4. La paz económica
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)
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La paz económica

Al-lah eliminará el interés y hará que aumente la caridad; y Al-lah no ama a quien es incrédulo y pecador declarado (C.2: Al-Baqarah: 277

No, lo que ocurre es que no honráis al huérfano. Ni os alentáis mutuamente a dar de comer a los pobres, y devoráis la herencia del pobre; amáis la riqueza con amor excesivo”. (C. 89: Al Fatir: 18-21)


Filosofía económica del capitalismo, el comunismo y el islam

El orden económico islámico no pertenece ni al capitalismo ni al socialismo científico. La filosofía económica del Islam es científica sin ser mecánica. Es disciplinada sin ser demasiado restrictiva. Permite la posesión privada y la empresa privada pero no promueve la avaricia ni la acumulación de riquezas en pocas manos por la cual una gran parte de la sociedad se ve desamparada y se convierte en sierva y esclava de un implaca­ble y cruel sistema de explotación.

Existen tres diferencias fundamentales entre las filosofías económicas del capitalismo, el comunismo y el Islam.

El capitalismo

En el capitalismo, el capital se recompensa con el interés. Se acepta el principio intrínseco que el capital tiene derecho a crecer. El interés juega el papel de fuerza motriz central para la acumulación de capital, que se encauza como energía para establecer y mantener la línea de producción en movimiento.

En resumen, el interés actúa como incentivo para mantener el capital en circulación.

El socialismo científico

En el socialismo científico, aunque no existe el incentivo del interés para hacer circular y re-circular el capital como mecanismo productivo, el Estado monopoliza el capital. Por lo tanto, no hay lugar para la motivación.

En la empresa privada libre, tanto si se paga como si no se paga interés, el sentido de posesión personal es suficiente para crear el deseo de que el capital propio crezca lo más rápida­mente posible. Si se ha de pagar interés sobre el dinero prestado, la tasa de interés actúa a modo de cota. Funciona como una ventana a través de la cual se puede controlar el crecimiento o la disminu­ción relativa del capital. En el sistema económico socialista, sin embargo, no existe esta necesidad porque los que utilizan el capital no lo poseen, ni existen medios de compara­ción por los que se pueda juzgar si el grado de crecimiento es suficiente o no desde el punto de vista económico.

En el orden socialista científico, la posesión por la fuerza del capital de todo el Estado por el propio Estado, convierte al sistema de interés en totalmente irrelevante e insignificante. El problema está en que cuando no existe ninguna presión para ganar más que el interés que se ha de pagar, se pierden todos los incentivos y el sentido de la responsabili­dad.

Si todo el capital en circulación de un Estado comunista pudiera, por ejemplo, ser valorado desde el punto de vista de la cantidad de interés que ganaría de hallarse depositado en un banco, se nos desvelaría un aspecto del problema. La otra cara de la moneda se podría representar valorando la economía en base a las ganancias y las pérdidas. Sin duda, presentaría muchas complica­ciones tales como el cálculo de salarios etc. Pero si los expertos financieros se pusieran a estudiarlo, se podrían superar tales obstáculos. Una comparación entre los dos sistemas mostraría posibilida­des muy intere­santes.

Es más que probable que los verdaderos culpables de la decaden­cia de los estándares de vida puedan ser señalados de forma precisa de esta manera. Sin necesidad de realizar un ejercicio mental tan inmenso, no es difícil determinar las causas de esta decadencia. Creo que, puesto que el Estado se convierte en capita­lista, se ve privado de un sistema de control que le prevenga de los fallos, pérdidas y errores respecto al modo en que maneja el capital del Estado, puesto que no tiene obliga­ciones financieras que cumplir y puede emplear el capital sin tener que rendir cuentas. Tal situación comporta peligros inherentes. La falta de interés personal y la ausencia un sistema de alarma ante las pérdidas o beneficios procedentes del empleo de capital, causa estragos en la relación entre inversiones y rendimientos. El volumen de pérdidas sigue en aumento.

Igualmente, no existe ningún control en la política de canalización del capital. Por ejemplo, no existe ningún espejo en manos de los gobiernos socialistas en el que puedan reflejar el índice real de crecimiento económico, en comparación con las economías de libre mercado del mundo exterior. Un problema añadido radica en que los Estados comunistas precisan realizar un desembolso mucho más grande en defensa, inspección e institu­cio­nes policia­les dentro del país. Al ser iguales las demás cosas, exige un nivel de gastos desproporcionado en defensa y mantenimiento de la ley y el orden. Estos y otros factores similares suponen una pesada carga para la economía. El colapso final de la economía se puede demorar, sin duda, pero no puede ser evitado de ningún modo.

El concepto islamico 

Mientras que el comunismo no ofrece incentivos para una implica­ción directa en la producción de riqueza, El Islam ofrece dicho incentivo, a pesar de prohibir el interés. El Islam elimina el sistema de usura e interés sin participar de los problemas específicos del mundo comunis­ta. En ausencia del interés, que arrastra el capital hacia canales no productivos, el Islam controla el capital inactivo. Este control adopta la forma de un “impuesto”, conocido como Zakat que se impone no sólo sobre la renta o beneficios sino sobre el propio capital.

El contraste es evidente. En las sociedades capitalistas se acumula el capital en las manos de unos pocos debido a la avidez de aumentar dicho capital mediante la acumulación del interés, que es reciclado en la economía con la tarea prefijada de rendir un beneficio mayor que el tipo imperante de interés. De fracasar esto, la economía va necesariamente a la recesión. En el Islam, el temor de que el capital ocioso se desgaste progresivamente debido a la imposición del Zakat hace que quienquiera que tenga un superávit económico tenga que emplearlo en la obtención de beneficios para contra­rrestar los efectos del Zakat.

Según el Islam, la respuesta a los problemas económicos del mundo no se encuentra en el socialismo científico ni en el capitalismo. Es imposible disertar ampliamente sobre este tema aquí, pero es preciso tener una visión actual del desequili­brio creado por el capitalismo para aprender algunas lecciones para el futuro.

Cuatro características de la sociedad capitalista

Las señales para determinar que, efectivamente, ha surgido tal desequilibrio en la sociedad se explican muy claramente en los siguientes versículos del Santo Corán:

“No, mas no honráis al huérfano. Ni os alentáis mutuamente a dar de comer a los pobres. Devoráis toda la herencia de otras personas. Y amáis la riqueza con amor excesivo”. (C. 89: Al-Fajr: 18:21).

En pocas palabras, estas características son:

  1. Trato deshonroso a los huérfanos.
  2. No se promueve alimentar a los pobres.
  3. La usurpación de la herencia ajena.
  4. Una interminable acumulación de riqueza

El capitalismo conduce finalmente a la destrucción

Sin aprobar la filosofía del socialismo científico, el Islam rechaza algunos aspectos del capitalismo porque:

“La mutua rivalidad en la búsqueda de más cosas mundanas os ha desviado de Dios. Hasta que lleguéis a las tumbas. No! Muy pronto llegaréis a saber la verdad. (C. 102: Al-Takathur: 2-4).

El orden económico cambiante

La explotación de los ciudadanos más pobres por el capita­lismo basado en el interés, que dio origen a la rebelión socialis­ta, parece haber quedado relegado a la historia. Pero un estudio más profundo nos revela que no es más que un cambio de disfraz.

En este momento, el mundo entero se encuentra dividido entre ricos y pobres, gracias sobre todo a la explotación de los países capitalis­tas desarrollados. Añádase a esta situación el decisivo retorno al capitalismo del arrepentido bloque del Este. Causa estremecimiento imaginar cuánta sangre se sorberá aún de las ya debilitadas y anémicas naciones del Tercer Mundo. Parecería que los vampiros del capitalismo necesitan aún más sangre para beber.

Es evidente que se ha terminado la era de la confrontación entre las dos principales filosofías económicas contrarias del capitalismo y el socialismo científico. El sistema económico basado en el Marxismo-Leninismo se ha sometido a la escena de los asuntos humanos. Por otro lado, la así llamada economía “libre” de occidente aparece exultante ante su aparente victoria. Salvo China, los países del bloque del Este aún siguen luchando para mitigar las miserias de las multitudes pobres de sus países respectivos en el despertar de su nueva hallada libertad.

El desfase económico entre el Este y el Oeste no es tan grande como entre el Norte y el Sur. Los países desarrollados del Norte se hallan divididos en otro plano distinto al de los países de Tercer Mundo de África y Sudamérica. Aunque en términos de disparidad económica, el desfase entre el Norteamérica y Sudamérica es sin duda doloroso, no se aproxima en absoluto al abismo entre Europa y África. África, tan cercana en distancia a Europa, en términos de disparidad económica, es, sin duda, la más apartada de este continente.

El sentimiento de seguridad que los países más débiles del mundo experimentaban anteriormente a causa de las rivalidades entre las superpo­tencias, así como la posibilidad de que las naciones pobres se beneficien del descongelamiento de la guerra fría se desvane­cerá rápidamente. Aún ha de producirse una mayor y más seria competición entre EE.UU., Rusia y el resto de Europa para conquistar, monopolizar y asegurar los mercados de las naciones del Tercer Mundo.

Japón ya no seguirá siendo el único rival serio de América. Una nueva Europa que emerge del rápido crecimiento de la Comunidad Europea y la probable participación de la Europa del Este en un mercado común de mayor escala, plantearán una competi­ción mucho más grande a Norteamérica que los Estados rivales de Europa.

Los desbordantes millones de habitantes de Europa del Este y Rusia anhelan y sienten la apremiante necesidad de elevar su nivel de vida. La simple rehabilitación de un mercado cerrado no será suficiente para satisfacer las necesidades de este gran sistema, que seguirá creciendo con el paso del tiempo. La apremiante necesidad de mercados exteriores para mantener los estándares de vida crecientes de Europa del Este y Rusia puede ser satisfecha por la CEE, América y Japón. Esto ofrece poca esperanza para los países del Tercer Mundo (más bien un oscuro presagio para el Tercer Mundo) y mucho menos para los pueblos menos favorecidos de África.

