excusa” (4:23).

“Se os autorizan las mujeres creyentes virtuosas, y las mujeres virtuosas de entre aquellos a los que se reveló el Libro antes que a vosotros, siempre que les ofrezcáis la dote y que contraigáis matrimonio legalmente, sin come­ter fornicación y sin tomar amantes secretas” (5:6).

En los tiempos de igno­rancia si un hombre no tenía hijos permitía a su esposa cohabitar con otro hombre con el fin de tener hijos. El Santo Corán prohibió esta costumbre, a la que la frase “tomar amantes secretas” se refiere. También dice el Santo Corán:

“No os suicidéis” (4:30), y “no matéis a vuestros hijos” (6:152). “No entréis sin permiso como salvajes en casas que no sean las vuestras, hasta que no recibáis permiso, y habiendo obtenido permiso saludad a los que viven allí con el deseo de paz. Si no halláis a nadie en la casa, no entréis hasta que no recibáis permiso. Si el dueño de la casa os manda regresar. entonces regresad” (24:28-29).

“No entréis en las casas saltando por los muros, sino entrad por las puer­tas” (2:190).

“Cuando se os salude, saludad con un saludo mejor” (4:87).

“El alcohol, los juegos de azar, los ídolos y las flechas adivinatorias son abominable obra de Satanás: Así pues, apartaos de ellos” (5:91).

“Se os prohíbe la carne de un animal muerto, y la sangre, y la carne de cerdo, y todo lo que se sacrifique invocando otro nombre que no sea el de Dios, y la carne de todo animal estrangulado, matado de un golpe o por una caída o por los cuernos de otro animal, y toda carne comida por los animales de presa, o sacrificada a ídolos, porque es carroña” (5:4).

“Si te preguntaran qué es lo que se puede comer, di que se puede comer todo lo bueno” (5:5). Absteneos de carroña y todo lo que se asemeje a la carroña, y de todo lo impuro.

“Cuando se os pida que hagáis sitio a los demás en vuestras asambleas, dejádselo para que se sienten; y cuando se os pida que os levantéis, levan­taos inmediatamente” (58:12).

“Comed de todo lo permitido y lo puro, como carne, legumbres, verduras, etc., pero no seáis inmoderados en ningún aspecto” (7:32).

“No habléis por hablar, sino sólo lo que requiera la ocasión” (33:71)

“Mantened limpios vuestros vestidos, limpiad vuestros cuerpos de la suciedad, y vuestras casas y vuestras calles y todos aquellos sitios donde os sentéis” (74:5-6).

“No hables ni demasiado alto ni demasiado bajo. Camina a paso mode­rado, ni muy rápido ni lento, excepto cuando la ocasión requiera que cami­nes de otro modo” (31:20).

“Cuando salgáis de viaje preparaos bien y llevad las provisiones necesa­rias para no tener que recurrir a la mendicidad” (2:198). “Al cohabitar con vuestras esposas, purificaos bañándoos” (5:7).

“Cuando comáis, compartid vuestra comida con los que os piden comida, y también con los perros y otros animales y pájaros” (51:20).

“No hay nada malo en que os caséis con huérfanas pupilas vuestras, pero si teméis caer en la tentación de tratarlas injustamente porque son huérfa­nas, entonces casaos con mujeres que tengan padres u otra familia que las protejan, mujeres que os respetarán y a las que cuidaréis. Os podéis casar con dos, tres o cuatro mujeres, siempre que aseguréis la igualdad entre ellas. Si teméis no poder hacerlo, entonces casaos con una mujer, aunque necesi­téis más de una. Se impone un límite de cuatro para evitar volver a vuestra antigua costumbre de casarse con centenares de mujeres, y para no caer en la tentación de relaciones ilícitas. Entregad la dote voluntariamente a vues­tras esposas” (4:4-5).

Esta es la primera reforma del Santo Corán, mediante la cual se eleva al hombre de su estado natural salvaje al estado de un ser social civilizado. En estas enseñanzas no hay mención de las cualidades morales superiores. Se atañe tan sólo al comportamiento humano elemental. Se precisaban estas enseñanzas porque el pueblo cuya reforma se contemplaba al enviar al Santo Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, se hallaba en un estado extremo de barbarie. Era necesario que se les enseñase las normas elementales de comportamiento humano.

Por qué se prohíbe la carne de cerdo

Cabe destacar en este contexto que, a través del mismo nombre del ani­mal, Dios nos ha señalado la razón por la que se prohíbe su carne. La palabra árabe para “cerdo” es Jinzir, nombre compuesto de Janz y Ara, que significa “Lo veo muy sucio”. Así, el nombre que Dios dio a este animal señala su impureza. Es una coincidencia curiosa que en hindi este animal se llame Suar, nombre compuesto de Su y Ara. Esto también significa “Lo veo muy sucio”. No es sorprendente que la palabra árabe Su se halle en el idioma hindi. Hemos establecido en nuestro libro Minanur Rahman que el árabe es la madre de todos los idiomas, y que muchas palabras árabes se encuentran en todos los idiomas. Suar es por lo tanto, una palabra árabe, y su equiva­lente en hindi es bad. El animal también se llama bad en hindi. No cabe duda de que en la época en que el árabe era el idioma universal, se conocía este animal con el nombre árabe, sinónimo de Jinzir, y así ha continuado hasta nuestros días. Es posible que en su forma sánscrita la palabra se haya trans­formado, pero la verdadera palabra es Jinzir, y proclama su propio sentido. No es necesario aquí discutir la suciedad de este animal. Todos sabemos que come cosas impuras y es totalmente desvergonzado. Por lo tanto es obvio el motivo de su prohibición, pues según las leyes naturales, su carne corrompe­ría el cuerpo y el alma de quien lo comiera. Como ya hemos establecido, los alimentos afectan al alma de una persona, y no cabe duda de que la carne de un animal tan sucio también sería sucia. Incluso en épocas pre-islámicas, los médicos griegos opinaban que la carne de este animal dañaba sobre todo la facultad de modestia y producía desvergüenza. Por la misma razón la ley islámica también prohíbe el comer carroña, porque ejerce un efecto adverso sobre las cualidades morales. Y también es perjudicial para la salud física.

Aquellos animales cuya sangre permanece en su interior, como los que mue­ren estrangulados o matados a golpes, son, en realidad, carroña. Es obvio que la sangre de tal animal se corrompe rápidamente, corrompiendo toda la carne. Tras recientes investigaciones se ha podido demostrar que los gérmenes de la sangre extienden la corrupción por toda la carne del animal muerto.

La condición moral del hombre

La segunda parte de la reforma Coránica consiste en la regulación de las condiciones naturales, con el fin de convertirlas en altas cualidades morales. Este es un tema muy amplio. Si intentáramos tratarlo detenidamente aquí, la ponencia se extendería tanto que no podríamos leer ni la décima parte en el tiempo permitido. Por lo tanto hemos de limitarnos a la exposición de algu­nas cualidades morales, con la esperanza de que sirvan de ejemplo.

Las cualidades morales se comprenden bajo dos epígrafes. Primero, las cualidades morales que capacitan al hombre para abstenerse del mal; y segundo, las cualidades morales que le capacitan para hacer el bien. La primera categoría comprende las cualidades que impiden que un hombre dañe -con su lengua, sus ojos, sus manos o por otro órgano- la vida, el honor y la propiedad del prójimo, o que albergue en su intención hacerlo. La segunda categoría comprende aquellas cualidades morales que estimulan al hombre a ayudar a los demás, con respecto a su honor y su propiedad, utilizando su lengua, sus manos, sus conocimientos o cualquier otro medio, para hacer constar la gloria o el honor del prójimo. Estas cualidades también le permiten perdonar al ofensor que le agrede del castigo físico o del impuesto financiero que justamente merece, o castigarle de tal forma que el castigo se trueque en beneficio.

Las cualidades morales relacionadas con la abstención del mal

Las cualidades morales que el verdadero Creador ha designado para la abstención del mal corresponden a cuatro nombres distintos en árabe, cuyo vocabulario proporciona una palabra específica para los distintos conceptos, modos y costumbres humanos.

La primera de estas cualidades se llama Ihsan, es decir castidad. Esta palabra designa la virtud que corresponde a la facultad de procreación de hombres y mujeres. Se llama castos a los hombres o mujeres que se abstie­nen del trato ilegal o sus preliminares, que llevan a la desgracia y la humilla­ción de los culpables en este mundo, y al castigo en la otra vida, además de deshonrar y perjudicar a sus familiares. Por ejemplo, si un hombre intentara seducir a la esposa de otro, aunque su intento sólo constituyera la fase preliminar del adulterio, incumbiría a un marido digno el divorciarse de su esposa por haber aceptado ésta la atención de un extraño. Sus niños tam­bién se verían profundamente afectados. El marido tendría que soportar todos estos perjuicios debido a la mala conducta de un malvado.

Se ha de recordar que la cualidad moral de castidad sólo se aplica a aquellas personas que, siendo físicamente capaces de cometer el vicio, se abstienen de hacerlo. Si no poseen tal capacidad, por ser menores de edad, o impotentes, o seniles, o por estar castrados, no se puede considerar su abs­tención del vicio como cualidad moral. Hay, en tales casos, una condición natural de castidad, pero -como hemos señalado varias veces- las condi­ciones naturales no se pueden considerar como cualidades morales. Se con­vierten en cualidades morales sólo cuando se ejercen o son susceptibles de ser ejercidas en las ocasiones debidas, y cuando se someten a los dictados de la razón. Por lo tanto, aunque observen la castidad, los menores y los impotentes y todas aquellas personas que de alguna manera se privan a sí mismas de capacidad sexual, no merecen elogios por poseer esta cualidad moral, aunque aparentemente estén llevando vidas castas. En todos estos casos, su castidad es únicamente una condición natural. Como este vicio y sus preliminares pueden ser practicados tanto por hombres como por muje­res, el Santo Libro de Dios contiene enseñanzas para los dos acerca de este punto. Dice:

“Di a los creyentes que se abstengan de mirar de forma prohibida a las mujeres cuya vista excita sus pasiones. Que se acostumbren a bajar la mirada. Deben controlar sus sentidos. Que se abstengan de escuchar los cantos y las voces dulces de las mujeres, y los relatos de su hermosura, porque así se mantiene mejor la pureza de sus miradas y de sus corazones. Di a las creyentes que se abstengan de mirar de forma prohibida a los hom­bres, y de escuchar sus voces apasionadas. Que oculten su hermosura, y no la descubran a nadie fuera de los límites prescritos. Deben cubrir sus senos con velos mediante los cuales cubren sus cabezas, oídos y sienes y que no muevan sus pies como bailarinas. De este modo se protegerán ante cualquier tentación” (24:31-32).

Otro método de librarse del mal es volverse a Dios, rogándole la protec­ción ante cualquier tentación. También se enseña: “No os atraiga el adulte­rio” (17:33). Esto significa, que el hombre debe evitar las ocasiones que le arrastren hacia esa dirección y se debe apartar de todos los caminos que conduzcan a este vicio. El que se entrega a este vicio comete un acto de extrema perversidad. El camino del adulterio es un mal camino, porque obs­truye el progreso del hombre hacia su meta, y dificulta el logro del objeto de la existencia. Los que no encuentran esposa deben conservar su castidad por otros medios (24:34); por ejemplo, ayunando, tomando alimentos ligeros o haciendo ejercicio.

Algunos adoptan el celibato, o se someten a la castración o la clausura. Dios no prescribe el monasticismo, y por eso aquellos que lo adoptaron no fueron capaces de observar su disciplina (57:28). Esto significa que si el celibato y la clausura hubieran sido impuestos por Dios, todos hubieran tenido que observar tal disciplina, y la raza humana se habría extinguido hace ya tiempo. Además, la preservación de la castidad por castración u otro medio equivaldría a una crítica contra Dios, que dio al hombre la capacidad de procrear. El mérito se halla en la abstención de emplear esta capacidad cuando la ocasión es inadecuada, por temor a Dios; y se convierte en doble mérito al emplear esta capacidad en el lugar y momento debidos. Al destruir la capacidad, el hombre se priva de los dos beneficios. El mérito depende de la posesión de la capacidad, y de su regulación. ¿Qué aprecio merece la persona que ha perdido aquella capacidad, y se ha convertido de nuevo en niño? ¿Es digna de mérito la castidad de un niño?

