Las consecuencias devastadoras de una Guerra Nuclear y la Necesidad Esencial de la Justicia Absoluta
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
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Tras recitar el Tashahud, Ta’awwuz y bismil-lah, Hazrat Jalifatul- Masih V aba dijo:

“A Todos nuestros invitados: assalamo ‘alaikum wa rahmatul-lahe wa barakatohu (que la paz y las bendiciones de Al-lah sean con todos ustedes).

Hoy, después un año, tengo de nuevo la oportunidad de darles la bienvenida. Les estoy sumamente agradecido, ya que no han es- catimado su tiempo al asistir hoy a este acto.

La mayoría de ustedes está bien familiarizada con este evento, conocido como el “Simposio por la Paz”. Es un acto que organiza la Comunidad musulmana Ahmadía cada año, y constituye sólo uno de nuestros muchos esfuerzos para cumplir con nuestro deseo de establecer la paz en el mundo.

Entre los asistentes de hoy hay nuevos amigos, que asisten a este acto por primera vez, mientras que otros son viejos amigos que han apoyado nuestros esfuerzos durante muchos años. En cualquier caso, todos ustedes son personas cualificadas que com- parten nuestro deseo de que la paz reine en el mundo y tienen el afán sincero de que el mundo llegue a estar repleto de amor, afecto y amistad. Es esta misma actitud y estos mismos valores los que la inmensa mayoría del mundo anhela y necesita; y estas son las razones por las que ustedes, que proceden de diferentes orígenes, naciones y religiones, están aquí reunidos.

Celebramos esta conferencia cada año, y, en cada ocasión, expresamos todos los mismos sentimientos y la misma esperanza de que se instaure la paz en el mundo ante nuestros ojos, y cada año también les pido a todos ustedes que se esfuercen por pro- mover la paz dondequiera que tengan ocasión y con quienquiera que tengan contacto. Por otra parte, pido también a quienes están vinculados a partidos políticos o gobiernos que transmitan este mensaje de paz a sus círculos de influencia. Es esencial que todo el mundo sea consciente de que, para el establecimiento de la paz mundial, los valores y principios morales son más necesarios que nunca.

En cuanto a la Comunidad Ahmadía se refiere, allá donde y cuando surge la oportunidad, expresamos y declaramos abierta- mente nuestra convicción de que sólo hay una manera de salvar al mundo de la destrucción y la devastación hacia la que se dirige: debemos hacer el máximo esfuerzo para difundir el amor, el afecto y el sentido comunitario; y aún más importante es que el mundo reconozca a su Creador, el Dios Único, porque el reconocimien- to del Creador nos conduce al amor y a la compasión hacia Su Creación. Cuando esto se convierte en parte de nuestro carácter, es entonces cuando somos receptores del Amor de Dios.

Levantamos constantemente nuestra voz pidiendo la paz en el mundo, y es el dolor y la angustia que sentimos en nuestros corazones lo que nos inspira a tratar de aliviar el sufrimiento de la humanidad y hacer que el mundo en que vivimos sea un lugar mejor. De hecho, esta misma convocatoria es sólo uno de nuestros muchos esfuerzos hacia el logro de este objetivo.

Como ya he dicho, todos ustedes tienen estos mismos nobles deseos. Además, he pedido reiteradamente a los políticos y líderes religiosos que luchen por la paz. No obstante, a pesar de tantos esfuerzos, nos encontramos con que la angustia y la confusión siguen creciendo y propagándose en todas partes. En el mundo actual hay demasiados conflictos, agitación y desorden: en algu- nos países hay civiles luchando y declarando la guerra entre sí, en otros, la población está combatiendo contra el gobierno o, por el contrario, los gobernantes están atacando a su propio pueblo. Los grupos terroristas están alimentando la anarquía y el desorden para conseguir sus intereses, y no dudan en matar arbitrariamente a mujeres inocentes, niños y ancianos. En algunos países y para satisfacer sus intereses, los partidos políticos se enfrentan en vez de unirse para la mejora de sus naciones. También hay gobiernos y países que lanzan continuamente sus envidiosas miradas sobre los recursos de otras naciones. Las principales potencias del mundo se consumen en el esfuerzo por conservar la supremacía, y no dejan piedra sin remover en su desvelo por alcanzar esta meta.