Los políticos de las naciones del mundo desarrollado económica y políticamente, se sienten mucho más preocupados por la revolu­ción económica capitalista que se está produciendo en el lejano Oriente: Japón, Corea del Sur, Formosa, Hong Kong y Singapur. Parece que se están acortando las distancias entre el lejano Oriente y el Occidente creando un puente por encima de las cabezas de los numerosos países asiáticos menos afortunados: Indonesia, Malasia, Camboya, Tailandia, Birmania, Bangla Desh, India, Sri Lanka y Pakistán.

También es posible que para afrontar el creciente desafío del gigantesco crecimiento económico del Japón y poder controlar su economía en rápida expansión, otros países del lejano Oriente no sigan siendo los beneficiarios de las inversiones y capital americano. Por otro lado, también es posible que Norteamérica se apoye más aún en sus aliados del lejano Oriente para afrontar los nuevos desafíos asociados de Japón y de una Europa económica­men­te mucho mayor y unida. Esto no augura nada bueno para el futuro de la humanidad y puede, finalmente, hacer añicos las esperan­zas de paz en un plano totalmente diferente al de las rivalidades ideológicas entre el capitalismo y el comunismo.

Aún es prematuro predecir cómo pueden influir los cambios en la Europa del Este y Rusia en el equilibrio económico del mundo, si su vuelta al capitalismo sería completa o parcial, lenta o rápida. Ocurra lo que ocurra, una cosa es cierta, y es que estos cambios influirán de forma más adversa en las economías del Tercer Mundo.

Tal estado de cosas no puede durar indefinidamente. El mundo se dirige ya hacia una catástrofe mundial.

El Islam tiene una palabra de advertencia para las eufóricas naciones capitalistas de hoy día, fundadas sobre los cimientos del interés y la usura: Están destinadas finalmente a hundirse y a hacerse añicos. La así denominada victoria reciente del capita­lismo sobre el socialismo sólo proporcionará una paz transitoria. Las filosofías capitalis­tas darán origen por sí solas a poderosos demonios que crecerán rápidamente hasta asumir un tamaño gigantesco, en ausencia de rivales por parte del socialismo. El volcán del capitalismo entrará finalmente en erupción con tanta fuerza, que estremecerá, sacudirá y convulsio­nará al mundo entero.

El sistema económico islamico

Al igual que con el sistema social que propugna el Islam, el sistema económico islámico comienza con la premisa de que todo cuanto se halla en los cielos y en la tierra ha sido creado por Dios, Quien ha proporcionado al hombre diversas provisiones en custodia. Como depositario, el hombre deberá dar cuenta de su responsabilidad respecto a lo custodiado. La posesión o ausencia de riqueza son medios de prueba, de forma que, tanto en la abundancia como en la adversidad, los que están atentos a su responsabili­dad se puedan distinguir de los que se muestran insensibles y no ponen atención al sufrimiento del resto de la humanidad.

El Sagrado Corán nos recuerda constantemente:

A Al-lah pertenece el Reino de los cielos y la tierra; y Al-lah tiene poder sobre todas las cosas. (C. 3 Al-Imran: 190)

Después enseña que si todo ha sido creado por Dios para todos, algo de ello debería ser compartido por el hombre.

 ¿Tienen acaso parte en el Reino? Aunque la tuvieran, no darían a los hombres ni siquiera lo que cabe en el pequeño hueco del hueso de un dátil (C. 4. Al-Nisá: 54)

Y Al-lah ha favorecido a algunos de vosotros sobre los demás en cuanto a provisiones mundanas. Pero los más favoreci­dos no devolverán parte alguna de sus provi­siones mundanas a los que están bajo su control, para que los compartan a partes iguales. Denegarán pues la gracia de Al-lah?” (C.16: Al-Nahl: 72).

Al hombre le incumbe cumplir su responsabilidad honesta y equitativamen­te:

En verdad, Al-lah os ordena devolver lo depositado a sus propie­tarios y que, cuando juzguéis entre hom­bres, lo hagáis con justicia.  ¡Ciertamente es exce­lente aquello a lo que Al-lah os exhorta! Al-lah es Quien todo lo oye y todo lo ve. (C. 4: Al Nisá: 59).

El hecho de que la riqueza material sea un motivo de prueba se expresa en el Santo Corán de esta forma:

Ciertamente vuestra riqueza y vuestros hijos son una tentación; mas con Al-lah os espera una inmensa recom­pensa. (C. 64: Al-Taghabun: 16).

Un matiz importante sobre la posesión, según el Islam, es que existen determinados recursos que han de ser confiscados de la propiedad indivi­dual y colocados en las manos de toda la humanidad. Así, los recursos minerales y el producto de los mares y océanos no son de la exclusiva propiedad de ningún individuo o grupo de gente.

El zakat

El Zakat es uno de los cinco pilares del Islam, siendo los otros la afirmación de que no hay más Dios que Al-lah y que Mohammad­sa es Su Mensajero; la Oración; el ayuno durante el mes de Ramadán y la Peregrinación a la Casa de Al-lah en la Meca. Por ejemplo, el Santo Corán ordena:

Cumplid la Oración, dad el Zakat y obedeced al Mensa­jero, para que se os muestre misericordia. (C. 24: Al-Nur: 57)

La palabra árabe Zakat significa literalmente medio de purificación, y en el contexto de un tributo obligatorio significa­ría que la riqueza residual, tras la deducción del Zakat, se ha hecho pura y legal para los creyentes.

Se suele exigir un 2,5% de los bienes disponibles -por encima de unas cotas específicas- que hayan permanecido en manos de los propietarios durante más de un año. Aunque se ha hablado mucho sobre la tasa o el porcentaje de este impuesto, no se encuentra ninguna referen­cia sobre algún porcenta­je fijo en el Santo Corán. En este sentido, insisto en diferir del punto de vista dogmático de los eruditos medievales. Creo que la cuestión del porcentaje permanece flexible y se ha de determinar de acuerdo con el estado de la economía de cada nación en particu­lar.

Al ser el Zakat un tributo impuesto sobre el capital a partir de ciertos límites, sólo puede utilizarse para determinada clase de gastos. Estos se desglosan en el siguiente versículo del Santo Corán:

Las limosnas son únicamente para los pobres y necesi­tados, para los empleados en relación con su recauda­ción y distribución y para aquellos cuyos corazones deban reconciliarse, para la liberación de los escla­vos, para los que tienen la carga de deudas, para los que se esfuerzan en la causa de Al-lah y para los viajeros. He aquí una orden de Al-lah. Pues Al-lah es el Omnisciente, Sabio. (C. 9: Al-Tauba: 60)

El Tesoro se encarga de la administración de esta orden. En la primera época del Islam, Hazrat Abu Bakr y Umar, los dos primeros califas, fueron célebres por asegurar personalmente el rápido desembolso de limosnas en lo que se conoció como el primer Estado del bienestar. Este sistema se mantuvo con gran éxito, durante siglos, a lo largo del período abasida.

Como se ha explicado anteriormente, la fuerza motriz del interés se sustituye por la fuerza impulsora del Zakat. Si se examina este sistema en funcionamiento, salen a la luz muchas otras diferencias entre el orden económico islámico y otros sistemas económicos. Emergen los rasgos de una economía completa­mente diferente.

No es posible que perdure durante mucho tiempo ninguna cantidad de dinero inactivo, ya sea grande o pequeña, si no se multiplica con más rapidez que el tipo al que está gravado. Precisamente de esta forma impulsa el Zakat la economía en un Estado islámico verdadero.

Imaginemos una situación en la que una persona con un pequeño capital no es capaz de participar directamente en un negocio y no hubieran bancos para pagarle con interés su depósito. Si el depósito es lo suficiente­mente grande para ser gravado por el Zakat, los recaudado­res de impuestos llamarían a su puerta cada año para obtener un porcentaje de su capital. El Zakat no tiene unos límites prescritos. Estas personas sólo tienen dos alternativas; o bien emplear personal­mente su dinero de forma rentable o asociar sus recursos para establecer empresas pequeñas o medianas.

Esto promueve la creación de sociedades anónimas y otras asociacio­nes, la formación de pequeñas sociedades o de acciones públicas en grandes sociedades. Tales sociedades no deberán nada a ninguna institu­ción financiera a la que tengan que liquidar deudas con interés. Hipotéticamente, si se compara la suerte de tales sociedades con sus equivalentes en las economías capitalis­tas, los encontra­remos situados en plataformas totalmente diferentes durante períodos de desgracia y crisis. En el caso del comercio y la industria enfrentados a una recesión en el contexto de una economía capitalis­ta, la reducción de la producción debida a una demanda decreciente puede empujarlos al borde de la banca­rrota. El interés que han de pagar para cubrir sus deudas seguirá aumentan­do implacablemente hasta el punto de que a tales compañías ya no les sea posible seguir a flote.

Por el contrario, si la economía se rige por los principios islámicos, una caída en el negocio y en las oportunidades comerciales sólo conducirá al comercio y la industria a un estado de hibernación. Así es como la naturaleza asegura la superviven­cia de los mejor dotados en tiempos de extrema dificultad y adversidad. Cuando disminuye la entrada de energía, el rendimien­to debe reducirse para que la energía no descienda por debajo del nivel crítico necesario para la supervivencia. Como en un sistema financiero islámico no existe ninguna presión implacable sobre la deuda, puede resistir mucha más presión y desafíos durante una recesión.

La prohibición del interés 

El sistema económico islámico se rige por una total ausencia del factor interés. Sin embargo, no existe evidencia histórica o actual que sugiera que, a consecuencia de la supresión del interés, el demonio de la inflación se haya disparado y los precios hayan subido vertiginosamente sin control alguno. En los tiempos actuales tenemos una oportunidad muy interesante de hacer compara­cio­nes respecto a la influencia de las tasas de interés, o de su ausencia, en la inflación.

