La Expansión Del Dominio Musulmán Durante El Jalifato-E-Rashida
En el nombre de Al-lah, el Clemente, el Misericordioso
No hay digno de ser adorado excepto Al'lah, Muhammad es el Mensajero de Al'lah
Musulmanes que creen en el Mesías,
Hazrat Mirza Ghulam Ahmad Qadiani (as)

La Expansión Del Dominio Musulmán Durante El Jalifato-E-Rashida

por Fazal Malik, Canada. (The Al Hakam Weekly, 24 de mayo del 2019)

El Tratado de Hudaybiyyah fue muy importante en la historia del islam porque sentó las bases para la expansión del islam en la Península Arábiga y fue el precedente de la expansión de las fronteras del dominio musulmán en el norte de África y Asia Menor durante la época de Jalifato-e-Rashida, y, aunque muchos musulmanes inicialmente lo vieron con amargura, resultó un gran triunfo.

El tratado permitió a algunos de los más grandes guerreros árabes y enemigos del islam ser testigos de su naturaleza pacífica y aceptarlo. Entre ellos se encontraban el tío del Santo Profeta, Hazrat Abbas(ra) bin Abdul Muttalib; Hazrat Jalid(ra) bin Waleed – la Espada del Islam; y Hazrat Amr(ra) bin al-Aas – que más tarde sería conquistador de Egipto. Como resultado del tratado, los jefes de La Meca, que habían prohibido a los musulmanes entrar en la ciudad, acogieron a Hazrat Muhammad Mustafa(sa) como su jefe en menos de dos años.

Poco después de la victoria de La Meca, el Santo Profeta (sa) falleció. Su fallecimiento tuvo un impacto brutal en todos los ámbitos. Los musulmanes se quedaron sin su Profeta y la Península Arábiga sin rey. Dios guio a los musulmanes hacia un líder fuerte y Hazrat Abu Bakr(ra) fue elegido Jalifa. Fue un momento histórico, ya que nunca antes, en su historia, los árabes habían prometido lealtad a una persona, con unaminidad, por una razón distinta a la fe. Cada clan, cada tribu, había permanecido independiente antes de la llegada del islam, y aquí se presentaron como hermanos, unos con otros.

Las guerras de Ridda

Con la noticia del fallecimiento del Santo Profeta (sa), la situación política de Arabia empezó a cambiar. Cuatro pretendientes al rango de profeta comenzaron a instigar a los árabes, que geográficamente se hallaban lejos de Medina para que se rebelaran. El más poderoso de ellos era Musaylima, que había reunido un ejército de 40.000 personas. Se alió con una falsa profetisa, Sajah bint al-Harith, y planeó la toma hostil de Medina.

Cuando las noticias de los disturbios y las revueltas, causados por los falsos profetas, llegaron a Medina, Hazrat Abu Bakr(ra) ya había enviado el ejército a la frontera siria. Se necesita una breve información básica sobre los antecedentes para entender por qué ocurrió esto en una coyuntura tan delicada.

La enemistad entre el Imperio bizantino y el Imperio persa es antigua, ya que los ataques en territorio árabe se remontan a principios del siglo V, unos 100 años antes de la aparición del islam. Con el advenimiento del islam, las agresiones se volvieron más delimitadas e intensas.

Al regresar de la Peregrinación a la Meca en el año 629, el Santo Profeta (sa) supo sobre la posibilidad de un ataque a Medina desde el frente sirio. Con el fin de informarse sobre la situación, envió a un grupo formado de 15 personas, pero todos ellos fueron martirizados. Al conocer lo ocurrido, el Santo Profeta (sa) mandó a un emisario al emperador romano para preguntar qué había provocado esta atrocidad. Lamentablemente, este mensajero -Al Haras(ra)- fue interceptado en Mu’tah, capturado y asesinado por el gobernador local. En respuesta, el Santo Profeta (sa) envió un ejército de 3.000 hombres que, por la gracia de Dios, obligó a retirarse al ejército enemigo formado por más de 150.000 soldados. Sin embargo, en esta batalla, los musulmanes sufrieron una gran pérdida.

