La vida del Santo Profeta (sa)
Sermón del viernes 05-09-2025
Después de recitar el Tashahud, el Taawuz y la Surah al-Fatihah, Su Santidad, el Jalifa V del Mesías (aba) dijo:
En relación con el caos que se produjo dentro del ejército musulmán durante la Batalla de Hunain a causa de los arqueros del enemigo, Hazrat Musleh Maud (ra) ha detallado este incidente en su comentario sobre el versículo 64 de Surah al-Nur, explicando cómo se debe obedecer a un profeta. El versículo es el siguiente:
[Árabe]
La traducción es la siguiente: “No tratéis la llamada del Mensajero como la llamada de uno a otro entre vosotros. Al’lah en verdad conoce a aquellos de vosotros que se retiran furtivamente. Que quienes actúan contra Su mandamiento se prevengan, no sea que les aflija una prueba y caiga sobre ellos un doloroso castigo.”
Hazrat Musleh Maud (ra) dice: “Ante la orden del Imam [líder], la voz de la gente común no tiene ningún valor. Es vuestro deber que siempre que escuchéis la llamada del Mensajero de Dios, respondáis inmediatamente a su llamada y os apresuréis a obedecerlo, pues en esto reside el secreto de vuestro progreso. De hecho, incluso si en ese momento una persona estuviera realizando una oración formal, es su deber interrumpirla y responder a la llamada del Mensajero de Dios Altísimo. En cualquier caso, obedecer de inmediato la llamada de un profeta es una cuestión esencial. De hecho, es una señal importante de nuestra fe. Amonestando a los creyentes, Dios Altísimo dice: “¡Oh, creyentes! Si en algún momento el Mensajero de Al’lah os llama, no tratéis su llamada como la de otros. Más bien, responded inmediatamente a su llamada”.
En otras palabras, dijo que el Santo Profeta (sa) tenía dos estatus separados: uno como líder mundano y el otro como profeta. Es importante obedecer sus mandatos también como líder mundano, sin embargo, obedecerle como líder religioso debe ser una prioridad aún mayor”.
Hazrat Musleh Maud (ra) ha detallado y elaborado la batalla de Hunain aquí y dice: “De la historia se sabe que en la Batalla de Hunain los incrédulos de La Meca se unieron al ejército musulmán diciendo: ‘hoy demostraremos la fuerza de nuestra valentía’. Sin embargo, al no poder resistir el ataque de los Banu Thaqif, huyeron del campo de batalla y llegó un momento en que sólo doce Compañeros del Santo Profeta (sa) permanecieron a su alrededor. El ejército musulmán tenía 10.000 hombres, pero se dispersó. El ejército de los incrédulos estaba formado por 3.000 arqueros. Estaban posicionados en las montañas, a la derecha y a la izquierda del Santo Profeta (sa), y desde allí le lanzaban flechas. Sin embargo, incluso entonces, el Santo Profeta (sa) no retrocedió, sino que incluso quiso avanzar aún más. Hazrat Abu Bakr (ra), muy preocupado, sujetó las riendas del caballo del Santo Profeta (sa) y dijo: “¡Oh Mensajero de Al’lah (sa)! Que mi vida sea sacrificada por tu causa. Este no es el momento de avanzar. Permite que el ejército se reagrupe, y avancemos después.” Sin embargo, el Santo Profeta (sa) respondió con vehemencia: “¡suelta las riendas de mi cabalgadura!” Y luego hizo que su caballo avanzara, repitiendo continuamente:
[Árabe]
“Es decir: ‘Yo soy el Profeta Prometido, cuya protección es una promesa eterna. No soy un impostor, y por ello, no me importa en absoluto que seáis tres mil o treinta mil arqueros. ¡Oh, idólatras! No vayáis a considerarme un dios al ver mi valentía, yo solo soy un ser humano, el hijo de vuestro jefe, Abdul Muttalib’ (es decir, su nieto)”.
La voz de su tío, Hazrat Abbas (ra), era muy fuerte. El Santo Profeta (sa) lo miró y dijo: “Abbas, acércate y proclama en voz alta: ‘¡Compañeros de la Sura al-Baqarah! (es decir, aquellos Compañeros que habían memorizado la Sura completa), y ¡Vosotros, los que habéis jurado lealtad bajo el árbol el día de Hudaibiyah¡¡El Mensajero (sa) de Al’lah os está llamando!’”
