La vida del Santo Profeta (sa)
Sermón del viernes 11-07-2025
Después de recitar el Tashahud, el Taawuz y la Surah al-Fatihah, Su Santidad, el Jalifa V del Mesías (aba) dijo:
Como se mencionó en el sermón del viernes anterior, las llaves de La Kaaba estaban con Uzman bin Talha. Cuando La Meca fue conquistada, Hazrat Ali (ra) solicitó recibir el honor de distribuir agua junto con el honor de custodiar las llaves; es decir, que le entregaran las llaves. Sin embargo, al salir de La Kaaba, el Santo Profeta (sa) llamó a Uzman bin Talha, le devolvió las llaves y dijo:
[árabe]
“Hoy es el día de la virtud y del cumplimiento del juramento”. En ese momento, Uzman bin Talha ya había aceptado el islam.
Los detalles de por qué el Santo Profeta (sa) dijo esto son los siguientes. Antes de la migración del Santo Profeta (sa) de La Meca a Medina, el Santo Profeta (sa) una vez le pidió las llaves de La Kaaba a Uzman bin Talha. Él respondió maldiciendo al Santo Profeta (sa) y utilizó un lenguaje extremadamente grosero. El Santo Profeta (sa) trató esto con extrema paciencia y dijo:
[árabe]
“¡Oh Uzman! Recuerda que estas llaves caerán en mis manos un día y las entregaré a quien yo quiera”. En respuesta, Uzman dijo que si alguna vez llega un momento como este, será el momento de la destrucción y la humillación de los Quraish. Ante esto, el Santo Profeta (sa) dijo:
[árabe]
“No será así. Más bien, en ese momento, a los Quraish se les concederá honor y respeto”. En esa ocasión se le recordó todas las injusticias que se cometieron contra él (sa). Sin embargo, a pesar de esto, mostró misericordia y bondad a estas gentes.
En otra narración, Uzman bin Talha relata personalmente que durante los días de ignorancia, abríamos La Kaaba los lunes y jueves. Un día, el Santo Profeta (sa) se acercó y quiso entrar a La Kaaba con algunos Compañeros. Ante esto le respondí con duras palabras. Sin embargo, él (sa) respondió con dulzura: “¡Oh, Uzman! Un día verás estas llaves en mis manos y las daré a quien yo quiera”. Ese día, Uzman habría recordado todas estas cosas y, de manera similar, el Santo Profeta (sa) tampoco las habría olvidado. A pesar de esto, el Santo Profeta (sa) le dijo: “¡Oh, Uzman! Cuida tus llaves”. A pesar de todo esto, el Santo Profeta (sa) le dijo: “Aquí, te doy las llaves hoy. Hoy es el día de la virtud y del cumplimiento del juramento. Toma estas llaves para siempre. Sólo una persona injusta podrá arrebatártelas. Además, estas llaves permanecerán en tu familia”. Así, hasta el día de hoy, las llaves de La Kaaba se han transmitido de generación en generación en esta misma familia.
Según una narración, el segundo día de la conquista de La Meca, los Banu Juza’ah mataron a un idólatra de los Banu Hudail. El Santo Profeta (sa) se puso de pie para dar un sermón después de la oración del mediodía. El Santo Profeta (sa) estaba apoyado con su espalda contra La Kaaba. Según otra narración, estaba montado en su camella. Glorificó a Al’lah y dijo: “¡Oh gente! Dios Altísimo ha santificado a La Meca desde el día en que creó los cielos y la tierra, desde el día en que creó el Sol y la Luna, y desde el día en que creó estas dos montañas, Safa y Marwah”. El Santo Profeta (sa) continuó: “La gente no lo bendijo, sino que fue Al’lah quien lo hizo y permanecerá sagrado hasta el Día del Juicio. Así pues, a quien crea en Dios Altísimo y en el Día del Juicio, le será ilícito derramar sangre allí y talar sus árboles. Esto no fue lícito para nadie antes de mí, ni lo será para nadie después de mí. Me fue lícito por un momento, pero luego su santidad fue restablecida como antes. Aquellos de ustedes que estén presentes deberán informar a los que no están presentes. Quien os diga que el Santo Profeta (sa) luchó allí, decidle que Dios Altísimo lo hizo lícito para Su Mensajero, pero no lo hizo lícito para vosotros. ¡Oh pueblo! El más atrevido de todos los hombres hacia Dios Altísimo es aquel que mata en la Sagrada [Kaaba], o que mata a alguien que no sea su [potencial] asesino, o aquel que es asesinado como retribución por el asesinato de alguien durante los días de la ignorancia. ¡Oh Banu Juza’ah! Abstenéos de matar. Habéis matado a una persona y yo pagaré su precio de sangre” (el Santo Profeta [sa] dijo que pagaría su dinero de sangre, ya que había un pacto). Si alguien mata a una persona después de mi protección, su familia tendrá dos opciones: si lo desean, pueden tomar el dinero de sangre y si lo desean, pueden matarlo”. Después de esto, el Santo Profeta (sa) dio cien camellos como dinero de sangre de la persona asesinada por los Banu Juza’ah. El Santo Profeta (sa) dio el dinero de sangre en su nombre.
Casi al mismo tiempo, salió a la luz el insidioso plan de Fadalah bin Umair para intentar matar al Santo Profeta (sa), cuyos detalles son que el día de la Conquista de La Meca había muchos que estaban furiosos en secreto, pero estaban indefensos. Esta es la razón por la que ciertos jóvenes de La Meca como Ikrimah se situaron en un lugar y formaron un pelotón en forma de resistencia armada. Entre la gente con esta mentalidad se encontraba Fadalah bin Umair. Afirma afirma que “cuando el Mensajero de Al’lah (sa) estaba realizando circuitos alrededor de La Kaaba, me uní al grupo con la intención de aprovechar una oportunidad cuando me acercara a él y (¡Dios nos perdone!) matarlo con mi daga”.