El Gobierno de China en la era de Mao Tse Tsung realizó diversos experimentos con la economía. Algunos fracasaron. Otros produjeron resultados excelentes. Pero durante todo el gobierno de Mao, no se permitió que el interés jugara papel alguno, ni a nivel doméstico ni a nivel internacional. A pesar de todo, a lo largo de ese período, no hubo un aumento destacado en la inflación. De hecho, cuando finalmente aumentó el nivel de producción global, los precios comenzaron a experi­mentar una caída.

Comparado con esto, en el Estado de Israel, posiblemente la nación más capitalista del mundo, la tasa de inflación se ha situado entre las más altas registradas en todo mundo excepto, por supuesto, en los países latinoamerica­nos y en el excepcional período de inflación de la post-guerra en Europa, especialmente en Alemania. Pero entonces no eran días normales. Siendo iguales las demás cosas, el papel del interés en una economía no puede describirse más que como inflacionario.

Altos tipos de interés en gran bretaña

El acalorado debate actual en Gran Bretaña respecto a los pros y contras de los altos tipos de interés ofrece un ejemplo interesante para el estudio. Desde hace bastante tiempo ya, el gobierno conservador ha mantenido los tipos de interés precaria­mente altos con el único propósito declarado de frenar el consumo privado y suprimir de esta forma la inflación. La economía ya está crujiendo y lamentándose bajo las tensiones que ha causado esta política.

Se pueden extraer muchas lecciones de este estudio. Entre otras cosas, presenta un caso típico de decisiones económicas muy poderosas adoptadas sobre la base de una teoría que es discuti­ble.

La noción de que cuanto más se eleven los tipos de interés más se reducirá la inflación parece ser la única razón que justifica el mantenimien­to de los tipos de interés a un nivel anormalmente alto durante tanto tiempo.

Respecto a lo que está ocurriendo en Gran Bretaña, el tipo de interés nunca ha sido el verdadero culpable de la tendencia inflacionaria. Ha debido existir una mala administra­ción en diversas áreas de la economía y una política económica globalmen­te defectuosa que ha dado lugar a las tasas de inflación relativamente altas de la época actual. El incremen­to de los tipos de interés sólo ha servido para desviar la atención de las causas reales cómo fácil chivo expiatorio. Esta estrategia puede tener un cierto éxito en la lucha contra la inflación en un principio, pero ha puesto en marcha factores poderosos que producirán efectos secundarios. La nación se verá empujada hacia un incontrolable estado de recesión, incrementán­dose el desem­pleo.

Es imposible creer que los expertos del gobierno Conserva­dor no atiendan los consejos de destacados economistas, expertos financieros, banqueros centrales y otros especialistas. Debe haber alguna otra razón para este retraso deliberado en la reducción de los tipos de interés que el falso pretexto de que, para la supervi­vencia de la economía nacional, es esencial reducir la tendencia inflacio­na­ria con el mantenimiento de los altos tipos. Cabría la posibilidad de que el momento de bajar los tipos de interés no sea ahora interesante desde el punto de vista político para el gobierno actual. Posiblemente si se retrasara hasta las próximas elecciones generales, el alivio inmediato que experimen­tarían todos los sectores por el recorte, supondría una ventaja política para los conservadores. Si esto se llevara a efecto demasiado pronto, los efectos secundarios a los que he aludido antes comenzarían a manifestarse y a contra­rrestar cualquier beneficio del alivio temporal producido por esta bajada de los tipos de interés.

Algunos de los factores que pueden desencadenar este indeseable fenómeno son los siguientes:

  1. El alto tipo de interés no sólo ahoga el poder adquisi­tivo del público en general sino que también ha comprimido la vena yugular de la industria.
  2. Sin duda ya ha lastimado a un amplio sector de los británicos en su lucha por las necesidades básicas de la existencia. Los que han pedido grandes cantidades de dinero prestado para obtener un techo, lo han calculado cuidadosamen­te antes de pedir una hipoteca. Han tenido que apretarse fuertemente el cinturón para afrontar su presupuesto diario así como para hacer frente a los nuevos pagos de las hipotecas. Ya de antemano habían restringido todo tipo de gasto innecesario e imprudente. Tenían en todo caso, escasa libertad de acción para hacerlo. Este sector de la sociedad británica no era ciertamente responsable de las tendencias inflacionarias, pero, irónicamente, es el sector más severamente castigado por las denominadas medidas gubernamentales anti-inflación, supuestamente encaminadas a bajar los precios para beneficio público. Mientras tanto, el precio de sus viviendas ha comenzado a caer en picado, y se encuentran ante el irresoluble dilema de no poder atender pagos más elevados ni encontrar compradores para sus propieda­des.
  3. La inflación es un fenómeno complejo. No es el propósito de esta conferencia dedicar un tiempo innecesariamente extenso a este tema; sin embargo, por ciertas razones que poste­riormente se harán aparentes, ruego a la audiencia me permita comentarlo un poco más.

La bola de la inflación puede hacerse rodar, entre otras varias maneras, cuando una cantidad de dinero excesivo en manos del comprador hace aumentar artificial­mente la demanda, mientras el suministro de bienes permanece en niveles bajos. Demasiado dinero para demasiadas pocas mercancías. Hay mucho para comprar y poco para comprarse. No obstante, quizá, en el caso de la economía británica, no era esta la situación existente. La mayor parte del volumen del dinero en circulación estaba sosteniendo la industria británica, incrementando el consumo en el mercado doméstico. Junto a esto, existía el efecto del recorte de los impuestos y una tasa de cambio moderada de la libra esterlina en los mercados internacio­nales, que atraía a los compradores extranjeros hacia los productos manufacturados en Gran Bretaña, para provecho de la industria británica que ya estaba siendo apoyada por el mercado nacional en expansión.

El resultado más lógico debería haber sido una caída en los precios de los productos manufacturados. El aumento de la producción debería haber absorbido los gastos fijos, dejando sólo costos marginales que podrían ser soportados por los precios de fábrica de tales productos. Incluso un margen de beneficio mayor debería dejar a los fabricantes con suficiente margen para reducir los precios.

Los tipos de interés altos mantenidos han invertido ese crecimiento natural de la economía británica, con funestas consecuencias para el futuro. Mientras tanto, los mercados extranjeros que se escaparon de sus manos, serán difíciles de recuperar.

  1. d) Los cambios en Europa están condicionando una transfusión de más sangre a la ya robusta economía de Alemania Occidental, o quizá deberíamos decir Alemania. Los efectos secundarios negativos enumerados antes auguran malos presagios para la economía británica.

El gobierno actual puede, sin éxito, manipular la elección del momento de la necesaria bajada de los tipos de interés, pero el siguiente gobierno, si es Conservador, va a heredar problemas colosales del actual gobierno de su propio partido.

La conclusión que surge de todo lo anterior constituye una lección importante para todos los que en el mundo diseñan la política. El interés, como instrumento de control de las economías nacionales, interfiere con el concepto mismo de la economía de libre mercado. Ninguna economía basada en la filosofía del capital-relacionado-con-el-interés puede ser declarada auténticamente libre, mientras su gobierno tenga el poder de subir o bajar los tipos de interés.

El sistema económico islámico no proporciona tal medio de explotación al gobierno.

Otros males del interés

Quizá no esté fuera de lugar mencionar algunos otros aspectos del interés. La tasa de interés interbancario sólo se paga por los depósitos mayores y no por las cuentas de ahorro del cuentacorrentista ordinario. A pesar del efecto compuesto del interés, la ganancia obtenida con un depósito pequeño está muy por debajo del valor real de compra del dinero. Aunque los tipos a corto plazo fluctúan; a largo plazo, el interés ganado por los depósitos está por debajo de la tasa de inflación. Por otro lado, una cantidad similar invertida en ciertos negocios de empresa posee la potenciali­dad de crecer en términos reales.

En una sociedad motivada por el interés, los que poseen el capital están dispuestos a prestar dinero sin investigar la capacidad del que pide prestado para devolverlo. Por parte de quienes piden prestado, son pocos los que consideran seriamente su capacidad de reembolso. Conocen bien poco que pedir créditos a los tiburones prestamistas, como los Shylock y bancos y entidades de prestigio, equivale a pedir prestado de sus propios ingresos futuros. Ello alienta el hábito de vivir por encima de los propios recursos, y resulta, finalmente, en un gasto excesivo y una incapacidad progresiva para liquidar y honrar las propias promesas. Tales sociedades proporcionan un estímulo irreal a la producción para cumplir las exigencias del consumo.

Este aspecto negativo de las economías dirigidas por el interés, merece la pena que sea comentado y aclarado.

En una sociedad donde “mantenerse a la altura de los Pérez” se convierte en una obsesión, dicha obsesión es incitada en gran medida por los anuncios y propaganda de los últimos modelos de esto y de aquello. Se introduce al público en general al modo de vida lujoso de los ricos, mostrándoles el último diseño en mobiliario y chales exuberantes, acondicionados con las cocinas y cuartos de baño más modernos y todo tipo de servicios.

A quienes poseen escasos medios para comprar lo que anhelan, se les engatusa con el falso dinero de plástico para satisfacer sus caprichos. Desde luego, significa que han de comprar por encima de su nivel de ingresos. Si hubieran de rembolsar el dinero, aún sin interés, equivaldría a incrementar su capacidad de compra en el presente al costo de reducirla en el futuro.

Si una persona gana 100.000 Pts. al mes y sale a comprar artículos caros con ayuda de dinero prestado, digamos que por una cantidad de 4.000.000 pesetas, su capacidad de reintegro vendrá determinada por sus ahorros netos cada mes. Imaginemos que pueda llegar a final de mes con 60.000 Pts., lo que le permitiría ahorrar 40.000 Pts. /mes. Tendría que vivir con ese presupuesto ajustado los siguientes 100 meses para reintegrar el préstamo que adquirió para hacer frente al alegre gasto de 4.000.000 Pts., sin intereses. Lo que ha hecho, por tanto, es pedir dinero prestado a costa de sus 100 futuros meses (8 años y cuatro meses) para gastarlo al principio de ese período. La única ventaja que ha obtenido es que ha saciado su impaciencia y satisfecho su deseo, en lugar de esperar ocho años y pico.