Teniendo en cuenta esta situación, ni la Comunidad Ahmadía ni la mayoría de ustedes, miembros del público, tienen poder o au- toridad para desarrollar políticas que logren un cambio positivo.

Es evidente que no poseemos ningún poder gubernamental ni ad- ministrativo. De hecho, llegaría incluso a decir que los políticos, con los que hemos entablado relaciones de amistad, y que siempre están de acuerdo con nosotros cuando se encuentran en nuestra compañía, también son incapaces de hablar. Al contrario, sus voces son silenciadas y se les impide difundir sus puntos de vista. Esto se debe a que están obligados a seguir las políticas del partido, o les condicionan las presiones externas de otras potencias mundiales o aliados políticos. Sin embargo, nosotros, que participamos en este Simposio por la Paz cada año, mantenemos el indudable deseo de establecer la paz y, ciertamente, expresamos nuestras opiniones y sentimientos a favor de que el amor, la compasión y la fraternidad se instauren entre todas las religiones, todas las naciones, todas las razas y todas las personas. Pero, lamentablemente, carecemos de poder para sacar realmente a la luz esta visión. No tenemos la au- toridad ni los medios para lograr los resultados que anhelamos.

Recuerdo que hace un par de años, en esta misma sala, durante nuestro Simposio por la Paz, pronuncié un discurso detallando las formas y medios para establecer la paz mundial, y también hablé sobre cómo deberían funcionar las Naciones Unidas. Después, nuestro muy querido y respetado amigo, Lord Eric Avebury, co- mentó que el discurso debería haberse presentado en las propias Naciones Unidas. En cualquier caso, esta fue una muestra de su noble carácter, pues es una persona generosa y amable en sus co- mentarios. No obstante, lo que quiero decir es que el mero hecho de pronunciar o escuchar un discurso o conferencia no es sufi- ciente, y no conduce a que surja la paz. En realidad, el requisito clave para el cumplimiento de este objetivo primordial es la justi- cia absoluta y la equidad en todos los asuntos. El Sagrado Corán, en el capítulo 4, versículo 136, nos ha dado un principio de oro y una lección que nos guía al respecto. Afirma que hay que cumplir siempre y sin excepciones con las exigencias de la justicia, incluso aunque uno tuviera que dar testimonio y declarar contra sí mismo, contra sus padres o sus parientes más cercanos o amigos. Esta es la verdadera justicia, donde los intereses personales se dejan de lado por el bien común.

Si pensamos en este principio a nivel colectivo, nos daremos cuenta de que deben abandonarse las técnicas injustas de cabildeo, basadas en la riqueza y la influencia. Los representantes y embaja- dores de cada nación deben actuar con sinceridad y con el deseo de apoyar los principios de equidad e igualdad. Debemos eliminar todas las formas de prejuicio y discriminación, ya que este es el único medio para alcanzar la paz. Si observamos a las Naciones Unidas, la Asamblea General o el Consejo de Seguridad, vemos que a menudo las declaraciones o discursos realizados reciben grandes elogios y reconocimientos, pero tales tributos no tienen sentido porque las decisiones reales ya han sido predeterminadas.

Por lo tanto, cuando las decisiones se toman bajo la presión o el cabildeo de las grandes potencias, y no mediante los medios justos y verdaderamente democráticos, los discursos son huecos, sin sentido y sólo sirven como pretexto para engañar al mundo exterior. Sin embargo, todo esto no quiere decir que debamos simplemente frustrarnos, darnos por vencidos, y abandonar todos nuestros esfuerzos. Todo lo contrario, nuestro objetivo debe ser, siempre respetando de las leyes del país, seguir recordando al gobierno las necesidades del momento. También debemos ase- sorar adecuadamente a los grupos que tienen intereses creados, de modo que pueda prevalecer la justicia a nivel mundial. Sólo entonces podremos ver al mundo convertido en el remanso de paz y armonía que todos queremos y deseamos.