Con esta intención comenzó a caminar detrás del Santo Profeta (sa). Tan pronto como se acercó, el Santo Profeta (sa) se volvió hacia él y le dijo: “Tú eres Fadalah”. Fadalah respondió afirmativamente. Entonces el Santo Profeta (sa) preguntó: “¿En qué estás pensando?”. “Estoy ocupado recordando a Al’lah”, respondió Fadalah. Dijo una mentira. El Santo Profeta (sa) sonrió y respondió: “Debes buscar el perdón de Dios. No estabas haciendo lo que acabas de decir”. Luego, el Santo Profeta (sa) se acercó a Fadalah y colocó su mano sobre su pecho. Fadalah relata: “¡Por Dios! El Santo Profeta (sa) no había quitado su mano bendita de mi pecho, que se había convertido en la persona más amada del mundo para mí, y regresé a casa con mi familia”. Vean la intención con la que había venido y cómo todo su mundo fue transformado.
Asimismo, en estos días se produjo el incidente del padre de Hazrat Abu Bakr que aceptó el islam. Hasta la Conquista de La Meca, no había aceptado el islam y para entonces ya había perdido la vista. En la Conquista de La Meca, cuando el Santo Profeta (sa) entró en el perímetro sagrado de la mezquita, Hazrat Abu Bakr trajo a su padre ante él (sa). Cuando el Santo Profeta (sa) le vio, dijo: “¡Oh, Abu Bakr! Deberías haber dejado a este anciano en su casa; has traído a una persona tan anciana aquí. Yo mismo habría ido a verlo”. A esto Abu Bakr (ra) respondió: “¡Oh Mensajero de Al’lah! Es más apropiado que él se presente ante Usted, en lugar de que Usted vaya a verle”. Hazrat Abu Bakr sentó a su padre ante el Santo Profeta (sa), quien colocó su mano sobre su pecho y dijo: “Acepte el islam, encontrará la paz”, ante lo cual el padre de Abu Bakr aceptó el islam.
Se menciona que el Santo Profeta (sa) comió en la casa de Umm Hani. Hazrat Ibn Abbas relata que el día de la Conquista de La Meca, el Santo Profeta (sa) le preguntó a Umm Hani si tenía algo para comer. Respondió: “No tengo nada más que algunos pedazos de pan duro y me da vergüenza presentárselo”. El Santo Profeta le pidió que los trajera. Los sumergió en un poco de agua y ella también trajo un poco de sal. El Santo Profeta (sa) preguntó si había caldo para acompañar el pan. Ella respondió: “No tengo nada más que vinagre”. El Santo Profeta pidió que se lo trajeran. Luego lo derramó sobre el pan duro, lo comió y dio gracias a Dios, y dijo: “¡Cuán excelente es el vinagre como caldo! ¡Oh Umm Hani! Aquella casa que tiene vinagre no es pobre”. El Santo Profeta (sa) demostró una gratitud increíble al defender los sentimientos de Umm Hani. Ésta era la condición del Conquistador de La Meca; incluso cuando podía conseguir todo tipo de alimentos en varias casas, el Santo Profeta (sa) se contentaba con pedazos de pan duro.
Después de que el Santo Profeta (sa) llegó a La Meca, al ver el amor que él (sa) tenía por todo allí, especialmente por La Kaaba, los Ansar [musulmanes nativos de Medina] comenzaron a preocuparse de que el Santo Profeta (sa) decidiera establecer su residencia permanente en La Meca. Hay un dicho famoso:
[Persa]
عشق است و ہزار بدگمانی
“El amor es una cosa, pero está plagado de mil sospechas y dudas”. Un amante siempre está preocupado y preocupado por su amado. Innumerables escenas de amor y adoración, benevolencia y fidelidad fueron presenciadas en la Conquista de La Meca. Entre ellos, se presenció una escena extremadamente pura e inspiradora entre los Ansar de Medina.
Hazrat Abu Hurairah (ra) relata que cuando el Mensajero de Al’lah entró en La Meca, se dirigió a la piedra negra y la besó. Después de esto, dio vueltas alrededor de La Kaaba y ascendió al monte Safa, desde donde estaba admirando la Casa de Al’lah, y levantó ambas manos y recordó a Al’lah, el Señor del honor y la gloria, todo el tiempo que Al’lah quiso, y continuó suplicando.
Mientras tanto, los Ansar estaban de pie debajo del Santo Profeta (sa). El Santo Profeta (sa) oró y glorificó a Dios y continuó suplicando todo el tiempo que Dios quiso. Al ser testigos de los numerosos compromisos del Profeta en La Meca y ver con qué amor trataba a la gente de La Meca, los Ansar de Medina se perdieron en sus propios pensamientos. Comenzaron a decirse unos a otros que el amor por su ciudad natal y el amor por sus Compañeros de tribu habían vencido al Mensajero de Al’lah (sa), y que ahora podía ser que decidiera quedarse permanentemente entre sus queridos familiares aquí en su propia ciudad. El pensamiento de estar separados del Mensajero de Al’lah (sa) les abrumaba de dolor.
