El islam y la protección de los derechos y libertades
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

El islam y la protección de los derechos y libertades

Discurso del Líder Mundial de la Comunidad Musulmana Ahmadía dirigido a los invitados franceses durante el segundo día del Yalsa Salana (Convención Anual) de Francia, 2019.

El sábado 5 de octubre de 2019, el Líder Mundial de la Comunidad Musulmana Ahmadía, el Quinto Jalifa (Califa), Su Santidad, Hazrat Mirza Masrur Ahmad se dirigió a una audiencia compuesta de dignatarios e invitados durante el segundo día del 27º Yalsa Salana (Convención Anual) de la Comunidad Musulmana Ahmadía de Francia. Durante su alocución, Su Santidad explicó que las enseñanzas del islam salvaguardan los derechos y libertades de toda la gente y expuso cómo, de seguir tales enseñanzas, es posible conseguir una paz perdurable en la sociedad. Se presenta a continuación la transcripción oficial de la alocución de Su Santidad en esta ocasión.

Tras recitar el Tashahud, Taawuz y Bismil’lah¸ Hazrat Mirza Masrur Ahmad, Líder Mundial de la Comunidad Musulmana Ahmadía y Quinto Jalifa, dijo:

Distinguidos invitados: Assalamo Alaikum wa rahmatul-lah wa barakatohu, que la paz y bendiciones de Dios sean con todos ustedes.

Ante todo, desearía expresar mi gratitud a todos los invitados por haberse unido a nosotros en el presente evento, que es una función expresamente religiosa organizada por una comunidad musulmana.

En años recientes, las tremendas y brutales atrocidades por parte de determinados grupos autodenominados musulmanes han causado niveles inconmensurables de dolor y angustia en distintos países, incluyendo Francia.

Tales ataques solo pueden ser condenados en los términos más enérgicos posibles y nuestras plegarias y simpatías estarán siempre al lado de las víctimas de crímenes tan atroces.

Las verdaderas enseñanzas del islam no tienen nada que ver con el terrorismo y el extremismo; por el contrario, el islam es una religión de paz, amor, tolerancia y reconciliación.

La palabra ‘islam’ significa literalmente ´paz´ y ´seguridad´, por lo que un verdadero musulmán es una persona pacífica que se esfuerza por establecer la paz y la armonía en el mundo. A un nivel muy básico, se prescribe a los musulmanes saludar a los demás, ya sean musulmanes o no, con las palabras ‘Assalamo Alaikum’, que significan ‘la paz sea contigo’.

Este saludo islámico constituye un gesto de buena voluntad, que transmite paz y seguridad al receptor. He visto a muchos no musulmanes cuyos amigos o conocidos musulmanes también prefieren saludarlos al modo islámico, ofreciéndolos la paz de ‘salam’.

Sin embargo, no es posible que nuestra fe nos enseñe a acoger a cada persona con un mensaje de paz y seguridad y a la vez nos obligue a usurpar sus derechos, a oponernos a ellos o a levantar las armas violentamente en contra suya. Es imposible que el islam comprenda enseñanzas tan contradictorias. Por ello, debe quedar claro que todas las formas de extremismo y violencia son totalmente contrarias a las enseñanzas islámicas.

Para entender la verdadera naturaleza del islam, es importante reflexionar sobre la época del fundador del islam, el Santo Profeta Muhammad (que la paz y bendiciones de Dios sean sobre él). Tras reivindicar ser un profeta de Dios, él y sus seguidores se vieron sometidos a una implacable y bárbara persecución.

Algunos de los primeros musulmanes procedían de familias relativamente acomodadas y respetadas, pero en su gran mayoría se trataba de los miembros más pobres de la sociedad, incluyendo a los esclavos. Los incrédulos, con el fin de intimidarlos e infundirles temor, los sometieron a crueldades graves y brutales. Sin embargo, el Profeta del islam (la paz y bendiciones de Dios sean con él) soportó este trato inhumano y las incesantes injusticias con un grado de paciencia y fortaleza sin precedentes y aconsejó a sus seguidores a hacer lo mismo.