Por lo tanto, no podemos ni debemos renunciar a continuar esforzándonos. Si dejamos de levantar nuestras voces contra la crueldad y la injusticia, nos convertiremos en personas sin valo- res morales ni normas de ningún tipo. Es irrelevante que nuestras voces se escuchen o tengan influencia. Tenemos que seguir acon- sejando a los demás a favor de la paz. Siempre me produce gran alegría ver que, independientemente de las diferencias de religión o nacionalidad, y sólo por el bien de la defensa de los valores hu- manos, muchas personas acuden a este acto para escuchar, apren- der y hablar sobre las maneras de establecer la paz y la compasión en el mundo.

Por ello, pido a todos ustedes que luchen por la paz en la medida de sus capacidades, para que podamos mantener encendi- da la llama de la esperanza de que llegue un tiempo en que la paz verdadera y la justicia reinen en todas las partes del mundo.

Debemos recordar que cuando los esfuerzos humanos fallan, Dios Todopoderoso emite Su decreto para determinar el destino de la humanidad. Antes de que el decreto de Dios se ponga en marcha, y obligue a las personas a cumplir con Él y con los dere- chos de los seres humanos, es mejor que los pueblos del mundo presten atención a estas cuestiones cruciales, porque cuando Dios Todopoderoso se ve obligado a tomar medidas, Su ira se apodera de la humanidad de una manera verdaderamente severa y aterradora.

En el mundo actual, una manifestación terrible del Decreto de Dios podría acaecer en forma de una nueva guerra mundial. Indudablemente los efectos de dicha guerra y su destrucción no se limitarían a la guerra en sí misma, ni siquiera a esta generación. Al contrario, sus terribles consecuencias dejarán secuelas en muchas generaciones futuras. Sólo una de las trágicas consecuencia de esa guerra será el efecto que tendrá en los niños recién nacidos, tanto ahora como en el futuro. Las armas disponibles hoy en día son tan destructivas que podrían dar lugar a una generación tras otra de niños que nazcan con graves defectos genéticos o físicos.

Japón es el único país que ha experimentado las consecuencias aberrantes de la guerra atómica, cuando fue atacado por bombas nucleares durante la Segunda Guerra Mundial. Incluso hoy en día, cuando alguien visita Japón y conoce a sus habitantes, se detecta un miedo absoluto y un odio a la guerra, visible en sus ojos y en su expresión. Sin embargo, las bombas nucleares que se utilizaron en ese momento y que causaron una devastación generalizada, eran mucho menos potentes que las armas atómicas que hoy poseen los países, incluso los pequeños, en la actualidad.

Se dice que en Japón, y a pesar de haber transcurrido ya siete décadas, los efectos de las bombas atómicas todavía continúan manifestándose en los recién nacidos. Si una persona es herida por una bala, es posible que sobreviva mediante tratamiento médico, pero si estalla una guerra nuclear, los que estén en la línea de fuego no tendrán tanta suerte. Al contrario, la gente muere inmediata- mente, queda congelada como una estatua, y su piel simplemente se desvanece. El agua potable, los alimentos y la vegetación quedan contaminados y afectados por la radiación. Sólo podemos imagi- nar el tipo de enfermedades a las que conduce la contaminación. En los lugares que no están directamente afectados y donde los efectos de la radiación son menores, también existe un alto riesgo de enfermedades y dolencias, y las futuras generaciones asumirán riesgos mucho más elevados.

Por lo tanto, como he dicho, los efectos devastadores y des- tructivos de la guerra no se limitarán a la guerra y sus secuelas, sino que pasarán de generación en generación. Estas son las con- secuencias reales de dicha guerra; y sin embargo hoy día hay gente egoísta y estúpida que se siente orgullosa de su invención y des- criben lo que han desarrollado como un regalo para el mundo. La cierto es que los denominados aspectos beneficiosos de la energía y la tecnología nuclear pueden ser extremadamente peligrosos y conducir a una destrucción generalizada, ya sea por negligencia o por accidente. Ya hemos visto este tipo de catástrofes, como el ac- cidente nuclear que ocurrió en 1986 en Chernobyl, en lo que hoy es Ucrania, y el año pasado tras el terremoto y tsunami en Japón, que de nuevo tuvo que lidiar con un gran peligro y el miedo de un país entero. Cuando estos sucesos ocurren, es muy difícil volver a poblar las regiones afectadas. Debido a sus experiencias únicas y trágicas, los japoneses se han vuelto muy cautelosos y, de hecho, su sentido del miedo y terror está plenamente justificado.