Abu Hurairah (ra) relata: “Mientras los Ansar estaban en esta condición, la revelación descendió sobre el Santo Profeta (sa). De hecho cuando recibía una revelación como esta, no permanecía oculta para nosotros y ninguno de nosotros se atrevía a levantar la vista para mirar al Mensajero de Dios hasta que el proceso de la revelación se completaba”. Y cuando la revelación finalizó, el mensajero de Dios dijo: “¡Oh Ansar!”. A lo que los Ansar respondieron: “¡Estamos aquí, oh Mensajero de Al’lah!”. El Santo Profeta (sa) dijo entonces: “¿Pensáis que el amor de su ciudad natal ha vencido a este hombre?”. Los Compañeros respondieron: “Efectivamente”. El Santo Profeta (sa) dijo: “Si eso ocurriera, ¿qué sería de mi nombre? Soy Muhammad, el siervo de Dios y Su Mensajero. He emigrado a vosotros por la causa de Dios. Ahora, mi vida y mi muerte están con vosotros”.
Al oír esto, se sintieron superados por la emoción y se precipitaron hacia él llorando, diciendo: “Por Dios, todo lo que dijimos fue sólo debido a nuestro profundo amor por Dios y Su Mensajero, y por miedo a separarnos de Usted”. El Santo Profeta (sa) respondió: “Ciertamente, Dios y Su Mensajero confirman vuestras palabras y aceptan vuestras excusas”.
Al relatar este incidente, Hazrat Musleh Maud (ra) afirma:
“Cuando el Santo Profeta (sa) se dedicaba a los ritos de adoración relacionados con la peregrinación de La Kaaba y trataba a su pueblo con perdón y misericordia, los corazones de los Ansar comenzaron a desmoronarse. Empezaron a decirse unos a otros en susurros: “Tal vez hoy estamos despidiendo al Mensajero de Dios (sa), pues Dios le ha concedido la victoria sobre su ciudad a través de su propia gente, y su tribu ha profesado ahora fe en él”.
En ese momento, Dios informó al Santo Profeta (sa) de las dudas que surgían en los corazones de los Ansar a través de la revelación. El Santo Profeta (sa) levantó la cabeza, miró hacia los Ansar y dijo: ‘¡Oh Ansar! ¿Creéis que Muhammad, el Mensajero de Al’lah (sa), está ahora sumergido en el amor a su ciudad y que su corazón está conmovido por el afecto de su tribu?”. Los Ansar respondieron: “¡Oh Mensajero de Al’lah (sa)! Es cierto, esos pensamientos cruzaron nuestros corazones”. El Santo Profeta (sa) dijo: ‘¿Sabéis cuál es mi nombre? (quería significar: soy el siervo de Dios y Su Mensajero). Entonces, ¿cómo es posible que abandone a aquellos que ofrecieron sus vidas en un momento en que el islam era débil y me vaya a otra parte?”. Entonces el Santo Profeta (sa) dijo: ‘¡Oh Ansar! Tal cosa no puede ocurrir nunca. Soy un siervo de Dios y soy Su Mensajero. Dejé mi patria por Dios y ahora no puedo volver a ella. Mi vida está ligada a vuestra vida, y mi muerte está ligada a vuestra muerte’.
Al oír estas palabras y ser testigos del amor y la lealtad del Santo Profeta (sa), la gente de Medina se acercó llorando y dijeron: ‘¡Oh Mensajero de Al’lah! Por Dios, hemos sido injustos en nuestros pensamientos hacia Dios y Su Mensajero. La verdad es que nuestros corazones no podían soportar la idea de que el Mensajero de Al’lah pudiera abandonarnos a nosotros y a nuestra ciudad para irse a otro lugar’. El Santo Profeta (sa) respondió: ‘Dios y Su Mensajero os absuelven de culpa y confirman vuestra sinceridad’.
En el momento en que estos intercambios afectuosos y leales tenían lugar entre el Santo Profeta (sa) y la gente de Medina, incluso si la gente de La Meca no derramaba lágrimas por sus ojos, seguramente sus corazones debían haber llorado, porque esa joya preciosa, más grande que cualquier otra cosa creada en este mundo, les había sido confiada una vez por Dios, pero le habían expulsado de su hogar. Y ahora, con la gracia y la ayuda de Dios, había regresado a La Meca, aunque debido a su lealtad y fidelidad, por su propia voluntad y deseo, abandonaba La Meca regresando una vez más a Medina”.
Hay una narración de Hazrat Ibn Abbas (ra) que relata: Abu Sufyan una vez vio al Santo Profeta (sa) caminando, y los Compañeros caminaban detrás de él. Pensó para sí: “¡Ojalá pudiera volver a luchar contra ellos y reunir un ejército contra ellos!”. El Santo Profeta (sa) se acercó a él, le golpeó el pecho con la mano y le dijo: “Entonces Dios volverá a humillarte. Estás pensando en luchar, pero volverías a caer en desgracia”.
Abu Sufyan dijo: “Me arrepiento ante Dios y pido Su perdón por lo que he pensado. Ahora estoy seguro de que es el verdadero Profeta de Dios”. Dijo: “Sólo lo pensaba en mi corazón —no se lo había dicho a nadie— y sin embargo Usted se ha dado cuenta”.
Cuando se acercaba la hora de la oración del Zuhr, la llamada a la oración se hacía desde el techo de La Kaaba. El Santo Profeta (sa) ordenó a Hazrat Bilal que diera el Azan (llamada a la oración), y subió al tejado de La Kaaba y ofreció el Azan.
Se narra que el Santo Profeta (sa) realizó todas las oraciones de ese día con una sola ablución. Normalmente, era su noble costumbre realizar una nueva ablución para cada oración, pero cuando los Compañeros vieron que rezaba todas las oraciones con una sola ablución, Hazrat Umar (ra) dijo: “¡Oh Mensajero de Dios (sa), hoy ha hecho algo que no suele hacer!”. El Santo Profeta (sa) respondió: “¡Umar! Lo he hecho deliberadamente”. Los eruditos han deducido de esto que el Santo Profeta (sa) proporcionó un ejemplo práctico para mostrar la permisividad y facilidad de hacerlo cuando fuera necesario.
