EL TERCER OBJETIVO DE LA RELIGIÓN:
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

Aspectos sociales del islam

Por aspectos sociales del islam entiendo las reglas de conducta que han sido establecidas por el islam como principios rectores de la sociedad para regular los derechos y obligaciones de sus miembros entre sí. Tales reglas son simplemente ilustraciones prácticas de algunas cualidades morales. Tratándose de moral, su objetivo primario es el bienestar y la pureza del individuo, sin olvidar el hecho de que el individuo es un miembro de la sociedad. Por el contrario, tratándose de reglas sociales, su primer objetivo es el bienestar colectivo de la sociedad, de la cual son miembros los individuos. En el fondo, las dos clases de normas son normas morales. Cuando estudiamos el asunto desde el punto de vista puramente moral, nuestro objetivo es descubrir reglas de conducta que puedan capa citar al hombre para vivir una vida limpia de todo mal. Desde el punto de vista social, nuestra meta consistiría en descubrir ciertas normas de comportamiento que permitiesen a las personas vivir juntas amistosamente y marchar en vanguardia por el camino del progreso nacional.

En el primer caso, consagramos nuestra atención a consideraciones de verdades morales y principios en abstracto; en el último caso, estamos más interesados en su aplicación a las relaciones de las diferentes personas entre sí. A este respecto, el Sagrado Corán ha establecido normas de conducta social en diferentes lugares, estando el último capítulo consagrado totalmente a este propósito. El lugar asignado a este capítulo en el Sagrado Corán indica que la regulación beneficiosa de las relaciones sociales se considera como la más importante de las necesidades físicas del hombre.

En este capítulo, se clasifican las relaciones sociales del hombre en tres apartados, cada uno de los cuales hace referencia a uno de los atributos divinos. La primera división hace especial referencia al atributo divino de la providencia, y comprende a la familia y a las relaciones tribales o nacionales, incluyendo las relaciones de sangre o matrimoniales, y el lazo de hermandad establecido por la residencia en la misma provincia o nación. La segunda división incluye las relaciones entre el soberano y el sujeto, y el patrón y el sirviente, haciendo referencia al atributo divino de soberanía. La tercera división abarca las relaciones internacionales e interreligiosas y hace referencia al atributo de deidad. El atributo de providencia ilustra las relaciones que deben existir entre los miembros de una misma familia, tribu o nación. El atributo de soberano muestra las relaciones entre el soberano y el sujeto, y entre el patrón y el sirviente, y el atributo de deidad muestra las relaciones entre las personas de diferentes nacionalidades y religiones.

Trataré seguidamente de cada una de las tres clases de divisiones en el orden anteriormente mencionado.

En cuanto a las relaciones entre los diferentes miembros de la familia, el lazo más importante es el existente entre marido y mujer, pues de él depende el bienestar de toda la familia, y en conjunto, el de toda la nación.

La primera regla instituida por el islam a este respecto es que este lazo debe basarse primordialmente sobre consideraciones morales, y no sobre consideraciones de belleza, bienes o rango. El Sagrado Corán advierte a aquellos dispuestos a casarse que han de considerar el efecto que tendrá la esperada unión en la pureza de sus vidas y el legado más probable que vayan a dejar en su prole. El Santo Profeta Muhammadsa dice:

“Algunos se casan por belleza, otros por rango, otros por bienes; más tú debes casarte con una mujer que sea buena y piadosa”. 130

Éstas deben ser únicamente las verdaderas bases del matrimonio, yaquedenoobservarseestecriterioenlaelección del consorte, la relación entre marido y mujer no discurrirá verosímilmente por un curso plácido, y probablemente lo sufrirá la progenie de la unión, pues las cualidades morales e intelectuales de los padres dejan huella en sus hijos. Esto ha sido demostrado ampliamente por los estudios eugenéticos aunque las deducciones de los estudiosos en esta materia no están siempre exentas de exageración. Como las cualidades morales e intelectuales de los padres se reflejan en mayor o menor grado en sus hijos, la elección del marido o de la mujer se convierte en asunto de vital importancia.

Así pues, la primera regla establecida por el islam es que en la elección del cónyuge debe concederse la mayor importancia a las cualidades de la mente y el corazón, en lugar de otras circunstancias externas de miras, bienes o rango. El islam no desprecia a estos últimos, pero indica que no han de constituir las razones primordiales del matrimonio. Si un hombre y una mujer se sienten atraídos mutuamente a causa de su piedad, su moral y su inteligencia, y al mismo tiempo no buscan apariencias, bienes o rango social, su unión será doble mente bendecida; en cambio, la belleza, la fortuna y la posición no son garantías de felicidad permanente. De basarse todos los matrimonios en este principio, habría tenido lugar, de forma inmediata, una revolución moral en el mundo, y la progenie de tales lazos sería mucho más responsable del desarrollo y disciplina moral y espiritual.

Una precaución ulterior impuesta por el islam es que no sólo deben ambas partes de un matrimonio satisfacerse en sus respectivos méritos, sino que, además, los parientes de la prometida han de quedar satisfechos del propuesto marido respecto a sus condiciones de buen esposo para la prometida, y un padre deseable para sus hijos. La obtención del consentimiento de ambos lados, así como el del tutor de la mujer, es una de las condiciones del matrimonio islámico. Si ella careciese de padre o hermano u otro familiar cercano masculino con vida que pudiera actuar como tutor en su matrimonio, sería necesario el consentimiento del magistrado, debiendo éste verificar que no se realiza ningún fraude o impostura contra ella. Esta especial protección se le otorga a la mujer por ser de naturaleza y temperamento más modesta y emotiva que el hombre, y no poder, por sí misma, inquirir respecto a su propuesto esposo con la misma facilidad con que éste averigua cualquier cuestión concerniente a ella. Además, siendo la mujer más impresionable que el hombre, cae más rápidamente víctima de una impostura. Por ello, la ley requiere del consentimiento de su tutor o magistrado para poder realizar su boda.

Si se insistiera en tal consentimiento en cada ocasión, no oiríamos tantos casos de mujeres respetables y no recelosas, víctimas del engaño de aventureros sin escrúpulos.

Aunque el islam no permite la mezcla indiscriminada de ambos sexos, concede a la pareja previa a desposarse la posibilidad de verse mutuamente, a fin de que puedan satisfacerse en cuanto a sus apariencias recíprocas. De aprobarse ambos, la boda puede efectuarse. El islam exige un acuerdo que ha de realizarse con la mujer para casarse. Es una de las instituciones del matrimonio islámico y se le denomina “Mehr” (la dote). Su objetivo consiste en conceder a la mujer una posición propietaria independiente con la que pueda gastar libremente en obras de caridad, en realizar regalos a sus familiares, etc. a partir de su propiedad individual. La institución del “Mehr” es un reconocimiento práctico por parte del marido de la posición propietaria independiente de su esposa, y su derecho a mantener y adquirir una propiedad separada sobre la cual el marido no posee control.

En caso de desacuerdo entre marido y mujer, el marido no tiene derecho a castigar o penar a su mujer excepto en el caso de una manifiesta inmoralidad. Si es así, cuatro residentes respetables del vecindario han de testificar que ella es realmente culpable de determinada conducta inmoral. El marido debe, no obstante, comenzar por amonestarla. Si ella persistiera en su comportamiento, deberá separarse de ella por un período que no ha de exceder los cuatro meses. Esto significará la interrupción en las relaciones conyugales, pero el marido seguirá siendo responsable del mantenimiento de la mujer. Si el período de separación excede de cuatro meses, el marido será compelido por la ley a reanudar las relaciones conyugales con la mujer. En caso de que la interrupción de las relaciones conyugales tampoco haya tenido efecto reformador en la conducta de ella, y el testimonio de cuatro testigos solventes del vecindario sea similar, podrá ser castigada por el marido a condición de no lastimar sus huesos ni dejar contusión o señal alguna en su cuerpo. Todo esto, sin embargo, está prescrito únicamente en casos de comportamiento inmoral manifiesto. Un hombre no tiene derecho a castigar a su mujer por otras faltas o negligencia en su deber.

El marido tiene la obligación de mantener a su mujer aún en el caso de que ésta sea rica y él pobre. Se le ordena tratar a su mujer amable y cariñosamente. El Sagrado Corán declara que incluso en los casos de desacuerdo, el trato del marido a la mujer ha de ser amable y afectuoso. El Santo Profetasa dijo: “Recordad que os he ordenado tratar amablemente a las mujeres”. También dijo: El marido no debe sentir aversión hacia su mujer. Si aborrece algo de ella, deben existir numerosas cosas buenas en ella que a él agraden”. También dijo: “Un marido debe vestir a su mujer como se viste a sí mismo, y alimentarla como lo hace para sí; y no debe insultarla ni alejarse de ella”. Asimismo, dijo: “No le está permitido a un hombre consumir su tiempo entero en la oración u otras tareas, y desatender a su mujer por esta causa. Debe dedicarla una parte de su tiempo”. En otra ocasión dijo: “El mejor de entre vosotros es el que mejor trata a su mujer”. Por otra parte, a la mujer se le ordena obedecer al marido, guardar su honor y propiedad, y cuidar y educar correctamente a los hijos.

En situación de desacuerdo entre marido y mujer, se ordena a ambos intentar evitar las causas de la fricción, y retornar a las relaciones amistosas. Si el desacuerdo es grave, el asunto debe ser referido a dos mediadores, uno elegido por el marido entre sus familiares y amigos, y el otro escogido por la mujer entre sus parientes y amistades. Los mediadores deben abordar la cuestión, intentar analizar las causas de la discordia y tratar de conseguir la reconciliación de la pareja. Si esto no es posible, o si sus esfuerzos fracasan, se permite al marido divorciar a su mujer, es decir, anunciar la disolución del matrimonio. Esto también está sujeto a varias condiciones. Por ejemplo, el anuncio no ha de ser secreto, sino público, y ha de ser repetido en tres ocasiones con un intervalo de un mes entre dos anuncios. Con anterioridad al anuncio final, las dos partes tienen la posibilidad plena de reconciliarse y reanudar las relaciones conyugales.

Si la mujer tiene algún agravio contra el marido y desea el divorcio, puede solicitarlo a través del magistrado, de la misma forma que su matrimonio se encontraba sujeto al consentimiento de su tutor o magistrado. Si el magistrado es de la opinión que el agravio es justo, se pronunciará a favor del divorcio, y en tal caso, el marido no estará autorizado a recuperar de su mujer ninguna propiedad que pudiera haberle otorgado. Si el divorcio es dirigido por los mediadores o por el magistrado, pero la mujer es hallada en culpa, puede ser obligada a devolver alguna parte de la propiedad que el marido le concediera, y que en ese momento ella poseía. Durante el curso de los trámites y hasta que el divorcio se completa, el marido tiene la obligación de mantener a la mujer.

Otra salvaguardia otorgada por el islam a la mujer consiste en que se prohíbe a su tutor legal en el matrimonio recibir dinero o propiedad alguna en concepto de retribución por tal matrimonio. Así ha sido fijado para prevenir al tutor ante cualquier uso impropio de su autoridad respecto a su consentimiento.

En ciertos casos el hombre puede encontrarse en la necesidad de contraer matrimonio con más de una mujer por razones morales, espirituales e incluso políticas; por desear tener hijos, o por razones de salud. Por ello, el islam permite el casamiento con más de una mujer, con la condición de que éstas reciban el mismo trato por parte del marido, tanto en los asuntos relacionados con la manutención, como en lo relativo a las relaciones personales. Al marido se le ordena convivir con cada mujer durante el mismo período de tiempo. Si no mantiene la igualdad de trato entre sus mujeres, se hace reo del castigo descrito por el Santo Profeta Muhammadsa, como la resurrección de solo la mitad de su cuerpo en el Día del Juicio.

El divorcio y la poligamia son criticados frecuentemente por los oradores y escritores occidentales; sin embargo es curioso observar cómo después del gran número de insultos al Elegido de Dios, a lo largo de cinco o seis siglos, por permitir el divorcio, el Occidente se está convenciendo paulatinamente de la conveniencia de cierta forma de divorcio, con el fin de preservar a la estructura social del riesgo de quebrantarse. De haber aguardado, y haber reflexionado antes de detractar y envilecer al Elegido de Dios, se hubieran ahorrado la desgracia y la vergüenza de confesar su falta. El Occidente aún vacila en adoptar la ley del islam relativa al divorcio, la cual, por una parte, constituye una salvaguardia contra el recurso indiscriminado al divorcio, y por otra, permite el divorcio como último remedio. Ciertos gobiernos y legislaciones occidentales han promulgado leyes recientes para facilitar el divorcio; sin embargo, tales leyes conducirán verosímilmente a un incremento indeseable del número de divorcios, y consiguientemente, a socavar las bases de la vida familiar, destruyendo la santidad del matrimonio que es el alma de todos los vínculos familiares. La única solución apropiada la establece el islam, y la única posibilidad de resolución de los conflictos que afronta Occidente en este sentido, es la adopción de este remedio.