Pero si ha de pagar además intereses sobre su préstamo de 4 millones de pesetas, su situación económica será mucho peor de la comentada en el ejemplo anterior. A una tasa media de, por ejemplo, el 14 por ciento, el empréstito sobre sus futuras ganancias será mucho más grande que el dinero real que pidió prestado. Se reducirá su capacidad de reintegro y se alargará el período de reembolso en un grado importante. Esta persona habrá de sufrir pacientemente unos veinte años como castigo a su impacien­cia, considerando que estuviera pagando 50.000 Pts. al mes, es decir, una cantidad total de 12.000.000 de pesetas, que comprende­ría el préstamo más el interés compuesto.

La pérdida afecta ciertamente al que pide prestado y no al prestamista. El prestamista forma parte de un sistema muy poderoso de explotación que garantiza, teniendo en cuenta la inflación y otras pérdidas, que el prestamista acaba siempre con mayor cantidad de dinero en su bolsillo.

Con la inflación, la situación del que pide el préstamo en cuestión, empeora notablemente. Su capacidad de compra continúa decreciendo, de forma que, si le resultaba difícil vivir con 60.000 Pts., le acaba resultando imposible hacer frente a los gastos cotidianos, con la misma cantidad, a medida que pasa el tiempo. Por supuesto, hay algunos pocos afortunados que reciben incrementos anuales similares a la tasa de inflación.

Para agravar más aún la situación, en las sociedades donde la gente se preocupa fundamentalmente de la búsqueda del placer, es imposible que se auto-impongan la espera de un largo período de verdadera austeridad tras ciertos períodos de gastos impruden­tes. Se pide más dinero prestado, temerariamente, y se extiende el gasto por encima de los ingresos. De hecho, décadas de futuros ingresos, sometidos a progresivos pagos de deudas y problemas parejos quedan comprometidas a los bancos prestamistas e institu­ciones financieras.

Estas economías, en su conjunto, avanzan inevitablemente hacia una crisis mayor. No se puede empeñar indefinidamente el futuro de una persona sin alcanzar antes el precipicio de la crisis financiera que surge de un gasto irresponsable, el cual, a su vez, hace aumentar la tasa de inflación. Combatir la inflación elevando los tipos de interés, con la esperanza de disminuir la cantidad de dinero disponible para el gasto, desencadena, inevitablemente, una cadena de sucesos que culminan en la recesión económica.

Esto es bastante malo a escala nacional, pero cuando los mismos factores provocan una recesión en la mayor parte de los países del mundo, la recesión mundial se asoma al mundo en gran escala. Estas recesiones globales labran el camino para guerras mundiales y catástrofes gigantes.

Aumentan las liquidaciones y las quiebras. El comercio y los negocios entran en abatimiento. Comienza a dispararse el índice de desempleo. El comercio inmobiliario se colapsa. La frustra­ción global resultante, en todas las áreas, se hace cómplice de la falta de hogares, la carencia, el fraude y el crimen. Si todo esto acontece, no debería sorprender a nadie, y menos aún a los sólidos defensores del capitalismo.

En la economía capitalista la situación no se limita a financiar a los individuos particulares por encima de sus posibilidades de reembolso. De hecho, se arriesga el futuro de toda la industria al costo de ciertas ganancias temporales. Inicialmente, desde luego, la industria del país se beneficia en gran medida. Se ayuda a bajar los precios de los bienes produci­dos en el país. La transferencia de dinero a un individuo no sólo estimula su capacidad de compra sino que también tiene un impacto sobre la productividad de la industria nacional. El aumento de la demanda se sigue de una mayor producción, y con el aumento de la producción se consiguen costes más bajos. Ello proporciona a la industria nacional una baza competitiva en los mercados internacionales. Todo parece de color de rosa. Después viene la resaca.

Cuando, a causa de la impaciencia y el gasto excesivo, por encima de su capacidad, la sociedad entera se encuentra profunda­mente endeudada con los bancos, la capacidad adquisitiva de toda la sociedad llega al fin de sus posibilidades. La industria no tiene otra alternativa que buscar mercados extranjeros más grandes para permanecer a flote y mantener la competencia. Cuanto más pequeña es la base económica del país, más pronto llega al final del callejón sin salida. Cuanto más grande es la base económica, más largo será el período en que finalmente se den cuenta de la inevitable crisis.

Veamos cómo funcionan las cosas en Estados Unidos. Se trata, sin duda, del país con el mercado doméstico más grande en apoyo de su industria, hasta el punto de que algunos economistas sostienen que aunque América fuera expulsada de la comunidad internacional, la amplia base de su mercado doméstico garantiza­ría la supervivencia de su industria. Sin embargo, tales economistas no tienen en cuenta otros factores asociados. Si se aplicara, por ejemplo, el caso discutido anteriormente, al escenario americano, quedaría evidente que no habría otra conclusión lógica distinta a la antes descrita. Sólo es cuestión de tiempo. Con un déficit publico enorme y trillones de dólares de deuda externa, los Estados Unidos han gastado en exceso y el público americano se encuentra con su futuro hipotecado bajo el peso de una gran deuda. La capacidad adquisitiva de toda la nación está destinada a disminuir notablemente o, de lo contra­rio, las entidades prestatarias habrán de ir a la quiebra. Sólo es una cuestión de tamaño. Pero las leyes inevitables de la naturaleza operan y se aplican por igual a todas las situaciones semejantes.

En el verano, las piscinas y los estanques se calientan rápidamente, mientras que a los lagos les lleva más tiempo. Igualmente, los mares más pequeños se calientan antes que los grandes, aunque todos siguen la misma suerte. Le cuesta tanto calentarse al Océano Pacífico, que cuando llega a esta situación, el invierno se ha establecido en la mayor parte de los países que bordean esta masa gigante de agua. Por ello su clima es más moderado que el de la tierra que bordea los pequeños océanos.

Así ocurre también con los océanos de la economía. La filosofía de gastar a base de dinero prestado es tan torcida, que es una locura esperar resultados honrados e inmediatos.

Otro factor importante ha de ser tenido en cuenta. Cuando la industria y la economía nacional llegan al punto de la asfixia, las naciones más pobres y menos desarrolladas se enfrentan a un peligro cada vez mayor de sufrir las consecuencias derivadas de la situación explosiva de las naciones avanzadas.

Esta comienza por la urgencia progresiva de los líderes políticos por vender mayor cantidad de bienes a los mercados, y así salvar a la industria de la ralentización y mantener el nivel de vida de sus ciudadanos. El problema que afrontan es doble:

  1. a) La gente está acostumbrada a los conforts modernos; y,
  2. b) Por su propia supervivencia, la industria continúa apasionándolos con nuevos inventos y aparatos que llevan el placer y el confort a sus hogares.

Ningún político o gobernante puede sobrevivir a la presión de un público que continúa exigiendo niveles de vida más altos. La economía debe ser mantenida a flote a cualquier coste.

Obviamente, los países del Tercer Mundo han de ser sangrados aún más para mantener artificialmente alto el nivel de vida en los países más avanzados. Por qué no hablar del nuevo desafío de las economías reformadas de Rusia y Europa Oriental y de la necesidad creciente de mercados extranjeros para los nuevos Estados capitalistas surgidos del antiguo mundo comunista?. Asimismo,  ¿Por qué no hablar de los estragos que los medios de comunicación occidentales están causando al jugar con los deseos y ambiciones de los pobres e indigentes pertenecientes a las naciones socialistas y del Tercer Mundo? Todos estos factores unidos no cambiarán para mejor la faz de la tierra.

El interés como una amenaza para la paz

Esta es la severa advertencia transmitida a la humanidad hace 1400 años por el Santo Corán con respecto al holocausto en el que finalmente se vería envuelta la humanidad debido a las economías basadas en el interés.

Los que comen del interés no se levantarán, sino como se levanta el que ha sido derribado por Satanás con la locura. Esto es porque dicen: “El comercio es como la usura”; cuando Al-lah ha hecho lícito el comercio e ilícito el interés. Así pues, a quién le llega la advertencia de su Señor y desiste, será suyo lo que recibió en el pasado; y su caso está en manos de Al-lah. Pero los que vuelvan a esta práctica, serán los moradores del Fuego; allí habitarán. Al-lah eliminará el interés y hará que aumente la caridad. Y Al-lah no ama a quién es un incrédulo y un pecador declarado. En verdad, los que creen y hacen buenas obras, cumplen la Oración y pagan el Zakat, tendrán su recompensa de su Señor y no les sobrecogerá ningún temor, ni serán afligidos.  ¡Oh creyen­tes! Temed a Al-lah y abandonad lo que os quede de interés, si es que creéis. Pero si no lo hacéis, entonces esperad la guerra de Al-lah y Su Mensajero; pero si os arrepen­tís, tendréis vuestras sumas originales; así no perjudicaréis ni seréis perjudicados. Y si cualquier deudor se encuentra en dificultades, concededle un plazo hasta que vengan tiempos mejores. Y si se lo perdonáis como limosna será mejor para vosotros ¡si supierais!” (Capítulo 2. Al-Baqarah: 278-281)

La advertencia sobre una guerra declarada por Dios, mencionada en los versículos citados, significa que las leyes de la naturaleza gobernada por Dios comenzarían a castigar a la sociedad capitalista cuando los factores comentados anteriormen­te, condujeran finalmente al hombre al desequilibrio económico y a la guerra. Desórdenes, disturbios y guerras siguen siempre a la explotación y usurpación de los derechos del pobre. “Pero si no lo hacéis, esperad la guerra de Al-lah y Su Mensajero…” significa que el Estado que crece sobre el interés, acaba inevitablemente en una situación en la que las naciones levantan las armas unas contra otras.