Por ejemplo, en una ocasión, el Santo Profeta Mohammadsa vio cómo se golpeaba y torturaba a un matrimonio musulmán y a su hijo pequeño. A pesar de un abuso tan despiadado y tortura tan atroz, el Santo Profetasa del islam les instó a refrenarse y a soportar esta horrible violencia con paciencia. No les ordenó adoptar represalias ni tampoco instó al resto de sus seguidores a luchar contra los no musulmanes; al contrario, pidió a sus seguidores que mantuvieran la paz, aunque fuera a costa de sus vidas, y les aseguró que su recompensa estaba en el más allá, en los brazos amorosos del Dios Todopoderoso.

A partir de entonces, el Profetasa del islam y sus compañeros continuaron soportando esta implacable opresión durante muchos años, hasta que finalmente emigraron a la ciudad de Medina con el fin de practicar su religión en libertad y vivir en paz.

Sin embargo, no transcurrió mucho tiempo antes de que los incrédulos de la Meca persiguieran a los musulmanes hasta su nuevo hogar y emprendieran una guerra contra ellos. Fue entonces cuando, por primera vez, el Dios Todopoderoso permitió defenderse a los musulmanes. Este permiso se menciona en el capítulo 22, versículos 40 a 42 del Sagrado Corán. En estos versículos, Dios el Todopoderoso proclamó que se concedía permiso para luchar porque los musulmanes estaban siendo atacados por individuos que no solo pretendían la eliminación del islam, sino también la destrucción de la misma institución de la religión.

El Corán dice que de no haberse permitido la defensa a los musulmanes, no hubiera permanecido a salvo ninguna iglesia, sinagoga, templo, mezquita o lugar de culto de cualquier religión.

Por lo tanto, el objeto de las guerras y batallas a las que se vieron obligados a participar el Santo Profetasa del islam y sus seguidores fue la defensa de los derechos de todos los seres humanos. Fue para asegurar que los cristianos, judíos, hindúes, musulmanes y los seguidores de otras doctrinas y creencias tuvieran el derecho de adorar al modo deseado.

Si, como se alega a menudo, el islam hubiera permitido a los musulmanes propagar sus enseñanzas violentamente, conquistar tierras y e intentar eliminar otras religiones ¿por qué el Sagrado Corán declararía explícitamente que era deber religioso de los musulmanes proteger a todas las religiones y salvaguardar los derechos de sus seguidores?

La realidad es que los primeros musulmanes entregaron sus vidas para establecer y consagrar, de una vez por todas, los principios de la libertad individual, libertad de religión y libertad de creencia. Estas libertades son los pilares de la fe islámica y se han preservado hasta la eternidad en el Sagrado Corán, que ha declarado categóricamente en el capítulo 2, versículo 257 que “no ha de existir coacción en la religión”.

Se trata de una declaración muy clara e inequívoca en defensa de la libertad de pensamiento, la libertad de religión y la libertad de conciencia. El Sagrado Corán enseña que la religión es un asunto personal de cada individuo y nadie tiene derecho a obligar o coaccionar a otras personas en este sentido.

Durante la época del Profetasa del islam y sus cuatro califas bien guiados, nunca se usurparon los derechos de los no musulmanes ni estos jamás fueron presionados a aceptar el islam o a abandonar sus tradiciones y creencias. En cada momento de su vida, el Santo Profeta Muhammadsa buscó la paz y promovió el diálogo interreligioso, el entendimiento mutuo y el respeto entre las personas de diferentes comunidades. Por ejemplo, después de emigrar a Medina, estableció un tratado con la comunidad judía y juntos formaron un sistema de gobierno en el que el Profetasa del islam fue elegido conjuntamente jefe de estado.

Según los términos del pacto, los musulmanes y los judíos se comprometieron a cooperar y ser ciudadanos fieles del estado. El tratado garantizaba el derecho de cada individuo a practicar su religión y costumbres sin temor a ningún tipo de persecución o sanción.

El Profetasa del islam nunca se desvió de los términos del pacto. Sin embargo, hubo algunos casos en que los no musulmanes violaron el tratado y fueron sancionados de acuerdo con los términos preexistentes.