Un Compañero narra: “Debido a la debilidad mostrada por los musulmanes recién convertidos de la Meca, las primeras filas del ejército comenzaron a retroceder. Como resultado, nuestras monturas también se desbocaron. Cuanto más intentábamos sujetarlas, tanto más retrocedían. Esto continuó hasta que la voz de Abbas resonó por todo el campo de batalla: ‘¡Oh, Compañeros de la Sura al-Baqarah!’ (La Sura al-Baqarah fue mencionada específicamente porque fue el primer capítulo revelado en Medina y contiene versículos que muestran cómo, por orden de Dios, un grupo pequeño puede triunfar sobre otro mucho más grande. También se exhorta a cumplir los pactos y promesas). Abbas continuó exclamandp: ‘¡Oh Compañeros del día de Hudaibiyah que jurasteis lealtad bajo el árbol, el Mensajero (sa) de Dios os llama!’”
La narración continúa: “Cuando escuché esta voz, sentí como si ya no estuviera vivo, sino muerto. Como si la trompeta de Israfil hubiera resonado en el cielo. Tiré de las riendas de mi camello con tal intensidad, que su cabeza llegaba a tocar su lomo, pero estaba tan asustado que en el momento en que aflojé las riendas, volvió a correr hacia atrás. Yo y muchos otros desenvainamos nuestras espadas. Algunos abandonaron sus camellos, mientras que otros degollaron a sus monturas, y todos empezamos a correr hacia el Santo Profeta (sa). En apenas unos instantes, aquel ejército de diez mil Compañeros que huía incontrolablemente hacia La Meca se reunió alrededor del Santo Profeta (sa). Poco después, subieron las colinas y derrotaron al ejército enemigo, convirtiendo lo que parecía una derrota segura en una gran victoria”.
Igualmente, Hazrat Musleh Maud (ra) también mencionó este incidente en un discurso llamado Uswah-e-Hasanah [El Bendito Ejemplo del Santo Profeta (sa)]. Esto fue después de la Victoria de La Meca, cuando el Santo Profeta (sa) salió a confrontar a ciertas tribus árabes en la batalla de Hunain.
Dado que muchas personas en La Meca habían aceptado recientemente el Islam, se unieron al Santo Profeta (sa). Y aquellos que aún no habían aceptado el Islam también se unieron al ejército musulmán, no por fe, sino solo por ostentación y por fervor nacional. Comenzaron a jactarse de su gran número y fuerza, diciendo: “Hoy somos tantos que nadie puede derrotarnos”.
Para castigarlos por tal arrogancia, Dios Altísimo creó circunstancias en las que, cuando el ejército musulmán avanzó, el enemigo les puso una emboscada. Sus arqueros expertos estaban escondidos, algunos en el flanco derecho y otros en el izquierdo. Cuando el ejército musulmán pasó por ese lugar, en el que miles de arqueros se hallaban escondidos en ambos lados, de repente cayó una lluvia de flechas sobre los musulmanes. Al ver esto, aquellos hadith al-ahad, es decir, los jóvenes inexpertos y los nuevos musulmanes en quienes aún quedaba debilidad, así como los incrédulos de La Meca que solo se habían unido al ejército musulmán por entusiasmo nacional, huyeron de manera descontrolada del campo de batalla.
En una situación así, cuando las primeras líneas retroceden, inevitablemente hace que los caballos de los que están detrás también entren en pánico, y comiencen a huir, y así ocurrió en esta batalla: cuando aquellos musulmanes inexpertos y los incrédulos no pudieron resistir la lluvia de flechas y huyeron, los caballos y camellos de los Compañeros también se desbocaron, y todo el ejército musulmán se dispersó. La calamidad llegó a tal extremo que solo doce hombres permanecieron alrededor del Santo Profeta (sa), mientras que el resto había huido del campo. Al presenciar esto, Hazrat Abbas (ra) tomó las riendas del caballo del Santo Profeta (sa) y dijo: “Ahora no es el momento de avanzar, haz retroceder a tu caballo, para que el ejército musulmán pueda reagruparse y luego lanzar un contraataque'”.
