Cuatro Preguntas del señor Sirajuddin, un cristiano, y sus respuestas.
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

Introducción

Nacido en 1835 en Qadian (India), Hazrat Mirza Ghulam Ahmad, el Mesías y Mahdi Prometidoas, se dedicó al estudio del Sagrado Corán y a una vida entera de devoción y oración.

Al ver que el islam era blanco de viles ataques desde todas las direcciones y que la suerte de los musulmanes se hallaba en decadencia, emprendió la tarea de la defensa y exposición del islam. En su vasta colección de escritos (incluyendo su obra transcendental Brahin-e-Ahmadía), sus disertaciones, discursos y debates religiosos, argumentó que el islam era una fe viva y la única fe mediante la cual el hombre podía establecer contacto con Su Creador y lograr la comunión con Él. Las enseñanzas contenidas en el Sagrado Corán y la ley promulgada por el islam fueron concebidas para llevar al hombre a la perfección moral, intelectual y espiritual. Anunció que Dios lo había designado Mesías y Mahdi, tal como se anunció en las profecías de la Biblia, del Sagrado Corán y de los hadices. En 1889 empezó a aceptar el pacto de iniciación en la Comunidad Ahmadía, la cual se encuentra establecida actualmente en 176 países. Sus ochenta libros están escritos en su mayoría en urdu, pero algunos también están escritos en árabe y persa. El señor Sirajuddin, profesor del Colegio Cristiano de Lahore, se hizo cristiano bajo la influencia de misioneros cristianos. Las cuatro preguntas que formuló al Mesías Prometidoas están relacionadas con la enseñanza del islam respecto a la salvación, la Unidad de Dios, la Yihad, el amor y la compasión.

Chaudhry Muhammad Ali

Wakīlut Tasnīf, Tahrik-e-Jadid, Rabwah

1 de enero de 2009

Nota del Editor

 

Nótese en el texto que las palabras entre paréntesis comunes ( ) y entre guiones largos (—) son palabras del Mesías Prometidoas y de agregarse palabras o frases explicativas por parte del traductor con el propósito de aclarar algunos términos, se colocan entre paréntesis cuadrados [ ].

El nombre de Muhammadsa, el Santo Profeta del islam, va acompañado en el texto por el símbolo sa, que es una abreviación del saludo Sal-lal’lahu Alaihi Wasal’lam (que la paz y las bendiciones de Al’lah sean con Él). Los nombres de otros profetas y mensajeros van seguidos del símbolo as, una abreviación de ‘Alaihissalam (la paz sea con él). Los saludos presentes no se han expuestos generalmente en su totalidad, pero debe entenderse que se repiten por completo en cada caso. El símbolo ra se emplea para el nombre de los compañeros del Santo Profetasa y los del Mesías Prometidoas. Dicho símbolo representa Radi Al’lahu ‘anhu/‘anha/‘anhum (que Al’lah esté complacido con él, ella o ellos). rh representa Rahimahul’lahu Ta‘ala (que Al’lah se apiade de él). at representa Ayadahul-lahu Ta‘ala (que Al’lah, el Poderoso, lo ayude).

  

Portada de la primera edición

[Traducción de la portada]

Cuatro Preguntas del señor Sirajuddin, un cristiano, y sus respuestas.

Impreso en la Editorial Dia-ul-Islam de Qadian, Bajo la supervisión de Hakim Fadal Din Sahib, 22 de junio de 1897.

Sirajuddin, un caballero cristiano de Lahore, me ha enviado cuatro preguntas requiriendo su respuesta. He preparado estas respuestas y considero apropiado que se publiquen para beneficio del público en general. La siguiente es mi respuesta a esas cuatro preguntas.

Pregunta 1:

Según la creencia cristiana, la misión de Jesús en este mundo era mostrar su amor por la humanidad y sacrificar su vida por su causa. ¿Puede decirse que la misión del Fundador del Islam también posee estas dos cualidades, o puede describirse su misión en términos mejores que “amor” y “sacrificio”?

Respuesta:

Que quede claro que al hacer esta pregunta, esta persona realmente quiere saber si el Sagrado Corán también sugiere, para la salvación de los pecadores, un “sacrificio maldito” similar al de la doctrina cristiana, según la cual Jesús vino para amar a los pecadores, a asumir la maldición de sus pecados y a morir por ellos; o bien, si el Sagrado Corán ofrece a la humanidad un mejor medio para alcanzar la salvación.

En respuesta a esta pregunta, el señor Sirajuddin debe saber que el Sagrado Corán no enseña ningún concepto respecto a un sacrificio maldito, ni considera en absoluto legítimo que el pecado o maldición de una persona sea transferido a otra, y mucho menos que las maldiciones de cientos de millones de personas sean impuestas a un solo individuo. El Sagrado Corán dice claramente:

Es decir: nadie llevará la carga de otro. 2

Antes de presentar las enseñanzas coránicas relacionadas con la salvación, me parece necesario exponer la falsedad de esta doctrina cristiana para que todo el que desee comparar las enseñanzas del Sagrado Corán y el Evangelio con respecto a la salvación lo pueda hacer fácilmente.

Que quede claro que la doctrina cristiana de que Dios, por Su amor al mundo, y para traer la salvación a la humanidad, transfirió los pecados de las personas desobedientes, incrédulas y perversas a Su amado hijo Jesús y lo hizo maldito, haciendo que fuera colgado en la cruz maldita para librar al mundo del pecado, es totalmente errónea y vergonzosa desde cualquier punto de vista.

Si lo analizamos basándonos en la justicia, el acto de imputar el pecado de un hombre a otro es injusto, y la conciencia humana se niega a aceptar que se deje en libertad a un criminal y se castigue a un inocente por sus crímenes. Esta doctrina también resulta falsa si se analiza la realidad del pecado desde el punto de vista de la filosofía espiritual, pues en realidad, el pecado es un veneno que nace cuando el hombre se niega a obedecer a Dios, a amarlo con fervor y a recordarlo con amor.

La persona cuyo corazón se ha alejado del amor divino se asemeja al árbol que, habiendo sido arrancado de raíz y, por tanto, incapaz de absorber agua, se marchita día a día perdiendo todo su verdor. El pecado devasta al hombre como la sequía mata a un árbol. La ley divina ha prescrito tres remedios para esta condición: El primero, el amor; el segundo, Istighfar, es decir, el deseo de cubrir, de no exponer algo, pues mientras las raíces de un árbol permanecen cubiertas por la tierra, tiene todas las posibilidades de permanecer verde; y el tercero, el arrepentimiento, es decir, volverse a Dios con toda humildad para absorber el agua de la vida, alcanzar la cercanía a Él, y liberarse de las tinieblas del pecado por medio de las acciones justas. El arrepentimiento verbal no es suficiente; el verdadero arrepentimiento debe ir acompañado de buenas obras, pues a través de ellas se alcanza el perdón, cuyo fin es conseguir la cercanía a Dios. La oración también es una forma de arrepentimiento, pues a través de ella buscamos la proximidad divina. Por ello, cuando Dios insufló la vida al hombre, la llamó Ruh,3 ya que su felicidad y paz verdaderas descansan en el reconocimiento y el amor de Dios y en el sometimiento a Él. También lo ha llamado Nafs4 porque busca la unión con Dios. El que ama a Dios se asemeja a un árbol firmemente arraigado en el suelo de un jardín. Esta es la felicidad suprema del hombre. Así como un árbol absorbe el agua de la tierra y expulsa a través de ella todas las sustancias nocivas, del mismo modo, el corazón de una persona, al absorber del agua del amor divino, se fortalece y consigue desprenderse fácilmente de todas las influencias venenosas. Al entregarse a Dios, recibe el alimento puro que lo hace crecer, florecer y dar un buen fruto. Sin embargo, los que no se entregan a Dios no pueden absorber esta agua nutritiva. Se van secando cada vez más, hasta que, al caerse todas sus hojas, solo dejan ramas desnudas y desagradables. Puesto que la aridez del pecado procede del alejamiento, el remedio obvio es el establecimiento de una relación firme con Dios, como atestigua la propia ley de la naturaleza. Refiriéndose a este tema, Dios, el Glorioso, dice:

5

¡Oh alma en paz! Regresa a tu Señor satisfecha con Él y Él satisfecho contigo. Entra, pues, entre mis siervos elegidos, y entra en mi jardín.

El ardiente y apasionado amor a Dios es, pues, el único remedio efectivo para librarse del pecado. Los actos de piedad que surgen de este amor ayudan a extinguir el fuego del pecado, ya que cuando el hombre realiza obras buenas por Dios, pone así de manifiesto su amor por Él. La primera etapa del amor, que se puede equiparar a un árbol que se planta en la tierra, es creer en Dios de tal modo, que tenga prioridad sobre todas las cosas, incluso sobre la propia vida. La segunda etapa, que se puede comparar a un árbol que se ha arraigado firmemente en la tierra, es Istighfar6, es decir, el temor del hombre a que se expongan sus defectos al alejarse de Dios. La tercera etapa es la del arrepentimiento, y se asemeja a un árbol que, acercando sus raíces al agua, la absorbe como lo haría un lactante. La filosofía del pecado es que, al originarse debido al alejamiento de Dios, la única forma de evitarlo es a través de la relación con Él. Son, sin duda, necios los que afirman que el suicidio ajeno es el remedio para sus pecados.

La idea de golpearse la propia cabeza para aliviar el dolor de cabeza ajeno, o de suicidarse para salvar la vida de otra persona, es extremadamente ridícula. En mi opinión, no debe existir ninguna persona sensata en el mundo que considere que el suicidio sea un acto de compasión. No cabe duda de que la compasión humana es digna de elogio, y que solo la gente valiente sufre para salvar a los demás. Sin embargo, ¿no existe otro modo para aliviar el sufrimiento, salvo el método atribuido a Jesús? Si en lugar de haberse suicidado Jesús, hubiera padecido por la causa de los demás de una manera más razonable, el mundo se hubiera beneficiado sin duda de su persona.

Supongamos que un hombre pobre necesita una vivienda y que no dispone de medios para su construcción, y que un constructor, apiadándose de él, le construye una vivienda sin exigirle ningún pago por sus numerosos días de trabajo arduo. Tal constructor estará haciendo al hombre pobre un gran favor y merecerá muchos elogios. Pero si el constructor se dedica a golpearse la cabeza con una piedra como muestra de simpatía, ¿qué beneficio obtendrá el pobre? Desgraciadamente, muy pocas personas en el mundo ejercen la virtud y la compasión con sensatez. Si realmente fuera cierto que Jesús cometió un suicidio con la idea de brindar la salvación a la gente, tal condición sería ciertamente lamentable, y tal suceso debería haberse ocultado en lugar de propagarlo.

Al analizar esta doctrina cristiana en el contexto de la maldición que se ha atribuido al Mesías, lamentamos decir que ningún pueblo ha blasfemado contra su profeta o mensajero del modo en que lo han hecho los cristianos respecto a Jesús el Mesías. El concepto de que Jesús era maldito —aunque solo lo fuera durante tres días— es parte de la doctrina cristiana, que afirma que la redención y el sacrificio no son posibles sin declarar maldito a Jesús. En otras palabras, toda la estructura de esta doctrina descansa en el pilar de la “maldición”.