Cinco remedios contra la lujuria

En estos versículos, Dios Exaltado no sólo nos facilita excelentes ense­ñanzas para llegar a la castidad, sino también nos proporciona cinco reme­dios contra la lujuria. Son: abstenerse de mirar de forma prohibida a los ajenos, abstenerse de escuchar sus voces y relatos de su belleza; evitar las ocasiones en las que se tema verse tentado a cometer este vicio; y contro­larse durante el celibato, mediante ayunos, alimentos ligeros, etc.

Podemos asegurar con plena confianza que estas excelentes enseñanzas y los medios para obedecerlas, contenidos en el Santo Corán, son privativos del Islam. Ha de tenerse en cuenta que puesto que la condición natural del hombre, fuente de sus pasiones, es tal que no puede dominarla sin una transformación total, es natural que se exciten sus pasiones peligrosamente cuando se ofrezca la ocasión para cometer este vicio. Por lo tanto, Dios Exaltado no nos autoriza a mirar libremente a las mujeres, ni a contemplar su belleza, ni observar sus movimientos al bailar, etc., si lo hacemos con mira­das puras. Tampoco nos enseña a escuchar sus cantos, ni relatos de su belleza, con tal de hacerlo con oídos puros. Nos enseña a abstenernos de mirar, por puras que sean nuestras intenciones, y nos prohíbe escuchar sus voces dulces y los relatos de su hermosura, aunque sea con corazón puro. Nos enseña a despreciar estas cosas igual que despreciamos la carroña, para que no tropecemos. Porque es cierto que tarde o temprano la mirada libre provocaría nuestra caída. Como Dios Exaltado desea que nuestros ojos, corazones y todo nuestro cuerpo se queden siempre puros, nos ha dado esta excelente enseñanza. No hay duda de que las miradas libres nos llevan al peligro. Si ofrecemos pan tierno a un perro hambriento, sería un vano deseo esperar que el perro no le hiciera caso. Dios Exaltado, pues, deseaba que no se presentara ninguna ocasión para el ejercicio secreto de las facultades humanas, y que el hombre nunca se viera enfrentado a nada que pudiera excitar en él tendencias peligrosas.

Esta es la filosofía en la que se basan las normas Islámicas referentes al uso del velo. El Libro de Dios no pretende encerrar a las mujeres como presos, aunque este sea el concepto que tienen aquellos que ignoran las normas islámicas reales. El propósito de estas normas es hacer que los hombres y las mujeres se abstengan de mirarse libremente, y de lucir sus adornos y su hermosura. Porque en esto reside el bien de ambos sexos.

Se ha de tener en cuenta que la restricción de la mirada, el mirar solamente lo debido, se llama en árabe ghadde basar, expresión empleada en este contexto del Santo Corán. No es digno de una persona piadosa que desea mantener la pureza de corazón, que alce la mirada y mire en todas direcciones como un animal. Es esencial que el hombre practique la costumbre de ghadde basar en la vida social. Es una costumbre virtuosa, a través de la cual sus impulsos naturales se convierten en cualidades morales superiores sin afectar a sus necesidades sociales. Es esta cualidad la que en el Islam recibe el nombre de castidad.

La segunda cualidad comprendida en la categoría de la abstención del mal es la que se denomina honradez o integridad. Consiste en no perjudicar a los demás, apoderándose ilegalmente o deshonestamente de sus bienes. La integridad es una de las condiciones naturales del hombre. Por esta razón, un niño que siga su impulso natural, y que no haya adquirido ninguna mala costumbre, se opondrá a mamar la leche de otra mujer que no sea su madre. Si no se le designa una nodriza cuando está recién nacido y todavía carece de conciencia del mundo externo, resultará difícil para la nodriza criar al niño. Esta aversión a veces le causa grandes sufrimientos, llevándole en casos extremos al borde de la muerte. ¿Cuál es el secreto de tal aversión? Simplemente que el niño no desea dejar a su madre y aceptar a alguien ajeno. No cabe duda de que este hábito infantil se halla en la raíz de toda honradez e integridad. No se puede atribuir la cualidad de integridad a nadie cuyo corazón no esté lleno de odio hacia los bienes ajenos, como ocurre con un niño. Pero un niño no siempre utiliza esta costumbre en la ocasión debida y, como consecuencia, se impone grandes sufrimientos. El hábito no es más que una condición natural que se muestra involuntariamente; no es por lo tanto una cualidad moral -aunque sea la raíz de la cualidad moral de la integridad-. Del mismo modo que no se puede calificar de piadoso ni digno de confianza a un niño que demuestre tal costumbre, tampoco se puede atribuir esta cualidad moral a una persona que no practique este hábito natural en la ocasión debida. Resulta muy difícil llegar a ser una persona de integridad y digna de confianza. Si una persona no guarda todas las normas de la integridad, no se le puede denominar totalmente honrada o digna de confianza. A este respecto, Dios Exaltado nos ha instruido en distintos aspectos de la integridad, en los siguientes versículos:

Y si entre vosotros hubiere propietarios menores o huérfanos, y si se temiere que debido a su escaso juicio derrocharan sus bienes, debéis asumir el control de éstos en calidad de consejero tutelar, y no entregárselos, puesto que todo el sistema del comercio y de la seguridad social depende de la buena administración de la propiedad. Una parte de la renta producida por estos bienes ha de dedicarse al mantenimiento de su propietario, y debéis enseñarle todos los valores equitativos, que ayudarán a desarrollar su razón y su entendimiento, proporcionándole la formación adecuada para que de esta forma no permanezca inmaduro ni ignorante. Si es hijo de un mercader, puede ser instruido en los negocios y el comercio, y si su padre tenía otro oficio o profesión podéis instruirle adecuadamente, examinándole regular­mente para ver si hace progreso. Y cuando llegue a la madurez, con aproxi­madamente dieciocho años, y advirtáis que ha desarrollado la inteligencia suficiente para administrar sus propios bienes, entregádselos. No los derro­chéis mientras están bajo vuestra administración, temiendo que cuando el propietario llegue a la madurez os lo quite. Si el tutor es rico, se debe abste­ner de cobrar los gastos de administración de la propiedad; si es pobre, que torne la remuneración debida.

Era costumbre entre los árabes el que los tutores de un huérfano utilizaran la propiedad como capital para los negocios, asegurando de las ganancias el porvenir del huérfano y dejando intacto el capital. El tutor cobraba una remuneración justa por administrar los bienes. Este versículo se refiere a dicho sistema. Además dice el Santo Corán: “Cuando entreguéis los bienes a su propietario, hacedlo ante testigos” (4:6-7).

Los que mueren dejando hijos menores de edad no deben testar en perjui­cio de los hijos. Los que se apoderan injustamente de los bienes de los huérfanos devoran fuego, y serán devorados por las llamas del fuego infer­nal” (4:10-11).

Destacan los muchos aspectos de honradez e integridad expuestos por Dios Exaltado en estos versículos. Una persona realmente honrada tendrá en cuenta todas estas enseñanzas. Si esto no se realizara con perfecta inteli­gencia, la honradez superficial de una persona ocultaría muchos engaños. En otra parte se establece:

“No os apoderéis deshonestamente de los bienes ajenos, ni ofrezcáis vues­tra riqueza como soborno a las autoridades, con el fin de adquirir injusta­mente los bienes ajenos” (2:189).

“Entregad los depósitos a sus propietarios legales” (4:59).

“Al-lah no ama a los deshonestos” (8:59).

“Cuando midáis, dad la medida justa, y pesad con balanza exacta y fiel” (17:36).

“No defrau­déis en vuestros negocios con la gente; y no vayáis por el mundo provocando desorden” (26:184).

Esto significa que no debemos andar por el mundo con malas intenciones, robando bolsos u otras cosas, o apoderándonos ilegal­mente de los bienes ajenos.

“No deis cosas sin valor a cambio de cosas buenas” (4:3);

es decir, así como es ilegal la malversación de fondos, también es ilegal la venta de mercancías defectuosas, ocultando los defectos, y el cambio de artículos defectuosos por artículos en buenas condiciones.

En todos estos versículos, Dios Exaltado ha descrito las prácticas desho­nestas de forma tan comprensiva que no se omite ningún tipo de engaño. No se limita a prohibir el robo, por si el necio pensara que aunque se prohíbe el robo se permiten otros medios ilegales de adquirir la propiedad ajena. La verdadera sagacidad reside en prohibir todos los métodos injustos de apode­rarse de los bienes ajenos. En resumen, la persona que no posee la cualidad de integridad en todos sus aspectos no se puede considerar honrada, aun­que en ciertas cosas se comporte honradamente. Porque en tales casos se trataría de su condición natural, desprovista de la discriminación razonable y de la percepción.

La tercera cualidad moral comprendida en la categoría de abstención del mal es la que en árabe se denomina hudnah o haun. Consiste en no causar daño corporal a otro, y en vivir y comportarse pacífica y tranquilamente. No cabe duda de que la mansedumbre y la tranquilidad son altas cualidades morales, esenciales para la humanidad. El impulso natural que corresponde a esta cualidad moral, cuya regulación lo convierte en cualidad moral, es el afecto que existe en el hombre desde su nacimiento. Es evidente que en su estado natural el hombre no concibe la tranquilidad ni la agresión. En tal estado, el impulso afectivo que demuestra es la raíz de la tranquilidad y de la mansedumbre, pero como no se practica deliberadamente, de acuerdo con los dictados de la razón, no se considera cualidad moral. Sólo llega a ser cualidad moral cuando una persona se esfuerza por no causar daño, y cuando practica la mansedumbre y la tranquilidad en el momento debido, evitando practicarlas fuera de lugar. En este contexto, las enseñanzas Divi­nas nos aconsejan:

“Esforzaos por fomentar el acuerdo entre vosotros” (8:2);

“La paz es mejor” (4:129);

“Cuando ellos se inclinen a la paz, inclínate tú también (8:62);

“Los verdaderos siervos del Misericordioso pasan humildemente por la tierra” (25:64);

“y cuando se encuentran con algo mezquino, que podría provocar actos agresivos, siguen su camino con dignidad” (25:73),

es decir no adoptan una actitud agresiva cuando se trata de un daño muy superficial, ni hacen de las cosas sin importancia un motivo de desacuerdo. La palabra “mez­quino” empleada en este versículo denota el conjunto de palabras o accio­nes que, aunque malintencionadas, causan poco daño u ofensa. La manse­dumbre exige que no se preste atención a tal conducta, y que se comporte con dignidad; pero si la conducta de una persona llega a dañar la vida, el honor o la propiedad, entonces la cualidad exigida no es la mansedumbre sino la indulgencia, de la que más tarde trataremos.

“Si alguien se comporta mal con vosotros, debéis responder a la maldad con mansedumbre, y el que era vuestro enemigo se convertirá en vuestro mejor amigo” (41:35).

En resu­men, la tranquilidad y la mansedumbre exigen que no se dé importancia a cosas banales, que no constituyen más que nimiedades inofensivas.

La cuarta cualidad moral comprendida en la categoría de la abstención del mal es la cortesía o la expresión cordial. El impulso natural, la raíz de la que brota la cualidad moral, es la alegría. Un niño, antes de saber expresarse con palabras, muestra alegría como sustituto de la cortesía y los buenos moda­les. Esto demuestra que la raíz de la cortesía es la alegría, que es una facultad natural y se convierte en la cualidad moral de cortesía al utilizarse en la ocasión debida. El Santo Corán nos enseña:

“Decid a la gente lo que es bueno” (2:84);

“Que ningún pueblo se burle de otro, pues puede que éste sea mejor que aquél. Que ningún grupo de muje­res se ría de otro, pues puede que éste sea mejor que aquél. No difaméis a otros ni les motejéis” (49:12).