Tres años más tarde, en el 632 d.C., el Santo Profeta (sa) fue informado, por fuentes fidedignas, de que los romanos se estaban reuniendo para participar en una batalla contra los musulmanes. Bajo el mando de Usama (ra), el Santo Profeta (sa) envió un ejército para enfrentarse a los bizantinos en el punto de reunión. El ejército no había despejado completamente la frontera de Medina cuando el Santo Profeta(sa) falleció y las tropas que avanzaban se detuvieron.

Cuando Hazrat Abu Bakr(ra) fue elegido jalifa, ejecutó de inmediato la última orden del Santo Profeta (sa). Mientras el ejército estaba en su misión, las noticias de la rebelión llegaron a Medina. La supresión de la rebelión y la seguridad del estado musulmán eran de suma importancia. Musaylima había comenzado a matar musulmanes en tierras lejanas, como Yemen y Bahrein. Además de la rebelión de los cuatro falsos profetas, algunas tribus beduinas habían formado un pequeño ejército para atacar Medina. Había que hacer frente a todas estas rebeliones con decisión y rapidez. Con su fe en Dios y su experta planificación militar, el primer Jalifa del Islam, Hazrat Abu Bakr (ra) atacó y reprimió a todas las fuerzas del mal, perdonando a los que buscaban el perdón y castigando a los que cometían traición.  Cabe mencionar que no todas las tribus se habían sublevado; ya que entre los rebeldes había muchos que permanecieron leales al gobierno de Medina y se negaron a luchar.

Durante el levantamiento, los imperios persa y romano enviaron abiertamente tropas para luchar junto a los rebeldes, especialmente en Yemen y Bahréin. Una vez establecida la paz en Arabia, se desplegaron contingentes musulmanes en las fronteras con el Imperio Persa y el Romano, para reducir la posibilidad de nuevos ataques. Esto no disuadió a los dos imperios, que continuaron sus hostilidades, perturbando constantemente la paz interna de Arabia. Estas provocaciones territoriales esporádicas estuvieron a punto de desencadenar una guerra.

En el verano del año 634 dC. las fuerzas de Bizancio se habían reunido en un lugar conocido como Ajnadain, con la misión de atacar y destruir a los musulmanes. Se desconoce la ubicación exacta de Ajnadain, pero se cree que estaba al oeste de Jordania, no muy lejos de Jerusalén. El ejército bizantino superaba en número al ejército musulmán en una proporción de 3-1, pero cuando la Espada de Dios, Hazrat Khalid bin Waleed (ra) comenzó a ejecutar las órdenes del Jalifa para proteger a los musulmanes y al islam de la embestida del ejército bizantino, Dios concedió una victoria decisiva a los musulmanes, expandiendo las tierras gobernadas por ellos más al norte, en lo más profundo de Oriente Medio. La guerra estaba lejos de finalizar, ya que Heraclio no podía aceptar la derrota y planeaba atacar la Península Arábiga en un futuro muy cercano.

Antes de que la noticia de la victoria pudiera llegar a Hazrat Abu Bakr (ra), él se fue de este mundo para descansar a los pies de su Maestro, el Santo Profeta del islam, Hazrat Muhammad Mustafa(sa).

Una nota informativa sobre la expansión territorial del islam

A propósito de la expansión del islam durante el período de Jalifa-e-Rashida, William Muir, un crítico del islam e historiador cristiano admite que “la obligación de imponer el islam mediante una cruzada universal aún no había llegado a la mente de los musulmanes”. Se trata de una sólida observación que ha eludido el historiador moderno, que confunde la situación actual con la conducta prístina de los Jalifas Rashideen. (ra)

Esta situación se ve recrudecida por algunos historiadores musulmanes que encuentran la glorificación del islam en las batallas, en lugar de la verdadera enseñanza del Santo Profeta (sa), que es ganarse los corazones de la gente. Ignoran uno de los mandamientos más básicos del Sagrado Corán (Cap.2: V.256); haciendo oídos sordos al dolor cuando Hazrat Umar (ra) comentó: “Deseo que entre Mesopotamia y los países de más allá, las colinas sean una barrera para que los persas no puedan llegar a nosotros, ni nosotros a ellos… Preferiría la seguridad de mi pueblo a miles de botines y más conquistas”. (William Muir, The Caliphate, p. 120).