Es una afirmación obvia que la gente muere en las guerras, y así, cuando Japón entró en la Segunda Guerra Mundial, su Gobierno y su pueblo eran bien conscientes de que muchas personas morirían. Se dice que aproximadamente 3 millones de personas murieron en Japón, lo que supuso el 4% de la población del país. Aunque otros países pudieron haber sufrido una mayor proporción de muertes en términos de cifras totales, el odio y la aversión a la guerra que encontramos en el pueblo japonés sigue siendo mucho mayor que en otros países. La razón de ello son, sin duda, las dos bombas ató- micas arrojadas sobre Japón durante la Segunda Guerra Mundial, cuyas consecuencias todavía está presenciando y tiene que seguir soportando. Japón ha demostrado su grandeza y capacidad de recuperación al ser capaz de repoblar y rehabilitar a sus pueblos con relativa rapidez. Pero hay que dejar claro que si las armas nu- cleares se utilizaran hoy de nuevo, es más que posible que algunas partes de ciertos países queden borradas del mapa. Dejarían de existir.

Estimaciones conservadoras cifran el número de muertos de la Segunda Guerra Mundial, en alrededor de 62 millones y se dice que alrededor de 40 millones de los que murieron eran civiles. En otras palabras, murieron más civiles que personal militar. Tal de- vastación se produjo a pesar de que fuera de Japón se libró una guerra tradicional con armas convencionales.

El Reino Unido tuvo que soportar la pérdida de alrededor de medio millón de personas. Por supuesto, en esa época era todavía una potencia colonial, por lo que sus colonias también lucharon en su nombre. Si incluimos dichas pérdidas, el número de muertos se elevaría a millones de personas. Sólo en la India, alrededor de 1,6 millones de personas perdieron la vida.

Sin embargo, hoy la situación ha cambiado, y esos mismos países que fueron colonias del Reino Unido, y que lucharon por el Imperio Británico, podrían luchar contra Gran Bretaña si estallase otra guerra. Por otra parte, como he mencionado antes, hay inclu- so algunos países pequeños que han adquirido armas nucleares.

Lo que causa un gran temor es el conocimiento de que tales armas nucleares pudieran terminar en manos de personas que, o bien no tienen la capacidad necesaria, u optan por no pensar en las consecuencias de sus acciones. En verdad, esas personas tampoco se preocuparían de las consecuencias.

Así pues, si las grandes potencias no actúan con justicia, no eliminan las frustraciones de las naciones más pequeñas y no adoptan políticas sabias y nobles, la situación se convertirá en una espiral sin control, y la destrucción que le acompañe estará más allá de nuestra comprensión e imaginación. Incluso la mayor parte del mundo que desea la paz se verá engullida por la devastación.

Por ello, es mi ardiente deseo y esperanza que los líderes de todas las grandes naciones lleguen a comprender esta terrible rea- lidad y, en consecuencia, se esfuercen por adoptar políticas que promuevan y aseguren la justicia, en lugar de las políticas agresivas y utilización de la fuerza para lograr sus metas y objetivos.

Recientemente, un alto comandante militar de Rusia emitió una seria advertencia sobre el riesgo potencial de una guerra nu- clear. Era de la opinión de que esa guerra no se libraría en Asia u otros lugares, sino que tendría lugar en las fronteras de Europa, y que la amenaza provendría y surgiría de los países del Este de Europa. Aunque algunas personas dicen que se trataba simple- mente de su opinión personal, yo personalmente no creo que su punto de vista sea improbable, pero además, también creo que si estalla una guerra, será muy probable que los países asiáticos se vean implicados.