“Evitad las sospechas; no os espiéis ni os calumniéis unos a otros” (49:13).

“No culpéis a nadie sin tener pruebas de su culpabilidad, y recordad que el oído, la mirada y el corazón serán llamados a rendir cuentas” (17:37).

Las cualidades morales relacionadas con hacer el bien

La segunda categoría de cualidades morales comprende aquellas relacio­nadas con hacer el bien. La primera de estas cualidades es la indulgencia o el perdón. Aquél que ofende a otro, le causa daño o dolor, y por lo tanto merece ser castigado, bien según la ley -mediante encarcelamiento o multa- o bien directamente por la persona ofendida. Perdonarle, cuando el perdón sea lo adecuado, sería hacerle un bien. En este sentido el Santo Corán nos enseña:

“Aquellos que controlan su cólera cuando son provocados, que perdonan los defectos de otros cuando es oportuno” (3:135).

“La recompensa del mal es el castigo correspondiente; mas si alguien perdona al ofensor, y como consecuencia le reforma, sin percibir daño alguno, es decir, si hace uso del perdón cuando es debido, aquél hallará su recompensa en Al-lah” (42:41).

Con estos versículos no nos recomienda el Santo Corán la indulgencia incondicional, ni la tolerancia del mal en todo momento, evitando castigar a los ofensores en todas las ocasiones. Con sus versículos no enseña más bien que una persona debe considerar si la ocasión requiere el perdón o el cas­tigo, eligiendo la postura más indicada tanto para el ofensor como para el público. A veces el ofensor se aleja del mal tras ser perdonado, pero otras veces es el perdón el que le incita a continuar haciendo el mal. Por consi­guiente Dios Exaltado nos aconseja que no nos acostumbremos a perdonar ciegamente en todas las ocasiones, sino que consideremos cuidadosamente cuál de los dos -el perdón o el castigo- sería el más apropiado, es decir cuál de los dos representaría la virtud, y nos pide que actuemos de acuerdo con tal consideración. Hay personas que son tan rencorosas que nunca olvidan los daños que se les hizo a sus padres o lo largo de generaciones, y hay otras personas que llevan el perdón y la indulgencia a tal extremo que a veces alcanzan el límite de la desvergüenza. La debilidad que supone en ellas el perdón y la indulgencia no es compatible con la dignidad, el honor, los celos y la castidad. Su conducta empañará su carácter y su perdón e indul­gencia sólo le acarreará la desaprobación de los demás. Por esta razón el Santo Corán hace hincapié en la importancia de practicar todas las cualida­des morales en el lugar oportuno y en la ocasión debida, condenando la práctica de cualquier cualidad moral en momentos inadecuados.

Es esencial recordar que la indulgencia por sí sola no constituye una cualidad moral. Es un impulso natural que se encuentra incluso en los niños. El niño olvida pronto el daño que le puede hacer una persona sin tener motivo y manifiesta cariño hacia ella, incluso si tal persona intentara matarle. Se entretiene y se contenta con sus palabras halagüeñas. Tal indulgencia no constituye de ninguna manera una cualidad moral. Llegaría a ser cualidad moral cuando se ejerciera en el lugar y el momento adecuados; de otro modo sería solamente un impulso natural. Existen pocas personas capaces de dis­tinguir entre un impulso natural y una cualidad moral. Hemos señalado repe­tidamente la distinción existente entre una auténtica cualidad moral y una condición natural. La cualidad moral se ve condicionada por el lugar y la ocasión, mientras que el impulso natural a veces surge cuando no es debido. La vaca es un animal inofensivo, y la cabra es humilde, y sin embargo no les atribuimos estas cualidades morales porque ambas carecen del sentido de la ocasión y el lugar. La sabiduría divina y el Libro verdadero y perfecto de Dios han hecho que cada cualidad moral esté supeditada al momento y al lugar para que su ejecución sea la adecuada.

La segunda cualidad moral en esta categoría es la equidad, la tercera la benevolencia y la cuarta el afecto como el que se muestra a los familiares. Dios el Glorioso ha dicho:

“Esto significa que debemos devolver el bien por el bien, y ser benevolen­tes cuando sea necesario, y hacer el bien con afán natural como si estuvié­ramos entre familiares, cuando la ocasión así lo requiera” (16:91).

Dios Exal­tado prohíbe la trasgresión y el ejercicio de la benevolencia cuando no es debido, y su omisión cuando el momento lo requiera; igualmente condena la falta del afecto que se muestra a los familiares en la ocasión debida, y el exceso de afecto cuando las circunstancias no lo requieran. Este versículo establece tres grados de bondad.

El primer grado consiste en devolver el bien por el bien. Este es el grado inferior, e incluso un hombre vulgar puede lograr fácilmente hacer el bien a sus benefactores.

El segundo grado es quizás un poco más difícil de alcanzar que el primero, y consiste en tomar la iniciativa de hacer el bien a los demás por pura bene­volencia. Este es el grado intermedio. La mayoría de los hombres muestran benevolencia hacia los pobres, pero esta benevolencia oculta cierto defecto, ya que la persona que la muestra lo hace buscando la alabanza y el agrade­cimiento a cambio de su caridad. Si en otra ocasión el objeto de la compa­sión se opone al benefactor, éste le considera ingrato, o le recuerda su acto de caridad, haciendo que le resulte pesaroso. Dios Exaltado avisa a los benefactores:

“No invalidéis vuestra limosna acompañándola por reproches o agravios” (2:265).

La palabra árabe que denota limosna (Sadaqah) se deriva de la raíz (sidq) que connota la sinceridad. Si la acción de dar limosna no se inspira en la sinceridad del corazón, entonces deja de ser limosna y se convierte en motivo de ostentación. Dado que los benefactores tienden a recordar a los beneficiarios sus actos de bondad, Dios Exaltado les previene contra ello.

El tercer grado de benevolencia es el afecto como el que se muestra a los familiares. Dios Exaltado establece que en este grado no debe existir nin­guna idea de caridad, ni ningún deseo de gratitud, sino que el bien se debe hacer por afecto verdadero, como el afecto de una madre hacia su hijo. Este es el grado superior, más allá del cual no se puede aspirar a nada. Pero Dios Exaltado ha impuesto una condición a todos estos grados: que el bien se haga siempre en el momento y lugar adecuado. El versículo arriba citado afirma claramente que de no ejercitarse con gran cuidado, estas virtudes tienden a degenerar en vicio. Por ejemplo, la equidad excesiva produce des­agrado convirtiéndose en algo indecente. El abuso de la benevolencia sería rechazado por la conciencia y la razón; el afecto entre familiares se convierte en opresión. La palabra árabe que denota opresión es baghy, que también la lluvia excesiva que destruye las cosechas. Así pues, tanto la falta como el exceso en la ejecución de lo que es justo se considera como baghy. En resumen, cualquiera de estas tres cualidades, ejercitadas indebidamente, se convierte en vicio. Por esta razón la tres están condicionadas por la opor­tunidad. Ha de tenerse en cuenta que la equidad, la benevolencia y el afecto no son, en sí, cualidades morales elevadas. Son condiciones naturales del hombre, facultades mostradas incluso por los niños antes de que desarrollen la facultad de razonar. La razón es una condición del ejercicio de una cuali­dad moral, y otra condición es que todas las cualidades morales elevadas se ejerciten en el lugar debido y la ocasión adecuada.

El Santo Corán nos proporciona varios consejos acerca de la benevolen­cia, todos ellos referentes a la condición de lugar y ocasión. Dice:

“¡Oh creyentes! Dad limosna o dad por caridad de la riqueza que legal­mente adquiráis”, es decir, aquella en la que no haya mezcla de bienes adquiridos por robo, soborno, apropiación indebida u otro medio desho­nesto. “No deis por caridad de lo que es inútil o impuro” (2:268).

“No invalidéis vuestra limosna con reproches ni agravios”, es decir no recordéis a los que hayáis ayudado el bien que les hicisteis, ni les agraviéis, porque de actuar así vuestra bondad será inútil. “No gastéis vuestra riqueza para que os vean los demás” (2:265).

“Sed benevolentes hacia el prójimo, porque Al-lah ama a los benefactores” (2:196).

“Los virtuosos beberán de la copa templada con alcanfor” (76:6-7).

La referencia al alcanfor significa que se borrarán de sus corazones todos los deseos ardientes e impulsos impuros del mundo. La raíz de la palabra árabe que denota el alcanfor significa suprimir o cubrir, y por lo tanto indica que las emociones impuras serán suprimidas, y los hombres virtuosos se harán puros de corazón y se refrescarán con el frescor del entendimiento. “Enton­ces beberán del manantial que, gracias a sus esfuerzos, brotará de la tierra”. Esto indica un profundo misterio de la filosofía del paraíso. El que quiera comprender que comprenda.

“Los verdaderos virtuosos son los que por amor a Al-lah dan de comer a los pobres, los huérfanos y los cautivos, ofreciéndoles una parte de su propia comida”, y asegurándoles: “No os imponemos ninguna obligación, sino que os ayudamos para que Al-lah esté contento con nosotros. No buscamos vuestra recompensa ni agradecimiento” (76:9-10).

Esto es prueba de que han alcanzado el tercer grado de la benevolencia, que dimana del afecto puro.

“Los virtuosos son los que por amor a Al-lah ayudan con su riqueza a sus familiares, los que utilizan su dinero para educar y enseñar a los huérfanos; para proteger a los pobres de la miseria y el hambre; para servir a los viajeros y a los que piden; para conseguir la libertad de los esclavos, y para aliviar el peso que oprime a los deudores” (2:178).

No son ni pródigos ni tacaños, sino que mantienen un equilibrio entre los dos extremos” (25:68).

“Unen lo que Al-lah ordenó uniérase, y temen al Señor” (13:22).

“Los que piden y los que no pueden pedir tienen derecho sobre sus riquezas” (51:20).

Por “los que no pueden pedir” se entiende los animales, tales como los perros, los gatos, los gorriones, los bueyes, los burros, las cabras y todas las criaturas que no pueden expresar con palabras sus necesidades.

“No se niegan a dar limosna en tiempos de hambre y adversidad, sino que siguen ayudando según su capacidad” (3:135).

“Dan limosna en secreto y en público” (13:23);

en secreto para que no los vean los demás, y en público para que sirva de ejemplo a otros.

“El importe destinado a obras caritativas debe emplearse para ayudar a los pobres y a los necesitados; para la remu­neración de los encargados de recoger y distribuir las limosnas; para librar al prójimo del mal; para obtener la libertad de los esclavos, para el alivio de los deudores y de los que sufren, y para ayudar a los que buscan a Al-lah, por amor a Él” (9:60).

“No podéis alcanzar el último grado de la virtud sin gastar lo que más apreciéis en beneficio del prójimo” (3:93).

“Dad a los pobres, a los necesitados y a los viajeros lo que en tiempo de necesidad precisen; pero no malgastéis vuestra riqueza” (17:27).

Esta ense­ñanza tiene por objeto impedir que la gente gaste dinero innecesariamente en bodas y nacimientos y otros lujos.

“Tratad con benevolencia a vuestros padres y a vuestra familia, a los huér­fanos, a los necesitados y a los vecinos, ya sean familiares o ajenos, a los viajeros, a vuestros siervos y vuestros caballos, vuestras vacas y demás ani­males. Esto es lo que Dios Vuestro Señor ama. No ama a aquellos que igno­ran las dificultades de los demás, que son tacaños y recomiendan a los demás la avaricia, ocultando sus riquezas a los que no poseen nada que puedan darles” (4:37-38).

El Verdadero Valor

Entre las condiciones naturales del hombre se encuentra una que se ase­meja al valor. Es ésta la condición natural de valentía que conduce al niño a poner la mano en el fuego. En esta condición el hombre se enfrenta intrépi­damente a tigres y otras bestias salvajes, y se dispone a combatir en solitario a un gran número de personas. Tal persona es considerada muy valiente. Pero se trata solamente de una condición natural que se encuentra incluso en los animales salvajes y en los perros. El verdadero valor, una de las cuali­dades morales elevadas, está condicionado por el lugar y la ocasión, como nos enseña la Santa Palabra de Dios en los siguientes versículos:

“Los valientes son aquellos que son firmes en el infortunio, en las tribula­ciones y las batallas” (2:178);

“Su constancia tiene como propósito la bús­queda y el encuentro con Al-lah, y no la exhibición de su valentía” (13:23).