Según los cristianos, la mera creencia de que Jesús fue enviado al mundo para amar a la humanidad y sacrificarse por ellos, no puede beneficiar a nadie a menos que se crea primero que Jesús fue maldecido y colgado en la cruz maldita a causa de los pecados de la gente. Por ello, ya he señalado que el sacrificio de Jesucristo es un sacrificio maldito. La crucifixión resultó de la “maldición” que nació del pecado. La cuestión que surge ahora es: ¿se puede imputar la maldición a una persona justa? Es evidente que los cristianos han cometido un grave error al aceptar que Jesús fue maldito —ya sea durante tres días o incluso menos— pues “la maldición” está relacionada con el estado del corazón de un hombre. Se denomina maldito a una persona cuyo corazón se ha apartado totalmente Dios, y se ha convertido en Su enemigo. Por esa razón también se llama a Satanás “el Maldito”. Todos sabemos que maldito significa carecer de la cercanía divina, y que el término se usa para designar a aquellos cuyos corazones dejan de amar y obedecer a Dios, y se convierten en enemigos de Él. Estos son los significados de la palabra “maldición” con los que concuerdan todos los lexicógrafos. Si Jesucristo hubiera sido realmente maldito, habría sido, sin duda, presa de la ira divina, y su corazón habría quedado vacío del conocimiento, amor y obediencia divinos. También deberíamos admitir que, de acuerdo con el significado de la palabra “maldito”, Dios se habría convertido en enemigo suyo y él en enemigo de Dios, y Dios habría estado descontento con él y él, descontento con Dios. Por lo tanto, la conclusión inevitable sería que, mientras permaneció maldito, se hizo infiel y enemigo de Dios, y asumió características satánicas. Sostener tal creencia sobre Jesús equivale a admitir que se hermanó con Satanás —que Dios nos perdone—. Creo que, a excepción de aquellos que son malvados e impuros por naturaleza, ninguna persona piadosa se atrevería a mostrar semejante irreverencia respecto a un profeta justo.

Una vez rechazada la idea de que el corazón de Jesús se volvió realmente maldito, también debemos admitir que la doctrina del sacrificio maldito es falsa, y no es otra cosa que el artificio de gente ignorante. Maldita es ciertamente la salvación que solo se puede lograr llamando Satanás a Jesús, es decir, alejado de Dios y cansado de Él. Hubiera sido preferible para los cristianos elegir el infierno para sí mismos en lugar de calificar a un amado de Dios como Satanás. Es de lamentar que estas personas hayan depositado su confianza en una doctrina tan profana y absurda. Por un lado, consideran que Jesús es de Dios, y el hijo de Dios, y, por otro, le dan el nombre de Satanás, pues la maldición es un rasgo satánico y Maldito es el nombre aplicado a Satanás, a los engendrados por él, y a los que se asocian con él. Por lo tanto, según la doctrina cristiana, Jesús posee dos tipos de Trinidad: una piadosa y otra satánica, y —Dios no lo quiera— al estar con Satanás, Jesús se hizo uno con Satanás, y a través de la maldición, adquirió rasgos satánicos. Esto implica que desobedeció a Dios, se alejó de Él, y se convirtió en su enemigo. *

El Sr. Sirajuddin debería aclararnos si esta misión que se adscribe al Mesías posee algún mérito racional o espiritual. ¿Puede haber peor creencia en el mundo que la que establece que, para alcanzar la salvación, un hombre justo haya de ser declarado enemigo de Dios, desobediente de Él, y la personificación de Satanás? ¿Qué necesidad tiene Dios el Todopoderoso, el Compasivo y el Misericordioso, de recurrir a este tipo de sacrificio maldito?

La falsedad de esta doctrina queda aún más expuesta cuando nos planteamos si también se prescribió a los judíos la creencia en tal sacrificio maldito. Obviamente, si Dios no dispusiera de otro medio para la salvación de la humanidad, salvo el de tener un hijo que asumiera la responsabilidad de la maldición de todos los pecadores, y fuera colocado en la cruz como sacrificio maldito, no existe ningún motivo por el que la Torá y las demás escrituras judías no lo hubieran mencionado. Ninguna persona inteligente aceptaría que la ley eterna de Dios, que Él ha prescrito para la salvación de la humanidad, cambie continuamente, y se aplique una ley determinada durante la época de la Torá, otra ley en la época del Evangelio, una nueva ley durante la época del Sagrado Corán y otras leyes distintas durante las épocas de los demás profetas que aparecieron en diferentes partes del mundo.

Tras un análisis detallado, podemos determinar que ni la Torá ni ningún otro libro de los judíos enseña este tipo de sacrificio maldito. Recientemente envié cartas a algunos prominentes eruditos judíos requiriéndoles que expusieran, bajo juramento, la enseñanza que la Torá y las demás escrituras prescribían acerca de la salvación. ¿Les ha sido prescrito creer en la redención de la humanidad a través del sacrificio del hijo de Dios, o se les ha enseñado algo distinto? Respondieron que, en lo que se refiere a la salvación, el mensaje de la Torá concuerda por completo con el mensaje del Sagrado Corán, es decir, enseña que volverse hacia Dios con toda sinceridad, implorar el perdón de los pecados, realizar buenas obras, abstenerse de las pasiones carnales con objeto de complacer a Dios, observar las prohibiciones y mandamientos divinos, y seguir los preceptos y mandamientos divinos en espíritu y letra, son los únicos medios para la salvación. El incumplimiento de estas enseñanzas, que menciona la Torá repetidas veces, y que también han sido prescritas por los santos profetas divinos ha acarreado el castigo divino en muchas ocasiones. Los eruditos judíos no solo me enviaron cartas detalladas, sino que también me presentaron una serie de libros raros y excelentes, escritos por sus eruditos sobre el tema. Aún dispongo de tales cartas y libros, y están a disposición de quienquiera que desee verlos. Espero incorporar todos estos argumentos en otro libro.

Cualquier persona sensata debería reflexionar con imparcialidad y justicia sobre lo siguiente: si fuera cierto que Dios Todopoderoso convirtió a Jesucristo en hijo Suyo, transfiriéndole la maldición de los demás, y declarando tal sacrificio maldito como medio para la salvación del hombre, y si fuera cierto que los judíos recibieron esta misma enseñanza, ¿qué ha impulsado a los judíos a ocultar esta enseñanza hasta ahora y por qué se han opuesto a ella con tanta vehemencia? Esta objeción cobra aún más fuerza al saber que hubo muchos profetas que aparecieron para revivir las enseñanzas judías, y que incluso el mismo Moisés las transmitió a través de la Torá a cientos de miles de personas. ¿Cómo es posible que olvidaran los judíos una enseñanza que les fue transmitida por una continua sucesión de profetas, a pesar de habérseles ordenado inscribir estos mandamientos divinos en sus puertas, en las columnas de sus viviendas y en las mangas de sus camisas, así como enseñárselas a sus hijos y memorizarlas? ¿Puede alguien entenderlo?

¿Puede alguien que tenga una conciencia pura afirmar que, a pesar de tales advertencias, todas las sectas judías olvidaran las hermosas enseñanzas de la Torá de las que dependía su salvación? Los judíos siempre han sostenido que los principios de salvación establecidos en la Torá son los mismos que los prescritos por el Corán. Testificaron esto en la época de la revelación del Corán y continúan haciéndolo hoy. Y esto mismo corroboran las cartas y los libros que he recibido de ellos. De haberse enseñado a los judíos el concepto del sacrificio maldito para el logro de la salvación, no debería existir motivo alguno para mantenerlo en secreto. Hubieran podido ciertamente alegar que Jesús no era el hijo de Dios y que su crucifixión no era la crucifixión del verdadero hijo de Dios, sino que el hijo destinado a brindar la verdadera salvación aparecería en un tiempo posterior; pero era imposible que todas las sectas judías negaran una enseñanza básica que se hallara escrita en sus libros y que había sido corroborada por los Santos Mensajeros de Dios. Los judíos siguen existiendo, y sus eruditos y libros también. Si alguien tiene dudas, puede averiguarlo directamente. Un buscador de la verdad requerirá sin duda el testimonio de los judíos en este asunto, por haber sido los primeros testigos, y por haber memorizado la Torá durante cientos de años. No es digno de gente piadosa creer en ideas absurdas e irracionales tales como convertir en Dios a un humilde humano sin el apoyo de las enseñanzas anteriores o posteriores, o sin el testimonio de la razón, y considerarle divino y satánico al mismo tiempo.

Esta doctrina parece aún más insostenible vista desde el siguiente ángulo: ¿qué beneficio depara tal sacrificio maldito a los que creen en él si se oponen a la enseñanza eterna de la Torá, al asignar los pecados de un hombre a otro, y al considerar a un ser puro y piadoso como maldito, alienado de Dios y amigo de Satanás? ¿Han conseguido abstenerse del pecado? o bien, ¿han logrado el perdón de todos sus pecados? Su abstinencia del pecado y el logro de la pureza verdadera es obviamente inconsistente con los hechos. Según la propia creencia de los cristianos, David también creyó en la Expiación de Cristo. Pero afirman además que después asesinó a una persona inocente para cometer adulterio con su esposa; que se apropió indebidamente del tesoro del estado para satisfacer sus deseos egoístas, contrajo matrimonio con cien mujeres y continuó pecando cada día hasta el final de su vida con un flagrante desprecio [de los mandamientos divinos]. Si (de acuerdo con su afirmación) el sacrificio maldito de Jesús hubiera conseguido apartar a la gente del pecado, David no habría sucumbido al pecado ni a la transgresión. También se dice que tres de las abuelas maternas ancestrales de Jesús cometieron adulterio. Es obvio que si la creencia en el sacrificio maldito de Jesús hubiera logrado producir la pureza interior, tales abuelas hubieran sacado provecho de ello, y no hubieran caído en tales pecados vergonzosos. Los discípulos de Jesús también cometieron infames actos pecaminosos después de haber creído en él. Judas Iscariote vendió a Jesús por treinta monedas de plata, Pedro lo maldijo en su rostro tres veces, y los demás lo abandonaron. Maldecir a un Profeta es obviamente un pecado mortal.

No es preciso hacer comentarios aquí sobre la ola de alcoholismo y de sexo ilícito que existe hoy en día en Europa. En un libro anterior, ya he citado casos de clérigos eminentes que han sido culpables de cometer adulterio, según citan algunos diarios europeos. Todo esto demuestra claramente que el sacrificio maldito no ha conseguido apartarlos del pecado. Si no es posible evitar el pecado ¿es correcto pensar que todos los pecados son perdonados a través de este sacrificio maldito? En otras palabras, ¿Es posible que el pecador que derrama sangre inocente, comete robos, daña la propiedad, la vida y el honor de otras personas con falsos testimonios, y se apropia de la riqueza ajena mediante la estafa, pueda librarse del castigo divino solo con afirmar su fe en el sacrificio maldito, y disfrutar de libertad para usurpar los derechos ajenos y llevar una vida de desenfreno? Está claro que eso no es posible, pues solo el malhechor se escudaría en el sacrificio maldito después de caer en el pecado.

Al parecer, Pablo también albergaba ciertas dudas respecto a la veracidad de esta doctrina. Por eso dijo que Jesús había sacrificado su vida solo por el primer pecado, y que no podía ser crucificado de nuevo. Pero también generó un problema, pues si fuera cierto que Jesús hizo el sacrificio maldito únicamente por el primer pecado del hombre, el profeta David merecería una condena eterna (Dios nos perdone), ya que, según los cristianos, cometió adulterio con la mujer de Urías y luego la mantuvo en su casa el resto de su vida sin el permiso divino. Esta mujer también fue la santa abuela de Jesús por parte de su madre María. David también contrajo matrimonio con cien mujeres, lo cual es ilegal según la doctrina cristiana. Por lo tanto, este no fue su primer pecado, ya que incurrió en él una y otra vez a lo largo de su vida.