Tampoco el Occidente ha dedicado una atención formal a la doctrina de la poligamia, y sin embargo, no está lejano el día en que habrá de considerarla con toda seriedad; pues las demandas de la naturaleza no pueden ser afrontadas impunemente durante largo tiempo. Se arguye que la poligamia es sólo un recurso para la complacencia sensual. Sin embargo, incluso una consideración superficial sobre las restricciones impuestas por el islam sobre aquellos que buscan aprovechar tal concesión, convencería a toda mente imparcial de que la institución de la poligamia no representa, en absoluto, un artificio de complacencia. Al contrario, es un pesado sacrificio que ocasionalmente ha de hacer el hombre. Complacencia significa la búsqueda del deseo propio. ¿Cómo puede acusarse a un hombre de buscar la satisfacción de sus propios deseos si se casa con más de una mujer, y las trata con perfecta igualdad, de acuerdo con las leyes islámicas? El islam ordena que, en este caso, el trato a una mujer no ha de ser, de ninguna forma, distinto al trato dispensado a la otra. El marido puede amar a una mujer más de lo que ama a la otra, pero no puede darla un céntimo más que a la otra, ni puede pasar con ella una sola hora más de las que pasa en compañía de la otra. Si pasa un día en compañía de la primera, debe pasar un día en compañía de la segunda, y sus relaciones con ambas deben establecerse sobre bases de igualdad. Salvo en lo relativo al afecto, que se profesa en el corazón y que nadie ve, su trato hacia la mujer que ama cien veces más que a otra debe ser idéntico a su trato con aquella.

¿Es esto complacencia o es un continuo sacrificio que se padece a causa de su país, nación o progenie, según el caso?

¡Cuán doloroso resulta, por consiguiente, para un musulmán escuchar a los que ignoran totalmente las leyes islámicas, que el Santo Profetasa contrajo matrimonio con más de una esposa, hacia el final de su vida, simplemente buscando la complacencia propia! Cada uno de sus matrimonios fue un sacrificio duro, realizado por su país y por su pueblo; y el trato idéntico y justo que dispensó a cada una de sus esposas no sólo causará siempre admiración, sino también la compasión de aquellos que estudien su vida.

La historia nos da testimonio de que incluso en su última enfermedad, cuando se encontraba en un grave estado, con fiebre y dificultad para caminar, se dirigía cada día, apoyado en los hombros de dos hombres, de casa de una esposa a la de otra, cuyo turno de hogar correspondía. Pocos días antes de su fallecimiento, sus esposas le pidieron que no se desplazara de hogar en hogar a diario, ya que le resultaba dificultoso, y que permaneciera en la casa de Aisha hasta que la enfermedad le abandonara.

Algunos autores describen a la poligamia como una práctica cruel, cuando, no obstante, la ausencia de tal permiso resulta cruel en numerosos casos. Por ejemplo, si una mujer se vuelve demente, contrae un trastorno incurable o es estéril,

¿cuál es el remedio aplicable? Si el marido no contrajera matrimonio con una segunda mujer, se vería forzado al vicio, que supone una crueldad hacia sí mismo y hacia la sociedad. Si es compelido a vivir con una demente, resultaría cruel para las futuras generaciones y para la sociedad. Si ha de vivir con una mujer leprosa, por ejemplo, constituiría una crueldad para consigo mismo. Si su mujer es estéril y no se casa por segunda vez, sería una crueldad hacia su pueblo y su nación. Y si en alguno de tales casos divorciara a su primera mujer, sería una vergüenza y una desgracia para él, pues vivió con ella durante su integridad, y la iría a abandonar cuando más necesitaba su protección. Por lo tanto, pueden surgir muchas situaciones en las que un segundo matrimonio no solamente está justificado o es necesario, sino que llega a constituir una obligación religiosa o patriótica.

La relación que a continuación requiere nuestra atención es la relativa a los padres y a los hijos. Siendo el matrimonio el que establece la base de tal relación, el islam ordena a los padres la crianza adecuada de sus hijos. Prohíbe el infanticidio, perpetrado a causa de la pobreza, como era costumbre en ciertas tribus salvajes, o la muerte de las hijas motivado por un falso sentido de orgullo, como era prevalente en algunos pueblos guerreros. Si el marido no desea progenie, debe obtener el consentimiento de su mujer antes de recurrir a medidas para prevenir la procreación. De nuevo, el islam ordena a los padres que eduquen moralmente a los hijos desde su infancia, a fin de que puedan convertirse en miembros beneficiosos para la sociedad. Ordena un trato similar a todos los hijos, de tal forma que, si otorgan un regalo a uno de ellos, han de procurar similares regalos para los restantes.

Si resulta necesario castigar a un hijo, éste no debe ser golpeado en la cabeza o en el rostro, pues tal parte del cuerpo es asiento de los sentidos, y puede, por tanto, causársele un daño permanente. Se ha concedido especial importancia a la instrucción y educación de las hijas. El Santo Profetasa dijo que si una persona tiene una hija y la educa bien, será salvado del fuego; es decir, que si educa correctamente a su hija, Dios le tratará con benevolencia. También dijo: “Si un hombre tiene hijos e hijas, o hermanos y hermanas más jóvenes, y les educa y procura sus necesidades, será admitido en el paraíso”. También declaró: “Si un hombre que tiene una hija no la hace perecer ni la humilla, ni prefiere a sus hijos antes que a ella, Dios le concederá el paraíso”, significando que tal persona será merecedora en gran medida de la gracia divina, y que no será libre para actuar de cualquier forma, sin recibir sanción por ello.

Se ha dedicado una especial insistencia al cuidado de la salud de los hijos. El Santo Profetasa dice: “No causéis la muerte de vuestros hijos yendo a vuestras mujeres en el período de lactancia, pues tal hecho afecta al desarrollo del niño”. Esto indica que ha de tenerse un cuidado especial respecto a la salud de los hijos, ya que si se le exige a un hombre que controle sus pasiones por su salud, es previsible que realice sacrificios menores, con presteza, por el mismo objetivo.

Otra cuestión relativa a las relaciones familiares es la referente a la herencia y la sucesión. El islam ha establecido unas reglas tan perfectas para la regulación de la herencia, que toda persona objetiva, perteneciente a cualquier credo, ha de dar testimonio de su rectitud y sabiduría. El islam ha incluido a las mujeres, padres, maridos y esposas en la lista de herederos. Prohíbe la exclusión de algún heredero o herederos de la herencia, y no permite que una persona prive a sus herederos de su parte en la herencia, legando su totalidad a alguien ajeno. Se puede hacer testamento únicamente respecto a un tercio de la propiedad del testador; el resto debe concederse a los herederos. Tampoco puede hacerse testamento a favor de un solo heredero; cada uno de ellos ha de recibir su parte específica de la herencia y no más.

La herencia del heredero femenino es, en casi todos los casos, la mitad de la correspondiente a un heredero masculino. En ciertos casos excepcionales la mujer alcanza la misma parte de la herencia que un varón, pero sólo cuando existen razones especiales que justifiquen esta excepción a la regla ordinaria. Algunas personas piensan que la norma que otorga al varón el doble de la herencia respecto a la mujer es injusta. Olvidan que, bajo la mayor parte de los sistemas legales, incluso en los actuales, los derechos de la mujer no están reconocidos plenamente, y que sólo el islam le ha otorgado los plenos derechos. La razón de esta norma es que a la mujer no se le ordena mantenerse a sí misma o a su hijos a partir de su propiedad, sino que en todos los casos debe ser mantenida por su marido, mientras que, por el contrario, al hombre se le carga con la responsabilidad de mantener a su mujer e hijos. Si una mujer se casa, se la exime de toda responsabilidad en la manutención propia y la de su prole, y si no contrae matrimonio, cosa que el islam no aprueba, ha de mantenerse únicamente a sí misma a partir de su propiedad. Si un hombre se casa, y el islam así se lo ordena, se hará responsable de la manutención de su mujer e hijos. En consideración a esto, el islam ha fijado el doble de la herencia para el hombre respecto a la mujer, siendo tal hecho perfectamente equitativo.

A los hijos se les ordena honrar y obedecer a sus padres, y ayudarles y mantenerles en su vejez. Se les manda, en particular, que no les dirijan la palabra con aspereza, ni ofendan sus sentimientos de ninguna forma, y que pidan a Dios constantemente por su bienestar.

A los hermanos se les ordena mantener a aquellos hermanos que carezcan de medios para sostenerse, y en tal caso, éstos tienen derecho a heredarlos. Similarmente, se ordena a los parientes ayudar y mantener a aquellos parientes que pudieran heredarlos, en caso de que los primeros fallecieran dejando propiedades tras sí.

A continuación de los miembros inmediatos de una familia se encuentran los vecinos y paisanos. A este respecto el Sagrado Corán dice:

“Haced el bien a vuestros padres, parientes, huérfanos y pobres; al vecino cercano, y al vecino lejano, a vuestros socios en los negocios y compañeros de trabajo, al viajero y al viandante, y a vuestros esclavos.”131

El islam ha establecido las relaciones sociales sobre bases firmes, promulgando los derechos de esta clase de personas, especialmente los de los pobres, nuestros hermanos vulnerables. A los miembros acomodados de la sociedad se les hace responsables de la atención de los huérfanos, a quienes deben cuidar como a sus propios hijos. Se debe ayudar a los pobres y proporcionar trabajo a los que no lo tienen. Igualmente se ordena a todas las personas hacer el bien a su vecino cercano y lejano, es decir, a las personas que viven en su misma ciudad o a los que vinieron a vivir a ella procedentes de otros lugares. A los socios y compañeros en el trabajo se les menciona como merecedores de un trato especial. Personalmente, no soy partidario de los sindicatos, que son una consecuencia del modo de vida social de Occidente. Si se establecieran las leyes sociales del islam, los derechos del trabajador quedarían defendidos sin la presencia de dichos sindicatos; no obstante, el versículo indica que es conveniente algún tipo de cooperación y hermandad entre profesionales pertenecientes al mismo gremio.

De forma similar, se nos manda tratar afablemente a los viajeros, ricos o pobres, a fin de que se establezcan en todas partes relaciones y nexos de hermandad, y puedan cimentarse las bases de la paz universal.

Respecto a las relaciones entre los mayores y los jóvenes, el Santo Profetasa dijo:

“Los mayores, o los que detentan la autoridad, que no tratan afectuosamente a los pequeños, y los pequeños que no tratan con respeto a los mayores o a la autoridad, no se cuentan entre los nuestros”.

Esto establece un principio fundamental, aplicable a patronos y sirvientes, maestros y alumnos, y todas las relaciones semejantes.

En cuanto a las relaciones generales entre hombres y mujeres, se ordena a los hombres mirar por el bienestar de las mujeres. El Santo Profetasa solía esperar en su asiento después de las oraciones para que las mujeres pudieran salir primero con comodidad. Cuando todas habían salido, salían él y los demás hombres. En los viajes, si los hombres intentaban hacer correr a sus camellos, decía: “cuidad de los cristales”, significando que no debían correr de manera que las mujeres pudieran sentirse incómodas.

Se les dice a los hombres que no entren en sus casas sin aviso previo a la vuelta de un largo viaje. Deben efectuar su llegada a casa durante la mañana, después de avisar con antelación del tiempo de llegada, a fin de que las mujeres puedan tener tiempo de preparar lo necesario para recibirles.

Otro precepto respecto a las mujeres es que no deben ser separadas de sus hijos. Tal precepto indica el principio general de que los parientes no deben ser separados de sus parientes, y debe serles permitido reunirse y visitarse mutuamente. Todo acto que cause discordia está prohibido. Por ejemplo, está preceptuado un duro castigo para las falsas acusaciones. Un hombre no puede hacer una petición matrimonial donde otro la ha realizado anteriormente, hasta que el primero sea finalmente rechazado.

Seguidamente trataré acerca de los deberes de un ciudadano, tal como han sido detallados por el islam. El islam exige que cada persona se gane su propio sustento y no viva ociosamente. El Santo Profetasa dijo: “El mejor alimento es el que gana el hombre con sus propias manos”; y también: “El Profeta Davidas trabajaba para ganar su sustento”.

Otro deber del ciudadano musulmán es evitar la mendicidad. El Santo Profetasa hizo un especial énfasis en este tema, y siempre enseñó a la gente a huir de la mendicidad, pues se trata una humillación que el musulmán ha de evitar. Se le atribuye haber dicho:

“Sólo es lícita la mendicidad para tres tipos de personas: en primer lugar, para el hombre que, intentando evitarla, busca trabajo pero no puede encontrarlo o está incapacitado para trabajar; en segundo lugar, para la persona a quien se hubiera impuesto una sanción que de manera manifiesta sobrepasara sus posibilidades y medios. En este caso, se puede abrir una suscripción para ayudarle; y en tercer lugar, para aquellas personas a quienes se impone una sanción colectiva; por ejemplo, cuando un individuo comete un delito y se sanciona a la totalidad de su clan o gremio”.

Otra obligación del ciudadano musulmán es la de saludar a quienquiera que encuentre con el saludo de “assalamo aleikum” (la paz de Dios sea contigo), estableciendo así las bases de la confraternidad. También debe estrechar la mano a los amigos y conocidos que pudiera encontrar.

También exige el islam visitar a los amigos y vecinos que se encuentren enfermos para animarles y consolarles.