El tiempo no me permite comentar este aspecto del interés. En el Santo Corán, los versículos que prohíben el interés siempre siguen a versículos sobre la guerra. Ello indica la relación del interés con la guerra. Quién esté familiarizado con la historia de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, recordará que el capitalismo jugó un papel desastroso, no sólo siendo el causante, sino también prolongando estas guerras.

Prohibición de la acumulación de riqueza

El Islam rechaza cualquier tipo de explotación e injusticia, como la acumulación de riqueza, capital, mercancías y provisiones que ponen en una espiral a los precios y acaban en una inflación general. El Santo Corán expone:

“¡Oh vosotros los que creéis! En verdad, muchos de los sacerdotes y monjes devoran las riquezas de los hombres con medios falsos y apartan a los hombres del camino de Al-lah. Pero a quienes atesoran el oro y la plata y no lo emplean en el camino de Al-lah, dales la noticia de un doloroso castigo. En el día en que se calentará el fuego del Infierno, y sus frentes, sus costados y sus espaldas sean marcados con ello, diciéndoseles: “Esto es lo que atesorasteis para vosotros; probad ahora lo que habéis amontonado.” (Capítulo 9. Al-Taubah: 34-35)

Por otro lado, el Islam concede libertad a cada individuo para obtener dinero de forma lícita, dentro del código islámico de conducta económica. De este modo, se contempla la libertad y los derechos de los individuos a poseer propiedades y establecer empresas privadas.

Al diseñar las economías de sus respectivos países, el foco de atención de la mayoría de los gobiernos se centra en la forma en que los ciudadanos consiguen su sustento. Se exigen impuestos sobre el saldo facturado, los beneficios del negocio y del comercio y el sueldo de los empleados. Conseguido esto, se produce una escasa interferencia en los aspectos financieros del individuo. En general, el interés nacional se centra en los ingresos, y no tiene interés para la mayoría de los Estados saber cómo y en qué gasta cada individuo sus ganancias o sus ahorros. Si así lo desea, un individuo puede arrojar sus ingresos o su riqueza a una alcantarilla. Puede llevar un estilo de vida de extravagancia o derroche, o, a pesar de su riqueza, si así lo desea, vivir con dureza. No es asunto del Estado interferir en la forma en que cada uno pretende gastar o emplear su dinero.

Sin embargo, ésta es un área donde sí interviene la religión, y, mediante la amonestación o el consejo, no sólo inculca a las personas cómo deberían ganar el pan de cada día, sino que también les guía en cómo se debe gastar o no lo que han ganado. La mayoría de los mandamientos que se refieren al desembolso, son normas elementales morales y espirituales. Por ejemplo, cuando el Islam prohíbe gastar en bebidas alcohóli­cas, en los juegos de azar y en la persecución de distintos tipos de placer, aunque tales mandamientos no pretendan conformar directamente un presupuesto de gastos, son un derivado de las enseñanzas morales y espirituales de una religión. En las economías capitalistas, estos mandatos se consideran una injerencia en la intimidad y una interferencia en los derechos del individuo para gastar como él o ella deseen. Pero esta actitud no es nueva en el hombre.

Según el Santo Corán, pueblos y civilizaciones anteriores mostraron exactamente la misma actitud hacia la religión, que terminaba, a veces, en un debate sobre la justificación de las religiones para inmiscuirse en los asuntos personales de cada cual. Cuando Shuaib(as), un antiguo profeta, intentó educar al pueblo de Midian sobre cómo gastar de la mejor forma su riqueza y de qué debían abstenerse, fue reprendido por sus gentes:

“Respondieron: “Oh Shu´aib, ¿te ordena por ventura tu Oración que abandonemos lo que adoraron nuestros padres, ó que dejemos de hacer con nuestros bienes lo que nos plazca? En verdad, eres muy inteligente y recto.” (C. 11: Hud: 88)

Estilo de vida sencillo

El Islam aboga por un estilo sencillo de vida. Prohíbe el derroche y anima al gasto:

“Y no retengas por avaricia haciéndote así culpable,  ni abras totalmente la mano, para que no seas censurado ni arruinado.” (C. 17: Bani Isra´il: 30)

“Y dale al pariente lo que se le debe, así como al meneste­roso y al viajero, y no malgastes tus bienes con derroche. En verdad, los derrochadores son herma­nos de los satanes, Y Satanás es desagradecido con su Señor.” (C. 17: Bani Isra´il: 27:28)

Gasto matrimonial

La costumbre de las ceremonias matrimoniales entre familias ricas y pobres puede ser un área susceptible que puede acarrear terribles angustias y aflicciones a padres pobres con hijas en edad de casarse.

Las esplendorosas recepciones de boda, con gran exhibición de pompa, opulencia y ostentación están rotundamente condenadas en el Islam. Observamos de hecho en los albores de la historia del Islam, que las ceremonias de boda eran tan sencillas, que parecían acontecimientos sin color a los ojos de muchos. Aunque influenciados por las costumbres y las tradicio­nes de las sociedades de los alrededores, se incorporaron muchas innovacio­nes y mala práctica en los estilos de bodas de los ricos, la forma ceremonial básica permanece exactamente igual: natural, sencilla y económica, tanto para el rico como para el pobre.

El anuncio del matrimonio, -el NIKAH-, se pronuncia principalmente en las mezquitas, en presencia de todos sin excepción, y donde ricos y pobres se reúnen por igual. La mezquita es una casa de adoración y no un lugar de exhibiciones fastuosas.

En lo que se refiere a las fiestas de recepción y otras expresiones de alegría afines, se advierte con firmeza a los ricos que toda fiesta en la que no sean invitados los pobres es maldita a los ojos de Dios. De este modo, entre los miembros ricos mejor vestidos de la sociedad, se encontrarán a los más pobremente vestidos, mezclados libremente con los pudientes: una gran ventana de observación y reflexión para el rico y una especial oportuni­dad para el pobre de probar algunas de las exquisiteces, frutos y platos de la gente acaudalada.

Aceptación de la invitación del menesteroso

Se aconseja con insistencia a las personas que ocupan altos cargos en el orden social, a que acepten la invitación de los más pobres, si éstos la extienden para que accedan a su humilde hogar. Naturalmente, no es una obligación para el rico, que puede tener sus propios compromisos y obligacio­nes ya estableci­dos, pero fue una constante práctica del Santo Fundador del Islamsa aceptar la invitación de los más pobres. Todos los que le aman como su Sagrado Maestro, se sienten orgullosamente influidos por este consejo.

Aunque en las sociedades modernas, aceptar estas invitaciones de forma sistemática implicaría que los ricos no tuvieran tiempo para otra cosa más que para compartir la comida con los pobres, es una práctica cuyo espíritu puede alentarse ocasio­nalmente aceptando este tipo de invitacio­nes.

La moderación en los hábitos de alimentación

“¡Oh hijos de Adán! Cuidad de vuestras galas en cada momento y lugar de adoración, y comed y bebed, pero no superéis los límites; en verdad, El no ama a quienes superan los límites.” (C. 7: Al-A´raf: 32)

El tiempo no permite extenderme en la necesidad de hacerle la guerra al hambre, en la que uno de los pasos importantes es prevenir el desperdicio de los alimentos. No obstante, me referiré brevemente a este tema más adelante.

El préstamo de dinero

En lo que se refiere al préstamo de dinero para cubrir las necesidades básicas de la vida, el Islam propone firme y repetidamente que los préstamos por estas exigencias y emergen­cias sean préstamos sin interés. Los que tienen medios deben ayudar a los que necesiten asistencia financiera. Se hace constatar igualmente con claridad, que si el deudor es incapaz de devolver el préstamo en el tiempo acordado por encontrarse en apuros, se le debe conceder un mayor período de gracia. Los parientes cercanos deben ayudar al deudor. La deuda puede ser recuperada de la herencia de una persona difunta. El Zakat puede también ser empleado para aliviar las obligaciones financieras del que carga con la deuda. Si el rico puede extinguir la deuda por condonación de la misma, será sin duda lo mejor a los ojos de Dios. No obstante, el deudor que pueda permitirse devolver el préstamo, debe cumplir con su promesa de hacerlo en los términos prefijados y añadiendo una cantidad “ex-gratia”. Esto último no es, sin embargo, obligato­rio ni predeterminado, ya que de ser así, entraría dentro de la amplia definición del “interés”. El Santo Corán enseña:

“Oh creyentes cuando os otorguéis un préstamo entre vosotros por un período fijo, ponedlo por escrito. Y haced que un escribano lo transcriba fielmente en vuestra presen­cia; y ningún escribano deberá negarse a escribir, puesto que Al-lah le ha enseñado: por lo tanto que escriba. Y que dicte el que incurre en responsabilidad; y éste debe ser temeroso de Al-lah, su Señor, y no disminuir nada. Pero si la persona que incurre en responsabilidad es de pocos conocimientos, o es débil o incapaz de dictar, haced que lo dicte con justicia alguien que pueda defender sus intere­ses. Y llamad a dos testigos de entre vuestros hombres; y si no hay dos hombres disponibles entonces un hombre y dos mujeres que os agraden como testigos, de manera que si una de las mujeres yerra en la memoria, la otra pueda hacerla recordar. Y los testigos no deben negarse cuando son llamados. Y no os sintáis molestos por tener que escribir­lo, sea pequeño o grande, junto con la fecha fijada para la devolución. Esto es más justo a los ojos de Al-lah y hace que el testimonio sea más seguro y os evite más probable­mente las dudas; por tanto, no dejéis de escribirlo, salvo que se trate de mercancías que entregáis o recibís en propia mano, en cuyo caso no pecáis si no lo escribís. Y tened testigos cuando ejerzáis la venta entre vosotros, y no permitáis que se perjudique al escribano o al testigo. Pues si lo hacéis, ciertamente incurriréis en desobediencia por vuestra parte. Y temed a Al-lah. Y Al-lah os concederá el conoci­miento, y Al-lah conoce perfectamente todas las cosas. Y si estáis de viaje y no encontráis escribano, entonces la alternativa es que toméis una prenda como pose­sión. Y si uno de vosotros confía algo a otro, que el que lo haya recibido devuelva su depósito y que tema a Al-lah, su Señor. Y no ocultéis el testimonio; y quién lo oculte, sepa que su corazón está ciertamente lleno de pecado. Y Al-lah sabe muy bien lo que hacéis.” (C. 2: Al-Baqarah: 283-284)