“Están bajo la amenaza de aquellos que se reúnen para perseguirles, y debe­rían sentir miedo y sin embargo esto sólo fortalece su fe, y afirman “Al-lah es suficiente para nosotros” (3:174).

Su valentía, por lo tanto, no es como la de los perros y los animales salvajes, que proviene de sus instintos naturales y abarca un solo aspecto. Su valentía tiene dos facetas. A veces su valentía personal les permite luchar y vencer contra sus propias pasiones; y a veces consideran apropiado luchar contra un enemigo, y acometen contra él, no por el impulso de su pasión excitada, sino para defender la verdad. No con­fían en sí mismos, sino que confían en Dios y se comportan con valentía. No salen de sus casas insolentemente, y para que los demás los vean, ni siguiendo sus pasiones. Su único propósito es complacer a Dios (8:48).

Estos versículos muestran que el verdadero valor deriva de la constancia. Mantenerse firme ante todas las pasiones personales, ante todas las calamidades que atacan como enemigos, y no escaparse como un cobarde, es prueba de un verdadero valor. Por lo tanto, existe una gran diferencia entre la valentía humana y la de un animal salvaje. El animal salvaje reacciona de una sola forma, cuando se le provoca, pero el hombre que posee la verdadera valentía puede elegir entre la confrontación y la no resistencia, según lo que requiera la ocasión.

La Veracidad

Una de las cualidades naturales del hombre es la veracidad. Por regla general, el hombre no desea mentir, a no ser que algún motivo egoísta le induzca a hacerlo. Siente repugnancia por la mentira y se resiste a recurrir a ella. Siente desprecio y desagrado hacia aquél que se comprobó que mintió. Pero esta tendencia natural no puede considerarse cualidad moral. Incluso los niños y los dementes la muestran. No se puede llamar veraz a una per­sona mientras no deseche los motivos que le alejen de la verdad. El que dice la verdad cuando sus propios intereses no se ven afectados, pero que está dispuesto a mentir cuando se trata de su honor, sus bienes y su vida, huyendo de la verdad, no es superior a un niño o a un demente. ¿Acaso los dementes y los menores no dicen tal verdad? Apenas hay en el mundo quie­nes dirían una mentira sin tener motivo. La veracidad que se abandona para evitar un daño amenazante no constituye una cualidad moral. La ocasión que más exige que digamos la verdad es aquella en la que tememos perder la vida, los bienes o el honor. En este contexto la enseñanza Divina establece:

“Huid de la corrupción de los ídolos, y del falso testimonio” (22:31). Esto nos muestra que la falsedad es también un ídolo, y que aquél que en ella confía deja de confiar en Dios. De ahí que el que mintiese perdería a Dios.

“Cuando se os llama como testigos de la verdad, no os neguéis a ello” (2:283), y “no ocultéis el testimonio verdadero, porque aquél que lo oculta tiene un corazón malvado” (2:284).

“Cuando habléis, decid la verdad, y sed justos, incluso cuando el interfecto sea vuestro pariente” (6:153).

“Sed estrictos al observar la justicia, y dad vuestro testimonio sólo por amor de Al-lah, aunque tal ocasión perjudique a vuestros padres o a vuestros familiares, hijos, etc.” (4:136).

“No permitáis que la enemistad de la gente hacia vosotros os conduzca a la injusticia o la falsedad” (5:9).

“Los hombres y mujeres veraces tendrán una gran recompensa de Al-lah” (33:36).

“Se animan mutuamente a mantenerse siempre en la verdad” (103:4).

“Los que no se mezclan con los mentirosos” (25:73).

La Paciencia

Una de las cualidades naturales del hombre es la paciencia ante las enfer­medades y las aflicciones, a la que recurre después de muchas quejas y lamentaciones. Es natural que un hombre grite y gima ante las aflicciones, y que al final, tras desahogarse, emprenda la retirada. Ambas condiciones son naturales, pero no son en ningún sentido parte de una cualidad moral. En este contexto, la cualidad moral pertinente consiste en considerar cualquier pérdida sufrida como medio de devolver a Dios lo que El nos había otorgado, sin quejarse de ello. Debemos afirmar que se trataba de un don de Dios, que El ha retirado, y que nuestro deber es aceptar la voluntad de Dios. En este contexto el Santo Corán nos advierte:

“En verdad, os probaremos con temor, con hambre, con la pérdida de vues­tra riqueza, vuestra vida o el fruto de vuestro trabajo; a veces, morirán vues­tros queridos hijos; dad, pues, las buenas noticias a los perseverantes, que en la adversidad no pierden la esperanza, sino que afirman “Nosotros perte­necemos a Dios, y somos Sus siervos, y volveremos a El”. Para aquellos son las bendiciones y la misericordia de su Señor, pues son aquellos los que han conseguido el camino de Dios (2:156-157).

Esta cualidad moral se llama paciencia, o acatamiento ante la voluntad divina. En un aspecto se podría llamar equidad o justicia. A lo largo de la vida de un hombre, Dios Exaltado dispone miles de asuntos según los deseos de éste, y le otorga infinidad de favores de manera que sería ingrato por parte del hombre alejarse cuando Dios le pida que se someta a Su voluntad, mos­trándose crítico, perdiendo su fe y eligiendo el mal camino, mostrándose descontento con los deseos de Dios.

La Simpatía hacia la Humanidad

Entre las cualidades naturales del hombre se encuentra la compasión que siente hacia la humanidad. Los fieles de todas las religiones muestran una compasión natural hacia su propia gente, y muchos de ellos, bajo el impulso de tal compasión, se comportan mal con otras personas, como si no les consideraran seres humanos. Tal estado no puede describirse como cuali­dad moral. Es un impulso natural que se encuentra incluso en los pájaros. Por ejemplo, cuando muere un cuervo, acuden cientos de cuervos. Esta cualidad sólo llega a constituir una cualidad moral elevada cuando se ejerce en la ocasión debida, justa y equitativamente. Entonces constituye la gran cualidad moral designada, tanto en árabe como en persa, como “Simpatía”. Dios el Supremo hace referencia a esto en el Santo Corán, donde nos enseña:

“Ayudaos mutuamente en la piedad y en la rectitud, pero no cooperéis en el pecado ni en la trasgresión” (5:3).

“No faltéis en servir al prójimo” (4:105).”No luchéis en defensa de los traidores” (4:106).

“No defendáis a los que persistan en su infidelidad. Al-lah no ama a los pérfidos” (4:108).

La Búsqueda de un Ser Supremo

Una de las condiciones naturales del hombre es su búsqueda de un Ser Supremo hacia Quien experimenta una atracción inherente. Esto se mani­fiesta en el niño desde el momento de su nacimiento. Apenas nace, el niño muestra una característica espiritual que le inclina hacia su madre, y que se inspira en su amor por ella. Conforme se van desarrollando sus facultades, y su naturaleza se va mostrando más abiertamente, esta cualidad natural incrementa su intensidad. El niño no encuentra sosiego más que en el regazo de su madre. Separado o alejado de ella, la vida del niño se amarga. Ni una gran cantidad de regalos le inducen a alejarse de su madre, en la que se concentra toda su alegría. Entonces ¿cuál es la naturaleza de esta atracción tan fuerte que el niño siente hacia su madre?

Esta es la auténtica atracción que para el Verdadero Creador ha sido implantada en la naturaleza del niño. La misma atracción surge siempre que una persona siente amor por otra. Es un reflejo de la atracción hacia Dios, inherente en la naturaleza humana, como si el hombre buscara algo que echa de menos, algo de cuyo nombre ya no se acuerda, y que espera encontrar en una u otra de las cosas con las que se ocupa de vez en cuando. El amor de una persona hacia la riqueza, hacia sus hijos o su mujer, o la atracción de su alma hacia una voz musical, son todas ellas indicaciones de su búsqueda del Ser Amado. Ya que el hombre no puede ver con ojos físicos al Ser Invisible, Quien está latente en cada persona como la cualidad del fuego, aunque esté oculto, ni puede descubrirle a través del mero ejercicio de su imperfecta razón, éste se ha engañado tristemente en su búsqueda, y por equivocación ha atribuido Su posición a otros. El Santo Corán nos proporciona en este contexto un excelente ejemplo: el mundo se asemeja a un palacio con suelo de losas de cristal totalmente lisas, bajo las cuales se precipita una corriente de agua. Todos los que contemplan este suelo creen, equivocadamente, que se trata de una corriente de agua. Temen pisar el suelo como temen pisar una corriente de agua, aunque en realidad se trata solamente de losas de cristal, lisas y transparentes. En esta parábola, el suelo representa los cuerpos celes­tes -el sol, la luna, etc.- detrás de los cuales actúa una fuerza enorme, como el agua que se precipita debajo de las losas de cristal. Los que adoran los cuerpos celestes se equivocan al atribuir a los cuerpos celestes algo que en realidad procede del poder que opera detrás de ellos. Esta es la interpre­tación del versículo del Santo Corán:

“Es un gran palacio, cuyo suelo está hecho de losas de cristal lisas” (27:45).

En resumen, como el Ser de Dios Exaltado, a pesar de su resplandor, está totalmente oculto, este sistema físico que se extiende ante nuestros ojos no es, por sí solo, suficiente para permitirnos reconocer a este Ser. Por esta razón, los que han dependido de este sistema, observando detenidamente su orden perfecto y completo, junto con todas las maravillas comprendidas en él, y los que han estudiado con profundidad la astronomía, la física y la filosofía, y han, digamos, penetrado en los cielos y en la tierra, no han podido librarse de la oscuridad de las dudas y sospechas. Muchos de ellos han caído en graves errores, y se alejan cada vez más en busca de sus quimeras ridícu­las. Su máxima afirmación es que este gran sistema, reflejo de una gran sabiduría, debe tener un Hacedor y, sin embargo tal afirmación es incom­pleta, y tal percepción, deficiente. La afirmación de que el sistema debe tener un creador no equivale a la afirmación de que El, en verdad, existe. Tal afirmación no puede satisfacer al corazón, ni alejar las dudas del corazón. Tampoco representa la bebida que satisface la sed humana natural de com­prensión total. Es más, esta comprensión deficiente es sumamente peligrosa, pues a pesar de tanto ruido, no significa nada.

En resumen, si Dios Exaltado no confirma Su existencia a través de Su palabra, del mismo modo que la ha manifestado a través de Su obra, la mera observación de la obra no produce una satisfacción completa. Por ejemplo, si nos encontramos ante una puerta cerrada con pestillo desde dentro, nues­tra reacción inmediata es suponer que hay alguien dentro de la habitación, que ha echado el pestillo, ya que nos parece imposible que desde fuera se pueda echar el pestillo por dentro. Pero si a pesar de llamar repetidamente a la puerta durante varios años, no oyéramos nunca ninguna respuesta desde dentro, nuestra suposición de que hay alguien dentro tendrá que ser aban­donada, y nos veríamos obligados a deducir que el pestillo fue echado mediante algún mecanismo ingenioso. Esta es la situación a la que han llegado aquellos filósofos cuya comprensión se limita a la observación de la obra de Dios. Es una equivocación enorme imaginar que Dios es como un cadáver enterrado en la tierra, cuya recuperación depende del hombre. Si Dios sólo hubiera sido descubierto gracias al esfuerzo humano, sería vano esperar algo de Él. Efectivamente, durante toda la eternidad, Dios ha llamado al hombre, afirmando: Yo estoy presente. Sería una gran impertinencia ima­ginar que Dios queda obligado al hombre por haberle descubierto a través de su propio esfuerzo, y pensar que sin los filósofos Dios hubiera seguido siendo desconocido.