El islam nunca ha permitido que sus seguidores propaguen la fe mediante el uso de la fuerza, ni ​​tampoco permite que los gobiernos o líderes musulmanes autoricen únicamente a los musulmanes a vivir en su sociedad.

Como he mencionado, según los términos del Tratado de Medina, todo el mundo tenía libertad para practicar sus tradiciones y creencias. Esa sociedad estaba unida por un principio fundamental: al margen de sus creencias religiosas, todos los miembros de la sociedad tenían la obligación de ser ciudadanos leales del estado y abstenerse de realizar cualquier actividad que pudiera socavar la paz y la seguridad de la sociedad.

Durante esa época, Medina fue sin duda un modelo de pluralismo y tolerancia y un brillante ejemplo de una sociedad próspera y multicultural.

Por lo tanto, sería completamente injusto echar la culpa al islam de la conducta equivocada y malévola de una escasa minoría de musulmanes que contraviene sus enseñanzas pacíficas.

Los individuos o grupos que se radicalizan e intentan satisfacer sus propios intereses a través del extremismo y el terrorismo no tienen nada que ver con el islam. Intentan justificar sus actos llenos de odio en nombre del islam, pero lo único que consiguen es difamar y mancillar las nobles y pacíficas enseñanzas del Sagrado Corán y del Santo Profetasa del islam.

El Sagrado Corán contiene, de principio a fin, una abundante guía iluminada que prescribe a los musulmanes aprovechar todas las oportunidades para establecer la paz en el mundo.

Por ejemplo, los versículos 89 al 90 del capítulo 43 describen las oraciones angustiadas y desconsoladas en las que el Profetasa del islam comunicó al Dios Todopoderoso que  el mensaje de verdad y compasión que presentó a su pueblo había sido rechazado. En respuesta, Dios el Todopoderoso le ordenó que se apartara de ellos y que los continuara ofreciendo paz.

La palabra árabe ‘Amina’ utilizada significa creer y transmitir paz, por lo que Dios el Todopoderoso ordenó al Santo Profeta Mohammadsa transmitir el mensaje del islam y después, dejando el asunto en manos de Dios, continuar ofreciendo la paz a quienes lo rechazaran.

Dios el Todopoderoso aseguró a su Profetasa que llegaría un momento en que quienes rechazaron sus enseñanzas reconocerían su verdad.

El Sagrado Corán nunca abogó por la violencia o la fuerza contra aquellos que rechazaban sus enseñanzas; más bien, exhortó a los musulmanes a exhibir tolerancia y paciencia. Por lo tanto, si hoy, los llamados musulmanes o los llamados gobiernos islámicos exhiben extremismo o fanatismo, la culpa recae directamente en ellos. Su comportamiento engañoso y aborrecible, que destruye la paz y la armonía del mundo, nunca puede justificarse ni excusarse en modo alguno. Las enseñanzas del islam son categóricas en el sentido de que la conquista violenta o la conversión forzada están estrictamente prohibidas.

De hecho, está prohibida cualquier actividad o conducta que resulte perjudicial para la paz y la seguridad de la sociedad. El Profetasa del islam mostró compasión y benevolencia en todo momento. Enseñó que un verdadero musulmán es aquel de cuya lengua y mano están a salvo los demás. No dijo, haciendo distinción alguna, que los musulmanes debían ser únicamente comprensivos y amables con los musulmanes, sino que dejó claro que debían proteger y cuidar a todos los miembros de la sociedad, independientemente de sus diferentes creencias.

En consecuencia, los terroristas que perpetran atentados suicidas, atacan clubs nocturnos, salas de conciertos o estadios, o estrellan vehículos contra el público, son culpables de violar las enseñanzas del islam de la forma más abominable y bárbara.

El Sagrado Corán, aparte de establecer que la libertad de creencia es un derecho humano fundamental, también ha ofrecido muchos principios rectores para la vida cotidiana para que la gente pueda convivir en paz, al margen de sus diferentes orígenes o creencias. Por ejemplo, el capítulo 2, versículo 189, del Sagrado Corán establece los principios para un comercio justo y para garantizar la integridad de todas las relaciones o transacciones financieras.