Quien espere un brusco incremento de conversiones al islam durante el siglo VII se llevará una decepción, ya que hasta bien entrado el siglo X, menos del 10% de la población era musulmana en Siria, Palestina y Egipto, (Albert Hourani, A History of the Arab Peoples, pp. 46-47 [1991]). Las razones de la conversión son diversas y se analizarán al final del artículo.

Las dos alas de un pájaro

Los dos imperios que seguían siendo una amenaza constante para el islam y para los musulmanes en Arabia, los bizantinos (romanos) y los sasánidas (persas), no estaban dispuestos a retroceder. Después de haber perdido en manos del ejército musulmán y mientras se inmiscuían en los asuntos del estado árabe en Bahrein, los persas estaban reuniendo sus ejércitos para dar un golpe decisivo y definitivo a los musulmanes.

La llamada de auxilio desde el frente bizantino fue recibida por Hazrat Abu Bakr (ra) en su lecho de muerte, quien ordenó a Hazrat Umar (ra) que enviara refuerzos de inmediato. El emperador Heraclio había abandonado Constantinopla (Estambul) y se dirigía a Damasco en un intento de aplastar a los musulmanes. Después de que se le ofreciera una rama de olivo en varias ocasiones, siempre había elegido la espada, lo que obligó a los musulmanes a defenderse.

Durante varios meses, la mayor parte del año 636 d.C., las fuerzas musulmanas lucharon contra el enemigo en Damasco y Jordania, obteniendo la victoria decisiva en la batalla de Yarmuk, el río que marca la frontera entre la actual Siria y Jordania. Fue una dura batalla que resultó victoriosa para los musulmanes en la que, además de ganar Siria y Damasco, expulsó con éxito al ejército bizantino del corazón de su Imperio.

El Patriarca (Papa) de Jerusalén entregó la ciudad al propio Hazrat Umar (ra).  Hazrat Ali (ra) se encargó de negociar un tratado de paz con los cristianos, a los que se garantizó la libertad de culto, entre otras libertades civiles que no existían con anterioridad. Algún tiempo después de tomar Jerusalén, Hazrat Umar (ra) invitó a las familias judías expulsadas de la ciudad por los bizantinos a vivir de nuevo en Jerusalén. Él mismo tomó la iniciativa de restaurar el Templo de Salomón, destruido por los romanos.

El Imperio bizantino no veía con buenos ojos a los cristianos no ortodoxos.  La suya era la única vía de salvación. Los que tenían otras creencias eran considerados criminales y calificados como “hijos de Satanás” (Alexander A. Vasiliev, Historia del Imperio Bizantino, p. 148 [1952]). La época del dominio musulmán fue gratificante para los habitantes de Emesa (Homs) y Damasco, Palestina y Siria.  El reconocimiento de los cristianos monofisitas, nestorianos, ortodoxos, samaritanos y judaicos como religión legítima y la igualdad de derechos civiles y religiosos fue motivo de gran alegría para ellos.  Esto dio lugar al mandato coránico que enseña muchos caminos para la salvación (cap. 2: V.213-214) y no permite la persecución religiosa.

Sin embargo, la amenaza estaba aún lejos de terminar. Poco después de que las fuerzas bizantinas fueran expulsadas de Siria, los musulmanes descubrieron una multitudinaria escalada militar en Egipto, una de las provincias del Imperio Bizantino.  Tras el fallecimiento de Heraclio, su hijo y su viuda -la emperatriz Martina- habían iniciado un incremento de la presencia militar con la intención de atacar Palestina y Siria. Amr (ra) bin al-Aas recibió permiso para combatir a las tropas y detenerlas en Egipto. No era ni una tarea fácil ni el momento adecuado, ya que había estallado una plaga en Siria (Plaga de Amwas) y había mermado las fuerzas musulmanas en unos 25.000 efectivos.