Antes de entrar a una vivienda, el musulmán debe obtener permiso de los inquilinos, y debe saludarles deseándoles la paz. Si no obtiene respuesta, o si aquellos que desea ver están ocupados, debe regresar sin enojarse por ello. Si un musulmán escucha hablar mal de otra persona, no debe relatar el hecho a esta última, porque, como dijo el Santo Profeta Muhammadsa:

“ El caso de una persona que calumnia a otra en su ausencia es similar a la de aquel que arroja una flecha a otro, pero no alcanza su objetivo; y el caso del que comunica la calumnia a la persona a quien va dirigida es como el del individuo que recoge la flecha anterior y la clava a su destinatario”.

Igualmente, se ordena a los musulmanes ayudar en la ejecución de las exequias de un musulmán que muere en su ciudad o aldea. También deben acudir al funeral, organizar la sepultura, etc. No se exige que vayan todos; sin embargo, si no fuera nadie, todos serían culpables de negligencia. Los musulmanes siempre han considerado el cumplimiento de este deber como un acto especial de piedad, y los compañeros del Santo Profetasa solían incluso acompañar los funerales de los no musulmanes.

Similarmente, se dice a los musulmanes que eviten conductas indignas, o actos que puedan ofender o enojar a los demás. El Sagrado Corán dice a los musulmanes que deben caminar de manera digna por las calles y plazas. El Santo Profetasa observó en cierta ocasión a un hombre caminando por la calle con un solo zapato. Le amonestó y le dijo que debía ponerse ambos zapatos o, en caso contrario, andar descalzo. Los musulmanes no deben arrojar desperdicios en las calles o lugares públicos. El Santo Profeta Muhammadsa dijo que a Dios le desagradan aquellos que arrojan basura o desperdicios en las calles o lugares de concurrencia. Por otra parte, se les exige colaborar en el mantenimiento de la limpieza y eliminación de obstáculos en tales lugares. El Santo Profetasa dijo:

“A Dios le agrada la acción de la persona que aparta del camino aquello que pueda causar a otros molestias u obstrucción”.

También se prohíbe a los musulmanes disputar en lugares públicos, atentando de esta manera contra la paz y el confort de los demás. Igualmente les está vedado hacer algo que pudiera contaminar el agua de uso público. No deben insultar o realizar actos que pudieran originar escándalo, como ir semidesnudo, o hechos similares.

Un musulmán no debe vender sustancias deletéreas o dañinas, como, por ejemplo, alimentos que no reúnen las condiciones adecuadas para el consumo humano, o que puedan ser origen de enfermedad o alteraciones, u objetos deteriorados que no son válidos para el propósito que pretenden cumplir. No puede escudarse alegando que la gente lo demanda, sino que debe, por sí mismo tener el cuidado de no vender ni ofrecer nada que pueda ser dañino o perjudicial.

Otro deber de un musulmán es enseñar a la gente la virtud y amonestarles contra el mal; pero debe hacerlo con simpatía y afecto, pues de lo contrario algunos podrían sentirse contrariados y alejarse aún más del bien. Debe también enseñar a la gente lo que sabe. No debe mantener en secreto sus conocimientos o habilidades, sino que debe procurar que el público se beneficie de ellos. El Santo Profetasa dijo: “Al hombre que mantiene en secreto sus conocimientos sobre algo concreto, y rehúsa exponerlos cuando se le pregunta al respecto, se le colocará una brida ardiente en el Día del Juicio”. Esto no significa que una persona no pueda beneficiarse de sus invenciones, y que deba exponerlas en público; el objeto de esta ordenanza es que las ciencias, artes y conocimientos no desaparezcan mediante la ocultación, y queden confinados en el seno de individuos particulares. Está permitido, no obstante, usar el conocimiento y habilidad de cada uno para el provecho y beneficio propio, y para el beneficio del público. El sistema de registros y patentes no sólo asegura el beneficio del inventor, sino la preservación permanente del invento.

Al musulmán se le exige ser valiente, pero no tirano. No debe oprimir al débil, al pobre, a las mujeres o a los niños; ni siquiera a los animales. Se relata de Abdul’lah, hijo de Umar, el segundo Jalifara, que vio a algunos muchachos que habían tomado por diana a un animal vivo. Al ver a Abdul’lah huyeron, y éste exclamó: “A Dios no le agradan quienes así actúan, pues escuché decir al Santo Profetasa que a Dios le repugnan los que por afición toman por blanco a un animal vivo”; es decir, aquellos que lo sujetan o lo atan con el propósito de dispararle.

El islam, sin embargo, no prohíbe la caza o el tiro. Este precepto islámico, que fue establecido hace más de trece siglos, es un anticipo de las ideas de algunas de las llamadas naciones civilizadas del siglo XX. Sólo recientemente la afición de tiro al pichón, que fue permitida en algunas naciones occidentales, hubo de ser prohibida por ley. Se narra que el Santo Profetasa vio en cierta ocasión a un asno que había sido marcado en la cabeza. Se disgustó y prohibió el marcaje de los animales en la cabeza, por ser una zona muy sensible, y dijo que, en adelante, los animales deberían ser marcados en la pierna. En otra ocasión vio a una persona que había capturado las crías de una paloma. Le ordenó liberarlas para no torturar a la madre. También dijo: “Dios se apiada de la persona que siente lástima de los animales y les proporciona alimentos y bebida”.

Otro deber del musulmán consiste en no poner en peligro la vida y seguridad de los demás. Por ejemplo, el Santo Profetasa prohibió a la población de un área infectada salir de su zona, y a la gente de otros sitios entrar en dicho recinto. Este precepto anticipó por varios siglos las regulaciones de la cuarentena, y de otras medidas similares que se suponen son el resultado de la sabiduría asimilada por la ciencia moderna y la investigación. Otro deber del musulmán es ayudar a sus amigos y vecinos necesitados mediante el préstamo de dinero, etc. sin que en tal caso deba estipular ninguna retribución por el uso que se haga del préstamo. Un musulmán debe mostrar gran simpatía y disposición generosa, y debe considerar su deber prestar asistencia a sus hermanos menos afortunados. Ha de ganarse la vida con su trabajo y esfuerzo, y no buscar beneficio de las desgracias de los demás, o alentando en ellos la extravagancia o la imprevisión. Se le prohíbe, por tanto, prestar dinero con interés.

Un musulmán debe estar siempre dispuesto a realizar sacrificios por las causas nacionales y patrióticas, y debe ser activo en el cumplimiento de sus deberes y responsabilidades cívicas. El Santo Profetasa dijo: “Un hombre que muere en la defensa de su propiedad será aceptado por Dios”. El Sagrado Corán dice: “¿Por qué vaciláis a la hora de luchar, cuando vuestros hermanos y hermanas se encuentran oprimidos por los tiranos?”.

También es deber de un musulmán salvar la vida de quien está en peligro. Si rehúsa prestar asistencia en tales casos, caerá bajo la ira de Dios. El Santo Profetasa dijo: “El hombre que observa como otro es asesinado, y no le presta ningún auxilio o no hace esfuerzos por salvarle, se encontrará bajo la maldición de Dios”. Es, por tanto, deber de un musulmán rescatar al que se ahoga, ayudar en la extinción de incendios y prestar auxilio en tiempos de calamidad, como los terremotos, hundimientos, colisiones de trenes, erupciones volcánicas, tormentas, etc. En resumen, cuando y dondequiera que haya peligro para la vida y la seguridad, el musulmán debe prestar toda su asistencia posible en los trabajos de socorro. Si rechaza este deber, habrá de responder ante Dios por su negligencia, y no merecerá Su gracia ni Su misericordia.

También se prohíbe al musulmán apuntar con un arma o instrumento a otro, siquiera de broma. La desatención de esta regla es causa de pérdida de vidas todos los años.

Un musulmán tampoco debe perder nunca el valor, o dar curso a su desesperación. Ha de mantenerse siempre firme como una roca en medio de las pruebas y las dificultades. Los vientos de la calamidad no deben hacerle tambalear, y las olas del desastre deben golpearle en vano. Debe luchar contra los fracasos y las derrotas hasta ganar el camino del éxito, o morir en el empeño. El islam hace al hombre valiente, y un musulmán no debe tratar nunca de escapar o de eludir sus responsabilidades por medios tan cobardes como el suicidio o la destrucción propia.

Así es el musulmán. Pero por musulmán yo no quiero significar al “musulmán” de hoy día, que ha abandonado por completo al islam y dirige su mirada a Occidente para su sustento moral y espiritual. Por musulmán quiero significar el musulmán de hace trece siglos, cuya cualidad ha sido revivida en la presente época por el Mesías Prometidoas.

Un aspecto importante de las relaciones sociales que se encuentra tristemente descuidado en la actualidad, es el cuidado y educación de los huérfanos. Un pueblo que descuida a sus huérfanos nunca puede mantener una esperanza de éxito en la carrera del progreso. En consecuencia, el islam ha establecido normas adecuadas para su cuidado. Requiere que sea nombrado un tutor para la persona y propiedad del huérfano, prescribiendo que sea nombrado tutor el pariente más cercano del menor. El tutor debe administrar la propiedad del menor en su nombre, y cuidar de su educación y bienestar. Si el tutor es pobre, deben abonársele unos honorarios adecuados por el esfuerzo y el tiempo que ha de invertir en sus asuntos. Si se encuentra en circunstancias favorables, no se le debe pagar. El tutor enseñará al menor algún oficio o vocación adecuada a sus capacidades y circunstancias. Se ha de prestar especial atención a los hábitos y virtudes del menor. No debe dejársele en entera libertad para que busque sus propios recursos, ni se le tratará tan estrictamente que se le reprima el ánimo y se anule su iniciativa. Debe ser tratado con amabilidad y afecto, porque ha sido privado de su más valiosa bendición: el amor de los padres. Cuando alcance una edad prudencial, se convierte en deber del Estado apreciar sus capacidades y juicio. Si entonces se le encuentra capaz de atender sus propios asuntos, será liberado del cuidado de su tutor, y se le devolverá su propiedad. Si se considera que su capacidad es deficiente y le incapacita para atender sus propios asuntos, debe permanecer bajo el cuidado de su tutor, y éste seguirá administrando sus bienes, teniendo a su vez la obligación de procurarle un mantenimiento adecuado.

Otro aspecto importante de las relaciones sociales es el relativo al acreedor y el deudor. Hay ocasiones en las que una persona se encuentra forzado a buscar un préstamo temporal para solventar sus dificultades. Para prevenir tal contingencia, el islam ha permitido los préstamos e hipotecas. Aquellos que se encuentran en circunstancias favorables tienen la obligación de ayudar a los que están en necesidad de asistencia financiera a través de préstamos, con o sin fianza. El islam hace obligatorio que todos los préstamos o hipotecas sean expresados por escrito, para evitar disputas posteriores en relación con sus términos, causa frecuente de conflictos en la paz social. Está establecido que la fianza debe ser dictada o escrita por el deudor, y refrendada al menos por dos testigos. Se fijará un término para el pago del préstamo, pues a veces surgen problemas por el hecho de que el acreedor espera recobrar pronto su dinero, y el deudor cree poder devolverlo en un período largo. El deudor debe pagar el préstamo antes de que expire el término fijado para el pago; pero si no puede hacerlo debido a circunstancias fuera de su control, el acreedor debe extender el plazo y aguardar a que el deudor se encuentre en circunstancias más favorables. Si ocurre que el propio acreedor se encuentra bajo una imperiosa necesidad de dinero, y no le es posible aguardar más, y el deudor, por la misma razón, no puede pagarle, otras personas deben realizar una suscripción para pagar el importe de la deuda. Si el deudor muere sin pagar sus deudas, éstas deben ser abonadas a partir de su propiedad. Si no deja propiedad alguna, quienes pudieran haber sido sus herederos en caso de haber dejado propiedades, deben pagar sus deudas; y si no existieran tales herederos, el Estado es responsable del pago de tales deudas. Se considera meritorio que el deudor, al reponer el préstamo, pague una cantidad por encima del importe de dicho préstamo. Este pago adicional no es, sin embargo, obligatorio; y si el deudor desea realizar este pago, no debe mencionar su intención con antelación, pues en tal caso el pago asumiría el carácter de intereses, cuyo empleo está prohibido por el islam.

El comercio también tiene una gran participación en el mantenimiento y progreso de una sociedad, y este escrito quedaría incompleto si no mencionara algunos de los principios establecidos por el islam relativos al comercio. El islam prohíbe el uso de falsos pesos y medidas, y ordena dar la medida completa. Se prohíbe a los comerciantes vender artículos defectuosos o bienes que sean imperfectos o inútiles. Un comerciante no debe tratar de ocultar los defectos de un artículo que ofrece en venta. Por ejemplo, no debe cubrir el grano mojado con grano seco, e intentar venderlo como grano seco, ni debe incluir una porción de tela defectuosa y ofrecer la pieza entera para la venta como nueva. Si hay algún defecto en el artículo, el comprador debe ser informado. Si dicho artículo es vendido sin que el comprador conozca su verdadera condición, tiene derecho a devolverlo cuando descubra el defecto. En los demás casos una transacción de venta no puede ser cancelada después de haber sido entregados los bienes y abonado el precio.

También se prohíbe al comerciante cobrar precios diferentes a distintas personas. Tiene la libertad de fijar cualquier tarifa razonable que desee, pero la tarifa debe ser la misma para todos los compradores, excepto cuando una relación personal entre el comprador y el vendedor justifique una reducción; por ejemplo, cuando el comprador es pariente, maestro, amigo, vecino o compañero del vendedor.