Es muy importante recordar que estos versículos han sido absolutamente mal empleados y utilizados fuera de contexto por eruditos con mente medieval, que insisten en que, según el Islam, el testimonio de una sola mujer no es suficiente. Argumentan que para cada requerimiento legal, el testimonio de dos mujeres es imprescindible en comparación con el de un hombre, cuyo único testimonio es suficiente. Habiendo alterado por completo el sentido de estos versículos, han conformado falsamente el papel del testimonio masculino y femenino en la jurisprudencia islámica. Piensan que cuando el Santo Corán requiere la presencia de un hombre como testigo, el testimonio de dos mujeres se sustituiría por el de aquel; que donde se reclame el testimonio de dos hombres, se solicitarían cuatro testimonios de mujeres; y que donde son necesarios cuatro varones como testigos, ocho mujeres serían esenciales para testificar lo mismo.

Este concepto es tan irreal y ajeno a las enseñanzas coránicas, que uno se enardece al apreciar semejante postura “medieval” en este importante asunto judicial.

Se deben observar los siguientes puntos al considerar estos versículos:

  1. Los versículos no requieren, en absoluto, a las dos mujeres para que testifiquen.
  2. El papel de la segunda mujer está claramente especificado y se reduce a actuar de asistente.
  3. Si la segunda mujer, que no testifica, encuentra que alguna parte de la declaración de la testigo es indicativa de que ésta no ha compren­dido correctamente el espíritu de la negocia­ción, puede recordar y ayudar a la testigo en la revisión de su conocimiento o refrescar su memoria.
  4. La mujer que testifica está en su perfecto derecho a estar de acuerdo o en desacuerdo con su asistente. Su testimonio permanece como un testimonio único independiente y en el caso en que no esté de acuerdo con su compañera, su palabra sería la última.

Después de este inciso, volvamos al tema que nos ocupa.

Reducir los acuerdos de los préstamos a una escritura con el deudor, dictar los términos en presencia de testigos para la venta de los bienes, ser totalmente honesto y sincero con Dios a la hora de cumplir las propuestas, y que los depositarios entreguen sus depósitos honestamente, conforman los rasgos esenciales de las obligaciones contractuales en el Islam.

Hay que hacer constar que en una economía donde el préstamo está libre de interés, el prestamista no ha de inundar innecesa­riamente la economía con préstamos y créditos. Por tanto, el poder adquisiti­vo de una sociedad permanece dentro de límites reales y en relación con el presente. La tendencia a pedir prestado del futuro queda apartada automática­mente. La industria fundamen­tada sobre esta platafor­ma, necesariamente será sólida y estará preparada para sobrevivir a las vicisitudes de los avatares económicos.

El dinero público no circularía en las altas capas de los más adinerados, sino que lo haría en la dirección de las capas más bajas de los humildes.

El Islam cultiva un estilo de vida que es sencillo, y aunque hablando estrictamente, no es austero, de ninguna forma es pomposo y manirroto hasta el extremo de ofender a los sectores pobres, encender los corazones y aumentar la distancia entre las dos clases de la sociedad.

Diferencias en las clases económicas

Debería quedar aquí claro que las clases no se crean simplemente por la acumulación de riqueza en pocas manos, sino también por la división del capital entre propieta­rios y empleados, o por los hacendados y quienes cultivan la tierra.

Hay mucho más en la creación de una clase social. Es imposible mencionar todos los factores y cómo estos contribuyen en conjunto e individualmente a la creación de clases.

Un estudio de la sociedad tradicional india proporciona un ejemplo excelente de la existencia de una estructura de clases desarrollada tras miles de años. La trayectoria en conjunto de esta evolución estuvo influenciada no sólo por la distribución de riqueza, sino por factores raciales, sociales, religiosos y políticos. Una larga historia de invasiones, contiendas internas, luchas por la supervivencia y dominación se mantiene en el sistema de castas de la India, que ha dado lugar a tantas clases.

Marx tomó debida cuenta de esta situación. En una serie de cartas al Herald Tribune de Nueva York, consideró el estado de la sociedad de la India como una contraposición a la filosofía del socialismo científico. Concluyó que la existencia de este sistema de castas, haría que la India fuese el último país que aceptara el comunismo.

Desde el punto de vista islámico, la creación de clases en una sociedad comienza a hacer daño cuando no existe un código ético que gobierne el modo en que el dinero deba ser gastado. Imaginemos una sociedad donde las personas vivan una vida sencilla, sin gastos excesivos en ropas, comidas o acomodo, y donde los contrastes en los estilos de vida no fueran muy pronunciados. No importa tanto cuánta riqueza se haya acumulado en pocas manos; lo que hace daño es la forma en que se gasta y no la mera acumula­ción de esa riqueza en pocas manos. Comienza a molestar cuando se gasta o se derrocha desigual o imprudente­men­te. Es el lujoso estilo de vida de los adinerados y todo lo que les rodea, sus manifestaciones, ostentaciones y fastos, observadas desde el punto de vista de los miserables y sufridos pobres que luchan por sobrevi­vir, lo que hace que la distribu­ción desigual de riqueza comience a crear abismos insalvables entre ambos.

Por lo tanto, el Islam no interfiere indebidamente en la libertad de cada individuo a ganar su salario y en su derecho a ahorrarlo. Al contrario, promueve y fomenta el sector privado más que al sector público. Establece un código bien definido con respecto al estilo de vida, que si se siguiera al pie de la letra, haría de la vida en conjunto un ejemplo refrescante para todos.

Como este aspecto de la filosofía económica islámica ha sido discutido con anterioridad, no necesitamos profundizar más en él.

La herencia en la ley islámica

La ley islámica de la herencia también juega un papel importante en la distribución de riqueza del fallecido a sus herederos. Una parte determinada debe ser distribuida entre padres, esposas, hijos, parientes y allegados. No se les puede privar de sus derechos de herencia estipulados por Dios, a menos que exista una buena razón, y cuya validez será determi­nada por los Tribunales del Estado islámico y no por los individuos. En el mejor de los casos, una persona puede legar un máximo de una tercera parte de sus posesiones disponibles a otra persona o a una sociedad de su elección. (Al-Nisa: 8-13). Estas medidas previenen efectiva­mente la acumulación de riqueza en muy pocas manos.

Bajo la ley islámica de la herencia, se evitan las reglas de la primogenitura, las relacionadas con la imparcialidad de la distribución de la hacienda o el ilimitado poder de legado que nace del caprichoso placer del testador. La propiedad mobiliaria e inmobiliaria es dividida continuamente tras cada generación, y en el espacio de tres o cuatro generaciones, incluso grandes haciendas quedan parceladas en pequeñas propiedades de forma que no se crea una división permanente entre la gente por el monopolio de la propiedad del terreno.

Prohibición del soborno

“Y no devoréis mutuamente vuestros bienes con false­dad, ni los ofrezcáis como soborno a las autoridades para apropiaros conscientemen­te y con injusticia del dinero público.” (C. 2. Al-Baqarah: 189)

De nuevo he de omitir este aspecto, que es particularmente notable -en forma de corrupción y soborno- en los países del Tercer Mundo, pero me referiré a él cuando hable de la paz individual.

Ética comercial

El Islam no está en total desacuerdo con el capitalismo, ni rechaza categóricamente el socialismo científico, sino que conserva sus aspectos y actitudes positivas.

Lo que sigue son algunos ejemplos de hace 1400 años. El Islam diseñó un código de sana ética comercial que el hombre moderno ha descubierto al final de un difícil camino:

  1. La relación comercial islámica está basada en la verdad y la  honestidad. (Al Baqarah: 283-284)
  2. El Islam prohíbe el uso de falsos pesos y el recorte en las me­di­das. (Al-Tatfif: 2-4)
  3. Se prohíbe a los comerciantes vender artículos o bienes defec­tuosos, que estén corrompidos u obsole­tos. Un comerciante no debe intentar ocultar los defectos de cualquier artículo que ofrezca a la venta. (Mus­lim). Si este artículo es vendido sin conocimien­to previo del comprador, éste tiene derecho a devolver­lo cuando des­cubra la falta o defecto y obtener su reembolso. (Hadiz)
  4. El comerciante tiene prohibido cobrar diferentes precios a diferentes clientes, si bien tiene la posibilidad de ofrecer des­cuentos de conce­sión a cual­quier cliente. Es libre de fijar cualquier precio que conside­re razona­ble. (Bujari y Muslim).
  5. El Islam prohíbe la falsa competencia o monopolios que creen falsas competencias. También prohíbe aumen­tar los precios en las subastas con falsas ofertas o apoyarse en “ganchos” para engañar a un eventual comprador. (Bujari y Muslim)
  6. Igualmente, el Islam recomienda que la compra y la venta de bienes tengan lugar al descu­bierto, preferi­blemente en presencia de testigos, y que al compra­dor se le informe y se le permita ver con detalle lo que compra. (Al-Baqarah: 283-284; Muslim).