Con un pequeño ejército de unas 4.000 personas, los musulmanes se embarcaron en una audaz expedición. En la toma pacífica del este de Egipto, encontraron dos grandes aliados: los coptos y los judíos en su lucha contra los opresores. En poco más de un año, ganaron Egipto y las últimas fuerzas bizantinas que amenazaban con aniquilar a los musulmanes fueron dominadas.

Mientras la guerra bizantina hacía estragos en el frente norte, el Imperio Persa se encontraba ocupado reforzando sus tropas. Los musulmanes habían llegado a un acuerdo de paz con los persas en dos ocasiones, pero eso no impidió que continuaran provocando disturbios constantes en el estado islámico. El rey persa -Yazdegerd III- seguía incitando a la gente de los territorios circundantes a rebelarse contra Medina. Analizando la situación, Hazrat Umar (ra) decidió enviar una delegación para reunirse con el rey en Midian. El rey recibió a la representación, pero los humilló en la corte. Tras repetidas violaciones del tratado de paz, Hazrat Umar (ra) decidió combatirlos. La primera batalla que se produjo fue la de Tustar, que ganaron los musulmanes. La batalla decisiva tuvo lugar en el lugar de Nihawand, donde el ejército musulmán de 30.000 personas se enfrentó a un ejército persa de 150.000.  Los persas se protegieron en un castillo; el comandante musulmán, Hazrat Numan (ra), los sacó tácticamente de su posición fortificada hacia un estrecho paso entre dos montañas. Esto resultó fatal para los persas. Sin ejército que resistiera y con el rey escondido, Persia, en cuestión de días, quedó bajo control musulmán.

En una década, durante el Jalifato de Hazrat Umar (ra), las fuerzas que amenazaban Medina fueron neutralizadas; y de momento, un ataque en suelo árabe parecía difícil. La gente, bajo el dominio musulmán, conoció libertades que antes no existían. Los judíos y los cristianos podían rendir culto en público, mantener sus propios edificios religiosos y tener sus propias organizaciones religiosas. A cambio de estar exentos del servicio militar, que se esperaba de todos los musulmanes, debían pagar un impuesto, la jizya, como contribución a la defensa del Estado.

Estas comunidades se conocían como dhimma (personas protegidas) y gozaban de una protección absoluta a nivel legal y militar por parte del gobierno musulmán. Para cualquier gobierno musulmán, violar el estatus de protección de estos dhimma era un delito grave. El Santo Profeta Muhammad (sa) dijo: “Quien agravie a un judío o a un cristiano me tendrá a mí como acusador en el Día del Juicio”.

En el año 644 d.C., Hazrat Umar (ra) fue martirizado por un esclavo persa por una enemistad personal contra él. El consejo electoral eligió a Hazrat Usman (ra) como su sucesor.

Apenas había pasado medio año desde la elección del nuevo Jalifa, Hazrat Usman (ra), cuando comenzó la revuelta en tierras persas. El rey persa exiliado Yazdegerd III desplegó espías que recorrieron Persia, incitando a la población a la revuelta. Hazrat Usman (ra) dio un paso decisivo, limpiando el territorio de todas las influencias insurgentes y, por necesidades estratégicas, para evitar nuevos ataques, colocó a las fuerzas musulmanas en las fronteras de Afganistán, Turquestán y Jurasán, que ahora estaban anexionadas al dominio musulmán.

El Imperio Persa había sido sometido y ya no supondría una amenaza. El Imperio Bizantino, que no estaba dispuesto a ser derrotado, atacó ahora.

El emperador romano Constantino I eligió Bizancio como sede de la nueva “Roma” con Constantinopla (Estambul) como capital. Esto ocurrió en el año 330 d.C., cinco años después del Concilio de Nicea en el que Constantino había establecido el cristianismo como la religión oficial de Roma.