En este versículo, el Dios Todopoderoso ha ordenado a los musulmanes a no adquirir jamás riquezas o propiedades a través del engaño; más bien, se enseña a los musulmanes a ser honestos y dignos de confianza y a defender la verdad para evitar que surjan agravios y maldad entre las diferentes partes.

El islam enseña que el trato y el comercio injustos debilitan la unidad dentro de la sociedad y destruyen la paz. Ciertamente, en un momento en que una gran parte del desorden y sufrimiento del mundo, tanto a nivel individual como colectivo, está causado por el egoísmo y la codicia, los principios de equidad y justicia son cruciales para mantener la paz dentro de la sociedad.

Además, en el capítulo 83, versículos 2-4, el Sagrado Corán dice:

“¡Ay de los que dan una medida escasa! Aquellos que, cuando toman la medida de los demás, colman la medida; pero cuando miden a otros o les pesan, les dan menos “.

Estos versículos aseguran que aquellos que son explotadores en las transacciones comerciales, que intentan dar menos a los demás, mientras exigen más de lo debido a cambio, y recurren al engaño y al fraude, son malditos y caerán en la desgracia.

El Sagrado Corán también ha ofrecido una guía detallada respecto a las relaciones internacionales y la resolución de conflictos internos, o de los que surgen entre las naciones. El objetivo islámico es siempre establecer una paz sostenible y eliminar las enemistades y rivalidades.

Por ejemplo, el capítulo 49, versículo 10 del Sagrado Corán dice que si dos grupos o naciones se hallan en conflicto, sus vecinos, o las partes neutrales, deben intentar conseguir la reconciliación a través de la mediación y las negociaciones. Las partes que intervienen deben ser imparciales, en lugar de intentar tomar decisiones en aras de su propio interés. Si no es posible establecer la paz a través del diálogo, o si alguna de las partes viola posteriormente los términos de un acuerdo negociado, entonces las demás naciones deberán unirse en contra de quienes cometen injusticia y deberán usar la fuerza para refrenarlos.

Si los agresores adoptan la paz, no deben ser humillados ni ha de imponérseles sanciones injustas; más bien, en aras de la equidad y de una paz duradera, debe permitírseles avanzar como una sociedad libre y recibir el apoyo necesario para reconstruir su nación.

Creo que este notable principio coránico no va dirigido solamente a los musulmanes, sino que también es un principio universal para la resolución de disputas y, de ponerse en práctica, puede servir de instrumento para estabilizar al mundo y desarrollar una paz duradera.

Lamentablemente, un gran número de países musulmanes no cumple con esta ordenanza coránica y, en consecuencia, continúan envueltos en conflictos irracionales y parecen estar perpetuamente involucrados en un ciclo de violencia e injusticia.

Como ya he mencionado, este versículo también esclarece que, tras establecerse la paz, los vencedores no deben intentar aplastar o humillar a la parte derrotada. La sabiduría subyacente es evidente. La paz no perdurará si se degrada de un modo u otro a una nación vencida; por el contrario, tienden a surgir frustraciones y quejas entre los líderes y el público.

Por el contrario, si se trata a la nación derrotada con compasión y justicia podrá fomentarse la confianza y el respeto mutuo. Sin embargo, hoy vemos repetidamente que, en nombre del establecimiento de la paz, las potencias dominantes perpetran crueldades e injusticias, originando inquietud y hostilidad. Esto significa que cualquier acuerdo de paz o tregua está colgando del hilo más delicado y está en constante riesgo de romperse.

Tal inestabilidad no beneficia a nadie excepto a los grupos terroristas y extremistas, que se aprovechan de las frustraciones de la gente. Ya hemos visto las consecuencias durante muchos años. Tanto en Oriente como en Occidente, los cielos azules de paz y prosperidad han dado paso a pesadas nubes de guerra e injusticia.

En una gran parte del mundo, las naciones están siendo desgarradas por la disensión, la búsqueda de venganza y el deseo de degradar al prójimo. Este estado de inquietud continuará aumentando a menos que las relaciones internacionales estén basadas en la justicia e integridad y en el cumplimiento de los derechos ajenos.