En resumen, el Islam adopta la estrategia de reducir la distancia entre ricos y pobres mediante:

  1. La imposición de ciertas limitaciones como ya ha sido mencionado anteriormente, pp. la bebida, el juego, etc.
  2. La prohibición del atesoramiento de riqueza y su acumulación por medio del interés.
  3. Alentando la empresa privada.
  4. La promoción de la rápida circulación de la riqueza.
  5. El uso del consejo repetitivo, persuasión e instrucción apelando a la nobleza en el hombre, para que voluntariamente adopte un estilo de vida humilde y sencilla que no aparte demasiado al hombre rico del hombre pobre.

El objeto de este ejercicio es hacer al hombre más sensible a los sentimientos de los demás y ahogar y matar en él los impulsos animales e irracionales. Se debe emprender una Guerra Santa en el sentido real de las palabras, contra la vanidad, la hipocresía, la superficialidad, el esnobismo, el orgullo y la arrogancia. Se busca hacer aflorar a la superficie todo lo refinado y noble en el hombre, de forma que este se vuelva tan sensible al sufri­miento de los demás que sienta que es un crimen vivir en el lujo y el confort, cuando otros sufren y sobreviven una vida de miseria e indigencia.

Claro está que semejante grupo de personas, altamente cultivadas, que conforman la vanguardia de los valores sublimes del hombre, son siempre una pequeña minoría, pero su nivel de conciencia social respecto al bienestar de los demás se muestra a un nivel tan considerado, que les es imposible permanecer preocupa­dos únicamente por sus propias necesidades y comodidades, y despreocupados del estado de miseria de los sectores menos afortunados de la sociedad. Su preocupación en la vida no permanece por más tiempo introvertida. Aprenden a vivir con una conciencia abierta al mundo que les rodea. Se sienten intranqui­los mientras no participan materialmente aliviando el sufrimiento ajeno y elevando el nivel de vida de los demás.

Las características de una sociedad de este tipo de creyentes, está descrita en uno de los primeros versículos del Santo Corán, ya citada anteriormente en esta alocución:

“Y gastan de lo que hemos provisto” (C. 2: Al-Baqarah: 4).

Las necesidades básicas

En la sección anterior sobre la paz socio-económica, hemos visto como el Islam ha revolucionado el concepto de la limosna para los pobres y necesitados. En lo que se refiere a los derechos de los individuos sobre los recursos nacionales, el Santo Corán marca el criterio por el cual podemos determinar cuanta riqueza, que debía haber fluido hacia el hombre ordinario, se ha desviado a las manos de unos pocos capitalistas:

“Y aquellos en cuyos bienes hay una parte deter­minada para el que pide ayuda y para el que no la pide.” (C. 70: Al-Ma´arill: 25-26).

Estos versículos se dirigen a los ricos y les recuerdan que una parte de sus propiedades por derecho, pertenecen al mendigo y al desamparado.

¿Cómo podemos saber si se ha producido un desequilibrio en la sociedad, al desviarse los derechos debidos a los pobres a las manos de unas pocas personas acaudaladas? La norma para este criterio son ciertos derechos garantizados.

Según el Islam, existen cuatro necesidades básicas en el hombre que deben ser atendidas. El Santo Corán establece:

“Ha sido provisto para ti, a fin de que no pases hambre en él, ni estés desnudo. En él no tendrás sed, ni estarás expuesto al sol.” (C. 20: Ta-Ha: 119-120)

De este modo, el Islam establece unos derechos mínimos en la forma de cuatro puntos que definen las necesidades que el Estado debe procurar:

  1. Alimentos
  2. Vestido
  3. Agua
  4. Cobijo

Incluso en Inglaterra y en los Estados Unidos de América, hay cientos de miles de personas sin techo, y hay quienes tienen que rebuscar dentro de los cubos de la basura para encontrar algunas sobras de comida con las que saciar su hambre.

Estas feas escenas muestran la inherente debilidad de la sociedad capitalista y sacan a la superficie los síntomas de un profundo malestar subyacente. El materialismo, en su forma última, engendra egoísmo e insensibilidad y apaga la sensibilidad humana hacia el sufrimiento ajeno.

Por supuesto que hay escenas mucho más desgraciadas de miseria originadas en la extrema pobreza que vive la mayor parte de los países del Tercer Mundo, pero en este caso la sociedad en su conjunto es pobre y estos países están gobernados por los mismos principios capitalistas. Por lo tanto, no se trata de si la mayoría de la población de estos países es cristiana, judía, hindú, musulmana o pagana: el sistema es esencialmente capita­lis­ta en su naturaleza.

El crimen florece y el vicio prospera en los “guetos”, que constituyen una mancha sobre la misma faz de la humanidad, en las así denominadas “naciones desarrolladas” del mundo.

Existen regiones en África y en otros países, donde incluso el agua potable no está a disposición de grandes sectores de la sociedad. Incluso si se consiguiera una sola comida caliente al día, uno se sentiría muy afortunado. El agua se convierte en un problema diario. Hay, por otro lado, países que tienen todo el potencial y recursos para cambiar la suerte de los primeros en pocos años sin tener que pasar apuros por ello y, sin embargo, no se sienten obligados a comprometerse para aliviar el sufrimiento de cientos de millones de personas de estos países más pobres.

Desde el punto de vista islámico, esta cuestión es de especial importancia. Según el Islam, la sociedad de un país no sólo es responsable del sufrimiento de cualquier persona de esa sociedad, sino también del sufrimiento de cualquier ser humano de cualquier sociedad, es decir, de la humanidad, la cual no tiene fronteras geográficas, ni color, ni credo ni demarcacio­nes políticas. La humanidad en su conjunto es responsable y todos los seres humanos como tal, son responsables ante Dios. Cada vez que la hambruna, la malnutrición o el sufrimiento producido por algún desastre natural apalea a alguna comunidad, se ha de tratar como un problema humano. Todas las sociedades y estados del mundo deben participar en la ayuda dispuesta para mitigar el sufrimien­to.

Es una vergüenza que a pesar de todos los avances en la ciencia y en la tecnología, no se haya prestado la atención necesaria al problema de la eliminación de la sed y el hambre. Ha de existir un sistema por el cual la suma total de la riqueza humana pueda ser rápida y eficientemente encauzada a aquellas áreas donde golpea el hambre, donde la hambruna hace estragos con los seres humanos o donde las personas se vean desamparadas y dejadas sin hogar.

Los gobiernos tienen ambas responsabilidades: nacionales e internaciona­les. Las responsabilidades en el ámbito nacional han de satisfacer las necesidades básicas de cada miembro de la sociedad, asegurando que todos son alimentados adecuadamente, vestidos y provistos de agua y cobijo. El deber internacional, al cual haré referencia más tarde, consiste en participar de lleno para aunar recursos y enfrentarse a los desafíos de los grandes desastres naturales o calamidades provocadas por el mismo hombre y ayudar a los países que por sí mismos sean incapaces de solucionar la crisis.

De este modo, es obligación del Estado disponer cada cosa en su sitio, devolviendo a los menesterosos y pobres lo que les pertenece por derecho. De esta forma, los cuatro requerimientos fundamentales de alimentación, vestido, agua y cobijo, tendrán preferencia frente a cualquier otra consideración.

En otras palabras, en un verdadero Estado islámico no puede existir un mendigo, ni un desamparado sin comida, vestimenta, agua o refugio.

Habiendo garantizado estos requerimientos globales, el Estado cumple con sus mínimas responsabilidades. Sin embargo, se espera que sociedad, en conjunto, haga mucho más.

“No sólo de pan vive el hombre” es una máxima profunda. Añadan a esta máxima el requisito de agua saludable, vestimenta apropiada y un techo sobre su cabeza. Siquiera con estas premisas, la vida no es completa. El hombre siempre busca algo más que las meras necesidades básicas. Habrá que hacer algo más por la sociedad para eliminar la oscuridad, dar algo de color a la vida de los pobres y hacerles partícipes de algunos de los placeres de los pudientes.

Una vez más, no basta con que los miembros más afortunados de la sociedad compartan su riqueza con los menos afortunados. Es igualmente necesario que compartan las miserias que acompañan a la pobreza y que afecta a una gran cantidad de seres humanos. Ha de existir algún sistema de mezcla del rico con el pobre, mediante el cual, y por voluntad propia, las capas más altas de la sociedad se mezclen con las gentes de niveles inferiores para presenciar en realidad lo que significa vivir en pobreza. El Islam propone algunas medidas que hacen imposible que las distintas clases se compartimenten y se aíslen en sus propias esferas. Hemos mencionado fugazmente estas medidas anteriormente.

La adoración como medio de unidad económica

1) Comenzando con la afirmación de que no hay más Dios que el Único Dios, se establece la Unidad de Dios y la de Su creación, uniendo así a la humanidad bajo el Creador Todopodero­so.

2) Las cinco oraciones diarias, realizadas en congregación, son, posiblemente, lo más efectivo de todo lo considerado. Ricos y pobres, grandes y pequeños, son requeridos, sin excepción, para que ofrezcan sus oraciones en las mezquitas, si estas resultan accesibles. Si no toda, la mayor parte de la sociedad musulmana es responsa­ble de cumplir este mandamiento. El porcentaje de los que rezan regularmente las cinco oraciones al día es más bajo en algunos países y más alto en otros, pero es una experiencia común compartida en mayor o menor grado por la mayoría de los musulma­nes.

El sistema de oración en sí mismo es un gran mensaje de igualdad humana. Quién llega primero a la mezquita, ocupa el lugar que desea, y, nadie, por muy alto puesto que ocupe en la sociedad, puede siquiera pensar en desplazarle. A la hora de la oración, todos permanecen juntos -hombro con hombro- sin dejar huecos entre sí. El que viste más impecablemente puede tener a su lado a alguien vestido con harapos. El débil, el enfermo, el sano y el robusto, se encuen­tran diariamen­te sobre un mismo suelo donde el mensaje repetido invariablemente es: Dios es el Grandísimo.

Ver con los propios ojos la miseria en la cual viven algunos miembros de la localidad, y encontrarse a diario con ellos, produce un efecto muy marcado dentro del corazón del hombre que vive en un relativo confort. El mensaje es claro y preciso, y es que se debe hacer algo para aminorar el sufrimiento de su semejante y elevar su nivel de vida, o bien rebajarse en la estima de Dios así como en la propia autoestima.