El Santo Profeta (sa) respondió: “Un profeta de Dios no da la espalda en la batalla”. Dicho esto, jaló las riendas de su caballo y espoleándolo, avanzó aún más, declarando:
[Árabe]
“Yo soy el Profeta de Dios, no soy un impostor. Y aunque hoy no temo a estos arqueros, y avanzo a pesar de estar rodeado por cuatro mil arqueros, no vayáis a pensar, al presenciar esta escena, que soy Dios o que existen en mí atributos divinos. Recordad bien, yo no soy Dios, solo soy el hijo de Abdul Muttalib. Pero esas personas son semejantes a Dios (es decir, los profetas, los mensajeros y los amigos de Dios son semejantes a Dios en el sentido de que Dios se manifiesta a través de ellos).
Cuando se produjo esta situación y el enemigo se regocijó, pensando que había derrotado a los musulmanes, el Santo Profeta (sa) se dirigió a Hazrat Abbas (ra) y le dijo: “Oh, Abbas, exclama: ‘¡Oh, Ansar, el Mensajero de Dios os llama!’.
Cuando Hazrat Abbas (ra) proclamó en voz alta estas palabras del Santo Profeta (sa): “¡Oh, Ansar, el Mensajero de Dios os llama!”, uno de los Ansar relató más tarde: “Nuestra situación era tal que nuestros caballos y camellos se nos habían escapado de las manos, y parecía que no se detendrían hasta no haber atravesado tanto La Meca como Medina”. Estaban tan aterrorizados por los miles de personas que huían de La Meca, que no querían regresar de ninguna manera. Tiramos de las riendas de nuestras monturas con tanta fuerza que sus cabezas tocaban sus colas, pero en lugar de dar la vuelta, continuaron corriendo hacia atrás. Esta era nuestra situación cuando, de repente, la potente voz de Hazrat Abbas (ra) resonó en nuestros oídos: “¡Oh, Ansar, el Mensajero de Dios os llama!”
Dice: “En el momento en que oímos esta voz, ya no nos parecía que fuera un hombre quien nos llamaba, sino que parecía como si fuera el Día de la Resurrección y que sonaba la trompeta de Israfil para dar vida a las almas muertas”. En ese momento, nos volvimos completamente indiferentes al mundo y a todo lo que hay en él, y solo un sonido resonaba en nuestros oídos: la voz de Abbas. De repente, todas nuestras debilidades desaparecieron. O bien sentimos que no podíamos detener a nuestros caballos y camellos, o bien hicimos un último y desesperado esfuerzo y tratamos de girar a nuestras monturas con todas nuestras fuerzas. Los que lograron darse la vuelta, lo hicieron; y a los que no retrocedieron les cortamos el cuello tras desenvainar nuestras espadas, y corriendo a pie llegamos hasta el Santo Profeta (sa). Estas fueron las personas que se beneficiaron de la fe de Muhammad, el Mensajero de Dios (sa).
Así, debido a la gloria de Muhammad, el Mensajero de Dios (sa), por grave que fuera el peligro, Dios nunca estaba fuera de su vista y, de igual manera, también bajo su formación, esta misma cualidad se desarrolló en sus Compañeros según su rango.
¿Quién permaneció firme junto al Santo Profeta (sa)? Hazrat Ibn Mas’ud (ra) narra: “Estaba con el Santo Profeta (sa) en Hunain. Los musulmanes huyeron, y con él solo quedaron 80 hombres de entre los emigrantes (muhayirin) y los habitantes de Medina (ansar). Nosotros permanecimos firmes y no dimos la espalda huyendo, y fue sobre estas personas sobre quienes Dios Altísimo hizo descender la tranquilidad. El Mensajero de Dios (sa) estaba montado en su mula y no retrocedió ni un solo paso. Cuando su mula se agachó, él se inclinó desde la silla de montar. Dije: “Oh, Mensajero de Dios (sa), por favor, quédate arriba, que Dios te eleve”. El Santo Profeta (sa) dijo: “Dame un puñado de polvo”. Le di un puñado de polvo, y él lo tomó y lo arrojó hacia los rostros de los enemigos, y he aquí que sus ojos se llenaron de polvo. Entonces dijo: “¿Dónde están los muhayirin y los ansar?”. Dije: “Están aquí”. Entonces dijo: “Llámalos”. Los llamé, y estos se adelantaron con sus espadas en la mano derecha, y los idólatras dieron la espalda y huyeron.