Puesto que este sacrificio maldito no puede frenar el pecado, los cristianos ordinarios también debieron haber cometido pecados, como ocurre hoy, y puesto que ninguno de sus pecados subsecuentes es perdonable según la doctrina de Pablo, serán sin duda castigados con el infierno eterno y ninguno de ellos merecerá librarse del castigo. El señor Sirajuddin no necesita ir muy lejos. Basta con que se mire a sí mismo. Al principio creyó que el hijo de María era el hijo de Dios y recibió el bautismo en nombre del “sacrificio maldito”. Sin embargo, al llegar a Qadian se hizo musulmán de nuevo, y confesó que se había precipitado en tomar el bautizo. Prosiguió, pues, orando al modo islámico, y me dijo repetidamente que se había percatado de lo absurdo de la Expiación, y que consideraba falsa tal doctrina. Sin embargo, al salir de Qadian, cayó en la trampa de los misioneros cristianos y volvió a hacerse cristiano. El Sr. Sirajuddin debería entender que al abandonar la fe cristiana de palabra y obra después de su bautizo, incurrió en el pecado por segunda vez desde el punto de vista cristiano, y que

tal pecado, según las enseñanzas de San Pablo, no será perdonado, pues para ello se requeriría otra crucifixión. Si se alega que Pablo estaba equivocado, o que mintió, y que de hecho el pecado deja de ser pecado una

vez que se acepta la creencia en el “sacrificio maldito”, y que incluso si alguien roba, fornica, asesina o miente, no tendrá que dar cuentas de ello, la religión que contenga tales enseñanzas será sin duda culpable de promover el pecado. Incluso sería aconsejable que el gobierno de la época exigiera garantías [de buena conducta] a los que adoptan tales creencias. Si a pesar de todo se insiste en que todo aquel que cree en el sacrificio maldito alcanza la verdadera pureza, y se limpia de todo pecado, ya he expuesto que esto no es en absoluto cierto, y he detallado los pecados de David, de las abuelas, de los discípulos de Jesús y del clero cristiano. Todo el que está bien informado saben que el sexo ilícito prolifera en Europa más que en ningún otro lugar. La mera afirmación de que alguien está libre de pecado no significa que en realidad lo esté. Proliferan los sinvergüenzas, adúlteros, infieles, borrachos y ateos que pretenden llevar vidas piadosas, pero en el fondo se asemejan a tumbas, que no contienen otra cosa que cadáveres descompuestos.

Además, es erróneo creer que todos los habitantes de una nación son intrínsecamente buenos o malos. La ley divina de la naturaleza permite a cada pueblo afirmar que, así como existen en su seno personas innatamente inmorales, corruptas y malvadas, así también existen aquellos que son por naturaleza mansos, nobles y virtuosos. Nadie está fuera de esta ley, ni los hindúes, ni los parsis, ni los judíos, ni los sijs, ni los budistas, ni tan siquiera los chuhras y los chamares.7 A medida que aumenta la cortesía y el civismo de un pueblo y la nación progresa en conocimiento y prestigio, en la misma medida, los justos de entre ellos también se reconocen por su vida virtuosa, carácter y conducta ejemplar. Si en cada nación no existieran individuos innatamente buenos, un simple cambio de religión o doctrina no bastaría para originar la bondad, pues la ley divina de la naturaleza es irrevocable. Todo el que realmente tiene hambre y sed de la verdad se dará cuenta de que, mucho antes de la existencia de la religión, Dios dispuso que algunas personas sintieran por naturaleza un mayor grado de amor y compasión, mientras que otras fueran más propensas a la ira y la inclemencia. La religión enseña que todo el amor, obediencia, sinceridad y fidelidad que un adorador de ídolos o de seres humanos tiene hacia estos objetos, deben dirigirse realmente a Dios, y que debe mostrarse en Su camino el mismo grado de sinceridad.

¿Hasta qué punto la religión influye en la naturaleza humana? Se trata de una pregunta que no ha recibido respuesta por parte de los Evangelios, pues están muy alejados de las sendas de la sabiduría. Sin embargo, el Sagrado Corán ha aclarado esta cuestión con gran detalle. Explica que el objeto de la religión no es transformar las facultades naturales del hombre, ni convertir a lobos en corderos; su propósito es guiar al hombre respecto al uso apropiado de sus facultades naturales en el momento y lugar oportunos. No corresponde a la religión cambiar las facultades de las personas; su objetivo es únicamente guiarlas hacia su uso adecuado. Prescribe el empleo de todas las facultades humanas en lugar de hacer énfasis en una facultad en particular, como la misericordia o el perdón. Ninguna facultad humana es en sí negativa, pero sí lo es su uso incorrecto o inmoderado. Una persona no debe ser condenada a causa de sus facultades naturales a menos que haga mal uso de ellas. En resumen, el Benefactor Eterno ha otorgado a todas las naciones facultades naturales en igual medida. Al igual que los seres humanos de todas las naciones del mundo han sido dotados de rasgos físicos como los ojos, narices, bocas, manos y pies, del mismo modo han sido bendecidos con facultades internas. Sin embargo, en cada nación hay hombres malos y buenos dependiendo del uso moderado o inmoderado de esas facultades. Solamente estaremos dispuestos a creer que una nación ha adquirido la virtud bajo la influencia de una religión, o que determinada religión es la causa de la conducta decente de sus seguidores, cuando algunos de sus seguidores devotos posean excelencias espirituales sin ningún paralelo en otras religiones.

Declaro con firmeza que estas excelencias solo se encuentran en el islam. El islam ha guiado a millares de personas a tan elevado nivel de pureza, que el mismo espíritu de Dios parece residir en ellas, y la luz de la aceptación divina brilla en ellas con tal esplendor que parecen reflejar la misma manifestación de la gloria divina. Tales personas han existido en cada siglo islámico, y no se trata de una afirmación sin fundamento, pues el mismo Dios ha dado testimonio de sus vidas santas.

En el Sagrado Corán, Dios Todopoderoso menciona las siguientes señales de los que adoptan la auténtica piedad: muestran milagros, Dios oye sus oraciones, les habla, les informa de lo desconocido y les ayuda. Sabemos que han existido millares de tales personas en el islam, y yo estoy presente en esta época para demostrar todas estas excelencias. Sin embargo, ¿dónde están esos cristianos, y en qué país viven, que puedan demostrar que su fe cumple con los estándares establecidos por el Evangelio? Cualquier cosa se reconoce por el resultado que produce, y el árbol se reconoce por su fruto. Su mera pretensión de piedad es vana a menos que se vea corroborada por los signos mencionados en las Escrituras. ¿Acaso los Evangelios no mencionan ninguna señal de la verdadera fe? ¿Acaso no se han descrito estas señales como milagrosas? De ser así, tales señales deberían constituir el criterio para juzgar la pretensión de un cristiano a la piedad. Os invito a comparar a cualquier eminente clérigo cristiano con el más humilde de los musulmanes con respecto a su luz espiritual y su aceptación divina. Si el clérigo cristiano consigue adquirir una fracción de la luz celestial poseída por el último, estoy dispuesto a aceptar cualquier castigo. Este es el motivo por el que he publicado una y otra vez anuncios desafiando a los cristianos. Afirmo sinceramente —y Dios es testigo de ello— de que tengo la absoluta certeza de que solo a través del islam se puede adquirir la verdadera fe y la auténtica piedad que proviene de la luz celestial. La vida virtuosa con la que he sido agraciado no es una mera afirmación verbal, pues las señales celestiales han dado testimonio de ella. No es posible demostrar que alguien lleva una vida piadosa sin el testimonio del Cielo, y tampoco es posible desvelar la hipocresía o incredulidad latentes de nadie sin la ayuda del testimonio celestial. Sin embargo, si en una comunidad se encuentra gente cuya pureza es corroborada por el testimonio celestial, el resto de las personas de tal comunidad también serán consideradas virtuosas, pues la comunidad es como un cuerpo y mediante un solo ejemplo se puede determinar que toda la comunidad es capaz de alcanzar una vida virtuosa y celestial8.

En este sentido, publiqué un anuncio dirigido a los cristianos, que hubiera conseguido aclarar el tema. De haber ido en búsqueda de la verdad, hubieran prestado atención al mismo. Reitero que tanto los cristianos como los musulmanes afirman poseer fe y piedad, pero la cuestión es, ¿cuál de las dos religiones posee realmente la verdadera fe y piedad a la vista de Dios? ¿Cuál de ellas se basa en inspiraciones satánicas y su pretensión de una vida piadosa es una ilusión resultante de la ceguera espiritual? En mi opinión, solamente la fe que recibe apoyo del testimonio celestial y posee signos de la aprobación divina es una fe real y aceptable. Asimismo, solo es santa y piadosa la vida de aquel que recibe apoyo de los signos celestiales. Si se trata únicamente de una mera reivindicación verbal, todas las religiones reivindican que han tenido —y siguen teniendo— a numerosos piadosos y virtuosos entre ellos, y hablan de sus extraordinarias cualidades, cuya verdad es siempre difícil de demostrar. Si los cristianos creen de verdad que la Expiación es un medio para alcanzar la auténtica fe y la virtud, que vengan y compitan conmigo en cuanto a la aceptación de las oraciones y la manifestación de señales celestiales. Yo estoy dispuesto a aceptar cualquier castigo y sufrir todo tipo de humillación, siempre que las señales celestiales den testimonio de que sus vidas son realmente piadosas. Sin embargo, quiero afirmar rotundamente que, en términos espirituales, los cristianos llevan una vida muy impura, y Dios —que es el Señor de los cielos y de la tierra— observa sus creencias con el mismo desdén y repulsión que sentimos al ver un cadáver putrefacto. Si estuviera equivocado en lo que digo y mi afirmación no contara con el apoyo divino, le invito a que tomemos una decisión sobre el asunto de forma amistosa. Sin embargo, sigo insistiendo en que los cristianos carecen de la auténtica piedad que desciende del cielo e ilumina los corazones y, como ya he mencionado, quienes son piadosos entre ellos, lo son por naturaleza, y se encuentran en todas las naciones. Pero el tema que me preocupa no es la virtud innata, ya que en casi todas las comunidades existen personas dignas y bondadosas, incluso entre las denominadas castas bajas, como los bhangs y chamares. Me preocupa la vida pura y celestial que se adquiere a través de la Palabra Viva de Dios, que desciende del cielo y que se distingue por los signos celestiales. Puesto que tal piedad no se encuentra entre los cristianos, nos gustaría que alguien nos explicara el modo en que les ha beneficiado su “sacrificio maldito”.

Tras exponer con detalle el método de salvación que los cristianos atribuyen a Jesús, la siguiente cuestión es si la misión de nuestro Profetasa también ofrece el mismo “amor maldito” y “sacrificio maldito” por la pureza y salvación de la humanidad, o bien ofrece otro método distinto. La respuesta es que en el islam no existen métodos malditos e impuros para alcanzar la salvación. No propone ningún “sacrificio maldito” o “amor maldito”, sino que, para alcanzar la verdadera pureza, nos ordena ofrecer el sacrificio puro de nuestro ser, después de haber sido limpiado con el agua de la sinceridad y purificado por el fuego de la devoción y la constancia, como dice Dios:

9

Es decir, aquel que se somete completamente a Dios, consagra su vida en Su camino y anhela hacer el bien, será recompensado con la fuente de la proximidad divina. No sentirá temor ni se afligirá.