Resulta igualmente necio preguntar cómo puede Dios hablar si no tiene lengua con la que hablar. La respuesta es evidente: ¿Acaso no ha creado la tierra y los cuerpos celestes sin tener manos físicas? ¿No contempla el uni­verso sin ojos físicos? ¿No oye nuestras súplicas sin tener oídos físicos? Entonces ¿no es necesario que hable con nosotros?

Tampoco se debe afirmar que Dios habló en el pasado pero no habla ahora. No podemos limitar Su palabra ni Su discurso a ninguna época en concreto. Está tan dispuesto hoy como lo estuvo siempre a enriquecer a quienes Lo buscan de la fuente de la revelación, y las puertas de Su gracia están tan abiertas hoy como en el pasado. Es verdad, sin embargo, que puesto que la necesidad de una ley perfecta se ha cumplido, todas las leyes y las regulaciones se han completado. También se han cumplido todas las profecías, alcanzando su perfecta expresión en la persona de nuestro amo y señor, el Santo Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él.

La Razón de la Aparición del Santo Profeta en Arabia.

La sabiduría divina determinó que la luz de la última guía divina surgiera de Arabia. Los árabes son descendientes de Ismael, desterrado de Israel y dejado por la sabiduría divina en el desierto de Paran (Faran), que en árabe significa “dos fugitivos”. Los descendientes de Ismael fueron expulsados de Bani Israel por el mismo Abraham, y no participaron en la ley de la Torá, ya que estaba escrito que no heredarían de Isaac.

De este modo fueron abandonados por aquellos que fueron sus allegados, y no tuvieron relaciones con ningún otro pueblo. En todos los demás países se hallaron indicios y señales de culto y de mandamientos que coincidían en indicar que sus pueblos habían recibido en el pasado enseñanzas de los profetas. Arabia era el único país en que tales enseñanzas seguían totalmente desconocidas, y por lo tanto era el más atrasado de todos los países. A Arabia le llegó el turno al final, y recibió el don de la legislación profética universal, permitiendo a todos los países compartir de nuevo las bendiciones del Profeta, y eliminando todos los errores que entretanto se habían exten­dido entre los pueblos. El Santo Corán es el Libro Perfecto que emprendió la totalidad del proyecto de la reforma humana, y por lo tanto no se dirige a un solo pueblo. Se propone la reforma de todos, y expone todos los estadios del desarrollo humano. Enseña a los salvajes los modales y costumbres de la humanidad, y a continuación les inculca las cualidades morales elevadas. No hacen falta, por lo tanto, más libros que el Santo Corán.

Lo que el mundo debe al Sagrado Corán

El don del Santo Corán a la humanidad consiste en exponer la distinción entre el estado natural del hombre y sus cualidades morales, y no conten­tarse con conducir al hombre desde su condición natural hasta el palacio elevado de las cualidades morales superiores, sino también en abrir las puer­tas de la comprensión sagrada que eleva al hombre a la excelencia espiritual. De este modo, expone de manera ejemplar los tres tipos de enseñanza que ya hemos mencionado. Por comprender todas las enseñanzas necesarias para la formación religiosa, afirma haber cumplido con esta función hasta la perfección. Dice:

“En este día he perfeccionado vuestra religión para vuestro bien, y he completado Mis favores hacia vosotros, y he tenido a bien establecer el Islam como vuestra religión” (5:4).

Esto significa que en el Islam se alcanza el apogeo de la religión, en el que el hombre se debe entregar plenamente a Dios, buscando la salvación mediante el sacrificio de sí mismo por amor a Dios, y no por otro medio, y demostrando este móvil y determinación en su comportamiento. En este estadio todas las excelencias alcanzan su perfec­ción. Así, el Santo Corán nos presenta el Dios a quien los filósofos no supieron identificar. El Corán adopta dos métodos para alcanzar la com­prensión de Dios. El primero consiste en fortalecer e iluminar la razón humana, con el fin de aducir razones en apoyo de la existencia de Dios, para que el hombre no incurra en el error. El segundo es el método espiritual del que trataremos en la tercera consideración.

Pruebas de la existencia de Dios

A continuación destacaremos las excelentes e incomparables pruebas de la existencia de Dios contenidas en el Santo Corán. Dice así:

“Nuestro Señor es El que dio a todas las cosas sus facultades apropiadas, y las encaminó hacia el logro de sus objetivos” (20:51).

Si tenemos en cuenta el contenido de este versículo y consideramos la forma del hombre, y de todos los animales de la tierra y el mar, y de los pájaros, nos sorprende el poder de Dios, que ha dado a cada cosa su forma apropiada. Este es un tema muy amplio, y pedimos a nuestros oyentes que mediten profundamente acerca de él.

La segunda prueba de la existencia de Dios que nos proporciona el Santo Corán es que Dios es la causa final de todas las causas. Dice:

“Tu Señor es la causa final de todas las causas” (53:43).

La observación nos demuestra que el universo entero forma parte de un sistema de causa y efecto. Este sistema se halla en las raíces de todo el conocimiento. Ninguna parte de la creación existe fuera de este sistema. Hay cosas que son raíces de otras, Y hay cosas que son ramas. Una causa puede ser primaria, o puede ser efecto de otra causa, que a su vez es efecto de otra causa, etc. Ahora bien, resulta imposible que en este mundo finito, este sistema de causas y efectos sea infinito, sin límites. Tenemos que reconocer que debe acabar en una causa final. Esta causa final es Dios. Este versículo expone sucintamente el argumento, y afirma que el sistema de causa y efecto acaba en Dios.

Otra prueba de la existencia de Dios contenida en el Santo Corán es que “el sol no puede alcanzar a la luna, ni la noche, manifes­tación de la luna, puede aventajar al día, manifestación del sol. Ninguno de ellos puede moverse fuera de su órbita” (36:41). Si este sistema no tuviera regulador, todo acabaría en caos. Esta prueba resulta muy convincente para los astrónomos. Son tantos los cuerpos celestes que ruedan por el espacio que la más mínima desviación de sus órbitas provocaría la destruc­ción del mundo. Sin duda, el hecho de que estos cuerpos no choquen ni modifiquen su velocidad, ni se desvíen de su curso, ni se desgasten durante un período tan largo, ni sufran ninguna avería en su maquinaria, constituye una manifestación impresionante del poder divino. De no funcionar bajo la supervisión de un Autor Supremo, ¿cómo se explica que un sistema tan inmenso siga en marcha sin ayuda alguna durante innumerables años? En otra parte del Santo Corán, Dios Exaltado alude a esto con las palabras:

“¿Puede caber duda acerca de la existencia de Dios, Que ha creado los cielos y la tierra? (14:11).

Presenta otra prueba sutil de Su existencia en las palabras:

“Todo cuanto hay en la tierra, está sujeto a perecer, y sólo quedará el rostro de tu Señor, Amo de la Gloria y del Honor” (55:27-28).

Suponiendo que la tierra fuera reducida a la nada, y los cuerpos celestes destruidos, y todo se extinguiera por una explosión que borrara todo indicio de dichos cuerpos, la razón y la conciencia pura dictarían que tras toda la destrucción sobreviviría Uno que no podría ser destruido, que permanecería inmutable en Su estado original. Este Uno es Dios, Quien ha creado todo lo mortal y Quien es inmune a la mortalidad.

Otra prueba de Su existencia que Dios nos revela en el Santo Corán es: Dios preguntó a las almas:

“¿No soy Yo vuestro Señor?, y ellas contestaron “Así es” (7:173).

En este versículo, Dios Exaltado expone, en forma de pregunta y respuesta, la carac­terística que ha conferido a las almas; que por su propia naturaleza ningún alma puede negar la existencia de Dios. Los que niegan a Dios lo hacen porque no encuentran pruebas de Su existencia según sus propios capri­chos. Y sin embargo, reconocen que para cada cosa que se crea, debe haber un creador. No hay en el mundo nadie tan necio como para afirmar, si cae enfermo, que su enfermedad no tiene causa. Si el sistema del universo no estuviera compuesto de causa y efecto, no sería posible prever la venida de un tornado, o un eclipse solar o lunar, o que un paciente muriera a cierta hora, o que una enfermedad se viera agravada por otra al llegar a cierta fase. Por esta razón, un filósofo que niega la existencia de Dios, en realidad la está afirmando, porque él, como nosotros, busca las causas de los efectos. Esto constituye hasta cierto punto un reconocimiento, aunque dista de ser per­fecto. Además, si a quien negara la existencia de Dios se le pudiera insensibi­lizar, de tal modo que pasara bajo el dominio completo de Dios, desechando todos los deseos, impulsos y emociones de su vida en este mundo, entonces reconocería la existencia de Dios, y no la seguiría negando. Esto está con­firmado por expertos eminentes. El versículo arriba citado también indica que la negación de la existencia de Dios sólo constituye una manifestación de la vida terrenal de los hombres, ya que la verdadera naturaleza del hombre admite plenamente Su existencia.

Los Atributos de Dios

Hemos expuesto sólo estas pocas pruebas de la existencia de Dios, con la esperanza de que sirvan de ejemplo. A continuación consideraremos los atributos de Dios, hacia Quien nos llama el Santo Corán. Son los siguientes:

Esto significa que Dios es Único y sin compañero, y que nadie más que Él es digno de culto y obediencia. Se hace esta afirmación porque si Él tuviera compañero podría existir el temor de que un rival le superara, en cuyo caso la divinidad siempre estaría en peligro. La afirmación de que nadie más que Él es digno de culto significa que Él es tan perfecto, y Sus atributos tan excelentes y elevados, que si tuviéramos que elegir un dios del universo de atributos perfectos, o si tuviéramos que considerar los atributos mejores y más elevados que Dios debiera poseer, Él estaría por encima de todo lo que pudiéramos imaginar, por encima de todos sus rivales. Así es Dios, y sería totalmente equivocado mezclar compañeros en Su culto. Él es el Conocedor de lo invisible, es decir, sólo Él se conoce a sí mismo. Nadie puede compren­der su Ser. Podemos comprender enteramente el sol y la luna, pero no podemos comprender enteramente a Dios. Él es el Conocedor de lo visible, porque nada le está oculto. No se puede imaginar que Él ignore nada. Él tiene a la vista todas las partículas del universo, pero el hombre no posee una visión tan completa. Dios sabe cuándo puede romper este sistema y originar el Juicio. Nadie más sabe cuándo ocurrirá esto. Sólo Dios tiene conocimien­tos de tales sucesos. Se dice: Él es el Clemente. Esto significa que antes de crear los seres animados, y antes de que realicen cualquier acto, Él les proporciona todo, no en pago de lo que Le hayan hecho, ni por otro motivo, sino por Su pura bondad; por ejemplo, Él creó el sol y la tierra, y otras muchas cosas, para nuestra felicidad antes de crearnos a nosotros, y antes de que nosotros realizáramos ninguna acción. Esta bondad divina se designa Rahmaniyyat en el Libro de Dios, y por esta razón se llama Rahman a Dios Exaltado. Él recompensa plenamente las buenas acciones, y no despre­cia el esfuerzo de nadie. Debido a este atributo Él se llama Rahim, y el atributo se denomina “Rahimiyyat”.

Además se dice:

“Él es el Señor del Día del Juicio” (1:4).

Esto significa que Él, personal­mente, recompensa a todos. No ha transferido a ningún otro Su dominio de la tierra y de los cielos, a fin de apartarse totalmente de sus relaciones con Su creación; ni ha confiado a ningún otro la determinación de la recompensa para todas las cosas y en todos los tiempos.

A continuación se dice:

“Él es el Soberano sin defecto” (59:24).