En otra narración, se menciona que cuando la gente huyó, es decir, cuando se extendió el caos en el ejército musulmán, unos cien hombres permanecieron con el Santo Profeta (sa). En ese momento, rezó:
[Árabe]
Es decir: “Oh, Dios, todas las alabanzas Te pertenecen, a Ti imploramos y solo a Ti pedimos ayuda.”
Entonces Gabriel dijo: “Las mismas palabras que le fueron reveladas a Hazrat Moisés (as) el día en que se partió el mar te han sido reveladas a ti”.
Hazrat Hariz bin Nu’man (ra) narra que cuando la gente huyó, calculé que solo quedaban cien personas con el Profeta (sa).
Hazrat Anas (ra) narra que ese mismo día, es decir, en Hunain, Abu Bakr (ra), Umar (ra), Uzman (ra) y Ali (ra) se hallaban junto al Santo Profeta (sa). Cada uno de ellos asestó más de diez golpes. Hazrat Ibn Mas’ud (ra) también se encontraba entre ellos, y de entre los Ansar estaban Hazrat Abu Dharr (ra), Dujanah (ra), Harithah bin Nu’man (ra), Sa’d bin Ubadah (ra), Abu Bashir (ra), Usaid bin Hudair (ra), y de entre la gente de La Meca, Shaibah bin Uthman (ra); todos ellos permanecieron firmes.
Entre las mujeres se encontraban Hazrat Umm Sulaim bint Milhan (ra), Umm Ammarah (ra), Nasibah bint Ka’b (ra), Umm Harith (ra) y Umm Sulaim bint Ubaid (ra), quienes también estuvieron presentes en el campo de batalla. En cuanto a la firmeza de estas Compañeras, Abdullah bin Abi Bakr narra que el Santo Profeta (sa) vio que Hazrat Umm Sulaim bint Milhan (ra) estaba con su marido, Hazrat Abu Talhah (ra), y estaba embarazada. Temía que su camello la arrojara al suelo, por lo que introdujo la mano por dentro de la soga de la nariz y las riendas, manteniendo la cabeza del camello cerca de sí. El Santo Profeta (sa) dijo: “¿Eres Umm Sulaim?” Ella respondió: “Sí, oh Mensajero de Dios (sa), que mis padres sean sacrificados por ti”. Ella llevaba una daga. Entonces, Hazrat Abu Talhah (ra) dijo: “¡Oh, Mensajero de Dios (sa)! Esta es Umm Sulaim; lleva consigo una daga”. El Santo Profeta (sa) le preguntó: “¿Para qué es esta daga?” Hazrat Umm Sulaim (ra) respondió: “Lo he cogido para que, si alguno de los idólatras se acerca a mí, le abra el abdomen”. Al oír esto, el Santo Profeta (sa) sonrió.
Hazrat Umm Sulaim (ra), que en un momento tan crítico estaba con el Santo Profeta (sa), sintió tanto dolor, tristeza e indignación cuando vio cómo la gente huía dejando solo al Santo Profeta (sa) que, abrumada por su amor por él, dijo: “¡Oh Mensajero de Dios (sa)¡, en cuanto a estos Tulaqa (es decir, personas liberadas) que se unieron a nosotros después (Tulaqa se refiere a la gente de La Meca a la que el Santo Profeta (sa) había perdonado con las palabras):
[Árabe]
“[Árabe – ‘No se os reprochará nada hoy’. Id, todos sois libres]”.
De entre ellos, dos mil participaron en la batalla de Hunain, y huyeron al hacer frente a las flechas del enemigo e incluso provocaron el retroceso de los antiguos Compañeros. Ella se refería a ellos. Dijo: “Aquellos que presenciaron la derrota a pesar de estar contigo (refiriéndose a estos Tulaqa), que sean muertos”. El Mensajero de Dios (sa) dijo: “¡Oh, Umm Sulaim! Sin duda Dios Altísimo fue suficiente contra el enemigo y ha concedido Su favor”.