En otras palabras, quien emplea todas sus facultades en el camino de Dios Todopoderoso y cuya palabra y obra, acción e inacción; es decir, toda su vida, está consagrada a Dios, y es diligente en hacer el bien, será recompensado por el mismo Dios y será liberado del temor y la aflicción. Recordad, en el Sagrado Corán Dios también ha usado el término ‘islam’ para denotar ‘firmeza’. Por ejemplo, Él nos ha enseñado la oración:

Es decir: guíanos por el camino de la constancia; el camino de aquellos que fueron recompensados por Ti y por quienes se abrieron las puertas del cielo.

Para entender la razón de la existencia de algo, debemos determinar primero su causa final. Puesto que el propósito principal de la creación del hombre es servir a Dios, y el hombre ha sido creado para someterse eternamente a la voluntad divina, este debe entregarse a Él con total devoción y sinceridad. Al someter a Dios todas sus facultades, es agraciado con la recompensa divina. A esto se le llama, en otras palabras, una vida santa. Del mismo modo que, al abrir una ventana, los rayos del sol penetran a través de ella, igualmente, la llama celestial envuelve al hombre, alumbrando todo su ser y limpiándolo de todas sus impurezas ocultas, cuando se inclina a Dios en completa sumisión, sin permitir que nada se interponga entre ambos. Entonces se convierte en un hombre nuevo y experimenta una gran transformación en su interior. Se dice entonces que ha adquirido una vida santa. Esta transformación tiene lugar en esta misma vida. Al-lah, el Todopoderoso, se refiere a ello en este versículo del Sagrado Corán: Es decir, quien sea ciego en este mundo y no ve la luz de Dios, será ciego en el Más Allá.

En pocas palabras, el hombre lleva consigo al otro mundo las facultades que requiere para ver a Dios. Aquel que no desarrolla estas facultades en este mundo, y cuya fe permanece confinada a meros relatos y fábulas, languidecerá en la oscuridad eterna. Para alcanzar una vida de pureza y la auténtica salvación, Dios nos prescribe entregarnos totalmente a Él, postrarnos ante Su umbral con verdadera sinceridad, apartarnos de la infamia de denominar dioses a la creación, por más que seamos golpeados, despedazados o quemados vivos, y dar testimonio de Su existencia aun a costa de nuestras vidas. Por eso Él ha llamado a nuestra religión ‘islam’, que significa sacrificar nuestras vidas por Él. La ley de la naturaleza manifiesta claramente que las enseñanzas del Sagrado Corán sobre el logro de la pureza y la salvación, también existen en el mundo físico. Observamos a diario que la falta de nutrición adecuada produce enfermedades a los animales y a las plantas. El remedio que la naturaleza ha puesto para ello es el empleo de alimentos sanos y la abstención de todo lo que es dañino. Los árboles, por ejemplo, tienen dos cualidades inherentes que les ayudan a mantenerse sanos: (1) Introducen sus raíces profundamente en la tierra para evitar separarse de ella y marchitarse; (2) Absorben el agua de la tierra a través de sus raíces para alimentarse. La Providencia ha prescrito las mismas leyes para el hombre, es decir, que éste solo consigue prosperar cuando se une a Dios con sinceridad y firmeza, y se arraiga en Su amor con la ayuda del Istighfar12, y después atrae el agua divina a través de la mansedumbre y la humildad, sometiéndose a Él y arrepintiéndose tanto de palabra como de acto. De esta forma atrae hacia sí el agua celestial y consigue erradicar toda la sequedad originada por el pecado y alejar sus debilidades.

El Istighfar, que fortalece las raíces de la fe, ha sido definido por el Sagrado Corán de dos maneras. El primer significado de Istighfar es abstenerse del pecado —que abruma al hombre cuando está separado de Dios—, anclando el corazón en Su amor, implorando Su ayuda y entregándose a Él. Este Istighfar es característico de aquellos que han logrado tal proximidad a Dios que incluso una separación momentánea de Él la consideran peor que la muerte. Imploran el perdón de Dios para que Él los envuelva en Su amor. El otro significado de Istighfar es liberarse del pecado, apresurarse hacia Dios, y dejarse cautivar por Su amor para que el corazón humano, al crecer en la piedad, pueda librarse de la aridez y la decadencia del pecado, como el árbol que se arraiga firmemente en la tierra. Estos dos estados se denominan Istighfar, ya que ‘Ghafr’, del cual se deriva la palabra Istighfar, significa encubrir y suprimir. Por lo tanto, Istighfar significa [orar para] que Dios siga encubriendo los pecados de la persona que se pierde en Su amor, sin permitir que se expongan las raíces de la debilidad humana, y lo envuelva en el manto de Su divinidad, confiriéndole una parte de Su Santidad. O bien, que Dios encubra cualquier raíz que haya quedado expuesta a causa del pecado y la proteja de los efectos adversos de tal exposición. Puesto que Dios es la fuente del bien, y Su luz disipa siempre la oscuridad, el medio apropiado de alcanzar una vida pura y piadosa es buscar refugio frente a este estado espantoso [de aridez y exposición] y extender ambas manos hacia la Fuente de la pureza, para que su agua pueda manar con intensidad hacia nosotros y lave todas nuestras impurezas. Ningún sacrificio agrada más a Dios que el de nuestro sometimiento a Él en cuerpo y alma, aceptando incluso la muerte en Su camino. Este es el sacrificio que Dios nos enseña, cuando dice: 13

Es decir, jamás alcanzaréis la piedad a menos que empleéis en Su camino lo que améis.

Este es el camino hacia el que el Sagrado Corán nos guía. Los signos celestiales también proclaman, en voz alta y clara, que este es en verdad el camino recto, y también lo corrobora la razón. Aquello que no está respaldado por el testimonio no puede compararse con lo que relatan varios testigos. Las enseñanzas que siguió Jesús de Nazaret fueron las mismas que las contenidas en el Sagrado Corán, y por ello mereció la recompensa divina. Por lo tanto, todos los que adopten esta sagrada enseñanza como guía serán también semejantes a Jesús. Esta santa enseñanza es capaz de convertir en Mesías a millares de personas, y, de hecho, ya lo ha hecho miles de veces.

Mi siguiente cuestión, que formulo con todo respeto a los misioneros cristianos, es: ¿qué clase de progreso espiritual han conseguido al convertir en Dios a un ser humano pobre e indefenso? Estoy dispuesto a aceptar vuestros argumentos si conseguís demostrarlo. De lo contrario, os invito, desafortunados adoradores de ídolos, a presenciar nuestros logros y a que entréis en el seno del islam. Es justo afirmar que solo es veraz aquel cuya piedad, conocimiento espiritual y amor a Dios reciben el testimonio del Cielo, y que quien se apoya en meros relatos y mitos es un desdichado y un mentiroso sumido en la inmundicia.

Pregunta 2 :

Si el objetivo del islam es guiar a la humanidad hacia el Tauhid [la Unidad de Dios], ¿por qué en su primer período emprendió la Yihad contra los judíos cuando sus libros revelados solo enseñan la Unidad de Dios. ¿Por qué ahora se considera esencial para los judíos y los que ya creen en la Unidad de Dios convertirse en musulmanes para alcanzar la salvación?

Respuesta:

Que quede claro que en la época de nuestro Santo Profetasa los judíos se habían alejado mucho de las enseñanzas de la Torá. Aunque sus escrituras prescribían la Unidad de Dios, dejaron de beneficiarse de esta enseñanza y olvidaron el objeto fundamental por el cual fue creado el hombre y reveladas las Escrituras. La verdadera creencia en la Unidad de Dios consiste en someterse al Señor de la Gracia y la Perfección, buscar Su agrado y fundirse en Su amor, tras haber creído en Su existencia y tras haber reconocido Su Unidad. En la práctica, los judíos habían dejado de creer en la Unidad de Dios, y sus corazones dejaron de sentir temor a la gloria y majestad divinas. Sus lenguas pronunciaban el nombre de Dios, pero sus corazones adoraban a Satanás, y excedieron todos los límites en su amor por el mundo, la perfidia y la falsedad. Rendían culto a los derviches y a los rabinos y practicaban los actos más abominables. También predominaban la hipocresía y el engaño.

La creencia en la Unidad de Dios no consiste solo en pronunciar las palabras  14 mientras el corazón está lleno de ídolos. En realidad, una persona es idólatra a la vista de Dios cuando otorga a sus propios planes y acciones la misma importancia que debiera dar a Dios, cuando confía en un ser humano como debiera confiar en Él, o se exalta a sí misma como debiera exaltar a Dios. A los ojos de Dios, los ídolos no consisten meramente en los objetos hechos de oro, plata, bronce o piedra, en los cuales la gente deposita su confianza, sino que cualquier cosa, palabra o acto a la que se otorga la misma importancia que a Dios, es un ídolo ante Sus ojos. La Torá no contiene una definición tan exacta sobre la adoración de los ídolos. Sin embargo, el Sagrado Corán la describe con gran detalle. Una de las razones por las que Dios reveló el Sagrado Corán fue liberar a los corazones de la gente de la adoración de los ídolos, que les corroía como una enfermedad infecciosa. Esta era la clase de idolatría a la que habían sucumbido los judíos, de la que la Torá no pudo liberarlos por no poseer una enseñanza completa. Por otro lado, la enfermedad que había afectado a todo el pueblo judío requería un ejemplo puro y vivo del Tauhid que habría de manifestarse a través de un hombre perfecto.

Cabe recordar que el verdadero Tauhid, que Dios desea que profesemos y del cual depende la verdadera salvación, es creer que Dios no tiene ningún socio — ya sea un ídolo, el hombre, el sol, la luna, nosotros mismos, nuestros planes o nuestra astucia— y no considerar a nadie salvo a Él como la Fuente de todo poder y sustento, honor y humillación, ayuda y socorro; y hacer de Él el objeto de todo nuestro amor, adoración, súplica, esperanza y temor. Por lo tanto, ningún concepto del Tauhid es completo salvo que posea las tres características siguientes:

  • Tauhid en el contexto del Ser divino: Considerar que todo excepto Él, es inexistente, mortal y sin ninguna
  • Tauhid en el contexto de los Atributos de Dios: Creer que nadie posee los atributos de Señorío y Divinidad excepto la Persona del Todopoderoso, y que todos aquellos que parecen sostener y beneficiar a la creación son solamente una parte del esquema divino de las cosas.
  • Tauhid en el contexto del amor, la sinceridad y la devoción: no asociar a nadie con Dios en cuestión de amor y devoción, y entregarse completamente a Él.

Los judíos perdieron el verdadero concepto del Tauhid que forma la base de la salvación y comprende estos tres aspectos. Su mala conducta hizo patente que su creencia en Dios no era sincera sino meramente verbal. El Sagrado Corán echa la culpa a los judíos y a los cristianos, y dice que si hubieran seguido las enseñanzas de la Torá y del Evangelio, habrían sido agraciados con las mercedes celestiales y materiales, es decir, habrían sido dotados con los rasgos de los verdaderos creyentes, tales como los milagros, la aceptación de las oraciones, las visiones y las revelaciones, todas las cuales constituyen las mercedes celestiales, y también habrían merecido las recompensas mundanas. Sin embargo, ahora se encuentran totalmente desprovistos de las bendiciones celestiales, y los dones mundanos que poseen no los han conseguido por inclinarse ante Dios, sino por su inclinación al mundo. Se han visto, por tanto, desposeídos de ambos.