Durante este tiempo, el Santo Profeta (sa) también tomó la promesa general de lealtad. Está registrado en detalle que Hazrat Aswad bin Jalaf narra que vio al Santo Profeta (sa) el día de la Conquista de La Meca, tomando el juramento de la gente. Se sentó cerca de un lugar llamado Qarn Misfalah, que es una roca en la parte baja de La Meca, y tomó el juramento de la gente para aceptar el islam. Hombres, jóvenes y ancianos, así como mujeres, acudieron al Santo Profeta (sa). Les tomó juramento sobre la creencia en Dios y sobre el testimonio de que no hay nadie que merece ser adorado excepto Dios y que Muhammad (sa) es Su siervo y Mensajero.
Ibn Yarir al-Tabari afirma que la gente se reunió en La Meca para jurar lealtad al islam. El Santo Profeta (sa) se sentó en el monte Safa, y Hazrat Umar (ra) se situó un poco más abajo. Aceptó la promesa de la gente de que, en la medida de sus posibilidades, escucharían y obedecerían a Dios y a Su Mensajero.
Una vez completado el juramento de los hombres, el Santo Profeta (sa) tomó el de las mujeres. Entre estas mujeres estaba Hind, la esposa de Abu Sufyan, que se había cubierto el rostro, temiendo que el Santo Profeta (sa) pudiera interrogarla sobre lo que le había hecho a Hazrat Hamzah (ra). Temía que la arrestaran por ello.
Cuando las mujeres se presentaron ante el Santo Profeta (sa), les dijo: “Juradme lealtad con la condición de que no asociaréis nada a Dios y de que no robaréis”. Hind dijo: “Por Dios, a veces tomo algo de la riqueza de Abu Sufyan. No sé si me es lícito o ilícito”. Abu Sufyan estaba presente y lo oyó. Dijo: “Todo lo que has tomado en el pasado es lícito. ¡Que Dios te lo perdone!”. El Santo Profeta (sa), al reconocerla, le preguntó: “¿Eres Hind bint Utbah?”. Ella respondió: “Sí, pero por favor perdone lo que ha sucedido en el pasado” (es decir, perdone lo que hice contra el islam y contra su noble persona). Entonces el Santo Profeta (sa) dijo: “No cometerás inmoralidad”. Hind dijo: “¿Comete inmoralidad una mujer libre?”. Luego dijo: “No matarás a tus hijos”. Hind respondió: “Los criamos cuando eran jóvenes y, cuando crecieron, los matasteis en Badr. Usted lo sabe mejor que nadie, y ellos también”. Al oír esto, el Santo Profeta (sa) y Hazrat Umar (ra) se echaron a reír. Entonces el Santo Profeta (sa) dijo: “No proferirás falsas acusaciones que inventes con tu propia lengua”. Hind dijo: “Calumniar es un acto terrible, y hay pecados aún peores que éste”. Entonces el Santo Profeta (sa) dijo: “No me desobedecerás en ninguna buena acción”.
En una narración, se menciona que cuando Hind bint Utbah se dio cuenta de que había estado en el camino equivocado, le dijo a su marido, Abu Sufyan: “Deseo jurar lealtad a Muhammad (sa)”. Sorprendido por esto, Abu Sufyan, replicó: “¡Hasta ahora, siempre lo habías rechazado! ¿De dónde ha surgido de repente este cambio colosal?”. Ella respondió: “¡Por Dios! El día de la Conquista de La Meca, vi a musulmanes adorando junto a Muhammad (sa) y los Compañeros de Muhammad continuaron su adoración en las inmediaciones de La Kaaba durante toda la noche. Algunos estaban de pie, otros inclinados y otros postrados. Nunca había visto a nadie adorar de esa manera”. Abu Sufyan dijo: “Ve con uno de los miembros de nuestra tribu”. Así que fue a ver a Hazrat Umar (es decir, si quería ir a ver al Santo Profeta (sa) debía ir con un hombre de su tribu, y así fue a ver a Hazrat Umar [ra]) y lo llevó a reunirse con el Santo Profeta (sa) y le informó de que había aceptado el islam. Tras aceptar el islam, regresó a su casa y rompió el ídolo que había en ella, haciéndolo pedazos. Entonces ella dijo: “Fue por tu culpa que permanecimos en el extravío”.
Según otra narración se dice que después de aceptar el islam, Hind se acercó al Santo Profeta (sa) y le dijo: “Todas las alabanzas pertenecen a Dios que concedió ascendencia a Su fe elegida. ¡Oh, Mensajero de Dios! ¿Se extenderá tu misericordia a alguien como yo? Soy una mujer que ha aceptado a Dios Altísimo y doy fe de Su veracidad”. El Santo Profeta respondió: “¡Bienvenida!”. Hind dijo entonces: “¡Oh Mensajero de Dios! De todos los moradores de la tierra, no había una sola persona a la que deseara humillar más que a Usted”. Pero ahora, de todos los moradores de la tierra, no hay una sola persona a la que desee honrar más que a Usted”.
Después de aceptar el islam, para expresar su amor y sinceridad por el Santo Profeta (sa), Hazrat Hind asó dos cabritos y se los envió al Santo Profeta (sa) a través de su criada. Cuando la criada se acercó al Santo Profeta (sa), le dijo: “Mi ama ha enviado esta carne asada para Usted, y junto con ella envía sus disculpas porque nuestras cabras en estos días no tienen muchas crías. Por esta razón, dice que sólo ha enviado dos”. El Santo Profeta (sa) respondió: “¡Que Dios Altísimo bendiga a sus cabras y a su descendencia!”. La criada dijo: “¡Por Dios! Nunca había visto tantas cabras y sus crías como hubieron después de ese momento”. Hazrat Hind decía: “Esto se debió a las oraciones del Santo Profeta (sa)”.