En el caso de venta de bienes, el islam también requiere que la transacción sea reflejada por escrito o mediante testigos, a fin de que ninguna disputa relativa a la venta, calidad, propiedad o precio de los bienes pueda surgir con posterioridad entre los interesados.

Un comprador no debe revender los bienes que ha comprado sin antes inspeccionarlos o pesarlos, pues esto abre la puerta a disputas y desacuerdos si hay faltas o defectos en la calidad de los productos, pues cada vendedor tratará de achacar la responsabilidad a quien le vendió tales productos.

El islam también prohíbe la falsa competencia, o aumentar los precios en una subasta con falsas pujas, o engañar en los precios a un probable comprador procurando ofertas ficticias, como, por ejemplo, cuando un comerciante contrata a un compañero para que, fingiendo ser cliente, ofrezca precios superiores a la oferta. A los compradores y comerciantes se les prohíbe salir de la ciudad y estipular precios con mercaderes llegados a la ciudad con artículos y bienes para vender. Se ha de permitir que las mercancías entren en el mercado, a fin de que sus propietarios puedan cerciorarse del estado del mercado con respecto a sus precios, para evitar ser víctimas de prácticas engañosas.

El islam prohíbe la venta de bienes no verificados. Los géneros deben ser verificados y detallados por el mismo comprador o por su agente. Las ventas por medio de loterías están prohibidas, así como la especulación respecto a la fluctuación de precios, pues son simplemente diferentes formas de juego, y no corresponden a la legítima categoría de comercio o de negocio.

Otro aspecto de las relaciones sociales es el relativo a conferencias, reuniones familiares o funciones sociales. Están íntimamente conectados con la vida social de la persona y tienen consecuencias profundas y de largo alcance. Puntualizaré, por tanto, las enseñanzas del islam concernientes a estos asuntos:

Respecto a las invitaciones a comidas, o a visitar las casas de otros, etc. el islam enseña que la gente que es invitada a tales reuniones debe aceptar dichas invitaciones, pues la participación en estos convites promueve el mutuo afecto y simpatía; y el rechazo, sin excusa válida, puede afectar adversamente al mantenimiento y promoción de las relaciones de afecto. Pero nadie debe ir a ninguna de tales reuniones sin invitación. Si la persona a quien se ha invitado se halla acompañada por otra que no ha sido invitada, la primera debe obtener el permiso del anfitrión antes de llevar a su compañero. Los invitados no deben llegar antes de tiempo. En caso de invitaciones a comidas, debe tenerse un especial cuidado con la limpieza, y cada uno debe lavar sus manos antes de sentarse. Antes de comenzar a comer debe ser invocada la gracia y bendiciones de Dios. La comida no debe ser ingerida con avaricia, y cada uno debe comer de lo que se encuentre más próximo a él. No debe ser criticada la calidad de la comida, ni elogiada de tal manera que parezca lisonja o adulación. Deben lavarse las manos y limpiarse la boca al término de la comida, pidiendo las bendiciones y gracia de Dios para el anfitrión y su familia, que se molestaron e invirtieron dinero a la hora de ofrecer la comida. A menos que el anfitrión les ruegue permanecer, los invitados no deben permanecer mucho tiempo después de la comida, sino que deben marcharse pronto.

Respecto a reuniones y conferencias, el islam indica que sólo hay tres tipos de asociaciones o reuniones que pueden ser provechosas: 1) Las que se fundan o mantienen con el fin de promover el bienestar del pobre y del necesitado. 2) Aquellas cuyo objeto es promover el auge y propagación de las investigaciones y descubrimientos dentro de las ciencias, la cultura, las letras, etc. y 3) Las que se establecen con el propósito de resolver disputas y eliminar causas de fricción en las esferas doméstica, nacional, política e internacional.

Esto incluye a las asociaciones cuya finalidad es estudiar y dirigir los asuntos políticos de una región o país, pues su objeto es también promover la paz entre la humanidad.

El islam enseña que en todas las ocasiones en que se reúnan gran número de personas, debe prestarse particular atención a la limpieza e higiene, y a los sentimientos y susceptibilidades de los demás respecto a sus gustos e inclinaciones. Por ejemplo, nadie debe acudir a una reunión o tertulia después de comer o ingerir artículos cuyo uso puede ofender la sensibilidad de los demás, tales como cebollas, ajos, tabaco, etc., que producen mal aliento. Todos deben bañarse y ponerse prendas limpias, y si es posible, usar algún perfume agradable antes de dirigirse a la reunión o concurrencia, a fin de que el ambiente esté purificado y se contribuya a crear una atmósfera agradable y acogedora.

Las personas no deben sentarse muy cerca entre sí para no molestar con su aliento a los demás. La gente que padezca enfermedades infecciosas debe alejarse de tales ocasiones y lugares a fin de que la infección no se extienda. Se hace un especial énfasis en este mandato. Hazrat Umarra prohibió a un hombre que padecía de la lepra dirigirse a la Ka’aba para cumplimentar el circuito prescrito, y le ordenó pasar la mayor parte del tiempo en el interior de su hogar y no acudir a lugares de concurrencia pública.

Cuando una persona habla en una reunión, todos los presentes deben volverse hacia él y escuchar con atención lo que tenga que decir. No está permitido interrumpir o molestar, aunque la alocución sea desagradable. Al orador se le exige hablar lentamente y con dignidad, a fin de que todos los presentes puedan seguirlo.

Cada orador debe aguardar su turno para hablar. No debe hablar al mismo tiempo más de una persona. El orador debe dirigirse al presidente.

Debe hacerse lugar para los últimos llegados. Nadie debe irse sin permiso del presidente. Cuando alguien abandone el asiento temporalmente, con la intención de volver a él, nadie debe ocuparlo. Cuando dos personas están sentadas en proximidad, indicando que desean estar cerca, una tercera persona no debe sentarse entre ellas, aunque haya sitio. Donde sólo haya tres personas, dos de ellas no deben hablar entre sí de forma que hagan sospechar a la tercera que hablan de ella.

Este es un breve resumen de las reglas sociales de conducta que el Mesías Prometidoas nos ha enseñado, o que hemos extraído bajo sus instrucciones de los principios del islam. Presenta un cuadro exacto de la parte social del islam y el Ahmadíat.

Relaciones entre gobernantes y gobernados.

Patronos y sirvientes

Voy a tratar ahora de las enseñanzas del islam que preceptúan las relaciones entre el gobernante y el gobernado, el patrón y el sirviente, y el rico y el pobre. Por la palabra “pobre” en este contexto no me refiero a aquellas personas indigentes que subsisten mediante la caridad de los demás, sino a los que carecen de la posibilidad de ejercer cierta autoridad sobre los demás, o emplear a otros en calidad de sirvientes. Por esta razón he empleado los términos rico y pobre deliberadamente, pues lo que quiero decir al respecto puede ser expresado más claramente con el uso de estos términos.

Al tratar esta parte del tema, la primera cuestión con que nos enfrentamos es ¿cómo define el islam a la soberanía o al Estado? En la terminología islámica el soberano o Jalifa es el representante individual a quien la gente de un país elige para la supervisión y protección de sus derechos particulares y colectivos. El islam no reconoce ninguna otra forma de gobierno aparte de este gobierno representativo. El Sagrado Corán ha usado la palabra “amanat” (depósito) para describir el concepto islámico de gobierno, lo cual significa que el Jalifa ejercita el poder que le es depositado por el pueblo, y no el poder que asume por su propia voluntad o que hereda desde el nacimiento.

Esta sola palabra es suficiente para ilustrar la naturaleza y poderes de la forma islámica de gobierno. El Sagrado Corán no habla de la autoridad de gobernar como algo procedente del soberano hacia el sujeto, sino como algo que proviene del sujeto hacia el soberano. Sin embargo, para una clara apreciación del concepto islámico del Estado es necesario transcribir aquí el versículo que, en términos breves y claros, describe la naturaleza y los deberes de los gobernantes y gobernados. Dice el Sagrado Corán:

“Dios os ordena depositar la responsabilidad del gobierno a los que están capacitados para ello; y aquellos de vosotros que se conviertan en gobernantes, deben gobernar con justicia. Dios os ordena lo que es excelente, pues en verdad Él es Omnioyente, Omnividente”.132

En la primera parte de este versículo se indica a las personas que a ellas les incumbe elegir a sus gobernantes, no pudiendo nadie otro designarles un dirigente; es decir, que la soberanía no es hereditaria, y nadie está autorizado a convertirse en soberano por el mero hecho de ser hijo o heredero de un soberano anterior. El gobierno es definido, pues, como un valioso depósito, y se advierte a la gente que no lo confíe a una persona que no sea merecedora de ello, sino que han de hacer recaer la responsabilidad sobre los hombros de quien sea capaz de desempeñarlo adecuada, honesta y fielmente.

Después se menciona que el gobierno no es independiente en sí mismo, sino que es una mera delegación de poderes cuyo objeto es proteger y poner en vigor ciertos derechos y deberes que la gente, individualmente, no podría imponer o proteger. Es, por lo tanto, un depósito y no una propiedad. El derecho de gobernar descansa primariamente en la comunidad y no en el soberano. A este último, sin embargo, se le advierte de que la autoridad conferida es un depósito y que no debe abusar de ella, debiendo devolvérsela a sus beneficiarios en el tiempo de su muerte, sin deterioro ni disminución; es decir, que velará por la protección de los intereses y derechos nacionales e individuales, y no tendrá poder para ceder o dañar una parte de los mismos.

A los dirigentes y autoridades se les ordena, a continuación, desempeñar las respectivas obligaciones de sus cargos con justicia y fidelidad. El versículo sigue indicando que los musulmanes abandonarían este modo de gobierno, y a imitación a otros pueblos, volverían a la forma monárquica y hereditaria de régimen, pero que la advertencia de Dios

-de que los musulmanes deben optar por un gobierno representativo, y elegir a sus mejores cerebros para dirigirlos y evitar el sistema hereditario- es el mejor consejo.

Las últimas palabras del versículo indican que Dios ha prescrito este modo de gobierno porque Él es conocedor de los males de las otras formas de gobierno adoptadas por el hombre, y porque ha escuchado las plegarias de los que sufrieron bajo estos regímenes. Por lo tanto, los musulmanes deben adherirse a él, mostrando de esta forma su gratitud por el favor que Dios les ha concedido.

De todo esto resulta evidente que la forma islámica de gobierno debe basarse en un sistema electivo y representativo, y que debe reconocerse al soberano como representante del pueblo a nivel colectivo y no individual. Trazaré a continuación un breve esquema de la forma islámica de gobierno para ilustrar sus diferentes funciones y aspectos.

El islam requiere que los musulmanes elijan como su gobernante a la persona que consideren más apta para desempeñar las responsabilidades de tal cargo. Esta persona, cuando es elegida, mantiene su cargo, no por un período de algunos años, como los presidentes de los Estados occidentales, sino para toda su vida, y sólo Dios podrá apartarle de su cargo (tras morir). Todo el poder y autoridad recae sobre él, y es su deber consagrar su vida entera a la promoción del bienestar de su pueblo, sin buscar su propio engrandecimiento.

Su control sobre la hacienda pública es limitado. Sólo puede gastar los fondos nacionales en las necesidades y requerimientos del país, y no fijar sus propias asignaciones, las cuales deben ser acordadas por su propio consejo consultivo. El soberano debe cerciorarse de los deseos del pueblo a través de este consejo. En ocasiones particulares, y en relación con asuntos especiales, puede conocer la opinión del pueblo a través de un referéndum general, a fin de que pueda llegar a su conocimiento cualquier diferencia entre la opinión del pueblo y sus representantes. Se espera de él que respete la opinión de la mayoría de los representantes, pero al encontrarse por encima de todo partidismo político, y no tener intereses personales que servir, su opinión debe ser enteramente imparcial, y sólo motivada por consideraciones relativas al bienestar de su pueblo o nación. Además de ser el verdadero representante del pueblo, el islam promete una gracia divina y una ayuda especial al Jalifa. Está, por tanto, autorizado, en circunstancias particulares y asuntos de especial importancia, a contradecir a la mayoría de sus consejeros.

Todo esto, sin embargo, sólo es aplicable a un soberano que combine en su persona tanto el ejercicio de la autoridad espiritual como seglar, y no se puede aplicar a un dirigente o Jefe de Estado que ocupa únicamente una posición secular. En el último caso, el asunto habrá de ser regulado por las previsiones constitucionales que puedan crearse al respecto para la regulación de tales asuntos. Incumbe a la constitución determinar la relación entre el gobernante, que en virtud de su elección es el que representa al pueblo, y los demás representantes.

Él es absoluto en el sentido de que puede, en ciertos casos, invalidar la opinión de los representantes del pueblo; por otro lado, su autoridad está limitada, en el sentido de que no puede anular ni marginar alguna parte de la constitución islámica, a la que se encuentra ligado. Debe conocer la opinión de su pueblo y preservar el carácter electivo de su propio oficio. Es un gobernante elegido en el sentido de que, bajo la voluntad y la guía divina, es designado para su cargo a través de la mediación del pueblo, y es un representante del pueblo por cuanto se espera de él que siga el dictamen de sus representantes salvo cuando se vea compelido a apartarse de él por una necesidad urgente o extraordinaria. No puede, por su propia autoridad, gastar un sólo céntimo del fondo público (hacienda nacional) para su propia persona o sus necesidades particulares. Gobierna por virtud del derecho divino, por lo que no puede ser apartado de su cargo, y se le promete ayuda divina en el cumplimiento de sus deberes y en la ejecución de su empresa.