Aunque es cierto que, según el Sagrado Corán, se emprendieron guerras contra los judíos y los cristianos, la verdad es que los musulmanes no fueron en ningún caso los que iniciaron tales guerras, ni su objetivo fue en momento alguno coaccionar a la gente a convertirse al islam. Al contrario, fueron los enemigos del islam quienes crearon las condiciones para estas guerras al perseguir a los musulmanes o al prestar ayuda a sus perseguidores. Al ser ellos mismos los que crearon estas condiciones, Dios decidió imponerles el castigo. A pesar de todo, Él, por Su misericordia, dio la opción de librarse del castigo a todo el que abrazara el islam o aceptara pagar la Jizyah15. Esta concesión se ajusta a ley divina de la naturaleza, pues la conciencia humana se inclina naturalmente a la oración, el arrepentimiento, la súplica, la limosna y la caridad para evitar calamidades tales como epidemias o hambrunas, que se abaten como castigo divino. Esta es ciertamente la ley eterna, que muestra que Dios Clemente inspira a los corazones [hacia la oración, etc.] para soslayar el castigo. Él, por ejemplo, aceptó las oraciones de Moisés en varias ocasiones y salvó a los israelitas del castigo divino.

Las guerras islámicas eran una especie de castigo para los enemigos acérrimos del islam, pero la puerta de la misericordia aún seguía abierta para ellos. Es erróneo suponer que el islam emprendió guerras para difundir el Tauhid. Estas guerras punitivas se libraron solamente en el momento en que otras naciones decidieron recurrir a la tiranía y a la opresión.

Procedemos ahora a la pregunta de ¿qué necesidad tenían los judíos de hacerse musulmanes si ya profesaban la creencia en la Unicidad de Dios? Como acabo de mencionar, el Tauhid no estaba implantado en sus corazones; solamente se encontraba en sus libros y distaba mucho de ser perfecto. Debían, pues, adquirir el espíritu vivo del Tauhid, pues hasta que no se adquiere este espíritu vivo, no es posible la salvación. Los judíos llegaron a asemejarse a los muertos y perdieron el verdadero espíritu de Tauhid a causa de su insensibilidad y todo tipo de desobediencia. Le habían dado la espalda a Dios, y la Torá había dejado de ser una guía perfecta, ya que sus enseñanzas no solo eran inadecuadas, sino que también se habían corrompido en forma y sustancia. Por lo tanto, Dios envió Su Palabra viva (el Corán) como el agua que desciende del cielo, y los invitó a ella para que, al liberarse de todos los errores y conceptos equivocados, pudieran alcanzar la verdadera salvación. El Santo Corán fue revelado, entre otras cosas, para enseñar el Tauhid vivo a los judíos que se hallaban espiritualmente muertos, para advertirles de sus errores, y para informar con detalle ciertas doctrinas que la Torá solo había insinuado, tales como la resurrección corporal, la inmortalidad del alma y el concepto de cielo y el infierno.

Lo cierto que es que la semilla de la verdad, que fue sembrada por la Torá, brotó en la forma del Evangelio y ofreció una buena nueva para el futuro. Así como la vegetación verde y frondosa de un campo promete una futura producción de fruta abundante, así también el Evangelio dio la buena nueva de la aparición de una Sharía perfecta y de una Guía perfecta. Esta semilla alcanzó finalmente la perfección a través del Sagrado Corán, que trajo consigo bendiciones extraordinarias, distinguió el bien del mal, y perfeccionó todas las verdades religiosas, como se había anunciado en la Torá:

El Señor vino del Sinaí, y se alzó sobre ellos desde Seir, y brilló desde el monte Parán.16

No hay duda de que el Sagrado Corán es el único libro que ha llevado a la perfección todos los aspectos de la ley divina. La Sharía abarca dos partes principales: los derechos de Dios y los derechos del hombre. El Sagrado Corán es el único libro que comprende estos dos apartados. El Sagrado Corán tenía como objetivo transformar a salvajes en hombres, a los hombres en seres morales y a los seres morales en seres piadosos, y lo ha hecho de forma tan extraordinaria, que la Torá parece haber enmudecido en comparación suya.

Entre los muchos objetivos del Sagrado Corán, uno de ellos era resolver la disputa entre judíos y cristianos con respecto al Mesíasas. El Santo Corán ha resuelto satisfactoriamente todas estas cuestiones, como dice el siguiente versículo coránico:17

Los judíos creían que el profeta de los cristianos —el Mesías— se hizo maldito al ser crucificado según las enseñanzas de la Torá, y no ascendió al cielo, demostrando así ser un impostor. Los cristianos, por su parte, creyeron que se hizo maldito, pero que lo hizo por ellos. Sin embargo, su maldición llegó a desaparecer y ascendió al cielo sentándose a la diestra de Dios. Sin embargo, este versículo establece que Jesús fue exaltado hacia Dios inmediatamente después de su muerte, y no fue maldecido eternamente como creían los judíos — pues una maldición eterna es una barrera para alcanzar la exaltación espiritual—, ni tampoco durante unos pocos días, como los cristianos han intentado hacernos creer. En el mismo versículo Dios explica también que la exaltación espiritual de Jesús [hacia Dios] no es contraria a las enseñanzas de la Torá, pues según las mismas solamente es maldito quien muere realmente en la cruz y no alcanza la exaltación. Una crucifixión o padecimiento que no cause la muerte no acarrea maldición alguna, ni impide la exaltación espiritual. Según la Torá, la crucifixión es el método divino de dar muerte a los culpables. Por lo tanto, quien muere en la cruz sufre la muerte maldita de un pecador.

El Mesíasas, sin embargo, no murió en la cruz, pues Dios lo salvó de tal muerte. Él mismo había predicho que su condición sería semejante a la de Jonás, y así es como sucedió. Jonás no murió en el vientre de la ballena, ni Jesús murió en la cruz, y su oración ‘Eli, Eli, lama sabachthani’18 fue aceptada. Si hubiera muerto, Pilatos también habría sido presa del castigo, pues un ángel había advertido a su esposa que sufrirían mucho en el caso de que Jesús fuera asesinado. Sin embargo, Pilatos no sufrió ningún castigo. Otra prueba de que Jesús permaneció vivo es que no le fueron quebrados los huesos en la cruz, y al ser perforado su cuerpo con una lanza tras ser bajado de la cruz salió sangre de su cuerpo. Además, después de la crucifixión, mostró a sus discípulos sus heridas, que evidentemente no hubiera tenido si hubiera resucitado. Todo esto demuestra que Jesús no murió en la cruz y que, en consecuencia, no fue maldito. Murió indudablemente en la virtud y, como todos los Profetas de Dios, fue exaltado hacia Él de acuerdo con la promesa contenida en el versículo19.

De haber muerto en la cruz, se hubiera contradicho por su propia declaración, ya que no hubiera existido semejanza entre él y Jonás.

Así pues, El Corán resolvió finalmente la disputa existente desde hacía tiempo entre cristianos y judíos. Sin embargo, los cristianos siguen insistiendo en que no existe necesidad de la revelación del Corán. ¡Ignorantes y ciegos de corazón! El Sagrado Corán brindó el perfecto Tauhid. Armonizó la razón con la Palabra divina y llevó el Tauhid a la perfección. Estableció, a través de argumentos incontrovertibles, la Unidad de Dios y Sus atributos, y demostró Su existencia a través de argumentos basados en la razón y la tradición, así como a través de la revelación. Demostró, en términos racionales, la verdad de la religión que antes descansaba en meros relatos, y proporcionó una base sensata a todas y cada una de sus doctrinas. Perfeccionó una serie de verdades religiosas, que hasta entonces se hallaban incompletas y, al absolver a Jesús de la maldición de la crucifixión, dio testimonio de que era un profeta exaltado y verdadero. ¿No son acaso suficientes estas bendiciones para demostrar la necesidad del Sagrado Corán?

Ha de tenerse en cuenta que el Sagrado Corán ha expuesto claramente la razón de su revelación: 20

Es decir, sabed que Dios da la vida a la tierra después de su muerte.

La historia testifica que durante la época de la revelación del Corán, todas las naciones habían llegado a corromperse. Pfander, un clérigo cristiano y autor de Mizan-ul-haq, a pesar de sus prejuicios profundamente arraigados, escribe claramente en su libro que en la época del Santo Corán los judíos y los cristianos se hallaban sumidos en la corrupción y en la decadencia, y que la aparición del Corán les sirvió de advertencia.

Sin embargo, a pesar de su admisión, sostiene en su ignorancia que Dios envió Su advertencia a través de un falso profeta. ¡Qué blasfemia! ¿Podemos atribuir tal hábito a Dios y afirmar que Él, viendo a la humanidad sumida en el error y la corrupción, decidió descarriarla aún más, causando la destrucción de millones de personas inocentes con Su propia mano? ¿Así es como actúa la Providencia divina con la humanidad en momentos de prueba? Es triste que a causa de su amor por el mundo, hayan llegado a negar una verdad tan clara como el sol. Por un lado, atribuyen la divinidad a un hombre humilde a quien consideran maldito, y, por otro, rechazan al más sublime de los Profetassa que apareció en la tierra en un momento en que la humanidad se hallaba espiritualmente muerta. Y a pesar de todo, tienen la temeridad de cuestionar la necesidad del Sagrado Corán.

¡Indolentes y ciegos de espíritu! Ningún Profeta apareció en momentos de tanta oscuridad como la que envolvió al mundo en la época del Sagrado Corán. El Corán encontró ciego al mundo y le otorgó vista, lo vio extraviado y le proporcionó guía, y lo halló muerto y le otorgó una nueva vida. ¿Qué más es preciso para demostrar la necesidad del Sagrado Corán? Preguntan qué nueva enseñanza aportó el Sagrado Corán estando ya vigente en el mundo la enseñanza del Tauhid. Su condición infunde pena. Como ya he señalado, el concepto de Tauhid de las primeras escrituras era imperfecto —y esto nadie puede negarlo— y se había desvanecido por completo de los corazones de las personas. Fue el Corán el que lo revivió y lo llevó a la perfección. Por eso el Corán se llama Zikr,21 ya que sirve de recordatorio para la humanidad. Abrid los ojos y reflexionad: ¿Era acaso tan singular la enseñanza de la Torá sobre el Tauhid que ni siquiera llegaron a conocerla los primeros profetas? ¿No es acaso cierto que el primero en recibir esta enseñanza fue Adán, y posteriormente Set, Noé y Abraham, y todos los demás profetas que aparecieron antes de Moisés? En cuanto a la Torá, se podría plantear la misma objeción, es decir, por qué no aportó ninguna enseñanza nueva. ¡Descarriados! Dios es inmutable y el Dios de la época de Moisés era el mismo que el de la época de Adán, Seth, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y José; y la enseñanza de la Torá sobre el Tauhid era la misma que la que mencionaron los profetas anteriores.

De formularse por qué la Torá repitió la misma enseñanza acerca del Tauhid, la respuesta es que la creencia en la existencia de Dios y en Su Unidad no se originó con la Torá sino que existió desde siempre, aunque en ciertas épocas la gente la hubiera contemplado con desdén y desprecio debido a su propio incumplimiento. La tarea de los libros divinos y de los Profetas era aparecer en los momentos en que gente se apartaba de esta doctrina y sucumbía a todo tipo de tendencias politeístas. Fue revivida miles de veces, pero perdió su lustre en muchas ocasiones y permaneció oculta a los ojos de la gente. Cada vez que se ocultaba, Dios enviaba a un siervo suyo para volver a manifestarla con todo su esplendor. De esta manera, la oscuridad y la luz han predominado alternativamente en el mundo.

El mejor criterio para juzgar a un profeta es observar la época de su advenimiento y el nivel de reforma que ha generado. Los buscadores de la verdad deberían reflexionar y negarse a prestar atención a las afirmaciones deshonestas de personas malévolas y con prejuicios. Para ello, es preciso considerar el estado en el que un Profeta encuentra a su pueblo, y el grado de transformación que logra producir en su carácter y creencias. De esta forma es posible reconocer a los profetas que aparecieron en momentos de mayor necesidad, y a los que aparecieron en momentos de necesidad menos urgente. Los pecadores necesitan de un Profeta al igual que los enfermos requieren de un médico, y así como la propagación de la enfermedad precisa de un médico, de igual modo, la propagación del pecado requiere de un Reformador.