En el año 364 d.C., el emperador Valentiniano I dividió el imperio en regiones occidentales y orientales, situándose él mismo en el poder en el oeste y su hermano Valente en el este. Fue el Imperio Romano de Oriente, conocido como Imperio Bizantino, el que se enfrentó a los musulmanes en el siglo VII. Antes de la guerra con los musulmanes árabes, una zona geográfica impresionante presumía de su orgullo; orgullo que ahora exigía echar al olvido a los nómadas de Arabia. La guerra con Arabia había resultado costosa para el Imperio Romano. A pesar de las pérdidas masivas, no aceptaron la derrota y esperaron el momento oportuno para contraatacar.

La muerte de Hazrat Umar (ra) les proporcionó esa oportunidad. O, al menos, eso pensaron. Alentados por las comunidades periféricas del antiguo Imperio Bizantino, lanzaron una operación militar masiva contra los musulmanes. Abrumado y tomado por sorpresa, el gobernador de Siria Hazrat Muawiya (ra) pidió ayuda al Jalifa Usman (ra), quien, como respuesta, recibió miles de tropas.

La primera victoria fue la Batalla de los Mástiles frente a la costa de Licia en el año 655 d.C., en la que los musulmanes obtuvieron una victoria naval decisiva sobre los bizantinos. Fue una victoria en dos frentes principales. Por un lado, expulsó a las fuerzas de élite romanas de su fortaleza y, por otro, inició la formación de la primera armada musulmana para proteger a la nación contra nuevos ataques bizantinos.

En el frente del Norte de África, los últimos bastiones romanos que se rebelaron tuvieron que ser eliminados, y lugares tan lejanos como Trípoli cayeron bajo el dominio de los musulmanes. Finalmente, los sueños de Bizancio de eliminar el dominio musulmán fueron rotos. A los bizantinos se les hizo retroceder a Constantinopla y, sufriendo una guerra interna, no se enfrentarían a los musulmanes durante otro siglo, y eso también por razones muy diferentes.

Con las tierras gobernadas por los musulmanes que se extienden desde el Atlántico hasta el Océano Índico, las tribus árabes que emigran en masa a tierras lejanas y los no árabes que entran en contacto cada vez más con los musulmanes, se plantean enormes desafíos administrativos. Hazrat Usman (ra), un excelente administrador, se mantuvo al tanto de los problemas y las necesidades tanto de sus electores, musulmanes y no musulmanes por igual, estableciendo un sistema de inspección en todo el dominio musulmán e inició sistemas para proteger al público de las fluctuaciones del mercado en respuesta a la oferta y la demanda de la economía. Además de invertir en infraestructuras como carreteras, edificios y áreas de descanso, formalizó los códigos de pago del servicio civil y militar.

Con la expansión del reino, la lengua árabe fue evolucionando y surgió la cuestión de la homologación del Sagrado Corán. El Sagrado Corán fue escrito y ordenado durante la vida del Santo Profeta (sa); y la recopilación de todas las fuentes en un libro estándar se completó durante la vida del primer Jalifa, Hazrat Abu Bakr (ra), que fue ayudado por Hazrat Umar (ra).  Alarmado por los informes sobre la recitación errónea del Sagrado Corán, Hazrat Usman (ra) encargó a un antiguo escriba, Hazrat Zaid(ra) bin Thabit, y a otros miembros destacados de los Quraish, que elaboraran una copia estándar del texto, tal y como se hablaba en el dialecto de los Quraish. Se hicieron múltiples copias del original y se enviaron a las principales ciudades del territorio islámico, como Damasco, Basora y Kufa.

Mientras el avance del islam continuaba su extraordinario ascenso, las fuerzas opositoras trabajaban para socavar el éxito del Jalifato. En el año 656 d.C., Hazrat Usman (ra) fue martirizado y Hazrat Ali (ra) fue elegido jalifa. Como predijo el Santo Profeta (sa) hace casi tres décadas, el Jalifato de Hazrat Ali ibn abi Talib (ra) sería el último durante otros mil años.