Otra valiente compañera fue Hazrat Ammarah (ra), quien relata: “El día de la batalla de Hunain, cuando la gente huyó, éramos cuatro mujeres. Yo llevaba una espada afilada y Umm Sulaim llevaba una daga, que había sujetado a su cintura, a pesar de estar embarazada en ese momento. Junto a nosotros estaban Hazrat Umm Salit y Umm Hariz.
Según una narración, Hazrat Umm Ammarah (ra) exclamó en voz alta: “¡Oh Ansar! ¿Qué tenéis que ver con la huida? Ella relata: “Vi a un hombre de los Hawazin llevando una bandera, montado en un camello color de trigo, y estaba persiguiendo a los musulmanes. Me enfrenté a él y le golpeé las patas traseras de su camello, haciendo que el jinete cayera de espaldas al suelo. Entonces lo ataqué y continué golpeándolo con mi espada hasta que lo maté. Luego le arrebaté la espada y llegué donde estaba el Santo Profeta (sa) que estaba de pie en el campo de batalla, con la espada desenvainada. En ese momento estaba exclamando: “¡Oh, Compañeros de la sura Al-Baqarah!”. Entonces, los Ansar dieron media vuelta y avanzaron atacando. El pueblo de Hawazin solo pudo resistir ante a los Compañeros durante el tiempo que se tarda en ordeñar una camella (es decir, durante un breve instante). El enemigo huyó derrotado. Nunca había presenciado una derrota tan humillante para el enemigo: huían despavoridos en todas las direcciones. Mis hijos, Hubaib y Abdul’lah, regresaron conmigo trayendo consigo prisioneros de guerra.
Hazrat Abu Bashir al-Ma’zani (ra) relata: “El día de Hunain, realizamos la oración matutina y luego nos dirigimos al lugar donde el Santo Profeta (sa) nos había situado. No teníamos conocimiento (de lo que iba a suceder); el sol estaba a punto de salir cuando de repente fuimos atacados. La vanguardia de nuestro ejército retrocedió hacia nosotros, derrotada. Nuestras filas se sumieron en la confusión y, junto con la vanguardia, nosotros también fuimos derrotados. Me di la vuelta y volví a avanzar, (en aquel momento era más joven) y me di cuenta de que el Mensajero de Dios (sa) seguía en la parte delantera del ejército y comencé a exclamar: “¡Oh, Ansar, que mis padres sean sacrificados por el Mensajero de Al’lah (sa), ¿A dónde vais?”. (Les llamó la atención). De esta manera hice retornar a los que huían. Mi única preocupación era garantizar la seguridad del Mensajero de Dios (sa).
Cuando llegué a él, estaba diciendo: “¡Oh, Ansar! ¡Oh Ansar!” Me acerqué a su montura y, mirando hacia atrás, vi que los Ansar regresaban de inmediato. El Mensajero de Dios (sa) se situó sobre su montura frente al enemigo, y los Ansar se lanzaron a la batalla frente a él, permaneciendo a su lado. Los Ansar rechazaron al enemigo hasta que los empujaron tres millas hacia atrás. Se dispersaron por los desfiladeros tras ser derrotados por nosotros. A continuación, el Mensajero de Dios (sa) regresó a sus aposentos y a su campamento, con los prisioneros atados a su alrededor. Un grupo rodeaba su tienda, y con él estaban dos de sus nobles esposas, Hazrat Umm Salamah (ra) y Hazrat Zainab (ra). Según otra narración, Hazrat Umm Salamah (ra) y Hazrat Maimunah (ra) estaban presentes. A su alrededor había un grupo que custodiaba al Mensajero de Dios (sa), entre los que se encontraban Abbad bin Bishr (ra), Abu Na’ilah (ra) y Muhammad bin Maslamah (ra).