Teniendo en cuenta este principio, si se examina la historia de la Península Arábiga y se compara la condición de los árabes antes y después del advenimiento del Santo Profetasa nos daremos cuenta de que este Último Profetasa superó a todos los demás en cuanto a su santa influencia, poder espiritual y otorgamiento de bendiciones celestiales. También nos percataremos de que la necesidad del Santo Profetasa y del Sagrado Corán era muy superior a la de todos los demás libros y profetas en su conjunto. Tomemos como ejemplo a Jesús. ¿Qué necesidad del mundo se cumplió mediante su venida, y qué prueba existe de que realmente hubiera satisfecho alguna necesidad? ¿Consiguió producir algún cambio fundamental en la moral, el carácter y las creencias de los judíos? ¿Consiguió que sus discípulos alcanzaran la auténtica purificación interna? No existe ningún tipo de evidencia al respecto. Todo lo que sabemos es que un puñado de individuos llenos de codicia y avaricia decidió seguirlo y terminó cometiendo actos vergonzosos de traición e infidelidad. En mi opinión, el supuesto suicidio de Jesús no es más que un absurdo que arroja una sombra permanente sobre su razón y su cordura.

¿Es posible que una persona sensata cometa un acto que, incluso bajo las leyes humanas, es considerado un crimen? En absoluto. Mi pregunta es: ¿qué enseñó Jesús y qué aportó [al mundo]? ¿Vino solo por un sacrificio maldito que no puede ser justificado por la razón ni la justicia?

Cabe recordar que el Evangelio no contiene ninguna nueva enseñanza. Todas sus enseñanzas ya estaban incluidas en la Torá, y una gran parte de ellas aún se encuentran en el libro judío del Talmud. Los eruditos judíos se quejan por lo general que algunos versículos del Evangelio están plagiados de sus escrituras. Recientemente recibí un libro escrito por un erudito judío que ha hecho todo lo posible por demostrar este punto, en el que cita incluso las fuentes de las que fueron tomados los versículos. Encargué estos libros con el único propósito de enseñarlos al señor Sirajuddin, pero, lamentablemente, este se marchó sin poder verlos. Los investigadores cristianos admiten que el Evangelio no es más que un resumen de las enseñanzas judías a las que el Mesíasas dio preferencia. Pero también añaden que el propósito de su venida no era impartir ninguna nueva enseñanza, sino que el verdadero objetivo era su propio sacrificio, es decir, ofrecer el sacrificio maldito que no deseo mencionar una y otra vez en este libro.

En resumen, los cristianos se engañan pensando que Jesús no trajo ninguna nueva ley, puesto que la ley ya se había completado con la Torá, y que solo vino a redimir al mundo. También piensan que el Sagrado Corán brindó innecesariamente una enseñanza que había sido perfeccionada de antemano. Esto no es más que un engaño que ha erosionado completamente la fe de los cristianos. La verdad es que, puesto que el hombre es propenso al error y al olvido, y es incapaz de mostrar firmeza en la práctica de los mandatos divinos, precisa que alguien le recuerde y refuerce su fe constantemente. Sin embargo, el Sagrado Corán no fue revelado solamente por estas dos razones, sino que también vino para perfeccionar y completar las enseñanzas anteriores. La Torá, por ejemplo, puso un gran énfasis en la venganza y la retribución, de acuerdo con la necesidad de su tiempo, mientras que el Evangelio hizo hincapié en el perdón y la paciencia. El Sagrado Corán, por el contrario, nos enseña a considerar las circunstancias antes de elegir una u otra opción. En todos los demás aspectos, la Torá se inclina hacia un extremo y el Evangelio hacia el otro, mientras que el Sagrado Corán enseña lo apropiado, y prescribe actuar de acuerdo con las necesidades pertinentes. Aunque la enseñanza esencial de los tres libros es la misma, uno pone mayor énfasis en un aspecto, el otro hace hincapié en otro distinto, y el tercero —el Sagrado Corán— enseña una forma de proceder equilibrada que se ajusta a la naturaleza humana. El Sagrado Corán nos ha enseñado este sabio modo de proceder. La Torá hace hincapié en una severidad indebida22 y el Evangelio enfatiza el perdón injustificable. Sin embargo, el Sagrado Corán ordena lo apropiado. Así como se forma la leche al entrar la sangre en el pecho de la madre, de igual forma, las ordenanzas de la Torá y del Evangelio se convierten en sabiduría al encontrar su expresión en el Sagrado Corán. De no haber sido revelado el Sagrado Corán, la Torá y el Evangelio se habrían parecido a flechas lanzadas por una persona ciega, que dan al blanco muy pocas veces y fallan en su mayoría. La Torá enseñó la Sharía a través de cuentos, y el Evangelio, a través de parábolas, pero el Santo Corán la enseñó a través de la sabiduría a aquellos que buscan la verdad.

¿Cómo se puede comparar la Torá y el Evangelio con el Sagrado Corán? Aunque nos esforzáramos toda la vida por comparar el Libro de Moisés o los Evangelios de Jesús solamente con el primer capítulo del Sagrado Corán —el Surah Al-Fatihah, que comprende solo siete versículos— nunca hallaríamos en esas escrituras las mismas verdades religiosas y tesoros espirituales, en la misma secuencia perfecta, composición y orden inherentes, que se encuentran en el Surah Fatihah. Esta no es una afirmación vana, pues lo cierto es que no es posible que la Torá y el Evangelio igualen la sabiduría que contiene el Surah Al Fatihah por sí solo. Sin embargo,

¿cómo podemos llevar este asunto a una conclusión teniendo presente que los clérigos cristianos no están de acuerdo con ninguna de nuestras sugerencias? Si realmente creen que la Torá o los Evangelios contienen sabiduría y verdad, y manifiestan las excelencias del Verbo Divino de forma extraordinaria, estoy dispuesto a ofrecerles una recompensa de quinientas rupias en efectivo si consiguen encontrar en sus voluminosos libros, que son casi setenta en número, las mismas verdades de la Ley, las perlas bien organizadas de sabiduría y conocimiento, y las excelencias de la Palabra divina contenidas en el Surah Al-Fatihah. Si esta recompensa no fuera suficiente, estaría dispuesto a aumentarla en lo posible a petición suya. Para llegar a una decisión, prepararé y publicaré un comentario del Surah Al-Fatihah, en el que se expondrá una detallada exégesis de las verdades, sabiduría y características de la palabra divina contenidos en ella. Entonces los clérigos cristianos deberán demostrar que la Torá, el Evangelio y el resto de sus libros contienen las mismas verdades y sabiduría presentes en el Surah Al-Fatihah y poseen todos los rasgos distintivos de la Palabra de Dios, es decir, aquellas cualidades milagrosas que no es posible encontrar en la obra del hombre. Si deciden competir conmigo, y tres jueces pertenecientes a diferentes creencias dan el veredicto de que sus escrituras también contienen los sutiles puntos de sabiduría y conocimiento propios de la Palabra de Dios contenidos en el Surah Al-Fatihah, recibirán una recompensa de quinientas rupias que se depositarán por adelantado en el lugar de su elección.

¿Hay algún clérigo cristiano dispuesto a asumir este desafío? La Palabra divina se manifiesta a través de Sus poderes milagrosos, del mismo modo en que las maravillas de la naturaleza se reflejan a través de Su creatividad. Por ejemplo, en el cielo existen miles de estrellas. No hay mayor necio que aquel que, señalando a un puñado de estrellas, se niega a aceptar que proceden de Dios alegando que no sirven aparentemente a ningún propósito, o que argumenta que, al no ser imprescindibles ciertas hierbas, rocas o animales no pueden haber sido creados por Dios.

Merece la pena recordar que el Sagrado Corán abarca todas las excelencias que el alma humana requiere para su perfección. La relación entre la Torá y el Sagrado Corán queda ilustrada por la siguiente parábola: en una ocasión, una posada quedó reducida a un montón de escombros a causa de tormentas y terremotos devastadores. Los escombros del inodoro se mezclaron con los de la cocina, y viceversa, y no quedó nada en su lugar. Sin embargo, el dueño de la posada se apiadó de los caminantes y construyó otra posada suntuosa y cómoda en su lugar. Esta nueva posada era mucho mejor que la anterior y contaba con habitaciones muy confortables, con todas las comodidades esenciales. Al construir la nueva posada, el propietario no solo volvió a utilizar algunos de los ladrillos de la antigua posada, sino que también empleó ladrillos, madera y otros materiales nuevos para la nueva estructura. El Sagrado Corán es la segunda posada. ¡Que vean los que tienen ojos!

Aquí, es preciso abordar otra objeción. Una vez que se ha entendido que la enseñanza mejor y más perfecta es la que prescribe la acción apropiada en armonía con las demandas del tiempo y lugar, y expone en detalle todos los puntos de sabiduría, ¿por qué el Sagrado Corán es el único libro que ha llevado estos dos puntos a la perfección y por qué la Torá y el Evangelio carecen de esta distinción? La respuesta es que el error no radica en la Torá ni en el Evangelio, sino en las limitadas capacidades de su pueblo. El pueblo judío, vinculado a Moisésas, había vivido como esclavo bajo el mandato de los faraones durante cuatrocientos años y había experimentado una persecución tan severa que terminó ignorando la esencia de la equidad y la justicia. Si un gobernante —que también es maestro y mentor— es justo, su justicia se reflejará obviamente en el corazón de sus súbditos y estos se inclinarán naturalmente hacia la justicia, el civismo y la decencia. Pero si el gobernante es un tirano, sus súbditos también adoptarán la crueldad y la opresión, y la mayoría de ellos perderá el sentido de la justicia. Esto es lo que ocurrió con los israelitas. Tras vivir durante largo tiempo bajo el dominio despótico de los faraones y sufrir todo tipo de persecución, perdieron por completo el verdadero espíritu de la justicia. Así pues, la obligación primordial de Moisésas fue enseñarles la justicia. Por esta razón la Torá contiene versículos que hacen tanto hincapié en garantizar la justicia y la equidad. Aunque es cierto que existen versículos en la Torá que enseñan la compasión, si se estudian en detalle, nos damos cuenta de que solo sirven para proteger los límites de la justicia, y frenar las pasiones irracionales y la venganza, es decir, insisten solamente en garantizar la justicia y la equidad. Sin embargo, el propósito detrás de la enseñanza de la compasión contenida en el Evangelio, que hace tanto hincapié en el perdón y en evitar la retribución, es muy diferente. Una observación detallada del Evangelio revela que el autor del libro se dirigía a personas que adolecían de la virtud de la tolerancia y el perdón, y deseaba que no anhelaran el deseo de venganza, y practicaran en su lugar la paciencia, la tolerancia, el perdón y la clemencia. Esto se debe a que en la época de Jesúsas, la condición moral de los judíos había sufrido un gran deterioro. Los litigios y la venganza habían superado todos los límites, y con el pretexto de la defensa de las reglas de la justicia, se apartaron totalmente de la virtud de la misericordia y el perdón. Las enseñanzas aportadas por el Evangelio iban dirigidas, pues, a una época determinada y a un pueblo en particular, pero no representaban la verdadera imagen de la ley divina. Esto se rectificó con la aparición del Sagrado Corán.