Los detalles referentes al método de elección, el nombramiento del consejo consultivo y la designación de gobernadores y otros oficiales, han sido omitidos intencionadamente por el islam, a fin de que puedan ser establecidos de acuerdo con las exigencias de la época; y para que la razón humana pueda tener un espacio adecuado para su ejercicio y expansión, principio esencial para el desarrollo de la persona. El Sagrado Corán prohibió a los musulmanes inquirir al Santo Profetasa respecto a ciertos detalles, pues muchos asuntos han sido dejados, a propósito, al criterio de la razón y el juicio del hombre. Si el Sagrado Corán hubiera aclarado hasta el más pequeño detalle, no habría quedado lugar para el desarrollo intelectual y el progreso de las personas, y se habría causado un grave daño a la humanidad.

Hay actualmente en existencia muchas y variadas formas de gobernación, pero quienquiera que estudie la constitución establecida por el islam se verá obligado a reconocer que no es posible idear una mejor forma de gobierno. Por un lado, comprende el mejor sistema de gobierno representativo, y por el otro es enteramente libre del espíritu partidista, ya que el soberano no depende de la ayuda o cooperación de ningún partido o sección en particular. Él se confina y se consagra a sí mismo al estudio del bienestar de su gente y nación, y puesto que mantiene su cargo en posesión durante toda su vida, la nación no se ve privada de los servicios de su mente más privilegiada tras un cierto período de tiempo.

En el caso de un dirigente o jefe de estado puramente secular, el asunto de la posesión de su cargo sería, sin embargo, regulado por la constitución. Su nombramiento y destitución estarían así, ambos, en manos del pueblo.

Creemos que ésta es la única forma perfecta de gobierno, y confiamos en que, a medida que la esfera del Movimiento Ahmadía se expansione y sus miembros se incrementen, la gente reconozca por su propia voluntad la excelencia de esta forma de gobierno, y que incluso los monarcas renuncien a sus derechos hereditarios en interés del bienestar de su pueblo.

Como el Mesías Prometidoas era solo un Jalifa Espiritual, sus sucesores también permanecerán, en la medida de lo posible, al margen de la política, incluso cuando soberanos y Estados se unan al Movimiento. Ellos desempeñarán las funciones de una verdadera Liga de Naciones, y procurarán, con la ayuda y consejo de los representantes de varios países, regular las relaciones internacionales. Su función principal será, no obstante, cuidar del bienestar espiritual, moral, social e intelectual de las personas, a fin de evitar que su atención quede monopolizada por los asuntos políticos y sean desatendidas las vitales tareas espirituales y morales, como sucedió en el pasado.

Ya he indicado que permanecerán en lo posible al margen de la política. He hecho esta salvedad para incluir casos excepcionales en los que la gente de un determinado país, en tiempos de dificultad o crisis, pueda requerir la ayuda del Jalifato espiritual, y pueda ser necesario tomar medidas temporales para el gobierno de dicho país. Pero dichos planteamientos deberían estar limitados al mínimo período de tiempo posible en cada caso.

Poderes y obligaciones del Estado islámico

A continuación, voy a tratar sobre los poderes conferidos y los deberes impuestos por el islam a un Estado. La primera obligación impuesta por el islam es que el Estado debe velar por promover el bienestar moral y material de los intereses del pueblo, ser responsable de la seguridad de sus vidas y hogares, y de la provisión de sus necesidades vitales. El Santo Profeta Muhammadsa dijo:

“Cada uno de vosotros es como un pastor, responsable de las personas y objetos que están bajo su cargo. El rey es responsable, y habrá de responder por sus súbditos; cada hombre es responsable y tendrá que responder por los miembros de su familia; cada mujer es responsable y habrá de responder por su hogar y sus hijos, y cada sirviente es responsable y tendrá que responder por la propiedad de su patrón y de cuanto se encuentre a su cargo”.133

Esto muestra que el islam considera al soberano como un pastor al cual se responsabiliza de un rebaño; y así como el pastor está obligado a cuidar y proteger al rebaño, proveerle de todas sus necesidades, cuidar de que las ovejas no se extravíen, salvaguardarlas frente a las alimañas, guarecerlas y protegerlas de pestilencias y enfermedades, de la misma forma es el deber de un Estado islámico asegurar a sus ciudadanos frente a las diferencias internas, los desórdenes, los disturbios y la opresión; protegerlos frente a los ataques del exterior, y contemplar todas sus necesidades intelectuales y materiales, como son las relativas a la educación, instrucción, salud, alimentación, albergue, etc…

Estos son deberes generales de un Estado. En particular, es obligación de un gobierno islámico proveer a todos sus súbditos de las necesidades vitales, es decir, comida, vestimenta y albergue, pues sin ellas las personas a las que el gobierno ha de proteger no podrían encontrarse seguras. La existencia física resulta imposible en ausencia de alimentos y albergue adecuados, y la convivencia social o moral no es posible sin la vestimenta apropiada.

Bastarán una o dos ilustraciones para mostrar cómo estos principios generales fueron interpretados y aplicados en la práctica por los antiguos musulmanes. Como he declarado, es el deber de un gobierno islámico suministrar las necesidades vitales a las personas que no tienen posibilidad de procurárselas por sí mismas. Esto queda bien ilustrado en un suceso ocurrido durante el gobierno de Hazrat Umarra, el segundo Jalifa. El Jalifa salió un día de incógnito para averiguar si la gente tenía alguna queja. En Sarar, una aldea situada a tres millas de la capital, oyó que alguien lloraba. Se dirigió hacia el lugar, y vio a una anciana que atendía una olla en el fuego y a tres niños que lloraban a su alrededor. El Jalifa preguntó a la anciana qué es lo que ocurría. Ella contestó que desde hacía dos días no tenían nada para comer, y como no podía conseguir comida, había colocado una olla vacía sobre el fuego para hacer creer a los niños que la comida estaría pronto dispuesta, y de esta forma intentar que se durmiesen.

El Jalifa regresó a Medina. Procuró harina, mantequilla, carne y dátiles, y los introdujo en un saco. Después llamó a un esclavo y le pidió que cargara el bulto sobre su espalda (la del Jalifa). El esclavo protestó diciendo que él se encargaría de transportar el bulto. “Sin duda, replicó Umar; tú puedes llevar ahora este fardo por mí. Pero ¿quién cargará con mi fardo en el Día del Juicio?”, significando que, puesto que había descuidado su deber de aprovisionar a la mujer y a sus hijos, la única expiación era cargar él mismo con el bulto de provisiones que les llevaba. Sin embargo, como es imposible que el soberano pueda atender las necesidades personales de cada individuo, en los países islámicos se realizaba un censo, y se instituyó un sistema de registros de nacimientos y defunciones. El objeto de estas medidas no era, como en el caso de los gobiernos modernos, ayudar a llenar las arcas públicas, sino ayudar a vaciarlas. Los datos obtenidos de esta forma suministraban información respecto a cuál era la condición real de la gente, y así el Estado se encontraba capacitado para proveer a aquellas personas que necesitaban de la ayuda estatal.

Pero aunque el islam ordena ayudar al pobre, desaprueba la ociosidad y la pereza. El objeto de las asignaciones estatales no era, por tanto, el estímulo de la ociosidad. Estas ayudas eran asignadas sólo en casos especialmente meritorios. La gente era alentada a trabajar por su subsistencia, y era refrenada de la mendicidad. Hazrat Umarra observó cierta vez a un hombre que, teniendo un saco de harina a su lado, pedía limosna. El Jalifa le quitó el saco de harina y lo vació delante de los camellos. Después, volviéndose a él, le dijo: “ahora sí que puedes mendigar”. Se sabe que los mendigos eran obligados por el Estado a ganarse la vida mediante el trabajo.

El segundo deber del Estado consiste en ofrecer una adecuada administración de la justicia. El islam ha establecido disposiciones detalladas a este respecto. Se ordena a los jueces que administren justicia sin temor ni favoritismos. Se les prohíbe aceptar sobornos o actuar por recomendaciones, y se prohíbe a las personas que intenten sobornarles o hacerles recomendaciones. Se establece que cada caso debe ser resuelto y apoyado sobre claras evidencias y alegatos. El demandante o el querellante es el que ha de aportar las pruebas, y el defensor o acusado puede, en ausencia de pruebas concluyentes, absolverse a sí mismo de la acusación “prima facie”, asegurando su inocencia bajo juramento. A los jueces les incumbe sopesar la evidencia de cada testigo respecto a su carácter y antecedentes. Los jueces han de ser aptos y competentes para el desempeño de su oficio. Una decisión judicial debe ser aceptada como definitiva, pues, aunque los jueces, como todos los humanos, pueden equivocarse, las disputas han de ser resueltas por seres humanos, y debe existir un término en las querellas. Una persona que se niega a aceptar una decisión judicial no puede ser considerada ciudadano musulmán, porque quebranta toda la estructura del gobierno. La institución de los “muftíes” o juristas fue establecida para aconsejar al pobre y al ignorante respecto de sus derechos. Pero un jurista sólo puede ser nombrado por el Estado, y ningún hombre, por muy culto que sea, puede, por su propia voluntad, desempeñar el papel de consejero del pueblo respecto a sus derechos legales.

El Estado es responsable de la ejecución de las sentencias dictadas por los jueces, y no puede mostrar favoritismo ni discriminación en su cumplimiento. El Santo Profetasa dijo que si su propia hija fuera, por ejemplo, culpable de robo, no vacilaría en imponerla la pena prevista por la ley. El mismo Hazrat Umarra azotó a su hijo como castigo por una ofensa.

Otro deber del Estado es salvaguardar el honor y la seguridad de la nación. A los musulmanes se les ordena en el Sagrado Corán que protejan sus fronteras y que aposten fuertes guarniciones para vigilarlas tanto en tiempos de paz como de guerra.

Otro deber del Estado es promover la salud nacional. El Sagrado Corán responsabiliza al Santo Profetasa de evitar todo tipo de impurezas físicas y espirituales. Es, pues, deber del Estado islámico mantener limpias las carreteras, vías y lugares públicos. El Santo Profetasa solía recomendar a sus compañeros que mataran a los perros callejeros para evitar que contrajeran la rabia y dañaran a las personas.

Otro deber del Estado consiste en proporcionar los medios necesarios para la educación nacional. En la descripción de los deberes y funciones del Santo Profetasa el Sagrado Corán menciona: “Este Profeta les enseña el Libro y su filosofía subyacente”. El Libro no significa sólo el Sagrado Corán. Incluye a todas las ciencias y conocimientos contenidos en el Sagrado Corán, como, por ejemplo, la astronomía, las matemáticas, la botánica, la zoología, la medicina, la historia, la ética, etc. El Santo Profetasa dijo: “La adquisición de conocimientos es un deber que incumbe a todo musulmán”. Él dedicó una particular atención a la instrucción sistemática de su pueblo. En la batalla de Badr los musulmanes hicieron algunos prisioneros que sabían leer y escribir. El Profeta les ofreció la libertad a cambio de que instruyeran a niños musulmanes en lo relativo a la lectura y escritura.

Otro deber del Estado es ayudar a los que son expertos en algún arte u oficio, y no disponen de medios para ejercerlo. El Sagrado Corán ordena que estas personas sean asistidas con los fondos públicos.

También es deber de un Estado islámico establecer y mantener la paz y el orden dentro de sus dominios. Este deber ha sido impuesto por el Sagrado Corán, que reprueba enérgicamente a los que promueven el desorden y la violencia, advirtiendo que los dirigentes cuya negligencia conduce al desorden y la opresión serán responsables de su conducta ante Dios. El Santo Profetasa ha descrito al Estado islámico ideal como el de un gobierno en cuyo territorio pudiera viajar una mujer sola, a lo largo y lo ancho, sin encontrar ningún peligro.

Otra obligación del Estado consiste en disponer de las medidas necesarias para procurar las provisiones que pudieran ser necesitadas por el pueblo. Durante los primeros Jalifatos, los Jalifas se afanaron en cuidar que este deber no fuera desatendido. En los períodos de escasez se emitían bonos de ración que hacían posible que el pueblo comprara provisiones en los establecimientos estatales.

Otro deber del Estado es la conservación de las carreteras y vías públicas para facilitar la comunicación y el comercio. En las primeras etapas del islam, cuando no se utilizaban vehículos, y la gente andaba a pie o cabalgaba, la anchura máxima se fijó en veinte pies, con el objeto de que las calles y caminos tuvieran suficiente amplitud. En la presente época, cuando el tráfico rodado va en aumento, las calles deberían ser proporcionalmente más amplias.

Es también deber del Estado supervisar la moral del pueblo e intentar mejorarla mediante la educación y la instrucción. Por último, es deber del Estado promocionar a la gente, es decir, adoptar todos los medios posibles y asequibles para su progreso. Esto incluye la difusión de nuevas ciencias, el estímulo del espíritu de investigación y descubrimientos, la solución a los nuevos problemas sociales, etc.