Es evidente que la soberanía humana no está libre de defectos. Por ejemplo, si todos los súbditos de un rey terrenal dejaran su país para emigrar a otro, se acabaría su soberanía. O si todos los súbditos sufrieran hambre, ¿cómo se podrían recaudar los impuestos? O si los súbditos le preguntaran qué atributo tenía él que ellos no tuvieran y que justificara su deber de obedecerle, ¿qué les podría contestar? Pero la soberanía de Dios está libre de todo defecto. Él puede destruir todo en un momento y crear otro reino. De no ser Creador Omnipotente, Su reino no hubiera perdurado sin injusticia. Por ejemplo, habiendo perdonado y salvado a los pueblos del mundo una vez, ¿cómo podría adquirir otro mundo? ¿Hubiera intentado devolver al mundo a los que ya había salvado, para probarlos nuevamente? ¿Hubiera revocado tan injustamente Su perdón y Su salvación? En ese caso, Su divinidad habría resultado defectiva, y se habría convertido en rey imperfecto, igual que los reyes terrenales que no dejan de promulgar nuevas leyes para su pueblo, y que pierden la paciencia muchas veces; y cuando en su egoísmo ven que no pueden seguir sin come­ter injusticias, las cometen sin escrúpulos. En los reinos terrenales, por ejemplo, se considera admisible hundir un bote pequeño, con todos sus tripulantes, para afianzar la seguridad de un barco más grande, pero Dios está libre de tales obligaciones. De no haber sido Omnipotente y de no haber tenido el poder de crear algo a partir de la nada, Dios se hubiera visto obli­gado a recurrir a la injusticia, como hacen los reyes débiles, o se hubiera aferrado a la justicia, perdiendo su divinidad. El barco de Dios sigue su viaje, basando su poder en la justicia.

El siguiente atributo de Dios es que Él es la Fuente de la Paz. Es decir, Él está libre de todos los defectos, desgracias y calamidades, y proporciona la seguridad de todos. Si Él hubiera sido presa del sufrimiento, si Su pueblo hubiera podido matarle, o Sus designios se hubieran frustrado, ¿cómo se hubieran podido consolar los corazones de la gente con la convicción de que Él los libraría de sus desgracias?

Dios Exaltado describe la condición de las falsas deidades con las siguien­tes palabras:

“En verdad, aquellos a quienes invocáis en vez de Al-lah, no pueden ni siquiera crear una mosca, aunque para tal objeto se reunieran todos; y si la mosca se llevara algo suyo, no se lo podrían quitar. Sus adoradores carecen de inteligencia, y las deidades carecen de poder. ¿Pueden éstas ser dioses? Dios es más poderoso que todos los poderosos. Es el Potente que supera a todos. Nadie puede capturarle ni matarle. Los que cometen estos errores no tienen un verdadero concepto de los atributos divinos” (22:74-75).

Además, Dios es el Deparador de Seguridad, y nos proporciona pruebas de sus atributos y Su Unidad. Esta es una indicación de que el que cree en el verdadero Dios no se avergüenza de cualquier compañía, ni ha de avergon­zarse ante Dios, porque dispone de pruebas concluyentes. Pero el que cree en un falso dios se halla profundamente turbado. A todo lo que carece de sentido lo llama misterio, para que no se burlen de él, e intenta ocultar errores palpables.

También:

El Protector, el Poderoso, el Excelso, el Supremo. Esto significa que pro­tege y domina todo, restaura todo lo que se degenera y está más allá de toda necesidad.

“El es Al-lah, el Creador, el Hacedor, el Diseñador; Suyos son los nombres más hermosos. Todo cuanto se halla en la tierra y los cielos Le glorifica. Es Poderoso, Sabio” (59:25).

Esto significa que es el Creador de los cuerpos y de las almas. El forma la imagen del niño en el vientre, y a Él pertenecen todos los nombres hermosos que el hombre pueda imaginar.

Los moradores del cielo y los de la tierra Le glorifican. Esto nos indica que los cuerpos celestes también están poblados, y que sus moradores siguen las enseñanzas divinas.

“Tiene poder para hacer todo lo que desea” (2:149).

Esto proporciona un gran sosiego para los que Le adoran, pues ¿qué se puede esperar de un dios débil e impotente?

Además se dice:

“El es el Señor de los mundos, el Clemente, el Misericordioso Amo del Día del Juicio” (1:2-4).

Esto significa que El mantiene al Universo, y es Amo del Día del Juicio, y no remite a nadie la responsabilidad del Juicio. Y “Yo respondo a la llamada de quien me llama, es decir, que acepta las oraciones” (2:187).

“El Sempiterno, Auto-Subsistente y Mantenedor de todo” (3:3).

La vida de todas las vidas, el apoyo de todos los seres. Es el Sempiterno, porque si no lo fuera, los que Le adoran podrían temer que muriera antes que ellos. Además se dice:

“Anuncia: El es Al-lah, el Único. No engendra ni fue engendrado; no tiene igual ni semejante” (112:2-5).

La justicia que el hombre debe a su Creador consiste en creer firmemente en la Unidad de Dios, sin la menor desviación de esta creencia. Hemos expuesto las enseñanzas morales del Islam, a través del Santo Corán. Su principio básico es que nunca debe haber ni exceso ni carencia; es caracte­rístico de la cualidad moral el que no exceda ni se reduzca del límite apro­piado. Es evidente que la virtud se halla entre los dos extremos.

Sólo las costumbres que pretenden situarse entre los extremos pueden llegar a ser cualidades morales. El reconocimiento del lugar oportuno y la ocasión adecuada representa en sí mismo el término medio. Por ejemplo, un agricultor que siembre demasiado pronto o demasiado tarde se desvía del camino intermedio. La virtud, la verdad y la sabiduría se hallan en el punto medio, y lo idóneo es el momento oportuno; es decir que la verdad siempre se encuentra entre dos falsedades opuestas. No cabe duda de que al aguar­dar la ocasión debida una persona se mantiene en el término medio. Hallarse en el punto medio con respecto a Dios significa que a la hora de exponer los atributos divinos, una persona no debe tener tendencia a negar los atributos divinos, ni afirmar que Dios se parece a cosas materiales. Esta es la postura adoptada por el Santo Corán con respecto a los atributos divinos. Afirma que Dios ve, oye, sabe, habla; y para que no Le comparemos a Su creación, también afirma:

“Nada se le asemeja” (42:12); y

“No inventéis semejanzas con respecto a Dios” (16:75).

Esto significa que el Ser y los atributos de Dios no tienen igual, y Él no se parece en nada a Sus criaturas. El término medio se halla en una concepción de Dios entre la semejanza y la trascendencia. El Sura Fatiha también recomienda la adopción del camino intermedio. Nos enseña a rogar que Él nos guíe por el camino de aquellos que han recibido las bendiciones de Dios, no por el de aquellos que han merecido Su ira, ni el de aquellos que se han desviado (1:7). Por “aquellos que han merecido Su ira” se entiende aquellos que en yuxtaposición a Dios se rinden ante la cólera, y se compor­tan como salvajes; y por “aquellos que se han desviado” se entiende las personas que se comportan como animales. El camino intermedio es el que se ha descrito como el camino de los que han recibido las bendiciones de Dios. En resumen, a estas personas benditas el Santo Corán recomienda la adopción del camino intermedio. En la Torá, Dios Exaltado hace hincapié en la retribución, y en el Evangelio hace hincapié en la indulgencia y el perdón. A los musulmanes se les enseña que busquen lo oportuno, y que se atengan al camino intermedio, como dice:

“Así os hemos hecho el pueblo del intermedio” (2:144),

lo que significa que se les enseña a los musulmanes atenerse siempre al término medio. Biena­venturados sean aquellos que elijan el camino intermedio. “El término medio es lo mejor”.

Las Condiciones Espirituales

La tercera consideración es: ¿Cuáles son las condiciones espirituales? Ya hemos afirmado que según el Santo Corán la fuente de las condiciones espirituales es el alma en paz, que eleva a una persona del estadio del ser moral hasta el del ser divino, como dice Al-lah el Glorioso:

“Oh alma en paz, que has hallado sosiego en Dios, vuelve a tu Señor, pues estás contenta con El, y El contigo. Ahora ven y únete a Mis siervos elegidos, y entra en Mi jardín” (89:28-31).

Ha de recordarse que la condición espiritual más elevada de un hombre en esta vida se alcanza cuando halla sosiego en Dios, y centra en Dios toda su satisfacción, su éxtasis y su felicidad. Esta condición se llama vida celestial. En este estadio al hombre se le otorga la vida celestial en este mundo, como recompensa a su perfecta sinceridad, pureza y fidelidad. Los demás se afa­nan por un Paraíso futuro, pero él en esta misma vida entra en el Paraíso. Al alcanzar este estadio, el hombre comprueba que el culto prescrito para él constituye, en verdad, el alimento que sostiene a su alma, del cual depende en gran parte su vida espiritual, y comprueba también que su consumación no se retrasa hasta la otra vida. Todos los reproches por parte del alma acusadora acerca de la vida salvaje del hombre, aquellos reproches que no consiguen despertar plenamente en él el anhelo de la virtud, ni generar en él una repugnancia por sus deseos impuros, ni otorgarle el poder que le per­mita atenerse siempre a la virtud, ahora se ven transformados por este impulso que constituye el comienzo del desarrollo del alma en paz. Al alcan­zar este estadio, el hombre llega a ser capaz de conseguir una prosperidad completa. Todas sus pasiones egoístas se marchitan, una brisa fortalecedora comienza a soplar sobre su alma, y el hombre contempla con remordimiento su debilidad anterior. En este estadio, la naturaleza del hombre y sus cos­tumbres experimentan una transformación total, y el hombre se aleja de su condición anterior. Se le limpia y purifica, y Dios inscribe en su corazón el amor a la virtud y lo libra, con Su propia mano, de la impureza del vicio. Las fuerzas de la verdad irrumpen en la ciudadela de su corazón, y el bien ocupa todas las fortificaciones de su naturaleza. La verdad se proclama vencedora, y la falsedad, depuestas las armas, huye. La mano de Dios se halla sobre su corazón, y el hombre camina siempre bajo la sombra de Dios. Dios Exaltado ha señalado todo esto en los siguientes versículos:

“A éstos Al-lah con su propia mano grabó la fe en sus corazones, y los fortaleció con el Espíritu Santo” (58:23).

“Al-lah hizo que amarais la fe, imprimiendo su belleza en vuestros corazones. También hizo que odiarais la incredulidad, el mal y la desobediencia, y los vicios de los malos caminos. Y todo esto ha tenido lugar por la gracia y favor de Al-lah. Al-lah es Sabio, Omnisciente” (49:8-9).

“Ha llegado la verdad y ha desaparecido la falsedad, porque la falsedad tiene que desaparecer” (17:82).

Todo esto pertenece a la condición espiritual alcanzada por el hombre en el tercer estadio. Nadie puede aspirar a la verdadera percepción antes de llegar a esta condición. El que Dios inscriba la fe en su corazón con la propia mano, y que le fortalezca con el Espíritu Santo significa que nadie puede conseguir la verdadera pureza y rectitud sin recibir ayuda divina. En el esta­dio del alma acusadora, el hombre se arrepiente una y otra vez, y, sin embargo, vuelve a tropezar y a menudo se desespera, considerando que su condición no tiene remedio. Permanece en esta situación durante cierto período, y al llegar el momento elegido, desciende sobre él, de noche o de día, una luz que posee poder divino. Con el descenso de la luz, experimenta un cambio maravilloso, percibe el control de una mano oculta y contempla un mundo lleno de maravillas. Es entonces cuando se da cuenta de la exis­tencia de Dios, y sus ojos se llenan de un brillo que antes no poseían.