Ibn Uqbah narra: “Un hombre de entre los Quraish pasó junto a Safwan bin Umayyah, que en aquel momento aún era un incrédulo. Había acompañado a los musulmanes simplemente para observar la batalla de Hunain. El hombre le dijo: “¡Alégrate! Muhammad (sa) y sus compañeros han sido derrotados” Se refería al retroceso inicial. Este idólatra contestó: “Por Dios, nunca podrán volver a su estado anterior, es decir, ya no alcanzarán la victoria”. Safwan le dijo: “¿Me traes buenas noticias sobre el triunfo de los beduinos?” ¡Por Dios, prefiero que un Quraishi sea líder antes que un beduino! Safwan se enojó por sus palabras (es decir, las del enemigo). Envió a uno de sus esclavos para averiguar quiénes eran los que entonaban cánticos de guerra, pues en ese momento se oían gritos de guerra procedentes del campo de batalla. El esclavo regresó y dijo: “Los oí gritar: ¡Oh, Banu Abd al-Rahman! ¡Oh, Banu Ubaidillah! ¡Oh, Banu Abdillah!”’ Safwan dijo: “Es Muhammad (sa) quien ha vencido, pues este es su grito de guerra”. Así se tranquilizó Safwan, quien dijo: “Muhammad (sa) ha logrado la victoria.”
También se menciona que el Santo Profeta (sa) lanzó piedras hacia los incrédulos y ofreció una oración durante esta batalla; como se mencionó anteriormente, el Santo Profeta (sa) pidió un puñado de tierra para poder lanzarla. Los detalles de este relato son los siguientes: Cuando los Compañeros regresaron (al campo de batalla) y la batalla había alcanzado su punto más peligroso, el Santo Profeta (sa) levantó la mirada y observó la escena del combate. Estaba montado en su mula. El Santo Profeta (sa) comentó: “La batalla está en su punto álgido.” El narrador relata que el Santo Profeta (sa) tomó entonces un puñado de piedras y las lanzó en dirección a los rostros de los incrédulos, diciendo: “Por el Señor de Muhammad…” En otra narración, se afirma que el Santo Profeta (sa) declaró: “¡Por el Señor de la Kaba, han sido derrotados!”.
Hazrat Abbas (ra) relata: “Observé la batalla y, al principio, parecía continuar de la misma manera que antes. Pero, por Dios, tan pronto como el Santo Profeta (sa) lanzó las piedras, fui testigo de cómo la fuerza del ataque enemigo comenzó a disminuir. En otras palabras, su situación cambió drásticamente, lo que finalmente se tradujo en la derrota del enemigo. Otros detalles indican que el Santo Profeta (sa) colocó sus pies en los estribos y se puso de pie montado en su mula y, levantando las manos benditas en ferviente súplica, dijo:
[Árabe]
“Oh, Dios te imploro que cumplas lo que me has prometido. Oh, Dios, no es justo que ellos predominen sobre nosotros y que nosotros seamos los vencidos”.
Yazid bin Amir Suwa’i narra que estaba con los idólatras en Hunain y más tarde aceptó el Islam. Dice que en Hunain, el Santo Profeta (sa) tomó un puñado de tierra del suelo y, volviéndose hacia los idólatras, lo arrojó hacia sus rostros, diciendo: “Retroceded, vuestros rostros se han ennegrecido”. Cuando se veían entre ellos, se quejaban de escozor en los ojos y se los frotaban. En otras palabras, los ojos del enemigo comenzaron a arder. En ese momento, el Santo Profeta (sa) estaba montado en su mula llamada Duldul.
Shaibah bin Uthman era un respetado jefe de los Quraish. Su padre, Uthman bin Talhah, había sido matado en la batalla de Uhud. Shaibah se unió al ejército de Hunain desde La Meca. Según algunos, se convirtió al islam durante la conquista de La Meca. El propio Shaibah relata: “Me alisté en el ejército (lo que significa que aún no era musulmán) con la intención de aprovechar cualquier oportunidad que se me presentara para vengar la muerte de mi padre matando al Santo Profeta (sa) (Dios no lo permita) y así aliviar mi corazón”. Su oposición al islam era tal que decía: “Aunque toda Arabia y el resto del mundo declararan el credo de Muhammad (sa), yo nunca lo seguiría”. Cuando Shaibah vio que los musulmanes habían huido del campo de batalla y solo quedaban unas pocas personas alrededor del Santo Profeta (sa), describe: “Pensé que era la oportunidad perfecta para (Dios no lo quiera) matarlo”. Dice: “Me acerqué por la derecha para atacarlo, pero vi a su tío Abbas allí de pie”. Pensé que no sería posible atacar a Muhammad (sa) en presencia de Abbas. Entonces, me di la vuelta y me acerqué por la izquierda para atacar a Muhammad (sa), pero vi a Abu Sufyan bin Harith allí de pie, así que también retrocedí y me alejé. Entonces, decidí atacar a Muhammad (sa) por detrás, pero cuando me acerqué con esa intención, me cubrí los ojos con las manos y me di la vuelta rápidamente”.