El área de contacto se incrementa en cada oración del Viernes, donde los musulmanes se reúnen en una mezquita central y en la que las personas de los vecindarios más ricos se encuentran con los de las áreas más pobres. Este contacto se acrecienta aún más en cada una de las dos fiestas anuales que están precedidas del “fitrana”, un fondo que se crea con contribuciones volunta­rias para el alivio del pobre.

3) El mes musulmán del ayuno, también equipara en el mismo plano al rico y al pobre. El rico soporta la sed y el hambre, para recordarse a sí mismo la suerte del pobre, para quien la sed y el hambre no es sino la constante de su vida.

4) El “Zakat” transfiere la deuda debida al pobre del capital del rico.

5) Por último, el quinto pilar del Islam es la peregrina­ción, que a menudo se describe como el mayor espectáculo de la unidad humana. Se permite a los peregrinos mujeres llevar ropas de costura sencilla. Los peregrinos masculinos se arropan en dos sábanas sin coser -el mismo uniforme para el rico y para el pobre-.

Pero esto no es todo. Además de los actos de adoración mencionados, existen otras muchas medidas introducidas y desarrolladas en la sociedad musulmana, que acortan continuamente las distan­cias entre los distintos sectores de la sociedad y proveen la ventilación y la convección necesarias para un entorno saludable en el cual se permite al rico permanecer razonable­mente rico a la vez que se le pide que cuide del pobre.

Un principio similar fue expuesto por Jesucristo, la paz sea con él, cuando dijo “los mansos heredarán la tierra”. Es penoso ver cómo a pesar de esta ordenanza moral, el capitalismo ha fallado especialmente en preocuparse por los miembros pobres y mansos de la sociedad.

Obligaciones internacionales

Al discutir el modo de acción alternativo a adoptar durante los períodos de desastres naturales o grandes calamidades que afligen a la humanidad (véanse las necesidades básicas menciona­das anteriormente), el Santo Corán describe la elección apropiada de la siguiente forma:

“Es la liberación de un esclavo, o alimentar en un día de hambre a un pariente huérfano, o a un pobre reducido a la miseria.” (C. 90: Al-Balad: 14-17)

En otras palabras, las elecciones correctas son:

  1. En primer lugar se describe el genuino y verdadero servicio a la humanidad aceptado por Dios. De entre los necesita­dos, es primordial que el ser humano ayude a aquellos que están subyuga­dos por la esclavitud u otras ataduras. Cualquier servicio contrario a este concepto, es inútil a la vista de Dios. Por lo tanto, se rechaza categóricamente el sistema moderno de propor­cionar ayuda financiera a los países subdesarrollados con condi­ciones previas y cadenas unidas a esta ayuda.
  2. La siguiente elección es la de alimentar a un huérfano, incluso si él o ella tienen un tutor que les mantenga.
  3. La elección final es alimentar a un indigente, tan indefenso, que aparezca reducido a la miseria.

Si bien, se habla en singular, el versículo (15) evidente­mente describe una crisis a gran escala. La connotación de la palabra Yaum (día) y el estilo general de la expresión lo hacen obvio.

La consideración muestra cómo las implicaciones de este versículo presentan un clarísimo cuadro de cómo las naciones grandes, ricas y poderosas tratan a las más pobres, que se encuentran en una espantosa necesidad en momentos de extrema incapacidad. Se les proporciona ayuda, pero unida a diversas condiciones. De este modo se destruye el propósito y el espíritu de ayuda a los demás. Se les libera aparentemente de una miseria sólo para dirigirlos engañados hacia otra. La totalidad del sistema internacional actual de ayuda condicionada, ha sido duramente descrito aquí en estas pocas palabras. Se avisa a los creyentes de que no se aprovechen indebidamente de la gente indefensa aliviando el sufrimiento de individuos o naciones pobres y al mismo tiempo privándolos de su libertad.

La palabra huérfano es usada en un sentido más amplio, ya que se aplica a individuos dependientes así como a naciones dependientes. Estas naciones, que son como huérfanos con parientes ricos que han sido abandonados por sus familiares y amigos, no deberían ser dejadas desatendidas por el hecho de que sean otras las responsables en primera instancia de ellas.

El caso de los países ricos del petróleo es un ejemplo apropiado. Si sólo unos cuantos estados del Golfo aunaran sus manos para aliviar los inmensos sufrimientos de la humanidad en general, hubieran resuelto el problema del hambre y la sed en África sin apenas notarlo. Disponen de montañas de dinero en depósitos bancarios y fondos en países occidentales, que a su vez generan intereses y rentas por sí solas suficientes para aliviar la miseria y el sufrimiento de África. En cualquier caso, el Islam prohíbe que gasten ese interés para su propio uso.

El caso del inmenso océano de hambre, miseria y necesidad surgida de las numerosas calamidades en Bangla Desh, es otro caso que merece ser estudiado en este contexto. Han sido abandona­dos por el resto del mundo a su propia suerte. La ayuda, si la hubo, gota a gota, es realmente ineficaz para aliviar su miseria.

Estas naciones deben ser consideradas naciones huérfanas, según la definición más amplia del término. Cuando estas naciones huérfanas son abandonadas por sus propios parientes y amigos, se comete un serio crimen a los ojos de Dios.

La gente muestra una actitud muy ingenua e incluso torcida hacia Dios y hacia la naturaleza del sufrimiento de las naciones más pobres, cuando, en verdad, es al mismo hombre a quién se debe culpar por su completa insensibili­dad y descuido. Si llenáramos los corazones de los seres humanos con esta cualidad especial y fuéramos capaces de sufrir por los demás, aún hoy el mundo podría transfor­marse en un paraíso.

La misma actitud egoísta prevalece en el mundo no islámico. Si se da el caso, por ejemplo, de que Etiopía tiene estrechas relaciones con la Unión Soviética, no se le debe negar la ayuda con el pretexto de que corresponde a la Unión Soviética cumplir con su responsabilidad como patrón. Si millones de musulmanes en el Sudán mueren de hambre, su condición no debe ser ignorada bajo el pretexto de que, puesto que naciones ricas como Arabia Saudita y otros estados ricos del petróleo, son virtualmente sus parientes y amigos, tienen ellos la última responsabilidad de alimentarlos. Este es el verdadero significado de la expresión arábiga Yatiman Za Maqrabate (lit., un huérfano, cercano a la familia).

Una vez más se hace hincapié en este versículo que los individuos o naciones que sufren por crisis económi­cas individua­les o nacionales, deben ser ayudados para que se sustenten por sus propios pies. Este escenario se aplica a la mayoría de los países del Tercer Mundo, cuya economía se desgaja rápidamente, al no recibir ayuda, a gran escala, de forma periódica.

La tercera elección es Au Miskinan Za Martabate, que se aplica a aquellas economías que han quedado reducidas a la miseria y cuyo sistema económico nacional se ha colapsado. Según el Sagrado Corán, alimentar a las gentes de estas naciones no es suficiente. Es la responsabilidad del hombre adoptar medidas para restablecer y rehabilitar sus economías.

Desgraciadamente, las relaciones comerciales en la presente época representan justamente lo contrario. El flujo de riqueza se orienta siempre hacia las naciones más ricas y más avanzadas, mientras que las economías de los países más pobres se hunden cada vez más profundamente en el cenagal.

No soy economista, pero entiendo, al menos, que es imposible para los países del Tercer Mundo mantener relaciones comerciales bilaterales con los países avanzados y al mismo tiempo evitar el flujo de riqueza de sus países a los más ricos, asegurando que los ingresos de exportación igualan a las facturas de importa­ción.

Otro factor importante a tener en cuenta, es que en todas las naciones económicamente avanzadas, existe una demanda constante por mejorar el nivel de vida. A las naciones más pobres se les estimula a pedir préstamos para igualar el nivel de vida del mundo desarrollado. La tecnología de pulsar un botón conduce a una vida más fácil y confortable, aún cuando estas adiciones a las amenidades modernas influencien, al final, adversamente a la resistencia del carácter humano. Si las gentes de los países avanzados quieren regenerar su propia sangre y mejorar su propia salud física,  ¿cómo se puede esperar que las naciones más ricas alivien a las naciones más pobres de su estado de anemia perniciosa terminal cuando su propia sed por tener más sangre no conoce límites, cuando su nivel de vida debe continuar crecien­do, y todo lo que el dinero pueda comprar, ha de ser constante­mente transfe­rido hacia sus propias economías?

Esta alocada carrera para elevar el nivel de vida indiscri­minadamente, no sólo está robando a las naciones más pobres su posibilidad de superviven­cia, sino que también está robando a las naciones avanzadas su tranquilidad de conciencia y la paz del corazón. Toda la sociedad se atormenta en la consecución de necesidades creadas artificialmente, de forma que cada cual vive en un constante estado de deseo para equipararse con el vecino. Esto, de nuevo, supone una situación que potencialmente puede llevar a la guerra.

Esta tendencia está desalentada enérgicamente en el Islam. El Islam presenta la imagen de una sociedad en la que la gente vive dentro sus posibilidades, y siempre existe algo ahorrado para un mal día, no sólo a nivel individual y familiar, sino también a nivel nacional.

Para los países más pobres, esta situación está llena de peligros, porque cuando las naciones avanzadas sufren nuevos retos competitivos por parte de otras economías emergentes, y sus propias economías comienzan a estancarse, se vuelven más crueles en sus relaciones con el Tercer Mundo y los países más pobres. Esto es inevitable, porque, de una u otra forma, los gobiernos de los países más ricos han de mantener un nivel de vida “razonable” para la gente que se ha vuelto adicta a dicho nivel de vida.

Por último, estas situaciones se agravan y culminan en factores que crean guerras. Son estas guerras, las que el Islam intenta prevenir.

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