Los nubarrones de la guerra podían verse sobre los desiertos de Arabia, pero Hazrat Ali (ra) no se enorgulleció de los vastos recursos de Arabia bajo su mando, ni del amplio armamento o ejército que había construido en las últimas décadas. Dirigió su atención hacia Dios y buscó refugio en Él. Su reinado fue corto, pero con rasgos de los Jalifas anteriores. Durante su vida, el centro del Jalifato se trasladó de Medina a Kufa.

El martirio de Hazrat Usman (ra) había dejado una profunda herida en los corazones de los musulmanes y, la seguridad de la población que se extendía desde Trípoli hasta Damasco y Medina era sumamente importante. Hazrat Ali (ra) estableció de inmediato un cuerpo policial y siguió invirtiendo en la infraestructura de todo el territorio. El reino ampliado, los nuevos musulmanes con dialectos e idiomas extranjeros y nuevos tipos de cuestiones sociales esperaban al nuevo Jalifa.

Aunque el criterio de la caligrafía del Sagrado Corán se recopiló en la época de Hazrat Usman (ra), la norma de la pronunciación del Sagrado Corán, sin ninguna duda, del significado de las palabras, era de suma importancia. El Sagrado Corán fue revelado en forma poética en una cultura que valoraba el lenguaje y particularmente la poesía. Fue en la época de Hazrat Alí (ra) cuando se establecieron normas para la recopilación del Sagrado Corán con reglas de qirat [recitación]. Se fijaron las reglas de recitación y se enseñó, por primera vez, la gramática árabe como asignatura.

Al crecer en la casa del Profeta (sa), Hazrat Ali (ra) poseía una comprensión única del Sagrado Corán y la Sunnah. Su conocimiento y sabiduría eran tales que el Santo Profeta (sa) le declaró el “Sello de todo conocimiento”, o una persona cuya sabiduría no podía ser superada. Su conocimiento religioso era tan profundo que los tres Jalifas-e-Rashideen recurrieron a su ayuda ante varios problemas legales.

Hazrat Ali (ra) fue un jurista excepcional que llevó el ijtihad a niveles sin precedentes. El ijtihad consiste en aplicar un razonamiento jurídico independiente para dar respuestas allí donde el Sagrado Corán y la Sunnah guardan silencio. Esto se aplica sobre todo a situaciones sociales y no a cuestiones religiosas. El concepto de ijtihad se remonta al siglo VI de la Hégira, cuando el Santo Profeta (sa) nombró a Hazrat Muaz bin Jabal (ra) como jurista de Yemen.

Su elocuente discurso y sus sermones forman parte de la cultura islámica general.  Un gran número de sus sermones, cartas, comentarios y narraciones están recogidos en un libro titulado Nahj al-Balaghah (La cima de la elocuencia). Una parte importante del libro contiene un extenso debate sobre el equilibrio entre los derechos y los deberes.

El periodo de Jalifato-e-Rashida llegó a su fin de forma repentina un fatídico día durante el Ramadán del año 661 d.C. cuando Hazrat Ali (ra) fue martirizado mientras rezaba en la mezquita de Kufa. Este fue un punto de inflexión en la historia del islam y el comienzo de un nuevo capítulo con Hazrat Muawiyya (ra) como primer Jalifa Omeya. Durante el periodo del Jalifato-e-Rashida, el Jalifa era elegido por su piedad y virtud; sin embargo, a partir del periodo omeya, se convirtió en una dinastía en la que el Jalifato se transmitía por relaciones de sangre.

Bajo los omeyas, la migración de las tribus árabes continuó por todo el territorio como lo habían hecho durante los últimos veinte años. Individuos cristianos y judíos, dependiendo de su propia experiencia con los musulmanes, sus intereses y prejuicios, retrataron el islam de maneras muy diferente. Pocos escribieron sobre sus relaciones recíprocas. Ninguno de los escritores utilizaba las palabras islam o musulmán; en su lugar, hablaban de sarracenos, árabes, turcos, paganos, moros o, simplemente, de aquellos que seguían la ley de Muhammad (sa).