Al mencionar el relato de cuando la esposa de Abu Sufyan, Hind, aceptó el islam, Hazrat Musleh Maud (ra) afirma:
“Esta era la misma mujer que ordenó la mutilación de Hazrat Hamza (ra). El Santo Profeta (sa) consideró apropiado que ella fuera castigada por este acto bárbaro e inhumano. En ese momento, el mandamiento sobre el velo ya había sido revelado. Cuando las mujeres acudieron a jurar lealtad, Hind también las acompañó, cubriéndose con un velo y jurando lealtad. Cuando llegaron a la proclamación ‘no asociaremos copartícipes [con Dios]’, ella, debido a su temperamento apasionado, exclamó: ‘¡Oh Mensajero de Al’lah! ¿Cómo podemos asociar a otros?'”. ¡Usted estaba sólo y nos opusimos a Usted con todas nuestras fuerzas! Si nuestros dioses fueran verdaderos, ¿cómo pudo Usted tener éxito? Resultaron ser completamente inútiles y cosechamos derrota. El Santo Profeta (sa) dijo: “¿Hind?”. Reconoció su voz ya que, al fin y al cabo, eran parientes. Hind dijo: “¡Oh, Mensajero de Al’lah! Me he convertido en musulmana, ahora no tiene derecho a matarme. El Santo Profeta (sa) sonrió y dijo: “Sí, no se te podrá arrestar”. De esta manera, la nación que pensaba que el Santo Profeta (sa) había fusionado muchos dioses en un solo Dios, había experimentado tal transformación que, incluso personas como Hind se preguntaban si alguien aún podía pensar en asociar socios al Único Dios Verdadero.
Hay otro incidente de la misma época mencionado en relación con la promesa de lealtad. Una persona acudió a ver al Santo Profeta (sa) para jurarle lealtad. Debido al temor reverencial y la eminencia del Santo Profeta (sa), temblaba de miedo. El Santo Profeta (sa) le consoló diciendo: “No temas”, y con humildad y modestia, afirmó: “No soy un rey. Soy el hijo de aquella mujer de La Meca que comía carne seca”.
Hay detalles sobre los criminales a los que se les impuso la pena de muerte. Sin embargo, algunas personas se muestran escépticas sobre esas narraciones, y los propios incidentes también apuntan en esa dirección, ya que las razones mencionadas para condenarlos a muerte contradicen claramente la práctica y la disposición del Santo Profeta (sa). No obstante, los mencionaré primero, quiénes eran y qué relatos se mencionan en los libros de historia, y mencionaré los argumentos en contra.
Ibn Ishaq ha registrado que las personas a las que, debido a sus crímenes, el Santo Profeta (sa) ordenó que fueran asesinadas dondequiera que se encontraran, eran ocho hombres y seis mujeres. Esto es según Fath al-Bari. Sirat al-Halabiyyah registra que el total era de 11 personas. Al-Waqidi escribe que eran diez en total, seis hombres y cuatro mujeres. En el comentario de Sahih al-Bujari titulado Fath al-Bari, se mencionan los nombres de estas 14 personas, entre las que se encontraban: Abd al-Uzza bin Jatal, Abdul’lah bin Sa’d bin Abi Sarh, Ikrimah bin Abi Yahl, Miqyas bin Subabah, Habar bin Aswad y otros.
Un Hadiz afirma que el día de la Conquista de La Meca, el Santo Profeta (sa) concedió una amnistía general a todos, excepto a cuatro hombres y dos mujeres. Ordenó que se ejecutaran a estas personas, incluso si se las encontraba agarradas a las cortinas de La Kaaba. Según otra narración, este perdón solo excluía a cuatro personas: Abd al-Uzza bin Jatal, Miqyas bin Subabah, Abdul’lah bin Sa’d bin Abi Sarh y Umm Sara.
Un biógrafo del Santo Profeta (sa) ha escrito que la gran mayoría de incluso aquellos cuya ejecución se había considerado permisible (es decir, cuya muerte se había considerado justificable), fue finalmente perdonada por el Santo Profeta (sa). Solo unos pocos fueron ejecutados, antes de que les llegara la amnistía general del Santo Profeta (sa).
Al respecto, Hazrat Musleh Maud (ra) escribió que solo once hombres y cuatro mujeres eran los acusados de graves cargos de asesinato brutal y desorden. En el fondo, eran criminales de guerra. El Santo Profeta (sa) ordenó que fueran ejecutados, no solo por su incredulidad o por una batalla, sino por la gravedad de sus crímenes de guerra. Sin embargo, incluso entre ellos, el Santo Profeta (sa) perdonó a la mayoría gracias a la intercesión de los musulmanes, y así la mayoría de ellos se salvaron.
El Mesías Prometido (as) afirma: “Hazrat Jatamul-Anbiya, la paz y las bendiciones de Dios sean con él, que obtuvo la conquista completa sobre La Meca y los demás, y después de tener prácticamente su espada sobre sus gargantas, les perdonó sus crímenes y solo castigó a aquellos pocos que habían sido condenados por un decreto especial de Dios Altísimo a sufrir un castigo. Aparte de estos pocos eternamente malditos, todos los enemigos jurados fueron perdonados”.
Las razones por las que se ejecutó a esas personas también se han mencionado en diferentes relatos históricos. Aunque los voy a narrar, las razones que se dan no son del todo satisfactorias.