Al estudiar cuidadosamente el Sagrado Corán y observar atentamente su contenido con imparcialidad, nos damos cuenta de que no hace mucho hincapié en la retribución y la venganza, como se refleja en el relato de las batallas y en las normas de retribución mencionadas en la Torá, y tampoco pone énfasis exclusivamente en el perdón, la no violencia y la clemencia, como enseña el Evangelio. Por el contrario, prescribe constantemente el Ma‘ruf y prohíbe el Munkar.23 En otras palabras, nos ordena a actuar de acuerdo con las exigencias de la razón y de la ley, de forma apropiada y oportuna, y evitar lo que está prohibido y es inapropiado. Un estudio del Sagrado Corán revela que requiere que creamos en sus leyes, mandatos y prohibiciones en base al conocimiento y la comprensión, y desea liberarnos de los grilletes de las prohibiciones y mandamientos impuestos por nosotros mismos, y para ello expone su sagrada Sharía en forma de leyes universales. Por ejemplo, prescribe la ley universal de practicar lo que es Ma‘ruf y evitar lo que es Munkar. Estos dos términos son muy amplios y otorgan un aspecto racional a la Sharía. Así, se nos enseña a considerar lo que constituye la verdadera piedad en función de la ocasión. Por ejemplo, ¿debemos castigar a quien nos ofende, o perdonarlo? Si alguien reclama un préstamo de mil rupias para celebrar la boda de su hijo con pompa y fausto, fuegos artificiales, cantantes y otras ceremonias tradicionales, deberíamos tener en cuenta el principio de Ma’ruf y Munkar y —aunque pudiéramos concederle el préstamo— considerar a quién estamos tratando de ayudar. El Sagrado Corán, pues, ha prescrito la condición de idoneidad en todo lo bueno que hagamos, para poder progresar tanto espiritual como materialmente.

Con esto he respondido en su totalidad a la segunda pregunta de Mian Sirajuddin Sahib. He dejado claro que el islam no emprendió ninguna guerra contra los judíos para obligarlos a aceptar el Tauhid, sino que, al contrario, fueron los adversarios del islam los que instigaron estas guerras por pura maldad. Algunos fueron culpables de levantar la espada contra los musulmanes, otros de ayudar a los agresores, y otros de obstruir con fuerza la propagación del islam. En consecuencia, y con el propósito de castigar y someter a tales agresores, Dios Todopoderoso permitió la guerra contra ellos.

Es extremadamente injusto e indignante alegar que el Santo Profetasa se abstuvo de luchar contra sus oponentes durante trece largos años por carecer del poder suficiente. Estas objeciones solo estarían justificadas en el supuesto de que sus adversarios no hubiesen sido responsables de las atrocidades y derramamiento de sangre cometidos en La Meca durante trece años, o no hubiesen conspirado para asesinar al Santo Profetasa, o para exiliarlo de su patria, o si él no hubiera sido perseguido al salir hacia Medina por su propia voluntad. Pero incluso nuestros oponentes saben que el Santo Profetasa mostró una gran paciencia frente a las atrocidades perpetradas por sus enemigos, y prohibió estrictamente a sus Compañeros adoptar represalias al respecto. Los incrédulos fueron culpables de derramar la sangre de muchos musulmanes inocentes y torturar a muchos otros. En última instancia, intentaron asesinar al Santo Profetasa. Sin embargo, Dios Todopoderoso lo protegió de sus enemigos y lo ayudó a llegar a Medina de manera segura, anunciándole la buena nueva de que aquellos que mataron por la espada, serían también matados por la espada. ¿Significa esto que nada más reunir el Santo Profetasa a suficientes seguidores a su alrededor, reveló la intención agresiva que había mantenido en secreto durante tanto tiempo?

Es realmente lamentable comprobar hasta qué punto los cristianos han sido víctimas de su prejuicio religioso.

¿Acaso no se cercioran de que el Santo Profetasa contaba solamente con trescientos trece compañeros cuando se vio obligado a combatir en la batalla de Badr —la primera batalla del islam— y que en su mayoría eran demasiado jóvenes o totalmente inexpertos en materia de guerra? ¿Es posible imaginar que un número tan ínfimo de personas consiguiera enfrentarse y superar el poder de los guerreros árabes y de los judíos y cristianos, y de otros tantos millares de personas? De esto se deduce claramente que los musulmanes actuaron solamente en defensa propia, en ningún momento con la intención de destruir a su enemigo y lograr la victoria. Para hacer frente a ejércitos tan formidables hubiera sido necesario movilizar a un mínimo de treinta o cuarenta mil soldados. Es, pues, evidente, que estas batallas les fueron impuestas, y que el combate se inició bajo el mandamiento divino, y nunca en base a la fuerza material.

Aquí es preciso aclarar otra objeción: si la salvación depende de la fe en el Tauhid y de las buenas acciones realizadas por amor y temor divinos, ¿por qué los judíos fueron invitados a aceptar el islam? ¿Acaso no existía ni un solo judío que se atuviera a las normas del Tauhid y se sometiera incondicionalmente a Dios? En respuesta a esto, ya he dejado claro que en el momento de la llegada del Santo Profetasa, la mayoría de los judíos y cristianos se habían desviado del camino recto, como lo atestigua el Sagrado Corán: 24

Puesto que la mayoría de ellos eran transgresores, y habían dejado de practicar la piedad y seguir las normas del Tauhid, Dios, en Su misericordia y de acuerdo con Su práctica eterna, decidió enviar a un Profeta para reformarlos. Al oponerse al Profetasa de Dios, aquellos que eran supuestamente piadosos y verdaderos creyentes en el Tauhid dejaron de serlo. Incluso un pecado menor basta para corromper el corazón de una persona, ¿Cómo es posible alguien que se niega a obedecer a un Profeta y le muestra animosidad consiga preservar su piedad?

Pregunta 3:

¿Cuáles son los versículos del Sagrado Corán que hablan específicamente del amor del hombre por Dios, o del amor de Dios por el hombre, usando la palabra “amor”?

Respuesta:

Debe quedar claro que el verdadero objetivo de la enseñanza del Sagrado Corán es que, así como Dios es Uno y sin par, nosotros también debemos amarlo sin asociarle a nadie. Este es el significado del Kalimah25

, que profesan todos los musulmanes. Es una derivación de   que significa ‘el Amado que es adorado’. La Torá no ha enseñado este Kalimah ni tampoco el Evangelio. El único que lo enseñó fue el Sagrado Corán. El Kalimah, por lo tanto, constituye una parte inherente del islam, y puede decirse que es su característica distintiva. Este Kalimah se proclama en voz alta desde los alminares cinco veces al día, provocando en ocasiones la indignación tanto de cristianos como de hindúes. Al parecer, consideran un pecado recordar a Dios con amor. Una característica única del islam es que cada día, al amanecer, el almuédano proclama en voz alta es decir: ‘Doy testimonio de que nadie es signo de ser amado, adorado y alabado excepto Al’lah. La misma llamada se repite desde las mezquitas al comienzo del atardecer, así como a la hora de Ásar [media tarde] y Maghrib [puesta de sol], y esta misma llamada resonante sube a los Cielos a la hora de ‘Isha’ [noche]. ¿Existe algo semejante en alguna otra religión? Además, la misma palabra ‘islam’ significa amor.

El total sometimiento a Dios y la sincera disposición a sacrificar la propia vida en Su camino —como implica el significado de la palabra “islam”— es un estado que brota de la fuente del amor. La palabra “islam” indica asimismo que el Sagrado Corán no confina el amor a una mera expresión verbal, sino que nos ha enseñado el modo de amar y de sacrificarnos en la vida práctica.

¿Hay alguna otra religión en el mundo que haya sido denominada ‘islam’ por su fundador? “Islam” es en realidad una palabra muy entrañable, colmada de veracidad, sinceridad y amor. ¡Bendita sea la fe llamada ‘islam’! Dios habla del amor divino en estos términos:

26

Es decir, los verdaderos creyentes son los más fuertes en su amor por Dios.

27

Es decir, celebrad las alabanzas de Al’lah como celebráis las alabanzas de vuestros padres; recordadle incluso con aún más amor.

28

Es decir, di a los que quieren seguirte: ‘Mi oración, mi sacrificio, mi vida y mi muerte son todos para Al’lah’.

Esto significa que aquel que quiera seguir al Santo Profetasa deberá ofrecer este sacrificio. En otro lugar, Él dice que si un hombre considera que su propia vida, amigos, propiedad y riqueza son más valiosos que Dios y Su Mensajerosa, entonces deberá ir por caminos separados hasta que Dios lo decida. Él también dice:

29

Es decir, los creyentes son los que alimentan al pobre, al huérfano y al prisionero por amor a Dios, diciendo: “Os damos de comer solo por agradar

a Dios. No deseamos ni recompensa ni vuestro agradecimiento”.

En resumen, en el Sagrado Corán abundan los versículos que nos ordenan mostrar amor a Dios de palabra y de obra, y a amarlo más que a ninguna otra cosa.

En respuesta a la segunda parte de la pregunta, relacionada con el al amor de Dios por la humanidad, quiero dejar claro que el Sagrado Corán contiene muchos versículos en los que Dios dice que ama a los que se arrepienten,30 y también ama a los que practican la virtud y a los que muestran paciencia. Sin embargo, el Sagrado Corán no dice en ninguna parte que Dios ame también a los infieles, pecadores e injustos; por el contrario, ha utilizado la palabra Ihsān31 en este caso. Por ejemplo, dice:

32

Es decir, pues no te hemos enviado sino como misericordia para todo el mundo.

Puesto que el mundo incluye también a incrédulos, pecadores y malhechores, Dios también les ha abierto a ellos la puerta de Su misericordia, para que puedan alcanzar la salvación siguiendo la guía del Sagrado Corán.

Sigo insistiendo en que el Sagrado Corán no menciona en ninguna parte que el amor de Dios por la humanidad signifique que Él someta a Su hijo a la crucifixión y a la maldición para la redención de los pecados de los malhechores. La maldición sobre el hijo de Dios implica la maldición sobre el mismo Dios —Dios no lo quiera— porque [según los cristianos] el Padre y el Hijo son inseparables. Es obvio que la divinidad y la maldición no pueden ir juntas. Otro punto a considerar es: ¿qué clase de amor es aquel mediante el cual Dios mata a los virtuosos y salva a los impíos? ¿Podría una persona justa adoptar este tipo de conducta?

La tercera parte de la pregunta es: ¿dónde está escrito en el Sagrado Corán que el hombre deba amar a sus semejantes? La respuesta es que, en lugar de usar la palabra ‘amor’, el Sagrado Corán usa los términos de misericordia y compasión. La palabra amor se emplea específicamente para Dios por culminar el amor en la adoración.33 No obstante, en el caso de los seres humanos, el Sagrado Corán usa las palabras “misericordia” y “bondad” en lugar de “amor”, pues el amor produce adoración, mientras que la compasión origina simpatía. Al no entender esta diferencia, los seguidores de otras religiones han conferido a las criaturas de Dios lo que en realidad pertenece a Dios. Me resulta imposible creer que Jesús haya podido enseñar semejante idolatría. Creo más bien que tales enseñanzas aborrecibles se incorporaron a los Evangelios en una etapa posterior y se inculpó injustamente a Jesús de ello. En resumen, en el Sagrado Corán se emplea la palabra “compasión” para los seres humanos, como Él dice:34  y 35

Es decir, los creyentes son aquellos que se exhortan mutuamente con la verdad y la compasión. En otra parte, dice:

36

Es decir, Dios ordena dispensar la justicia a todas las personas, y, mejor aún, mostrarles amabilidad, e, incluso mejor, mostrar la misma compasión hacia los semejantes que se haría con los propios parientes.

