Tumbas de musulmanes áhmadis profanadas en chak no 79, nawa kot, distrito de sheijupura. Última semana de junio de 2020.
Visualizándolo desde miles de kilómetros lejos del Pakistán, el horror se percibe aún peor. Viviendo aquí, donde los derechos de las minorías religiosas se respetan mucho más que antaño, nos preguntamos por qué hay otros que cuando abren sus ojos al nacer, ven un entorno donde la religión se utiliza para diferenciar, llegando al punto de destruir las vidas y los lugares sagrados de estas minorías. ¿Se puede llegar a matar por ser diferente?
Se mata por la religión, por dinero y por poder, pero ¡qué aterrador resulta cuando se pierde el respeto también a los difuntos! La profanación de un cementerio áhmadi en Lahore es un ejemplo de cómo ha muerto la conciencia en Pakistán.
Los fanáticos religiosos -supuestos “salvadores” de la mancomunidad musulmana – profanan tumbas sin siquiera plantearse si eso está permitido en el islam. ¿Qué consiguen siendo irrespetuosos hacia los muertos, que fueron enterrados sin haber encontrado la paz en el santuario de su propio país? ¿No es suficiente que estos fanáticos “mul’lahs” (clero intransigente de mentalidad medieval) no permitan vivir en paz a los miembros de la Comunidad Musulmana Ahmadía, para que ahora destruyan también sus moradas de eterno descanso?
Niña bebé musulmana áhmadi difunta, exhumada por extremistas musulmanes tirando su cuerpo en la cuneta. 7 de julio de 2020. (En este cementerio se han enterrado tradicionalmente a otros musulmanes áhmadis)
Los culpables no son arrestados por estos actos repulsivos. ¿Dónde están los organismos encargados de hacer cumplir la ley y qué ocurre con los vigilantes del cementerio? Independientemente de la fe que profesemos, nos preguntamos ¿qué sintieron los familiares de las personas cuyas tumbas fueron profanadas de la manera más obscena? No es difícil entender el dolor de cientos de no-musulmanes y minorías musulmanas perseguidas que viven en Pakistán. Ni siquiera el respetado Presidente del Tribunal Supremo en Pakistán, el custodio de los Derechos Humanos, se ha molestado en tomar ninguna medida contra el maltrato de las minorías vivas -y ahora también muertas-. No existe otra mejor oportunidad para ejercer una acción suo motu (decisión unilateral sin solicitud de las partes).
Desalentados por la situación del orden público y la omnipresencia del fundamentalismo religioso en Pakistán, muchos musulmanes áhmadis se han visto obligados a emigrar a otros países con la esperanza de ser tratados en igualdad de condiciones que las otras personas de la sociedad.
Un áhmadi que ahora vive en Toronto compartió sus opiniones sobre el incidente, afirmando:
“No me sorprende en absoluto oír que la intolerancia haya penetrado tan profundamente en las raíces de la sociedad pakistaní. ¿Cómo puede esperarse que los militantes y los fundamentalistas respeten a las personas que han abandonado este mundo para siempre cuando no sienten ningún dolor por las personas que aún viven? Mi familia tuvo que huir de Pakistán a principios de 1990 porque fuimos literalmente acosados por los clérigos radicales y las personas que los apoyaban. Recibíamos cartas en las que nos amenazaban de muerte e incluso de violar a nuestras hijas si no aceptábamos la “única y verdadera” forma de Islam. Según ellos, agredir sexualmente a una mujer musulmana áhmadi no se consideraba un crimen“.
“Los fundamentalistas creen que usamos excusas como la que acabo de mencionar para pedir asilo en países extranjeros. No es, en absoluto, el caso. Nadie quiere dejar su país y todo lo que posee, para empezar de cero. Pero a la mayoría de nosotros no nos queda otra opción“.
La persecución de los ahmadíes en Pakistán no tiene en cuenta la clase social ni la edad. Adultos y niños son maltratados por sus creencias religiosas diferentes. Los lugares de trabajo, los patios de recreo y las escuelas se utilizan como plataformas para difundir el odio contra ellos. Los institutos educativos encabezan la siniestra lista de los que buscan adoctrinar a las mentes jóvenes, llenándolas de odio hacia cualquiera que no se ajuste a sus normas religiosas.
Muchos estudiantes musulmanes áhmadis han sido expulsados de institutos y universidades sin ninguna razón, mientras que otros son agraviados con palabras degradantes e hirientes. No deja de ser encomiable que, cuando el mundo entero está lleno de odio contra los musulmanes (por los ataques terroristas), haya un grupo de estudiantes musulmanes áhmadis que se dedique a organizar reuniones y simposios en los centros y las universidades para tratar de sosegar esta situación, destacando las virtudes y carácter compasivo del Santo Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él). En nuestra experiencia, el público cristiano, musulmán o agnóstico que escucha el relato de los aspectos de la vida y las cualidades humanas del Santo Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Dios sean con él), muestra sentimientos positivos hacia la religión que él fundó, totalmente equidistante del comportamiento de estos “mul’lahs” que se consideran a sí mismos custodios del legado del Santo Profeta del Islam. Los asistentes a estos simposios ayudar a reducir la brecha de comunicación entre las diferentes comunidades, encontrando puntos en común que nos permiten construir una sociedad inclusiva.
Las sociedades que crecen en la intolerancia y hostilidad religiosa perecen más pronto que tarde. Es hora de que despertemos y salvaguardemos los derechos de otras creencias religiosas, sean las que sean. Es hora de que les demos la mano y desafiemos a los elementos fundamentalistas que aprovechan nuestro silencio. Es hora de reconocer los sacrificios de estas minorías y de tratarlas con el respeto que realmente merecen porque ahora sus tumbas nos piden respuestas.