Más tarde explicó: “En ese mismo instante, tuve la sensación de estar viendo llamas de fuego que subían hacia arriba y parecía que iban a reducirme a cenizas”. En ese momento, el Santo Profeta (sa) dijo: “Shaibah, acércate a mí”. El Santo Profeta (sa) se percató de que Shaibah estaba detrás de él. Shaibah dice: “Me acerqué al Santo Profeta (sa). Entonces sonrió y pasando su mano bendita sobre mi pecho, oró:
[Árabe]
“Oh, Dios, aleja de él a Satanás”.
Shaibah dice: “Por Dios, en ese mismo instante, el Santo Profeta (sa) se convirtió en algo más preciado para mí que mis oídos, mis ojos e incluso mi propia vida, y mi alma quedó completamente purificada”. El Santo Profeta (sa) le dijo: “Oh Shaibah, lucha contra los infieles”. Shaibah dice: “En ese momento, tomé la espada y avancé hacia el enemigo para defender a Muhammad (sa)”. Por amor al Santo Profeta (sa), comencé a luchar con tal vehemencia que, incluso si mi padre se hubiera interpuesto en mi camino en ese momento, lo habría matado”.
Hazrat Musleh Maud (ra), el segundo Jalifa, narra este suceso de la siguiente manera: “Se registra un incidente acerca del Santo Profeta (sa), en el que un hombre, tras aceptar públicamente el islam y participar en la Batalla de Hunain, tenía la intención de asesinarlo una vez que los dos ejércitos se enfrentaran en el campo de batalla. Cuando la batalla se intensificó, este hombre sacó su espada. En ese momento, el Profeta (sa) estaba solo, acompañado únicamente por Hazrat Abbas (ra). Aquel hombre no dejó pasar la ocasión y quiso avanzar para atacarlo, pero Dios Altísimo, mediante revelación divina, informó al Santo Profeta (sa) sobre el resentimiento que tal persona guardaba en su corazón”.
Este mismo hombre relató posteriormente: “Cuando me acerqué, pensé que mi espada le cortaría el cuello. Pero al acercarme, el Santo Profeta (sa) extendió su bendita mano hacia mí y, colocándola sobre mi pecho, oró: ‘Oh Dios, líbralo de los malos pensamientos de Satanás y borra el rencor de su corazón'”. Continuó diciendo: “En ese mismo instante, sentí que no había nada más querido para mí en el mundo que la persona del Santo Profeta (sa). Luego, el Santo Profeta (sal) me dijo: `Avanza y lucha´. Empuñé la espada y juro por Dios que si en ese instante si mi propio padre estuviera vivo y apareciera delante de mí, le habría hundido mi espada en el pecho sin dudar.” Tal fue el poder del amor al Santo Profeta (sa), que fue capaz de extinguir su enemistad. En otras palabras, el amor del Santo Profeta (sa) borró por completo su animosidad.
Cuando la batalla terminó, el Santo Profeta (sa) descansaba en su tienda cuando Shaiba ibn Uthman lo visitó. Al llegar, el Santo Profeta (sa) le dijo: “Oh Shaiba, lo que Dios ha dispuesto para ti ahora es mucho mejor que lo que tenías en mente”. El Santo Profeta (sa) luego le contó todos los pensamientos e intenciones que él había mantenido durante la batalla. Al oír esto, Shaibah pidió perdón por su conducta pasada. A continuación, el Santo Profeta (sa) rezó por él, diciendo:
غفر الله لك
“¡Que Al’lah te perdone!”