Cabe reflexionar si es posible encontrar mejor enseñanza en el mundo que la que no se limita a prescribir compasión hacia la humanidad, sino que, yendo más lejos, enseña[mostrar amabilidad con los demás como se muestra con los propios parientes] que resulta de un deseo natural [de hacer el bien]. Quien practica el bien, espera a menudo algo a cambio, y muestra a veces resentimiento hacia quienes no lo aprecian. Otras veces, dominado por sus emociones, puede incluso recordar sus favores a los demás. Sin embargo, hacer el bien por una inclinación natural, que el Sagrado Corán compara con hacer el bien a los propios parientes, es ciertamente la etapa más elevada y la culminación de la virtud. Es como la bondad de una madre, que nace de su instinto natural. Obviamente ella no espera ningún tipo de agradecimiento por parte de un hijo pequeño.

Estas son las tres etapas establecidas por el Sagrado Corán para el cumplimiento de nuestras obligaciones hacia la humanidad. Al estudiar la Torá y el Evangelio debemos admitir que no se encuentran en ellos tales enseñanzas sublimes respecto a nuestras obligaciones con el prójimo. ¿Cómo podemos pretender que nos enseñen la tercera etapa de la compasión cuando ni siquiera han abarcado plenamente las dos primeras? La Torá fue revelada solamente a los judíos, y el Mesías vino únicamente para las ovejas [perdidas] de Israel. No era, pues, de su incumbencia impartir justicia ni bondad a los demás. Por esta razón, todas sus enseñanzas quedaron confinadas a los israelitas. De lo contrario,

¿por qué Jesús, al oír los gritos y las humildes súplicas de una mujer [gentil], se negó a mostrarle compasión, diciéndole que había sido enviado solo para los hijos de Israel? Jesús no dio ningún ejemplo de compasión o misericordia con los que no pertenecían a las tribus de Israel, ¿Cómo se puede pretender que prescribiera esta misma enseñanza a otros pueblos? Jesús dijo claramente que él no había sido enviado a ningún otro pueblo.

¿Cómo se puede esperar que las enseñanzas de Jesús ordenaran la compasión hacia otros pueblos? Todas las enseñanzas de Jesús iban dirigidas a los judíos, y el propio Jesús no se consideraba con derecho a dar orientación a otros pueblos. ¿Cómo se puede esperar que enseñara la compasión universal? Cualquier afirmación del Evangelio que esté en contradicción con la declaración de Jesús de que sus enseñanzas y su compasión estaban confinadas a los judíos, debe ser sin lugar a dudas una interpolación, pues tal contradicción es inaceptable.

De la misma forma, la Torá era exclusivamente para los judíos, y todas sus enseñanzas eran exclusivamente para ellos. La única ley que brindó justicia universal, benevolencia y compasión es el Sagrado Corán. Dios Todopoderoso dice:

37

¡Oh humanidad! En verdad soy un Mensajero enviado a todos vosotros.

38

Es decir, te hemos enviado como misericordia para todos los mundos.

Pregunta 4:

Jesús dijo respecto a sí mismo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar.39 Soy la luz,40 soy el camino, la verdad, y la vida.”41 ¿Habló alguna vez el Fundador del Islam sobre su persona en términos semejantes?

Respuesta:

El Sagrado Corán dice claramente:

42

Es decir: “Si amáis a Al’lah, seguidme; entonces Al’lah os amará y os perdonará vuestros pecados”.

La promesa de merecer el amor divino siguiendo al Santo Profeta, supera a todas las palabras del Mesías, pues no puede existir un rango más elevado que el logro del amor divino. ¿Quién merece proclamarse como la luz salvo aquel que guía al hombre hacia el amor divino? Por esta razón, el Señor del Honor y la Gloria ha nombrado al Santo Profetasa como “la luz”. Él dice:

43

Os ha llegado de Al’lah una Luz.

En contraste, la promesa: “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y os daré reposo”, parece absurda, a menos que el confort se entienda como comodidad material y cierta permisividad. Cuando un musulmán se hace de verdad musulmán, se ve obligado a ofrecer sus oraciones cinco veces al día, a despertarse antes del amanecer para la oración de la mañana, realizar sus abluciones con agua incluso en el frío extremo del invierno, ir a la mezquita cinco veces al día para las oraciones en congregación, abandonar la comodidad del sueño a altas horas de la noche para ofrecer el Tahayud,44 evitar mirar a las mujeres, abstenerse del alcohol y otras bebidas embriagantes, respetar los derechos ajenos por temor a la retribución divina, observar ayunos de hasta veintinueve o treinta días consecutivos cada año en cumplimiento del mandamiento de Dios, y cumplir con todas las demás obligaciones financieras, físicas y espirituales. Al contrario, cuando un musulmán se hace cristiano, se libera de todas estas cargas. Dormir, comer, beber y buscar placer físico se convierte en su único objetivo. Al igual que los animales, se libera inmediatamente de todas las prohibiciones, y lo único que hace es comer, beber y entregarse a los placeres básicos. Si esto es lo que significa la expresión de Jesús “yo les daré consuelo”, debemos admitir que los cristianos, gracias a las concesiones que se han otorgado, encuentran un gran consuelo en esta existencia física y transitoria, algo que no tiene paralelo en el mundo. Como las moscas, que merodean por todas partes, y como los cerdos, ingieren todo lo que les place. Los hindúes se abstienen de comer carne de vaca y los musulmanes, de la carne de cerdo, pero ellos las ingieren con placer. El dicho

45

es sin duda verdadero. Al prohibir la carne de cerdo, la Torá impuso tales restricciones que prohibió incluso tocarla, diciendo claramente que su prohibición era hasta la posteridad. Sin embargo, siguen sin desistir de ingerir carne de cerdo, a pesar de ser abominable a los ojos de los Profetas. Podemos admitir que Jesús solía beber, pero ¿comió alguna vez carne de cerdo? Al contrario, dice en una parábola: “No arrojes perlas delante de los cerdos”.46 Si las perlas significan la palabra santa [de Dios], los cerdos deben significar la gente inmunda. Jesús afirma claramente en esta parábola que los cerdos son inmundos, ya que es esencial que exista un parecido entre algo y su similitud.

En resumen, la “comodidad” de la que gozan los cristianos es la comodidad de la libertad y la permisividad. En cuanto a la paz espiritual, que es fruto de la comunión con Dios, declaro —y Dios es mi testigo— que los cristianos están totalmente desprovistos de ella. Sus ojos están cubiertos por velos y sus corazones, muertos y hundidos en las tinieblas. Ignoran por completo al verdadero Dios, y convierten injustamente a un hombre humilde —que no es nada en comparación con el Ser Eterno— en su Dios. Están desprovistos de las bendiciones espirituales, de la luz interior, y del amor y percepción del Dios verdadero. No hay nadie entre ellos, ni uno solo de ellos, que posea los signos de la verdadera fe. Si la fe es realmente una bendición, debería manifestar señales. Sin embargo,

¿dónde está el cristiano que pueda mostrar las señales de la fe mencionadas por Jesús? En conclusión, o bien el Evangelio es falso, o los cristianos mienten. En cambio, las señales de los verdaderos creyentes establecidas por el Sagrado Corán se han manifestado en todas las épocas. El Sagrado Corán dice que un verdadero creyente recibe la revelación divina; escucha la voz de Dios, sus oraciones son las que más aceptación tienen; recibe información de lo desconocido y está respaldado por la ayuda celestial. De hecho, estas señales siguen manifestándose hoy como lo hicieron en el pasado. Todo esto demuestra que el Corán es la Santa Palabra de Dios y que las promesas del Corán son las promesas divinas.

¡Despertad, cristianos! Desafiadme si sois capaces de ello. Matadme si soy un mentiroso. De lo contrario, seréis culpables ante Dios y estaréis al borde del fuego infernal.

[La paz sea con el que sigue la guía.]

El Autor,

Mirza Ghulam Ahmad, Qadian

Distrito de Gurdaspur. Fecha: 22 de junio de 1897

  1. En el Nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso. Lo alabamos e invocamos Sus bendiciones sobre Su Noble Mensajerosa. [Editores]
  2. Banī Isrā’īl, 17:16 [Editores]
  3. Rūh, según el léxico, también significa felicidad y [Editores]
  4. Nafs, según el léxico, significa “mi propio ser”. [Autor]
  5. Al-Fajr, 89:28-31 [Editores]
  6. Pedir perdón por los pecados [Editores]
  7. Los trabajadores serviles, por lo general llamados castas inferiores. [Editores]
  8. No tiene sentido citar acontecimientos pasados en este Los cristianos deben producir ejemplos que pertenezcan al presente. [Autor]
  9. Al-Baqarah, 2:113 [Editores]
  10. Al-Fatihah, 1: 6-7 [Editores]
  11. Bani Isra’il, 17:73 [Editores]
  12. Buscar el perdón de [Editores]
  13. Āl-e-‘Imrān, 3:93 [Editores]
  14. No hay nadie digno de ser adorado excepto Al’lah. [Editores]
  15. Impuesto gravado sobre los ciudadanos no musulmanes de un estado musulmán. [Editores]
  16. Deuteronomio, 33:2 [Editores]
  17. ¡Oh Jesús! te haré morir y te exaltaré ante mí -Āl-e’Imrān, 3: 56 [Editores]
  18. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Mateo, 27: 46 [Editores]
  19. Te haré morir y te ensalzaré hasta Mí – Al-e-’Imran, 3:56 [Editores]
  20. Al-Hadid, 57:18 [Editores]
  21. El Recordatorio [Editores]
  22. Las enseñanzas de dureza e indulgencia eran apropiadas en el contexto de la gente de la época. Pero no eran enseñanzas finales que no pudieran ser derogadas. [Autor]
  23. Ma‘ruf: Lo que se considera apropiado y aceptable en una Munkar: Lo que se considera indecente e inaceptable en una sociedad. [Editores]
  24. Y la mayoría de ellos son pérfidos. -Al-Taubah, 9: 8 [Editores]
  25.  Nadie es digno de ser adorado excepto Al’lah. [Editores]
  26. Al-Baqarah, 2: 166 [Editores]
  27. Al-Baqarah, 2: 201 [Editores]
  28. Al-An‘ām, 6: 163 [Editores]
  29. Al-Dahr, 76: 9-10 [Editores]
  30. El amor divino no es como el amor humano, que comporta el dolor y la agonía de la separación. Más bien, significa que Dios trata a los que practican el bien del mismo modo que un amante trata a su [Autor]
  31. Compasión, bondad, [Editores]
  32. Al-Anbiyā’, 21: 108 [Editores]
  33. La palabra “amor”, cuando se emplea con respecto a las relaciones humanas, no significa el amor verdadero. Según la enseñanza islámica, el amor verdadero pertenece solo a Dios. Cualquier otro amor es irreal y solo se llama amor en sentido [Autor]
  34. Al-‘Asr, 103: 4 [Editores]
  35. Al-Balad, 90: 18 [Editores]
  36. Al-Nahl, 16:91 [Editores]
  37. Al-A‘raf, 7: 159 [Editores]
  38. Al-Anbiya, 21: 108 [Editores]
  39. Mateo, 11: 28 [Editores]
  40. Juan, 8: 12 [Editores]
  41. Juan, 14: 6 [Editores]
  42. Al-e-‘Imran, 3: 32 [Editores]
  43. Al-Mā’idah, 5:16 [Editores]
  44. Oración supererogatoria para antes del amanecer [Editores]
  45. Sé cristiano y haz lo que [Editores]
  46. Mateo, 7:6 [Editores]
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