El primer nombre registrado es el de Abd al-Uzza bin Jatal. Inicialmente había aceptado el islam, y el Santo Profeta (sa) le había puesto el nombre de Abdul’lah. También había emigrado a Medina, y el Santo Profeta (sa) lo había designado para recaudar el Zakat. Un hombre de la tribu Banu Juza’ah lo acompañaba, quien le preparaba la comida y le servía. Acamparon en un lugar donde la gente se reunía para ofrecer su Zakat. Ibn Jatal ordenó al hombre de Juzai que preparara la comida y se fue a dormir por la tarde. Al despertarse, descubrió que el hombre se había quedado dormido y no había preparado la comida. Ibn Jatal lo mató con una espada, renunció al islam y huyó a La Meca. Componía y recitaba coplas despectivas contra el Santo Profeta (sa).
Hazrat Anas (ra) relata que el día de la Conquista de La Meca, el Santo Profeta (sa) entró en la ciudad llevando un casco. Se lo quitó, y un hombre vino a informarle de que Ibn Jatal se estaba aferrando a las cortinas de La Kaaba. El Santo Profeta (sa) dijo: “Mátadlo”.
El segundo fue Miqyas bin Subabah. Había aceptado el islam con la intención de vengar la muerte de su hermano, y matar a un compañero Ansari. Durante una batalla, el compañero Ansari mató por error al hermano de Miqyas, confundiéndolo con un enemigo. Miqyas aceptó el dinero de la sangre, pero luego martirizó al compañero Ansari. Posteriormente, renunció al islam y regresó a La Meca. El día de la Conquista de La Meca, Hazrat Numailah bin Abdul’lah lo mató.
Luego estaba Huwairiz bin Nuqiad. El Santo Profeta (sa) había ordenado su ejecución. Está escrito que esto se debía a que causaba daño y angustia al Santo Profeta (sa). Hazrat Ali (ra) lo mató. Un biógrafo escribe que esta es la única razón conocida para su ejecución (que solía molestar al Santo Profeta [sa]), pero es evidente que la causa debió de ser otra, ya que el Santo Profeta (sa) nunca se vengó por agravios personales. El siguiente es Huwairiz bin Talaṭal Juzai. Este individuo también componía coplas despectivas sobre el Santo Profeta (sa). También fue asesinado por Hazrat Ali (ra). Luego estaba Qarinah, una esclava de Ibn Jatal, también conocida como Arnab. Cantaba poemas satíricos sobre el Santo Profeta (sa) y también fue asesinada. Por lo tanto, el número total de personas ejecutadas parece rondar las catorce o quince.
Sin embargo, tras un examen más detallado, resulta evidente que esta cifra no es exacta, ya que los delitos que se alegan como motivos de su ejecución indican que los historiadores se han equivocado. La mayoría de los delitos registrados son que se convirtieron en apóstatas, o que solían afligir e insultar al Santo Profeta (sa), o que compusieron poesía satírica contra él. Esta lista de cargos indica que se trata de interpretaciones posteriores. Porque fue sólo en épocas posteriores, cuando la gente comenzó a alejarse del Sagrado Corán y la Sunna del Santo Profeta (sa), cuando se afianzó la idea de que el castigo por la apostasía es la muerte, o que la blasfemia requiere la ejecución.
Estas ideas son desarrollos posteriores. En la época del Santo Profeta (sa) no existía tal práctica. El Sagrado Corán demuestra claramente que el castigo por la apostasía no es la muerte. Cuando, tanto el Sagrado Corán como el noble ejemplo del Santo Profeta (sa) demuestran que el castigo por causar dolor, por insultar o por componer poesía satírica contra él no es la muerte, entonces se hace evidente que aquellas personas a las que el Santo Profeta (sa) ordenó ejecutar en el momento de la Conquista de La Meca debieron haber cometido algún otro delito mucho más grave. Como escribió Hazrat Musleh Maud (ra), eran criminales de guerra o asesinos. Pero afirmar que la mera sátira o el insulto fueron la causa de su ejecución es incorrecto.
Al criticar estos informes sobre las ejecuciones en el momento de la Conquista de La Meca, el renombrado biógrafo sudasiático del Santo Profeta (sa), Al’lama Shibli Nu‘mani, escribe: “Los historiadores afirman que, aunque el Santo Profeta (sa) había garantizado la seguridad al pueblo de La Meca, ordenó que se matara a diez personas, dondequiera que se encontraran”. Entre ellos se encontraban personas como Abdul’lah bin Jatal y Miqyas bin Subabah, culpables de derramamiento de sangre y ejecutados en represalia. Estas dos personas eran culpables de asesinato y fueron ejecutadas en represalia, incluso si uno aceptara esto. Sin embargo, hubo muchos otros cuyo único presunto delito fue haber causado sufrimiento al Santo Profeta (sa) en La Meca o haber compuesto versos satíricos con el fin de humillarlo. O bien le causaban un gran sufrimiento o bien trataban de ridiculizarlo en sus coplas poéticas. Entre ellos había una mujer que, según se dice, fue asesinada únicamente por cantar versos despectivos. Sin embargo, basándose en el estudio y el análisis crítico del Hadiz, ha escrito que esta narración no es auténtica. Toda la ciudad de La Meca era culpable de este delito. Si se siguiera esta lógica de que fueron asesinados por su ofensa verbal o por la composición de poesía satírica, entonces toda La Meca sería culpable de ejecución, ya que casi todos sus habitantes participaban en tales actos. Entre los Quraish, salvo unos pocos, ¿quién no sometió al Santo Profeta (sa) a las formas más severas de tormento? Sin embargo, a pesar de ello, fueron precisamente estas personas las que recibieron la buena nueva:
[Árabe]
“A todos se os concede la libertad”. Los pocos que fueron ejecutados eran, de hecho, delincuentes de menor gravedad en comparación con otros. Hay una narración de Hazrat Aishah Siddiqa (ra), registrada en el Sihah Sittah, que afirma que el Santo Profeta (sa) nunca tomó venganza personal contra nadie. Incluso en Jaibar, cuando una mujer judía lo envenenó, la gente preguntó si sería ejecutada, pero el Santo Profeta (sa) no lo autorizó.