Otra noticia que se ofreció hace poco, con una amplia cober- tura mediática, fue el punto de vista de un jefe recientemente reti- rado de la agencia de inteligencia israelí, Mossad que, durante una entrevista al conocido canal de televisión estadounidense, CBS, dijo que se estaba haciendo evidente que el Gobierno de Israel de- seaba declarar la guerra a Irán. Dijo que si tal ataque se llevara a cabo, sería imposible saber dónde o cómo finalizaría esa guerra. Por ello, recomendaba encarecidamente la abstención contra cual- quier ataque.

A este respecto, mi opinión personal es que esa guerra acabará con una devastación nuclear.

Hace poco también leí un artículo en el que su autor declara- ba que la situación del mundo actual es similar a la situación de 1932, tanto en términos económicos como políticos. Decía que en muchos países de aquella época, la gente perdió la confianza en sus políticos y en sus “democracias”. También dijo que había muchas otras similitudes y paralelismos que se combinan entre sí para formar hoy día la misma imagen de la que fue testigo el mundo justo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Algunos pueden estar en desacuerdo con su análisis; yo, al con- trario, estoy de acuerdo con él, y por eso creo que los gobiernos del mundo deberían sentirse extremadamente alarmados y preocupa- dos por la situación actual. Del mismo modo, los líderes injustos de algunos países musulmanes, cuyo único objetivo es mantener el poder por cualquier medio y a cualquier costa, deberían entrar en razón. De no ser así, sus actos y su insensatez se convertirán en el medio de su propia desaparición, a la vez que conducirán a sus respectivos países hacia una situación más aterradora.

Nosotros, miembros de la comunidad musulmana Ahmadía, intentamos hacer todo lo posible para salvar al mundo y a la hu- manidad de la destrucción, porque en los tiempos actuales hemos aceptado al Imam de la época, que fue enviado por Dios como el Mesías Prometidoas y siervo del Santo Profeta Muhammadsa, en- viado como una misericordia para toda la humanidad.

Puesto que somos seguidores de las enseñanzas del Santo Profetasa sentimos un inmenso dolor y angustia en nuestros cora- zones por el estado del mundo. Es este dolor el que nos empuja y hace que nos esforcemos en tratar de salvar a la humanidad de la destrucción y el sufrimiento. Por eso, yo, y todos los demás musul- manes áhmadis tratamos de cumplir con nuestras responsabilida- des morales encaminadas a buscar conseguir la paz en el mundo.

Una forma con la que he intentado promover la paz ha sido a través de una serie de cartas que he escrito a determinados líderes mundiales. Hace unos meses, envié una carta al Papa Benedicto XVI, que le fue entregada en persona por uno de nuestros fieles en representación mía. En la carta le dije que, como líder de la mayor denominación religiosa del mundo, debería esforzarse especial- mente en pro del establecimiento de la paz.

En la misma línea, más recientemente, y tras observar las hosti- lidades entre Irán e Israel escalaban a un nivel muy peligroso, envié otra carta al Primer Ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, así como al presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, en la que les aconsejaba abandonar toda precipitación e imprudencia a la hora de tomar decisiones, por el bien de la humanidad.

También he escrito hace poco al presidente Barack Obama y el Primer Ministro de Canadá, Stephen Harper, pidiendo a ambos que cumplan con sus roles y responsabilidades en pro del desa- rrollo de la paz y la armonía en el mundo. También tengo en mi agenda escribir y advertir a otros Jefes de Estado y líderes en un futuro próximo.

Yo no sé si se dará algún valor o importancia a mis cartas por parte de los diversos líderes a los que he escrito, pero cualquiera que sea su reacción, he intentado por mi parte, como Jalifa y líder espiritual de millones de musulmanes áhmadis en todo el mundo, expresar mis sentimientos y emociones sobre el peligroso estado de las cosas.

Dejo claro que no he expresado estos sentimientos a causa de ningún temor personal; al contrario, me motiva un amor sincero por la humanidad. Este amor por la humanidad ha sido desarro- llado e inculcado en todos los verdaderos musulmanes gracias a las enseñanzas del Santo Profeta Muhammadsa que, como ya he mencionado, fue enviado como señal de misericordia y compa- sión para toda la humanidad.