¿Cómo descubrir aquel camino? ¿Cómo adquirir aquella luz? Que conste que en este mundo cada efecto tiene una causa, y detrás de cada acción hay alguien que actúa. Existe, para la adquisición de todos los conocimientos, un camino llamado el camino recto. En este mundo no se consigue nada sin obedecer las reglas establecidas a este respecto por la naturaleza desde el principio. La ley de la naturaleza nos enseña que para el logro de cualquier propósito existe un camino recto, y sólo se puede conseguir el propósito siguiendo el camino recto. Por ejemplo, si estamos sentados en una habita­ción oscura, lo correcto para obtener la luz solar es abrir una ventana que dé al sol. Al hacerlo, la luz del sol entrará enseguida en la habitación, iluminán­dola. Es evidente, por lo tanto, que para conseguir el amor de Dios y la verdadera gracia, debe existir alguna ventana, y debe haber un procedi­miento correcto para adquirir la pura espiritualidad. Entonces debemos bus­car el camino recto hacia la espiritualidad del mismo modo que buscamos un camino recto para lograr cualquier otro propósito. Aquel método no consiste en intentar hallar a Dios sólo mediante nuestro propio razonamiento, siguiendo los caminos elegidos por nosotros mismos. Las puertas que sólo pueden ser abiertas por Sus manos poderosas no cederán ante nuestra lógica ni nuestra filosofía. No podemos hallar a Dios Sempiterno y Sustenta­dor mediante nuestros propios recursos. El único camino recto para lograr tal propósito consiste, primero en dedicar nuestras vidas y todas nuestras facultades a Dios Exaltado y, después entregarnos a las plegarias para hallarle. De este modo hallaremos a Dios a través del mismo Dios.

La oración más excelente que nos enseña acerca del momento y la oca­sión de la oración y traza una imagen de celo espiritual es la que Dios el Bondadoso nos revela en el capítulo inicial del Santo Corán. Dice así:

Una Oración Excelente

“Todas las alabanzas son de Al-lah sólo, Creador y Sustentador de todos los mundos” (1:2).

“En Su clemencia se ocupa de nuestro bienestar, antes de que realicemos ningún acto y después de que actuemos, El recompensa nuestros actos con Su clemencia” (1:3).

“Es el Único Soberano del Día del Juicio, y no ha cedido a ningún otro aquel Día” (1:4).

¡Oh Tú que comprendes todo estos atributos! “Sólo a Ti adoramos e implo­ramos Tu ayuda en todas nuestras cosas” (1:5).

El uso del pronombre plural en este contexto nos indica que todas las facultades se ocupan en Su culto, y se postran en el umbral de Su voluntad. Todos los hombres, en virtud de sus facultades internas, no son individuales sino entidades múltiples, y la postra­ción de sus facultades ante Dios es la condición que se llama Islam.

“Guíanos por Tu camino recto, y sitúanos firmemente en él”; el camino de los que han recibido Tus gracias y Tus favores (1:6),
y no de aquellos que han incurrido en Tu ira, ni de aquellos que se desviaron y no Te alcanzaron” (1:7) Amén.

Estos versículos nos revelan que las bendiciones y las gracias divinas sólo se otorgan a aquellos que sacrifican la vida por la causa de Dios y se dedican plenamente a El y, sometidos a Su voluntad, suplican que Él les otorgue todas las mercedes espirituales que el hombre pueda recibir, llevándoles más cerca de Dios, para encontrarle y para oír Sus palabras. Con esta súplica, rinden culto a Dios a través de todas las facultades, evitan el pecado y se postran ante el umbral divino. Se protegen contra el vicio, y se apartan de los caminos de la ira de Dios. Como buscan a Dios con una resolución inque­brantable y una sinceridad perfecta, Le hallan, capacitándose para beber profundamente de la copa del conocimiento de Dios. La gracia perfecta y verdadera que eleva al hombre al mundo espiritual depende de la firmeza, que supone un grado tan alto de sinceridad y fidelidad que no puede ser quebrantado por ninguna prueba. Significa una relación estrecha con lo divino, un lazo que no puede ser cortado por la espada, ni devorado por el fuego, ni dañado por ninguna calamidad. La muerte de seres queridos o la separación de ellos no debe debilitar este lazo, ni el temor al deshonor debe afectarlo, ni la muerte dolorosa alejar al corazón en lo más mínimo. Así pues la puerta es muy estrecha y el camino muy difícil. ¡Ay, cuán difícil es!

A esto se refiere Dios en el siguiente versículo:

“Diles: si vuestros padres, vuestros hijos, vuestros hermanos, vuestras esposas, vuestros parientes, la riqueza que habéis adquirido, el comercio que teméis se inmovilice y las viviendas que os son gratas, os son más queridos que Al-lah y Su Mensajero y los esfuerzos en Su causa, entonces esperad a que Al-lah declare Su juicio. Al-lah no guía a los desobedientes” (9:24).

Este versículo demuestra claramente que son transgresores a los ojos de Dios aquellos que aman a su familia y sus bienes más que la voluntad de Dios, y que por haber preferido otras cosas en vez de Dios serán destruidos. Este es el tercer estadio, en el que el hombre se vuelve divino, soportando por amor de Dios innumerables calamidades y volviéndose hacia Él con devoción y sinceridad tan exclusivas que aparte de Él considera muertos a todos sus parientes. En verdad que hasta que no nos entreguemos a la muerte, no podremos ver a Dios Vivo. El día en que nuestra vida física conozca la muerte, será el día de la manifestación de Dios. Estaremos ciegos hasta que no veamos nada aparte de Dios. Estaremos muertos hasta que muramos en la mano de Dios. Sólo cuando nos enfrentemos completamente a Dios adquiriremos la firmeza que vencerá las pasiones egoístas, una fir­meza que provocará la muerte de la vida dedicada a fines egoístas. Esto se describe en el versículo:

“Esto significa que Dios nos pide que sacrifiquemos la vida por Él” (2:113).

Alcanzaremos la firmeza cuando nuestros poderes y facultades se dediquen a Él y cuando el objeto de nuestra vida y muerte sea Su voluntad, como Él dice:

“Di, ¡Oh Profeta!: Mis oraciones, mi sacrificio, mi vida y mi muerte son por amor a Al-lah” (6:163).

Cuando el amor del hombre a Dios llega hasta tal grado que su muerte y su vida carecen de interés para él, siendo sólo por amor a Dios, entonces Dios -que siempre ha amado a los que le aman- hace que Su amor descienda sobre él, y de la unión de estos dos amores surge una luz dentro del hombre que el mundo no reconoce ni comprende. Miles de elegidos y hombres justos tuvieron que sacrificar su vida porque el mundo no los reconocía, y los consideraba egoístas y mentirosos, porque no veía sus rostros resplande­cientes. Como dice el Santo Corán:

“Te miran, pero no te ven” (7:199).

En resumen, el hombre se convierte en ser celestial desde el día en que la luz celestial le ilumina. El Amo de todas las cosas habla dentro del hombre, manifestando la luz de Su divinidad, y haciendo de Su corazón, lleno de Su amor, Su trono. Y cuando por su transformación brillante, este hombre se convierte en otra persona, ve que Dios es un Dios nuevo, que le enseña nuevos caminos. No es que Dios se convierta en otro Dios, ni que los nuevos caminos sean distintos de Sus caminos, sino que son distintos de Sus caminos usuales, y la filosofía mundana los ignora. El hombre se convierte en uno de aquellos a los que hace referencia este versículo:

“Entre los hombres hay algunos elevados, que se dedican plenamente a buscar el agrado de Al-lah a cambio de sus propias vidas. A éstos se destina la mayor Compasión de Al-lah” (2:208).

Por lo tanto, el que llega al estadio de la vida espiritual se consagra plenamente a Al-lah.

En este versículo Dios Exaltado nos enseña que sólo se libra del sufri­miento aquél que entrega su vida para complacer a Al-lah, y que demuestra su devoción sacrificando su vida, que es de Dios. Que considera que todo su ser ha sido creado para obedecer a su Creador y para servir a su prójimo. Que realiza todas las virtudes relacionadas con cada una de sus facultades con celo y sinceridad, como si viese a su Verdadero Amado en el espejo de su obediencia. Su voluntad se identifica con la voluntad de Dios, y todo su placer se centra en su sumisión a Dios. Realiza actos buenos no por obligación sino por placer y satisfacción. Este es el paraíso que se otorga al hombre espiritual en esta vida. El paraíso que se le otorgará en la otra vida será reflejo de este paraíso, que se manifestará físicamente a través del poder divino. A esto aluden los siguientes versículos:

“Para el que teme comparecer ante el Señor, y respeta Su Majestad y Su Grandeza, hay dos jardines, uno en este mundo y otro en la vida futura” (55:47).

“Los que dedican su vida completamente a Dios beberán de la copa que purifica sus corazones, sus pensamientos y sus designios” (76:22).

“Los virtuosos beberán de la copa templada con alcanfor, de la fuente de la que beben los siervos de Al-lah, que hacen manar por sí mismos” (76:6-7).

El significado de las bebidas preparadas de alcanfor y jengibre

Ya hemos explicado que la palabra Kafoor se utiliza en este versículo porque la palabra árabe Kafara significa “suprimir” o “cubrir”. Esto indica que tales personas han bebido tan profundamente de la copa que les separa del mundo y lleva hacia Dios, que se enfría todo su amor mundano. Es bien conocido que todas las pasiones tienen su origen en el corazón, y cuando el corazón se aleja de las ideas impuras y no vuelve nunca a ellas, las pasiones disminuyen y acaban por desaparecer; éste es el sentido de este versículo, es decir, tales personas se apartan tanto de las pasiones egoístas, y se inclinan tanto hacia Dios, que sus corazones se enfrían en relación con las actividades mundanas, y las pasiones se suprimen, como el alcanfor suprime la materia venenosa.

Prosigue: Se les dará a beber de un copa templada con jengibre (76:18-19).

La palabra árabe que denota jengibre (zanjabil) es una palabra compuesta de zana y jabal. En idioma árabe, Zana denota “subir” y jabal “montaña”; por lo tanto, Zanajabal significa “El sube a la montaña”. Ha de recordarse que cuando una persona se recupera de una enfermedad venenosa, atraviesa dos fases de mejoría antes de recobrar por completo la salud y la fuerza. En la primera fase, se elimina la materia venenosa y se reforman las tendencias peligrosas, evitándose las condiciones tóxicas y suprimiéndose el ataque mortal, pero al mismo tiempo los miembros están todavía débiles, y el paciente camina con fatiga, porque todavía le falta fuerza. En la segunda fase el paciente goza de plena salud, su cuerpo recupera su fuerza, y se siente capaz de subir a las montañas y correr por las cimas más altas. Esta es la condición a que se llega en el tercer estadio de progresión espiritual y es esta condición a la que alude Dios Exaltado al decir que los hombres divinos del más alto rango beben de la copa templada con jengibre; es decir, al llegar a la plena fuerza de su condición espiritual son capaces de subir a las montañas más altas, realizar grandes proyectos y hacer grandes sacrificios por amor a Dios.

El efecto del jengibre

Cabe destacar que una de las cualidades del jengibre es la de fortalecer el sistema, engrendando calor en el cuerpo y aliviando la disentería, para que el paciente se vuelva capaz de subir a las montañas. El motivo de la yuxtaposi­ción de alcanfor y jengibre es el de indicar que cuando el hombre se eleva desde una condición de subordinación de las pasiones hasta la virtud, el primer resultado es que se calma la riada de pasiones internas, y se suprime la materia venenosa que le ataca, del mismo modo que el alcanfor elimina materias tóxicas. Por esta razón el alcanfor resulta útil en el tratamiento de la fiebre tifoidea y el cólera. Una vez suprimida la materia tóxica, el paciente recupera su salud, aunque se siente todavía débil. En el segundo estadio, él paciente saca fuerza de una bebida templada con jengibre. En términos espirituales, esta bebida es la manifestación de la belleza divina, que ali­menta al alma. Vigorizado con esta manifestación, el hombre es capaz de subir a las montañas más altas, es decir, realiza por amor a Dios actos tan difíciles que nadie los puede emular a no ser que su corazón esté inspirado por el calor del amor. En estos versículos Dios Exaltado emplea dos palabras para ilustrar estas dos condiciones: una es alcanfor, que significa supresión, y la otra es jengibre, que significa subir. Estas son las dos condiciones encontradas por los que buscan a Dios.