Si en una tierra de incredulidad como Jaibar una mujer pudo escapar del castigo incluso después de administrarle veneno, entonces ¿cómo se les podría negar la misericordia del Profeta (sa) a ofensores menores en los Sagrados Recintos de La Meca? Si uno no está completamente satisfecho con el análisis crítico de esta narración, incluso para los estándares de la transmisión del Hadiz, este incidente es completamente poco confiable. Pero si uno no analiza esto críticamente, se demuestra que es falso, basándose en la cadena de transmisión. Por ejemplo, Sahih Bujari sólo menciona la ejecución de Ibn Jatal, y está bien establecido que fue asesinado en represalia por un asesinato (qisas). La ejecución de Miqyas también fue una implementación de la ley islámica bajo la regla de qisas [retribución]. En cuanto a quienes afirman que fueron ejecutados simplemente por haber causado sufrimiento al Santo Profeta (sa), esas narraciones solo se remontan a Ibn Ishaq, y según los principios del Hadiz, se consideran Munqati [desconectadas] y, por lo tanto, no se consideran fiables.
La narración más creíble que se puede presentar al respecto proviene de la Sunan Abi Dawud, donde se afirma que el Santo Profeta (sa) declaró el Día de la Conquista de La Meca que a cuatro personas no se les concedería la amnistía. Sin embargo, incluso el Imam Abu Dawud, tras registrar este Hadiz, declaró que no pudo encontrar una cadena de narración que cumpliera con el estándar de autenticidad requerido. Con respecto a estas narraciones de Abu Dawud, otros libros de Hadiz también las han clasificado como débiles.
De hecho, es cierto que ciertos jefes de los Quraish (aquellos que habían sido los principales enemigos del islam) huyeron de La Meca al enterarse de la llegada del Santo Profeta (sa). Pero fue solo una conjetura de Ibn Ishaq que huyeron por temor a la ejecución.
Así, durante la conquista de La Meca, solo se declaró la ejecución de un puñado de individuos. Esos fueron precisamente aquellos sobre quienes, como afirmó el Mesías Prometido (as), el Hakm y Adl, solo eran unas pocas personas sobre las que se había revelado una orden desde el umbral Divino; es decir, solo tres o cuatro. Aparte de estos pocos individuos eternamente malditos, los pecados de todos los demás enemigos fueron perdonados.
Esta es la verdadera realidad del asunto. Por lo tanto, alegar que numerosas personas fueron ejecutadas simplemente por blasfemia o poesía satírica es totalmente infundado. Los demás aspectos, si Dios quiere, se mencionarán en el futuro.
Las condiciones prevalecientes del mundo son evidentes ante todos vosotros. Continuad orando al respecto. He hablado de este asunto en numerosas ocasiones en el pasado y sigo llamando la atención sobre ello. Ya he recordado anteriormente a los miembros que deben hacer algunas previsiones para emergencias: quienes puedan hacerlo deberían almacenar en sus hogares alimentos esenciales suficientes para algunos meses. Incluso ahora, algunos gobiernos han comenzado a aconsejar a sus ciudadanos que mantengan provisiones de alimentos para tres meses. ¡Que Dios Altísimo tenga piedad del mundo y proteja a la humanidad de las graves y terribles consecuencias de la guerra!
Después de las oraciones, dirigiré la oración fúnebre en cuerpo ausente por algunos miembros fallecidos.
La primera entre ellos es Amatul-Nasim Nighat Sahiba, esposa de Raja Abdul Malik Sahib. Ha fallecido a la edad de 70 años.
Árabe
¡Ciertamente a Al’lah pertenecemos y a Él volveremos!
La fallecida era “musi” [integrante del sistema de Al-Wasiyat]. Era nieta paterna de Hazrat Mirza Sharif Ahmad Sahib (ra) y nieta materna de Hazrat Nawab Amatul Hafeez Begum Sahiba (ra). Y era también la hija del Coronel Mirza Daud Ahmad Sahib.
Pasó gran parte de su vida en Estados Unidos, donde tuvo la oportunidad de servir en Lajna Ima’il’lah como Secretaria Maal y Secretaria Ziafat durante casi diez años.
Su hija, Amina, afirma que era extremadamente regular en dar caridad: lo hacía en silencio, y de vez en cuando sacrificaba especialmente una cabra y la distribuía entre los pobres. También brindó asistencia financiera a través de diversos fondos e incluso construyó viviendas para personas desfavorecidas.
Relata además que una vez soñó que se quitaba sus brazaletes de oro y se los daba a su tía materna. Actuando de inmediato según esta visión, le regaló esos brazaletes a su tía en la vida real. Era profundamente hospitalaria y compasiva con los necesitados.
Aunque exteriormente tenía un carácter alegre (y puede que la gente no lo percibiera del todo), pasaba las noches en profunda y ferviente oración, hasta el punto de que el suelo de su casa vibraba por sus intensas súplicas.
La hospitalidad era uno de sus rasgos más distintivos. Además, afirma: “Aprendimos la práctica del recuerdo de Dios de nuestra madre. Recitaba el Durud continuamente y a menudo recitaba versos de la poesía del Mesías Prometido (as). Los escuchábamos tan a menudo que llegamos a memorizarlos”.
Su hija Aisha ha mencionado que mantenía excelentes relaciones con sus vecinos y familiares.
Su sobrino escribió que ella a menudo ayudaba a los demás en silencio, sin llamar la atención. En ocasiones, Dios Todopoderoso incluso la guiaba directamente, informándole sobre alguien que necesitaba ayuda. Por ejemplo, le informaron que cierta persona necesitaba ayuda para la boda de su hijo. Ella respondió inmediatamente enviando 100.000 rupias para apoyarlos.