Los deberes de los ciudadanos

A las personas también se les imponen sus correspondientes deberes. Por ejemplo, deben obedecer al gobierno aun cuando no aprueben sus exigencias, y han de prestarle su apoyo y cooperación. Aunque el islam confiere al soberano la autoridad sobre asuntos políticos a la vez que le otorga el poder de decretar normas para el bienestar del pueblo tras consultar a sus representantes, no puede ejercer su autoridad sobre las personas en asuntos privados. De surgir una disputa, respecto a un derecho o propiedad, entre el Jalifa y un individuo particular, esta debe ser solucionada por los juzgados ordinarios de la nación, de la misma forma que sería resuelta entre individuos particulares entre sí. El soberano no puede alegar privilegios o prerrogativas especiales en este aspecto.

Hazrat Umarra fue convocado en cierta ocasión a un juicio a instancia de Abi Bin Ka’ab. A su llegada, el juez le ofreció su propio asiento como señal de respeto al Jalifa. Pero éste, tras pasar por su lado, se sentó con el demandante, e indicó al juez que había sido reo de una injusticia, pues no tenía que hacer ninguna distinción entre su oponente y él. Esto, sin embargo, se refiere únicamente a los asuntos que conciernen a la actuación personal. Respecto a sus actos públicos no está sujeto a la jurisdicción de los tribunales.

Relaciones entre el patrón y el sirviente

En la época preislámica las relaciones entre el patrón y el sirviente eran muy similares a las existentes entre el soberano y el súbdito; y a pesar de que han transcurrido muchos siglos, y del tremendo avance en los asuntos sociales, la misma relación subsiste hoy en la práctica. El islam, sin embargo, enseña de forma diferente, y establece el principio de que la relación entre el patrón y el sirviente ha de basarse y definirse por contrato, siendo la esencia de dicho contrato que el patrón acuerda dar dinero al criado a cambio de su servicio. El patrón, por lo tanto, no tiene derecho a tratar al sirviente como un tirano trataría a sus súbditos. El islam, tras haber abolido costumbres tradicionales habituales, incluidas las de los gobernantes, no podía tolerar las relaciones prevalentes entre el patrón y el sirviente. Así pues, islam prohíbe al patrón insultar o pegar al sirviente, y la misma protección alcanza al esclavo.

Un compañero del Santo Profeta relató que eran siete hermanos y tenían un esclavo. Un día el hermano más joven golpeó al esclavo. Cuando el hecho llegó a oídos del Profeta, ordenó que fuera liberado de inmediato. Otro compañero cuenta: “Iba en cierta ocasión a golpear a un esclavo, cuando oí una voz tras de mí que no pude reconocer. Vi entonces que el Santo Profeta venía hacia mí exclamando:

¡Abu Masud! ¡Dios tiene mucho más poder sobre ti que tú sobre este esclavo!” En ese momento, el miedo hizo que el látigo cayera de mi mano y dije: “¡Oh, Profeta de Dios! Libero a este esclavo en nombre del Señor”. El Santo Profeta contestó: “Haces bien, pues de no haberlo hecho, el fuego habría quemado tu cara”.

El Santo Profeta dijo que el patrón no debe exigir de su siervo lo que sobrepasa su capacidad, y si este tuviera que hacer una tarea ardua, el patrón debería ayudarle en ella.

También dijo:

“Cuando un sirviente prepara algún alimento y lo coloca ante su patrón, este debe invitarle a participar en la comida, pero si el patrón no se digna hacerlo, al menos debe reservarle una parte, pues él fue quien se sentó ante el fuego para cocinarlo”.

Con respecto al salario de un sirviente o trabajador, dijo que debía ser pagado antes de que se secara el sudor de su cuerpo. También dijo:

“Si una persona no paga íntegramente los salarios de un jornalero, le demandaré, en favor de este último, en el Día del Juicio”. Así pues, es deber del Estado cuidar de que al jornalero se le remunere su trabajo por completo.

Existen considerables equívocos sobre las enseñanzas del islam referentes a la esclavitud. El islam no permite la esclavitud en la forma en que otras religiones lo permiten. Según el islam solo está permitido hacer esclavos de un pueblo cuando: a) dicho pueblo hace la guerra con el propósito de convertir a la gente a su propia fe mediante la fuerza; b) las personas que son hechas esclavas han participado realmente en esta guerra cruel e inhumana, y c) las personas que han sido hechas esclavas no pagan la cuota de indemnización de guerra al pueblo contra el que hubieran combatido para forzarle a renunciar a su fe. En ausencia de estas tres consideraciones, el islam prohíbe rotundamente hacer esclavos y lo considera un grave pecado.

Puede apreciarse fácilmente que si una persona se une a otras con el fin de alzar su espada para forzar a un pueblo a renunciar a su fe, a sabiendas de que este pueblo no sólo valora su fe por encima de asuntos y consideraciones materiales, sino que la considera como el único medio de progreso ilimitado en este mundo y en el otro; y si después de ser capturada, dicha persona o su gente se niegan a pagar la indemnización de guerra, ciertamente que merecen ser privados de libertad.

El islam considera que se encuentran fuera de los límites de la humanidad y son un peligro para el mundo aquellos que desean propagar su religión con la punta de la espada, y, abusando de su poder, interfieren en la fe de los demás. Por esta razón es por lo que establece que, a menos que dicho individuo muestre señales de verdadero arrepentimiento y sincera presteza a vivir pacíficamente con sus vecinos, debe ser privado de su libertad y forzado a vivir como esclavo.

Encuantoacómodebesertratadounesclavo, yaheexpuesto brevemente las enseñanzas del islam al respecto. Ocurría en numerosos casos que un esclavo privado de libertad vivía mejor bajo el islam que en su anterior existencia.

Relaciones entre el rico y el pobre

y el poder y la autoridad de los gobernantes

La cuestión de cómo puede mantenerse un equilibrio esencial entre los derechos de diferentes clases de individuos es uno de los problemas sociales más complejos del momento y que trataré con brevedad con el fin de indicar la solución que ofrece el islam.

El islam enseña que el universo entero, incluyendo la tierra, el sol, la luna y las estrellas, han sido creados para el servicio y beneficio de las personas. Por lo tanto, todas estas cosas son, según el islam, propiedad común de la humanidad. Por otro lado, el islam proclama otro principio: Dios ha concedido al hombre un campo de acción completo para el ejercicio de sus facultades y talentos, y toda persona está dotada por naturaleza del espíritu de competición y el deseo de aventajar a los demás en la carrera del progreso. El islam alienta tal competición. Dice el Sagrado Corán: “Competid y tratad de adelantaros en las obras buenas”.134 En una competición algunos merecerán mayores recompensas que otros y algunos no merecerán premio alguno. El islam tiene en cuenta esta disparidad y declara que, en realidad, esta divergencia constituye una parte del plan divino y no debe generar recelos o envidia:

Dice el Sagrado Corán:

“No ambicionéis lo que Dios agració a unos más que a otros”(4, 32)135

Es decir, que esta evidente desigualdad que Dios ha permitido, no carece de sentido, sino que es indispensable para el adecuado funcionamiento del universo. Si quienes trabajan más que otros, poseen un intelecto superior, o muestran mayor habilidad en sus negocios, fueran privados de su justa recompensa, cesaría toda competición y esfuerzo por un objetivo más elevado, y fracasaría el propósito de la creación del universo.

El islam, portanto, reconocesuderechoalosquecosecharon mayores fortunas que otros a través de su intelecto superior o de su mayor diligencia, pero también les recuerda su deber de ayudar a sus hermanos menos afortunados a adelantarse y a participar de las bendiciones que Dios les ha dispensado. Se les dice que de los bienes que han recibido, el pobre también merece una parte, de la que no deber ser privado. Para el rico debería ser suficiente compensación y felicidad proveer a sus hermanos más pobres que, de alguna forma, tienen igual derecho a las cosas buenas de la vida, y manifestar así el atributo divino de la providencia. Dice el Sagrado Corán: “Da al pobre de los bienes que Dios te ha concedido”136; es decir, que vuestros bienes son un depósito de cuyos beneficios tienen derecho los pobres.

Esto muestra que el islam alienta el espíritu de competición, y para fomentar este espíritu permite a la gente conservar lo que limpia y honestamente han ganado. Pero, como todas las cosas del universo son de común propiedad de la humanidad, el pobre también tiene derecho a los bienes del rico, y éste debe, por lo tanto, destinar una parte de sus riquezas como pago de sus prerrogativas, para uso y beneficio del pobre.

Todo esto plantea una cuestión importante. Si es necesario fomentar el espíritu de competición entre los hombres, la competición debe ser accesible a todo tipo de personas e instituciones, debiendo ser abolidas o modificadas las restricciones que pudieran limitar tal competición a unos cuantos individuos, reduciendo al resto a meros espectadores. El islam reconoce esta necesidad y ha adoptado las medidas necesarias para hacerla realidad. Ha establecido instrucciones y directrices, siguiendo las cuales: a) se alienta el espíritu de competición; b) se salvaguarda la propiedad privada y a los más diligentes o a los que contribuyen con un mayor grado de inteligencia se les otorga, proporcionalmente, mayor recompensa; e) a los que de alguna manera han contribuido a la producción de bienes se les garantiza una parte justa y equitativa de los mismos; d) la puerta del progreso se mantiene abierta para toda la humanidad, y la admisión no está restringida a los miembros de una familia o clase particular. A todas las clases se les ofrecen iguales oportunidades para conseguir las posiciones y honores más elevados, de forma que la riqueza y el poder no se conviertan en monopolios hereditarios de una clase en particular; y e) se satisfacen las necesidades de todas las clases. Estas directrices son las siguientes:

  1. El islam enseña que como todas las cosas del universo son propiedad común de toda la humanidad, no puede existir una propiedad absoluta sobre algo en particular. Un individuo es el dueño de su propiedad, pero no en el sentido de que los demás no tengan ningún derecho sobre ella, sino en el sentido de que su parte de propiedad es mayor que la que pudiera corresponder a cualquier otro, ya que la ha adquirido con su labor. El islam describe la porción del pobre en los bienes del rico como un derecho. Por ejemplo, dice el Sagrado Corán: “En los bienes del rico, tienen derecho a una parte los que pueden expresar su voluntad y los que no pueden (es decir, los animales)”137. También: “Da su parte a tus parientes, al necesitado y al viajero”138. El islam ordena la distribución y circulación de las riquezas, y prohíbe su atesoramiento, porque priva a la gente de sus derechos. El dinero debe ser gastado o invertido. En ambos casos debe circular para beneficio de la comunidad, especialmente de las clases más pobres. Respecto a los que acumulan sus riquezas dice el Corán:

“Dios no estima al orgulloso ni al vanidoso que acumula riquezas y recomienda a los demás la avaricia, y oculta lo que Dios les agració de Su bondad. Si no desisten y continúan contraviniendo las órdenes de Dios, sufrirán un humillante castigo”139.

Es decir, si continúan atesorando riquezas y se abstienen de gastarlas, serán humillados junto a su gente.

  • A fin de prevenir, no obstante, que la gente gaste toda su propiedad en gratificaciones personales, el islam ha puesto freno toda clase de excesos e El islam prohíbe el derroche en la alimentación, vestimenta, hogar y muebles; en otras palabras, en todos los aspectos de la vida. Por lo tanto, un musulmán que sigue los preceptos islámicos no puede gastar en su propia persona o en gratificaciones personales tanto que pueda afectar nocivamente a los derechos que los demás tienen sobre su propiedad o bienes.
  • Como se supone que a pesar del precepto relativo al gasto o inversión, algunos individuos continuarían acumulando y privando de esta forma a otras gentes de sus derechos, el islam impone un tributo del 2,5 por ciento sobre todo el dinero, metales preciosos, mercancías, etc. que un individuo posea durante un año. Las rentas de este tributo deben ser invertidas en la promoción del bienestar del pobre y del

El Santo Profetasa, al explicar el objeto de este tributo, indicó claramente que había de ser impuesto sobre el rico, ya que el pobre tiene derecho a una porción de sus bienes. Dice: “Dios ha hecho obligatorio el Zakat. Debe ser impuesto al rico y restituido al pobre”140. El uso de la palabra “restituido” indica que el pobre tiene derecho a ello, así como también a los bienes del rico. Como su contribución a la producción de estos bienes no puede ser fijada con precisión, ha sido establecida una tasa determinada, a través de la cual se recobra este tributo de aquellos a quienes afecta. Debe tenerse en cuenta que el Zakat no es un simple impuesto o renta, sino que es un tributo sobre el capital, y que en muchos casos puede ascender al cincuenta por ciento de los beneficios netos.

El Sagrado Corán indica que es también objeto del Zakat purificar los bienes del rico, es decir, separar de ellos la contribución realizada por el pobre a su producción, y dejar al rico lo que exclusivamente le pertenece. Dios dice en el Sagrado Corán:

“Exige el Zakat en función de sus bienes y purifícalos (excluyendo de éstos la porción que pertenece a los demás) y emplea las rentas para promocionar el bienestar del pueblo”.141

Mediante la institución del Zakat, el islam vela por los derechos que el pobre tiene en las posesiones del rico, y de esta forma crea una reconciliación entre el capital y el trabajo, y el rico y el pobre, porque en añadidura al jornal que un trabajador obtiene por su trabajo, el islam impone un tributo del dos y medio por ciento sobre la hacienda total de los capitalistas en beneficio del pobre.