A medida que el árabe se convertía en la lengua dominante del nuevo imperio musulmán y que la conversión al islam facilitaba el acceso al servicio gubernamental, un número creciente de cristianos comenzó a convertirse al islam. Hacia mediados del siglo VIII, los líderes de las comunidades cristianas comenzaron a ver con inquietud y buscaron la manera de frenar las conversiones. Sentían la necesidad urgente de convencer a los cristianos de que no se convirtieran. Había que explicar el islam a un cristiano medio como algo malo. Esto dio lugar a biografías difamatorias del Santo Profeta (sa), algo que pronto se convirtió en un elemento básico de las cuestiones anti-musulmanas.

Diversas tradiciones apocalípticas habían predicho durante mucho tiempo las conversiones masivas a una religión “falsa”. Al igual que los judíos habían utilizado estas tradiciones para explicar los éxitos del cristianismo, ahora tanto los cristianos como los judíos las empleaban para explicar los del islam. El islam se convirtió en una manifestación del Anticristo y se produjo un aumento de la actividad apocalíptica entre los judíos y los cristianos que vivían en el Imperio Islámico.

Entre los judíos, por ejemplo, Abu Isa de Isfahan, a principios del siglo VIII, afirmó ser un profeta y el Mesías, y su movimiento prosperó durante casi un siglo. El Apocalipsis de Pseudo-Metodio, una obra muy conocida, escrita originalmente en Siria hacia el año 692, se tradujo a muchas lenguas para disuadir a los cristianos a abandonar su fe. El tema central del libro (y de la mayor parte, si no de toda la literatura apocalíptica) era que los musulmanes habían sido hechos para gobernar a los cristianos, no porque Dios amara a los musulmanes, sino porque los cristianos habían pecado en exceso. La idea era convencer al cristiano medio de que la presencia musulmana era permanente, al menos hasta que se produjera el final apocalíptico y el Mesías reviviera la gloria de Roma.

Sin embargo, la expansión del dominio musulmán hasta convertirse en un imperio y la libertad de fe en la primera parte del dominio hasta alrededor del siglo XI, significó que los esfuerzos apocalípticos de los cristianos fueron, en su mayoría, en vano y, el islam, como religión, se extendió a una velocidad mucho mayor con la gente entrando en su estado por su propia voluntad.

A medida que el tiempo avanzaba y el gobierno omeya caía en manos de los abasíes y, finalmente, de los otomanos, la enseñanza del amor para muchos se volvió hacia la espada y las palabras del Sagrado Corán, para muchos más, se perdieron en el polvo de la codicia. No fue hasta el siglo XIX cuando las palabras proféticas del Santo Profeta (sa) se hicieron realidad y el Mesías fue resucitado para que las personas del mundo volviesen a ver a su Dios.

Este Mesías debía romper la espada y ganar los corazones de cada hombre, mujer y niño de este planeta. Hoy en día, la institución Ahmadia del Jalifa es una manifestación de las enseñanzas del Sagrado Corán, una guía para todo aquel que desee que la paz resida en su corazón.

Fuentes principales utilizadas para este artículo:

Akbar Shah Najeebabadi, History of Islam. Darussalam, 2000.

Ahmad ibn Yahya Al-Baladhuri, Origins of Islamic State (Kitab futuh al-Buldan). Columbia, 1916.

David Nicolle, The Great Islamic Conquests AD 632-750. Osprey, 2009.

William Muir, The Caliphate – Its Rise, Decline and Fall. Edinburgh, 1924.

N Saifi, An Outline of Early Islamic History. Tabshir, Rabwah.

Shibli Naumani, Al-Farook. Dar-ul-Ishaat (Urdu Translation).

Al-Tabari, History of al-Tabari (Tarikh al-rusul wal-muluk).

Encyclopedia of Islam. Brill Publishing

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