¡Que Dios Altísimo le conceda Su perdón y Su misericordia!
La segunda oración fúnebre que se ofrecerá es por el respetado Al-Hach Yaqub Ahmad bin Abu Bakr Sahib, ex director de la Escuela Secundaria Superior Ahmadía y secretario nacional de Tabligh en Ghana. Falleció recientemente a la edad de 63 años en un accidente de tráfico.
[Árabe]
¡Ciertamente a Al’lah pertenecemos y a Él volveremos!
El fallecido era “musi” [integrante del sistema de Al-Wasiyat]. El accidente ocurrió mientras viajaba hacia la ciudad de Mankessim, cuando su vehículo chocó contra un remolque, provocándole una lesión fatal en la cabeza.
[Árabe]
¡Ciertamente a Al’lah pertenecemos y a Él volveremos!
Le sobreviven dos esposas, cuatro hijos, su madre, una hermana y un hermano.
Después de su educación temprana, se inscribió en el Colegio de Formación Misionera Ahmadía en Saltpond. Tras graduarse, fue designado para servir a la Comunidad en diversos cargos. Posteriormente, bajo la supervisión de la Comunidad, cursó estudios superiores en la Universidad de Ghana, donde obtuvo una licenciatura en Administración de Empresas.
A pesar de que le ofrecieron un puesto en el servicio público tras graduarse, lo rechazó, ya que era una persona consagrada y siempre honró el espíritu de la devoción vitalicia (Waqf). Aunque eventualmente sirvió en una escuela subvencionada por el gobierno, esta siguió siendo una institución de la Comunidad, donde posteriormente fue nombrado director tras completar sus estudios superiores.
También fue director de las escuelas Ahmadía en Salaga y Kumasi, donde era muy respetado y recordado por la gente de allí, incluyendo administradores, funcionarios gubernamentales y estudiantes.
Como se mencionó, se desempeñó como Secretario Nacional Tabligh y como Qaid Tarbiyat en Mall’lis Ansarul’lah Ghana. Era una persona muy erudita y tuvo la oportunidad de formar parte de comités educativos clave. Desempeñó el cargo de Presidente de la CHASS (Conferencia de Directores de Escuelas Secundarias Asistidas de Ghana), miembro del Consejo de la KNUST (Universidad de Ciencia y Tecnología Kwame Nkrumah), miembro de la Junta Directiva de la GTEC (Comisión de Educación Terciaria de Ghana) y miembro de la junta directiva del Consejo de Exámenes de África Occidental (WAEC). También se desempeñó como Secretario General de la Confederación Africana de Directores (ACP).
Tras su fallecimiento, la Asociación Sudafricana de Directores expresó su profundo pesar, reconociéndolo como una persona íntegra con un liderazgo excepcional.
A menudo decía que la verdadera fuente de su éxito residía en su apego a la fe y su devoción al Jalifato Ahmadí. Era un esposo amoroso, un padre compasivo y un símbolo de fe, disciplina y bondad para su familia.
Realizaba múltiples lecturas del Sagrado Corán durante el Ramadán y animaba regularmente a su familia a la adoración. A pesar de sus cualidades de liderazgo, se mantuvo humilde y sirvió con la mayor sinceridad e integridad.
Su hermano mayor fue el primero de la familia en aceptar el Ahmadíat, y el resto de la familia siguió su ejemplo. Su hermano Abu Bakr Said escribe que su padre lo envió a la Escuela de Formación Misional en Saltpond, donde completó su formación y se convirtió en misionero local. Posteriormente, progresó gradualmente en su campo y alcanzó una posición respetable tanto en la Comunidad como en su servicio gubernamental.
Durante mi estancia en Ghana, tuve una relación muy estrecha y afectuosa con él. Siempre que tenía una tarea importante, especialmente aquellas que requerían confianza, se la confiaba. Era una persona de fiabilidad excepcional .
Después de que yo fuera Jalifa, la conexión que mantuvo conmigo alcanzó los estándares más altos de sinceridad y devoción. Era un hombre de profundo honor y fervor por la Comunidad y el Jalifato.
Su madre afirmó que era un hijo excepcionalmente obediente, y que la cuidó desde la infancia. Cuando deseó realizar el Hach, insistió en que ella fuera antes que él, organizando su peregrinación antes que la suya. Ella afirma que nunca la dejaba sola y que siempre la tenía a su lado.
Su esposa lo describió como un esposo cariñoso y responsable, y un padre bondadoso. Siempre insistía en ofrecer sacrificios por la Comunidad.
Su hijo escribe que estableció su fe y apego al Ahmadíat sobre cimientos firmes. Les inculcó la importancia del compromiso religioso, guió cada paso de sus vidas, y su fe se convirtió en un faro de luz para toda la familia.
Despertaba a la familia para las oraciones del Fayar y del Tahayyud, y especialmente durante el Ramadán, era muy meticuloso al respecto. Ayunaba regularmente los lunes y jueves.
Escribe que su corazón rebosaba de profunda humildad y que trataba a todos con el máximo respeto, sin importar su estatus, incluso a sus subordinados. Era una persona muy alegre y afable.
Su hermano, Said bin Abu Bakr, afirma que, tras el fallecimiento de su padre, asumió la plena responsabilidad de su crianza. Lo cuidó como un verdadero padre, asegurándose de que tuviera una buena formación moral, animándolo a la oración regular y satisfaciendo todas sus necesidades de todas las maneras posibles.
¡Que Dios Altísimo le conceda perdón y misericordia, y que permita a sus hijos emular su ejemplo de lealtad y sobresalir en piedad!