“Para los no creyentes hemos preparado cadenas, argollas y un fuego ardiente” (76:5). Esto significa que para aquellos que rechazan la verdad, y que nunca muestran intención de aceptarla, Dios ha preparado cadenas, argollas y un fuego ardiente. El sentido es que aquellos que no busquen a Dios con un corazón puro sufrirán una reacción severa. Su inmersión en los asuntos terrenales no les permite dar un paso, como si tuvieran encadenados los pies, y se hallan tan inclinados hacia las actividades de este mundo que parece que tuvieran argollas por el cuello que no les permitieran levantar los ojos hacia los cielos. Desean con ardor las cosas de este mundo: bienes, autoridad, dominio, riqueza, etc. Ya que Dios Exaltado les halla indignos, y entregados a deseos impuros, les impone estos tres sufrimientos. Esto nos indica que a cada acción humana corresponde una acción de Dios. Por ejemplo, cuando una persona cierra todas las puertas y ventanas de su habi­tación, la oscuridad subsiguiente es resultado de una acción divina. Todas las consecuencias inevitables de nuestras acciones, decididas por Dios según las leyes naturales, son realmente acciones de Dios, porque Él es la Causa de todas las causas. Por ejemplo, si un hombre toma veneno, este acto humano iría seguido de un acto divino: la muerte del hombre. Del mismo modo, si una persona contrae una enfermedad por haberse comportado indebidamente, su acción provocará una reacción divina: la enfermedad. Así observamos claramente que en este mundo cada una de nuestras acciones conlleva un resultado inevitable, y este resultado es un acto de Dios Exal­tado. La misma ley se aplica igualmente a cuestiones religiosas. Por ejemplo, se dice:

“En cuanto a los que se esfuerzan en Nuestro camino, en verdad los guiaremos por Nuestras sendas. Pues Al-lah está en verdad con los que hacen el bien.” (29:70)

Esto significa que, como consecuencia de la plena dedicación de las per­sonas en la búsqueda de Dios, Su acto inevitable es el de guiarles por los caminos que conducen hacia Él.

Por contraste se dice:

“Cuando se desviaron del buen camino, y rehusaron seguirlo, Nuestra acción subsi­guiente fue hacer que sus corazones se pervirtieran” (61:6).

Se explica más ampliamente este punto en el siguiente versículo:

“El que permanece ciego en esta vida, también estará ciego en la otra vida, y se apartará aún más” (17:73).

Esto nos indica que los virtuosos hallan a Dios en esta vida, y ven al Verdadero Amado en este mundo. El sentido de este versículo es que la base de la vida celestial se halla en este mundo, y que la raíz de la ceguera infernal es la vida ciega e impura en este mundo. Además se dice:

“Da las buenas nuevas a los que creen y hacen buenas obras, porque suyos serán los jardines, bajo los que corren arroyos” (2:26).

En este versículo, al comparar la fe con jardines bajo los que fluyen arroyos, se nos indica que la fe está relacionada con las buenas obras, como un jardín está relacionado con el agua del río o del arroyo. Así como un jardín no florece sin agua, así también la fe no sobrevive sin buenas obras. La fe sin buenas acciones es vana; las acciones sin fe son mera exhibición. La realidad del paraíso islá­mico estriba en que es un reflejo de la fe y las acciones del hombre en esta vida, y no algo que se le otorga al hombre desde fuera. El paraíso de cada hombre se desarrolla dentro de él, es su fe y sus buenas acciones, y en esta vida comienza a probar sus deleites, percibiendo los jardines y arroyos ocultos de la fe y las buenas obras, que se manifestarán plenamente en la otra vida. La Santa Enseñanza de Dios nos revela que la fe pura, perfecta y firme en Dios, en Sus atributos y Sus designios, es un hermoso jardín de frutales, y las buenas obras son arroyos que riegan el jardín. Dice el Santo Corán:

Esto significa que una palabra de fe, libre de todo exceso, defecto, false­dad y vanidad, una palabra perfecta en todos los sentidos, se parece a un árbol libre de defectos, cuya raíz está firmemente arraigada en la tierra, y cuyas ramas alcanzan los cielos. El árbol da fruto durante todo el año, y sus ramas nunca se hallan sin frutas (14:25-26). Al comparar una palabra de fe con un árbol siempre fructífero, Dios Exaltado ha llamado la atención sobre tres de sus características.

La primera es que su raíz, es decir, su verdadero sentido, esté firmemente arraigada en el suelo del corazón o sea que su verdad y realidad sean aceptables a la naturaleza y la conciencia humanas.

La segunda característica esencial es que sus ramas alcancen al cielo, es decir que estén apoyadas por la razón, concordando con la ley divina de la naturaleza, que es obra de Dios. Dicho de otro modo, que de las leyes de la naturaleza se deduzcan pruebas de su verdad, y que dichas pruebas estén por encima de toda crítica.

La tercera característica es que dé fruto incesantemente, sin límites; es decir que las bendiciones y los efectos que se deriven de la palabra sigan manifestándose continuamente, y que no dejen de manifestarse después de cierto período.

De nuevo dice:

“Una palabra mala se parece a un mal árbol, arrancado de la tierra y sin ninguna estabilidad” (14:27);

esto significa que la naturaleza humana la rechaza, y ni la razón ni la naturaleza o conciencia humana la pueden susten­tar. Tiene tan poca fuerza como un cuento inútil. El Santo Corán ha señalado que los árboles de la verdadera fe portarán en el futuro uvas, granadas y otras buenas frutas, mientras que del mal árbol, el árbol de la incredulidad, que se llama Zaqqum, dice el Santo Corán:

“¿Acaso proporciona más placer que los jardines del paraíso el árbol del Zaqqum, que Nosotros hicimos como medio de castigo para el malvado? Este es un árbol que brota de la raíz del infierno, y que crece por la arrogan­cia y el egoísmo (1). Sus yemas son como las cabezas de Satanás ,es decir, quien coma de él se arruinará” (37:63-66).

Más tarde se dice:

“El árbol del Zaqqum es el alimento de los que pecan deliberadamente. Hervirá en sus vientres como el cobre en ebullición” (44:44-47).

Se mandará al pecador:

“Ahora sufre esto, tú que te consideraste poderoso y honorable” (44:51).

Esta es una expresión de la ira de Dios, que significa que de no haber sido arro­gante, y de no haberse apartado de la verdad, por orgullo y por una idea falsa de su dignidad, no habría tenido que sufrir de esta forma. Este versículo indica que la palabra Zaqqum es un compuesto de Zuq, que significa “prué­balo”, y am que se forma de la primera y la última letra del resto de la frase. El uso repetido ha transformado la letra “dal” en “zá”.

Dios Exaltado describe, pues, las palabras de fe pronunciadas en esta vida como árboles del paraíso. Del mismo modo describe las palabras de infideli­dad pronunciadas en esta vida como el árbol del infierno, que El llama Zaq­qum, mostrando así que la vida celestial y la vida infernal tienen su raíz en esta vida.

En otra parte del Santo Corán, se describe al infierno como un fuego cuyo origen es la ira de Dios, que se enciende en el pecado y que domina al corazón (104:7-8). Esto nos indica que en la raíz de este fuego se hallan los dolores, las penas y las torturas espirituales que afligen al corazón. Todos los tormentos espirituales nacen en el corazón y acaban por dominar al cuerpo entero. En otra parte del Santo Corán leemos que el combustible del fuego infernal -lo que le mantiene ardiendo- es de dos tipos. El primero, los hombres que se apartan de Dios para adorar otras cosas, o se hacen adorar a sí mismos.

Las falsas deidades y sus adoradores serán arrojados al infierno. El segundo tipo de combustible del fuego infernal son los ídolos. De no haber habido falsas deidades ni ídolos, ni devotos de éstos, el infierno no habría existido (2:25; 21:99).

Todos estos versículos demuestran que, en la Santa Palabra de Dios, el cielo y el infierno no se parecen al mundo físico. Su origen es espiritual y, aunque es verdad que asumirán formas concretas en la otra vida, sin embargo no pertenecerán a este mundo.

El Método de Establecer una Relación Espiritual Perfecta con Dios

El Santo Corán nos enseña que el método de entrar en una relación espiri­tual perfecta con Dios es el Islam, porque significa dedicar la vida entera en la causa de Dios, y ocuparse con las súplicas enseñadas en la Sura Fatiha. Esto es la esencia del Islam. La sumisión total a Dios, y las súplicas enseña­das en la Sura Fatiha, constituyen los mejores y únicos métodos de hallar a Dios, y de beber del manantial de la verdadera salvación. La ley de la natura­leza no nos ha proporcionado otro método para alcanzar la suprema exalta­ción del hombre, y su unión con la Divinidad. Sólo hallan a Dios aquellos que entran en el fuego espiritual del Islam y oran constantemente según se enseña en la Sura Fatiha. El Islam es el fuego ardiente que consume nuestras vidas y, devorando nuestros falsos dioses, ofrece a nuestro Santo Dios el sacrificio de nuestra vida, nuestros bienes y nuestro honor. Al entrar en esta fuente, bebemos el agua de una vida nueva, y todas nuestras facultades entran en una relación con Dios parecida a la relación entre familiares. Un fuego dentro de nosotros fulgura como un relámpago, y otro fuego des­ciende desde fuera sobre nosotros. La unión de estos dos fuegos devora todas nuestras pasiones y destruye nuestro amor por todo lo que no sea Dios; y morimos con respecto a nuestra vida anterior. El Santo Corán llama a esta condición Islam. Nuestra sumisión a la voluntad de Dios mata nuestras pasiones, y la oración nos da nueva vida. La revelación es imprescindible para esta segunda vida. La llegada a este estadio se interpreta como la unión con Dios, porque el hombre llega a ver a Dios. En este estadio el hombre establece una relación con Dios, en virtud de la cual siente que le ve y se le imbuye poder, se iluminan sus sentidos y sus facultades internas, y experi­menta una fuerte atracción hacia la vida pura. En este estadio, Dios se convierte en los ojos con los que ve, la lengua con la que habla, la mano con la que ataca a su enemigo, el oído con el que oye y los pies con los que camina. A este estadio alude el siguiente versículo:

“La mano de Al-lah está encima de sus manos” (48:11).

Asimismo se dice:

“Lo que tú arrojaste, Al-lah, y no tú, lo arrojó” (8:18).

En resumen, en este estadio se alcanza la unión perfecta con Dios. Su voluntad predomina en el alma, el poder moral, antes tan débil, se fortalece como una roca, y la razón y el entendimiento se vuelven más agudos. Este es el sentido del versículo:

“El les ha fortalecido con Su espíritu” (58:23).

En este estadio, los arroyos de amor y devoción hacia Él fluyen con tanta fuerza que morir en la causa de Dios, y padecer miles de tormentos por Él y sufrir desgracias en Su camino, llega a ser tan fácil como romper una pajita. El hombre es atraído hacia Dios sin saber quién le atrae. Es conducido por una mano invisible, y cumplir la voluntad de Dios se convierte en el propósito de su vida. En este estadio Dios aparece muy cerca, como Él dice:

“Estamos más cerca de él que su carótida” (50:17).

En esta condición, las relaciones inferiores del hombre van dejándole del mismo modo que la fruta madura deja, automáticamente, la rama del árbol. Se profundiza su relación con Dios, y se aleja de toda la creación, entrando en la gracia de la palabra y el discurso de Dios. Las puertas de este estadio están tan abiertas de par en par como antaño lo estuvieran, y la gracia divina sigue otorgando esta bendición a aquellos que la buscan, tan abundante­mente como antes. Pero esto no se consigue mediante el mero uso de la palabra, ni la puerta se abre con palabras vanas y fanfarronerías. Son muchos los que buscan, y pocos los que hallan. ¿Por qué es así? Porque este estadio exige un verdadero sacrificio y una verdadera sinceridad. Las pala­bras solas no tienen sentido en este contexto. Lo primero que exige este camino es que pongamos el pie sobre el fuego ardiente del que otros huyen. La jactancia no vale nada. Lo esencial es el celo y la sinceridad prácticos. En este contexto, Dios glorioso nos dice:

“Cuando Mis siervos te pregunten respecto a Mí, diles que estoy muy cerca. Respondo a la llamada del que suplica, cuando él me llama. Así pues, deben buscarme a través de las súplicas, y deben creer firmemente en Mí, para que los guíe por el buen camino” (2:187).

Share via