Es muy probable que ustedes se extrañen e incluso se sorpren- dan al escuchar que nuestro amor por la humanidad es el resul- tado directo de las enseñanzas del Santo Profetasa. La pregunta que puede surgir en sus mentes, es: ¿por qué entonces hay grupos terroristas musulmanes que están matando a personas inocentes, o por qué hay gobiernos musulmanes que, con el fin de proteger su posición de poder, ordenan asesinatos en masa de ciudadanos civiles? He de dejar claro que estos actos malvados son completa- mente contrarios a las verdaderas enseñanzas del Islam. El Sagrado Corán no permite, bajo ninguna circunstancia, el extremismo o el terrorismo.

En esta época, de acuerdo con nuestras creencias, Dios Todopoderoso ha enviado al Fundador de la Yama’at Ahmadía del Islam, Hazrat Mirza Ghulam Ahmad de Qadianas como el Mesías Prometido, e Imam Mahdi, en completa sumisión al Santo Profeta Muhammadsa. El Mesías Prometidoas fue enviado para propagar las enseñanzas reales y verdaderas del Islam y del Corán. Fue enviado para restablecer el vínculo entre el hombre y Dios Todopoderoso. Fue enviado para identificar y reconocer los derechos que el hombre tiene con el hombre. Fue enviado para poner fin a todas las formas de guerra religiosa. Fue enviado para restablecer el respeto, la dignidad y el honor de cada fundador y de todos los Profetas de todas las religiones. Fue enviado para llamar la atención sobre la necesidad de que incorporemos los más altos estándares de valores morales y para establecer la paz, el amor, la compasión y la frater- nidad en todo el mundo.

Si vais a cualquier parte del mundo, encontraréis estas mismas cualidades integradas en todos los verdaderos musulmanes áhma- dis. Para nosotros, ni los terroristas, ni los extremistas, ni los crue- les dictadores musulmanes ni tampoco las potencias occidentales son ejemplos a seguir. El ejemplo que seguimos es el del funda- dor del Islam, el Santo Profeta Muhammadsa y nuestro principio rector es el Sagrado Corán.

A partir de este Simposio por la Paz, envío el mensaje a todo el mundo, de que las enseñanzas del Islam son enseñanzas de amor, compasión, bondad y paz.

Desafortunadamente, una pequeña minoría de musulmanes presenta una imagen totalmente distorsionada del Islam y actúa conforme a sus creencias equivocadas. Yo les digo a todos ustedes que no deben creer, en absoluto, que este sea el verdadero Islam y les pido que eviten utilizar tales actos erróneos como licencia para herir los sentimientos de la mayoría pacífica de los musulmanes o para convertirlos en blanco de la crueldad.

El Sagrado Corán es el libro más santo y sagrado para los mu- sulmanes y por ello emplear un lenguaje insultante u obsceno, o quemarlo, sin duda daña gravemente sus sentimientos. Ya hemos visto cómo cuando esto sucede, a menudo provoca una reacción totalmente equivocada e inadecuada por parte de los extremistas. Recientemente hemos oído hablar de dos incidentes en Afganistán, donde algunos soldados estadounidenses faltaron el respeto al Santo Corán, y mataron en sus casas a mujeres y niños inocentes. Del mismo modo, una persona sin piedad mató a tiros a unos soldados franceses en el sur de Francia sin mediar ningún motivo, y a continuación, algunos días después, entró en una es- cuela y mató a tres inocentes niños judíos y a uno de sus maestros.

Nos parece que este comportamiento es totalmente errado y no puede conducir a la paz. También vemos que similares cruel- dades suceden con regularidad en el Pakistán y en otros lugares, y todos estos actos dan alas a los opositores del Islam para dar rienda suelta a su odio, y encuentran el pretexto que buscan para alcanzar sus objetivos a gran escala. Estos actos de barbarie llevados a cabo a pequeña escala no acontecen debido a enemistades personales o rencores, sino que son, en realidad, el resultado de políticas injus- tas adoptadas por algunos gobiernos, tanto en el interior de sus países como a nivel internacional.