De manera similar, se ha mencionado la mala intención de Nudair ibn Harith y su buen final. Nudair bin Harith fue uno de los habitantes de La Meca que marchó a Hunain junto al ejército musulmán con malas intenciones. Era uno de los jefes de la tribu Quraish, y su hermano fue asesinado en la Batalla de Badr.
Él mismo relata: “Partí hacia Hunain con algunos de mis Compañeros, con la intención de unirme a los idólatras en el ataque cuando se presentara la oportunidad. Cuando (inicialmente) los musulmanes se dispersaron, me dirigí al Profeta (sa) con la intención de matarlo. Pero al acercarme a él con esa intención, vi a un grupo de personas alrededor del Profeta (sa), con rostros blancos, que me dijeron: “¡Aléjate de aquí!”, con una voz tan aterradora que me asusté y empecé a temblar. Poco después, los musulmanes regresaron y comenzaron a atacar al enemigo.
En ese momento retrocedí y me oculté entre los árboles. Me mantuve oculto durante muchos días, porque el temor por lo que había visto no desaparecía. Esto continuó hasta que supe que el Santo Profeta (sa) se había ido a Taif, y de allí a Yiranah. Una vez terminada la batalla, pensé: “El islam ha triunfado y todos lo han aceptado, así que yo también debería ir a ver al Santo Profeta (sa)”. Así que, ocultándome y con cautela, fui a Yiranah y me uní a los musulmanes. El Santo Profeta (sa) me vio y me reconoció, diciendo: “¿Eres tú, Nudair?” Le respondí: “Sí, oh Mensajero de Dios, aquí estoy”. Entonces dijo: “Esto es mejor que lo que pretendías hacer en Hunain, y en aquel momento, Dios puso un obstáculo entre tú y tu intención”, es decir, entre tu intención y tú mismo”. Nudair continúa diciendo: “Al oír esto, me dirigí rápidamente hacia el Santo Profeta (sa) y le dije: ‘¡Oh, Mensajero de Dios! Si hubiera algún dios aparte de Al’lah, me habría beneficiado algo. Después de recitar la profesión de fe musulmana, acepté el islam. El Santo Profeta (sa) oró por él:
[Árabe]
“¡Oh Dios! Aumenta su perseverancia”.
Nudair dijo: “¡Por Dios!” Gracias a esta oración, logré adquirir una gran fortaleza y determinación.” El Santo Profeta (sa) dijo: “Toda alabanza pertenece a Al’lah, quien nos ha concedido la guía”.
Tras la batalla de Hunain, al repartir el botín, el Santo Profeta (sa) entregó a algunos de los jefes de la tribu Quraish —que se habían convertido recientemente al islam— cien camellos a cada uno, con el fin de consolarles y fortalecer su fe. Entre ellos también se encontraba Nudair ibn Harith. Él demostró tener gran sentido de la dignidad, lo cual, en realidad, fue fruto de la oración del Santo Profeta (sa) que pidió a Dios que le concediera firmeza en la fe. Una persona le informó que el Santo Profeta (sa) había anunciado para él el regalo de cien camellos y que debía aceptarlo. Ante esto, Nudair dijo: “El Santo Profeta (sal) regala esto para consolar a los recién convertidos, por lo que yo no los aceptaré”, es decir, que era firme en su fe islámica y no necesitaba esta riqueza para consolar su corazón. Pero poco después pensó: “No he pedido esta riqueza al Santo Profeta (sa), ni lo he solicitado. Este es un regalo del Santo Profeta (sa) y, por lo tanto, no debo rechazarlo”. Entonces entregó diez de los camellos al mensajero que le había traído la noticia y se quedó con los restantes.
En adelante, Nazir solía expresar su gratitud, diciendo: “Toda la alabanza es para Dios, pues no moriremos en la idolatría como nuestros antepasados”. Permaneció firme en la fe islámica y la practicó con gran devoción. Emigró a Medina y desde allí partió a Siria para participar en la yihad. Fue martirizado en el año 15 después de la Hégira, en la Batalla de Yarmuk. Los relatos restantes se narrarán en el futuro, si Dios quiere.