  • El Zakat ofrece una solución al aspecto económico del problema, pero no afecta al monopolio que disfrutan ciertas clases de todos los medios de progreso y El islam alienta la participación de las personas en la carrera del progreso, y les asegura una participación plena en los frutos de su diligencia y laboriosidad. No aprueba, sin embargo, que una clase impida el desarrollo de otras. Cada uno de los que intervienen en una carrera tiene la simpatía de los espectadores, y la gente admira al que corre en cabeza. Sin embargo, nadie aprobaría la conducta de un corredor que, habiendo obtenido una ventaja en la carrera, intentara obstruir el camino a los demás corredores para impedir que pudieran sobrepasarle. Tal actitud pondría fin a la sana competición y emulación, y los pocos que obtuvieran ventaja en la carrera del progreso monopolizarían todos los canales del desarrollo, y excluirían de ellos a sus hermanos menos afortunados. El islam no lo permite, y al hacerlo imposible, ha abierto las puertas del avance y del progreso a todas las clases de la humanidad. Los factores principales que promueven y fomentan este estado de cosas son:
  1. a) La regla de la primogenitura y otras leyes similares de herencia que implican la indivisibilidad de la herencia y el poder sin restricción del legado, por el cual la propiedad puede ser transmitida a capricho del b) El préstamo de dinero con interés, que capacita a una persona o a varias a acumular ingentes sumas de dinero en sus manos, sin que medie trabajo de ninguna clase, a través de la mera explotación de las necesidades e infortunios de los demás. c) Los beneficios excesivos.

Estos tres factores han privado a individuos de diversas naciones de todos los medios de progreso. La propiedad se ha acumulado en las manos de unos pocos, y la clase más pobre no puede tener acceso a ella. La institución de la usura o el interés permite, a los que han establecido su control sobre las fuentes de crédito, acumular tanto dinero en sus manos como desean, de forma que la gente con pocos fondos no tiene posibilidades frente a ellos. A través de los beneficios comerciales excesivos la riqueza se derrama como una catarata en los vastos cofres de un puñado de capitalistas. El islam ha ideado tres medios para resolver estas tres causas que conducen al monopolio de la propiedad y la riqueza:

  1. Ordena la distribución de la Ningún individuo tiene el poder de repartir o ceder la totalidad de su propiedad a una persona, y favorecer de esta manera su acumulación en pocas manos. Bajo la ley islámica de herencia y sucesión, la propiedad de un individuo debe ser distribuida entre sus padres, hijos, cónyuge, hermanos, hermanas, etc. y nadie puede interferir o modificar este tipo de distribución. Por lo tanto, en un país que sigue la ley islámica de herencia y sucesión, los hijos de un padre adinerado no pueden permanecer ociosos haciendo depender su manutención de los bienes acumulados por su padre, pues sus bienes enteros, muebles e inmuebles, deben ser distribuidos entre muchos herederos, iniciando cada uno de ellos su vida con su porción de la herencia. Como la propiedad continúa siendo dividida y subdividida de nuevo en cada generación, en el curso de tres o cuatro generaciones quedan parceladas grandes haciendas en pequeñas posesiones, haciendo posible que incluso un simple labrador pueda adquirir una pequeña parte de terreno, y de esta forma el monopolio de propiedad del suelo no crea una división permanente entre las personas.
  2. El islam prohíbe la toma o entrega de intereses. La posibilidad de ofrecer préstamos con interés capacita a la gente con crédito establecido continuar el empréstito en los límites que desean. Si tal empréstito no fuera posible, se verían obligados a admitir a otros individuos como socios, o a restringir el alcance de su negocio, así como a dejar espacio a otras personas para iniciar empresas similares. Las grandes asociaciones de compañías y federaciones que en la actualidad monopolizan las fuentes de la riqueza nacional, no serían posibles sin el interés, y los bienes se encontrarían distribuidos entre el pueblo con mayor La acumulación de riqueza que observamos hoy es fatal para el avance moral y acarrea la ruina de las clases media y baja.
  3. Los beneficios comerciales excesivos son frenados sobre todo por la institución islámica del Zakat, que se grava sobre el rico a beneficio del Este gravamen sobre el capital no deja lo suficiente al capitalista para permitirle intentar monopolizar las riquezas de la nación. En segundo lugar, el islam establece que las rentas de este impuesto deben aplicarse, entre otras cosas, para suministrar dinero a los que tienen la capacidad comercial necesaria, pero no pueden iniciar sus negocios por falta de fondos. De esta manera, las clases capitalistas adquieren constantemente nuevas habilidades, y se conceden iguales oportunidades de progreso a toda clase de personas. En tercer lugar, el islam ha prohibido toda especulación cuyo objeto es el lucro. Por ejemplo, el islam considera ilícito retener un determinado género en el mercado con la intención de obtener un mayor beneficio cuando suben los precios. Todos los métodos (por ejemplo, la formación de consorcios y similares) a través de los cuales el beneficio aumenta de forma no razonable han sido prohibidos por el islam.*

Se puede objetar que el comercio no sería posible sin el interés. Esto no es correcto. No hay una relación natural entre el comercio y el interés. Sin embargo, este último se asocia inconscientemente con el primero debido a que las naciones occidentales han basado durante largo tiempo su sistema comercial sobre esta forma crediticia. De no haber sido así, el comercio no hubiera dependido del interés, y estos países no se habrían enfrentado con la intranquilidad que se ha convertido en una constante pesadilla para su paz.

Hace solo unos cuantos siglos los musulmanes eran responsables en gran parte del comercio mundial, y lo llevaban a cabo entonces sin aplicar intereses. Incluso pedían préstamos a las clases pobres a través de préstamos de participación, y el comercio que ejercían contribuía de esta manera, directamente, al bienestar de estas clases. El interés no es esencial para el comercio, pero como el comercio se desempeña actualmente sobre la base del interés, da la impresión de que este se detendría si lo otro no existiera. Sin duda que, en al principio, supondría un inconveniente un cambio en el sistema, pero el sistema de comercio dependiente del interés puede ser gradualmente desechado, de igual manera como fue gradualmente adoptado.

El interés es una sanguijuela que absorbe la sangre de la humanidad, especialmente la de las clases media y baja. Incluso las clases adineradas no se encuentran completamente seguras contra su veneno. Pero obtienen de él una falsa satisfacción, y son reacios a abandonarlo. Igual que el leopardo, del que se dice que “se comió su propia lengua tras lamer persistentemente un trozo de piedra rugosa, pensando estúpidamente que era la carne y sangre de otro animal”. Los que están dispuestos a renunciar se sienten débiles para resistir la presión del sistema actual.

El sistema de créditos que prevalece en las naciones occidentales destruye la paz del mundo por dos caminos. Por una parte, favorece la acumulación de riquezas en pocas manos, y por otra, facilita la guerra. No puedo imaginar a ningún país participando en una guerra de la magnitud de la que fue testigo el mundo hace algunos años, a menos que hiciera descansar su capacidad de obtener dinero en los préstamos con interés. Ningún país estaría preparado para acarrear la pesada carga financiera causada por la guerra sobre cada nación beligerante, si el peso del enorme desembolso hubiera recaído directamente sobre la gente de cada país.

Esta última guerra, larga y devastadora, fue únicamente posible por la institución del interés. Si no se hubieran obtenido préstamos con intereses, muchas naciones se habrían retirado del conflicto mucho antes de que la guerra terminara, ya que sus arcas habrían quedado vacías, y su pueblo se habría rebelado en protesta contra el derroche criminal de hombres y dinero. Pero el sistema de préstamos hizo posible a los gobiernos continuar en un conflicto ruinoso al verse capacitados para mantener el vigor de la guerra sin tener que recurrir a impuestos indirectos. La gente de esas naciones no sintió el peso que se colocaba sobre sus espaldas en aquel momento, pero ahora se inclinan bajo la vacilante carga de las deudas nacionales; y las generaciones futuras se mantendrán ocupadas en reducir la carga. De no haber sido posible tales préstamos, el resultado de la guerra podría tal vez haber sido el mismo, pero la devastación de Francia, la ruina de Alemania, la destrucción de Austria y la considerable deuda de Inglaterra podrían haberse evitado. Es más, pudo ser evitada la guerra misma, y aunque hubiera llegado a estallar, los contendientes pronto habrían quedado exhaustos. Se hubiera firmado la paz en el primer año y la humanidad podría haber reanudado su marcha hacia el progreso.

Se están realizando esfuerzos para intentar una reducción de los arsenales existentes, pero se trata de medidas insuficientes que no ofrecen seguridad contra la repetición de la guerra. Si un gobierno decide hacer la guerra, no encontrará dificultades para proveerse de armas. La única medida segura para prevenir la guerra es la abolición del interés. El Sagrado Corán dice que el interés conduce a la guerra, y esto ha sido confirmado por la experiencia. Las guerras internas y externas se pueden acabar, y la paz se podrá establecer, solo y cuando se destierre el interés de los sistemas social y económico de las naciones. Entonces podremos realmente esperar ver correr ríos de miel. El rico dejará entonces de poseer el poder de oprimir al pobre, y los gobiernos temerán declarar la guerra, excepto en defensa del honor nacional, cuando estén convencidos de que el pueblo se encuentra preparado para realizar cualquier sacrificio por la causa nacional. No le sería posible a un soberano o a un gobierno sumir a una nación en la guerra por la satisfacción de un capricho personal, o por la promoción de una política partidaria.

Otra causa que contribuye a la acumulación de riquezas en pocas manos es la explotación de la riqueza mineral. El islam ha ideado un remedio para evitarlo declarando que el Estado ha de ser el propietario de una quinta parte de todas las minas. Esto, complementado con la institución del Zakat, asegura los derechos de las clases más pobres en la riqueza nacional. Si una persona descubre una mina en su propiedad que es incapaz de explotar debido a la falta de fondos, el gobierno adquirirá la mina, pagando y compensando adecuadamente al propietario, o le permitirá vender su porción a una tercera persona.

Las relaciones Internacionales

Debe señalarse al principio, que el ideal al que aspira el islam es el establecimiento de un gobierno mundial, así como hacer desaparecer todas las causas conducentes a las guerras y fricciones internacionales. Cada nación sería libre de intentar conseguir sus objetivos y aspiraciones nacionales, tendría una completa autonomía en asuntos locales, y sería solamente una unidad en un gran conjunto. Sin embargo, el islam no permite que sea utilizada la compulsión o la coerción para el logro de este ideal, ni siquiera a los gobiernos musulmanes, y lo deja enteramente a la voluntad de la gente de las diferentes naciones. Debemos desarrollar lo mejor posible el sistema actual, hasta que el mundo adquiera un espíritu de unidad en los asuntos concernientes al conjunto de la humanidad, dejando que los problemas locales sean solucionados por las autoridades del lugar, hasta el momento en que la gente de diferentes naciones se encuentre dispuesta a olvidar sus diferencias nacionales y a sacrificar sus prejuicios por el logro del bien común. Me limitaré, pues, a lo que el islam enseña en lo relativo al aspecto presente de las relaciones internacionales.

Unadelascausasdelascontiendasydisputasinternacionales es la codicia con que las ventajas conseguidas por una nación son contempladas por otras, así como los intentos de una nación de aprovecharse indebidamente de la debilidad de otras. El islam establece un principio que hace desaparecer tales disputas y disensiones. El Sagrado Corán dice:

“Y no mires con codicia a los beneficios materiales que hemos concedido a otras naciones para probarles respecto a sus acciones. Pues la merced de tu Señor sobre ti es mejor y más duradera.”142

Esto significa que las cosas sustraídas a otros no son duraderas ni producen ningún beneficio real. Sólo lo que Dios concede puede perdurar incluso en el próximo mundo.

Otra causa de disputas internacionales son los celos y las rivalidades entre las naciones. Por ejemplo, cuando una nación injuria a otra, aunque decidan pactar una tregua. Sin embargo, la nación agraviada, que guarda rencor contra la agresora, busca la oportunidad para injuriarla y obtener una ventaja indebida. El islam lo prohíbe y ordena la verdad y la rectitud en todos los asuntos. El Sagrado Corán dice:

“¡Oh, creyentes! Actuad con honradez en todos los asuntos por la causa de Dios y tratad con equidad a la gente. Que el odio a la gente que no es equitativa no os impulse a ser injustos. Haced justicia, pues esto es lo que se corresponde con la piedad. Temed a Dios, porque está bien enterado de cuanto hacéis”.143

Si se tuvieran en cuenta estos dos preceptos, ningún gobierno islámico sería culpable de alterar las relaciones internacionales, pues a los musulmanes se les ordena no codiciar las posesiones o ventajas disfrutadas por otros pueblos; se les ordena vigilar no sólo la moral individual, sino también la moral nacional.

Respecto a los pactos, el islam exige que éstos sean respetados no sólo por los intervinientes, sino también por quienes hayan pactado con alguna de las partes que integran el pacto. Así, pues, a un Estado islámico le está prohibido hacer la guerra a los aliados de sus amigos, incluso en el caso de que tales aliados formen parte del grupo enemigo, siempre que éstos no se unan abiertamente o ayuden activamente a tales enemigos. En caso de descubrirse una traición por parte de uno de los pueblos que hubiera firmado el tratado, éste no debe ser atacado de improviso, ni se debe tomar de él ventaja indebida. En primer lugar, se le debe advertir que, al faltar a su palabra, el pacto queda concluido, y que de persistir en su traición podría declarársele la guerra.