Para que se establezca la paz en el mundo, es esencial que las normas de la justicia se implementen a todos los niveles y en todos los países del mundo. El Sagrado Corán considera que el asesina- to de una persona inocente sin motivo equivale a matar a toda la humanidad.

Así, una vez más, como musulmán, quiero dejar absolutamen- te claro que el Islam no permite la crueldad ni la opresión de cual- quier tipo, manera o forma. Se trata de un mandamiento que es absoluto y sin excepción. El Corán declara además que, incluso si un país o un pueblo os consideran sus enemigos, no por ello debéis dejar de actuar de manera justa y equitativa cuando os relacionéis con ellos.

No permite que las enemistades o las rivalidades os conduz- can a la venganza, o a actuar de manera desproporcionada. Otro mandamiento importante que nos ha dado el Santo Corán es que la riqueza y los recursos de los demás no deben ser contemplados con envidia o codicia.

He mencionado sólo unos pocos puntos, pero son de tal natu- raleza que tienen una importancia crucial, pues asientan las bases que permiten construir la paz y la justicia en la sociedad, y en el mundo en su conjunto. Rezo para que el mundo preste atención a estas cuestiones clave; para que podamos ser salvados de la des- trucción del mundo a la que nos conducen los injustos y los falsos. Quisiera aprovechar esta oportunidad para pedir disculpas  por haberles hablado durante tanto tiempo, pero lo cierto es que el tema de cómo construir la paz en el mundo tiene gran impor- tancia. El tiempo se nos agota, y antes de que sea demasiado tarde,

debemos prestar atención a las necesidades del momento.

Antes de concluir, me gustaría hablar de otro punto importan- te. Como todos sabemos, en estos días se celebra el “Aniversario de Diamante” de Su Majestad, la Reina Isabel II. Si retrocede- mos el reloj 115 años, hasta 1897, vemos que también se celebró el Jubileo de Diamante de la Reina Victoria. En aquel momento, el Fundador de la Comunidad musulmana Ahmadía envió un men- saje de felicitación a la Reina. En su mensaje, le transmitió tanto las enseñanzas del Islam como sus plegarias por el Gobierno britá- nico y por una larga vida a la Reina. En dicho mensaje, el Mesías Prometidoas escribió que la mejor virtud del Gobierno de la Reina era que bajo su regencia, se concedió la libertad religiosa a todas las personas.

En el mundo de hoy, el Gobierno británico ya no gobierna sobre el Subcontinente indio, pero los principios de libertad de religión están profundamente arraigados en la sociedad británi- ca y en sus leyes, a través de las cuales cada persona disfruta de esta libertad religiosa. De hecho, un ejemplo muy hermoso de esta libertad puede presenciarse esta noche, donde seguidores de di- versas religiones, cultos y creencias nos hemos unido en un solo lugar con la aspiración común de buscar la paz en el mundo. Por lo tanto, empleando las mismas palabras y las mismas oraciones que el Mesías Prometidoas, aprovecho esta oportunidad para felicitar de corazón a la reina Isabel. Tal como él dijo: “Que sea transmitida nuestra felicitación llena de felicidad y gratitud a nuestra Reina compasiva. Y que la honorable Reina se mantenga siempre feliz y contenta.”

El Mesías Prometidoas ofreció oraciones adicionales por la reina Victoria, y así, de nuevo, empleo sus palabras para orar por la reina Isabel:

“¡Oh Dios, Poderoso y Noble. A través de Tu gracia y bendi- ciones mantén a nuestra honorable Reina feliz para siempre, de la misma manera en que vivimos felices bajo su benevolencia y gen- tileza; y sé amable y cariñoso con ella de la misma forma en que vivimos en paz y prosperidad bajo su generoso y justo gobierno”.

Estos son los sentimientos de gratitud que alberga cada musul- mán áhmadi que es ciudadano británico.

Por último me gustaría expresar una vez más mi gratitud a todos ustedes desde el fondo de mi corazón, ya que al acudir a este acto han mostrado su amor, afecto y fraternidad.

Muchas gracias.
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