Al observar el mundo de hoy, lo único que puedo hacer es rezar para que la humanidad no continúe repitiendo los errores del pasado. En su lugar, debemos aprender de la historia, para que logremos construir un futuro mejor para nosotros y para las siguientes generaciones.

Mirando hacia atrás, durante el período posterior a la Primera Guerra Mundial se creó la Liga de las Naciones, pero fracasó rotundamente en su objetivo de mantener la paz de la posguerra. La razón de su fracaso fue que en lugar de prevalecer la justicia y la equidad, se permitió la formación de alianzas y bloques y, como consecuencia, ciertas naciones recibieron un trato inadecuado e indigno.

Como resultado, estalló rápidamente la guerra más devastadora de la historia de la humanidad, la Segunda Guerra Mundial.

Después de seis años de devastación, castigo y derramamiento de sangre, la guerra concluyó finalmente y se estableció la Organización de Naciones Unidas con el fin de mantener y preservar la paz y la seguridad del mundo. A pesar de sus nobles objetivos y sus declaradas ambiciones, la Organización de las Naciones Unidas también ha fracasado en su misión. Hoy, de nuevo, se están formando bloques con rapidez, la sociedad se está polarizando y las divisiones entre las naciones se intensifican día a día.

Muchos países, musulmanes y no musulmanes, no parecen concebir el verdadero valor de la paz ni reconocer los peligros que se avecinan. No cabe duda de que en la actualidad las consecuencias de la guerra son potencialmente más letales que cualquier otra cosa que hayamos visto con anterioridad, pues varias naciones han desarrollado armas nucleares. Si alguno de esos países empleara alguna vez las armas mortales que tiene a su disposición, no solo destruirá al mundo que conocemos, sino que se asegurará de que dejaremos atrás el legado más horrible y devastador para nuestros hijos.

De estallar una guerra nuclear, generaciones de niños nacerán con incapacidades mentales y físicas y, en lugar de contribuir al desarrollo de sus naciones, llevarán vidas miserables y serán una carga para la sociedad. Sus hogares se llenarán de desesperación. Sus pueblos se verán invadidos por la pena. Y sus naciones estarán sumidas en la miseria.

Estarán justificados al maldecirnos por participar en una guerra tan egoísta e irracional que habrá destrozado sus sueños incluso antes de nacer.

Por lo tanto, nadie debe imaginar que esta crisis mundial que atravesamos es algo trivial o algo que se resolverá si no cambiamos nuestra conducta.

Además, la inestabilidad del mundo continuará aumentando si sigue culpándose al islam de la falta de paz y seguridad del mundo. El ataque a una religión o sus seguidores solo contribuirá a aumentar las divisiones. Contribuirá a alentar a todo tipo de extremistas a salir a la superficie e intensificar sus esfuerzos en avivar las llamas del odio entre la gente de diferentes comunidades y creencias.

Como ya he dejado claro, la razón por la cual los países musulmanes o los grupos terroristas cometen atrocidades o crueldades en nombre del islam es que han ignorado sus enseñanzas religiosas y lo único que pretenden es satisfacer sus intereses creados. Los conflictos y las guerras actuales son totalmente ajenos a la religión. Su único propósito es, más bien, la obtención de riqueza, poder y dominio geopolítico.

En vista de ello, pido de todo corazón que la gente del mundo se unifique en aras del bien común y trabaje con espíritu de unidad, fomentando la confianza y la comprensión mutuas.

En lugar de culpar a la religión o acusarnos unos a otros, dirijamos nuestra energía en garantizar la paz y dejar un mundo más seguro para los que vengan después. Que nuestras futuras generaciones nos recuerden con amor y afecto, en lugar de odio y resentimiento. Que cada persona y cada nación vengan a cumplir los derechos del prójimo y que la justicia y la compasión prevalezcan por encima de todo tipo de injusticia y conflictos.

Con estas palabras, les doy las gracias una vez más por acompañarnos el día de hoy. Muchas gracias.’

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