Por otra parte, estar permanentemente preparado para repeler cualquier agresión constituye también un medio para promover la paz, ya que, de otra forma, cualquier enemigo podría sacar provecho de tal descuido. Por ello, el islam ordena a todo estado musulmán estar siempre preparado para su defensa, pues siempre hay un riesgo de guerra mientras existan estados nacionalistas en otros países. Un gobierno no debe tentar a otros a hacerle la guerra descuidando sus defensas.

Si un estado islámico se ve forzado a entrar en guerra, debe cuidar de evitar hacer daño a las mujeres, los niños, los sanitarios, los ancianos y a aquellos que consagran su vida al servicio de la religión. Sólo está permitido matar en la batalla a los que combaten en ella y toman parte real en la contienda. En todos los casos que se solicite, debe concederse una tregua, y no debe causarse un daño innecesario. Deben ser respetados los sembrados, los árboles y las casas, a menos que su destrucción sea absolutamente necesaria para la defensa, o para acabar con el enemigo. No debe causarse daño con el único fin de debilitar al país después de la guerra. Tampoco deben rechazarse las propuestas de paz o de tregua por la simple suposición de que el bando contrario está actuando deshonestamente con el único deseo de ganar tiempo. Si tal deshonestidad no es evidente, las propuestas deben ser bien acogidas. Para la solución de las disputas internacionales el islam establece normas que proyectan una estructura similar a la Liga de Naciones, si bien esta última no comprende funciones que el islam asigna a tal cuerpo. Dice el Sagrado Corán:

“Si dos naciones musulmanas se pelean, imponed la concordia entre ambas (es decir, las demás naciones musulmanas deben tratar de prevenir que entren en guerra, hacer desaparecer las causas del conflicto y otorgar a cada parte sus justos derechos). Pero si una de ellas persiste en el ataque a la otra (y no acepta la decisión de la Liga de Naciones), combatidla hasta que se incline ante la orden de Dios (es decir, hasta que acepte someterse a una decisión equitativa). Y cuando se someta, estableced la concordia entre ambos, de acuerdo con las normas de la justicia y la equidad. Dios ama a los que son justos”.144

Este versículo establece los siguientes principios para el mantenimiento de la paz internacional:

Tan pronto como existan indicios de desacuerdo entre dos naciones, las demás naciones, en lugar de tomar baza por una o por otra, deben llamar su atención de inmediato, convocándolas a que sometan sus diferencias a la Liga de Naciones para una solución. Si están de acuerdo, la disputa será resuelta amistosamente; pero en el caso de que una de ellas rehúse someterse a la Liga, o habiéndose sometido no acepta su dictamen y se dispone a iniciar la guerra, las demás naciones deben luchar colectivamente contra ella. Es evidente que una nación, por muy poderosa que sea, no podrá resistirse a las fuerzas unidas de las demás naciones, y se verá obligada a una rápida sumisión. En este caso, las condiciones de la paz deberán ser acordadas entre las dos partes originales del conflicto. El resto de las naciones deberán actuar únicamente como mediadores, y no como partes en la disputa; y, por tanto, no deben exigir demandas nacidas del conflicto a la nación recalcitrante, ya que así se asentarían las bases de nuevos conflictos y disensiones. Al establecerse las condiciones de paz entre las partes en disputa debe cuidarse de que éstas sean justas y equitativas en lo relativo al origen del conflicto. Los mediadores no deben dejarse influenciar por el hecho de que una de las partes hubo desafiado su autoridad.

Si la Liga de Naciones se estableciera sobre estas líneas, la paz internacional quedaría asegurada de inmediato. Los problemas surgen por el hecho de que cuando se origina un conflicto entre dos naciones, las demás asumen el papel de entretenidos espectadores o, por el contrario, toman parte activa en la disputa. Esta conducta, en lugar de hacer desaparecer la causa de la fricción, la acentúa. Las demás naciones deben, sin expresar su opinión respecto a las razones del conflicto, convocar a ambas partes para que sometan sus diferencias a la Liga de Naciones, debiendo reservar la expresión de sus ideas y opiniones hasta haber escuchado a ambas partes y haber completado sus consultas. Solo entonces deberán emitir el fallo. Si una u otra de las partes rehúsa aceptar el fallo, las naciones componentes de la Liga deberán declararle la guerra hasta conseguir su rendición; y cuando ésta se haya obtenido, deberán solucionar la disputa original entre las partes y no exigir nuevas demandas surgidas de la conducta de la nación rebelde; ya que si los miembros de la Liga aprovecharan su posición ventajosa sobre la nación vencida, e impusieran condiciones calculadas para sacar provecho a favor de los mediadores de la disputa, sentarían los fundamentos de nuevas rivalidades, y la Liga dejaría de gozar del respeto y confianza de los pueblos de las distintas naciones. Por lo tanto, su decisión final debe confinarse al conflicto original entre las partes, sin extralimitarse.

Respecto a los gastos de esta guerra internacional, éstos deben ser costeados por los miembros de la Liga que participan en ella. Hay que decir que, en primer lugar, raramente surgiría la necesidad de hacer tal guerra. Cada nación se percataría de que sería inútil contender contra la voluntad unida de las demás naciones. En segundo lugar, como el plan estaría basado en la honestidad, y libre de toda clase de egoísmo por parte de cada uno de los países, todas las naciones se unirían de buen grado a la Liga, minimizando los gastos correspondientes a cada estado.

En tercer lugar, como cada nación obtendría beneficios del funcionamiento de este sistema, todas estarían dispuestas a realizar algún sacrificio por el mismo, y las guerras y las luchas se harían menos frecuentes. La seguridad obtenida y el ahorro en hombres y dinero supondría un gran beneficio en relación con el gasto que pudiera corresponder a cada nación por separado en una guerra internacional.

No obstante, si fuera preciso un sacrificio importante, las naciones deberían estar dispuestas a realizarlo. Si es un deber de los individuos hacer sacrificios con el propósito de establecer la paz, también es un deber de las naciones realizar sacrificios para tal fin; pues están igualmente sujetas a los principios morales como lo están los individuos.

El fracaso de los planes que se han adoptado hasta ahora para promover la paz y la amistad internacional se debe, en mi opinión, a las diferencias existentes entre los principios sobre los que se basan tales planes y los establecidos en el Sagrado Corán a tal propósito. Estas diferencias se refieren a cinco aspectos:

  1. Cada nación insiste en el cumplimiento de las condiciones de acuerdos previos pactados individualmente con otras naciones, y no está dispuesta a renunciar a ellos en favor de un acuerdo y entendimiento con las demás naciones en su
  2. Cuando surge una disputa entre dos o más naciones, se le deja seguir su curso, y no se hace ningún intento por parte de terceros países para obligar a las partes afectadas a llegar a un acuerdo antes de que el problema asuma grandes ‘
  3. Distintas naciones toman parte en estos conflictos, promoviendo así la disensión.
  4. Cuando una nación rebelde se rinde y se somete a otras naciones, éstas no se limitan a solucionar la disputa Cada una de ellas busca obtener alguna ventaja de la situación del país vencido.
  1. Las naciones no están dispuestas a realizar sacrificios en interés de la paz

Si tales defectos desaparecieran, se podría crear una Liga de Naciones de acuerdo con las líneas expuestas por el Sagrado Corán. Sólo a esta Liga podría serle confiado el mantenimiento de la paz internacional y no a una Liga cuya misma existencia dependiera de la buena voluntad de los demás.

La verdadera causa subyacente en todos los conflictos internacionales radica en que, mientras que la conducta individual se juzga por reglas morales, tales reglas se ignoran completamente cuando se cuestiona la conducta nacional. Pero mientras dicha conducta no esté en conformidad con las normas morales, las relaciones internacionales no se podrán establecer en condiciones satisfactorias.

Los interesados en tales asuntos deben averiguar, ante todo, cuáles son las razones de los conflictos internacionales, y después tomar las medidas para resolverlos. Debe ser creado un tribunal de arbitraje internacional basado en los principios islámicos para solucionar los conflictos que eventualmente surjan.

Las causas que dan lugar a tales conflictos son: su gobierno, o, de lo contrario, marcharse de la nación para no alterar la paz del país, ninguna nación se atrevería a atacar a otra sin tomar en consideración el gran esfuerzo que habría de realizar, pues saber que el pueblo atacado está dispuesto a todo tipo de sacrificio en defensa de su nación, disuadiría y desalentaría a la nación invasora.

  1. Los prejuicios nacionales son tan fuertes, que los individuos de ciertas naciones están dispuestos a prestar apoyo a actitudes agresivas de sus gobiernos por el mero hecho de tratarse de su gobierno, sin prejuzgar la legitimidad de tales Ello anima al gobierno a iniciar la guerra con facilidad, en la confianza de que tanto si su acción es correcta como si no, tiene el apoyo de su pueblo. De seguirse el principio establecido por el islam que dice que la mejor ayuda que una persona puede prestar a su hermano es impedir que cometa un acto de opresión, se podría evitar un gran número de guerras. No constituye un acto de verdadero patriotismo apoyar al propio gobierno en un acto de agresión injustificable; consiste, por el contrario, en salvarlo de un rumbo injusto.

En resumen, la traición por un lado, y los prejuicios nacionales por otro, son las principales causas de las guerras, y esto debe ser remediado antes de mantener una esperanza de paz.

El mundo debe darse cuenta de que el patriotismo y el amor a la humanidad no son incompatibles. El Santo Profetasa ha expresado este principio en una breve frase al decir: “debes ayudar a tu hermano tanto si éste es el opresor como si es el oprimido: al opresor, impidiéndole cometer actos de opresión, y al oprimido, liberándole de la opresión”.

Cuando un individuo trata de evitar que su propio pueblo o su gobierno actúen injustamente, su conducta no puede calificarse como antipatriota. Al contrario, actúa con verdadero patriotismo, ya que intenta salvaguardar el buen nombre de su nación del estigma de la opresión, y al mismo tiempo actúa con verdadero amor hacia la humanidad, pues sólo trata de imponer la observancia del principio “vive y deja vivir”.

  1. La tercera causa de los conflictos internacionales radica en la idea de la superioridad nacional. El Sagrado Corán dice:

“Que ningún pueblo menosprecie a otro. Es posible que el ultimo sea mejor que el primero”.145

También dice: “Hacemos que las diferentes naciones atraviesen períodos de adversidad y prosperidad”146. Una nación que avanza hacia la prosperidad no debe, por tanto, despreciar a otra y sembrar así la semilla de la hostilidad. Podría ocurrir que la nación hoy despreciada sea quien dirija a las demás mañana.

Los conflictos internacionales no concluirán hasta que el hombre se dé cuenta de que la humanidad es un sólo pueblo, y que la adversidad o prosperidad no son atributos hereditarios o permanentes de una nación. Ningún pueblo tiene un ritmo uniforme de progreso o adversidad, ni puede estar seguro contra un cambio adverso de sus circunstancias en el futuro. Las fuerzas volcánicas que elevaron a una nación al pináculo más alto de la gloria, o la condujeron al abismo más bajo de la ignominia, no han cesado de actuar. La naturaleza persevera en sus designios tan activamente hoy como lo hizo siglos atrás.

Relaciones entre los fieles de diferentes religiones

Respecto a las relaciones entre los fieles de diferentes religiones debo decir que el islam ordena una tolerancia mucho más amplia que cualquier otra religión. Por ejemplo,

  1. Prohíbe el empleo de términos despectivos respecto a los fundadores, santos o dirigentes de cualquier religión.
  2. Enseña que han surgido Profetas en todas las naciones, y que por tanto, a ninguna religión puede se le puede calificar de completamente
  3. Prohíbe la coacción en materia de fe, y prohíbe las guerras religiosas; pues la verdad se ha hecho evidente respecto a la falsedad, y a quien la verdad le da la vida, vivirá; y a quien la verdad le mata, morirá.

Existe en algunos sectores la errónea impresión de que el islam permite la propagación de la fe por medio de la espada. Nada más lejos de la verdad. El islam sólo permite la lucha contra el agresor que ataca a los musulmanes, y sólo mientras éste mantenga la lucha. ¿Puede acusarse a tal religión de incitar a la propagación por la espada? La verdad es que los que intentaron destruir al islam con la espada quedaron destruidos con esta misma arma, y nadie ha condenado nunca a las guerras en defensa propia.

Si el islam se hubiera extendido por la espada, ¿cómo se convirtieron aquellos que levantaron su espada por el islam? La religión que pudo conquistar el corazón de tales fieles, personas que sacrificaron todo por la fe, y la establecieron firmemente en la tierra frente a la oposición unida de todas las naciones, ¿no convence a los demás de su verdad?

Tal acusación es una cruel calumnia contra una religión que ha sido la primera en enseñar una completa tolerancia. Por ello, Dios ha enviado al Mesías Prometidoas, sin espada, para demostrar que el islam puede conquistar a las personas por su belleza y atractivo, y que no está distante el día en que el mundo reconocerá la verdad de esta manifestación.

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